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LA MAÑANA del día de Nochebuena amaneció fresca y despejada, con los rayos del sol arrancando destellos a la cristalina nieve.
Hope se despertó poco después de las nueve y se puso a pensar en lo que estaría haciendo Blake, que ya habría recibido a sus padres. Pero, desgraciadamente, solo sirvió para que se deprimiera.
Si no hubiera sido porque era Nochebuena y había muchas cosas que hacer, se habría quedado en la cama. Así que se levantó, se duchó y se puso unos vaqueros y una camisa de manga larga. Para entonces, ya había recuperado su buen humor; o, al menos, el suficiente para afrontar el día.
Además, estaba de vacaciones. Podía salir y disfrutar de las fiestas de Beckett’s Run. Y, con un poco de suerte, no pensaría tanto en Blake.
Cuando bajó a desayunar, se encontró con Grace, que se servía una taza de café. Pero su hermana no dijo nada. Se limitó a sacar otra taza del armario.
—Hola —dijo Hope, preguntándose si estaría enfadada con ella—. ¿Dónde está la abuela?
Grace le dio la taza que había sacado y contestó:
—Ha salido para echar una mano con la organización del festejo. Me ha dicho que te acostaste pronto, antes de que yo llegara.
—Sí, te oí cuando pisaste el tablón suelto del porche —Hope sonrió—. Siempre fue una fuente de problemas para ti. Y para J.C. también, si no recuerdo mal.
Grace arqueó una ceja.
—Hoy voy a estar muy ocupada, así que me marcharé pronto. Pero me alegro de haberte visto, Hope.
Hope se sirvió un café y se sentó a la mesa.
—¿Lo dices en serio? Porque después de nuestra última conversación...
—Eso no importa —dijo, restándole importancia—. Me alegro de haber vuelto. De haber visto a la abuela y a...
Grace dejó la frase sin terminar y cambió de tema.
—¿Qué tal la vida en el rancho? La abuela me comentó que estabas haciendo fotos de un centro de rehabilitación.
—Sí, es cierto. Necesitaba descansar, así que me vino muy bien.
—¿Y eso es todo? ¿No te ha pasado nada relevante? —preguntó Grace con interés.
Hope sacudió la cabeza.
—No, no es todo —respondió, tímidamente—. Pero no creo que quieras oírlo.
Grace se sentó a su lado.
—Por supuesto que quiero.
—¿No tenías prisa?
—Puedo esperar unos minutos.
Hope asintió.
—Bueno, digamos que he establecido una especie de relación con el dueño del rancho, que se llama Blake.
—¿Una especie de relación? ¿Qué tipo de relación, Hope?
Hope carraspeó.
—Creo que estoy ligeramente enamorada de él.
Grace echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.
—¿Ligeramente enamorada? Oh, Hope... No has cambiado nada.
—¿Qué quieres decir?
—Que siempre niegas tus sentimientos. Estás tan ocupada en impedir que te hagan daño que alejas a la gente y te olvidas de vivir.
A Hope le molestó tanto su comentario que hizo ademán de levantarse de la mesa, pero Grace volvió a hablar y preguntó algo que la detuvo.
—¿Él también está enamorado de ti?
—No lo sé. Me pidió que volviera después de Navidad, pero eso es imposible. Yo vivo en Australia y él, en Canadá. No podemos mantener una relación a distancia. Ni estoy dispuesta a tirarlo todo por la borda por una aventura pasajera.
—Umm... No creo que ese sea el problema —Grace dejó su taza de café en la mesa—. ¿Quieres que te dé mi opinión?
—Claro...
—Eres la mayor de las tres, y siempre intentaste llenar nuestro vacío; sobre todo, cuando no estábamos con la abuela. Querías ser perfecta. Pero nadie es perfecto, Hope. E hiciéramos lo que hiciéramos Faith y yo, siempre te sentías responsable —dijo Grace—. Intentabas sustituir a nuestra madre, y te esforzabas tanto por ser lo que no eras que dejaste de ser quien eres y dejaste de vivir.
