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Primera parte 4 страница

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‑Don Juan dice que hay un espнritu en el peyote ‑dijo Benigno.

‑Yo he visto peyote en el campo, pero jamбs he visto espнritus ni nada por el estilo ‑aсadiу Bajea.

‑Mescalito es tal vez como un espнritu ‑explicу don Juan‑. Pero lo que pueda ser no se aclara hasta que uno lo conoce. Esquere se queja de que llevo aсos diciendo esto. Pues, si. Pero no es culpa mнa que ustedes no en­tiendan. Bajea dice que quien lo toma se vuelve como ani­mal. Pues, yo no lo veo asн. Para mн, los que se creen por encima de los animales viven peor que los animales. Aquн estб mi nieto. Trabaja sin descanso. Yo dirнa que vive para trabajar, como una mula. Y lo ъnico que йl hace que no hace un animal es emborracharse.

Todos soltaron la risa. Vнctor, un hombre muy joven que parecнa hallarse aъn en la adolescencia, riу en un tono por encima de los demбs.

Eligio, un indio joven, no habнa pronunciado hasta en­tonces una sola palabra. Estaba sentado en el piso, a mi derecha, recargado contra unos costales de fertilizante quн­mico que se habнan apilado dentro de la casa para protegerlos de la lluvia. Era uno de los amigos de niсez de Lucio, mбs lleno de carnes y mejor formado. Eligio pa­recнa preocupado por las palabras de don Juan. Bajea in­tentaba dar una rйplica, pero Eligio lo interrumpiу.

‑їEn quй forma cambiarнa el peyote todo esto? ‑pre­guntу‑. A mн me parece que el hombre nace para tra­bajar toda la vida, como las mulas.

‑Mescalito cambia todo ‑dijo don Juan‑, pero toda­vнa tenemos que trabajar como todo el mundo, como mulas. Dije que habнa un espнritu en Mescalito porque algo como un espнritu es lo que produce el cambio en los hombres. Un espнritu que se ve y se toca, un espнritu que nos cam­bia, a veces aunque no queramos.

‑El peyote te vuelve loco ‑dijo Genaro‑, y entonces, claro, crees que has cambiado. їVerdad?

‑їCуmo puede cambiarnos? ‑insistiу Eligio.

‑Nos enseсa la forma correcta de vivir ‑dijo don Juan‑. Ayuda y protege a quienes lo conocen. La vida que ustedes llevan no es vida. No conocen la felicidad que viene de hacer las cosas a propуsito. ЎUstedes no tienen un protector!

‑їQuй quieres decir? -dijo Genaro con indignaciуn‑. Claro que tenemos. Nuestro Seсor Jesucristo, y nuestra madre la Virgen, y la Virgencita de Guadalupe. їNo son nuestros protectores?

‑ЎQuй buen hatajo de protectores! ‑dijo don Juan, burlуn‑, їA poco te han enseсado a vivir mejor?

‑Es que la gente no les hace caso ‑protestу Gena­ro‑; y sуlo le hacen caso al demonio.

‑Si fueran protectores de verdad, los obligarнan a es­cuchar ‑dijo don Juan‑. Si Mescalito se convierte en tu protector, tendrбs que escuchar quieras o no, porque pue­des verlo y tienes que hacer caso de lo que te diga. Te obligarб a acercarte a йl con respeto. No como ustedes estбn acostumbrados a acercarse a sus protectores ‑aclarу.

‑їQuй quieres decir, Juan? ‑preguntу Esquere.

‑Quiero decir que, para ustedes, acercarse a sus pro­tectores significa que uno de ustedes tiene que tocar el violнn, y un bailarнan tiene que ponerse su mбscara y sonajas y bailar, mientras todos ustedes beben. Tъ, Be­nigno, fuiste pascola; cuйntanos cуmo fue eso.

‑No mбs que tres aсos y despuйs lo dejй ‑dijo Be­nigno‑. Es trabajo duro.

‑Pregъntenle a Lucio ‑dijo Esquere, satнrico‑. ЎEse lo dejу en una semana!

Todos rieron, excepto don Juan. Lucio sonriу, aparen­temente apenado, y se tomу dos grandes tragos de bacanora.

