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‑їPor quй se alejу usted, don Juan?

‑Por la misma razуn que tъ. No me gustaba.

‑їPor quй volviу?

‑Por la misma razуn por la que tъ has vuelto: porque no hay otra manera de vivir.

Esa declaraciуn tuvo un gran impacto sobre mн, pues yo me habнa descubierto pensando que tal vez no habнa otra manera de vivir. Jamбs habнa expresado a nadie este pen­samiento, pero don Juan lo habнa inferido correctamente.

Tras un silencio muy largo le preguntй:

‑їQuй hice ayer, don Juan?

‑Te levantaste cuando quisiste.

‑Pero no sй cуmo lo hice.

‑Toma tiempo perfeccionar esa tйcnica. Pero lo impor­tante es que ya sabes cуmo hacerlo.

‑Pero no sй. Ese es el punto, que de veras no sй.

‑Claro que sabes.

‑Don Juan, le aseguro, le juro...

No me dejу terminar; se puso en pie y se alejу.

 

Mбs tarde, hablamos de nuevo sobre el guardiбn del otro mundo.

‑Si creo que lo que he experimentado, sea lo que sea, tiene una realidad concreta ‑dije‑, entonces el guardiбn es una criatura gigantesca que puede causar increнble dolor fнsico; y si creo que uno puede en verdad viajar distancias enormes por un acto de la voluntad, entonces es lуgico concluir que tambiйn podrнa, con mi voluntad, hacer que el monstruo desapareciera. їCorrecto?

‑No del todo ‑dijo йl‑. Tu voluntad no puede hacer que el guardiбn desaparezca. Puede evitar que te haga daсo; eso sн. Por supuesto, si llegas a lograr eso, tienes el camino abierto. Puedes pasar junto al guardiбn y no hay nada que йl pueda hacer, ni siquiera revolotear como loco.

‑їCуmo puedo lograr eso?

‑Ya sabes cуmo. Nada mбs te hace falta prбctica.

Le dije que sufrнamos un malentendido brotado de nues­tras diferencias en percibir el mundo. Dije que para mi saber algo significaba que yo debнa tener plena conciencia de lo que estaba haciendo y que podнa repetir a volun­tad lo que sabнa, pero en este caso ni tenнa conciencia de lo que habнa hecho bajo la influencia del humo, ni podrнa repetirlo aunque mi vida dependiera de ello.

Don Juan me mirу inquisitivo. Lo que yo decнa parecнa divertirlo. Se quitу el sombrero y se rascу las sienes, como hace cuando desea fingir desconcierto.

‑De veras sabes hablar sin decir nada, їno? ‑dijo, riendo‑. Ya te lo he dicho: hay que tener un empeсo inflexible para llegar a ser hombre de conocimiento. Pero tъ pareces tener el empeсo de confundirte con acertijos. Insistes en explicar todo como si el mundo entero estu­viera hecho de cosas que pueden explicarse. Ahora te enfren­tas con el guardiбn y con el problema de moverte usando tu voluntad. їAlguna vez se te ha ocurrido que, en este mun­do, sуlo unas cuantas cosas pueden explicarse a tu modo? Cuando yo digo que el guardiбn te cierra realmente el paso y que podrнa sacarte el pellejo, sй lo que estoy dicien­do. Cuando digo que uno puede moverse con su voluntad, tambiйn sй lo que digo. Quise enseсarte, poco a poco, cуmo moverse, pero entonces me di cuenta de que sabes cуmo ha­cerlo aunque digas que no.

‑Pero de veras no sй cуmo ‑protestй.

‑Sн sabes, idiota -dijo con severidad, y luego sonriу‑. Esto me hace acordar la vez que alguien puso a aquel mu­chacho Julio en una mбquina segadora; sabнa cуmo mane­jarla aunque jamбs lo habнa hecho antes.

‑Sй a lo que se refiere usted, don Juan; de cualquier modo, siento que no podrнa hacerlo de nuevo, porque no estoy seguro de quй cosa hice.

