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Primera parte 2 страница

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-ЎQuй conocimiento lнrico ni quй la chingada! ‑excla­mу don Juan cuando hube narrado el incidente completo‑. Vicente es brujo. їPor quй fuiste a verlo?

Le recordй que йl mismo me habнa pedido visitar a don Vicente.

‑ЎEso es absurdo! ‑exclamу con dramatismo‑. Te dije: algъn dнa, cuando sepas ver, has de visitar a mi ami­go Vicente; eso fue lo que dije. Por lo visto no me escuchaste.

Repuse que no veнa daсo alguno en haber conocido a don Vicente; que sus modales y su amabilidad me encan­taron.

Don Juan meneу la cabeza de lado a lado y, medio en broma, expresу su perplejidad ante lo que llamу mi "des­concertante buena suerte". Dijo que mi visita a don Vicente habнa sido como entrar en el cubil de un leуn armado con una ramita. Don Juan parecнa agitado, pero no me era po­sible ver motivo alguno para su preocupaciуn. Don Vicente era una bella persona. Se veнa muy frбgil; sus ojos extra­сamente obsesionantes le daban un aspecto casi etйreo. Pre­guntй a don Juan cуmo podнa resultar peligrosa una persona asн de bella.

‑Eres un idiota ‑respondiу, y durante un momento su rostro se hizo severo‑. El por sн solo no te causarнa nin­gъn daсo. Pero el conocimiento es poder, y una vez que un hombre emprende el camino del conocimiento ya no es res­ponsable de lo que pueda pasarle a quienes entran en con­tacto con йl. Deberнas haberlo visitado cuando supieras lo bastante para defenderte; no de йl, sino del poder que йl ha enganchado, que, dicho sea de paso, no es suyo ni de nadie. Al oнr que tъ me conocнas, Vicente supuso que sabнas protegerte y te hizo un regalo. Por lo visto le caнste bien y te ha de haber hecho un gran regalo, y tъ lo perdiste. ЎQuй lбstima!

 

24 de mayo, 1968

 

Llevaba yo casi todo el dнa acosando a don Juan para que me hablase del regalo de don Vicente. Le habнa seсalado, en distintas formas, que йl debнa tener en cuenta nuestras diferencias; lo que para йl resultaba evidente podнa ser enteramente incomprensible para mн.

‑їCuбntas plantas te dio? ‑preguntу por fin.

Dije que cuatro, pero de hecho no recordaba. Luego don Juan quiso saber con exactitud quй habнa ocurrido entre que dejй a don Vicente y me detuve al lado del camino. Pero tampoco me acordaba de eso.

‑El nъmero de plantas es importante, y tambiйn el orden de los hechos ‑dijo‑. їCуmo voy a decirte quй era el regalo si no recuerdas lo que pasу?

Luchй, sin йxito, por visualizar la secuencia de eventos.

‑Si recordaras todo lo que pasу ‑dijo don Juan‑, yo podrнa al menos decirte cуmo desperdiciaste tu regalo.

Don Juan parecнa muy inquieto. Me instу con impacien­cia a acordarme, pero mi memoria era un blanco casi total.

‑їQuй cree usted que hice mal, don Juan? ‑dije, sуlo para prolongar la conversaciуn.

‑Todo.

‑Pero seguн las instrucciones de don Vicente al pie de la letra.

-їY quй? їNo entiendes que seguir sus instrucciones carecнa de sentido?

‑їPor quй?

‑Porque esas instrucciones estaban hechas para alguien capaz de ver, y no para un idiota que por pura suerte saliу con vida. Fuiste a ver a Vicente sin estar preparado.

“Le caнste bien y te hizo un regalo. Y ese regalo pudo fбcil­mente haberte costado la vida.

‑їPero por quй me dio algo tan serio? Si es brujo, debiу haber sabido que yo no sй nada,

‑No, no podнa haber visto eso. Tъ apareces como si supieras, pero en realidad no sabes gran cosa.

