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Segunda parte 4 страница

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‑Tienes que caminar ‑dijo‑ igual que como te le­vantaste la otra vez. Debes usar tu voluntad.

Yo parecнa hallarme pegado al suelo. Intentй dar un paso con el pie derecho y casi perdн el equilibrio. Don Juan asiу mi brazo derecho a la altura del sobaco y me aventу con suavidad hacia adelante, pero las piernas no me sostuvieron, y habrнa caнdo sobre la cara si don Juan no hubiese tomado mi brazo y amortiguado mi caнda. Me sostuvo por el sobaco derecho y me hizo reclinarme en йl. Yo no sentнa nada, pero estaba seguro de que mi cabeza reposaba en su hombro; mi perspectiva de la habitaciуn era sesgada. Me arrastrу en esa postura alrededor de la ramada. Dimos dos vueltas en forma por demбs penosa; finalmente, supongo, mi peso se hizo tan grande que don Juan tuvo que dejarme caer en el suelo. Supe que no le serнa posible moverme. En cierto modo, era como si una parte de mн quisiera deliberadamente hacerse pesada como el plomo. Don Juan no hizo ningъn esfuerzo por levantarme. Me mirу un instante; yo yacнa sobre la es­palda, encarбndolo. Tratй de sonreнrle y йl empezу a reнr; luego se agachу y me golpeу el vientre con la palma de la mano. Tuve una sensaciуn de lo mбs peculiar. No era dolorosa ni agradable ni nada que se me ocurriera. Fue mбs bien una sacudida. Inmediatamente, don Juan empezу a rodarme. Yo no sentнa nada: supuse que me hacнa rodar porque mi visiуn del pуrtico cambiaba de acuerdo con un movimiento circular. Cuando don Juan me tuvo en la po­siciуn que deseaba, retrocediу unas pasos.

‑ЎPбrate! -ordenу imperiosamente‑. Pбrate como el otro dнa. No te andes con tonterнas. Sabes cуmo pararte. ЎPбrate ya!

Apliquй mi atenciуn a recordar las acciones que habнa ejecutado en aquella ocasiуn, pero no podнa pensar con claridad; era como si mis pensamientos tuviesen voluntad propia por mбs que yo trataba de controlarlos. Finalmente, se me ocurriу la idea de que si decнa "arriba", como ha­bнa hecho antes, me levantarнa sin duda alguna. Dije:

‑Arriba ‑claro y fuerte, pero nada sucediу.

Don Juan me mirу con disgusto evidente y luego ca­minу hacia la puerta. Yo estaba acostado sobre el lado iz­quierdo y tenнa a la vista el бrea frente a la casa; la puerta quedaba a mi espalda, de modo que cuando don Juan se perdiу de vista detrбs de mн supuse inmediatamente que habнa entrado.

‑ЎDon Juan! ‑exclamй, pero no respondiу.

Tuve un avasallador sentimiento de impotencia y deses­peraciуn. Querнa levantarme. Dije: ‑Arriba‑ una y otra vez, como si йsa fuera la palabra mбgica que me harнa moverme. No pasу nada. Sufrн un ataque de frustraciуn y tuve una especie de berrinche. Querнa golpearme la cabe­za contra el piso y llorar. Pasй momentos de tortura desean­do moverme o hablar y sin poder hacer ninguna de las dos cosas. Me hallaba en verdad inmуvil, paralizado.

‑ЎDon Juan, ayъdeme! ‑logrй berrear por fin.

Don Juan regresу y tomу asiento frente a mн, riendo. Dijo que me estaba poniendo histйrico y que cuanto me hallara experimentando carecнa de importancia. Me alzу la cabeza y, mirбndome de lleno, dijo que yo sufrнa un ataque de falso miedo. Me dijo que no me agitara.

‑Tu vida se estб complicando ‑dijo‑. Lнbrate de lo que te estб haciendo perder la compostura. Quйdate aquн calmado y recomponte.

Puso mi cabeza en el suelo. Pasу por encima de mн y todo lo que pude percibir fue el arrastrar de sus huaraches mientras se alejaba.

