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E l restaurante estaba casi vacío, y Maggie se quedó sorprendida al ver a Nate sentado con Grant Simms, el jefe de policía de Mountain Haven. Grant no era mala persona, pero sabía cosas… Cosas que ella prefería que Nate no supiera.
Aunque era natural que dos miembros del cuerpo de policía quedasen para hablar, pensó luego.
Los ojos de Nate se iluminaron al verla, y Maggie tuvo que sonreír. No debería admitirlo, pero entre ellos había cierto magnetismo, cierta atracción. Una sensación tan inesperada, como poco familiar. Aunque no lo lamentaba; era una distracción ahora que Jen había vuelto a Edmonton. No le gustaba nada volver sola a casa, porque le recordaba cómo sería su futuro cuando Jennifer se hubiera ido para hacer su vida.
—¿Jennifer se ha ido ya?
—Sí… —suspiró ella, tragando saliva.
Decirle adiós le rompía el corazón porque temía no volver a verla. Sabía que era un miedo irracional, pero su corazón no parecía entenderlo. Y que Jen estuviera en una ciudad extraña, donde no podía vigilarla, la asustaba más de lo que quería reconocer.
Pero no dijo nada porque Nate no tenía por qué saberlo, y además, no estaba solo.
—Maggie, te presento a Grant Simms.
—Nos conocemos —dijo ella, ofreciéndole su mano.
—Encantado de verte, Maggie. Nate me dice que lo tratas muy bien.
—Es mi único cliente en este momento.
En otras circunstancias, Grant Simms, un hombre de su edad y bastante atractivo, podría haberle gustado. Pero se habían conocido el verano anterior en circunstancias que prefería olvidar.
—¿Y vosotros dos de qué os conocéis? —preguntó Maggie.
—Grant y yo estuvimos juntos en una conferencia en Toronto hace un par de años —explicó Nate.
Los dos hombres intercambiaron una mirada, y ella tuvo que disimular su aprensión. Qué extraña coincidencia que se hubieran vuelto a encontrar allí, en un pueblo tan pequeño. ¿Qué le habría contado Grant sobre ella, sobre Jen? ¿Qué pensaría Nate?
Grant Simms era, en parte, la razón por la que Maggie había insistido en que Jen se fuera a estudiar a Edmonton, y aunque sabía que debería estarle agradecida, su presencia era un amargo recordatorio de cuánto se habían separado su hija y ella.
—Siéntate, Maggie. Toma un café con nosotros —la invitó Nate.
—No… Iba a tomar algo, pero la verdad es que no tengo hambre. Y acabo de recordar que tengo que comprar cosas para la cena.
—Entonces, me voy contigo —dijo él inmediatamente, sacando la cartera—. Encantado de volver a verte, Grant.
—Llámame la próxima vez que vengas por el pueblo. Podríamos echar una partida de billar.
—Muy bien. Lo haré.
—Me alegro de verte, Maggie.
—Lo mismo digo… —murmuró ella, aunque no era verdad.
¿Le habría contado algo a Nate?
Estaba sacando las llaves de la camioneta cuando él la sujetó del brazo.
—¿Por qué no dejas que conduzca yo?
Maggie, de nuevo, pensó que era demasiado guapo. Su estatura no la intimidaba, al contrario, la atraía aún más. Nunca antes le había gustado un policía; había algo en ellos que le resultaba aterrador. Quizá fuera por su pasado o quizá por saber que ponían en peligro sus vidas constantemente, pero nunca se había sentido atraída por ese tipo de hombre.
Con Nate, sin embargo, sentía una constante curiosidad. Intuía que ocultaba algo, y se preguntaba qué podría ser. Y le gustaría saber qué le importaba de verdad a Nate Griffith.
—¿Quieres conducir mi vieja camioneta? ¿Por qué?
Él rio, y ese sonido tan masculino hizo que se le doblaran las rodillas.
—Es una cosa de hombres. Me resulta raro que tú me lleves a todas partes.
—No me molesta. Considéralo parte de tus vacaciones. Además, me gusta conducir… —murmuró ella sin mirarlo.
—Despedirte de Jennifer no te ha sentado bien, ¿verdad?
¿Cuándo fue la última vez que alguien la miró con esa cara de preocupación? Maggie se sentía tan aliviada, que estuvo a punto de dejarse caer sobre la puerta de la camioneta. Pero eso era ridículo.
—No me gusta despedirme de ella, no.
—Estás pálida como una muerta. ¿Tanto te duele decirle adiós a tu hija?
Ella tragó saliva. Cada vez que se despedía de Jen se ponía enferma, pero no quería que Nate lo supiera.
—He perdido a mucha gente en mi vida, y decirle adiós a mi hija… —Maggie respiró profundamente—. Siempre despierta una sensación de pánico. Pero se me pasará.
—Entonces relájate y deja que conduzca yo. Sólo por esta vez —sonrió Nate—. Además, no debes preocuparte. Jen es una buena chica.
