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UNA REALIDAD APARTE

(Nuevas conversaciones con don Juan)

Carlos Castaneda Нndice

 

Introducciуn............................................ 3

PRIMERA PARTE

LOS PRELIMINARES DE "VER"

 

Capнtulo I................................................ 12

Capнtulo II................................................ 14

Capнtulo III................................................ 25

Capнtulo IV................................................ 33

Capнtulo V................................................ 43

Capнtulo VI................................................ 51

 

SEGUNDA PARTE

LA TAREA DE "VER"

 

Capнtulo VII............................................... 61

Capнtulo VIII.............................................. 70

Capнtulo IX................................................ 73

Capнtulo X................................................ 79

Capнtulo XI................................................ 84

Capнtulo XII............................................... 92

Capнtulo XIII.............................................. 100

Capнtulo XIV.............................................. 109

Capнtulo XV............................................... 120

Capнtulo XVI.............................................. 124

Capнtulo XVII..............................................134

 

Epнlogo................................................. 143
INTRODUCCIУN

 

HACE diez aсos tuve la fortuna de conocer a don Juan Matus, un indio yaqui del noroeste de Mйxico. Entablй amistad con йl bajo circunstancias en extremo fortuitas. Estaba yo sentado con Bill, un amigo mнo, en la terminal de autobuses de un pueblo fronterizo en Arizona. Guardбbamos silencio. Atardecнa y el calor del verano era insoportable. De pronto, Bill se inclinу y me tocу el hombro.

‑Ahн estб el sujeto del que te hablй ‑dijo en voz baja.

Ladeу casualmente la cabeza seсalando hacia la entrada. Un anciano acababa de llegar.

‑їQuй me dijiste de йl? ‑preguntй.

‑Es el indio que sabe del peyote, їTe acuerdas?

Recordй que una vez Bill y yo habнamos andado en coche todo el dнa, buscando la casa de un indio mexicano muy "excйntrico" que vivнa en la zona. No la encontramos, y yo tuve la sospecha de que los indios a quienes pedimos direcciones nos habнan desorientado a propуsito. Bill me dijo que el hombre era un "yerbero" y que sabнa mucho sobre el cacto alucinуgeno peyote. Dijo tambiйn que me serнa ъtil conocerlo. Bill era mi guнa en el suroeste de los Estados Unidos, donde yo andaba reuniendo informaciуn y especнmenes de plantas medicinales usadas por los indios de la zona.

Bill se levantу y fue a saludar al hombre. El indio era de estatura mediana. Su cabello blanco y corto le tapaba un poco las orejas, acentuando la redondez del crбneo. Era muy moreno: las hondas arrugas en su rostro le daban apa­riencia de viejo, pero su cuerpo parecнa fuerte y бgil. Lo observй un momento. Se movнa con una facilidad que yo habrнa creнdo imposible para un anciano.

Bill me hizo seсa de acercarme.

‑Es un buen tipo ‑me dijo‑. Pero no le entiendo. Su espaсol es raro; ha de estar lleno de coloquialismos rurales.

El anciano mirу a Bill y sonriу. Y Bill, que apenas ha­bla unas cuantas palabras de espaсol, armу una frase ab­surda en ese idioma. Me mirу como preguntando si se daba a entender, pero yo ignoraba lo que tenнa en mente; sonriу con timidez y se alejу. El anciano me mirу y empe­zу a reнr. Le expliquй que mi amigo olvidaba a veces que no sabнa espaсol.

‑Creo que tambiйn olvidу presentarnos ‑aсadн, y le dije mi nombre.

‑Y yo soy Juan Matus, para servirle ‑contestу.

Nos dimos la mano y quedamos un rato sin hablar. Rompн el silencio y le hablй de mi empresa. Le dije que buscaba cualquier tipo de informaciуn sobre plantas, espe­cialmente sobre el peyote. Hablй compulsivamente durante un buen tiempo, y aunque mi ignorancia del tema era casi total, le di a entender que sabнa mucho acerca del peyote. Pensй que si presumнa de mi conocimiento el anciano se interesarнa en conversar conmigo. Pero no dijo nada. Es­cuchу con paciencia. Luego asintiу despacio y me escudri­су. Sus ojos parecнan brillar con luz propia. Esquivй su mirada. Me sentн apenado. Tuve en ese momento la certeza de que йl sabнa que yo estaba diciendo tonterнas.