‑No es duro, es estъpido ‑dijo don Juan‑. Pregъn­tenle a Valencio, el pascola, si goza de su baile. ЎPos no! Se acostumbrу, eso es todo. Yo llevo aсos de verlo bailar, y siempre veo los mismos movimientos mal hechos. No tiene orgullo de su arte, salvo cuando habla del baile. No le tiene cariсo, y por eso aсo tras aсo repite los mis­mos movimientos. Lo que su baile tenнa de malo al prin­cipio ya se hizo duro. Ya no lo puede ver.

‑Asн le enseсaron a bailar ‑dijo Eligio‑. Yo tam­biйn fui pascola, en el pueblo de Torim. Sй que hay que bailar como le enseсan a uno.

‑De todas maneras, Valencio no es el mejor pascola ‑dijo Esquere‑. Hay otros. їQuй tal Sacateca?

‑Sacateca es un hombre de conocimiento; no es de la misma clase que ustedes ‑dijo don Juan con severidad-. Ese baila porque йsa es la inclinaciуn de su naturaleza. Lo que yo querнa decir era sуlo que ustedes, que no son pasco­las, no gozan las danzas. Si el pascola es bueno, capaz, algunos de ustedes sacarбn placer. Pero no hay muchos de ustedes que sepan tanto de la danza de los pascolas; por eso ustedes se contentan con una alegrнa muy pinche. Por eso todos ustedes son borrachos. ЎMiren, ahн estб mi nieto!

‑ЎYa no le haga agьelo! ‑protestу Lucio.

‑No es flojo ni estъpido ‑prosiguiу don Juan‑, їpero quй mбs hace aparte de tomar?

‑ЎCompra chamarras de cuero! ‑observу Genaro, y todos los oyentes rieron a carcajadas.

‑їY cуmo va el peyote a cambiar eso? ‑preguntу Eligiу.

‑Si Lucio buscara al protector ‑dijo don Juan‑, su vida cambiarнa. No sй exactamente cуmo, pero estoy se­guro de que serнa distinta.

‑їO sea que dejarнa la bebida? ‑insistiу Eligio.

‑A lo mejor. Necesita algo mбs que tequila para tener una vida satisfecha. Y ese algo, sea lo que sea, puede que se lo dй el protector.

‑Entonces el peyote ha de ser muy sabroso ‑dijo Eligio.

‑Yo no dije eso ‑repuso don Juan.

‑їCуmo carajos lo va uno a disfrutar si no sabe bien? ‑dijo Eligio.

‑Lo hace a uno disfrutar mejor de la vida ‑dijo don Juan.

‑Pero si no sabe bien, їcуmo va a hacernos disfrutar mejor la vida? ‑persistiу Eligio‑. Esto no tiene ni pies ni cabeza.

‑Claro que tiene ‑dijo Genaro con convicciуn‑. El peyote te vuelve loco y naturalmente crees que estбs go­zando de la vida como nunca, hagas lo que hagas.

Todos rieron de nuevo.

‑Sн tiene sentido ‑prosiguiу don Juan, incуlume- ­cuando piensas lo poco que sabemos y lo mucho que hay por verse. El trago es lo que enloquece a la gente. Empaсa las imбgenes. Mescalito, en cambio, lo aclara todo. Te hace ver tan bien. ЎPero tan bien!

Lucio y Benigno se miraron y sonrieron como si hubiesen oнdo antes la historia. Genaro y Esquere se impacien­taron mбs y empezaron a hablar al mismo tiempo. Victor riу por encima de todas las otras voces. Eligio parecнa ser el ъnico interesado.

‑їCуmo puede el peyote hacer todo eso? ‑preguntу.

‑En primer lugar ‑explicу don Juan‑, debes tener el deseo de hacer su amistad, y creo que esto es lo mбs importante. Luego alguien tiene que ofrecerte a йl, y debes reunirte con йl muchas veces antes de poder decir que lo conoces.

‑їY quй pasa despuйs? ‑preguntу Eligio.

‑Te cagas en el techo con el culo en el suelo ‑inte­rrumpiу Genaro. El pъblico rugiу.