Mi primer impulso fue agitarme de nuevo, pero no pude reunir la energнa necesaria para llevarme a ese punto. En vez de ello, me sentн deslizar a un raro estado de sereni­dad; un gran sentimiento de calma me envolviу. Supe cuбl era la complejidad de mi vida. Era mi niсo. Mбs que ninguna otra cosa en el mundo, yo querнa ser su padre. Me gustaba la idea de moldear su carбcter y llevarlo a excursiones y enseсarle "cуmo vivir", y sin embargo abo­rrecнa la idea de coaccionarlo para que adoptara mi forma de vida, pero eso era precisamente lo que yo tendrнa que hacer: coaccionarlo por medio de la fuerza o por medio de ese maсoso conjunto de razones y recompensas que lla­mamos comprensiуn.

"Debo soltarlo ‑pensй‑. No debo adherirme a йl. Debo ponerlo en libertad."

Mis pensamientos evocaron un aterrador sentimiento de melancolнa. Empecй a llorar. Mis ojos se llenaron de lб­grimas y se nublу mi visiуn del pуrtico. De pronto tuve una gran urgencia de levantarme a buscar a don Juan para explicarle lo de mi niсo, y cuando me di cuenta ya estaba mirando el pуrtico desde una posiciуn erecta. Me volvн hacia la casa y hallй a don Juan parado frente a mн. Al parecer habнa estado allн detrбs todo el tiempo.

Aunque no pude sentir mis pasos, debo haber caminado hacia йl, pues me movн. Don Juan se acercу sonriendo y me sostuvo de los sobacos. Su cara estaba muy cerca de la mнa.

‑Bien, muy bien ‑dijo alentador.

En ese instante cobrй conciencia de que algo extraordi­nario tenнa lugar allн mismo. Tuve al principio la sensa­ciуn de hallarme tan sуlo recordando un evento ocurrido aсos antes. Una vez habнa visto yo muy de cerca la cara de don Juan; tambiйn entonces bajo los efectos de su mez­cla para fumar, tuve la sensaciуn de que el rostro se ha­llaba sumergido en un tanque de agua. Era enorme y lumi­noso y se movнa. La imagen fue tan breve que no hubo tiempo para evaluarla realmente. Pero esta vez don Juan me sostenнa y su rostro no estaba a mбs de treinta centн­metros del mнo y tuve tiempo de examinarlo. Al levantar­me y darme la vuelta, vi definitivamente a don Juan; "el don Juan que conozco" caminу definitivamente hacia mн y me sostuvo. Pero cuando enfoquй su rostro no vi a don Juan tal como suelo verlo; vi un objeto grande frente a mis ojos. Sabнa que era el rostro de don Juan, pero йse no era un conocimiento guiado por mi percepciуn; era mбs bien una conclusiуn lуgica por parte mнa; despuйs de todo, mi memoria confirmaba que un momento antes "el don Juan que conozco" me sostenнa de los sobacos. Por lo tanto, el extraсo objeto luminoso frente a mн tenнa que ser el rostro de don Juan; habнa en йl cierta familiaridad, pero ningъn parecido con lo que yo llamarнa el "verdadero" rostro de don Juan. Lo que me encontraba mirando era un objeto redondo con luminosidad propia. Cada una de sus partes se movнa. Percibн un fluir contenido, ondulatorio, rнtmico; era como si el fluir estuviese encerrado en sн mismo, sin pasar nunca de sus lнmites, y sin embargo el objeto frente a mis ojos exudaba movimiento en cualquier sitio de su superficie. Pensй que exudaba vida. De hecho, estaba tan vivo que me ensimismй mirando su movimiento. Era un osci­lar hipnуtico. Se hizo cada vez mбs absorbente, hasta no ser­me posible discernir quй era el fenуmeno frente a mis ojos.