Declarй mi sincera convicciуn de no haber dado nunca, al menos a propуsito, una imagen falsa de mн mismo.

‑Yo no decнa eso ‑repuso‑. Si te hubieras dado aires, Vicente habrнa visto tu juego. Esto es algo peor que darse aires. Cuando yo te veo, te me apareces como si supieras mucho, y sin embargo yo sй que no sabes.

‑їQuй es lo que parezco saber, don Juan?

‑Secretos de poder, por supuesto; el conocimiento de un brujo. Asн que cuando Vicente te vio te hizo un regalo, y tъ hiciste con йl lo que hace un perro con la comida cuando tiene la panza llena. Un perro se orina en la co­mida cuando ya no quiere comer mбs, para que no se la coman otros perros. Tъ hiciste lo mismo con el regalo. Aho­ra nunca sabremos quй ocurriу en verdad. Has perdido muchнsimo. ЎQuй desperdicio!

Estuvo callado un tiempo; luego alzу los hombros y sonriу.

‑Es inъtil quejarse ‑dijo‑, pero es difнcil no que­jarse. Los regalos de poder ocurren muy rara vez en la vida; son ъnicos y preciosos. Mнrame a mн, por ejemplo; nadie me ha hecho nunca un regalo de йsos. Que yo sepa, a muy poca gente le ha tocado tal cosa. Perder algo asн de ъnico es una vergьenza.

‑Entiendo lo que quiere usted decir, don Juan ‑dije‑. їHay algo que yo pueda hacer ahora para salvar el regalo?

Riу y repitiу varias veces: "Salvar el regalo."

‑Eso suena bien ‑dijo‑. Me gusta. Pero no hay nada que pueda hacerse para salvar tu regalo.

 

25 de mayo, 1968

 

Este dнa, don Juan empleу casi todo su tiempo en mostrar­me cуmo armar trampas sencillas para animales pequeсos. Estuvimos cortando y limpiando ramas durante la mayor parte de la maсana. Yo tenнa muchas preguntas en mente. Tratй de hablarle mientras trabajбbamos, pero йl lo tomу en chiste y dijo que, de nosotros dos, sуlo yo podнa mover manos y boca al mismo tiempo. Finalmente nos sentamos a descansar y soltй una pregunta.

‑їCуmo es ver, don Juan?

‑Para saber eso tienes que aprender a ver. Yo no puedo decнrtelo.

‑їEs un secreto que yo no deberнa saber?

‑No. Es nada mбs que no puedo describirlo.

‑їPor quй?

‑No tendrнa sentido para ti.

‑Haga usted la prueba, don Juan. Quizб lo tenga.

‑No. Tienes que hacerlo tъ solo. Una vez que aprendas, puedes ver cada cosa del mundo en forma diferente.

‑Entonces, don Juan, usted ya no ve el mundo en la forma acostumbrada.

‑Veo de los dos modos. Cuando quiero mirar el mun­do lo veo como tъ. Luego, cuando quiero verlo, lo miro como yo sй y lo percibo en forma distinta.

‑їSe ven las cosas del mismo modo cada vez que usted las ve?

‑Las cosas no cambian. Uno cambia la forma de verlas, eso es todo.

‑Quiero decir, don Juan, que si usted, por ejemplo, ve el mismo бrbol, їsigue siendo el mismo cada vez que usted lo ve?

‑No. Cambia, y sin embargo es el mismo,

‑Pero si el mismo бrbol cambia cada vez que usted lo ve, el ver puede ser una simple ilusiуn.

Riу y estuvo un rato sin responder; parecнa estar pen­sando. Por fin dijo:

‑Cuando tъ miras las cosas no las ves. Sуlo las miras, yo creo que para cerciorarte de que algo estб allн. Como no te preocupa ver, las cosas son bastante lo mismo cada vez que las miras. En cambio, cuando aprendes a ver, una cosa no es nunca la misma cada vez que la ves, y sin embar­go es la misma. Te dije, por ejemplo, que un hombre es como un huevo. Cada vez que veo al mismo hombre veo un huevo, pero no es el mismo huevo.

