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Capítulo 8. Maggie dio un paso atrás

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M aggie dio un paso atrás. Aún podía sentir en la mano la forma metálica, fría, sujeta en la cinturilla de sus vaqueros.

Llevaba un arma. Había estado en su casa todo ese tiempo con un arma de fuego…

—Llevas una pistola —repitió.

Durante unos segundos Nate se limitó a mirarla, como si estuviera preguntándose qué debía hacer.

Maggie estaba temblando. Tom llevaba pistola cuando era guardia de seguridad, y que ella supiera, nunca la había disparado hasta aquella noche, cuando intentó defenderse. El resultado fue que vivió el tiempo suficiente para llegar el hospital, y su atacante no.

Y como ese hombre, un activista, también había muerto, a nadie le importaba que Tom hubiera muerto intentando defenderse.

Por intereses políticos, el nombre de su marido había sido ensuciado por una parte de la prensa, y Maggie se había encontrado en medio de todo aquello, intentando defenderlo mientras estaba sola con una niña pequeña y un adolescente.

Por eso, la idea de que Nate llevase una pistola la ponía enferma. Había confiado en él. Le había dicho que estaba de baja y ella lo había creído. Ahora se daba cuenta de que todo era mentira. Un hombre que estaba de vacaciones no llevaba pistola.

Nate estaba allí con el único propósito de encontrar a algún delincuente, y sin embargo, la había besado. Había dejado que empezara a encariñarse con él. Y ella había estado a punto de dejar que las cosas fueran más allá. Afortunadamente, no lo había hecho.

—Vete de aquí.

—¿Quieres que me vaya?

—¿Llevas una pistola o no?

—Sí, Maggie. Llevo una pistola… —suspiró Nate.

—¿Por qué? ¿Soy una amenaza para ti?

—Soy un comisario de policía. No voy a ningún sitio sin mi arma reglamentaria. Nunca.

—¿La has tenido todo el tiempo, desde que llegaste aquí?

—Sí.

Maggie tragó saliva. Tenía que saberlo todo. Tenía que saber lo ciega que había estado.

—¿Cuándo fuimos al pueblo?

—Sí.

Esperaba que se mostrase arrepentido, culpable… Pero no era así. Al contrario, casi parecía aliviado.

—¿Cuándo salías de excursión?

—Sí.

—¿El día que salimos a dar un paseo, cuando soplaba el viento chinook?

Esperó la respuesta con el corazón en la garganta. Ese día, más vulnerable que nunca, había decidido confiar en él. Nate la había abrazado mientras lloraba; ella le había contado cosas sobre Tom…

—Sí, Maggie. Ese día también.

¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía haberla abrazado y besado mientras llevaba una pistola en el pantalón? ¿Cómo podía ella haber estado tan ciega?

—Escúchame, lo que te he dicho es verdad: No voy a ningún sitio sin mi arma reglamentaria. No es nada personal.

—¿No es nada personal? —repitió ella, incrédula.

¿Cómo podía decir eso? Estaba en su casa, había llevado un arma de fuego a su casa sin decírselo. ¿Qué más no le había contado?

—Quiero que te marches, Nate. Puedes subir a tu camioneta ahora mismo y marcharte a Olds. Allí hay muchos hostales, seguro que tus superiores pagarán la factura.

—No puedo hacer eso.

La respuesta era seca, firme, como si estuviera dando una orden. Habría sido más fácil si hubiese apartado la mirada, si se mostrase arrepentido. Pero Nate no dejaba de mirarla a los ojos, como pidiéndole que lo aceptase.

Y Maggie ya había aceptado más que suficiente. Había aceptado la muerte de sus padres, había aceptado la muerte de Tom y el informe oficial, había aceptado los problemas de Jen mientras hacía todo lo posible por minimizar los daños… Había dejado entrar a Nate en su casa y aceptado que estaba allí de vacaciones cuando era mentira.

Pero todo eso se había terminado.

