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Capítulo 9. Afortunadamente Grant estaba a punto de llegar, porque en el congelador ya no cabían más cosas de todo lo que había cocinado

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A fortunadamente Grant estaba a punto de llegar, porque en el congelador ya no cabían más cosas de todo lo que había cocinado. Y aunque le mandase a Jen un paquete de comida, si seguía así no podría seguir moviéndose por la cocina. Maggie miró la pila de platos y bandejas sobre el fregadero y la encimera. Sí, estaba más enfadada de lo que había creído.

Pero cocinar significaba evitar a Nate. Mientras cocinaba intentaba dejar de recordar que le había mentido, que iba a ponerse en peligro otra vez…

Pero la distracción no estaba funcionando.

Iba a meter otra bandeja de magdalenas en el horno cuando sonó el timbre. Grant Simms estaba al otro lado, vestido de paisano pero con la pistola de reglamento a la vista.

—Buenas noches, Maggie.

—Buenas noches.

Sabía que se estaba mostrando antipática, y le daba igual. Sin decir una palabra más abrió la puerta, y Grant entró… Seguido de Jen.

—¡Jennifer!

Mientras la abrazaba, se preguntó si Jen habría vuelto a meterse en algún lío, pero inmediatamente lo descartó. No tenía la menor duda de que su hija había aprendido la lección. Pero ¿qué hacía allí?

—Han ido a buscarme a Edmonton esta tarde, mamá. Quieren que conteste a unas preguntas sobre Pete Harding.

¿Pete Harding?

—Hola, Grant.

Los tres se volvieron para mirar a Nate, que estaba bajando por la escalera.

Afeitado, con una gasa limpia en la frente, llevaba vaqueros y una camiseta de manga larga que destacaba la musculatura de su torso, y por primera vez desde que llegó, del hombro derecho colgaba la funda de una pistola. Se habían terminado los disimulos.

Maggie parpadeó. Todo estaba patas arriba. La realidad le parecía algo irreal.

Los dos hombres se dieron un apretón de manos, y ella supo entonces que a pesar de sus sentimientos personales por el jefe de policía, Nate y él eran un equipo.

—Una suerte que sólo te rozase —dijo Grant, señalando su frente. Maggie miró de uno a otro, perpleja—. ¿No se lo has contado?

«Una suerte que sólo te rozase». Ella sabía lo que eso significaba: Que no se había caído al riachuelo ni se había golpeado la cabeza con una piedra. Alguien le había disparado.

—Es que no quería preocuparla.

Maggie cerró los ojos desesperada. ¿Cuándo iba a aprender? Nada de lo que le había contado era cierto.

—Te han disparado… —murmuró.

Quería escapar, salir corriendo de allí, pero no podía hacerlo. Grant y Jen estaban observando la escena y no había escape posible.

—Dadnos un minuto, por favor —dijo Nate entonces, tomándola del brazo—. Si no os importa esperar en el salón, nosotros iremos enseguida.

Grant y Jennifer se alejaron sin decir una palabra mientras él se la llevaba a la cocina.

 

 

—Sólo me rozó.

—Pero te han disparado —lo interrumpió Maggie—. Un hombre te ha disparado con intención de matarte. ¡Y ni siquiera quisiste ir al hospital!

—Porque sabía que no tenía importancia. Y no había tiempo para ir al hospital.

—No había tiempo… —repitió ella, atónita.

¿Qué significaba eso?

—No quería que te asustaras… —suspiró Nate—. Te lo contaré luego, si quieres. Pero no ahora.

Maggie asintió con la cabeza. Aquello no podía estar pasando. Las cosas iban demasiado deprisa. Apenas había empezado a asimilar que estaba en Mountain Haven con una misión, y ahora… Grant Simms estaba allí, Jen estaba allí. Y lo único claro era que Nate la había utilizado desde el principio.

—¿Hay café hecho?

Parecía más alto, más duro. Había en él una fuerza magnética. Era un representante de la ley, un hombre que protegía a los inocentes. Debería odiarlo, pero no era capaz.

—Sí, acabo de hacerlo.

—Si no te importa, nos gustaría que te reunieras con nosotros en el salón —empezó a decir Nate.

—¿Para qué?

—Para que lo entiendas todo.