‑Un brujo charlatбn trata de explicar todo en el mun­do con explicaciones de las que no estб seguro ‑dijo‑, asн que todo sale siendo brujerнa. Pero tъ andas igual. Tam­biйn quieres explicarlo todo a tu manera, pero tampoco estбs seguro de tus explicaciones.

 

VIII

 

Don Juan me preguntу abruptamente si planeaba irme a casa durante el fin de semana. Dije que mi intenciуn era marcharme el lunes en la maсana. Estбbamos sentados bajo su ramada a eso del mediodнa del sбbado 18 de enero de 1969, descansando tras una larga caminada en los cerros cercanos. Don Juan se levantу y entrу en la casa. Unos momentos mбs tarde, me llamу. Se hallaba sentado a la mi­tad de su cuarto y habнa puesto mi petate frente al suyo. Me hizo seсa de tomar asiento y sin decir palabra desen­volviу la pipa, la sacу de su funda, llenу el cuenco con la mezcla para fumar, y la encendiу. Incluso llevу a su habita­ciуn una bandeja de barro llena de carbones pequeсos.

No preguntу si yo estaba dispuesto a fumar. Simplemen­te me pasу la pipa y me dijo que chupara. No titubeй. Al parecer, don Juan habнa evaluado correctamente mi estado de бnimo; mi curiosidad avasalladora con respecto al guar­diбn debe de haberle sido obvia. Sin necesidad de instancia alguna, fumй бvidamente todo el cuenco.

Las reacciones que tuve fueron idйnticas a las que habнa experimentado antes. Tambiйn don Juan procediу en for­ma muy similar. Esta vez, sin embargo, en vez de ayudarme a hacerlo, se limitу a indicarme que apuntalara el brazo derecho sobre el petate y me acostara del lado izquierdo. Sugiriу que cerrara el puсo si eso mejoraba el apalanca­miento.

Cerrй, efectivamente, el puсo derecho, pues me resul­taba mбs fбcil que volver la palma contra el piso yaciendo con el peso sobre la mano. No tenнa sueсo; sentн calor du­rante un rato, luego perdн toda sensaciуn.

Don Juan se acostу de lado, encarбndome; su antebrazo izquierdo descansaba sobre el codo y apoyaba su cabeza como en un cojнn. Reinaba una placidez perfecta, incluso en mi cuerpo, que para entonces carecнa de sensaciones tбctiles. Me sentнa muy a gusto.

‑Es agradable ‑dije.

Don Juan se levantу apresuradamente.

‑No vayas a empezar con tus carajadas ‑dijo con acri­tud‑. No hables. Toda la energнa se te va a ir en hablar, y entonces el guardiбn te aplastarб como quien apachurra un mosquito.

Sin duda pensу que su sнmil era chistoso, pues empezу a reнr, pero se detuvo de pronto.

‑No hables, por favor no hables ‑dijo con una expre­siуn seria en el rostro.

‑No iba a decir nada ‑dije, y en realidad no querнa decir eso.

Don Juan se puso en pie. Lo vi alejarse hacia la parte trasera de su casa. Un momento despuйs advertн que un mosquito habнa aterrizado en mi petate, y eso me llenу de un tipo de ansiedad que jamбs habнa experimentado antes. Era una mezcla de exaltaciуn, angustia y miedo. Me hallaba totalmente consciente de que algo transcendental estaba a punto de revelarse frente a mн; un mosco que guardaba el otro mundo. La idea era ridнcula; sentн ganas de reнr con fuerza, pero entonces me di cuenta de que mi exaltaciуn me distraнa y de que iba a perderme un periodo de transiciуn que deseaba clarificar. En mi anterior inten­to de ver al guardiбn, primero habнa mirado al mosquito con el ojo izquierdo, y luego sentн que me habнa incor­porado y lo miraba con ambos ojos, pero no tuve concien­cia de cуmo ocurriу esa transiciуn.

