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Primera parte 6 страница

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"Ahн estбs tъ, por ejemplo. A mн no me importa si te haces o no hombre de conocimiento; sin embargo, a Mesca­lito le importa. Si no le importara, no darнa tantos pasos para mostrar que se ocupa de ti. Yo me doy cuenta de que se ocupa y actъo de acuerdo con eso, pero sus razones me son incomprensibles."

 

VI

 

Justamente cuando subнamos en mi coche para iniciar un viaje al estado de Oaxaca, el 5 de octubre de 1968, don Juan me detuvo.

‑Te he dicho antes ‑dijo con expresiуn grave‑ que nunca hay que revelar el nombre ni el paradero de un bru­jo. Creo que entendiste que nunca debнas revelar mi nom­bre ni el sitio donde estб mi cuerpo. Ahora voy a pedirte que hagas lo mismo con un amigo mнo, un amigo a quien llamarбs Genaro. Vamos a ir a su casa; pasaremos allн un tiempo.

Asegurй a don Juan no haber traicionado jamбs su con­fianza.

‑Lo sй ‑dijo sin alterar su seriedad‑. Pero me preo­cupa que vayas a volverte descuidado.

Protestй, y don Juan dijo que su propуsito era ъnica­mente recordarme que, cada vez que uno se descuidaba en asuntos de brujerнa, estaba jugando con una muerte inmi­nente y sin sentido, la cual podнa evitarse siendo precavi­do y alerta.

‑Ya no tocaremos este asunto ‑dijo‑. Una vez que salgamos de mi casa no mencionaremos a Genaro ni pensaremos en йl. Quiero que desde ahora pongas en orden tus pensamientos. Cuando lo conozcas debes ser claro y no tener dudas en tu mente.

-їA quй clase de dudas se refiere usted, don Juan?

‑A cualquier clase de dudas. Cuando lo conozcas, debes ser claro como el cristal. ЎEl te va a ver!

Sus extraсas admoniciones me produjeron una gran aprensiуn. Mencionй que acaso no debнa conocer en ab­soluto a su amigo. Pensй que sуlo debнa llevar a don Juan cerca de donde aquйl vivнa y dejarlo allн.

‑Lo que te dije fue sуlo una precauciуn ‑dijo йl‑. Ya conociste a un brujo, Vicente, y casi te matу. ЎTen cui­dado esta vez!

 

Cuando llegamos a la parte central de Mйxico, nos tomу dos dнas caminar desde donde dejй mi coche hasta la casa del amigo, una chocita encaramada en la ladera de una montaсa. El amigo de don Juan estaba en la puerta, como si nos aguardara. Lo reconocн de inmediato. Ya habнa te­nido contacto con йl, aunque brevemente, cuando llevй mi libro a don Juan. Aquella vez no lo habнa mirado en rea­lidad, sino muy por encima, y tuve la impresiуn de que era de la misma edad que don Juan. Sin embargo, al verlo en la puerta de su casa advertн que definitivamente era mбs joven. No tendrнa muchos aсos mбs de los sesenta. Era mбs bajo y mбs esbelto que don Juan, muy moreno y ma­gro. Tenнa el cabello espeso, veteado de gris y un poco lar­go; le cubrнa en parte las orejas y la frente. Su rostro era redondo y duro. Una nariz muy prominente lo hacнa pa­recer un ave de presa con pequeсos ojos oscuros.

Hablу primero con don Juan. Don Juan asintiу con la cabeza. Conversaron brevemente. No hablaban en espaсol, asн que no entendн lo que decнan. Luego don Genaro se volviу hacia mн.

‑Sea usted bienvenido a mi humilde choza ‑dijo en espaсol y en tono de disculpa.

Sus palabras eran una fуrmula de cortesнa que yo habнa oнdo antes en diversas бreas rurales de Mйxico. Pero al decirlas riу gozoso, sin ninguna razуn evidente, y supe que estaba ejerciendo su desatino controlado. No le importaba en lo mбs mнnimo que su casa fuera una choza. Don Genaro me simpatizу mucho.

