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—Pero, bueno, ¿y a ti qué te pasa hoy? —Eladia lo celebró cuando la enlazó por la cintura y la estrechó contra sí, para bailar con ella sin más música que la que sonaba en su imaginación.
La dirección del Partido tardó menos de cuarenta y ocho horas en comunicarle que había aprobado su plan y estaba dispuesta a correr con los gastos. La cantaora recitó a continuación, como si fuera la letra de una copla que hubiera tenido que aprenderse de memoria, que las multicopistas eran prioritarias, que el camarada Perales estaba a cargo de la operación y que, en consideración a su encierro, se le autorizaba expresamente a tomar sus propias decisiones.
—Pero, hombre, requesón... —la Palmera fue la única persona que frunció el ceño cuando se enteró de lo que tramaba—. ¿A ti no te parece que tu pobre hermana ya tiene bastante como para echarle esto encima?
Antes de la victoria de Franco, lo último que Antonio se habría atrevido a sospechar era que algún día llegaría a admirar a Manolita. En los primeros meses de su encierro, atado de pies y manos por la amenaza de un peligro cuyas verdaderas dimensiones aún desconocía, ninguna imagen le posaba en el paladar un sabor tan amargo como la estampa de su hermana, tan pequeña, tan joven, tan sola, con cuatro niños a cuestas, navegando sobre dos cárceles, el paro, el desahucio y el hambre. Estaba seguro de que no sería capaz de tirar de aquel carro durante mucho tiempo, de que antes o después tendría que desprenderse de los pequeños, confiarlos al Auxilio Social o recurrir a la caridad para alimentarlos, si no se veía obligada a hacer algo peor. Por eso, les pidió a las chicas que coquetearan con el comisario todo el tiempo que hiciera falta hasta conseguir una cartilla de fumador a nombre de su padre, y después, siguió desvelándose por las noches mientras repasaba todos los posibles desarrollos de una situación que, en cualquier momento, podía terminar con una de sus hermanas, quizás las dos, en una esquina de la calle de la Montera.
Pero la Palmera, que siempre había sido un sentimental, y se había empeñado en cobijar a Manolita bajo las pocas plumas que le quedaban en las alas, fue contándole, semana tras semana, una historia distinta. Antonio siguió a distancia los episodios de la guerra que su hermana libraba en solitario contra el mundo, la sucesión de pequeñas victorias que había colmado de medallas el pecho de una jovencita a la que él nunca había considerado digna de grandes méritos. A veces, hasta tenía la sensación de no haberla conocido antes, pero en abril de 1941 ya había aprendido que Manolita era fuerte, que era lista, que era animosa, generosa, tenaz. Y que era, sobre todo, muy valiente.
—Precisamente por eso, Palmera —respondió—. Si ha conseguido salir adelante con todo lo que lleva a cuestas... ¿Cómo no va a poder con esto?
Antonio Perales García podría haberse parado a valorar las consecuencias del cañonazo que estaba a punto de disparar, pero su especialidad no era pensar, sino conspirar. La teoría siempre había sido asunto de Silverio.
II
Дата добавления: 2015-11-13; просмотров: 54 | Нарушение авторских прав
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