Vi al mosquito girar sobre el petate, frente a mi rostro, y advertн que lo miraba con ambos ojos. Se acercу mucho; en un momento dado ya no pude verlo con los dos ojos y cambiй el enfoque a mi ojo izquierdo, que se hallaba al nivel del piso. En el instante en que alterй el enfoque sentн tambiйn haber enderezado mi cuerpo hasta cobrar una posiciуn completamente vertical, y me hallй mirando a un animal increнblemente enorme. Era de pelambre ne­gra brillante.

Su parte delantera estaba cubierta de pelo largo, negro, insidioso, que daba la impresiуn de espigones que brotaban por las ranuras de unas escamas lisas y brillosas. De hecho, el pelo se hallaba dispuesto en mechones. El cuerpo era macizo, grueso y redondo. Las alas eran anchas y cortas en comparaciуn con el largo del cuerpo. La criatura tenнa dos ojos blancos saltones y una trompa larga. Esta vez semejaba mбs un lagarto. Parecнa tener orejas largas, o acaso cuernos, y babeaba.

Me esforcй por contemplarlo con fijeza y entonces cobrй plena conciencia de que no podнa mirarlo igual que como miro ordinariamente las cosas. Tuve una idea extraсa; mi­rando el cuerpo del guardiбn sentн que cada una de sus partes poseнa vida independiente, asн como estбn vivos los ojos de los hombres. Advertн entonces, por primera vez en mi existencia, que los ojos de un hombre eran la ъnica parte de su persona capaz de indicarme si estaba vivo o no. El guardiбn, en cambio, tenнa un "millуn de ojos".

Considerй que йste era un descubrimiento notable. Antes de esta experiencia, yo habнa especulado sobre las compa­raciones aptas para describir las "distorsiones" que conver­tнan a un mosquito en una bestia gigantesca, y habнa pen­sado que un buen sнmil era "como mirar un insecto a travйs del lente de aumento de un microscopio". Pero no era asн. Al parecer, ver al guardiбn era mucho mбs complejo que mirar un insecto amplificado.

El guardiбn empezу a girar frente a mн. En cierto mo­mento se detuvo y sentн que me estaba mirando. Notй entonces que no producнa sonido alguno. La danza del guar­diбn era silenciosa. Lo imponente estaba en su aspecto: sus ojos saltones; su horrenda boca; su babear; su pelo insidio­so; y sobre todo su increнble tamaсo. Observй con mucha atenciуn la forma en que movнa las alas, cуmo las hacнa ­vibrar sin sonido. Observй cуmo se deslizaba sobre el piso semejando un monumental patinador sobre hielo.

Mirando esa criatura pesadillesca frente a mн, me sentнa en verdad exaltado. Creнa realmente haber descubierto el secreto de vencerla. Pensй que el guardiбn era sуlo una imagen en movimiento sobre una pantalla muda; no podнa hacerme daсo; ъnicamente parecнa aterradora.

El guardiбn estaba inmуvil, encarбndome; de pronto ale­teу y dio la media vuelta. Su lomo parecнa una armadura de color brillante; el resplandor deslumbraba pero el matiz era repugnante: era mi color desfavorable. El guardiбn permaneciу un rato dбndome la espalda y luego, aleteando, volviу a deslizarse hasta que se perdiу de vista.

Me vi ante un dilema muy extraсo. Honradamente creнa haberlo vencido al tomar conciencia de que sуlo presenta­ba una imagen de ira. Mi creencia se debнa tal vez a la insistencia de don Juan en que yo conocнa mбs de lo que estaba dispuesto a admitir. En todo caso, sentнa haber ven­cido al guardiбn y tener despejado el camino. Pero no sabнa cуmo proceder. Don Juan no me habнa dicho quй hacer en una situaciуn asн. Tratй de volverme a mirar a mi espalda, pero no pude moverme. Sin embargo, podнa ver muy bien la mayor parte de un panorama de 180 grados ante mis ojos. Y lo que veнa era un horizonte nebuloso, amarillo pбlido; parecнa gaseoso. Una especie de tono li­mуn cubrнa uniformemente todo cuanto me era posible observar. Al parecer me hallaba en una meseta llena de va­pores sulfurosos.