—Ya no eres bienvenido aquí. Con una pistola, no.

—Maggie, tienes que escucharme —le imploró él—. Tengo que estar aquí.

—¿Por qué? ¿Por qué aquí precisamente? Y esta vez dime la verdad. Creo que me lo merezco.

—Porque me han destinado aquí. Ojalá pudiese contarte algo más, pero no puedo. Es por tu propia seguridad.

Eso no era suficiente. No podía ser suficiente.

—No estás de baja, ¿verdad?

—No.

Ese monosílabo lo decía todo. Maggie miró el huerto por la ventana, la hierba que se esforzaba por crecer en el jardín, la nieve… Aquél era su mundo. El mundo que ella había intentado mantener en orden durante años. Su lugar seguro. En aquel momento le gustaría recuperar la sensación de normalidad, le gustaría poder olvidar las cosas que antes tenía olvidadas. Aquel mundo extraordinario, con Nate, no era real.

—No quería engañarte… No me gusta nada mentir, Maggie.

—Entonces me has mentido… —dijo ella, dándose la vuelta.

—He tenido que hacerlo… —suspiró Nate.

Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en el cuello. Un calor que la hizo recordar sus brazos, sus labios. Pero tenía que dejar de pensar en eso. No había sido más que una momentánea debilidad, un error que no volvería a repetirse.

—Me obligaron a pedir una baja. La historia que te conté sobre la muerte accidental de esa chica… Mi jefe pensó que tenía que apartarme del servicio, pero me llamaron poco después para encargarme una misión.

—Estás aquí buscando a algún delincuente.

Nate asintió con la cabeza.

—Lo siento mucho, Maggie.

Nate quería abrazarla, suplicarle que lo entendiese, pero no podía ser. Ya le había hecho suficiente daño.

—¿Qué clase de misión te trae a un pueblo perdido en medio de ninguna parte? No lo entiendo… Ni siquiera tienes jurisdicción aquí. Tú eres un policía estadounidense.

Él deseaba contarle la verdad, pero no podía hacerlo. Aún no.

—No puedo decirte nada más, Maggie.

—No, claro. Se supone que debo aceptar lo que tú me cuentes y callarme como una buena chica, ¿no? Pues lo siento, pero no puedo hacer eso.

—¿Crees que yo no quería contártelo? —exclamó él, frustrado—. Cada vez que te miraba a los ojos me sentía como un canalla. No me gusta mentir, ni a ti ni a nadie, pero estamos hablando de un asunto importante.

—¿Y cómo iba yo a saber eso si has estado mintiéndome desde que llegaste?

Nate sabía que no debía involucrarla. Si Harding descubría quién era y dónde se alojaba, podrían perder la oportunidad de detenerlo. O peor. No, era necesario guardar el secreto.

—Lo sé, pero me he visto obligado a hacerlo. Tengo razones para no contarte la verdad.

—Me dan igual esas razones —replicó ella, intentando apartarse.

—No, por favor. Siéntate, vamos a hablar.

¿Por qué le importaba tanto? Ahora Maggie sabía quién era. Debería soltarla y seguir haciendo su trabajo, pero no podía hacerlo. No podía dejar que pensara que lo que había entre ellos era una mentira. Porque era quizá, la emoción más real que había experimentado en mucho tiempo.

Maggie le importaba. Le importaba su vida, sus miedos, sus heridas… Quería protegerla. Quería… Quería amarla.

—No todo era mentira —empezó a decir.

Maggie lo miraba como si fuera un villano y lo más horrible era que él se sentía como un villano. Todo porque no había podido ser sincero con ella, y porque seguía sin poder serlo. No sólo sobre el caso, aunque Grant había sido muy específico en cuanto a no involucrar a Maggie en nada hasta que estuvieran seguros, sino sobre sus sentimientos. Decirle cuánto le importaba sólo crearía más problemas.

—No intentes justificarte ahora porque te he pillado.

—No iba a hacerlo.