Experimentй una sacudida sъbita; el objeto luminoso se emborronу, como si algo lo sacudiera, y luego perdiу su brillo para hacerse sуlido y carnal. Me hallй entonces mirando el conocido rostro moreno de don Juan. Sonreнa con placidez. La visiуn de su rostro "verdadero" durу un instante y luego la cara adquiriу nuevamente un brillo, un resplandor, una iridiscencia. No era luz como estoy acos­tumbrado a percibirla, ni siquiera un resplandor; mбs bien era movimiento, el parpadeo increнblemente rбpido de algo. El objeto brillante empezу otra vez a sacudirse de arriba a abajo, y eso rompнa su continuidad ondulatoria. Su brillo disminuнa con las sacudidas, hasta que de nuevo se volviу la cara "sуlida" de don Juan, como lo veo en la vida co­tidiana. En ese momento me di cuenta, vagamente, de que don Juan me sacudнa. Tambiйn me hablaba. Yo no comprendнa lo que estaba diciendo, pero como siguiу sa­cudiйndome terminй por oнrlo.

‑No te me quedes viendo. No te me quedes viendo ‑repetнa‑. Rompe tu mirada. Rompe tu mirada. Apar­ta los ojos.

El sacudir de mi cuerpo pareciу forzarme a desplantar mi mirada fija; aparentemente no veнa el objeto luminoso mбs que cuando escudriсaba el rostro de don Juan. Al apartar mis ojos de su cara y mirarlo, por asн decir, con el rabo del ojo, percibнa yo su solidez; esto es, percibнa una persona tridimensional; sin mirarlo realmente podнa yo, de hecho, percibir todo su cuerpo, pero al enfocar mis ojos el rostro se hacнa de inmediato el objeto luminoso.

‑No me mires para nada -dijo don Juan con gravedad.

Apartй los ojos y mirй el suelo.

‑No claves la vista en ninguna cosa ‑dijo don Juan imperiosamente, y se hizo a un lado para ayudarme a caminar.

Yo no sentнa mis pasos ni podнa explicarme cуmo eje­cutaba el acto de caminar, pero, con don Juan sosteniйn­dome del sobaco, llegamos hasta la parte trasera de su casa. Nos detuvimos junto a la zanja de irrigaciуn.

‑Ahora quйdate viendo el agua ‑me ordenу don Juan.

Mirй el agua, pero no podнa fijar la vista. De algъn modo, el movimiento de la corriente me distraнa. Don Juan siguiу instбndome, en son de broma, a ejercitar mis "poderes de contemplaciуn", pero no pude concentrarme. Observй de nuevo el rostro de don Juan, pero el resplan­dor ya no se hizo evidente.

Empecй a experimentar un extraсo cosquilleo en mi cuerpo, la sensaciуn de un miembro dormido; los mъscu­los de mis piernas comenzaron a crisparse. Don Juan me empujу al agua y caн hasta el fondo. Al parecer tenнa asida mi mano derecha al empujarme, y cuando toquй el escaso fondo volviу a jalarme hacia arriba.

Me tomу largo tiempo recobrar el dominio de mis ac­ciones. Cuando volvimos a su casa, horas mбs tarde, le pedн explicar mi experiencia. Mientras me ponнa ropa seca describн excitado lo que habнa percibido, pero йl descartу por entero mi relato, diciendo que no contenнa nada de importancia.

‑ЎGran cosa! ‑dijo, burlбndose‑. Viste un resplan­dor, gran cosa.

Insistн en una explicaciуn y йl se puso de pie y dijo que tenнa que irse. Eran casi las cinco de la tarde.

 

Al dнa siguiente, volvн a sacar a colaciуn mi peculiar experiencia.

‑їEso es ver, don Juan? ‑preguntй.

Permaneciу en silencio, con una sonrisa misteriosa, mien­tras yo seguнa presionando en busca de respuesta.

‑Digamos que ver es un poco como eso ‑dijo por fin‑. Mirabas mi cara y la veнas brillar, pero seguнa siendo mi cara. Sucede que el humito lo hace mirar asн a uno. No es nada.

‑їPero en quй forma serнa distinto ver?

‑Cuando uno ve, ya no hay detalles familiares en el mundo. Todo es nuevo. Nada ha sucedido antes. ЎEl mun­do es increнble!

‑їPor quй dice usted increнble, don Juan? їQuй cosa lo hace increнble?

