Студопедия
Случайная страница | ТОМ-1 | ТОМ-2 | ТОМ-3
АвтомобилиАстрономияБиологияГеографияДом и садДругие языкиДругоеИнформатика
ИсторияКультураЛитератураЛогикаМатематикаМедицинаМеталлургияМеханика
ОбразованиеОхрана трудаПедагогикаПолитикаПравоПсихологияРелигияРиторика
СоциологияСпортСтроительствоТехнологияТуризмФизикаФилософияФинансы
ХимияЧерчениеЭкологияЭкономикаЭлектроника

Capítulo 10. El café estaba hecho, y Maggie miraba por la ventana de la cocina sin ver el paisaje

Читайте также:
  1. Capítulo 1
  2. Capítulo 1
  3. Capítulo 1
  4. CAPÍTULO 1
  5. Capítulo 1
  6. Capítulo 1 1 страница
  7. Capítulo 1 5 страница

E l café estaba hecho, y Maggie miraba por la ventana de la cocina sin ver el paisaje. Apenas había pegado ojo esa noche, despertándose cada cinco minutos preocupada, dándole vueltas a todo. Y por fin a las cuatro, había decidido levantarse de la cama. Ya dormiría más adelante. Después, cuando Nate se hubiera ido, tendría todo el tiempo del mundo para dormir.

Nada tenía sentido. Había estado enfadada con él por las mentiras, pero ya no lo estaba. Al contrario, aunque su arriesgada profesión le daba pánico, se sentía orgullosa de Nate. Pero quería que se fuera de su casa. Quería que todo aquello terminase de una vez.

Entonces lo oyó moviéndose en el piso de arriba. Cuando se fuera volvería a su vida normal, una vida sin lustre, aburrida… Y lamentaba haberle hablado como lo había hecho la noche anterior.

No podía soportar la idea de quedarse sentada allí, esperando noticias, esperando que volviera a casa… O no volviera. No, sería mejor despedirse ahora.

Cuando estaba preparando el que sería su último desayuno en el hostal, lo oyó bajar la escalera, y al volverse, se quedó helada.

Era magnífico.

No había otra palabra para describirlo, y eso la asustaba tanto como la excitaba. Nate Griffith no podía esconder quién era aquella mañana. En el pecho de la camisa llevaba colgada su placa de comisario, y al hombro la funda de la pistola. Tenía un aspecto peligroso, imponente.

Pero Maggie no pudo dejar de notar que tenía ojeras. Estaba claro que no había dormido bien, pero tenía que estar alerta, despierto. ¿Y si era culpa suya que no hubiera descansado?

—Te he hecho el desayuno.

Fue lo único que se le ocurrió decir. Cualquier otra cosa abriría una puerta que no quería abrir en ese momento. Los dos sabían que iba a marcharse. No había más que decir sin empezar con los lamentos y las recriminaciones.

—Sólo quiero una taza de café.

—Deberías comer algo… Tienes un día muy largo por delante.

—Sí, tienes razón… —suspiró él—. Maggie, lo siento mucho… Siento que hayas tenido que pasar por todo esto, de verdad.

—Déjalo, Nate, Los dos sabemos que es tu trabajo, Y los dos sabíamos que llegaría este momento.

—Esto no es fácil para mí. Yo no contaba con… Conocerte —Maggie apartó la mirada. No podía soportar la idea de que pusiera en peligro su vida—. Dime algo, por favor…

—¿Qué quieres que te diga? Ese hombre podría haberte matado. Y no me digas que no, porque yo sé cómo es la vida de un policía. Tú no eres el único que tiene secretos.

—No sé a qué te refieres. ¿Qué secretos?

—¿Es que no lo sabes? ¿No sabes que mi marido murió porque le dispararon mientras estaba trabajando?

—¿Qué? Te juro que no lo sabía.

—¿Cómo no ibas a saberlo? ¿Grant no te lo ha contado?

—No, no me ha dicho nada. Te juro que yo no lo sabía. ¿Cómo ocurrió?

Maggie lo miró a los ojos para ver si decía la verdad. Y le parecieron sinceros. Pero hablar de ello seguía doliéndole tanto… Nunca olvidaría los ingratos recuerdos de esa noche.

—Era guardia de seguridad en la refinería de petróleo, y una noche, alguien le disparó. Mi marido intentó defenderse… Pero pagó un precio muy alto por ello. Jen y yo también tuvimos que pagar un precio muy alto… —dijo, suspirando—. Yo tuve que soportar un interrogatorio, como si mi marido hubiera hecho algo malo, y mi hija ha tenido que vivir sin su padre desde entonces.

—Lo siento mucho. De verdad, lo siento…

—No, déjalo. No quiero seguir hablando de ello —Maggie dio un paso atrás. Lo último que necesitaba en aquel momento era su compasión—. Será mejor que termines tu desayuno, se está haciendo tarde.

El tono seco puso fin a la conversación, y Nate siguió comiendo. Maggie no entendía cómo podía comer. Pero seguramente aquél era un día normal para él. Quizá fuera simple rutina. Levantarse, vestirse, desayunar, e ir a trabajar… Arriesgando su vida. Para ella, eso nunca sería normal.