De improviso, el guardiбn volviу a aparecer en un punto del horizonte. Describiу un amplio cнrculo antes de pararse frente a mн; su hocico estaba muy abierto, como una enor­me caverna; no tenнa dientes. Vibrу las alas un instante y luego me embistiу. Se lanzу contra mн como un toro, y sus alas gigantescas oscilaron buscando mis ojos. Gritй de dolor y luego volй, o mбs bien sentн haberme disparado hacia arriba, me remontй mбs allб del guardiбn, mбs allб de la me­seta amarillenta, hasta otro mundo, el mundo de los hom­bres, y me encontrй de pie a mitad del cuarto de don Juan.

 

19 de enero, 1969

 

‑Realmente pensй haber vencido al guardiбn ‑dije a don Juan.

‑Debes de estar bromeando -dijo йl.

Don Juan no me habнa dicho una sola palabra desde el dнa anterior, y eso no me causaba molestia. Habнa es­tado inmerso en una especie de ensoсaciуn, y nuevamente habнa sentido que de mirar con empeсo serнa capaz de "ver", pero no vi nada diferente. El no hablar, sin embar­go, me habнa hecho descansar muchнsimo.

Don Juan me pidiу referir la secuencia de mi experien­cia, y lo que le interesу particularmente fue el color que yo habнa visto en el lomo del guardiбn. Don Juan suspirу, al parecer realmente preocupado.

‑Tuviste suerte de que el color estuviera en el lomo del guardiбn ‑dijo con rostro serio‑. Si hubiera estado en la parte delantera de su cuerpo, o peor todavнa, en su cabeza, ahora estarнas muerto. No debes tratar de ver al guardiбn nunca mбs. No es tu temperamento cruzar esa llanura; sin embargo, yo estaba convencido de que po­drнas atravesarla. Pero ya no hablemos de eso. Este era sуlo uno de diversos caminos.

Captй una pesadez fuera de lo comъn en el tono de don Juan.

‑їQuй me pasarб si trato de ver nuevamente al guar­diбn?

‑El guardiбn te llevarб ‑dijo йl‑. Te cogerб con la boca y te llevarб a esa llanura y te dejarб allн para siempre. Es evidente que el guardiбn supo que no es tu tempera­mento y te advirtiу que te fueras.

‑їCуmo piensa usted que el guardiбn supo eso?

Don Juan me dedicу una mirada larga y firme. Tratу de decir algo, pero desistiу como incapaz de hallar las pala­bras adecuadas.

‑Siempre caigo en tus preguntas ‑dijo sonriendo‑. Cuando me preguntaste eso no estabas pensando en reali­dad, їno?

Protestй y volvн a afirmar que me desconcertaba el cono­cimiento que el guardiбn tenнa de mi temperamento.

Don Juan tenнa un brillo extraсo en los ojos al decir:

‑Y tъ que ni siquiera le mencionaste al guardiбn nada acerca de tu temperamento, їverdad?

Su tono era tan cуmicamente serio que ambos reнmos. Tras un rato, empero, don Juan dijo que el guardiбn, siendo el cuidador, el vigнa de ese mundo, conocнa muchos secretos que un brujo tenнa derecho a compartir.

-Esa es una manera en que un brujo llega a ver ‑di­jo‑. Pero йse no serб tu dominio, asн que no tiene caso hablar de ello.

‑їFumar es el ъnico modo de ver al guardiбn? ‑preguntй.

‑No. Tambiйn podrнas verlo sin fumar. Hay montones de gente que pueden hacerlo. Yo prefiero el humo porque es mбs efectivo y menos peligroso para uno. Si tratas de ver al guardiбn sin ayuda del humo, lo mбs probable es que tardes en quitбrtele del paso. En tu caso, por ejemplo, es obvio que el guardiбn te estaba advirtiendo cuando te dio la espalda para que miraras tu color enemigo. Entonces se fue; pero cuando volviу tъ seguнas allн, asн que te em­bistiу. Pero tъ estabas preparado y saltaste. El humito te dio la protecciуn que necesitabas; de haberte metido en ese mundo sin su asistencia, no habrнas podido librarte de la garra del guardiбn.

‑їPor quй no?