‑Vaya usted un dнa a mi casa ‑dijo finalmente, apar­tando los ojos de mн‑. A lo mejor allн podemos platicar mбs a gusto.

No supe quй mбs decir. Me sentнa incуmodo. Tras un rato, Bill volviу a entrar en el recinto. Advirtiу mi desa­zуn y no pronunciу una sola palabra. Estuvimos un rato sentados en profundo silencio. Luego el anciano se levantу. Su autobъs habнa llegado. Dijo adiуs.

‑No te fue muy bien, їverdad? ‑preguntу Bill.

‑No.

‑їLe preguntaste de las plantas?

‑Sн. Pero creo que metн la pata.

‑Te dije, es muy excйntrico. Los indios de por aquн lo conocen, pero jamбs lo mencionan. Y eso es por algo.

‑Pero dijo que yo podнa ir a su casa.

‑Te estaba tomando el pelo. Seguro, puedes ir a su casa, pero eso quй. Nunca te dirб nada. Si llegas a pre­guntarle algo, te tratarб como si fueras un idiota diciendo tonterнas.

Bill dijo convincentemente que ya habнa conocido gente asн, personas que daban la impresiуn de saber mucho. En su opiniуn tales personas no valнan la pena, pues tarde o temprano se podнa obtener la misma informaciуn de al­guien que no se hiciera el difнcil. Dijo que йl no tenнa pa­ciencia ni tiempo que gastar con viejos farsantes, y que posiblemente el anciano sуlo aparentaba ser conocedor de hierbas, mientras que en realidad sabнa tan poco como cualquiera.

Bill siguiу hablando, pero yo no escuchaba. Mi mente continuaba fija en el indio. El sabнa que yo habнa estado alardeando. Recordй sus ojos. Habнan brillado, literal­mente.

Regresй a verlo unos meses mбs tarde, no tanto como es­tudiante de antropologнa interesado en plantas medicinales, sino como poseso de una curiosidad inexplicable. La forma en que me habнa mirado fue un evento sin precedentes en mi vida. Yo querнa saber quй implicaba aquella mirada.

Se me volviу casi una obsesiуn, y mientras mбs pensaba en ella mбs insуlita parecнa.

Don Juan y yo nos hicimos amigos, y a lo largo de un aсo le hice innumerables visitas. Su actitud me daba mucha confianza y su sentido del humor me parecнa excelente; pero sobre todo sentнa en sus actos una consistencia calla­da, totalmente desconcertante para mн. Experimentaba en su presencia un raro deleite, y al mismo tiempo una de­sazуn extraсa. Su sola compaснa me forzaba a efectuar una tremenda revaluaciуn de mis modelos de conducta. Me habнan educado, quizб como a todo el mundo, para tener la disposiciуn de aceptar al hombre como una criatura esencialmente dйbil y falible. Lo que me impresionaba de don Juan era el hecho de que no destacaba el ser dйbil e indefenso, y el solo estar cerca de йl aseguraba una com­paraciуn desfavorable entre su forma de comportarse y la mнa. Acaso una de las aseveraciones mбs impresionantes que le oн en aquella йpoca se referнa a nuestra diferencia inherente. Con anterioridad a una de mis visitas, habнa es­tado sintiйndome muy desdichado a causa del curso total de mi vida y de cierto nъmero de conflictos personales apre­miantes. Al llegar a su casa me sentнa melancуlico y ner­vioso.

Hablбbamos de mi interйs en su conocimiento, pero, como de costumbre, нbamos por sendas distintas. Yo me referнa al conocimiento acadйmico que trasciende la experiencia, mientras йl hablaba del conocimiento directo del mundo.

‑їA poco crees que conoces el mundo que te rodea? ‑preguntу.

‑Conozco de todo ‑dije.

‑Quiero decir, їsientes el mundo que te rodea?