‑Pero no podrб usted reconocer nada, pues nada es lo mismo, asн que їcuбl es la ventaja de aprender a ver?

‑Puedes distinguir una cosa de otra. Puedes verlas como realmente son.

‑їNo veo yo las cosas como realmente son?

‑No. Tus ojos sуlo han aprendido a mirar. Por ejem­plo, esos tres que te encontraste. Me los describiste en detalle, y hasta me dijiste quй ropa llevaban. Y eso sola­mente me demostrу que no los viste para nada. Si fueras capaz de ver habrнas sabido en el acto que no eran gente.

‑їNo eran gente? їQuй eran?

‑No eran gente, eso es todo.

‑Pero eso es imposible. Eran exactamente como usted o como yo.

‑No, no eran. Estoy seguro.

Le preguntй si eran fantasmas, espнritus, o almas de di­funtos. Su respuesta fue que ignoraba lo que eran fantas­mas, espнritus y almas.

Le traduje la definiciуn que el New World Dictionary de Webster asigna a la palabra fantasma: "El supuesto espнritu desencarnado de una persona muerta que, segъn se concibe, aparece a los vivos como una apariciуn pбlida, penumbrosa." Y luego la definiciуn de espнritu: "Un ser sobrenatural, especialmente uno al que se considera... fantasma, o habitante de cierta regiуn, poseedor de cierto carбcter (bueno o malo)."

Dijo que tal vez podrнa llamбrseles espнritus, aunque la definiciуn del diccionario no era muy adecuada para des­cribirlos.

‑їSon alguna especie de guardianes? ‑preguntй.

‑No. No guardan nada.

‑їSon cuidadores? їNos estбn vigilando?

‑Son fuerzas, ni buenas ni malas; sуlo fuerzas que un brujo aprende a ponerles rienda.

‑їSon esos los aliados, don Juan?

‑Sн, son los aliados de un hombre de conocimiento.

Esta era la primera vez, en los ocho aсos de nuestra relaciуn, que don Juan se habнa acercado a una definiciуn de "aliado". Debo habйrselo pedido docenas de veces. Por lo general ignoraba mi pregunta, diciendo que yo sabнa quй era un aliado y que resultaba estъpido definir lo que yo ya sabнa. La declaraciуn directa de don Juan sobre la naturaleza de los aliados era toda una novedad, y me vi compelido a aguijarlo.

‑Usted me dijo que los aliados estaban en las plantas ‑dije‑, en el toloache y en los hongos.

‑Jamбs te he dicho tal cosa ‑dijo con gran convic­ciуn‑. Tъ siempre sales con tus propias conclusiones.

‑Pero lo escribн en mis notas, don Juan.

‑Puedes escribir lo que se te dй la gana, pero no me salgas con que dije eso.

Le recordй que, en un principio, me habнa dicho que el aliado de su benefactor era el toloache y que el suyo propio era el humito, y que mбs tarde habнa aclarado di­ciendo que el aliado se hallaba contenido en cada planta.

‑No. Eso no es correcto ‑dijo, frunciendo el entrece­jo‑. Mi aliado es el humito, pero eso no significa que mi aliado estй en la mezcla de fumar, o en los hongos, o en mi pipa. Todos tienen que juntarse para poder llevar­me con el aliado, y a ese aliado le digo humito por razones propias.

Don Juan dijo que las tres personas que habнa encon­trado, a quienes llamу "los que no son gente" eran en realidad los aliados de don Vicente.

Le recordй su premisa de que la diferencia entre un aliado y Mescalito era que un aliado no podнa verse, mien­tras que resultaba fбcil ver a Mescalito.

Entonces nos metimos en una larga discusiуn. El dijo haber establecido la idea de que un aliado no podнa verse porque adoptaba cualquier forma. Cuando seсalй que en una ocasiуn me habнa dicho que Mescalito tambiйn adop­taba cualquier forma, don Juan desistiу de la conversaciуn, diciendo que el "ver" al cual se referнa no era el ordinario "mirar las cosas" y que mi confusiуn nacнa de mi insisten­cia en hablar.