‑Lo que pasa despuйs depende por completo de ti ‑prosiguiу don Juan sin perder el control‑. Debes acu­dir a йl sin miedo y, poco a poco, йl te enseсarб cуmo vivir una vida mejor.

Hubo una larga pausa. Los hombres parecнan cansados. La botella estaba vacнa. Con obvia renuencia, Lucio abriу otra.

‑їEs tambiйn el peyote el protector de Carlos? ‑pre­guntу Eligio en tono de broma.

‑Yo no sй ‑dijo don Juan‑. Lo ha probado tres ve­ces; dile a йl que te cuente.

Todos se volvieron hacia mн con curiosidad, y Eligio preguntу:

‑їDe veras lo hiciste?

‑Si. Lo hice.

Al parecer, don Juan habнa ganado un asalto con su pъblico. Estaban interesados en oнr de mi experiencia, o bien eran demasiado corteses para reнrse en mi cara.

‑їNo te cortу la boca? ‑preguntу Lucio.

‑Si y tambiйn tenнa un sabor espantoso.

‑їEntonces por quй lo comiste? ‑preguntу Benigno. Empecй a explicar, en tйrminos elaborados, que para un occidental el conocimiento que don Juan tenнa del pe­yote era una de las cosas mбs fascinantes que podнan ha­llarse.

Aсadн luego que cuanto йl habнa dicho al respecto era cierto, y que cada uno de nosotros podнa verificarlo por sн mismo.

Advertн que todos sonreнan como ocultando su desdйn. Me puse muy incуmodo. Tenнa conciencia de mi torpeza para transmitir lo que realmente pensaba. Hablй un rato mбs, pero habнa perdido el нmpetu y sуlo repetн lo que ya don Juan habнa dicho. Don Juan acudiу en mi ayuda y preguntу en tono confortante:

‑Tъ no andabas buscando un protector cuando te en­contraste por vez primera a Mescalito, їverdad?

Les dije que yo no sabнa que Mescalito pudiera ser un protector, y que sуlo me movнan mi curiosidad y un gran deseo de conocerlo.

Don Juan reafirmу que mis intenciones habнan sido impecables, y dijo que a causa de ello Mescalito tuvo un efecto benйfico sobre mн.

‑Pero te hizo vomitar y orinar por todas partes, їno? ‑insistiу Genaro.

Le dije que, en efecto, me habнa afectado de tal manera. Todos rieron en forma contenida. Sentн que su desdйn hacia mн habнa crecido mбs aun. No parecнan interesados, con excepciуn de Eligio, que me observaba.

‑їQuй viste? ‑preguntу.

Don Juan me instу a narrarles todos, o casi todos, los detalles salientes de mis experiencias, de modo que des­cribн la secuencia y la forma de lo que habнa percibido. Cuando terminй de hablar, Lucio hizo un comentario.

‑Te sacу la... ЎQuй bueno que yo nunca lo he comido!

‑Es lo que les decнa ‑dijo Genaro a Bajea‑. Esa chingadera lo vuelve a uno loco.

‑Pero Carlos no estб loco ahora. їCуmo explicas eso? ‑preguntу don Juan a Genaro.

‑їY cуmo sabemos que no estб? ‑replicу Genaro.

Todos soltaron la risa, inclusive don Juan.

‑їTuviste miedo? ‑preguntу Benigno.

‑Claro que si.

‑їEntonces por quй lo hiciste? ‑preguntу Eligio.

‑Dijo que querнa saber ‑repuso Lucio en mi lugar‑. Yo creo que Carlos se estб volviendo como mi abuelo. Los dos han estado diciendo que quieren saber, pero nadie sabe quй carajos quieren saber.

‑Es imposible explicar eso ‑dijo don Juan a Eligio- ­porque es distinto para cada hombre. Lo ъnico que es igual para todos nosotros es que Mescalito revela sus se­cretos en forma privada a cada hombre. Porque yo sй como se siente Genaro, no le recomiendo que busque a Mesca­lito. Sin embargo, pese a mis palabras o a lo que йl siente, Mescalito podrнa crearle un efecto totalmente benйfico. Pero sуlo йl lo puede averiguar, y йse es el saber del que yo he estado hablando.

Don Juan se puso de pie.

‑Es hora de irse ‑dijo‑. Lucio estб borracho y Vнctor ya se durmiу.