 

Durante los dos dнas siguientes, fuimos a las montaсas para recoger plantas. Don Juan, don Genaro y yo salнamos cada dнa al romper el alba. Los dos viejos se encaminaban juntos a una parte especifica, pero no identificada, de las montaсas, y me dejaban solo en cierta zona del bosque. Yo tenнa allн una sensaciуn exquisita. No advertнa el paso del tiempo, ni me daba aprensiуn el quedarme solo; la experiencia extraordinaria que tuve ambos dнas fue una inexplicable capacidad para concentrarme en la delicada tarea de hallar las plantas especнficas que don Juan me habнa confiado recoger.

Regresбbamos a la casa al caer la tarde, y los dos dнas mi cansancio me hizo dormirme en el acto.

Pero el tercer dнa fue distinto. Los tres trabajamos jun­tos, y don Juan pidiу a don Genaro enseсarme cуmo selec­cionar determinadas plantas. Regresamos alrededor del me­diodнa y los dos viejos estuvieron sentados frente a la casa horas enteras, en completo silencio, como si se hallaran en estado de trance. Pero no estaban dormidos. Caminй un par de veces alrededor de ellos; don Juan seguнa con los ojos mis movimientos, y lo mismo hacнa don Genaro.

‑Hay que hablar con las plantas antes de cortarlas ‑dijo don Juan. Dejу caer al descuido sus palabras y re­pitiу la frase tres veces, como para captar mi atenciуn. Na­die habнa dicho una sola palabra hasta que йl hablу.

‑Para ver a las plantas hay que hablarles personalmen­te ‑prosiguiу‑. Hay que llegar a conocerlas una por una; entonces las plantas te dicen todo lo que quieras saber de ellas.

Atardecнa. Don Juan estaba sentado en una piedra pla­na, de cara a las montaсas del oeste; don Genaro, junto a йl, ocupaba un petate y miraba hacia el norte. Don Juan me habнa dicho, el primer dнa que estuvimos allн, que йsas eran las "posiciones" de ambos, y que yo debнa sentar­me en el suelo en cualquier sitio frente a los dos. Aсadiу que, mientras nos hallбramos sentados en esas posiciones, yo tenнa que mantener el rostro hacia el sureste, y mirarlos sуlo en breves vistazos.

‑Sн, asн pasa con las plantas, їno? ‑dijo don Juan y se volviу a don Genaro, quien manifestу su acuerdo con un gesto afirmativo.

Le dije que el motivo de que yo no hubiera seguido sus instrucciones era que me sentнa un poco estъpido hablando con las plantas.

‑No acabas de entender que un brujo no estб bromean­do ‑dijo con severidad‑. Cuando un brujo hace el intento de ver, hace el intento de ganar poder.

Don Genaro me observaba. Yo estaba tomando notas y eso parecнa desconcertarlo. Me sonriу, meneу la cabeza y dijo algo a don Juan. Don Juan alzу los hombros. Verme escribir debe haber sido bastante extraсo para don Genaro. Don Juan, supongo, se hallaba acostumbrado a mis anota­ciones, y el hecho de que yo escribiera mientras йl hablaba ya no le producнa extraсeza; podнa continuar hablando sin parecer advertir mis actos. Don Genaro, en cambio, no de­jaba de reнr, y tuve que abandonar mi escritura para no romper el tono de la conversaciуn.

Don Juan volviу a afirmar que los actos de un brujo no debнan tomarse como chistes, pues un brujo jugaba con la muerte en cada vuelta del camino. Luego procediу a re­latar a don Genaro la historia de cуmo una noche, durante uno de nuestros viajes, yo habнa mirado las luces de la muerte, siguiйndome. La anйcdota resultу absolutamente graciosa; don Genaro rodу por el suelo riendo.

Don Juan me pidiу disculpas y dijo que su amigo era dado a explosiones de risa. Mirй a don Genaro, a quien creн todavнa rodando en el suelo, y lo vi ejecutar un acto de lo mбs insуlito. Estaba parado de cabeza sin ayuda de brazos ni piernas, y tenнa las piernas cruzadas como si se encontrara sentado. El espectбculo era tan insуlito que me hizo saltar. Cuando tomй conciencia de que don Genaro estaba haciendo algo casi imposible, desde el punto de vista de la mecбnica corporal, йl habнa vuelto a sentarse en una postura normal. Don Juan, empero, parecнa tener conoci­miento de lo involucrado, y celebrу a carcajadas la hazaсa de don Genaro.

