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LA TAREA DE "VER"

VII

 

DON JUAN no estaba en su casa cuando lleguй a ella el mediodнa del 8 de noviembre de 1968. Como no tenнa idea de dуnde buscarlo, me sentй a esperar. Por alguna razуn desconocida, sabнa que regresarнa pronto. Un rato despuйs, don Juan entrу en su casa. Asintiу mirбndome. Cambia­mos saludos. Parecнa estar cansado y se tendiу en su pe­tate. Bostezу un par de veces.

La idea de "ver" se me habнa vuelto obsesiуn, y yo ha­bнa decidido usar nuevamente la mezcla alucinуgena de fumar. Fue terriblemente difнcil hacer esa decisiуn, asн que todavнa deseaba discutirla un poco.

‑Quiero aprender a ver, don Juan ‑dije de sopetуn‑. Pero en realidad no quiero tomar nada; no quiero fumar su mezcla. їPiensa usted que hay alguna posibilidad de que yo aprenda a ver sin ella?

Se sentу, se me quedу viendo unos segundos y volviу a acostarse.

‑ЎNo! ‑dijo‑. Tendrбs que usar el humo.

‑Pero usted dijo que con don Genaro estuve a punto de ver.

‑Quise decir que algo en ti brillaba como si de verdad te dieras cuenta de lo que Genaro hacнa, pero nada mбs estabas mirando. La verdad es que hay algo en ti que se asemeja a ver, pero no es; estбs atascado y sуlo el humo puede ayudarte.

-їPor quй hay que fumar? їPor quй no puede uno, simplemente, aprender a ver por sн mismo? Yo tengo un deseo ferviente. їNo es bastante?

‑No, no es bastante. Ver no es tan sencillo, y sуlo el humo puede darte a ti la velocidad que necesitas para echar un vistazo a ese mundo fugaz. De otro modo no harбs sino mirar.

‑їQuй quiere usted decir con lo de mundo fugaz?

‑El mundo, cuando ves, no es como ahora piensas que es. Es mбs bien un mundo fugaz que se mueve y cambia. Por cierto que uno puede aprender a capturar por sн mis­mo ese mundo fugaz, pero a ti de nada te servirб, porque tu cuerpo se gastarб con la tensiуn. Con el humo, en cam­bio, jamбs sufrirбs de agotamiento. El humo te darб la velocidad necesaria para asir el movimiento fugaz del mun­do, y al mismo tiempo mantendrб intactos tu cuerpo y su fuerza.

‑ЎMuy bien! ‑dije con dramatismo‑. No quiero an­darme ya por las ramas. Fumarй.

Don Juan riу de mi arrebato histriуnico.

‑Pбrale ‑dijo‑. Siempre te agarras a lo que no de­bes. Ahora piensas que la simple decisiуn de dejarte guiar por el humo va a hacerte ver. Hay mucho pan por rebanar. En todo hay siempre mбs de lo que uno cree.

Se puso serio un momento.

‑He tenido mucho cuidado contigo, y mis actos han sido deliberados ‑dijo‑, porque es el deseo de Mescalito que comprendas mi conocimiento. Pero ahora sй que no tendrй tiempo de enseсarte todo lo que quiero. Nada mбs tendrй tiempo de ponerte en el camino, y confнo en que buscarбs del mismo modo que yo busquй. Debo admitir que eres mбs indolente y mбs terco que yo. Pero tienes otras ideas, y la direcciуn que seguirб tu vida es algo que no puedo predecir.

El tono deliberado de su voz, algo en su actitud, desper­taron en mн un viejo sentimiento: una mezcla de miedo, soledad y expectativa.

‑Pronto sabremos como andas ‑dijo crнpticamente.

No dijo nada mбs. Tras un rato saliу de la casa. Lo se­guн y me parй frente a йl, no sabiendo si sentarme o si des­cargar unos paquetes que le habнa traнdo.

‑їSerб peligroso? ‑preguntй, sуlo por decir algo.

‑Todo es peligroso ‑respondiу.