Maggie estaba tan nerviosa que lo único que quería era ponerse a hacer más magdalenas. ¿Por qué no podían las cosas volver a ser como habían sido unas semanas antes? Entonces todo le había parecido complicado, pero era tan sencillo comparado con aquello…

Ahora Nate estaba arriesgando su vida y nada de lo que ella pudiera decir cambiaría eso.

—Sé que esto no es fácil para ti, Maggie.

—No, no lo es… —murmuró ella, sin mirarlo, concentrándose en colocar varias magdalenas en un plato.

—No quiero ponértelo más difícil, pero tengo que hacerte una pregunta.

Maggie levantó la cabeza, sorprendida.

—¿Qué?

—Has compartido muchas cosas conmigo durante estas semanas… Cosas de tu vida. Y sé que entre nosotros hay una especie de relación. Sin embargo…

—Pregunta lo que tengas que preguntar —lo interrumpió ella—. Hemos llegado demasiado lejos como para que te andes por las ramas.

—Muy bien. Me resulta difícil creer que no hayas tenido una relación con nadie desde la muerte de tu marido.

Maggie arrugó el ceño. ¿Qué tenía que ver con todo aquello su vida sexual o su falta de ella?

—¿Eso qué importa?

—Me habría gustado encontrar un momento mejor para hacerte esta pregunta, pero, ¿has tenido una relación con alguien, Maggie? ¿El verano pasado?

Ella lo miró, sin entender.

—¿Me estás preguntando si he tenido un romance con alguien el año pasado?

—Eso es.

—No creo que sea asunto tuyo, pero no.

¿Qué razones podía tener para preguntarle eso? En su vida no había habido nadie desde Tom. Nadie hasta…

Hasta Nate.

—¿No tuviste una relación con Pete Harding?

¿Pete Harding? Se le encogió el estómago al oír ese nombre por segunda vez. ¿Por qué pensaba Nate que tenía algo que ver con ese hombre? Ella odiaba a Pete Harding por lo que le había hecho a su hija. ¿Cómo iba a tener una relación con él?

—Pete Harding me parece un ser despreciable.

El alivio que vio en la cara de Nate era tan profundo, que de repente, Maggie lo entendió todo. Pete era la persona a la que estaba buscando. Pete, el responsable de la detención de su hija, había sido quien le disparó.

—Es él por quien estás aquí, ¿verdad? —¿habría pensado que ella tenía algo que ver? Maggie dio un paso atrás, horrorizada—. ¿De verdad habías pensado que yo tenía algo que ver con él?

¿Y sospechándolo había intentado seducirla de todas formas? ¿O lo había hecho sólo para averiguar algo sobre Pete? Esa idea la ponía enferma.

—Te he creído cuando has dicho que no era así —respondió Nate—. Además, en cuanto te conocí supe que tú no podías tener nada que ver con una persona como él. Pero sé que Grant va a preguntártelo.

Grant, por supuesto. Maggie pensó entonces que ésa debía de ser la razón por la que siempre la había mirado mal. Al menos, Nate la había juzgado correctamente.

—¿Qué ha hecho Pete ahora? Lo mínimo que puedes hacer es contarme eso.

—Vamos a hablar con Grant, Maggie.

Todo aquello era irreal. Esa misma tarde había estado canturreando mientras hacía la colada, y ahora tenía al jefe de policía de Mountain Haven en el salón de su casa hablando sobre criminales.

 

 

—¿Dónde está mi hija? —preguntó, sorprendida al ver que Jen no estaba allí.

—Le he pedido que subiera a su habitación. Quería que hablásemos a solas un momento.

Maggie sirvió el café, y se sentó en el sofá, sorprendida cuando Nate se sentó con ella en lugar de hacerlo con Grant, casi como si estuviera poniéndose de su lado.

—Maggie… —empezó a decir el jefe de policía—. Lo primero, quiero disculparme por involucrarte en este asunto. Ha sido idea mía, no de Nate. Pero no quería preocuparte.

Ella no sabía si creerlo o no. Aunque por primera vez, parecía sincero.

—Estáis buscando a Pete Harding.

—Así es —asintió Nate—. Tu casa era el mejor sitio para vigilarlo porque está cerca de su granja. Y tu conexión con él también nos ha ayudado.

—¿Qué conexión?

—A través de Jennifer —dijo Grant.