‑Tus movimientos habrнan sido demasiado lentos. Para sobrevivir en ese mundo hay que ser veloz como el rayo. Cometн un error al salirme del cuarto, pero no querнa que siguieras hablando. Eres un lengualarga y hablas aunque no quieras. De haber estado allн contigo, te habrнa subido la cabeza. Saltaste solo y eso fue todavнa mejor, pero pre­fiero no correr esos riesgos; el guardiбn no es cosa de juego.

 

IX

 

Durante tres meses, don Juan evitу sistemбticamente hablar del guardiбn. En dicho lapso le hice cuatro visitas; йl me mandaba a realizar encargos y, cuando se hallaban cumpli­dos, me decнa simplemente que regresara a mi casa. El 24 de abril de 1969, la cuarta vez que estuve con йl, tuvimos por fin una confrontaciуn, despuйs de cenar, senta­dos junto a su estufa de tierra. Le dije que me estaba haciendo algo incongruente; yo estaba dispuesto a apren­der y йl ni siquiera querнa tenerme cerca. Yo habнa tenido que luchar muy duro para superar mi aversiуn a usar sus hongos alucinуgenos y sentнa, como йl mismo habнa dicho, que no tenнa tiempo que perder.

Don Juan escuchу pacientemente mis quejas.

‑Eres demasiado dйbil ‑dijo‑. Te apuras cuando de­berнas esperar, pero esperas cuando deberнas darte prisa. Piensas demasiado. Ahora piensas que no hay tiempo que perder.

"Y hace poco pensabas que no querнas volver a fumar. Tu vida es como una pelota desinflada y ahorita no te da para encontrarte con el humito. Yo soy responsable de ti y no quiero que mueras como un idiota."

Me sentн apenado.

‑їQuй puedo hacer, don Juan? Soy muy impaciente.

‑ЎVive como guerrero! Ya te he dicho: un guerrero acepta la responsabilidad de sus actos, del mбs trivial de sus actos. Tъ actъas tus pensamientos y eso estб mal. Fallas­te con el guardiбn a causa de tus pensamientos.

‑їCуmo fallй, don Juan?

‑Pensando todo. Pensaste en el guardiбn y por eso no pudiste vencerlo,

"Primero debes vivir como un guerrero. Creo que entien­des eso muy bien."

Quise intercalar algo en mi defensa, pero йl me callу con un ademбn.

‑Tu manera de vivir es suficientemente templada ‑pro­siguiу‑. En realidad, es mбs templada que la de Pablito o la de Nйstor, los aprendices de Genaro, y asн y todo ellos ven y tъ no. Tu vida es mбs compacta que la de Eligio y йl probablemente verб antes que tъ. Eso de veras me con­funde. Ni siquiera Genaro puede acabar de entenderlo. Has cumplido fielmente todo lo que te he mandado hacer. Todo cuanto mi benefactor me enseсу, en la primera etapa del aprendizaje, te lo he pasado. La regla es justa, los pasos no pueden cambiarse. Has hecho todo cuanto uno tiene que hacer y sin embargo no ves; pero a los que ven, como Genaro, les parece que ves. Yo me fнo de eso y caigo en una trampa. Siempre acabas portбndote como un tonto que no ve, y por supuesto eso es lo que eres.

Las palabras de don Juan me despertaron una profunda zozobra. Sin saber por quй, me hallaba a punto de llorar. Empecй a hablar de mi niсez y una oleada de pesar me envolviу. Don Juan se me quedу viendo un instante y lue­go apartу los ojos. Fue una mirada penetrante. Sentн que literalmente me habнa agarrado con los ojos. Tuve la sensa­ciуn de dos dedos que me asнan con suavidad y advertн una agitaciуn extraсa, una comezуn, una desazуn agra­dable en la zona de mi plexo solar. Estaba tremendamente consciente de mi regiуn abdominal. Percibн su calor. Ya no pude hablar coherentemente; mascullй algo antes de callar por entero.

‑Ha de ser la promesa -dijo don Juan tras una larga pausa.

‑їCуmo?