Don Juan no parecнa dispuesto a decirme ninguna otra cosa; reuniу unos bultos pequeсos que estaban apilados en un rincуn y los puso en una bolsa de red. No ofrecн ayu­darlo por saber que si quisiera mi ayuda la habrнa pedido. Luego se acostу en su petate. Me dijo que me calmase y descansara. Me acostй en mi petate y tratй de dormir, pero no estaba cansado; la noche anterior habнa parado en un motel y dormido hasta mediodнa, sabiendo que en sуlo tres horas de viaje llegarнa a la casa de don Juan. El tampoco dormнa. Aunque sus ojos estaban cerrados, notй un movi­miento de cabeza rнtmico, casi imperceptible. Se me ocurriу la idea de que tal vez canturreaba para sн mismo.

‑Comamos algo ‑dijo de pronto don Juan, y su voz me hizo saltar‑. Vas a necesitar toda tu energнa. Debes estar en buena forma.

Preparу sopa, pero yo no tenнa hambre.

 

Al siguiente dнa, 9 de noviembre, don Juan sуlo me dejу comer un bocado y me dijo que descansara. Estuve acos­tado toda la maсana, pero sin poder relajarme. No imagi­naba quй tenнa en mente don Juan y, peor aun, no me ha­llaba seguro de lo que yo mismo tenнa en mente.

A eso de las 3 pm, estбbamos sentados bajo su ramada. Yo tenнa mucha hambre. Varias veces habнa sugerido que comiйramos, pero don Juan habнa rehusado.

‑Llevas tres aсos sin preparar tu mezcla ‑dijo de re­pente‑. Tendrбs que fumar mi mezcla, asн que digamos que la he juntado para ti. Sуlo necesitarбs un poquito. Lle­narй una vez el cuenco de la pipa. Te lo fumas todo y luego descansas. Entonces vendrб el guardiбn del otro mun­do. No harбs nada mбs que observarlo. Observa cуmo se mueve; observa todo lo que hace. Tu vida puede depender de lo bien que vigiles.

Don Juan habнa dejado caer sus instrucciones en forma tan abrupta que no supe quй decir, ni siquiera quй pen­sar. Mascullй incoherencias durante un momento. No po­dнa organizar mis ideas. Finalmente, preguntй la primera cosa clara que me vino a la mente:

‑їQuiйn es ese guardiбn?

Don Juan se negу, de plano, a participar en conversa­ciуn, pero yo estaba demasiado nervioso para dejar de hablar e insistн desesperadamente en que me hablara del guardiбn.

‑Ya lo verбs ‑dijo con despreocupaciуn‑. Custodia el otro mundo.

‑їQuй mundo? їEl mundo de los muertos?

‑No es el mundo de los muertos ni el mundo de nada. Sуlo es otro mundo. No tiene caso hablarte de йl. Velo tъ mismo.

Con eso, don Juan entrу en la casa. Lo seguн a su cuarto.

‑Espere, espere, don Juan. їQuй va usted a hacer?

No respondiу. Sacу su pipa de un envoltorio y tomу asiento en un petate en el centro de la habitaciуn, mirбn­dome inquisitivo. Parecнa esperar mi consentimiento.

‑Eres medio tonto ‑dijo con suavidad‑. No tienes miedo. Nada mбs dices que tienes miedo.

Meneу lentamente la cabeza de lado a lado. Luego tomу la bolsita de la mezcla de fumar y llenу el cuenco de la pipa.

‑Tengo miedo, don Juan. De veras tengo miedo.

‑No, no es miedo.

Tratй con desesperaciуn de ganar tiempo e iniciй una larga discusiуn sobre la naturaleza de mis sentimientos. Mantuve con toda sinceridad que tenнa miedo, pero йl se­сalу que yo no jadeaba ni mi corazуn latнa mбs rбpido que de costumbre.