‑Siento el mundo que me rodea tanto como puedo.

‑Eso no basta. Debes sentirlo todo; de otra manera el mundo pierde su sentido.

Formulй el clбsico argumento de que no era necesario probar la sopa para conocer la receta, ni recibir un choque elйctrico para saber de la electricidad.

‑Ya transformaste todo en una estupidez ‑dijo-. Ya veo que quieres agarrarte de tus razones a pesar de que no te dan nada; quieres seguir siendo el mismo aъn a costa de tu bienestar.

‑No sй de quй habla usted.

‑Hablo del hecho de que no estбs completo. No tienes paz.

La aserciуn me molestу. Me sentн ofendido. Pensй que don Juan no estaba calificado en modo alguno para juzgar mis actos ni mi personalidad.

‑Estбs lleno de problemas ‑dijo‑. їPor quй?

‑Sуlo soy un hombre, don Juan ‑repuse malhumorado.

Hice la afirmaciуn en la misma vena en que mi padre solнa hacerla. Cada vez que decнa ser sуlo un hombre, implicaba que era dйbil e indefenso y su frase, como la mнa, rebosaba un esencial sentido de desesperanza.

Don Juan me escudriсу como el dнa en que nos cono­cimos.

‑Piensas demasiado en ti mismo ‑dijo sonriendo‑. Y eso te da una fatiga extraсa que te hace cerrarte al mun­do que te rodea y agarrarte de tus razones. Por eso tienes solamente problemas. Yo tambiйn soy sуlo un hombre, pero no lo digo como tъ lo dices.

‑їCуmo lo dice usted?

‑Yo me he salido de todos mis problemas. Quй lбstima que mi vida sea tan corta y no me permita aferrarme de todas las cosas que quisiera. Pero eso no es problema, ni punto de discusiуn; es sуlo una lбstima.

Me gustу el tono de sus frases. No habнa en йl desespe­raciуn ni compasiуn por sн mismo.

En 1961, un aсo despuйs de nuestro primer encuentro, don Juan me revelу que poseнa un conocimiento secreto de las plantas medicinales. Me dijo que era brujo. Desde ese punto, cambiу la relaciуn entre nosotros; me convertн en su aprendiz y durante los cuatro aсos siguientes luchу por enseсarme los misterios de la hechicerнa. He escrito sobre ese aprendizaje en Las enseсanzas de don Juan: una forma yaqui de conocimiento.

Nuestras conversaciones fueron todas en espaсol, y gra­cias al magnнfico dominio que don Juan poseнa del idioma obtuve explicaciones detalladas de los complejos significa­dos de su sistema de creencias. He llamado brujerнa a esa intrincada y sistemбtica estructura de conocimiento, y brujo a don Juan, porque йl mismo empleaba tales categorнas en la conversaciуn informal. Sin embargo, en el contexto de elucidaciones mбs serias, usaba los tйrminos "conocimien­to" para categorizar la brujerнa y "hombre de conoci­miento" o "el que sabe" para categorizar al brujo.

Con el fin de enseсar y corroborar su conocimiento, don Juan usaba tres conocidas plantas sicotrуpicas: peyote, Lophophora williamsii; toloache, Datura inoxia, y un hon­go perteneciente al gйnero Psylocibe. A travйs de la inges­tiуn por separado de cada uno de estos alucinуgenos pro­dujo en mн, su aprendiz, unos estados peculiares de percep­ciуn distorsionada, o conciencia alterada, que he llamado "estados de realidad no ordinaria". He usado la palabra "realidad" porque una premisa principal en el sistema de creencias de don Juan era que los estados de conciencia producidos por la ingestiуn de cualquiera de las tres plan­tas no eran alucinaciones, sino aspectos concretos, aunque no comunes, de la realidad de la vida cotidiana. Don Juan no se comportaba hacia tales estados de realidad no ordi­naria "como si" fueran reales; los tomaba "como" reales.