Hope apartó la mirada.
—Es posible, pero tengo miedo de arriesgarme.
—Es lógico que lo tengas. Sin embargo, no deberías permitir que tu trabajo se interponga en tu felicidad. Si estás enamorada de él, ¿no crees que el riesgo merece la pena? Además, eres una fotógrafa independiente. Lo del trabajo solo es una excusa, porque puedes dedicarte a la fotografía donde quieras.
—Siempre tan contundente... —dijo Hope, riéndose—. Pero hoy me alegro de que lo seas, Grace.
—Gracias.
—Sin embargo, estamos aquí. Y hay que pasar las Navidades.
—Y que lo digas. Pero será mejor que me vaya. Se me está haciendo tarde.
—Ah, no, nada de eso —dijo Hope—. Antes, me tienes que decir qué pasa entre J.C. y tú.
Grace sonrió.
—Como ya he dicho, me tengo que ir. Te veré más tarde.
—Está bien, pero no voy a olvidar el asunto.
—Lo sé. Y llévate la cámara cuando salgas.
Grace se marchó y Hope se quedó sola, preguntándose si su hermana estaba en lo cierto al afirmar que se había empeñado tanto en ser otra persona que se había olvidado de ser ella misma.
Minutos más tarde, subió al dormitorio y encendió el ordenador para echar un vistazo a las fotografías que había hecho en el rancho. Todas le traían recuerdos entrañables, desde el partido de hockey hasta las imágenes de las montañas, pasando por Anna y, naturalmente, el hombre de sus sueños.
La última de las fotos la dejó atónita. Era de Blake y Cate Zerega. Él la sostenía en sus brazos, y ella le estaba dando un beso en la mejilla.
En todos sus años de fotógrafa, jamas había conseguido nada que se acercara a la perfección. Pero aquella imagen era perfecta, y no se debía a la composición ni a la luz ni a los colores, sino a la magia que contenía.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Por primera vez desde su adolescencia, había permitido que una persona le llegara al corazón. Y lloró por la jovencita que había sido. Y lloró por la muerte de Julie. Y lloró por Blake, el hombre que había sabido ver a través de los muros con los que se protegía.
En ese momento estaban muy lejos; terriblemente lejos. Y se arrepintió de haber sido tan dura y tan injusta con él.
Sin pensárselo dos veces, se secó las lágrimas y marcó su número.
—¿Dígame?
Hope no esperaba oír una voz de mujer y, mucho menos, de una mujer desconocida. Pero supuso que sería su madre.
—Hola, ¿podría hablar con Blake?
—Lo siento, ha salido. ¿Quiere dejarle un mensaje?
—No, muchas gracias.
Hope se despidió y cortó la comunicación.
De momento, no podía hacer nada por arreglar las cosas. Se había comprometido a pasar las Navidades en Beckett’s Run, y eso era lo que iba a hacer. Pero decidió que, aquella tarde, cuando volviera a casa, llamaría al aeropuerto y pediría que le cambiaran el billete.
En lugar de viajar a Sídney, volvería a Canadá.
Había llegado la hora de dejar de huir y afrontar lo que sentía.
Fue un día maravilloso. Hope hizo un montón de fotografías, y se dedicó a disfrutar de la comida y la bebida que servían en los puestos de la localidad. Pero, cada vez que pasaba junto a una pareja de enamorados y los veía besarse o, sencillamente, caminar de la mano, se acordaba de Blake y lamentaba que no estuviera con ella.
Estaba segura de que le habrían encantado las fiestas de Beckett’s Run.
Cuando volvió a casa, vio que alguien estaba en el porche, esperando. Hope no lo reconoció al principio, y se quedó helada cuando le vio la cara.
Estaba allí.
Blake Nelson había ido a Beckett’s Run. Se había presentado con sus botas, sus vaqueros y su sombrero del Salvaje Oeste.