Pensй unos momentos en lo que habнa dicho. Se equivo­caba; yo sн tenнa muchos de los cambios fнsicos que suelen asociarse con el miedo, y me hallaba desesperado. Un sen­tido de condenaciуn inminente permeaba todo en mi de­rredor. Tenнa el estуmago revuelto y la seguridad de estar pбlido; mis manos sudaban profusamente; y sin embargo pensй realmente que no tenнa miedo. No tenнa el senti­miento de miedo al que habнa estado acostumbrado du­rante toda mi vida. El miedo que siempre habнa sido idio­sincrбsicamente mнo no estaba presente. Hablaba caminan­do de un lado a otro frente a don Juan, que seguнa senta­do en el petate, sosteniendo su pipa y mirбndome en forma inquisitiva; y al considerar el asunto lleguй a la conclusiуn de que lo que sentнa, en vez de mi miedo usual, era un pro­fundo sentimiento de desagrado, una incomodidad ante la mera idea de la confusiуn creada por la ingestiуn de plan­tas alucinуgenas.

Don Juan se me quedу viendo un instante; luego mirу mбs allб de mi, guiсando como si se esforzara por discer­nir algo en la distancia.

Seguн caminando de un lado a otro enfrente de йl hasta que en tono enйrgico me indicу tomar asiento y calmarme. Estuvimos sentados en silencio unos minutos.

‑No quieres perder tu claridad, їverdad? ‑dijo abrup­tamente.

‑Eso es muy cierto, don Juan ‑dije.

Riу, al parecer con deleite.

‑La claridad, el segundo enemigo de un hombre de co­nocimiento, ha descendido sobre ti.

"No tienes miedo ‑dijo con voz reconfortante‑, pe­ro ahora odias perder tu claridad, y como eres un idiota, llamas miedo a eso."

Riу chasqueando la lengua.

‑Trбeme unos carbones ‑ordenу.

Su tono era amable y confortante. Automбticamente me puse en pie y fui a la parte trasera de la casa; saquй al­gunas brasas del fuego, las puse sobre una pequeсa laja y regresй a la habitaciуn.

‑Ven aquн a la ramada ‑llamу desde afuera don Juan, en voz alta.

Habнa colocado un petate en el sitio donde yo suelo sen­tarme. Puse los carbones a su lado y йl los soplу para ac­tivar el fuego. Yo iba a sentarme, pero me detuvo y me dijo que tomara asiento en el borde derecho del petate. Luego metiу una brasa en la pipa y me la tendiу. La tomй. Me asombraba la silenciosa energнa con que don Juan me habнa guiado. No se me ocurriу nada que decir. Ya no tenнa mбs argumentos. Me hallaba convencido de que no sentнa miedo, sino sуlo renuencia a perder mi claridad.

‑Fuma, fuma ‑me ordenу con gentileza‑. Nada mбs un cuenco esta vez.

Chupй la pipa y oн el chirriar de la mezcla al encenderse. Sentн una capa instantбnea de hielo dentro de la boca y la nariz. Di otra fumada y el recubrimiento se extendiу a mi pecho. Cuando hube fumado por ъltima vez sentн que todo el interior de mi cuerpo se hallaba recubierto por una pe­culiar sensaciуn de calor frнo.

Don Juan tomу la pipa de mis manos y golpeу el cuenco contra la palma de la suya, para aflojar el residuo. Luego, como siempre hace, se mojу el dedo de saliva y frotу el interior del cuenco.

Mi cuerpo estaba aterido, pero podнa moverse. Cambiй de postura para hallarme mбs cуmodo.

‑їQuй va a pasar? ‑preguntй.

Tuve cierta dificultad para vocalizar.

Con mucho cuidado, don Juan metiу la pipa en su funda y la envolviу en un largo trozo de tela. Luego se sentу ergui­do, encarбndome. Yo me sentнa mareado; los ojos se me cerraban involuntariamente. Don Juan me moviу con ener­gнa y me ordenу permanecer despierto. Dijo que yo sabнa muy bien que de quedarme dormido morirнa. Eso me sa­cudiу. Pensй que probablemente don Juan sуlo lo decнa para mantenerme despierto, pero por otro lado se me ocu­rriу tambiйn que podнa tener razуn. Abrн los ojos tanto como pude y eso hizo reнr a don Juan. Dijo que yo debнa esperar un rato y tener los ojos abiertos todo el tiempo, y que en un momento dado podrнa ver al guardiбn del otro mundo.