 

Dos dнas despuйs, el 6 de septiembre, Lucio, Benigno y Eligio fueron a la casa donde yo me alojaba, para que sa­liйramos de cacerнa. Permanecieron en silencio un rato mientras yo seguнa escribiendo mis notas. Entonces Benig­no riу cortйsmente, como advertencia de que iba a decir algo importante.

Tras un embarazoso silencio, riу de nuevo y dijo:

‑Aquн Lucio dice que quiere comer peyote.

-їDe veras lo harнas? ‑preguntй.

‑Sн. Me da igual hacerlo o no hacerlo.

La risa de Benigno brotу a borbollones:

‑Lucio dice que йl come peyote si tъ le compras una motocicleta.

Lucio y Benigno se miraron y echaron a reнr.

‑їCuбnto cuesta una motocicleta en los Estados Uni­dos? ‑preguntу Lucio.

‑Probablemente la conseguirбs en cien dуlares -dije.

‑Eso no es mucho por allб, їverdad? Podrнas conse­guнrsela fбcilmente, їno? ‑preguntу Benigno.

‑Bueno, dйjame preguntarle primero a tu abuelo ‑dije a Lucio.

‑No, no ‑protestу‑. Ni se lo menciones. Lo va a echar todo a perder. Es bien raro. Y ademбs, estб muy viejo y muy chocho y no sabe lo que hace.

‑Antes era un brujo de los buenos ‑aсadiу Benig­no‑. Digo, de a de veras. En mi casa dicen que era el mejor. Pero se las dio de peyotero y acabу mal. Ahora ya estб muy viejo.

‑Y repite y repite las mismas pendejadas sobre el pe­yote ‑dijo Lucio.

‑Ese peyote es pura mierda ‑dijo Benigno‑. Sabes, lo probamos una vez. Lucio le sacу a su abuelo un costal entero. Una noche que нbamos al pueblo lo mascamos. ЎHijo de puta! me hizo pedazos la boca. ЎTenнa un sabor de la chingada!

‑їLo tragaron? ‑preguntй.

‑Lo escupimos ‑dijo Lucio‑, y tiramos todo el pin­che costal.

Ambos pensaban que el incidente era muy chistoso. Eligio, mientras tanto, no habнa dicho una palabra. Es­taba apartado, como de costumbre. Ni siquiera riу.

‑їA ti te gustarнa probarlo, Eligio? ‑preguntй.

‑No. Yo no. Ni por una motocicleta.

Lucio y Benigno hallaron la frase absolutamente chis­tosa y rugieron de nuevo.

‑Sin embargo ‑continuу Eligio‑, tengo que decir que don Juan me intriga.

‑Mi abuelo es demasiado viejo para saber nada ‑dijo Lucio con gran convicciуn.

‑Sн, es demasiado viejo ‑resonу Benigno.

La opiniуn que los dos jуvenes tenнan de don Juan me parecнa pueril e infundada. Sentн que era mi deber salir en defensa de su reputaciуn, y les dije que en mi opiniуn don Juan era entonces, como lo habнa sido antes, un gran brujo, tal vez incluso el mбs grande de todos. Dije que sentнa en йl algo en verdad extraordinario. Los instй a recordar que don Juan, teniendo mбs de setenta aсos, po­seнa mayor fuerza y energнa que todos nosotros juntos. Retй a los jуvenes a comprobarlo tratando de tomar por sorpresa a don Juan.

‑A mi abuelo nadie lo agarra desprevenido ‑dijo Lucio orgullosamente‑. Es brujo.

Le recordй que lo habнan llamado viejo y chocho, y que un viejo chocho no sabe lo que pasa en su derredor. Dije que la presteza de don Juan me habнa maravillado en re­petidas ocasiones.

‑Nadie puede tomar por sorpresa a un brujo, aunque sea viejo ‑dijo Benigno con autoridad‑. Lo que sн, pue­den caerle en montуn cuando estй dormido. Eso le pasу a un tal Cevicas. La gente se cansу de sus malas artes y lo matу.