Don Genaro parecнa haber notado mi confusiуn; palmo­teу un par de veces y rodу nuevamente en el suelo; al parecer querнa que yo lo observara. Lo que al principio ha­bнa parecido rodar en el suelo era en realidad inclinarse estando sentado, y tocar el suelo con la cabeza. Aparente­mente lograba su ilуgica postura ganando impulso, incli­nбndose varias veces hasta que la inercia llevaba su cuerpo a una posiciуn vertical, de modo que por un instante "se sentaba de cabeza".

Cuando la risa de ambos aminorу, don Juan siguiу ha­blando; su tono era muy severo. Cambiй la posiciуn de mi cuerpo para estar cуmodo y darle toda mi atenciуn. No son­riу ni por asomo, como suele hacer, especialmente cuando trato de prestar atenciуn deliberada a lo que dice. Don Genaro seguнa mirбndome como en espera de que yo em­pezase a escribir de nuevo, pero ya no tomй notas. Las palabras de don Juan eran una reprimenda por no hablar con las plantas que yo habнa cortado, como siempre me habнa dicho que hiciera. Dijo que las plantas que yo matй podrнan tambiйn haberme matado; expresу su seguridad de que, tarde o temprano, harнan que me enfermara. Aсadiу que si me enfermaba como resultado de daсar plantas, yo, sin embargo, no darнa importancia al hecho y creerнa tener solamente un poco de gripe.

Los dos viejos tuvieron otro momento de regocijo; lue­go don Juan se puso serio nuevamente y dijo que, si yo no pensaba en mi muerte, mi vida entera no serнa sino un caos personal. Se veнa muy austero.

‑їQuй mбs puede tener un hombre aparte de su vida y su muerte? ‑me dijo.

En ese punto sentн que era indispensable tomar notas y empecй a escribir de nuevo. Don Genaro se me quedу mirando y sonriу. Luego inclinу la cabeza un poco hacia atrбs y abriу sus fosas nasales. Al parecer controlaba en forma notable los mъsculos que operaban dichas fosas, pues йstas se abrieron como al doble de su tamaсo normal.

Lo mбs cуmico de su bufonerнa no eran tanto los gestos de don Genaro como sus propias reacciones a ellos. Des­puйs de agrandar sus fosas nasales se desplomу, riendo, y una vez mбs llevу su cuerpo a la misma extraсa posiciуn invertida de sentarse de cabeza.

Don Juan riу hasta que las lбgrimas rodaron por sus mejillas. Me sentн algo apenado y reн con nerviosismo.

‑A Genaro no le gusta que escribas ‑dijo don Juan a guisa de explicaciуn.

Puse mis notas a un lado, pero don Genaro me asegurу que estaba bien escribir, porque en realidad no le impor­taba. Volvн a recoger mis notas y empecй a escribir. El repitiу los mismos movimientos hilarantes y ambos tuvie­ron de nuevo las mismas reacciones.

Don Juan me mirу, riendo aъn, y dijo que su amigo me estaba imitando; que yo tenнa la tendencia de abrir las fosa nasales cada vez que escribнa; y que don Genaro pen­saba que tratar de llegar a brujo tomando notas era tan absurdo como sentarse de cabeza; por eso habнa inventado la ridнcula postura de reposar en la cabeza el peso de su cuerpo sentado.

‑A lo mejor a ti no te hace gracia ‑dijo don Juan‑, pero sуlo a Genaro se le puede ocurrir sentarse de cabeza, y sуlo a ti se te ocurre aprender a ser brujo escribiendo de arriba abajo.

Ambos tuvieron otra explosiуn de risa, y don Genaro repitiу su increнble movimiento.

Me agradaba. Habнa en sus actos enorme gracilidad y franqueza.