Maggie se volvió hacia Nate.

—De modo que lo sabías…

—Sí, lo sabía. Pero la verdad es que Jen me lo había contado antes de irse al colegio. La pobre estaba muy preocupada por haberte dado tal disgusto.

Maggie apretó los labios. En su opinión, Pete Harding debería estar en la cárcel. Por lo visto, se dedicaba a vender lo que llamaban drogas blandas, pero ella sabía el daño que ese tipo de drogas podían hacerle a un adolescente.

Jen no había querido testificar contra él cuando la detuvieron, aunque Grant Simms le advirtió que si no lo hacía, no podrían detener a Harding. Pero su hija tenía miedo, y ella no había querido presionarla.

Y allí estaba otra vez ese hombre, arruinándole la vida.

—Me alegra saber que no ha habido nada entre vosotros —dijo Grant.

—¿Y por qué sospechabas que podía haber habido algo?

—Porque no quisiste presentar cargos contra él cuando Jennifer fue detenida. Parecía que estabas protegiéndolo.

—¡Yo sólo estaba protegiendo a mi hija! —Maggie dejó su taza sobre la mesa—. Si hubieras hablado con alguien del pueblo, te habrían dicho que yo no he tenido nada que ver con Pete Harding en toda mi vida.

El jefe de policía dejó escapar un suspiro.

—Sobre el papel era plausible…

—Sobre el papel no es suficiente —replicó ella.

—Sí, tienes razón. Por favor, acepta mis disculpas.

—Si sabes algo sobre Pete, nos ayudaría mucho —intervino Nate entonces.

—Sólo sé que opera en su granja. Vende alcohol y drogas blandas… Ese tipo de cosas. No me sorprendería nada encontrar una plantación de marihuana en su casa.

—Sí, la hemos encontrado —sonrió Nate—. Pero gracias a los esquíes y las botas que me prestaste, creo que este año no va a cosechar mucho.

De modo que tampoco iba a dar paseos por la nieve…

—¿Estabas vigilándolo?

—Sí, claro. Metía todo lo que necesitaba en la mochila por la mañana y me iba a la granja.

La mochila… Maggie intentó luchar contra aquella sensación de irrealidad. No parecía posible que aquello estuviera pasando en su casa.

¿Quién era aquel hombre? Cuanto más descubría sobre él, más misterioso le parecía. ¿Cómo podía ser el mismo que la había besado con tanta ternura? El mismo hombre al que le había contado sus secretos, el que inspiraba en ella sentimientos que ningún otro había inspirado desde la muerte de Tom.

—¿No sabes nada más? —preguntó Grant.

—No, nada.

—Entonces, creo que es hora de llamar a Jennifer. Si pudiera contarnos algo de lo que no quiso contarnos el verano pasado, sería de gran ayuda.

El jefe de policía salió del salón y volvió un momento después con Jen, que mantenía la mirada baja.

—Cariño, Grant y… Y Nate —Maggie aún no era capaz de llamarlo «el comisario» —, sólo quieren hacerte unas preguntas sobre Pete Harding. No te has metido en ningún lío, ¿verdad?

—Yo no he hecho nada.

—Ya sabemos que no has hecho nada —la tranquilizó Nate—. ¿Por qué no te sientas un momento? Sólo queremos saber si te acuerdas de algo que pudiera ser importante.

Jen se sentó al lado de Grant, y miró a su madre con cara de susto.

—Lo siento mucho, mamá.

—Ya te he perdonado, cariño.

¿Por qué habían tardado casi un año en decirse esas palabras tan importantes? Maggie no lo sabía, pero en cuanto las hubo pronunciado, todo cambió. Su hija había vuelto. De verdad. Y la sensación de alivio casi la hizo llorar.

—Jennifer, sé que Pete Harding te da miedo —empezó a decir Grant—. Pero ahora quiero que te olvides de ese miedo. Nate está aquí y yo estoy aquí para meterlo en la cárcel, que es donde debe estar. No puede hacerte nada, Jennifer. Pero tú puedes ayudarnos para que no le haga daño a nadie más.

—¿Qué quiere saber?

Jen estaba pálida, pero no parecía asustada, y Maggie se sintió orgullosa.

—¿Pete Harding te amenazó?

—Me dijo que si lo delataba, lo lamentaría.