‑Nada es ya familiar. ЎTodo lo que miras se vuelve nada! Ayer no viste. Miraste mi cara y, como te caigo bien, notaste mi resplandor. No era yo monstruoso, como el guardiбn, sino bello e interesante. Pero no me viste. No me volvн nada frente a tus ojos. De todos modos es­tuviste bien. Diste el primer paso verdadero hacia ver. El ъnico inconveniente fue que te concentraste en mн, y en ese caso yo no soy para ti mejor que el guardiбn. Su­cumbiste en ambos casos, y no viste.

‑їDesaparecen las cosas? їCуmo se vuelven nada?

‑Las cosas no desaparecen. No se pierden, si eso es lo que quieres decir; simplemente se vuelven nada y sin embargo siguen estando allн.

‑їCуmo puede ser eso posible, don Juan?

‑ЎMe lleva la chingada con tu insistencia en hablar! ‑exclamу don Juan con rostro serio‑. Creo que no dimos bien con tu promesa. A lo mejor lo que de verdad pro­metiste fue que nunca te ibas a callar la boca.

El tono de don Juan era severo. Su rostro lucнa preocu­pado. Quise reнr, pero no me atrevн. Pensй que don Juan hablaba en serio, pero no era asн. Empezу a reнr. Le dije que si yo no hablaba me ponнa muy nervioso.

‑Vamos a caminar, pues ‑dijo.

Me llevу a la boca de una caсada en el fondo de los cerros. Caminamos como por una hora. Descansamos un poco y luego me guiу, a travйs de los densos matorrales del desierto, hasta un ojo de agua; es decir, a un sitio que segъn йl era un ojo de agua. Estaba tan seco como cual­quier otro sitio en el бrea circundante.

‑Siйntate en medio del ojo de agua ‑me ordenу.

Obedecн y tomй asiento,

‑їVa usted tambiйn a sentarse aquн? ‑preguntй.

Lo vi disponer un sitio donde sentarse a unos veinte metros del centro del ojo de agua, contra las rocas en la ladera de la montaсa.

Dijo que iba a vigilarme desde allн. Yo estaba sentado con las rodillas contra el pecho. Corrigiу mi postura y me dijo que me sentara sobre la pierna izquierda, con la de­recha doblada y la rodilla hacia arriba. El brazo derecho debнa estar a un lado, con el puсo descansando sobre el suelo, mientras mi brazo izquierdo se hallaba cruzado so­bre el pecho. Me dijo que lo encarara y que permaneciera allн, relajado pero no "abandonado". Luego sacу de su morral una especie de cordуn blancuzco. Parecнa un gran lazo. Lo enlazу en torno de su cuello y lo estirу con la mano izquierda hasta que estuvo tenso. Rasgueу la apre­tada cuerda con la mano derecha. Hizo un sonido opaco, vibratorio.

Aflojу el brazo y me mirу y dijo que yo debнa gritar una palabra especнfica si empezaba a sentir que algo se venнa a mн cuando йl tocara la cuerda.

Preguntй quй era lo que se suponнa que viniera hacia mн y йl me ordenу callarme. Me hizo con la mano seсa de que iba a comenzar, pero no lo hizo; antes me dio una indicaciуn mбs. Dijo que si algo se venнa hacia mн de modo muy amenazante, yo debнa adoptar la posiciуn de pelea que йl me habнa enseсado aсos antes: consistнa en danzar, golpeando el suelo con la punta del pie izquierdo, mientras se daban palmadas vigorosas en el muslo dere­cho. La posiciуn de pelea era parte de una tйcnica defen­siva usada en casos de extremo apuro y peligro.

Tuve un momento de aprensiуn genuina. Quise inqui­rir el motivo de nuestra presencia allн, pero йl no me dio tiempo y empezу a pulsar la cuerda. Lo hizo varias veces, a intervalos regulares de unos veinte segundos. Advertн que, conforme tocaba la cuerda, iba aumentando la ten­siуn. Podнa yo ver claramente el temblor que el esfuerzo producнa en sus brazos y cuello. El sonido se hizo mбs claro y entonces me di cuenta de que don Juan aсadнa un grito peculiar en cada pulsaciуn. El sonido compuesto de la cuerda tensa y de la voz humana producнa una re­verberaciуn extraсa, ultraterrena.