 

Horas mбs tarde, йl mismo reiniciу el tema de los aliados. Sintiйndolo algo molesto por mis preguntas, yo no lo habнa presionado mбs. Estaba enseсбndome cуmo hacer una tram­pa para conejos; yo debнa sostener una vara larga y doblarla lo mбs posible, para que йl atara un cordel en torno a los extremos. La vara era bastante delgada, pero aъn asн se requerнa fuerza considerable para doblarla. La cabeza y los brazos me vibraban a causa del esfuerzo, y me hallaba casi agotado cuando йl atу por fin el cordel.

Nos sentamos y empezу a hablar. Dijo que obviamente yo no podнa comprender nada a menos que hablase de ello, y que mis preguntas no lo molestaban e iba a hablarme de los aliados.

‑El aliado no estб en el humo ‑dijo‑. El humo te lleva adonde estб el aliado, y cuando te haces uno con el aliado ya no tienes que volver a fumar. De allн en adelan­te puedes convocar a tu aliado cuantas veces quieras, y hacer que haga lo que se te antoje.

"Los aliados no son buenos ni malos; los brujos los usan para cualquier propуsito que les convenga. A mi me gusta el humito como aliado porque no me exige gran cosa. Es constante y justo."

‑їQuй aspecto tiene para usted un aliado, don Juan? Por ejemplo, esas tres personas que vi, que me parecieron gente comъn, їquй habrнan parecido para usted?

‑Habrнan parecido gente comъn.

‑їEntonces cуmo los distingue usted de la gente de verdad?

‑Los que son de verdad gente aparecen como huevos lu­minosos cuando uno los ve. Los que no son gente aparecen siempre como gente. A eso me referнa cuando dije que no hay manera de ver a un aliado. Los aliados adoptan formas diversas. Parecen perros, coyotes, pбjaros, hasta huizaches, o lo que sea. La ъnica diferencia es que, cuando los ves, aparecen asн como lo que estбn fingiendo ser. Todo tiene su modo de ser, cuando uno ve. Igual que los hombres se ven como huevos, las otras cosas se ven como algo mбs, pero los aliados nada mбs pueden verse en la forma que estбn tratando de ser. Esa forma es lo bastante buena para engaсar a los ojos; digo, a nuestro ojos. A un perro jamбs lo engaсan, ni a un cuervo.

‑їPor quй quieren engaсarnos?

‑Creo que los engaсados somos nosotros. Nos hacemos tontos solos. Los aliados nada mбs adoptan la apariencia de lo que haya por ahн y entonces nosotros los tomamos por lo que no son. No es culpa suya que sуlo hayamos ense­сado a nuestros ojos a mirar las cosas.

‑No tengo clara la funciуn de los aliados, don Juan. їQuй hacen en el mundo?

‑Eso es como si me preguntaras quй hacemos nosotros los hombres en el mundo. Palabra que no sй. Aquн esta­mos, eso es todo. Y los aliados estбn aquн como nosotros, y a lo mejor estuvieron antes de nosotros.

‑їCуmo antes de nosotros, don Juan?

‑Nosotros los hombres no siempre hemos estado aquн.

‑їQuiere usted decir aquн en este paнs o aquн en el mundo?

En este punto nos metimos en otro largo debate. Don Juan dijo que para йl sуlo habнa el mundo, el sitio donde asentaba sus pies. Le preguntй cуmo sabнa que no siempre habнamos estado en el mundo.

‑Muy sencillo ‑dijo‑. Los hombres sabemos muy poco del mundo. Un coyote sabe mucho mбs que nosotros. A un coyote casi nunca lo engaсa la apariencia del mundo.

‑їY entonces cуmo podemos atraparlos y matarlos? ‑preguntй‑. Si las apariencias no los engaсan, їcуmo es que mueren tan fбcilmente?

Don Juan se me quedу mirando hasta incomodarme.