Les pedн detalles de aquel evento, pero dijeron que habнa ocurrido aсos atrбs cuando eran aъn muy chicos. Eligio aсadiу que en el fondo la gente creнa que Cevicas habнa sido solamente un charlatбn, pues nadie podнa daсar a un brujo de verdad. Tratй de seguir interrogбndolos sobre sus opiniones acerca de los brujos. No parecнan tener mucho interйs en el tema; ademбs, estaban ansiosos de salir a disparar el rifle 22 que yo llevaba.

Guardamos silencio un rato mientras caminбbamos hacia el espeso chaparral; luego Eligio, que iba a la cabeza de la fila, se volviу a decirme:

‑A lo mejor los locos somos nosotros. A lo mejor don Juan tiene razуn. Mira nada mбs cуmo vivimos.

Lucio y Benigno protestaron. Yo intentй mediar. Apoyй a Eligiу y les dije que yo mismo habнa sentido algo errу­neo en mi manera de vivir. Benigno dijo que yo no tenнa motivo para quejarme de la vida; que tenнa dinero y co­che. Repuse que yo fбcilmente podrнa decir que ellos mismos estaban mejor porque cada uno poseнa un trozo de tierra. Respondieron al unнsono que el dueсo de su tierra era el banco ejidal. Les dije que yo tampoco era dueсo de mi coche, que el propietario era un banco ca­liforniano, y que mi vida era sуlo distinta a las suyas, pero no mejor. Para entonces ya estбbamos en los matorrales densos.

No hallamos venados ni jabalнes, pero cobramos tres lie­bres. Al regreso nos detuvimos en casa de Lucio y йl anunciу que su esposa harнa guisado de liebre. Benigno fue a la tienda a comprar una botella de tequila y a traer­nos refrescos. Cuando volviу, don Juan iba con йl.

‑їHallaste a mi agьelo tomando cerveza en la tienda? ‑preguntу Lucio, riendo.

‑No he sido invitado a esta reuniуn ‑dijo don Juan‑. Sуlo pasй a preguntarle a Carlos si siempre se va a Hermosillo.

Le dije que planeaba salir al dнa siguiente, y mientras hablбbamos Benigno distribuyу las botellas. Eligio dio la suya a don Juan, y como entre los yaquis rehusar algo, aun como cumplido, es una descortesнa mortal, don Juan la tomу en silencio. Yo di la mнa a Eligio, y йl se vio obligado a tomarla. Benigno, a su vez, me dio su botella. Pero Lucio, que obviamente habнa visualizado todo el es­quema de buenos modales yaquis, ya habнa terminado de beber su refresco. Se volviу a Benigno, que lucнa una ex­presiуn patйtica, y dijo riendo:

‑Te chingaron tu botella.

Don Juan dijo que йl nunca bebнa refresco y puso su botella en manos de Benigno. Quedamos en silencio, sen­tados bajo la ramada.

Eligio parecнa nervioso. Jugueteaba con el ala de su sombrero.

‑He estado pensando en lo que decнa usted la otra noche ‑dijo a don Juan‑. їCуmo puede el peyote cambiar nuestra vida? їCуmo?

Don Juan no respondiу. Mirу fijamente a Eligio duran­te un momento y luego empezу a cantar en yaqui. No era una canciуn propiamente dicha, sino una recitaciуn corta. Permanecimos largo rato sin hablar. Luego pedн a don Juan que me tradujese las palabras yaquis.

‑Eso fue solamente para los yaquis ‑dijo con na­turalidad.

Me sentн desanimado. Estaba seguro de que habнa dicho algo de gran importancia.

‑Eligio es indio ‑me dijo finalmente don Juan‑, y como indio, Eligio no tiene nada. Los indios no tenemos nada. Todo lo que ves por aquн pertenece a los yoris. Los yaquis sуlo tienen su ira y lo quй la tierra les ofrece libremente.

Nadie abriу la boca en bastante rato; luego don Juan se levantу y dijo adiуs y se fue. Lo miramos hasta que desapareciу tras un recodo del camino. Todos parecнamos estar nerviosos. Lucio nos dijo, deshilvanadamente, que su abuelo se habнa marchado porque detestaba el guisado de liebre. Eligio parecнa sumergido en pensamientos. Be­nigno se volviу hacia mн y dijo, fuerte:

‑Yo pienso que el Seсor los va a castigar a ti y a don Juan por lo que estбn haciendo.