No sentн nada que viniera a mн, pero la visiуn de los afanes de don Juan y el escalofriante sonido que producнa me tenнan casi en estado de trance.

Don Juan aflojу los mъsculos y me mirу. Al tocar me daba la espalda y encaraba el sureste, igual que yo; al relajarse me dio la cara.

‑No me mires cuando toco -dijo‑. Pero no vayas a cerrar los ojos. Por nada del mundo. Mira el suelo en­frente de ti y escucha.

Tensу de nuevo la cuerda y se puso a tocar. Mirй al suelo y me concentrй en el sonido. Nunca lo habнa oнdo en toda vida.

Me asustй mucho. La extraсa reverberaciуn llenу la caсada estrecha y empezу a resonar. De hecho, el sonido que don Juan producнa me llegaba como un eco desde el contorno de los muros de la caсada. Don Juan tambiйn debe haber notado eso, y aumentу la tensiуn de su cuerda. Aunque don Juan habнa cambiado totalmente el tono, el eco pareciу amainar, y luego concentrarse en un punto, hacia el sureste.

Don Juan redujo por grados la tensiуn de la cuerda, hasta que oн un apagado vibrar final. Metiу la cuerda en su morral y vino hacia mн. Me ayudу a incorporarme. Notй entonces que los mъsculos de mis brazos y piernas estaban tiesos, como piedras; me hallaba literalmente em­papado de sudor. No tenнa idea de haber transpirado a tal grado. Gotas de sudor caнan en mis ojos y los hacнan arder.

Don Juan casi me sacу a rastras del lugar. Tratй de decir algo, pero me puso la mano en la boca.

En vez de salir de la caсada por donde habнamos en­trado, don Juan dio un rodeo. Trepamos la ladera del monte y fuimos a dar a unos cerros muy lejos de la boca de la caсada.

Caminamos hacia la casa en silencio de tumba. Ya ha­bнa oscurecido cuando llegamos. Tratй nuevamente de ha­blar, pero don Juan volviу a taparme la boca.

No comimos ni encendimos la lбmpara de petrуleo. Don Juan puso mi petate en su cuarto y lo seсalу con la bar­billa. Interpretй el gesto como indicaciуn de que me acos­tara a dormir.

-Ya sй lo que te conviene hacer ‑me dijo don Juan apenas despertй la maсana siguiente‑. Vas a empezarlo hoy. No hay mucho tiempo, ya sabes.

Tras una pausa muy larga e incуmoda me sentн com­pelido a preguntarle:

‑їQuй me tenнa usted haciendo ayer en la caсada?

Don Juan riу como un niсo.

‑Nada mбs toquй al espнritu de ese ojo de agua ‑di­jo‑. A esa clase de espнritus hay que tocarlos cuando el ojo de agua estб seco, cuando el espнritu se ha retirado a la montaсa. Ayer, dijйramos, lo despertй de su sueсo. Pero no lo tomу a mal y seсalу tu direcciуn afortunada. Su voz vino de esa direcciуn.

Don Juan seсalу el sureste.

‑їQuй era la cuerda que usted tocу, don Juan?

‑Un cazador de espнritus.

‑їPuedo verlo?

‑No. Pero te harй uno. O mejor aun, tъ mismo te harбs el tuyo algъn dнa, cuando aprendas a ver.

‑їDe quй estб hecho, don Juan?

‑El mнo es un jabalн. Cuando tengas uno te darбs cuen­ta de que estб vivo y puede enseсarte los diversos sonidos de su gusto. Con prбctica, llegarбs a conocer tan bien a tu cazador de espнritus, que juntos harбn sonidos llenos de poder.

‑їPor quй me llevу usted a buscar el espнritu del ojo de agua, don Juan?

‑Eso lo sabrбs muy pronto.

 

A eso de las 11:30 a.m. nos sentamos bajo su ramada, donde йl preparу su pipa para que yo fumase.