Sentнa un calor muy molesto en todo el cuerpo; tratй de cambiar de postura, pero ya no podнa moverme. Quise hablar a don Juan; las palabras parecнan estar tan dentro de mн que no podнa sacarlas. Entonces caн sobre el costado iz­quierdo y me hallй mirando desde el piso a don Juan.

Se inclinу para ordenarme, en un susurro, que no lo mi­rara, sino fijase la vista en un punto del petate que estaba directamente frente a mis ojos. Dijo que yo debнa mirar con un ojo, el izquierdo, y que tarde o temprano verнa al guardiбn.

Fijй la mirada en el sitio indicado, pero no vi nada. En cierto momento, sin embargo, advertн un mosquito que vo­laba frente a mis ojos. Se posу en el petate. Seguн sus mo­vimientos. Se acercу mucho a mн; tanto, que mi percep­ciуn visual se emborronу. Y entonces, de pronto, sentн como si me hubiera puesto de pie. Era una sensaciуn muy desconcertante que merecнa algo de cavilaciуn, pero no ha­bнa tiempo para ello. Tenнa la sensaciуn total de estar mi­rando al frente desde mi acostumbrado nivel ocular; y lo que veнa estremeciу la ъltima fibra de mi ser. No hay otra manera de describir la sacudida emocional que experimen­tй. Allн mismo, encarбndome, a poca distancia, habнa un animal gigantesco y horrendo. ЎAlgo verdaderamente mons­truoso! Ni en las mбs locas fantasнas de la ficciуn habнa yo encontrado nada parecido. Lo mirй con desconcierto ab­soluto y extremo.

Lo primero que en realidad notй fue su tamaсo. Pensй, por algъn motivo, que debнa de tener casi treinta metros de alto. Parecнa hallarse en pie, erecto, aunque yo no po­dнa saber cуmo se tenнa en pie. Luego, notй que tenнa alas: dos alas cortas y anchas. En ese punto tomй conciencia de que insistнa en examinar al animal como si se tratase de una visiуn ordinaria; es decir, lo miraba. Sin embargo, no podнa realmente mirarlo en la forma en que me hallaba acostumbrado a mirar. Me di cuenta de que, mбs bien, notaba yo cosas de йl, como si la imagen se aclarara con­forme se aсadнan partes. Su cuerpo estaba cubierto por mechones de pelo negro. Tenнa un hocico largo y babeaba. Sus ojos eran saltones y redondos, como dos enormes pelo­tas blancas.

Entonces empezу a batir las alas. No era el aleteo de un pбjaro, sino una especie de tremor parpadeante, vibra­torio. Ganу velocidad y empezу a describir cнrculos frente a mн; mбs que volar, se deslizaba, con asombrosa rapidez y agilidad, a unos cuantos centнmetros del piso. Durante un momento me hallй abstraнdo en observarlo. Pensй que sus movimientos eran feos, y sin embargo su velocidad y sol­tura eran esplйndidas.

Dio dos vueltas en torno mнo, vibrando las alas, y la baba que caнa de su boca volaba en todas direcciones. Lue­go girу sobre sн mismo y se alejу a una velocidad increн­ble, hasta desaparecer en la distancia. Mirй fijamente en la direcciуn que habнa seguido, pues no me era posible hacer nada mбs. Tenнa una peculiarнsima sensaciуn de pesadez, la sensaciуn de ser incapaz de organizar mis pensamientos en forma coherente. No podнa irme. Era como si me hallara pegado al sitio.

Entonces vi en la distancia algo como una nube; un ins­tante despuйs la bestia gigantesca daba vueltas nuevamen­te frente a mн, a toda velocidad. Sus alas tajaron el aire cada vez mбs cerca de mis ojos, hasta golpearme. Sentн que las alas habнan literalmente golpeado la parte de mн que estaba en ese sitio, fuera la que fuera. Gritй con toda mi fuerza, invadido por uno de los dolores mбs torturantes que jamбs he sentido.

Lo prуximo que supe fue estar sentado en mi petate; don Juan me frotaba la frente. Frotу con hojas mis brazos y piernas; luego me llevу a una zanja de irrigaciуn detrбs de su casa, me quitу la ropa y me sumergiу por entero; me sacу y volviу a sumergirme una y otra vez.