Lucio empezу a reнr y Benigno se le uniу.

‑Ya te estбs haciendo el payaso, Benigno -dijo Eligio, sombrнo‑. Lo que acabas de decir no vale madre.

 

15 de septiembre, 1968

 

Eran las nueve de una noche de sбbado. Don Juan estaba sentado frente a Eligio en el centro de la ramada en casa de Lucio. Don Juan puso entre ambos su saco de botones de peyote y cantу meciendo ligeramente su cuerpo hacia atrбs y hacia adelante. Lucio, Benigno y yo nos hallбbamos cosa de metro y medio detrбs de Eligio, sentados con la espalda contra la pared. Al principio la oscuridad fue completa. Habнamos estado dentro de la casa, a la luz de la linterna de gasolina, esperando a don Juan. Al llegar, йl nos hizo salir a la ramada y nos dijo dуnde sentarnos. Tras un rato mis ojos se acostumbraron a lo oscuro. Pu­de ver claramente a todos. Advertн que Eligio parecнa aterrado. Su cuerpo entero temblaba; sus dientes casta­сeteaban en forma incontrolable. Sacudidas espasmуdicas de su cabeza y su espalda lo convulsionaban.

Don Juan le hablу diciйndole que no tuviera miedo y confiase en el protector y no pensara en nada mбs. Con ademбn despreocupado tomу un botуn de peyote, lo ofre­ciу a Eligio y le ordenу mascarlo muy despacio. Eligio gimiу como un perrito y retrocediу. Su respiraciуn era muy rбpida; sonaba como el resoplar de un fuelle. Se quitу el sombrero y se enjugу la frente. Se cubriу el rostro con las manos. Pensй que lloraba. Transcurriу un momen­to muy largo y tenso antes de que recuperara algъn do­minio de si. Enderezу la espalda y, aъn cubriйndose la cara con una mano, tomу el botуn de peyote y comenzу a mascarlo.

Sentн una aprensiуn tremenda. No habнa advertido, hasta entonces, que acaso me hallaba tan asustado como Eligio. Mi boca tenнa una sequedad similar a la que produce el peyote. Eligio mascу el botуn durante largo rato. Mi tensiуn aumentу. Empecй a gemir involuntariamente mientras mi respiraciуn se aceleraba.

Don Juan empezу a canturrear mбs alto; luego ofreciу otro botуn a Eligio y, cuando Eligio lo hubo terminado, le ofreciу fruta seca y le indicу mascarla poco a poco.

Eligio se levantу repetidas veces para ir a los matorra­les. En determinado momento pidiу agua. Don Juan le dijo que no la bebiera, que sуlo hiciese buches con ella.

Eligio masticу otros dos botones y don Juan le dio carne seca,

Cuando hubo mascado su dйcimo botуn, yo estaba casi enfermo de angustia.

De pronto, Eligio cayу hacia adelante y su frente gol­peу el suelo. Rodу sobre el costado izquierdo y se sacudiу convulsivamente. Mirй mi reloj. Eran las once y veinte. Eligio se sacudiу, se bamboleу y gimiу durante mбs de una hora, tirado en el suelo.

Don Juan mantuvo la misma posiciуn frente a йl. Sus canciones de peyote eran casi un murmullo. Benigno, sen­tado a mi derecha, parecнa distraнdo; Lucio, junto a йl, se habнa dejado caer de lado y roncaba.

El cuerpo de Eligio se contrajo a una posiciуn retorcida. Yacнa sobre el costado izquierdo, de frente hacia mн, con las manos entre las piernas. Dio un poderoso salto y se volviу sobre la espalda, con las piernas ligeramente curva­das. Su mano izquierda se agitaba hacia afuera y hacia arriba con un movimiento libre y elegante en extremo. La mano derecha repitiу el mismo diseсo, y luego ambos brazos alternaron en un movimiento lento, ondulante, pa­recido al de un arpista. El movimiento se hizo gradual­mente mбs vigoroso. Los brazos tenнan una vibraciуn perceptible y subнan y bajaban como pistones. Al mismo tiempo, las manos giraban hacia adelante, desde la mu­сeca, y los dedos se agitaban. Era un espectбculo bello, armonioso, hipnуtico. Pensй que su ritmo y su dominio muscular estaban mбs allб de toda comparaciуn.