—¿Algo más específico? ¿Sabes si había más chicas llevando la droga?

Jen negó con la cabeza.

—No que yo sepa. Al principio… No sé, era simpático. Luego se volvió muy raro. La verdad es que empecé a tenerle miedo. Y un día…

Jen no terminó la frase.

—¿Un día qué, cariño? —la animó Maggie.

—Un día me enseñó una especie de sótano que había en su granero. Allí era donde lo guardaba todo. Y me dijo que si le decía algo a la policía, me metería allí.

A Maggie se le encogió el corazón, pero intentó disimular.

—¿Por qué no me contaste eso el verano pasado? —preguntó Grant.

—¡Porque tenía miedo!

—Cariño mío… Deberías habérmelo contado a mí. Deberían haber detenido a ese hombre hace meses.

—Es que estabas tan enfadada conmigo… Y luego me enviaste a Edmonton y pensé que…

En todo ese tiempo, Maggie no había tomado en cuenta los sentimientos de su hija. Sólo le importaba que estuviera bien, alejarla del peligro, Pero no se le ocurrió pensar que Jen podría sentirse desdeñada.

—¿Pensaste que ya no te quería? Cariño, te quiero con todo mi corazón. Tú eres lo más importante en mi vida. Sólo quería que estuvieras a salvo, pero nunca he dejado de quererte. Y no quería castigarte cuando te envié a Edmonton, al contrario.

Jen le echó los brazos al cuello, y Maggie cerró los ojos sintiendo que las lágrimas corrían por su rostro, sin importarle que Grant y Nate la vieran llorar.

—Si hay algo más que puedas contarnos ahora, es el momento —intervino el jefe de policía.

—No sé nada más.

Maggie no sabía lo que Pete Harding había hecho, pero el gobierno estadounidense no enviaba un comisario de policía a otro país sólo para detener a un tipo que comerciaba con marihuana. Pensar que podría ser un asesino… Por primera vez se alegró de que Nate estuviera allí con ellas.

—¿Qué ha hecho Harding? ¿De qué lo acusan?

Grant y Nate se miraron, y por fin, éste último contestó:

—Se le acusa de tres cargos: De secuestro y violación… Y uno de asesinato.

Un grito escapó de la garganta de Maggie. Las amenazas de Harding ya no parecían tan inofensivas. Podría haber perdido a Jen. Podría haber perdido a su niña.

Nate se levantó para tranquilizarla, y lo que vio en sus ojos la calentó por dentro. Haría lo que tuviera que hacer para protegerlas, a ella y a Jen. ¿Cómo iba a odiarlo por no haberle contado la verdad? Ahora que lo sabía todo, lo comprendía perfectamente.

—Todo terminará pronto, Maggie. Te lo prometo. Pete Harding desaparecerá de tu vida para siempre.

—Gracias.

Nate puso los labios sobre su frente, y ella se echó hacia delante un momento, disfrutando de la caricia. Pero se irguió enseguida. Él había dicho que todo iba a terminar pronto, y eso significaba que pensaban detener a Harding. Y también que Nate iba a poner su vida en peligro, de modo que debía hacer todo lo posible para ayudarlo.

—Os dejamos para que podáis hablar a solas.

—¿Maggie? —la llamó Grant—. Jennifer no puede quedarse. Tengo un alguacil esperando en la puerta para llevarla de vuelta a Edmonton en cuanto hayamos terminado aquí. Lo siento.

—Pero…

Maggie miró a Nate y luego de nuevo a Grant.

—¿No puedo quedarme aquí, con mi madre?

—Si estás en Edmonton, sería una preocupación menos para nosotros —respondió Nate.

Maggie miró a su hija. Jen parecía más fuerte, más decidida. En parte, gracias a él. Y lo amaba por ello.

—No pasa nada, mamá. Cuando todo esto termine volveré a casa. Te lo prometo.

—Muy bien —sonrió ella, levantándose—. Vamos un momento a la cocina.

Le temblaban las piernas con cada paso. Sí, por fin se librarían de Pete Harding. Pero Nate se marcharía también.

La idea de estar sin él, la hacía sentir terriblemente sola. Y odiaba eso tanto como pensar que ponía su vida en peligro.

 

 

Media hora después, mientras tomaba un té en la cocina con su hija, Maggie oyó voces en el pasillo y le hizo un gesto a Jen para que se levantase.