‑Podemos atrapar o envenenar o balacear a un coyote ‑dijo‑. En cualquier forma que lo hagamos, un coyote es presa fбcil para nosotros porque no estб al tanto de las maquinaciones del hombre. Pero si el coyote sobrevive, pue­des tener la seguridad de que jamбs volveremos a darle alcance. Un buen cazador sabe eso y nunca pone su tram­pa dos veces en el mismo sitio, porque si un coyote muere en una trampa todos los demбs coyotes ven su muerte, que se queda allн, y evitan la trampa o hasta el rumbo donde la pusieron. Nosotros, en cambio, jamбs vemos la muerte que se queda en el sitio donde uno de nuestros seme­jantes muere; tal vez lleguemos a sospecharla, pero nunca la vemos.

‑їPuede un coyote ver a un aliado?

‑Claro.

‑їQuй parece un aliado para un coyote?

‑Tendrнa yo que ser coyote para saber eso. Puedo decir­te, sin embargo, que para un cuervo parece un sombrero puntiagudo. Redondo y ancho por abajo, terminado en una punta larga. Algunos brillan, pero la mayorнa son opacos y parecen muy pesados, parecen un trozo de tela empapado de agua. Son formas imponentes.

‑їCуmo quй aparecen cuando usted los ve, don Juan?

‑Ya te dije: aparecen como lo que estйn fingiendo ser. Toman el tamaсo y la forma que les acomoda. Pueden ser piedritas o montaсas.

‑їHablan, rнen, o hacen algъn ruido?

‑Entre hombres se portan como hombres. Entre ani­males se portan como animales. Los animales suelen tener­les miedo, pero si estбn acostumbrados a ver aliados, los dejan en paz. Nosotros mismos hacemos algo parecido. Tenemos montones de aliados entre nosotros, pero no los molestamos. Como nuestros ojos sуlo pueden mirar las cosas, no los advertimos.

‑їQuiere usted decir que algunas de las personas que veo en la calle no son en realidad gente? ‑preguntй, autйn­ticamente desconcertado por su aseveraciуn.

‑Algunas no lo son ‑dijo con йnfasis.

Su afirmaciуn me parecнa descabellada, pero no me era posible concebir seriamente que don Juan dijera una cosa asн sуlo por efectismo. Le dije que me sonaba a un cuento de ciencia ficciуn sobre seres de otro planeta. Dijo que no le importaba cуmo sonara, pero que alguna gente en la calle no era gente.

‑їPor quй debes pensar que cada persona en una multi­tud en movimiento es un ser humano? ‑preguntу con aire de seriedad extrema.

No me era posible, en verdad, explicar por quй; sуlo que me hallaba habituado a creerlo como un acto de fe pura por mi parte.

Don Juan siguiу diciendo cuбnto le gustaba observar sitios ajetreados, con mucha gente, y cуmo a veces veнa una multitud de seres que parecнan huevos, y entre la masa de criaturas oviformes localizaba una que tenнa todas las apariencias de una persona.

‑Se goza mucho haciendo eso ‑dijo, riendo‑, o al menos yo lo disfruto. Me gusta sentarme en parques y en terminales y observar. A veces localizo en el acto a un alia­do; otras veces sуlo puedo ver gente de verdad. Una vez vi dos aliados sentados en un autobъs, lado a lado. Esa es la ъnica vez en mi vida que he visto dos juntos.

‑їTenнa algъn sentido especial que viera usted dos?

‑Claro. Todo lo que hacen tiene sentido. De sus accio­nes un brujo puede, a veces, sacar su poder. Aunque un brujo no tenga aliado propio, mientras sepa ver puede ma­nejar el poder observando las acciones de los aliados. Mi benefactor me enseсу a hacerlo, y durante aсos, antes de tener mi propio aliado, buscaba yo aliados entre las multi­tudes, y cada vez que veнa uno eso me enseсaba algo. Tъ hallaste tres juntos. Quй magnнfica lecciуn desperdiciaste.