No diría lo mismo si supiera que la habían detenido el año anterior por posesión de drogas. Pero entonces… Grant no debía de haberle contado nada, pensó, aliviada.
Maggie le dio las llaves de la camioneta, suspirando.
—¿Quieres contármelo? —le preguntó él, mientras salían del aparcamiento.
¿Quería hablar de ello?, se preguntó a sí misma. No estaba segura. Quizá estuviera bien hablar con alguien que no la conociera, que no la viese como «la viuda que no volvió a casarse».
—Estoy bien, de verdad. Lo que pasa es que… No puedo protegerla cuando no está en casa. Tiene dieciocho años, y sé que está mejor en Edmonton, pero…
—Todas las madres se preocupan, es normal —sonrió Nate—. Pero tengo la impresión de que hay algo más que eso…
Maggie miró por la ventanilla. Su relación con Jen era complicada. Había sido muy fácil cuando era niña y la vida era más sencilla. Ahora Jen se había hecho mayor, y quería su independencia. No entendía su obsesión por el orden o que le impusiera una hora para volver a casa, y se peleaban todo el tiempo. Pero Nate no sabía eso, y no podría entender por qué la afectaba tanto que su hija le diera un abrazo.
—Jen y yo no estamos de acuerdo en muchas cosas. Pero hoy… Hoy ha sido diferente.
—¿Por qué?
—Porque… Ella estaba muy cariñosa. Hemos estado hablando de las vacaciones de verano y todo eso, pero…
—¿Pero qué?
—No sé, me ha parecido una despedida definitiva. Como si hubiéramos hecho las paces por fin. Y eso me asusta mucho.
—No lo entiendo.
Maggie dejó escapar un suspiro.
—Es lógico. Es una idea muy fatalista, pero yo soy así.
Nate soltó una carcajada.
—Veo que le das muchas vueltas a las cosas.
Ella se relajó un poco al oírlo reír. Había dejado de confiarle sus cuitas a sus amigos mucho tiempo atrás. Lo último que quería era aburrirlos con sus problemas y sus miedos. Tenía un negocio y había criado sola a su hija. La mayoría de ellos no entendía por qué seguía tan angustiada. Además, quería que la gente olvidase los problemas de Jen y hablar de ello no ayudaba en absoluto. Pero con Nate sí podía hablar porque sólo estaba allí de paso.
—Tengo hambre. Vamos a parar en la tienda.
—¿Qué tienda?
—Ésa de ahí… —contestó Maggie, señalando con el dedo—. Me gustaría comprar algo especial para la cena.
Nate detuvo la camioneta y corrió a abrirle la puerta. Pero cuando abrió, Maggie estaba mirándolo con una expresión de sorpresa que lo conmovió, y su corazón empezó a latir locamente, la misma sensación que había experimentado por la mañana mientras ella le ataba el arnés de los esquíes.
Cuantas más cosas sabía sobre ella, más fácil era entender que no lo había tenido fácil en la vida, y mientras iba encajando las piezas, comprendía por qué la había afectado tanto despedirse de Jen.
—Nate, yo…
Tenía los ojos muy azules, del color del Atlántico en un día soleado, pensó él. Y los labios entreabiertos. En un momento de locura, se le ocurrió que debería besarla para ver qué pasaba. Para comprobar si el deseo que sentía por ella era real o imaginado.
Pero eso no sería apropiado, de modo que esperó mientras Maggie se aclaraba la garganta.
—Iba a preguntarte si querías alquilar una película para después de cenar. Hay un videoclub en Sundre, cerca de aquí.
Él iba a necesitar algo para pasar el tiempo, y sobretodo, para no pensar en lo guapa que era. Estarían solos, de noche, y después de cenar les quedarían largas horas por delante. Y estarían engañándose a sí mismos si quisieran mantener la mentira de que sólo eran propietaria y cliente. Había algo entre ellos, no sabía bien qué. Ver una película sería una manera de contener el absurdo deseo de tomarla entre sus brazos.
—Eso estaría bien.
Maggie dejó escapar un suspiro, y Nate tuvo que contenerse para no besarla. Porque sería un error, especialmente frente a la tienda, delante de todo el mundo. Él sabía bien cómo eran los pueblos pequeños. ¿Y cómo iba a besar a una mujer a la que había mentido menos de una hora antes? Porque su relación con Grant no era mera coincidencia.
—¿Maggie?
—¿Sí?
—¿Qué tenemos de cena?
Ella sonrió y Nate se dio cuenta de que eso era lo que había estado esperando. La sonrisa de Maggie se llevaba el frío del ambiente, reemplazándolo por otra cosa. Se sentía mejor que en mucho tiempo, y en lugar de analizar la sensación, decidió disfrutarla.
—Vamos dentro y te enterarás —contestó, saltando de la camioneta.
Con película o sin ella, Nate empezaba a temer que haría falta algo más que un DVD para que dejase de pensar en Maggie Taylor.
Дата добавления: 2015-10-31; просмотров: 85 | Нарушение авторских прав
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