—Gracias por tu hospitalidad —se despidió el jefe de policía—. Y por la información.

—De nada —contestó ella, volviéndose hacia Jennifer—. Llámame en cuanto llegues, cariño. Iré a verte el fin de semana que viene.

—Muy bien.

—Nos vemos a las cinco en punto, Nate. Duerme un poco, ¿eh? —se despidió Grant.

El asintió con la cabeza antes de subir a su habitación, dejándola en el porche, temblando de frío, mientras veía a Grant y Jen alejarse en el coche patrulla. Lo único que Maggie sabía en ese momento, era que quería que todo aquello terminase.

 

 

A medianoche estaba más que preocupada. No había oído a Nate desde que Grant se marchó. Nada, ni un suspiro, ni sus pasos por la habitación… Y no dejaba de pensar en la herida de la frente…

Había visto cómo sujetaba la gasa con la mano mientras hablaba con Grant, y la anormal palidez de su rostro. Esperaba que se moviera, quizá que bajase a la cocina para comer algo…

No quería despertarlo. Tenía que levantarse muy temprano y debía descansar. Sin embargo, estaba casi segura de que sufría una conmoción, aunque fuese leve.

De modo que subió al piso de arriba silenciosamente, no sabía por qué. Iba a despertarlo de todas formas, ¿por qué le preocupaba hacer ruido? Quizá porque ahora tenían que ir de puntillas el uno con el otro.

Nate estaba en la cama, sobre el edredón, a oscuras. Tenía los labios entreabiertos, y la gasa blanca en la frente era un recordatorio de todo lo que había pasado aquella tarde.

No quería tocarlo. No, ahora no. Eso sólo serviría para despertar recuerdos y anhelos inútiles.

—Nate… —lo llamó en voz baja—. Nate… —repitió, un poco más alto.

Pero él no se movió.

Se acercó al borde de la cama y tocó su brazo suavemente, la cálida piel provocándole un escalofrío. Nunca había conocido a un hombre como él; incluso dormido era fuerte, decidido…

—Nathaniel… —susurró, con un nudo en la garganta.

Él abrió los ojos poco a poco.

—Maggie… —murmuró, y el suave sonido de su voz fue como una caricia.

Con mentiras o sin ellas, el deseo no había desaparecido. Había tenido tiempo de pensar en todo lo ocurrido aquella tarde, y aun sabiendo que no había futuro para ellos, entendía la razón para tantos secretos, para tantos subterfugios. Lo había hecho para protegerla, para proteger a Jen. No le gustaba, pero lo entendía. Sólo había hecho lo que tenía que hacer.

Lo que no entendía era por qué había dejado que las cosas se les fueran de las manos. Por qué no había mantenido las distancias. Si estaba allí por trabajo, ¿por qué no se había mostrado frío, distante?

Pero ¿era eso lo que quería? Entonces se habría perdido las últimas semanas con él, y a pesar del dolor, de las dudas, no podía lamentar lo que había pasado.

—Sólo quería comprobar que estabas despierto. No deberías dormir durante mucho rato… Por la posible conmoción.

—Quédate.

No se había movido, pero sus ojos y esa palabra la mantenían clavada al sitio.

—No… —susurró, tragando saliva.

—No todo en mi estancia aquí ha sido una mentira, Maggie.

—¿Cómo puedes decir eso? Todo ha sido una mentira desde que llamaste para hacer la reserva. Tu interés por mí era parte de la tapadera.

—Te mentí sobre mis razones para estar aquí —dijo él, alargando una mano para tocarla—. Pero todo lo demás… Todo lo que ha habido entre nosotros era real. No era parte de ningún plan.

—¿Por qué voy a creerte?

Maggie dio un paso atrás. No podía pensar ni ser objetiva si él la estaba tocando.

—Porque si no me crees, estarías equivocada. Equivocada cuando me besabas, equivocada cuando confiaste en mí… —Nate sonrió—. Y no lo estabas. Esos sentimientos eran reales.

Ella quería creerlo, necesitaba desesperadamente creer que todo lo que había ocurrido era verdad. Pero no podía dejar de pensar en la fría pistola bajo su camisa.