Mientras yo yacнa en el fondo, poco profundo, de la zanja, don Juan me jalaba de tiempo en tiempo el pie iz­quierdo y daba golpecitos suaves en la planta. Tras un rato sentн un cosquilleo. El lo advirtiу y dijo que yo estaba bien. Me puse la ropa y regresamos a su casa. Volvн a sen­tarme en mi petate y tratй de hablar, pero me sentн inca­pacitado de concentrarme en lo que querнa decir, aunque mis pensamientos eran muy claros. Asombrado, tomй con­ciencia de cuбnta concentraciуn se necesitaba para hablar. Tambiйn notй que, para decir algo, tenнa que dejar de mi­rar las cosas. Tuve la impresiуn de que me hallaba enre­dado en un nivel muy profundo y cuando querнa hablar tenнa que salir a la superficie como un buceador; tenнa que ascender como si me jalaran mis palabras. Dos veces logrй incluso aclararme la garganta en una forma perfectamente ordinaria. Pude haber dicho entonces lo que deseaba decir, pero no lo dije. Preferн permanecer en el extraсo nivel de silencio donde podнa limitarme a mirar. Tuve el sentimiento de que empezaba a conectarme con lo que don Juan llamaba "ver", y eso me hacнa muy feliz.

Despuйs, don Juan me dio sopa y tortillas y me ordenу comer. Pude hacerlo sin ningъn problema y sin perder lo que yo consideraba mi "poder de ver". Enfoquй los ojos en todo lo que me rodeaba. Estaba convencido de que podнa "ver" todo, y sin embargo el mundo se miraba igual, has­ta donde me era posible juzgar. Pugnй por "ver" hasta que la oscuridad fue completa. Finalmente me cansй y me dormн.

Despertй cuando don Juan me cubriу con una frazada. Tenнa jaqueca y estaba mal del estуmago. Tras un rato me sentн mejor y dormн tranquilamente hasta el dнa si­guiente.

A la maсana, era de nuevo yo mismo. Ansioso, preguntй a don Juan:

‑їQuй cosa me ocurriу?

Don Juan riу, taimado.

‑Fuiste a buscar al cuidador y claro que lo hallaste ‑dijo.

‑їPero quй era, don Juan?

‑El guardiбn, el cuidador, el centinela del otro mundo ‑dijo don Juan, concretando.

Intentй narrarle los detalles de esa bestia fea y porten­tosa, pero йl hizo caso omiso, diciendo que mi experien­cia no era nada especial, que cualquiera podнa hacer eso.

Le dije que el guardiбn habнa sido para mн un choque tal, que todavнa no me era posible pensar realmente en йl.

Don Juan riу e hizo burla de lo que llamу una incli­naciуn demasiado dramбtica de mi naturaleza.

‑Esa cosa, fuera lo que fuera, me lastimу ‑dije‑. Era tan real como usted y yo.

‑Claro que era real. Te hizo doler, їno?

Al rememorar la experiencia creciу mi excitaciуn. Don Juan me pidiу calma. Luego me preguntу si de veras habнa tenido miedo del guardiбn; enfatizу el "de veras".

‑Estaba yo petrificado ‑dije‑. Jamбs en mi vida he experimentado un susto tan imponente.

‑Quй va ‑dijo, riendo‑. No tuviste tanto miedo.

‑Le juro ‑dije con fervor genuino‑ que de haber­me podido mover habrнa corrido como histйrico.

Mi aseveraciуn le pareciу graciosa y le causу risa.

‑їQuй caso tenнa el hacerme ver esa monstruosidad, don Juan?

Se puso serio y me contemplу.

‑Era el guardiбn ‑dijo‑. Si quieres ver, debes vencer al guardiбn.

‑їPero cуmo voy a vencerlo, don Juan? Ha de tener unos treinta metros de alto.

Don Juan riу con tantas ganas que las lбgrimas rodaron por sus mejillas.

‑їPor quй no me deja decirle lo que vi, para que no haya malentendidos? ‑dije.