Clasificar como alucinуgenos las plantas citadas, y como realidad no ordinaria los estados que producнan, es, desde luego, un recurso mнo. Don Juan entendнa y explicaba las plantas como vehнculos que conducнan o guiaban a un hom­bre a ciertas fuerzas o "poderes" impersonales; y los estados que producнan, como los "encuentros" que un brujo debнa tener con esos "poderes" para ganar control sobre ellos.

Llamaba al peyote "Mescalito" y lo describнa como maes­tro benйvolo y protector de los hombres. Mescalito enseсa­ba la "forma correcta de vivir". El peyote solнa ingerirse en reuniones de brujos llamadas "mitotes", donde los partici­pantes se juntaban especнficamente para buscar una lecciуn sobre la forma correcta de vivir.

Don Juan consideraba al toloache, y a los hongos, pode­res de distinta clase. Los llamaba "aliados" y decнa que eran susceptibles a la manipulaciуn; de hecho, un brujo obtenнa su fuerza manipulando a un aliado. De los dos, don Juan preferнa el hongo. Afirmaba que el poder conte­nido en el hongo era su aliado personal, y lo llamaba "humo" o "humito".

El procedimiento de don Juan para utilizar los hongos era dejarlos secar dentro de un pequeсo guaje, donde se pulverizaban. Mantenнa cerrado el guaje durante un aсo, y luego mezclaba el fino polvo con otras cinco plantas se­cas y producнa una mezcla para fumar en pipa.

Para convertirse en hombre de conocimiento habнa que "encontrarse" con el aliado tantas veces como fuera posi­ble; habнa que familiarizarse con йl. Esta premisa impli­caba, desde luego, que uno debнa fumar bastante a menudo la mezcla alucinуgena. Este proceso de "fumar" consistнa en ingerir el tenue polvo de hongos, que no se incineraba, y en inhalar el humo de las otras cinco plantas que compo­nнan la mezcla. Don Juan explicaba los profundos efectos del humo sobre las capacidades de percepciуn diciendo que "el aliado se llevaba el cuerpo de uno".

El mйtodo didбctico de don Juan requerнa un esfuerzo extraordinario por parte del aprendiz. De hecho, el grado de participaciуn y compromiso necesario era tan extenuante que a fines de 1965 tuve que abandonar el aprendizaje. Puedo decir ahora, con la perspectiva de los cinco aсos transcurridos, que en ese tiempo las enseсanzas de don Juan habнan empezado a representar una seria amenaza para mi "idea del mundo". Yo empezaba a perder la certeza, comъn a todos nosotros, de que la realidad de la vida cotidiana es algo que podemos dar por sentado.

En la йpoca de mi retirada, me hallaba convencido de que mi decisiуn era terminante; no querнa volver a ver a don Juan. Sin embargo, en abril de 1968 me facilitaron uno de los primeros ejemplares de mi libro y me sentн compelido a enseсбrselo. Fui a visitarlo. Nuestra liga de maestro‑aprendiz se restableciу misteriosamente, y puedo decir que en esa ocasiуn iniciй un segundo ciclo de apren­dizaje, muy distinto del primero. Mi temor no fue tan agudo como lo habнa sido en el pasado. El ambiente total de las enseсanzas de don Juan fue mбs relajado. Reнa y tambiйn me hacнa reнr mucho. Parecнa haber, por parte suya, un intento deliberado de minimizar la seriedad en general. Payaseу durante los momentos verdaderamente cruciales de este segundo ciclo, y asн me ayudу a superar experiencias que fбcilmente habrнan podido volverse obse­sivas. Su premisa era la necesidad de una disposiciуn ligera y tratable para soportar el impacto y la extraсeza del cono­cimiento que me estaba enseсando.

‑La razуn por la que te asustaste y saliste volado es porque te sientes mбs importante de lo que crees ‑dijo, explicando mi retirada previa‑. Sentirse importante lo hace a uno pesado, rudo y vanidoso. Para ser hombre de conocimiento se necesita ser liviano y fluido.

El interйs particular de don Juan en el segundo ciclo de aprendizaje fue enseсarme a "ver". Aparentemente, habнa en su sistema de conocimiento la posibilidad de mar­car una diferencia semбntica entre "ver" y "mirar" como dos modos distintos de percibir. "Mirar" se referнa a la manera ordinaria en que estamos acostumbrados a percibir el mundo, mientras que "ver" involucraba un proceso muy complejo por virtud del cual un hombre de conocimiento percibe supuestamente la "esencia" de las cosas del mundo.