Maggie le había preguntado antes si la consideraba una amenaza, y Nate había contestado con cierta ironía. Pero la respuesta que se le había ocurrido era «más de lo que crees». Y era cierto en muchos sentidos. Aún recordaba lo que Grant le había contado en el café.

El instinto le decía que podía confiar en ella, pero ¿y si estaba equivocado? Después de lo que había pasado en casa de aquel delincuente ya no estaba seguro de poder confiar en su instinto. ¿Y si las sospechas de Grant eran ciertas? No podía dejarse llevar por sus sentimientos. Era un riesgo demasiado grande.

Pero tenía que decidir hasta dónde podía contarle. Lo suficiente como para tranquilizarla y no tanto como para comprometer su misión. Y debía convencerla para que lo dejase quedarse allí, eso era lo más importante.

De modo que intentó apartar de sí el deseo de abrazarla y besarla, hasta borrar de su rostro esa expresión de rabia. No era tan tonto como para creer que sólo estaba enfadada. También estaba dolida y tenía derecho a estarlo. Menudo lío…

—Te lo pido por favor… —le suplicó, soltando su brazo—. Dame una oportunidad de explicártelo.

—Muy bien, explícamelo.

—Sabes que Grant y yo nos conocimos en una conferencia en Toronto hace unos años. Cuando apareció este caso, lo más natural era que trabajase con él. Todo se preparó sin que yo pudiera decir nada.

—Entonces, estás trabajando con Grant.

Maggie se cruzó de brazos.

—Sí, él es mi enlace. Y es verdad, yo estaba de baja cuando me llamaron para encargarme esta misión. Entonces me pareció una tapadera estupenda. Es un pueblo muy pequeño, y sería fácil fingir que estaba aquí de vacaciones. Pero entonces te conocí a ti, y… Te aseguro que no me gustó nada tener que mentirte.

—Sí, claro… —murmuró Maggie, irónica.

No iba a ponérselo fácil, eso era evidente. Tenía todas las razones del mundo para estar enfadada con él, pero…

—Sigo sin entender cómo un policía estadounidense se encarga de un caso aquí, en Canadá. ¿No hay un problema de jurisdicción?

Aquélla era la parte que Nate podría explicar fácilmente.

—Existe un tratado entre las autoridades estadounidenses y las canadienses.

—Y cuando te viste con Grant no era para recordar viejos tiempos.

—No. Estábamos compartiendo información.

—Y fuiste conmigo al pueblo ese día a propósito. El día que llevé a Jen a la estación de autobuses.

—Así es. Fui a hablar con Grant para discutir ciertos detalles.

—¿A quién puedes estar buscando aquí?

Nate se echó hacia atrás en la silla. Ésa era la pegunta que no podía contestar. ¿Cómo iba a hacerlo? Maggie estaba más involucrada de lo que ella creía. Y no sólo porque su hostal fuese un emplazamiento conveniente. Grant le había hablado de sus sospechas, y a regañadientes, Nate tuvo que admitir que podría tener razón. El problema era que había perdido la objetividad. Las pruebas que le había mostrado no cuadraban con la mujer que tenía frente a él.

—Eso no te lo puedo decir.

—Ah, muy bien…

Maggie empujó la silla hacia atrás, pero él la sujetó.

—Es para protegerte. ¿Es que no te das cuenta?

—Francamente, no.

Tenía que encontrar la manera de explicarle las cosas sin desvelar nada. Por el momento. Después lidiaría con las sospechas de Grant. Porque sabía en su corazón que hubiera hecho lo que hubiera hecho, Maggie Taylor era inocente. Tenía que ser así.

Estaba alejándose de la granja de Harding cuando de repente, él apareció en su camioneta. Echó a correr, pero Pete era un buen tirador y había tenido suerte de que sólo le rozara la frente.

Podía entender que Maggie estuviera asustada. Aunque ella no sabía nada sobre el disparo. No podía contárselo.