‑Si eso te hace feliz, бndale, dime.

Narrй cuanto podнa recordar, pero eso no pareciу alterar su humor.

‑Sigue sin ser nada nuevo ‑dijo sonriendo.

‑їPero cуmo espera usted que yo venza una cosa asн? їCon quй?

Estuvo callado un rato. Luego me mirу y dijo:

‑No tuviste miedo, no realmente. Tuviste dolor, pero no tuviste miedo.

Se reclinу contra unos bultos y puso los brazos detrбs de la cabeza. Pensй que habнa abandonado el tema.

‑Sabes ‑dijo de pronto, mirando el techo de la rama­da‑, cada hombre puede ver al guardiбn. Y el guardiбn es a veces, para algunos de nosotros, una bestia imponente del alto del cielo. Tienes suerte; para ti fue nada mбs de treinta metros. Y sin embargo, su secreto es tan simple.

Hizo una pausa momentбnea y tarareу una canciуn ran­chera.

‑El guardiбn del otro mundo es un mosquito ‑dijo despacio, como si midiera el efecto de sus palabras.

‑їCуmo dijo usted?

‑El guardiбn del otro mundo es un mosquito ‑repi­tiу‑. Lo que encontraste ayer era un mosquito; y ese mos­quito te cerrarб el paso hasta que lo venzas.

Por un momento no creн lo que don Juan decнa, pero al rememorar la secuencia de mi visiуn hube de admitir que en cierto momento me hallaba mirando un mosquito, y un instante despuйs tuvo lugar una especie de espejis­mo y me encontrй mirando la bestia.

‑їPero cуmo pudo lastimarme un mosquito, don Juan? ‑preguntй, verdaderamente confundido,

‑No era un mosquito cuando te lastimу ‑dijo йl‑; era el guardiбn del otro mundo. Capaz algъn dнa tengas el valor de vencerlo. Ahora no; ahora es una bestia babeante de treinta metros. Pero no tiene caso hablar de eso. Parбrsele enfrente no es ninguna hazaсa, asн que si quieres conocer mбs a fondo, busca otra vez al guardiбn.

Dos dнas mбs tarde, el 11 de noviembre, fumй nuevamen­te la mezcla de don Juan.

Le habнa pedido dejarme fumar de nuevo para hallar al guardiбn. No se lo pedн en un arranque momentбneo, sino despuйs de larga deliberaciуn. Mi curiosidad con respecto al guardiбn era desproporcionadamente mayor que mi miedo, o que la desazуn de perder mi claridad.

El procedimiento fue el mismo. Don Juan llenу una vez el cuenco de la pipa, y cuando hube terminado todo el contenido la limpiу y la guardу.

El efecto fue marcadamente mбs lento; cuando empecй a sentirme un poco mareado don Juan se acercу y, soste­niendo mi cabeza en sus manos, me ayudу a acostarme sobre el lado izquierdo. Me dijo que estirara las piernas y me relajara, y luego me ayudу a poner el brazo derecho frente a mi cuerpo, al nivel del pecho. Volteу mi mano para que la palma presionara contra el petate, y dejу que mi peso descansara sobre ella. No hice nada por ayudarlo ni por estorbarlo, pues no supe quй estaba haciendo.

Tomу asiento frente a mн y me dijo que no me preocu­para por nada. Dijo que el guardiбn vendrнa, y que yo tenнa un asiento de primera fila para verlo. Aсadiу, en forma casual, que el guardiбn podнa causar gran dolor, pero que habнa un modo de evitarlo. Dos dнas atrбs, dijo, me habнa hecho sentarme al juzgar que yo ya tenнa sufi­ciente. Seсalу mi brazo derecho y dijo que lo habнa puesto deliberadamente en esa posiciуn para que yo pudiera usarlo como una palanca con la cual impulsarme hacia arriba cuan­do asн lo deseara.