Con el fin de presentar en forma legible las complicacio­nes del proceso de aprendizaje he condensado largos pa­sajes de preguntas y respuestas, reduciendo asн mis notas de campo originales. Creo, sin embargo, que en este punto mi presentaciуn no puede, en absoluto, desvirtuar el signi­ficado de las enseсanzas de don Juan. La reducciуn tuvo el propуsito de hacer fluir mis notas, como fluye la conver­saciуn, para que tuvieran el impacto deseado; es decir, yo querнa comunicar al lector, por medio de un reportaje, el drama y la inmediacidad de la situaciуn de campo. Cada secciуn que he puesto como capнtulo fue una sesiуn con don Juan. Por regla general, йl siempre concluнa cada una de nuestras sesiones en una nota abrupta; asн, el tono dra­mбtico del final de cada capнtulo no es un recurso litera­rio de mi cosecha: era un recurso propio de la tradiciуn oral de don Juan. Parecнa ser un recurso mnemotйcnico que me ayudaba a retener la cualidad dramбtica y la importan­cia de las lecciones.

Empero, son necesarias ciertas explicaciones para dar co­herencia a mi reportaje, pues su claridad depende de la elucidaciуn de ciertos conceptos clave o unidades clave que deseo destacar. Esta elecciуn de йnfasis es congruente con mi interйs en la ciencia social. Es perfectamente posible que otra persona, con un conjunto diferente de metas y anticipaciones, resaltara conceptos enteramente distintos de los que yo he elegido.

Durante el segundo ciclo de aprendizaje, don Juan insistiу en asegurarme que el uso de la mezcla de fumar era el requisito indispensable para "ver". Por tanto, yo debнa usarla con toda la frecuencia posible.

‑Sуlo el humo te puede dar la velocidad necesaria para vislumbrar ese mundo fugaz ‑dijo.

Con ayuda de la mezcla sicotrуpica, produjo en mн una serie de estados de realidad no ordinaria. La caracterнstica saliente de tales estados, en relaciуn a lo que don Juan parecнa estar haciendo, era una condiciуn de "inaplicabili­dad". Lo que yo percibнa en aquellos estados de conciencia alterada era incomprensible e imposible de interpretar por medio de nuestra forma cotidiana de entender el mundo. En otras palabras, la condiciуn de inaplicabilidad acarreaba la cesaciуn de la pertinencia de mi visiуn del mundo.

Don Juan usу esta condiciуn de inaplicabilidad de los estados de realidad no ordinaria para introducir una serie de nuevas "unidades de significado" preconcebidas. Las unidades de significado eran todos los elementos individua­les pertinentes al conocimiento que don Juan se empeсaba en enseсarme. Las he llamado unidades de significado por­que eran el conglomerado bбsico de datos sensoriales, y sus interpretaciones, sobre el cual se erigнa un significado mбs complejo. Una de tales unidades era, por ejemplo, la forma en que se entendнa el efecto fisiolуgico de la mezcla sico­trуpica. Esta producнa un entumecimiento y una pйrdida de control motriz que en el sistema de don Juan se interpreta­ban como una acciуn realizada por el humo, que en este caso era el aliado, con el fin de "llevarse el cuerpo del practicante".

Las unidades de significado se agrupaban en forma espe­cнfica, y cada bloque asн creado integraba lo que llamo una "interpretaciуn sensible". Obviamente, tiene que haber un nъmero infinito de posibles interpretaciones sensibles que son pertinentes a la brujerнa y que un brujo debe aprender a realizar. En nuestra vida cotidiana, enfrentamos un nъmero infinito de interpretaciones sensibles pertinentes a ella. Un ejemplo sencillo podrнa ser la interpretaciуn, ya no deliberada, que hacemos veintenas de veces cada dнa, de la estructura que llamamos "cuarto". Es obvio que hemos aprendido a interpretar en tйrminos de cuarto la es­tructura que llamamos cuarto; asн, cuarto es una interpreta­ciуn sensible porque requiere que en el momento de hacerla tengamos conocimiento, en una u otra forma, de todos los elementos que entran en su composiciуn. Un sistema de in­terpretaciуn sensible es, en otras palabras, el proceso por virtud del cual un practicante tiene conocimiento de todas las unidades de significado necesarias para realizar asuncio­nes, deducciones, predicciones, etc., sobre todas las situa­ciones pertinentes a su actividad.