No dijo nada mбs hasta que hubimos acabado de armar la trampa para conejos. Entonces se volviу hacia mн y dijo sъbitamente, como si acabara de recordarlo, que otra cosa importante de los aliados era que, si uno hallaba dos juntos, siempre eran dos de la misma clase. Los dos aliados que йl vio eran dos hombres, dijo, y como yo habнa visto dos hombres y una mujer, concluyу que mi experiencia era aъn mбs insуlita.

Le preguntй si los aliados podнan fingirse niсos; si los niсos podнan ser del mismo sexo o de diferentes; si los alia­dos fingнan gente de diversas razas; si podнan simular una familia compuesta de hombre, mujer e hijo, y por fin le preguntй sн habнa visto alguna vez a un aliado manejar un coche o un autobъs.

Don Juan no respondiу en absoluto. Sonriу y me dejу hablar. Al oнr mi ъltima pregunta se echу a reнr y dijo que me estaba yo descuidando, que habrнa sido mбs propio pre­guntarle si habнa visto a un aliado manejar un vehнculo de motor.

‑No querrбs olvidar las motocicletas, їverdad? -dijo con un brillo malicioso en la mirada.

Su burla de mis preguntas me pareciу graciosa y ligera, y reн junto con йl.

Luego explicу que los aliados no podнan tomar la inicia­tiva ni actuar directamente sobre nada; podнan, sin embar­go, actuar sobre el hombre en forma indirecta. Don Juan dijo que entrar en contacto con un aliado era peligroso por­que el aliado podнa sacar lo peor de una persona. El apren­dizaje era largo y arduo, dijo, porque habнa que reducir al mнnimo todo lo superfluo en la vida de uno, con el fin de soportar el impacto de tal encuentro. Don Juan dijo que su benefactor, la primera vez que entrу en contacto con un aliado, fue impelido a quemarse y quedу lleno de cica­trices como si un puma lo hubiera mascado. En su propio caso, dijo, un aliado lo empujу a una pila de leсa ardien­do, y se quemу un poco la rodilla y la clavнcula, pero las cicatrices desaparecieron a su tiempo, cuando don Juan se hizo uno con el aliado.

 

III

 

El 10 de junio de 1968 iniciй un largo viaje con don Juan para participar en un mitote. Llevaba meses esperando esta oportunidad, pero no me hallaba verdaderamente seguro de querer ir. Pensaba que mi titubeo se debнa al miedo de que en la reuniуn me viera obligado a ingerir peyote, pues no tenнa la menor intenciуn de hacerlo. Habнa expresado repetidamente estos sentimientos a don Juan. Al principio reнa con paciencia, pero terminу declarando firmemente que no querнa oнr nada mбs acerca de mi miedo.

En lo que a mн respectaba, un mitote era el terreno ideal para verificar los esquemas que habнa construido. En primer lugar, nunca habнa abandonado por entero la idea de que en tales ceremonias se necesitaba un guнa encubierto para asegurar acuerdo entre los participantes. De algъn modo te­nнa yo el sentimiento de que don Juan habнa descartado mi idea por razones personales, pues le parecнa mбs eficaz ex­plicar en tйrminos de "ver" todo cuanto ocurrнa en un mito­te. Pensaba que mi interйs por hallar una explicaciуn ade­cuada en mis propios tйrminos no iba de acuerdo con lo que йl querнa de mн; por tanto, tenнa que descartar mi razo­namiento, como solнa hacer con todo lo que no se adapta­ba a su sistema.

Justo antes de iniciar el viaje, don Juan aliviу mi apren­siуn de tener que ingerir peyote diciйndome que yo asistнa al mitote sуlo para observar. Me sentн jubiloso. Estaba en­tonces casi seguro de que iba a descubrir el procedimiento oculto por el cual los participantes llegaban a un acuerdo.