Cuando hubo terminado de decirme todo eso, mi cuerpo estaba ya adormecido por completo. Quise presentar a su atenciуn el hecho de que me serнa imposible empujarme hacia arriba porque habнa perdido el control de mis mъscu­los. Tratй de vocalizar las palabras, pero no pude. Sin em­bargo, йl parecнa habйrseme anticipado, y explicу que el truco estaba en la voluntad. Me instу a recordar la ocasiуn, aсos antes, en que yo habнa fumado los hongos por vez primera. En dicha ocasiуn caн al suelo y saltй a mis pies nuevamente por un acto de lo que йl llamу, en ese entonces, mi "voluntad"; me "levantй con el pensamiento". Dijo que йsa era, de hecho, la ъnica manera posible de levantarse.

Lo que decнa me resultaba inъtil, pues yo no recordaba lo que en realidad habнa hecho aсos antes. Tuve un avasalla­dor sentido de desesperaciуn y cerrй los ojos.

Don Juan me aferrу por el cabello, sacudiу vigorosa­mente mi cabeza y me ordenу, imperativo, no cerrar los ojos. No sуlo los abrн, sino que hice algo que me pareciу asombroso. Dije:

‑No sй cуmo me levantй aquella vez.

Quedй sobresaltado. Habнa algo muy monуtono en el rit­mo de mi voz, pero claramente se trataba de mi voz, y sin embargo creн con toda honestidad que no podнa haber dicho eso, porque un minuto antes me hallaba incapacitado para hablar.

Mirй a don Juan. El volviу el rostro hacia un lado y riу.

‑Yo no dije eso ‑dije.

Y de nuevo me sobresaltу mi voz. Me sentн exaltado. Hablar bajo estas condiciones se volvнa un proceso regoci­jante. Quise pedir a don Juan que explicara mi habla, pero me descubrн nuevamente incapaz de pronunciar una sola palabra. Luchй con fiereza por dar voz a mis pensamien­tos, pero fue inъtil. Desistн y en ese momento, casi involun­tariamente, dije:

‑їQuiйn habla, quiйn habla?

Esa pregunta causу tanta risa a don Juan que en cierto momento se fue de lado.

Al parecer me era posible decir cosas sencillas, siempre y cuando supiera exactamente quй deseaba decir.

‑їEstoy hablando? їEstoy hablando? ‑preguntй.

Don Juan me dijo que, si no dejaba yo mis juegos, saldrнa a acostarse bajo la ramada y me dejarнa solo con mis payasadas.

‑No son payasadas ‑dije.

El asunto me parecнa de gran seriedad. Mis pensamientos eran muy claros; mi cuerpo, sin embargo, estaba entumido: no podнa sentirlo. No me hallaba sofocado, como alguna vez anterior bajo condiciones similares; estaba cуmodo por­que no podнa sentir nada; no tenнa el menor control sobre mi sistema voluntario, y no obstante podнa hablar. Se me ocurriу la idea de que, si podнa hablar, probablemente po­drнa levantarme, como don Juan habнa dicho.

‑Arriba ‑dije en inglйs, y en un parpadeo me hallaba de pie.

Don Juan meneу la cabeza con incredulidad y saliу de la casa.

‑ЎDon Juan! ‑llamй tres veces.

Regresу.

‑Acuйsteme ‑pedн.

‑Acuйstate tъ solo ‑dijo‑. Parece que estбs en gran forma.

Dije: ‑Abajo‑ y de pronto perdн de vista el aposen­to. No podнa ver nada. Tras un momento, la habitaciуn y don Juan volvieron a entrar en mi campo de visiуn. Pensй que debнa haberme acostado con la cara contra el piso, y que йl me habнa alzado la cabeza agarrбndome del cabello.

‑Gracias ‑dije con voz muy lenta y monуtona.

‑De nada ‑repuso, remedando mi entonaciуn, y tuvo otro ataque de risa.

Luego tomу unas hojas y empezу a frotarme con ellas los brazos y los pies.

‑їQuй hace usted? ‑preguntй.

‑Te estoy sobando ‑dijo, imitando mi penoso hablar monуtono.

Su cuerpo se sacudнa de risa. Sus ojos brillaban, amistosos. Me agradaba verlo. Sentн que don Juan era compasivo y justo y gracioso. No podнa reнr con йl, pero me habrнa gustado hacerlo. Otro sentimiento de regocijo me invadiу, y reн; fue un sonido tan horrible que don Juan se descon­certу un instante.