‑Mis disculpas, don Genaro ‑dije seсalando el bloque de notas.

‑Estб bien ‑dijo, y riу chasqueando la lengua.

Ya no pude escribir. Siguieron hablando largo rato acer­ca de la forma en que las plantas podнan realmente ma­tar, y de cуmo los brujos las usaban en esa capacidad. Am­bos me miraban continuamente al hablar, como si espera­ran que escribiese.

‑Carlos es como un caballo al que no le gusta la silla ‑dijo don Juan‑. Hay que ir muy despacio con йl. Lo asustaste y ahora no escribe.

Don Genaro expandiу sus fosas nasales y dijo en sъ­plica parodiada, frunciendo el ceсo y la boca:

‑ЎБndale, Carlitos, escribe! Escribe hasta que se te cai­ga el dedo.

Don Juan se levantу, estirando los brazos y arqueando la espalda. Pese a su avanzada edad, su cuerpo se veнa po­tente y flexible. Fue a los matorrales a un lado de la casa y yo quedй solo con don Genaro. El me mirу y yo apartй los ojos, porque me hacнa sentirme apenado.

‑No me digas que ni siquiera vas a mirarme ‑dijo con una entonaciуn extremadamente cуmica.

Abriу las fosas nasales y las hizo vibrar; luego se puso en pie y repitiу los movimientos de don Juan, arqueando la espalda y estirando los brazos, pero con el cuerpo contraнdo en una posiciуn sumamente burlesca; era en verdad un gesto indescriptible que combinaba un exquisito sentido de la pantomima y un sentido de lo ridнculo. Era una caricatu­ra maestra de don Juan.

Don Juan regresу en ese momento y captу el gesto, y tambiйn la intenciуn. Se sentу riendo por lo bajo.

‑їQuй direcciуn lleva el viento? ‑preguntу como si nada don Genaro.

Don Juan seсalу el oeste con un movimiento de cabeza.

‑Mejor voy a donde sopla el viento ‑dijo don Ge­naro con expresiуn de seriedad.

Luego se volviу y sacudiу un dedo en mi direcciуn.

‑Y tъ no hagas caso si oyes ruidos raros ‑dijo‑. Cuando Genaro caga, las montaсas se estremecen.

Saltу a los matorrales y un momento despuйs oн un ruido muy extraсo, un retumbar profundo, ultraterreno. No supe quй interpretaciуn darle. Mirй a don Juan buscando un in­dicio, pero йl estaba doblado de risa.

 

17 de octubre, 1968

 

No recuerdo quй cosa motivу a don Genaro a hablarme sobre el orden del "otro mundo", como йl lo llamaba. Dijo que un maestro brujo era un бguila, o mбs bien que podнa convertirse en бguila. En cambio, un brujo malo era un tecolote. Don Genaro dijo que un brujo malo era hijo de la noche y que para un hombre asн los animales mбs ъtiles eran el leуn de montaсa u otros felinos salvajes, o bien las aves nocturnas, el tecolote en especial. Dijo que los "brujos lнricos", o simples aficionados, preferнan otros animales: el cuervo, por ejemplo. Don Juan riу; habнa estado escuchando en silencio.

Don Genaro se volviу a йl y dijo:

‑Eso es cierto; tъ lo sabes, Juan.

Luego dijo que un maestro brujo podнa llevar consigo a su discнpulo en un viaje y atravesar literalmente las diez capas del otro mundo. El maestro, siempre y cuando fuera un бguila, podнa empezar en la capa de abajo y luego atra­vesar cada mundo sucesivo hasta llegar a la cima. Los bru­jos malos y los lнricos, dijo, sуlo podнan cuando mucho atravesar tres capas.

Don Genaro describiу aquellos pasos diciendo:

‑Empiezas en el mero fondo y entonces tu maestro te lleva en su vuelo y al rato, Ўpum! Atraviesas la primera ca­pa. Luego, un ratito despuйs, Ўpum! Atraviesas la segunda; y Ўpum! Atraviesas la tercera...

En tal forma don Genaro me llevу hasta la ъltima capa del mundo. Cuando hubo terminado de hablar, don Juan me mirу y sonriу sabiamente.