‑Una promesa que hiciste una vez, hace mucho.

‑їQuй promesa?

‑A lo mejor tъ puedes decнrmelo. Sн te acuerdas de ella, їno?

‑No.

‑Una vez prometiste algo muy importante. Pensй que quizб tu promesa te evitaba ver.

‑No sй de quй habla usted.

‑ЎHablo de una promesa que hiciste! Tienes que re­cordarla.

‑Si usted sabe cuбl fue la promesa, їpor quй no me lo dice, don Juan?

‑No. De nada servirнa decirte.

‑їFue una promesa que me hice a mi mismo?

Por un momento pensй que podrнa estarse refiriendo a mi decisiуn de abandonar el aprendizaje.

‑No. Esto es algo que pasу hace mucho tiempo ‑dijo.

Reн, seguro de que don Juan estaba jugando conmigo. Me sentн lleno de malicia. Tuve un sentimiento de exalta­ciуn ante la idea de poder engaсar a don Juan, quien, me hallaba convencido, sabнa tan poco como yo acerca de la supuesta promesa. Sin duda buscaba en la oscuridad y tra­taba de improvisar. La idea de seguirle la corriente me deleitу.

‑їFue algo que le prometн a mi abuelito?

‑No ‑dijo йl, y sus ojos brillaron‑. Tampoco fue algo que le prometiste a tu abuelita.

La ridнcula entonaciуn que dio a la palabra "abuelita" me hizo reнr. Pensй que don Juan me estaba poniendo al­guna trampa, pero me hallaba dispuesto a jugar el juego hasta el final. Empecй a enumerar todos los posibles indi­viduos a quienes yo habrнa podido prometer algo de gran importancia. El dijo no cada vez. Luego encaminу la conver­saciуn hacia mi niсez.

‑їPor quй fue triste tu niсez? ‑preguntу con gesto serio.

Le dije que mi infancia no habнa sido en verdad triste, sino acaso un poco difнcil.

‑Todo el mundo siente lo mismo -dijo, mirбndome de nuevo‑. Tambiйn yo pasй de niсo muchas desdichas y temores. Ser un niсo indio es duro, muy duro. Pero el recuerdo de aquel tiempo ya no tiene otro significado sino que fue duro. Dejй de pensar en las penalidades de mi vida aun antes de que aprendiera a ver.

‑Yo tampoco pienso en mi niсez ‑dije.

‑їEntonces por quй te entristece? їPor quй tienes ga­nas de llorar?

‑No sй. Tal vez cuando me recuerdo de niсo siento lбs­tima de mн mismo y de todos mis semejantes. Me siento indefenso y triste.

Me mirу con fijeza y de nuevo mi regiуn abdominal re­gistrу la extraсa sensaciуn de dos dedos suaves que la afe­rraban. Apartй los ojos y luego volvн a mirarlo. El miraba la distancia mбs allб de mн; tenнa los ojos nebulosos, desen­focados.

‑Fue una promesa de tu niсez ‑dijo tras un silencio momentбneo.

‑їQuй cosa prometн?

No respondiу. Tenнa los ojos cerrados. Sonreн involun­tariamente; sabнa que don Juan estaba tentaleando en la oscuridad; sin embargo, habнa perdido en parte mi нmpetu original de seguirle el juego.

‑Yo era un niсo flaco ‑prosiguiу‑, y siempre tenнa miedo.

‑Tambiйn yo ‑dije.

‑Lo que mбs recuerdo es el terror y la tristeza que se me vinieron encima cuando los soldados yoris mataron a mi madre ‑dijo suavemente, como si el recuerdo fuera aъn doloroso‑. Era una india pobre y humilde. Tal vez fue mejor que su vida se acabara entonces. Yo querнa que me mataran con ella, porque era un niсo. Pero los soldados me levantaron y me golpearon. Cuando me agarrй al cuer­po de mi madre, me rompieron los dedos de un fuetazo. No sentн dolor, pero ya no pude cerrar las manos, y en­tonces me llevaron a rastras.