Estaban mirándose a los ojos y era como si mantuviesen una conversación sin decir una palabra. Y cuando por fin habló, entendió perfectamente lo que estaba preguntando:

—¿Cuándo?

—Mañana por la mañana, creo.

—Tan pronto… —la voz de Maggie sonaba estrangulada.

—Tenemos que movernos rápidamente… Antes de que se escape.

—¿Quién?

¿Qué haría si se lo dijera?

—Te lo contaré esta noche.

—Nate, vas a poner en peligro tu vida.

—Lo sé, pero para eso me han entrenado. Es lo que hago y lo hago bien.

—¿Y después? —preguntó ella.

Tenía que saber cómo iba a terminar aquello.

—Después, Grant y yo lo llevaremos a Estados Unidos para que sea juzgado allí.

Aquélla sería su última noche en el hostal Mountain Haven. Los dos lo sabían. Nate quería estar con ella, hacerle el amor, llevarse con él aquel bonito recuerdo. Pero en lugar de eso, su obligación era hacer todo lo posible para que Maggie estuviera a salvo.

—La persona a la que busco es un fugitivo de la justicia. Y eso es lo que hago, detener a los delincuentes. ¿Crees que habría venido aquí buscando a un simple ratero? —Maggie se quedó inmóvil. No había querido asustarla, pero quizá mera la única manera—. La gente a la que detengo son criminales de la peor especie, asesinos, violadores… ¿Qué crees que pasaría si esa persona supiera que estoy aquí?

—Si quieres asustarme, lo estás consiguiendo.

—Me alegro. Porque ésa es la razón, la única razón por la que no puedo contarte toda la verdad.

—Eso no cambia nada.

Nate tragó saliva. Tema razón. Había puesto sus sentimientos por delante de su obligación profesional. Era la primera vez que le pasaba, y sabía que era un grave error. Decírselo no resolvería nada, pero serviría para convencerla de que no había querido hacerle daño.

—No, ya sé que no cambia nada. He dejado que surgiera algo entre nosotros y no tenía derecho a hacerlo. Si hubieras sido otra persona…

—¿Qué?

—No habría empezado a enamorarme de ti.

Ella se levantó de la silla.

—Me has mentido, me has utilizado. No hay excusa para eso.

—Maggie…

—¿Qué?

—¿Puedo quedarme?

—Acepté la reserva y ya está todo pagado —dijo ella, sin mirarlo.

No, no estaba todo pagado. Nate sabía que estaría pagando por aquello durante mucho tiempo. No pasaría un día sin que pensara en ella. En el aroma a vainilla y a canela, en el sonido de su risa.

Maggie salió de la cocina y él dejó escapar un suspiro. Había mucho que hacer, de modo que aquello tendría que esperar. Por ahora, lo más importante era hacer una llamada de teléfono.

No podían dejar que Pete Harding se les escapara de las manos. Tenía que llamar a Grant, reunir al equipo, y prepararse. Y añadir «intento de asesinato» a la múltiple lista de cargos contra ese canalla.

Porque sabía que había tenido suerte, y en su trabajo, no se podía contar con la suerte a menudo.

 

 

Maggie se sentó frente a la ventana, aunque no estaba mirando el paisaje. ¿De verdad empezaba a enamorarse de ella, o sólo lo había dicho para que lo dejase estar allí?

Ya no sabía qué creer. Sólo sabía que por primera vez desde la muerte de su marido, por fin había dejado que alguien entrase en su corazón. Por fin alguien le importaba. Era algo más que una atracción física. Se había enamorado. Se había enamorado del hombre que creía que era: Fuerte, amable, cariñoso, digno de confianza…

Y ahora se sentía como una tonta.

En la soledad de su habitación dejó que las lágrimas rodasen por su rostro. Lágrimas por todo lo que había perdido, lágrimas de humillación. Odiaba haber sido tan ingenua, haber creído que Nate podía estar interesado en ella. Ella, que se había pasado la vida viendo las cosas como eran, sin dejarse llevar por fantasías.