Atardecнa cuando partimos; el sol se hallaba casi en el horizonte; lo sentн en el cuello y desee tener una persiana en la ventana trasera del auto. Desde la cima de un cerro pude mirar un enorme valle; el camino era como un listуn negro aplastado contra el suelo, subiendo y bajando innu­merables colinas. Lo seguн un momento con los ojos antes de empezar el descenso; corrнa directamente hacia el sur hasta desaparecer sobre una hilera de montaсas bajas en la distancia.

Don Juan, callado, miraba al frente. No habнamos dicho palabra en largo rato. Dentro del coche habнa un calor incу­modo. Yo habнa abierto todas las ventanillas, pero eso no ayudaba porque el dнa era en extremo caluroso. Me sentнa muy molesto e inquieto. Empecй a quejarme del calor.

Don Juan frunciу el entrecejo y me mirу interrogante.

‑En esta йpoca hace calor en todo Mйxico ‑dijo‑. No se puede remediar.

No lo mirй, pero supe que me contemplaba. El coche ganу velocidad al descender la cuesta. Vi vagamente una seсal de carretera: vado. Cuando vi el vado mismo, iba muy rбpido, y aunque frenй sentimos el impacto y brincoteamos en los asientos. Reduje considerablemente la veloci­dad; atravesбbamos una zona en que el ganado pastaba libre a los lados del camino, un бrea donde era comъn ver el cadбver de un caballo o una vaca atropellados por un auto. En cierto punto hube de detenerme por entero para que algunos caballos cruzaran la carretera. Cada vez me sentнa mбs desazonado y molesto. Le dije que era el calor; que el calor me disgustaba desde la niсez, porque cada ve­rano solнa sentirme sofocado y apenas podнa respirar.

‑Ya no eres niсo ‑dijo йl.

‑El calor me sofoca todavнa.

‑Bueno, a mн de niсo me sofocaba el hambre ‑dijo con suavidad‑. El hambre fue lo ъnico que conocн de niсo, y me hinchaba hasta que yo tampoco podнa respirar. Pero eso fue cuando era niсo. Ya no puedo sofocarme, ni puedo hincharme como sapo cuando tengo hambre.

No supe quй decir. Sentн que me estaba colocando en una posiciуn insostenible y que pronto deberнa defender un punto que no me importaba defender. El calor no era tan malo. Lo que me molestaba era la perspectiva de manejar casi dos mil kilуmetros hasta nuestro destino. Me irritaba la idea de tener que esforzarme.

‑Por quй no paramos a comer algo ‑dije‑. Quizб no haga tanto calor despuйs que el sol se meta.

Don Juan me mirу, sonriendo, y dijo que en largo trecho no habнa pueblos limpios, y que segъn entendнa mi polнtica era no comer en los puestos a los lados del camino.

-їYa no le tienes miedo a la diarrea? ‑preguntу.

Me di cuenta que hablaba con sarcasmo, pero su rostro conservaba una expresiуn interrogante y, a la vez, seria.

‑Del modo como te portas -dijo‑, uno pensarнa que la diarrea estб allн acechando, esperando que salgas del coche para saltarte encima. Estбs en un dilema terrible; si escapas del calor, la diarrea terminarб por atraparte.

El tono de don Juan era tan serio que empecй a reнr. Luego viajamos en silencio largo tiempo. Cuando llegamos a un parador para camiones llamado Los Vidrios ya estaba oscuro.

‑їQuй tienen hoy? ‑gritу don Juan desde el auto.

‑Carnitas -gritу a su vez una mujer desde adentro.

‑Espero, por tu bien, que el puerco haya sido atrope­llado hoy ‑me dijo don Juan, riendo.

Salimos del coche. El camino se hallaba flanqueado, a ambos lados, por hileras de montaсas bajas que parecнan la lava solidificada de alguna gigantesca erupciуn volcбnica. En la oscuridad, los picos negros, dentellados, se recorta­ban contra el cielo como enormes y ominosos muros de astillas de vidrio.

Mientras comнamos, dije a don Juan que, sin duda, el lugar debнa su nombre a la forma de las montaсas.