Dejу de hablar. Sus ojos seguнan cerrados y pude perci­bir un temblor muy leve en sus labios. Una profunda tris­teza empezу a invadirme. Imбgenes de mi propia infancia inundaban mi mente.

‑їCuбntos aсos tenнa usted, don Juan? ‑preguntй, sуlo por disipar mi tristeza.

‑Como siete. Era el tiempo de las grandes guerras ya­quis. Los soldados yoris nos cayeron de sorpresa mientras mi madre preparaba algo de comer. Era una mujer inde­fensa. La mataron sin ningъn motivo. No tiene nada que ver el que haya muerto asн, en realidad no importa, pero para mн sн. No puedo decirme por quй, sin embargo; nada mбs me importa. Creн que tambiйn habнan matado a mi padre, pero no. Estaba herido. Luego nos metieron en un tren, como reses, y cerraron la puerta. Dнas y dнas nos tuvie­ron allн en la oscuridad, como animales. Nos mantenнan vivos con pedazos de comida que de vez en cuando echa­ban en el vagуn.

"Mi padre muriу de sus heridas en ese vagуn. En el delirio del dolor y la fiebre me decнa y me repetнa que yo tenнa que vivir. Siguiу diciйndome eso hasta el ъltimo momento de su vida.

"La gente me cuidaba; me daba comida; una vieja curan­dera me compuso los huesos rotos de la mano. Y como puedes ver, vivн. La vida no ha sido ni buena ni mala conmigo; la vida ha sido dura. La vida es dura, y para un niсo es a veces el horror mismo."

Quedamos largo rato sin hablar. Alrededor de una hora transcurriу en silencio completo. Yo experimentaba senti­mientos muy confusos. Me sentнa algo afligido, pero no podнa saber la razуn. Experimentaba un sentido de remor­dimiento. Un rato antes habнa estado dispuesto a seguirle la corriente a don Juan, pero de pronto йl habнa trasto­cado la situaciуn con su relato directo. Habнa sido sencillo y conciso y me habнa producido un sentimiento extraсo. La idea de un niсo soportando dolor era un tema al que yo siempre habнa sido susceptible. En un instante, mis senti­mientos de empatнa hacia don Juan cedieron el paso a una sensaciуn de disgusto conmigo mismo. Allн estaba yo, to­mando notas, como si la vida de don Juan fuera sуlo un caso clнnico. Estaba a punto de romper mis notas cuando don Juan me dio un leve puntapiй en la pantorrilla para llamar mi atenciуn. Dijo que "veнa" a mi alrededor una luz de violencia y que se preguntaba si iba yo a empezar a golpearlo. Su risa fue un alivio delicioso. Dijo que yo era dado a explosiones de conducta violenta, pero que en realidad no era malo y que la mayor parte del tiempo la violencia era contra mi mismo.

‑Tiene usted razуn, don Juan ‑dije.

‑Por supuesto ‑dijo, riendo.

Me instу a hablar de mi niсez. Empecй a contarle mis aсos de miedo y soledad y me metн a describirle lo que yo consideraba mi abrumadora lucha por sobrevivir y conservar mi espнritu. Riу de la metбfora de "conservar mi espнritu".

Hablй largo rato. El escuchaba con expresiуn grave. En­tonces, en un momento dado, sus ojos volvieron a "asirme" y dejй de hablar. Tras una pausa momentбnea, don Juan dijo que nadie me habнa humillado nunca, y que йse era el motivo de que yo no fuera realmente malo.

‑Todavнa no has sido derrotado ‑dijo,

Repitiу la frase cuatro o cinco veces, de manera que me sentн obligado a preguntarle quй querнa decir con ella. Explicу que la derrota era una condiciуn inevitable de la vida. Los hombres eran victoriosos o derrotados y, segъn eso, se convertнan en perseguidores o en vнctimas. Estas dos condiciones prevalecнan mientras uno no "veнa"; el "ver" disipaba la ilusiуn de la victoria, la derrota o el sufri­miento. Aсadiу que yo debнa aprender a "ver" mientras fuese victorioso, para evitar el tener jamбs el recuerdo de una humillaciуn.