Entonces Eligio se levantу despacio, como si se estirara contra una fuerza envolvente. Su cuerpo temblaba. Se sentу en cuclillas y luego empujу hasta quedar erecto. Sus brazos, tronco y cabeza vibraban como si los atravesase una corriente elйctrica intermitente. Era como si una fuer­za ajena a su control lo asentara o lo impulsase hacia arriba.

El canto de don Juan se hizo muy fuerte. Lucio y Be­nigno despertaron y miraron sin interйs la escena durante un rato y luego volvieron a dormirse.

Eligio parecнa moverse hacia arriba. Al parecer estaba escalando. Ahuecaba las manos para agarrarse a objetos mбs allб de mi visiуn. Se empujу hacia arriba e hizo una pausa para recuperar el aliento.

Queriendo ver sus ojos me acerquй mбs a йl, pero don Juan me mirу con fiereza y retrocedн a mi puesto.

Entonces Eligio saltу. Fue un salto formidable, defini­tivo. Al parecer, habнa llegado a su meta. Resoplaba y sollozaba con el esfuerzo. Parecнa asido a un borde. Pero algo iba alcanzбndolo. Chillу desesperado. Sus manos se aflojaron y empezу a caer. Su cuerpo se arqueу hacia atrбs, y un hermosнsimo escarceo coordinado lo convulsio­nу de la cabeza a los pies. La oleada lo atravesу unas cien veces antes de que su cuerpo se desplomara como un costal sin vida.

Tras un rato extendiу los brazos hacia el frente, como protegiendo su rostro. Mientras yacнa sobre el pecho, sus piernas se estiraron hacia atrбs; estaban arqueadas a unos centнmetros del suelo, dando al cuerpo la apariencia exac­ta de deslizarse o volar a una velocidad increнble. La cabeza estaba arqueada hacia atrбs, a todo lo que daba; los brazos unidos sobre los ojos, escudбndolos. Podнa yo sentir el viento silbando en torno suyo. Boqueй y di un fuerte grito involuntario. Lucio y Benigno despertaron y miraron con curiosidad a Eligio.

‑Si me compras una moto, lo masco ahorita -dijo Lucio en voz alta.

Mirй a don Juan. El hizo un gesto imperativo con la cabeza.

‑ЎHijo de puta! ‑mascullу Lucio, y volviу a dor­mirse.

Eligio se puso en pie y echу a andar. Dio unos pasos hacia mн y se detuvo. Pude verlo sonreнr con una expre­siуn beatнfica. Tratу de silbar. El sonido no era claro, pero tenнa armonнa. Era una tonada. Constaba solamente de un par de barras, repetidas una y otra vez. Tras un rato el silbido se hizo nнtidamente audible, y luego se con­virtiу en una melodнa aguda. Eligio murmuraba palabras ininteligibles. Las palabras parecнan ser la letra de la tona­da. La repitiу durante horas. Una canciуn muy sencilla: repetitiva, monуtona, pero extraсamente bella.

Al cantar, Eligio parecнa estar mirando algo. En cierto momento se acercу mucho a mн. Vi unos ojos en la semi­oscuridad. Estaban vidriosos, transfigurados. Sonriу y soltу una risita. Caminу y tomу asiento y caminу de nuevo, gru­сendo y suspirando.

De repente, algo pareciу haberlo empujado desde atrбs Su cuerpo se arqueу por enmedio, como movido por una fuerza directa. En determinado instante, Eligio estaba equi­librado sobre la punta de los pies, formando un cнrculo casi completo, sus manos tocando el suelo. Cayу de nue­vo, suavemente, sobre la espalda, y se extendiу a todo su largo adquiriendo una rigidez extraсa.

Gimoteу y gruсу durante un rato, luego empezу a roncar. Don Juan lo cubriу con unos sacos de arpillera.

Eran las 5:35 AM.