‑Las palabras no son la predilecciуn de Genaro ‑di­jo‑, pero si quieres recibir una lecciуn, йl te enseсarб acer­ca del equilibrio de las cosas.

Don Genaro asintiу con la cabeza; frunciу la boca y entrecerrу los pбrpados.

Su gesto me pareciу delicioso.

Don Genaro se puso en pie y lo mismo hizo don Juan.

‑Muy bien -dijo don Genaro‑. Vamos, pues. Pode­mos ir a esperar a Nйstor y Pablito. Ya terminaron. Los jueves terminan temprano.

Ambos subieron en mi coche, don Juan en el asiento delantero. No les preguntй nada; simplemente echй a andar el motor. Don Juan me guiу a un sitio que segъn dijo era la casa de Nйstor; don Genaro entrу en la casa y un rato despuйs saliу con Nйstor y Pablito, dos jуvenes que eran sus aprendices. Todos subieron en mi coche y don Juan me indicу tomar el camino hacia las montaсas del oeste.

Dejamos el auto al lado del camino de tierra y seguimos la ribera de un rнo, que tendrнa cinco o seis metros de ancho, hasta una cascada visible desde donde me habнa es­tacionado. Atardecнa. El paisaje era impresionante. Di­rectamente sobre nuestras cabezas habнa una nube enorme, oscura, azulosa, que parecнa un techo flotante; tenнa un borde bien definido y la forma de un gigantesco semi­cнrculo. Hacia el oeste, en las altas montaсas de la Cordi­llera Central, la lluvia parecнa estar descendiendo sobre las laderas. Se veнa como una cortina blancuzca que caнa sobre los picos verdes. Al este se hallaba el valle largo y hondo; sobre йl sуlo habнa nubes desparramadas, y el sol brillaba allн. El contraste entre ambas бreas era magnнfico. Nos detuvimos al pie de la cascada; tenнa quizбs unos cua­renta y cinco metros de altura: el rugido era muy fuerte.

Don Genaro se puso un cinturуn del que colgaban siete o mбs objetos. Parecнan guajes pequeсos. Se quitу el som­brero y dejу que colgara, sobre su espalda, de un cordуn atado alrededor de su cuello. Se puso en la cabeza una ban­da que sacу de un morral hecho de gruesa tela de lana. La banda era tambiйn de lana de diversos colores; el que mбs resaltaba era un amarillo vнvido. En la banda insertу tres plumas. Parecнan ser plumas de бguila. Notй que los sitios donde las insertу no eran simйtricos. Una pluma que­dу sobre la curva posterior de su oreja derecha, otra unos centнmetros mбs adelante y la tercera sobre la sien izquier­da. Luego se quitу los huaraches, los enganchу o atу a la cintura de sus pantalones y asegurу el cinturуn por encima de su poncho. El cinturуn estaba hecho, al parecer, de tiras de cuero entretejidas. No pude ver si don Genaro lo ama­rrу o si tenнa hebilla. Don Genaro caminу hacia la cascada.

Don Juan manipulу una piedra redonda hasta dejarla en una posiciуn firme, y tomу asiento en ella. Los dos jуvenes hicieron lo mismo con otras piedras y se sentaron a su izquierda. Don Juan seсalу el sitio junto a йl, a su derecha, y me indicу traer una piedra y sentarme a su lado.

‑Hay que hacer una lнnea aquн ‑dijo, mostrбndome que los tres se hallaban sentados en fila.

Para entonces, don Genaro habнa llegado al pie del des­plomadero y habнa empezado a trepar por una vereda a la derecha de la cascada. Desde donde nos encontrбbamos, la vereda se veнa bastante empinada. Habнa muchos arbus­tos que don Genaro usaba como barandales. En cierto momento pareciу perder pie y casi se deslizу hacia abajo, como si la tierra estuviera resbaladiza. Un momento des­puйs ocurriу lo mismo, y por mi mente cruzу la idea de que tal vez don Genaro era demasiado viejo para andar escalando. Lo vi resbalar y trastabillar varias veces antes de llegar al punto en que la vereda terminaba.