Era una viuda de cuarenta y dos años con una hija adolescente y propietaria de un hostal. Nada más. Después de tantos años protegiendo su corazón, había bajado la guardia, mostrándose vulnerable, confiada. Se había dejado seducir por la magia y el romance de la situación, olvidando convenientemente que la realidad nunca se parecía a los sueños.

Había sido una tonta por creer que Nate pudiera desearla. Nate Griffith iba a quedarse, pero no por ella, sino por su trabajo.

Debería haber detenido cualquier avance. Debería haberle dejado claro desde el principio que entre ellos no podía haber más que una relación profesional. Pero pensar todo eso ahora no valía de nada.

Las lágrimas no dejaban de rodar por su rostro, y las odiaba tanto como odiaba a Nate en aquel momento. Maldito fuera por hacerla sentir así, vulnerable y rota. No había llorado desde la muerte de Tom, y nunca por un hombre. Hasta aquel momento.

Secándose las lágrimas con la mano, entró en el cuarto de baño para lavarse la cara, y después de tapar las rojeces con un poco de maquillaje, juró que no volvería a llorar por un hombre. Nunca.

 

 

No encontró a Nate en la cocina y la casa estaba en silencio. Si sufría una conmoción, no debería estar durmiendo, pensó. Y si lo hacía, alguien debería despertarlo frecuentemente.

De modo que subió al piso de arriba, con los escalones de madera crujiendo bajo sus pies. Debería haber insistido en que fuese al hospital…

Una vez arriba llamó suavemente a la puerta antes de empujarla unos centímetros.

—Entra, Maggie.

Ella se puso a temblar al oír su voz. Le había resultado fácil creer que Nate no sentía nada por ella, que sencillamente la había utilizado. Pero cuando entró en la habitación y lo miró a los ojos, supo que había algo entre ellos. Algo que había sido tierno y ahora estaba teñido de desconfianza.

En aquel momento le pareció diferente. Ya no era Nate, sino Nate Griffith, comisario de policía.

—¡Ah, estás despierto! Me había preocupado.

Por mucho que odiase las mentiras, por mucho que odiase las armas de fuego, algo en él la hacía sentir segura.

—No quería preocuparte, al contrario. Sé que ya has tenido suficientes preocupaciones en la vida.

—¿Te sigue doliendo la cabeza?

Nate se llevó una mano a la frente.

—Un poco, nada más.

—No debes quedarte dormido.

Maggie apretó el picaporte.

—Ya lo sé. Por eso estoy trabajando.

Nate señaló el ordenador.

—¿Trabajando?

—La investigación sigue adelante, aunque espero terminar lo antes posible.

Maggie no podía imaginar su casa vacía otra vez. No podía imaginar no tener a alguien para quien cocinar, con quien hablar, con quien reírse… ¿Cómo podía pensar eso sabiendo lo que sabía?

Nate se marcharía, pero no antes de conseguir lo que había ido a buscar. Y lo que había ido a buscar no era ella.

—¿Necesitas algo?

—No, gracias. Grant Simms llegará dentro de una hora.

Grant Simms otra vez. Grant, que la miraba como si sospechase de ella. El verano anterior, cuando intentaba defender a Jen, la trató como si pensara que estaba ocultando algo. Su hija había cometido un error, pero Maggie no creía que la pobre tuviese que pagar por ello indefinidamente.

—Tú confías en él.

—Claro.

Maggie habría preferido que se vieran en otro sitio, pero no podía decirle eso. Además, de esa forma terminarían con el caso de una vez por todas, y ella podría volver a su vida normal.

—Voy a hacer café.

Cuando iba a darse la vuelta, vio que Nate ya estaba mirando el ordenador. Era un policía, un buscador de fugitivos concentrado en su labor. No había sitio en su vida para ella. Afortunadamente lo había descubierto a tiempo, antes de que hubiese ocurrido algo que pudiera lamentar después.


Дата добавления: 2015-10-31; просмотров: 82 | Нарушение авторских прав


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