 

Lucio y Benigno dormнan hombro contra hombro, recarga­dos en la pared. Don Juan y yo estuvimos callados largo rato. El se veнa fatigado. Rompн el silencio y le preguntй por Eligiу. Me dijo que el encuentro de Eligio con Mes­calito habнa tenido un йxito excepcional; Mescalito le habнa enseсado una canciуn en su primer encuentro y eso era ciertamente extraordinario.

Le preguntй por quй no habнa dejado a Lucio tomar peyote a cambio de una motocicleta. Dijo que Mescalito habrнa matado a Lucio si йste se le hubiera acercado bajo tales condiciones. Don Juan admitiу haber preparado todo cuidadosamente para convencer a su nieto; me dijo que habнa contado con mi amistad con Lucio como parte central de su estrategia. Dijo que Lucio habнa sido siem­pre su gran preocupaciуn, y que en una йpoca ambos vivieron juntos y estaban muy unidos, pero Lucio enfermу gravemente a los siete aсos y el hijo de don Juan, catу­lico devoto, prometiу a la Virgen de Guadalupe que Lucio ingresarнa en una sociedad sagrada de danzantes si su vida se salvaba. Lucio se recobrу y fue obligado a cumplir el juramento. Durу una semana como aprendiz, y luego se resolviу a romper el voto. Pensу que morirнa a resultas de esto, templу su бnimo y durante un dнa entero esperу la llegada de la muerte. Todo el mundo se burlу del niсo y el incidente jamбs se olvidу.

Don Juan pasу largo rato sin hablar. Parecнa haber sido cubierto por un mar de pensamientos.

‑Mi trampa era para Lucio ‑dijo‑ y en vez de йl hallй a Eligio. Yo sabнa que no tenнa caso, pero cuando se quiere a alguien debemos insistir como se debe, como si fuera posible rehacer a los hombres. Lucio tenнa valor cuando era niсo, y luego lo perdiу a lo largo del camino,

‑їNo puede usted embrujarlo, don Juan?

‑їEmbrujarlo? їPara quй?

‑Para que cambie y recobre su valor.

‑La brujerнa no se usa para dar valor. El valor es algo personal. La brujerнa es para volver a la gente inofensiva o enferma o tonta. No se embruja para hacer guerreros. Para ser guerrero hay que ser claro como el cristal, igual que Eligio. ЎAhн tienes a un hombre de valor!

Eligio roncaba apaciblemente bajo los costales. Despun­taba el dнa. El cielo era de un azul impecable. No habнa nubes a la vista.

‑Darнa cualquier cosa en este mundo ‑dije‑ por saber del viaje de Eligio. їSe opondrнa usted a que yo le pidiera que me lo contara?

‑ЎBajo ninguna circunstancia debes pedirle eso!

‑їPor quй no? Yo le cuento a usted mis experiencias.

‑Eso es distinto. No es tu inclinaciуn guardarte las cosas para ti solo. Eligio es indio. Su viaje es todo lo que tiene. Ojalб hubiera sido Lucio.

‑їNo hay nada que pueda usted hacer, don Juan?

‑No. Por desgracia, no hay manera de hacerles huesos a las aguamalas. Fue sуlo mi desatino.

Saliу el sol. Su luz empaсу mis ojos cansados.

‑Me ha dicho usted muchas veces, don Juan, que un brujo no puede permitirse desatinos. Jamбs pensй que tuviera usted alguno.

Don Juan me mirу con ojos penetrantes. Se levantу, mirу a Eligio y luego a Lucio. Se encajу el sombrero en la cabeza, palmeбndolo en la copa.

‑Es posible insistir, insistir como es debido, aunque sepamos que lo que hacemos no tiene caso ‑dijo, sonrien­do‑. Pero primero debemos saber que nuestros actos son inъtiles, y luego proceder como si no lo supiйramos. Eso es el desatino controlado de un brujo.

 

V

 

El 5 de octubre de 1968 regresй a casa de don Juan con el ъnico propуsito de interrogarlo sobre los hechos en torno a la iniciaciуn de Eligio. Al releer el recuento de lo que tuvo lugar entonces, se me habнa ocurrido una serie de dudas casi interminables. Como buscaba expli­caciones muy precisas, preparй de antemano una lista de preguntas, eligiendo cuidadosamente las palabras mбs ade­cuadas.


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 70 | Нарушение авторских прав


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