Experimentй una especie de aprensiуn cuando empezу a trepar por las rocas. No podнa figurarme quй iba a hacer.

‑їQuй hace? ‑preguntй a don Juan en un susurro.

Don Juan no me mirу.

‑їNo ves que estб trepando? ‑dijo.

Don Juan miraba directamente a don Genaro. Tenнa los ojos fijos, los pбrpados entrecerrados. Estaba sentado muy erecto, con las manos descansando entre las piernas, sobre el borde de la piedra.

Me inclinй un poco para ver a los dos jуvenes. Don Juan hizo un ademбn imperativo para hacerme volver a la lнnea. Me retraje de inmediato. Tuve sуlo un vislumbre de los jуvenes. Parecнan igual de atentos que йl.

Don Juan hizo otro ademбn y seсalу en direcciуn de la cascada.

Mirй de nuevo. Don Genaro habнa trepado un buen trecho por la pared rocosa. En el momento en que mirй se hallaba encaramado en una saliente; avanzaba despacio, cen­tнmetro a centнmetro, para rodear un enorme peсasco. Te­nнa los brazos extendidos, como abrazando la roca. Se moviу lentamente hacia su derecha y de pronto perdiу pie. Di una boqueada involuntaria. Por un instante, su cuerpo entero pendiу en el aire. Me sentн seguro de que caerнa, pero no fue asн. Su mano derecha habнa aferrado algo, y muy бgilmente sus pies volvieron a la saliente. Pero antes de se­guir adelante se volviу a mirarnos. Fue apenas un vistazo. Habнa, sin embargo, tal estilizaciуn en el movimiento de volver la cabeza, que empecй a dudar. Recordй que habнa hecho lo mismo, volverse a mirarnos, cada vez que resba­laba. Yo habнa pensado que don Genaro debнa de sentirse apenado por su torpeza y que volteaba a ver si lo observб­bamos.

Trepу un poco mбs hacia la cima, sufriу otra pйrdida de apoyo y quedу colgando peligrosamente de la salediza superficie de roca. Esta vez se sostenнa con la mano iz­quierda. Al recuperar el equilibrio se volviу nuevamente a mirarnos. Resbalу dos veces mбs antes de llegar a la cima. Desde donde nos hallбbamos sentados, la cresta de la cascada parecнa tener de seis a ocho metros de ancho.

Don Genaro permaneciу inmуvil un momento. Quise preguntar a don Juan quй iba a hacer don Genaro allб arri­ba, pero don Juan parecнa tan absorto en observar que no me atrevнa a molestarlo.

De pronto, don Genaro saltу hacia el agua. Fue una acciуn tan completamente inesperada que sentн un vacнo en la boca del estуmago. Fue un salto magnнfico, extrava­gante. Durante un segundo tuve la clara sensaciуn de ha­ber visto una serie de imбgenes superpuestas de su cuerpo en vuelo elнptico hasta la mitad de la corriente.

Al aminorar mi sorpresa, advertн que don Genaro habнa aterrizado en una piedra al borde de la caнda: una piedra apenas visible desde donde nos encontrбbamos.

Permaneciу largo tiempo allн encaramado. Parecнa combatir la fuerza del agua precipitada. Dos veces se inclinу sobre el precipicio y no pude determinar a quй estaba asi­do. Alcanzу el equilibrio y se acuclillу en la piedra. Luego saltу de nuevo, como un tigre. Mis ojos apenas si percibнan la siguiente piedra donde aterrizу; era como un cono peque­сo en el borde mismo del despeсadero.

Se quedу allн casi diez minutos. Estaba inmуvil. Su quie­tud me impresionaba a tal grado que empecй a tiritar. Querнa levantarme y caminar por ahн.

Don Juan advirtiу mi nerviosismo y con tono autorita­rio me instу a calmarme.

La inmovilidad de don Genaro me precipitу a un terror extraordinario y misterioso. Sentн que, si seguнa mбs tiempo allн encaramado, yo no podrнa controlarme.