Protestй: no era victorioso ni lo habнa sido nunca, en nada; mi vida era, si acaso, una derrota.

Riу y arrojу al suelo su sombrero.

‑Si tu vida es la derrota que dices, pisa mi sombrero ‑me desafiу en broma.

Argumentй sinceramente mi parecer. Don Juan se puso serio. Sus ojos se achicaron hasta convertirse en finas ra­nuras. Dijo que las razones por las que yo consideraba mi vida una derrota no eran la derrota en sн. Luego, en un movimiento rбpido y completamente inesperado, me tomу la cabeza entre las manos colocando sus palmas contra mis sienes. Sus ojos cobraron fiereza al mirar los mнos. Asus­tado, aspirй por la boca, profunda e involuntariamente. Soltу mi cabeza y se reclinу contra la pared, aъn escudri­сбndome. Se habнa movido con tal rapidez que, cuando se relajу y se recargу cуmodamente en la pared, yo seguнa a la mitad de mi aspiraciуn profunda. Me sentн mareado, incуmodo.

Veo un niсo que llora ‑dijo don Juan tras una pausa.

Lo repitiу varias veces, como si yo no comprendiera. Tuve el sentimiento de que su frase se referнa a mн, de modo que no le prestй verdadera atenciуn.

‑ЎOye! ‑dijo, exigiendo mi concentraciуn total‑. Veo un niсo que llora.

Le preguntй si ese niсo era yo. Dijo que no. Le preguntй entonces si era una visiуn de mi vida o sуlo un recuerdo de la suya. No respondiу.

Veo un niсo ‑siguiу diciendo‑. Llora y llora.

‑їEs un niсo que yo conozco? ‑preguntй.

‑Sн.

‑їEs mi niсo?

‑No.

‑їEstб llorando ahora?

‑Estб llorando ahora ‑dijo con convicciуn.

Pensй que don Juan tenнa una visiуn de un niсo que yo conocнa y que en ese mismo instante estaba llorando. Pronunciй los nombres de todos los niсos que conocнa, pero йl dijo que esos niсos no tenнan que ver con mi promesa, y que el niсo que lloraba era muy importante con relaciуn a ella.

Las aseveraciones de don Juan parecнan incongruentes. Habнa dicho que yo prometн algo a alguien durante mi infancia, y que el niсo que lloraba en ese preciso momen­to era importante para mi promesa. Le dije que sus pala­bras no tenнan sentido. Repitiу calmadamente que "veнa" a un niсo llorar en ese momento, y que el niсo estaba herido.

Luchй seriamente por dar a sus afirmaciones algъn tipo de ilaciуn ordenada, pero no podнa relacionarlas con nada de lo cual yo tuviera conciencia.

‑No doy en el clavo ‑dije‑, porque no puedo recordar haber hecho a nadie una promesa importante, y menos a un niсo.

Achicу de nuevo los ojos y dijo que el niсo que llora­ba en ese preciso momento era un niсo de mi infancia.

‑їEra niсo durante mi niсez y sigue llorando ahora? ‑preguntй.

‑Es un niсo que estб llorando ahora ‑insistiу.

‑їSe da usted cuenta de lo que dice, don Juan?

‑Sн.

‑No tiene sentido. їCуmo puede ser un niсo ahora, si lo fue cuando yo mismo era niсo?

‑Es un niсo y estб llorando ahora ‑dijo con terquedad.

‑Explнqueme eso, don Juan.

‑No. Tъ me lo tienes que explicar a mн.

A fe, me resultaba imposible sondear aquello a lo cual se referнa.

‑ЎEstб llorando! ЎEstб llorando! ‑siguiу diciendo don Juan en tono hipnуtico‑. Y ahora te abraza. ЎEstб herido! ЎEstб herido! Y te mira. їSientes sus ojos? Estб hincado y te abraza. Es mбs chico que tъ. Vino a ti corriendo. Pero tiene el brazo roto. їSientes su brazo? Ese niсo tiene una nariz que parece botуn. ЎSi! Es una nariz de botуn.


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 68 | Нарушение авторских прав


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