—Siento lo de la pistola —dijo Nate entonces, como si hubiera leído sus pensamientos—. Pero tienes que saber que yo nunca te haría daño. Tienes que saber que haría lo que fuera… Cualquier cosa para protegerte. Incluso mentir.

—Me siento utilizada —admitió Maggie, asombrada al darse cuenta de que aún podía confiarle sus sentimientos.

¿Cómo podía estar tan furiosa, y a la vez, sentirse tan cerca de él?

—Lo sé y lo siento. Le dije a Grant que deberíamos contarte la verdad, pero él insistió en que sería mejor no hacerlo.

De repente, Nate tiró de su mano y Maggie cayó sobre la cama.

—Espera…

Pero él no la dejó hablar, interrumpiendo la frase con un beso. Un beso distinto a los otros, más sexual, más ardiente… A pesar de todo, tenía el poder de hacerla sentir deseable, hacerla sentir una mujer. Era más que la firmeza de un cuerpo más joven. Era su forma de tocarla, como si no pudiera evitarlo. Como si fuera un tesoro para él.

Maggie quería guardar ese recuerdo para siempre, y por una vez, dejó de analizar los pros y los contras, y se limitó a sentir.

En la oscuridad, sobre una cama medio deshecha, con el peso del cuerpo masculino sobre el suyo, levantó las manos para encontrarse con sus hombros desnudos, fuertes, duros. Deslizó los dedos por su espalda, y notó algo… ¿Una de las cicatrices que había mencionado? No podía saberlo.

—Esto no es mentira… —murmuró Nate—. Lo que me haces no es una mentira.

Buscó luego su boca, y ella le devolvió el beso ardientemente. Había dejado que el miedo fuese una barrera durante demasiado tiempo. Pero ahora que Nate iba a marcharse, se daba cuenta de que había estado esperando a alguien; un hombre con quien pudiera sentirse segura. Y le sorprendía darse cuenta de que seguía pensando en Nate como ese hombre. Incluso después de todo lo que había descubierto.

Nate metió la mano bajo la camiseta, y el roce de sus dedos hizo que los deseos enterrados durante tantos años volvieran a la vida. Maggie se arqueó, apretándose contra su mano, disfrutando de una sensación que casi había olvidado después de tantos años de abstinencia.

Un suspiro escapó de su garganta mientras enredaba los dedos en su pelo, pero lo soltó enseguida, al oírlo gemir de dolor. En la pasión del momento se le había olvidado el corte de la frente.

—Nate, ¿te he hecho daño? Lo siento, no me daba cuenta…

Pero era una locura y nada bueno podía salir de aquello, pensó. Él se marcharía al día siguiente. Se iría y seguiría poniendo en peligro su vida. Ya había pasado por eso una vez, no quería volver a hacerlo.

Nate, sencillamente dejó caer la cabeza sobre su pecho, y ella cerró los ojos, dejando que esa sensación se quedara grabada en su alma.

—Estoy bien… —murmuró—. Pero deberíamos parar. Me prometí a mí mismo que no haría esto.

De repente, Maggie se sintió completamente expuesta. La fantasía había terminado, la realidad había ocupado su lugar.

—¿Qué quieres decir?

—No puedo hacerte el amor, cariño. Por mucho que lo desee.

Maggie no creyó esa explicación. No la deseaba, y había sido una tonta por imaginar que podría ser así. Y seguramente pensaba que había subido a la habitación con ese propósito… Sólo de pensarlo le ardía la cara.

—No recuerdo habértelo pedido.

—No, es verdad.

Maggie saltó de la cama, furiosa consigo misma por ser tan ingenua. Había sido él quien la besó, había sido él quien tiró de ella para tumbarla en la cama. ¿Con qué propósito?

—¿Qué querías, hacerme olvidar que me has mentido durante todo este tiempo?

—No es eso, Maggie. Quería demostrarte que a pesar de todo, esto es real. Al menos lo es para mí.

—¿Cuándo te irás?

Nate se incorporó, mirándola con expresión dolida.

—Mañana, si todo va como hemos planeado.

—¡Ah, muy bien! Entonces sólo tengo un día más para dudar de todo lo que digas.

De inmediato lamentó haber dicho eso, pero haciendo acopio de fuerzas, salió de la habitación y cerró la puerta sin dar más explicaciones.


Дата добавления: 2015-10-31; просмотров: 83 | Нарушение авторских прав


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