Me dijo que me levantara cuando mi cuerpo estuviese totalmente adormecido; lo logrй con gran facilidad. Me ayudу a caminar un poco. Quedй sorprendido de mi control; pude dar dos vueltas a la ramada por mн mismo. Don Juan permanecнa junto a mн, pero sin guiarme ni apun­talarme. Luego, tomбndome por el brazo me llevу a la zanja de irrigaciуn. Me hizo sentar en el borde y me ordenу imperiosamente mirar el agua y no pensar en nada mбs.

Tratй de enfocar mi mirada en el agua, pero su movi­miento me distraнa. Mi mente y mis ojos empezaron a vagar a otros elementos del entorno inmediato. Don Juan me sacudiу la cabeza de arriba a abajo y me ordenу de nuevo mirar sуlo el agua y no pensar en absoluto. Dijo que quedarse viendo el agua mуvil era difнcil, y que ha­bнa que seguir tratando. Intentй tres veces, y en cada oca­siуn otra cosa me distrajo. Don Juan, con gran paciencia, me sacudнa la cabeza. Finalmente notй que mi mente y mis ojos se enfocaban en el agua; pese a su movimiento yo me sumergнa en la visiуn de su liquidez. El agua se alterу levemente. Parecнa mбs pesada, verde grisбcea pa­reja. Me era posible distinguir las ondas que hacнa al mo­verse. Eran ondulaciones extremadamente marcadas. Y en­tonces tuve de pronto la sensaciуn de no estar mirando una masa de agua mуvil sino una imagen del agua; lo que tenнa ante mis ojos era un segmento congelado del agua fluyen­te. Las ondas estaban inmуviles. Podнa mirar cada una. Luego empezaron a adquirir una fosforescencia verde, y una especie de niebla verde manу de ellas. La niebla se expandнa en ondas, y al moverse abrillantaba su verdor, hasta ser un brillo deslumbrante que todo lo cubrнa.

No sй cuбnto tiempo permanecн junto a la zanja. Don Juan no me interrumpiу. Me hallaba inmerso en el verde resplandor de la niebla. Podнa sentirlo en todo mi derre­dor. Me confortaba. No tenнa yo pensamientos ni sensa­ciones. Sуlo tenнa una tranquila percepciуn, la percepciуn de un verdor brillante y apaciguador.

Una gran frialdad y humedad fue lo siguiente de lo que tuve conciencia. Gradualmente me di cuenta de que esta­ba sumergido en la zanja. En cierto momento el agua se metiу en mi nariz, y la traguй y me hizo toser. Tenнa una molesta comezуn en la nariz, y estornudй repetidamente. Me puse en pie y soltй un estornudo tan fuerte que una ventosidad lo acompaсу. Don Juan aplaudiу riendo.

‑Si un cuerpo se pedorrea, es que estб vivo ‑dijo.

Me hizo seсa de seguirlo y caminamos a su casa.

Pensй quedarme callado. En cierto sentido, esperaba ha­llarme en un estado de бnimo solitario y hosco, pero real­mente no me sentнa cansado ni melancуlico. Me sentнa mбs bien alegre, y me cambiй de ropa muy rбpido. Em­pecй a silbar. Don Juan me mirу con curiosidad y fingiу sorprenderse; abriу la boca y los ojos. Su gesto era muy gracioso, y me reн bastante mбs de lo que venнa al caso.

‑Estбs medio loco ‑dijo, y riу mucho por su parte.

Le expliquй que no deseaba caer en el hбbito de sen­tirme malhumorado despuйs de usar su mezcla para fumar. Le dije que despuйs de que йl me sacу de la zanja de irri­gaciуn, durante mis intentos por encontrarme con el guar­diбn, yo habнa quedado convencido de que podrнa "ver" si me quedaba mirando el tiempo suficiente las cosas a mi alrededor.

Ver no es cosa de mirar y estarse quieto ‑dijo йl‑. Ver es una tйcnica que hay que aprender. O a lo mejor es una tйcnica que algunos de nosotros ya conocemos.

Me escudriсу como insinuando que yo era uno de quie­nes ya conocнan la tйcnica.

‑їTienes fuerzas para caminar? ‑preguntу.

Dije que me sentнa bien, lo cual era cierto. No tenнa hambre, aunque no habнa comido en todo el dнa. Don Juan puso en una mochila algo de pan y carne seca, me la dio y con la cabeza me hizo gesto de seguirlo.