Al decir "practicante" me refiero a un participante que posee un conocimiento adecuado de todas, o casi todas, las unidades de significado implicadas en su sistema particular de interpretaciуn sensible. Don Juan era un practicante; esto es, era un brujo que conocнa todos los pasos de su brujerнa.

Como practicante, intentaba abrirme acceso a su sistema de interpretaciуn sensible. Tal accesibilidad, en este caso, equivalнa a un proceso de resocializaciуn en el que se apren­dнan nuevas maneras de interpretar datos perceptuales.

Yo era el "extraсo", el que carecнa de la capacidad de realizar interpretaciones inteligentes y congruentes de las unidades de significado propias de la brujerнa.

La tarea de don Juan, como practicante ocupado en hacer­me accesible su sistema, consistнa en descomponer una certeza particular que yo comparto con todo el mundo: la certeza de que la perspectiva "de sentido comъn" que tenemos del mundo es definitiva. A travйs del uso de plan­tas sicotrуpicas, y de contactos bien dirigidos entre su sistema extraсo y mi persona, logrу mostrarme que mi pers­pectiva del mundo no puede ser definitiva porque sуlo es una interpretaciуn.

Para el indio americano, acaso durante miles de aсos, el vago fenуmeno que llamamos brujerнa ha sido una prбc­tica, seria y autйntica, comparable a la de nuestra ciencia. Nuestra dificultad para comprenderla surge, sin duda, de las unidades de significado extraсas con las cuales trata.

 

 

Don Juan me dijo una vez que un hombre de conocimiento tiene predilecciones. Le pedн explicar este enunciado.

‑Mi predilecciуn es ver -dijo.

‑їQuй quiere usted decir con eso?

‑Me gusta ver -dijo‑ porque sуlo viendo puede un hombre de conocimiento saber.

‑їQuй clase de cosas ve usted.

‑Todo.

‑Pero yo tambiйn veo todo y no soy un hombre de conocimiento.

‑No. Tъ no ves.

‑Por supuesto que sн,

‑Te digo que no.

‑їPor quй dice usted eso, don Juan?

‑Tъ solamente miras la superficie de las cosas.

‑їQuiere usted decir que todo hombre de conocimiento ve a travйs de lo que mira?

‑No. Eso no es lo que quiero decir. Dije que un hom­bre de conocimiento tiene sus propias predilecciones; la mнa es sencillamente ver y saber; otros hacen otras cosas.

‑їQuй otras cosas, por ejemplo?

‑Ahн tienes a Sacateca: es un hombre de conocimiento y su predilecciуn es bailar. Asн que йl baila y sabe.

‑їEs la predilecciуn de un hombre de conocimiento algo que йl hace para saber?

‑Sн, pues.

‑їPero cуmo podrнa el baile ayudar a Sacateca a saber?

‑Podrнamos decir que Sacateca baila con todo lo que tiene.

‑їBaila como yo bailo? Digo, їcуmo se baila?

‑Digamos que baila como yo veo y no como tъ bailas.

‑їTambiйn ve como usted ve?

‑Sн, pero tambiйn baila.

‑їCуmo baila Sacateca?

‑Es difнcil explicar eso. Es un baile muy especial que usa cuando quiere saber. Pero lo ъnico que te puedo decir es que, a menos que entiendas los modos del que sabe, es imposible hablar de bailar o de ver.

‑їLo ha visto usted bailar?

‑Sн. Pero no todo el que mira su baile puede ver que йsa es su forma especial de saber.