‑Mбs vale que te lleve a la zanja ‑dijo‑, porque si no te vas a matar a payasadas.

Me puso en pie y me hizo caminar alrededor del cuar­to. Poco a poco empecй a sentir los pies, y las piernas, y finalmente todo el cuerpo. Mis oнdos reventaban con una presiуn extraсa. Era como la sensaciуn de una pierna o un brazo que se han dormido. Sentнa un peso tremendo sobre la nuca y bajo el cuero cabelludo, arriba de la cabeza.

Don Juan me llevу apresuradamente a la zanja de irriga­ciуn atrбs de su casa; me arrojу allн con todo y ropa. El agua frнa redujo gradualmente la presiуn y el dolor, hasta que desaparecieron por entero.

Me cambiй de ropa en la casa y tomй asiento y de nuevo sentн el mismo tipo de alejamiento, el mismo deseo de per­manecer callado. Pero esta vez notй que no era claridad de mente ni poder de enfocar; mбs bien era una especie de melancolнa y una fatiga fнsica. Por fin, me quedй dormido.

 

12 de noviembre, 1968

 

Esta maсana, don Juan y yo fuimos a los cerros cercanos a recoger plantas. Caminamos unos diez kilуmetros sobre terreno extremadamente бspero. Me cansй mucho. Nos sen­tamos a descansar, a iniciativa mнa, y йl abriу una conversa­ciуn diciendo que se hallaba satisfecho de mis progresos.

‑Ahora sй que era yo quien hablaba ‑dije‑, pero en esos momentos podrнa haber jurado que era alguien mбs.

‑Eras tъ, claro ‑dijo‑.

‑їPor quй no pude reconocerme?

‑Eso es lo que hace el humito. Uno puede hablar sin darse cuenta; uno puede moverse miles de kilуmetros y tampoco darse cuenta. Asн es tambiйn como se pueden atravesar las cosas. El humito se lleva el cuerpo y uno estб libre, como el viento; mejor que el viento: al viento lo para una roca o una pared o una montaсa. El humito lo hace a uno tan libre como el aire; quizбs hasta mбs libre: el aire se queda encerrado en una tumba y se vicia, pero con la ayuda del humito nada puede pararlo a uno ni encerrarlo.

Las palabras de don Juan desataron una mezcla de eufo­ria y duda. Sentн una incomodidad avasalladora, una sen­saciуn de culpa indefinida.

‑їEntonces uno de verdad puede hacer todas esas cosas, don Juan?

‑їTъ quй crees? Preferirнas creer que estбs loco, їno? ‑dijo, cortante.

‑Bueno, para usted es fбcil aceptar todas esas cosas. Para mi es imposible.

‑Para mi no es fбcil. No tengo ningъn privilegio sobre ti. Esas cosas son igualmente difнciles de aceptar para ti o para mн o para cualquier otro.

‑Pero usted estб en su elemento con todo esto, don Juan.

‑Sн, pero bastante me costу. Tuve que luchar, quizб mбs de lo que tъ luches nunca. Tъ tienes un modo inex­plicable de hacer que todo marche para ti. No tienes idea de cuбnto hube de esforzarme para hacer lo que tъ hiciste ayer. Tienes algo que te ayuda en cada paso del camino. No hay otra explicaciуn posible de la manera en que apren­des las cosas de los poderes. Lo hiciste antes con Mesca­lito, ahora lo has hecho con el humito. Deberнas concen­trarte en el hecho de que tienes un gran don, y dejar de lado otras consideraciones.

‑Lo hace usted sonar muy fбcil, pero no lo es. Estoy roto por dentro.

‑Te compondrбs pronto. Una cosa es cierta, no has cuidado tu cuerpo. Estбs demasiado gordo. No quise decirte nada antes. Siempre hay que dejar que los otros hagan lo que tienen que hacer. Te fuiste aсos enteros. Pero te dije que volverнas, y volviste. Lo mismo pasу conmigo. Me rajй durante cinco aсos y medio.


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 71 | Нарушение авторских прав


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