Y le pareció más alto y más guapo que nunca.
Todas las palabras que había preparado para disculparse cuando se vieran desaparecieron inmediatamente de su cabeza. Solo podía pensar en una cosa: en que había volado a Nueva Inglaterra en Nochebuena y se había presentado en el porche de Mary.
Blake caminó hacia ella y, cuando llegó a su altura, dijo:
—Yo no te quiero arreglar.
Hope no dijo nada. No habría sabido qué decir.
—No quiero que cambies —continuó él—. Me gustas como eres.
Ella se sintió como si un coro de ángeles hubiera empezado a cantar. Dejó la bolsa de la cámara en el suelo, sonrió de oreja a oreja y declaró:
—Has venido.
Él se encogió de hombros.
—Tenía que venir. No debería haber permitido que te fueras. Me he sentido tan mal desde entonces...
—Y has decidido venir.
Blake le acarició el hombro.
—Ya era hora de que alguien se arriesgara por ti, ¿no crees?
Ella sonrió, le pasó los brazos alrededor del cuello y lo abrazó con todas sus fuerzas. De repente, se sentía la mujer más querida del mundo.
—¿Sabes una cosa? Me he dado cuenta de que no levanté esos muros alrededor de mi corazón porque estuviera obsesionada con encontrar a una persona perfecta, sino porque ansiaba vivir el amor y no encontraba a nadie que se interesara verdaderamente por mí. O, por lo menos, creía que nadie se interesaría verdaderamente por mí —le confesó—. Mi abuela era lo único seguro en mi existencia.
—Pero ahora me tienes a mí —dijo Blake con dulzura—. Y, pase lo que pase, me seguirás teniendo.
Porque sé que importas. Porque tú me importas. Porque me importas mucho más de lo que te imaginas.
Él la miró a los ojos y añadió:
—Creo que no fui lo suficientemente explícito aquella noche, cuando salimos en el trineo. No dije lo que debía decir, y no sé si sabré decirlo ahora. Pero callé porque tenía miedo. Miedo de amarte y de perderte.
—¿Y qué ha cambiado?
—Que te marchaste y te perdí de todos modos. Te perdí y empecé a echar de menos todas las cosas maravillosas que teníamos —contestó él—. Sin embargo, la vida está para disfrutar de ella. Y, cuando encontramos el amor, tenemos que aferrarnos a él con todas nuestras fuerzas, para que no se escape.
—Oh, Blake...
Hope se puso de puntillas, sintiéndose más femenina que nunca y, por primera vez, tomó la iniciativa y lo besó.
Lo besó de verdad, sin reservas, sin inhibiciones. Lo besó con tanta energía y desenfreno que le tiró el sombrero. Pero ninguno de los dos se detuvo. Se siguieron besando hasta que todas las dudas que tenían se esfumaron definitivamente.
—Saldrá bien, ya lo verás —dijo entonces Blake—. No sé cómo, pero saldrá bien.
Hope sonrió.
—Es curioso que hayas venido, porque estaba a punto de llamar al aeropuerto para cambiar mi billete de avión. Tenía intención de volver al rancho. No sabía lo que iba a pasar después, pero necesitaba otra vez.
—¿Estás hablando en serio?
Ella asintió.
—He tenido una conversación interesante con mi hermana, esta mañana.
—¿Con cuál de ellas?
—Con Grace —respondió—. Me ha dicho que estaba utilizando mi trabajo como excusa para no tener que afrontar mis sentimientos. Y tenía razón. Me da miedo lo que siento por ti. No me gusta la persona en la que me había convertido, la persona que tú cambiaste durante unos días en un rancho de las montañas.
Hope se detuvo un momento y añadió:
—Me recordaste las cosas que siempre había querido, las cosas a las que había renunciado. La familia, la amistad, el afecto.
—¿Y ahora las quieres? —preguntó él, mirándola a los ojos.
—Sí. Me resistía a ellas porque tenía miedo de abrir mi corazón y que me volvieran a hacer daño otra vez.