De pronto saltу de nuevo, ahora hasta la otra ribera de la cascada. Cayу sobre los pies y las manos, como un feli­no. Permaneciу acuclillado un momento; luego se incor­porу y mirу a travйs del torrente, hacia la otra orilla, y luego hacia abajo, en nuestra direcciуn. Se estuvo entera­mente quieto, mirбndonos. Tenнa las manos a los lados, ahuecadas como aferrando un barandal invisible.

Habнa en su postura algo verdaderamente exquisito; su cuerpo parecнa tan flexible, tan frбgil. Pensй que don Ge­naro con su banda y sus plumas, su poncho oscuro y sus pies descalzos, era el ser humano mбs hermoso que yo hubiera visto.

Repentinamente echу los brazos hacia arriba, alzу la ca­beza, y con gran rapidez lanzу su cuerpo a la izquierda, en una especie de salto mortal lateral. El peсasco donde habнa estado era redondo, y al saltar desapareciу tras йl.

En ese momento empezaron a caer grandes gotas de lluvia. Don Juan se levantу y lo mismo hicieron los dos jу­venes. Su movimiento fue tan abrupto que me confundiу. La experta hazaсa de don Genaro me habнa puesto en un estado de profunda excitaciуn emotiva. Sentнa que el viejo era un artista consumado y querнa verlo en ese mismo instante para aplaudirlo.

Me esforcй por escudriсar el lado izquierdo de la casca­da para ver si don Genaro descendнa, mas no lo hizo. In­sistн en saber quй le habнa pasado. Don Juan no respondiу.

‑Mбs vale que nos vayamos aprisa ‑dijo‑. Estб fuer­te el aguacero. Hay que llevar a Nйstor y Pablito a su casa, y luego tendremos que irnos regresando.

‑Ni siquiera le dije adiуs a don Genaro ‑me quejй.

‑Йl ya te dijo adiуs ‑repuso don Juan con aspereza.

Me observу un instante y luego suavizу el ceсo y son­riу.

‑Tambiйn te dio su afecto ‑dijo‑. Le caнste bien.

‑Pero їno vamos a esperarlo?

‑ЎNo! ‑dijo don Juan con brusquedad‑. Dйjalo tran­quilo, ahн donde estй. Capaz ya es un бguila volando al otro mundo, o capaz ya se muriу allб arriba. Ahorita ya no le hace.

 

23 de octubre, 1968

 

Don Juan mencionу casualmente que iba a hacer otro viaje a Mйxico central en un futuro cercano.

‑їVa usted a visitar a don Genaro? ‑preguntй.

‑A lo mejor ‑dijo sin mirarme.

‑Don Genaro estб bien, їverdad, don Juan? Digo, no le pasу nada malo allб arriba de la catarata, їno?

‑No le pasу nada; tiene aguante.

Hablamos un rato de su proyectado viaje y luego dije que habнa gozado mucho de la compaснa y los chistes de don Genaro. Se riу y dijo que don Genaro era en verdad como un niсo. Hubo una larga pausa; yo pugnaba mental­mente por hallar una frase inicial para inquirir acerca de su lecciуn. Don Juan me mirу y dijo en tono malicioso:

‑Ya te matan las ganas de preguntarme por la lecciуn de Genaro, їno?

Reн con turbaciуn. Todo lo ocurrido en la catarata me habнa estado obsesionando. Daba yo vueltas y mбs vueltas a todos los detalles que podнa recordar, y mis conclusio­nes eran que habнa sido testigo de una increнble hazaсa de destreza fнsica. Pensaba que don Genaro era, sin lugar a dudas, un incomparable maestro del equilibrio; cada uno de sus movimientos habнa sido ejecutado con un alto toque ritual y, obviamente, debнa de tener algъn inextricable sen­tido simbуlico.

‑Si -dije‑. Admito que me muero por saber cuбl fue su lecciуn.

‑Dйjame decirte algo ‑dijo don Juan‑. Para ti fue una pйrdida de tiempo. Su lecciуn era para alguien que pudiera ver. Pablito y Nйstor agarraron el hilo, aunque no ven muy bien. Pero tъ, tъ fuiste a mirar. Le dijo a Ge­naro que eras medio idiota y muy raro, todo atascado, y que a lo mejor te destapabas con su lecciуn, pero no. No importa, de todos modos. Ver es muy difнcil.