Luego se levantó para dejar el plato del desayuno en el fregadero.

—Gracias, Maggie.

Ella cerró los ojos, deseando poder decirle adiós por fin pero desesperada por retenerlo allí unos segundos.

—De nada.

Era una tontería, se decía a sí misma, que le importase tanto alguien a quien había conocido sólo unas semanas antes. Alguien que le había mentido, además. Pero sin que se diera cuenta, Nate había atravesado todas las barreras que había levantado desde la muerte de Tom. Y había empezado a sentir otra vez, a desear, a soñar.

—Nate, yo…

Pero cuando se dio la vuelta, él había salido de la cocina.

Lo encontró en la puerta, poniéndose un chaleco antibalas. Nunca en toda su vida se había alegrado tanto de ver una prenda así, y rezaba para que lo mantuviera a salvo.

Nate apoyó un pie en el primer peldaño de la escalera para abrocharse la correa de la pistola en el muslo, con gestos rápidos, eficaces.

—Tienes un aspecto tan diferente… —murmuró.

Era un extraño ahora, y sin embargo, la atracción seguía ahí. Esa sensación de que lo conocía desde siempre, de que era algo suyo.

—Soy un comisario de policía, Maggie.

—Eres mucho más que eso, Nate. No creas que no lo sé.

Cinco minutos más. Eso era todo lo que faltaba.

—Yo…

—Quiero que te lo lleves todo —lo interrumpió ella—. Cuando te marches esta mañana, quiero que sea un adiós definitivo.

Nate señaló la bolsa de viaje y la mochila, en el suelo, al lado de la puerta. Eso era lo que ella quería, y sin embargo, verlo marchar…

¡Cómo le gustaría ser tan valiente como para decirle lo que significaba para ella! Sentir sus brazos alrededor una vez más, sentir el calor de su cuerpo.

—Tengo que irme, Maggie.

—Lo sé.

Después de echarse las cosas al hombro, Nate puso la mano en el picaporte. Y esperó.

Ella estaba temblando. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía marcharse después de un simple adiós?

Entonces, sin decir una palabra, Nate tiró las bolsas al suelo y la envolvió en sus brazos mientras Maggie le echaba los suyos al cuello. El duro metal de la pistola que llevaba en la pierna se clavaba en su muslo, pero le daba igual. Sólo quería decirle cuánto había significado para ella conocerlo.

—Ojalá no te hubieras ido de la habitación anoche…

—Lo siento, Nate. Ya no estoy enfadada, te lo prometo… —musitó Maggie, haciendo un esfuerzo para no llorar.

—Tengo que irme —repitió él, besando su frente—. Pero no quería hacerlo sin decirte… ¡Maldita sea, Maggie…! Esto no ha sido sólo un trabajo para mí y los dos lo sabemos. Siento haberte hecho daño, lo siento más de lo que crees.

—¿Cómo voy a estar enfadada contigo? —Maggie intentó sonreír para que la despedida fuese más fácil—. Hiciste lo que tenías que hacer, lo entiendo.

—No era sólo un trabajo. Quería protegerte, a ti y a Jen. Veo todos los días lo que hombres como Pete Harding pueden hacer.

—No quiero pensar en eso —lo interrumpió ella, apartándose—. Márchate, Nate. Vete, Grant estará esperando.

Nate volvió a tomar las bolsas del suelo y abrió la puerta. Pero de repente, volvió a cerrarla.

—Te quiero, Maggie.

Esas palabras la dejaron sin aire.

¿La quería? No, no. Ya se habían dicho todo lo que tenían que decirse. No podía ser verdad. Iba a reunirse con Grant, se dirían adiós y ella volvería a su vida normal.

Pero en un momento, dos palabras habían cambiado todo eso. Aquello era diferente. El amor era diferente. Y en su vida no había sitio para el amor.

—No puedes quererme, Nate. Nos hemos conocido hace unas semanas. Sólo lo dices porque… Por la situación, por lo que ha pasado.

—No, no es eso.

Aquello no podía estar pasando. No podía quererla. Tenía que ser una bonita despedida, nada más.

—Nate, no hagas esto… Yo no puedo quererte.

—Lo sé —él dio un paso adelante—. Es complicado, pero eso no cambia mis sentimientos. O que tuviera que decírtelo.

Algo dentro de ella se rompió. Llevaba tanto tiempo diciéndose a sí misma que nadie volvería a quererla… Pero se había equivocado. Nate la quería. No serviría de nada, claro, pero saberlo la llenaba de una emoción que casi había olvidado.

—¿Qué es lo que quieres?

—Te quiero a ti. No sé cómo vamos a hacerlo, pero no puedo decirte adiós.

—Estás hablando de… De un futuro.

Era tan atractivo, un pilar de fuerza y energía. Era todo lo que una mujer podía desear…

Entonces, ¿por qué estaba tan decidida a correr hacia el otro lado?

Porque Nate tenía que enfrentarse con el riesgo de la muerte cada día, y ella no podría vivir teniendo que soportar eso otra vez.

—Cásate conmigo, Maggie Taylor…

—Nate… Tú sabes que no puedo.