‑їDуnde vamos? ‑preguntй.

Seсalу los cerros con un leve movimiento de cabeza. Nos encaminamos hacia la misma caсada donde estaba el ojo de agua, pero no entramos en ella. Don Juan tre­pу por las peсas a nuestra derecha, en la boca misma de la caсada. Ascendimos la ladera. El sol estaba casi en el horizonte. Era un dнa templado, pero yo sentнa calor y so­foco. Apenas podнa respirar.

Don Juan me llevaba mucha ventaja y tuvo que dete­nerse para que yo lo alcanzara. Dijo que me hallaba en pйsimas condiciones fнsicas y que acaso no era prudente ir mбs allб. Me dejу descansar como una hora. Seleccionу un peсasco liso, casi redondo, y me dijo que me acostara allн. Acomodу mi cuerpo sobre la roca. Me dijo que es­tirara brazos y piernas y los dejara colgar. Mi espalda se hallaba ligeramente arqueada y mi cuello relajado, asн que mi cabeza colgaba tambiйn. Me hizo permanecer en esa postura unos quince minutos. Luego me indicу descubrir mi regiуn abdominal. Eligiу cuidadosamente algunas ramas y hojas y las amontonу sobre mi vientre desnudo. Sentн una tibieza instantбnea en todo el cuerpo. Don Juan me tomу entonces por los pies y me dio vuelta hasta que mi cabeza apuntу hacia el sureste.

‑Vamos a llamar al espнritu йse del ojo de agua. ‑dijo.

Tratй de volver la cabeza para mirarlo. Me detuvo vi­gorosamente por el cabello y dijo que me encontraba en una posiciуn muy vulnerable y en una condiciуn terrible­mente dйbil y que debнa permanecer callado e inmуvil. Me habнa puesto en la barriga todas esas ramas especiales para protegerme, e iba a permanecer junto a mн por si acaso yo no podнa cuidarme solo.

Estaba de pie junto a la coronilla de mi cabeza, y gi­rando los ojos yo podнa verlo. Tomу su cuerda y la tensу y entonces se dio cuenta de que yo lo miraba con las pupilas casi hundidas en la frente. Me dio un coscorrуn seco y me ordenу mirar el cielo, no cerrar los ojos y concentrar­me en el sonido. Aсadiу, como recapacitando, que yo no debнa titubear en gritar la palabra que йl me habнa ense­сado si sentнa que algo venнa hacia mi.

Don Juan y su "cazador de espнritus" empezaron con un rasgueo de baja tensiуn. Fue aumentбndola lentamente, y empecй a oнr, primero, una especie de reverberaciуn, y luego un eco definido que llegaba constantemente de una direcciуn hacia el sureste. La tensiуn aumentу. Don Juan y su "cazador de espнritus" se hermanaban a la perfecciуn. La cuerda producнa una nota de tono bajo y don Juan la amplificaba, acrecentando su intensidad hasta que era un grito penetrante, un aullido de llamada. El remate fue un chillido ajeno, inconcebible desde el punto de vista de mi propia experiencia.

El sonido reverberу en las montaсas y volviу en eco hacia nosotros. Imaginй que venнa directamente hacia mн. Sentн que algo tenнa que ver con la temperatura de mi cuerpo. Antes de que don Juan iniciara sus llamados yo habнa sentido tibieza y comodidad, pero durante el punto mбs alto del clamor me entrу un escalofrнo; mis dientes castaсeteaban fuera de control y tuve en verdad la sensaciуn de que algo venнa a mн. En cierto punto notй que el cielo estaba muy oscuro. No me habнa dado cuenta del cielo aunque lo estaba mirando. Tuve un momento de pбnico in­tenso y gritй la palabra que don Juan me habнa enseсado.

Don Juan empezу inmediatamente a disminuir la ten­siуn de sus extraсos gritos, pero eso no me trajo ningъn alivio.

‑Tбpate los oнdos ‑murmurу don Juan, imperioso.