"No quise que hablaras despuйs con Genaro; por eso tuvimos que irnos. Lбstima. Pero habrнa salido peor que­darse. Genaro arriesgу mucho por mostrarte algo magnн­fico. Quй lбstima que no puedas ver.

‑Quizб, don Juan, si usted me dice cuбl fue la lec­ciуn, yo descubra que en realidad vi.

Don Juan se doblу de risa.

‑Tu mejor detalle es hacer preguntas ‑dijo.

Parecнa dispuesto a relegar nuevamente el tema. Como de costumbre, estбbamos sentados en el бrea frente a su casa; de pronto, don Juan se puso en pie y entrу. Fui tras йl e insistн en describirle lo que yo habнa visto. Seguн con fidelidad la secuencia de los hechos, segъn la recordaba. Don Juan sonreнa al escucharme. Cuando terminй, meneу la cabeza.

Ver es muy difнcil ‑dijo.

Le supliquй explicar su aseveraciуn.

Ver no es cosa de hablar ‑dijo imperativamente.

Resultaba obvio que no iba a decirme nada mбs, de mo­do que desistн y salн de la casa a cumplir unos encargos suyos.

Al regresar ya era de noche: comimos algo y despuйs salimos a la ramada. Acabбbamos de tomar asiento cuando don Juan empezу a hablar sobre la lecciуn de don Genaro. No me dio tiempo de prepararme para ello. Tenнa conmi­go mis notas, pero estaba demasiado oscuro para escribir, y no quise alterar el fluir de la conversaciуn yendo al inte­rior de la casa por la lбmpara de petrуleo.

Dijo que don Genaro, siendo un maestro del equilibrio, podнa ejecutar movimientos muy complejos y difнciles. Sen­tarse de cabeza era uno de tales movimientos, y con йl habнa intentado mostrarme que era imposible "ver" mien­tras uno tomaba notas. La acciуn de sentarse de cabeza sin ayuda de las manos era, en el mejor de los casos, una treta extravagante que duraba sуlo un momento. Segъn la opi­niуn de don Genaro, escribir acerca de "ver" era lo mis­mo; es decir, una maniobra precaria, tan curiosa y super­flua como sentarse de cabeza.

Don Juan me escudriсo en la oscuridad y dijo, en un tono muy dramбtico, que mientras don Genaro traveseaba sentбndose de cabeza, yo estuve al borde mismo de "ver". Don Genaro, advirtiйndolo, repitiу sus maniobras una y otra vez, sin resultado, pues yo perdн el hilo inmediata­mente.

Don Juan dijo que despuйs don Genaro, movido por la simpatнa personal que me tenнa, intentу en una forma muy dramбtica llevarme de nuevo a ese borde de "ver". Tras una deliberaciуn muy cuidadosa, decidiу mostrarme una haza­сa de equilibrio cruzando la cascada. Sintiу que la casca­da era como la orilla en que yo estaba parado, y confiу en que yo tambiйn podrнa realizar el cruce.

A continuaciуn, don Juan explicу la hazaсa de don Ge­naro. Dijo que ya me habнa indicado que los seres huma­nos eran, para quienes "veнan", seres luminosos compues­tos por una especie de fibras de luz, que giraban del frente a la espalda y mantenнan la apariencia de un huevo. Tambiйn me habнa dicho que la parte mбs asombrosa de las criaturas ovoides era un grupo de fibras largas que surgнan del бrea alrededor del ombligo; don Juan dijo que tales fi­bras tenнan una importancia primordial en la vida de un hombre. Esas fibras eran el secreto del equilibrio de don Genaro y su lecciуn no tenнa nada que ver con saltos acro­bбticos en la cascada. Su hazaсa de equilibrio consistнa en la forma en que usaba esas fibras "como tentбculos".

Don Juan se apartу del tema tan repentinamente como lo habнa traнdo a cuento, y empezу a hablar de algo sin ninguna relaciуn.


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 70 | Нарушение авторских прав


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