—¿Por qué no?

—Para empezar, porque tengo un negocio y una hija aquí.

—Yo podría vender mi casa y compraríamos otra, más cerca de la playa.

Maggie negó con la cabeza.

—Jen va al colegio aquí.

—También hay colegios en Florida —sonrió Nate—. O puede seguir estudiando en Edmonton e ir a vernos durante las vacaciones. La mayoría de los adolescentes darían un brazo y una pierna por pasar las vacaciones en Florida.

Maggie lo miró asustada. Hablaba en serio. Ella había aprendido a vivir de cierta manera, y ahora… Ahora él le pedía que cambiara todo eso. No, no podía ser. Era una viuda de cuarenta y dos años con una hija adolescente, y Nate tenía toda la vida por delante. No sería justo para ninguno de los dos.

—¿No quieres tener hijos, Nate? Yo tengo cuarenta y dos años, y tú… Tú estás en la flor de la vida. Yo ya tengo a Jen, y no quiero tener más hijos a mi edad.

—¡Ah, claro! Ahora te agarras a eso… —suspiró él—. Pero a mí me da igual la edad que tengas. Nunca me ha importado y lo sabes. Además, no quiero tener hijos.

—Eso lo dices ahora, pero…

—No, Maggie, no quiero tener hijos —la interrumpió él—. Tengo un montón de sobrinos a los que adoro, pero nunca he sentido la necesidad de ser padre. Prefiero poner mi energía ayudando a niños que están solos. Y ahora, ¿se te ocurre algún problema más? —Nate sonrió mientras la tomaba por la cintura—. Porque nada va a cambiar el hecho de que te quiero.

Maggie podría acusarlo, de esperar que ella diese un giro de ciento ochenta grados a su vida, mientras él seguía haciendo lo que había hecho siempre, pero sabía que no podía pedirle que dejase de ser quien era. Y tampoco podía casarse con él. Acababa de conocerlo, y la idea de que le pasara algo le partía el corazón. ¿Qué ocurriría después de varios meses o varios años de casados? ¿Cómo iba a esperarlo todos los días en casa, preguntándose si estaba bien, si le habría pasado algo? ¿Cómo iba a soportar que le rompieran el corazón por segunda vez?

Sólo había una salida. Y en su corazón, pidió disculpas antes de decirlo, sabiendo que iba a hacerle daño:

—Yo nunca podría quererte como quise a Tom. Lo siento, Nate.

Maggie tuvo que contener un sollozo al ver que el brillo desaparecía de sus ojos.

—Claro… No puedo competir con un fantasma.

—¿Qué esperabas que dijera? Por favor, Nate, no me lo pongas más difícil… Yo no puedo quererte como tú deseas que te quiera.

Él asintió con la cabeza.

—No puedo hacerte sentir algo que no sientes. Lo lamento, me equivoqué… —murmuró, pasándose una mano por el pelo—. En fin, tenemos que decirnos adiós.

—Sí.

—Después de detener a Pete pasaré la noche en el pueblo —sus ojos, oscurecidos por la decepción, se clavaron en ella de nuevo—. Me iré por la mañana. Sé que no es suficiente, pero gracias, Maggie. Gracias por todo.

Luego abrió la puerta y ella lo dejó ir para no prolongar la agonía.

—¿Nate? —lo llamó desde el porche.

—¿Sí?

—Ten mucho cuidado…

Él se despidió con la mano antes de subir a la camioneta, y Maggie volvió a la cocina para guardar su plato y su taza en el lavavajillas por última vez.

 

 

Había pensado que se pondría a llorar al quedarse sola, pero las lágrimas se negaban a salir. Suspirando, se sentó frente a la mesa de la cocina y cerró los ojos.

Pero después de unos minutos se levantó para hacer las tareas, cualquier cosa que la mantuviera ocupada. Cuando entró en la habitación de Nate para limpiarla, deseó haber hecho el amor con él esa noche. Al menos tendría ese bonito recuerdo. Pero no había sido capaz de bajar la guardia porque tenía miedo… No miedo de él, sino de sí misma.

Cuando estaba terminando de cambiar las sábanas vio algo en la mesilla; era la medalla de San Cristóbal que Nate solía llevar al cuello. Aquel día precisamente no había llevado con él su amuleto.

Angustiada, se la puso al cuello. Sabía que era una superstición, pero no podía dejar de preocuparse.

Por primera vez en quince años, estaba enamorada. Y Nate estaba enamorado de ella.

Pero se había ido. Y aun sabiendo que no iba a volver, no descansaría hasta que supiera que todo había terminado y él estaba a salvo.


Дата добавления: 2015-10-31; просмотров: 105 | Нарушение авторских прав


Читайте в этой же книге: Capítulo 1 | Capítulo 2 | Capítulo 3 | Capítulo 4 | Capítulo 5 | Capítulo 6 | Capítulo 7 | Capítulo 7 | Capítulo 8 | Capítulo Uno |
<== предыдущая страница | следующая страница ==>
Capítulo 9| Capítulo 11

mybiblioteka.su - 2015-2024 год. (0.016 сек.)