Yo conocнa a Sacateca, o al menos sabнa quiйn era. Nos habнan presentado y una vez le invitй una cerveza. Se portу con mucha cortesнa y me dijo que fuera a su casa con entera libertad en cualquier momento que quisiese. Pensй largo tiempo en visitarlo, pero no se lo dije a don Juan.

La tarde del 14 de mayo de 1962, fui a casa de Sacateca; me habнa dado instrucciones para llegar y no tuve dificul­tad en hallarla. Estaba en una esquina y tenнa una cerca en torno. La verja estaba cerrada. Di la vuelta para ver si podнa atisbar el interior de la casa. Parecнa desierta.

‑Don Elнas ‑llamй en voz alta. Las gallinas asustadas, se desparramaron por el patio cacareando con furia. Un pe­rrito se llegу a la cerca. Esperй que me ladrara; en vez de ello, se sentу a mirarme. Gritй de nuevo y las gallinas estallaron otra vez en cacareos.

Una vieja saliу de la casa. Le pedн llamar a don Elнas.

‑No estб ‑dijo.

‑їDуnde puedo hallarlo?

‑Estб en el campo.

‑їEn quй parte del campo?

‑No sй. Ven mбs tarde. El regresa como a las cinco.

‑їEs usted la mujer de don Elнas?

‑Sн, soy su mujer ‑dijo y sonriу.

Tratй de hacerle preguntas sobre Sacateca, pero se excu­sу y dijo que no hablaba bien el espaсol. Subн en mi coche y me alejй.

Volvн a la casa a eso de las seis. Me estacionй ante la verja y gritй el nombre de Sacateca. Esta vez saliу йl de la casa. Encendн mi grabadora, que en su estuche de cuero cafй parecнa una cбmara colgada de mi hombro. Sacateca pareciу reconocerme.

‑Ah, eras tъ ‑dijo sonriendo‑. їCуmo estб Juan?

‑Muy bien. їPero cуmo estб usted, don Elнas?

No respondiу. Parecнa nervioso. Pese a su gran compos­tura exterior, sentн que se hallaba disgustado.

‑їTe mandу Juan con algъn recado?

‑No. Vine yo solo.

‑їY para quй?

Su pregunta pareciу traicionar su sorpresa genuina.

‑Nada mбs querнa hablar con usted ‑dijo, tratando de parecer lo mбs despreocupado posible‑. Don Juan me ha contado cosas maravillosas de usted y me entrу la curio­sidad y querнa hacerle unas cuantas preguntas.

Sacateca estaba de pie frente a mi. Su cuerpo era delgado y fuerte. Llevaba camisa y pantalones caqui. Tenнa los ojos entrecerrados; parecнa adormilado o quizб borracho. Su boca estaba entreabierta y el labio inferior colgaba. Notй su respiraciуn profunda; casi parecнa roncar. Se me ocurriу que Sacateca se hallaba sin duda borracho sin medida. Pero esa idea resultaba incongruente, porque apenas unos minu­tos antes, al salir de su casa, habнa estado muy alerta y muy consciente de mi presencia.

‑їDe quй quieres hablar? ‑erijo por fin.

La voz sonaba cansada; era como si las palabras reptaran una tras otra. Me sentн muy incуmodo. Era como si su fatiga fuese contagiosa y me jalara.

‑De nada en particular ‑respondн‑, Nada mбs vine a que platicбramos como amigos. Usted me invitу una vez a venir a su casa.

‑Pues sн, pero esto no es lo mismo.

‑їPor quй no es lo mismo?

‑їQuй no hablas con Juan?

‑Sн.

‑їEntonces para quй quieres hablar conmigo?

‑Pensй que quizб podrнa hacerle unas preguntas...

‑Pregъntale a Juan, їQuй no te estб enseсando?

‑Sн, pero de todos modos me gustarнa preguntarle a usted acerca de lo que don Juan me enseсa, y tener su opiniуn. Asн podrй saber a quй atenerme.

‑їPara quй andas con esas cosas? їNo te confнas en Juan?

‑Sн.

‑їEntonces por quй no le preguntas a йl todo lo que quieres saber?