Don Juan repuso en tono convincente que el sitio se llamaba Los Vidrios porque un camiуn cargado de cristales se habнa volteado allн y los pedazos de vidrio se quedaron tirados en el camino durante aсos.

Sentн que se estaba haciendo el chistoso y le pedн decir­me la verdadera razуn.

‑їPor quй no le preguntas a alguien? ‑dijo.

Interroguй a un hombre sentado en la mesa vecina; dijo en tono de disculpa, que no sabнa. Entrй en la cocina y preguntй a las mujeres si sabнan, pero todas dijeron que no; que el lugar nada mбs se llamaba Los Vidrios.

‑Creo que estoy en lo cierto ‑dijo don Juan en voz baja‑. Los mexicanos no son dados a notar las cosas que los rodean. Estoy seguro de que no pueden ver las montaсas de vidrio, pero claro que pueden dejar una montaсa de vidrios tirada ahн durante aсos.

A ambos nos hizo gracia la imagen, y reнmos.

Al terminar de comer, don Juan me preguntу cуmo me sentнa. Le dije que muy bien, pero en realidad experimentaba cierta nбusea. Don Juan me mirу con firmeza y pare­ciу detectar mi sentimiento de malestar.

‑Una vez que decidiste venir a Mйxico debiste haber dejado todos tus pinches miedos ‑dijo con mucha seve­ridad‑. Tu decisiуn de venir debiу haberlos vencido. Vi­niste porque querнas venir. Ese es el modo del guerrero. Te lo he dicho mil veces: el modo mбs efectivo de vivir es como guerrero. Preocъpate y piensa antes de hacer cual­quier decisiуn, pero una vez que la hagas echa a andar libre de preocupaciones y de pensamientos; todavнa habrб un millуn de decisiones que te esperen. Ese es el modo del guerrero.

‑Creo hacer eso, don Juan, al menos parte del tiempo. Pero es muy difнcil estar recordбndomelo siempre.

‑Un guerrero piensa en su muerte cuando las cosas pierden claridad.

‑Eso es todavнa mбs difнcil, don Juan. Para la mayo­rнa de la gente, la muerte es muy vaga y remota. Jamбs pensamos en ella.

‑їPor quй no?

‑їPor quй hacerlo?

‑Muy sencillo ‑dijo-. Porque la idea de la muerte es lo ъnico que templa nuestro espнritu.

Cuando salimos de Los Vidrios, estaba tan oscuro que la silueta quebrada de las montaсas se habнa unificado con la tiniebla del cielo. Viajamos en silencio mбs de una hora. Me sentнa cansado. Era como si no quisiese hablar porque no habнa nada de quй hablar. El trбfico era mнnimo. Pocos coches se cruzaban con el nuestro, y al parecer йra­mos los ъnicos viajando hacia el sur por la carretera. Eso se me hacнa extraсo; miraba de continuo el espejo retro­visor para ver si otros carros venнan por atrбs, pero no descubrнa ninguno.

Tras un rato dejй de buscar coches y empecй a pensar de nuevo en la perspectiva de nuestro viaje. Entonces ad­vertн que mis faros parecнan extremadamente brillantes en contraste con la oscuridad en torno, y mirй de nuevo el re­trovisor. Vi primero un resplandor intenso y luego dos puntos de luz como brotados del suelo. Eran los faros de un coche sobre una loma en la distancia tras nosotros. Permanecieron visibles un rato, luego desaparecieron en la oscuridad como arrebatados; tras un momento aparecieron en otra cima, y luego desaparecieron de nuevo. Durante largo tiempo seguн en el espejo sus apariciones y desapariciones. En cierto punto se me ocurriу que el coche iba a alcanzarnos. Sin lugar a dudas, se acercaba. Las luces eran mбs grandes y brillantes. Pisй a fondo el acelerador. Tenнa una sensaciуn de inquietud. Don Juan pareciу advertir mi preocupaciуn, o acaso sуlo notу el aumento en la velocidad. Primero me mirу, despuйs volviу la cara para mirar los fa­ros distantes.


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 70 | Нарушение авторских прав


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