Los cubrн con mis manos. Tras algunos minutos don Juan cesу por entero y vino a mi lado. Despuйs de quitar de mi vientre las ramas y las hojas, me ayudу a levantarme y cuidadosamente las puso en la roca donde yo habнa ya­cido. Hizo con ellas una hoguera, y mientras ardнa frotу mi estуmago con otras hojas de su morral.

Me puso la mano en la boca cuando yo estaba a punto de decirle que tenнa una jaqueca terrible.

Nos quedamos allн hasta que todas las hojas ardieron. Ya habнa oscurecido bastante. Bajamos el cerro y volvн el estуmago.

 

Mientras caminбbamos a lo largo de la zanja, don Juan dijo que yo habнa hecho bastante y que no debнa que­darme. Le pedн explicar quй era el espнritu del ojo de agua, pero me hizo gesto de callar. Dijo que hablarнamos de eso algъn otro dнa, luego cambiу deliberadamente el tema y me dio una larga explicaciуn acerca de "ver". Dije que era lamentable no poder escribir en la oscuridad. Pa­reciу muy complacido y dijo que la mayor parte del tiem­po yo no prestaba atenciуn a lo que йl decнa a causa de mi decisiуn de escribirlo todo.

Hablу de "ver" como un proceso independiente de los aliados y las tйcnicas de la brujerнa. Un brujo era una per­sona que podнa dominar a un aliado y, en esa forma, ma­nipular para su propia ventaja el poder de un aliado, pero el hecho de que dominara un aliado no significaba que pudiera "ver". Le recordй que antes me habнa dicho que era imposible "ver" si no se tenнa un aliado. Don Juan repuso con mucha calma que habнa llegado a la conclusiуn de que era posible "ver" sin dominar un aliado. Sentнa que no habнa razуn para lo contrario, pues "ver" no tenнa nada en comъn con las tйcnicas manipulatorias de la bru­jerнa, que sуlo servнan para actuar sobre nuestros seme­jantes. Las tйcnicas de "ver", por otra parte, no tenнan efecto sobre los hombres.

Mis ideas eran muy claras. No experimentaba fatiga ni soсolencia ni tenнa ya malestar de estуmago, caminando con don Juan. Tenнa mucha hambre, y cuando llegamos a su casa me atragantй de comida.

Despuйs le pedн hablarme mбs sobre las tйcnicas de "ver". Sonriу ampliamente y dijo que yo era de nuevo yo mismo.

‑їCуmo es ‑dije‑ que las tйcnicas de ver no tienen ningъn efecto sobre nuestros semejantes?

‑Ya te dije ‑respondiу‑. Ver no es brujerнa. Pero es fбcil confundirnos, porque un hombre que ve puede aprender, en menos que te lo cuente, a manipular un aliado y puede hacerse brujo. O tambiйn, un hombre puede apren­der ciertas tйcnicas para dominar un aliado y asн hacerse brujo, aunque tal vez nunca aprenda a ver.

"Ademбs, ver es contrario a la brujerнa. Ver le hace a uno darse cuenta de la insignificancia de todo eso."

‑їLa insignificancia dй quй, don Juan?

‑La insignificancia de todo.

No dijimos nada mбs. Me sentнa muy calmado y ya no querнa hablar. Yacнa de espaldas sobre un petate. Habнa hecho una almohada con mi chaqueta. Me sentнa cуmodo y feliz y pasй horas escribiendo mis notas a la luz de la lбmpara de petrуleo.

De pronto don Juan hablу de nuevo.

‑Hoy estuviste muy bien ‑dijo‑. Estuviste muy bien en el agua. El espнritu del ojo de agua simpatiza contigo y te ayudу en todo momento.

Me di cuenta entonces de que habнa olvidado relatarle mi experiencia. Empecй a describir la forma en que habнa percibido el agua. No me dejу continuar. Dijo saber que yo habнa percibido una niebla verde.

Me sentн compelido a preguntar:

‑їCуmo sabнa usted eso, don Juan?

‑Te vi.

‑їQuй hice?

‑Nada, estuviste allн sentado mirando el agua, y por fin percibiste la neblina verde.

‑їFue eso ver?

‑No. Pero anduviste muy cerca. Te estбs acercando.


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 73 | Нарушение авторских прав


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