Blake asintió.
—Lo sé, amor mío. Me di cuenta cuando estabas en la cocina, preparando aquellas galletas. Y supe que eras feliz en el rancho, pero no encontraba la forma de hacértelo ver.
—Y era feliz —le confesó ella—. Lo era porque tú me diste lo más importante de todo, tu aceptación.
Él frunció el ceño.
—¿Mi aceptación?
—En efecto. Es cierto que intentas arreglar los problemas de la gente, pero no los quieres cambiar, aceptas su forma de ser e intentas demostrarles que son valiosos y merecedores de tu tiempo y esfuerzo.
—Vaya, no sé qué decir... —declaró, emocionado.
—Pues no digas nada —replicó ella—. Estoy enamorada de ti, Blake. Ni lo esperaba ni lo estaba buscando, pero lo estoy y te amo con locura.
Blake la miró con ojos brillantes.
—Pues ahora tenemos un problema.
—¿Cuál?
—Que ardo en deseos de besarte otra vez. Pero estamos en la casa de tu abuela, y nos arriesgamos a que uno de sus vecinos nos vea y lo vaya contando por ahí —contestó—. ¿No podríamos pasar dentro, para estar más cómodos y...?
Ella lo tomó de la mano y lo llevó al interior de la casa, donde él la abrazó y la besó apasionadamente, sin temor a los posibles testigos.
Cuando rompieron el contacto, Hope sonrió. Se había quitado un terrible peso de encima. Volvía a ser la que había sido años atrás, antes de permitir que el miedo dominara su existencia. Y, de repente, se acordó de que tenía un regalo para él.
—Lo he conseguido, Blake. He encontrado la fotografía perfecta.
—¿En serio?
Ella asintió.
—Quédate aquí. Te la enseñaré.
Hope corrió escaleras arriba, recogió el portátil y volvió a bajar.
—Todavía no he tenido ocasión de imprimirla —dijo, mientras la buscaba—. Pero échale un vistazo... Sois Cate y tú.
Blake miró la imagen.
—¿Esta es la fotografía perfecta? —preguntó, extrañado.
Ella asintió otra vez.
—Lo es porque contiene todo lo que deseo —Hope dejó el ordenador en una mesa—. Esta mañana, cuando salí a disfrutar de las fiestas de Beckett’s Run, me encontré con mis padres. ¿Y sabes una cosa? Creo que por fin han encontrado la felicidad. Pero yo no quiero esperar tanto como ellos. Quiero ser feliz ahora. Quiero tener mi propia familia, y dar hijos al hombre maravilloso que me hace reír.
—¿Me estás pidiendo que vivamos juntos? —preguntó él, arqueando una ceja.
—Bueno, puede que sea un poco precipitado —respondió con una sonrisa—, pero Grace tiene razón. Soy una profesional autónoma, así que puedo trabajar donde quiera. Y no tiene sentido que me quede en Australia cuando mi corazón está en Canadá.
—No, definitivamente no. Pero, ya que estás tan ansiosa por estar conmigo, ¿qué quieres que hagamos en Nochevieja?
—¿Aún tienes ese trineo?
Él le acarició la cara.
—Por supuesto.
—Entonces, podríamos hacer algo en él... —declaró Hope con picardía—. Pero antes, tendré que presentarte a mi familia.
—Y yo estaré encantado de conocerla.
Blake sonrió y la tomó de la mano. Justo entonces, se activó el sistema automático de las luces del jardín y toda la decoración navideña cobró vida.
Hope le apretó los dedos con cariño y dijo:
—Feliz Navidad, amor mío.
Él sonrió con dulzura.
—Amor mío... —repitió—. No sabes cuánto me gustan esas palabras.
Si te ha gustado este libro, también te gustará esta apasionante historia que te atrapará desde la primera hasta la última página.
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Дата добавления: 2015-10-31; просмотров: 126 | Нарушение авторских прав
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