‑Sн le pregunto. Y me dice todo. Pero si usted tambiйn pudiera hablarme de lo que don Juan me enseсa, tal vez yo entenderнa mejor.

‑Juan puede decirte todo. El es el ъnico que puede. їNo entiendes eso?

‑Sн, pero es que me gusta hablar con gente como usted, don Elнas. No todos los dнas encuentra uno a un hombre de conocimiento.

‑Juan es un hombre de conocimiento.

‑Lo sй.

‑їEntonces por quй me estбs hablando a mн?

‑Ya le dije que vine a que hablбramos como amigos.

‑No, no es cierto. Tъ te traes otra cosa.

Quise explicarme y no pude sino mascullar incoherencias. Sacateca no dijo nada. Parecнa escuchar con atenciуn. Te­nнa de nuevo los ojos entrecerrados, pero sentн que me escudriсaba. Asintiу casi imperceptiblemente. Sus pбrpados se abrieron de pronto, y vi sus ojos. Parecнa mirar mбs allб de mi. Golpeу despreocupadamente el suelo con la punta de su pie derecho, justo atrбs de su talуn izquierdo. Tenнa las piernas levemente arqueadas, los brazos inertes contra los costados. Luego alzу el brazo derecho; la mano estaba abierta con la palma perpendicular al suelo; los dedos extendidos seсalaban en mi direcciуn. Dejу oscilar la mano un par de veces antes de ponerla al nivel de mi rostro. La mantuvo en esa posiciуn durante un instante y me dijo unas cuantas palabras. Su voz era muy clara, pero las pa­labras se arrastraban.

Tras un momento dejу caer la mano a su costado y permaneciу inmуvil, adoptando una posiciуn extraсa. Esta­ba parado en los dedos de su pie izquierdo. Con la punta del pie derecho, cruzado tras el talуn del izquierdo, gol­peaba el suelo suave y rнtmicamente.

Experimentй una aprensiуn sin motivo, una especie de inquietud. Mis ideas parecнan disociadas. Pensaba yo en co­sas sin conexiуn ni sentido que nada tenнan que ver con lo que ocurrнa. Advertн mi incomodidad y tratй de encau­zar nuevamente mis pensamientos hacia la situaciуn in­mediata, pero no pude a pesar de una gran pugna. Era como si alguna fuerza me evitara concentrarme o pensar cosas que vinieran al caso.

Sacateca no habнa pronunciado palabra y yo no sabнa quй mбs decir o hacer. En forma totalmente automбtica, di la media vuelta y me marchй.

Mбs tarde me sentн empujado a narrar a don Juan mi encuentro con Sacateca. Don Juan riу a carcajadas.

‑їQuй es lo que realmente pasу? ‑preguntй.

‑ЎSacateca bailу! ‑dijo don Juan ‑. Te vio, y des­puйs bailу.

‑їQuй me hizo? Me sentн muy frнo y mareado.

‑Parece que no le caнste bien, y te parу tirбndote una palabra.

‑їCуmo pudo hacer eso? -exclamй, incrйdulo.

‑Muy sencillo; te parу con su voluntad.

‑їCуmo dijo usted?

‑ЎTe parу con su voluntad!

La explicaciуn no bastaba. Sus afirmaciones me sonaban a jerigonza. Tratй de sacarle mбs, pero no pudo explicar el evento de manera satisfactoria para mi.

Obviamente, dicho evento, o cualquier evento que ocu­rriese dentro de este ajeno sistema de sentido comъn, sуlo podнa ser explicado o comprendido en tйrminos de las uni­dades de significado propias de tal sistema. Esta obra es, por lo tanto, un reportaje, y debe leerse como reportaje. El sistema en aprendizaje me era incomprensible; asн que la pretensiуn de hacer algo mбs que reportar sobre йl serнa engaсosa e impertinente. En este aspecto, he adoptado el mйtodo fenomenolуgico y luchado por encarar la brujerнa exclusivamente como fenуmenos que me fueron presenta­dos. Yo, como perceptor, registrй lo que percibн, y en el momento de registrarlo me propuse suspender todo juicio.


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 61 | Нарушение авторских прав


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