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Capítulo 11. Cuando oyó el coche acercándose a la casa salió corriendo, pero no era Nate

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C uando oyó el coche acercándose a la casa salió corriendo, pero no era Nate. Era el coche patrulla de Grant que se acercaba solo, hasta el porche.

—No… —murmuró Maggie, llevándose una mano al corazón.

No, otra vez no.

Grant se quitó el sombrero, y lo colocó bajo su brazo antes de llamar al timbre, pero ella no podía abrir. No podía escuchar lo que iba a decirle. Recordaba al oficial de policía diciéndole que Tom había muerto…

El timbre volvió a sonar.

—¿Maggie?

Un sollozo escapó de su garganta. Aquella mañana Nate le había dicho que la quería, y ella le había contestado que nunca podría amar a nadie como había amado a Tom. Lo había rechazado cuando estaba a punto de enfrentarse con una situación peligrosa, haciéndole creer que no lo quería en absoluto.

Pero lo quería. Lo quería tanto que se negaba a pensar en un mundo en el que no estuviera Nate.

—¡Maggie, abre la puerta! —el grito de Grant hizo que alargase la mano hacia el picaporte, y al abrir, vio que el jefe de policía tenía la camisa manchada de sangre.

—¡No!

—Maggie, siéntate, por favor.

Ella negó con la cabeza.

—Dilo, Grant… Por favor, dilo y termina con esto de una vez.

—No está muerto si eso es lo que crees.

De nuevo, un sollozo escapó de su garganta, pero consiguió dejarse caer sobre uno de los sillones del porche antes de que se le doblaran las rodillas.

—Gracias a ti y a Jennifer hemos encontrado drogas, dinero y armas en el granero de Harding —empezó a decir Grant—. No quiero que te asustes, pero Nate recibió un disparo y lo han llevado al hospital.

Ella enterró la cara entre las manos. Lo sabía, lo sabía…

—¿Está muy grave?

—Está vivo, pero no sé nada más.

—Yo… Yo lo rechacé esta mañana. Y no debería haberlo hecho. No debería…

—Puedo llevarte al hospital, si quieres —se ofreció Grant.

Maggie asintió con la cabeza. Lo único que deseaba era ver a Nate y decirle que lo quería, antes de que fuese demasiado tarde. Pero una vez en el coche patrulla, Grant recibió una llamada por la radio.

—Tienen que llevar a Nate al hospital de Edmonton. Van a llevarlo en un helicóptero.

Ella volvió a asentir con la cabeza, acongojada. Estaba tan mal, que habían tenido que llevarlo a un hospital más grande, pensó. Pero tenía que aguantar hasta que llegase allí, tenía que hacerlo. Recordó entonces todas las cosas que habría querido decirle a su marido, todas las que no pudo decirle.

Nate tenía que aguantar.

—Voy a llevarte a Edmonton, no te preocupes. Pete está en la comisaría, y de allí no va a salir.

—Espero que no… —murmuró ella sin mirarlo.

—Maggie, he estado comprobando los informes sobre la muerte de Tom… —empezó a decir Grant entonces—. Sé que llegaste al hospital cuando ya era demasiado tarde, y que la investigación no fue fácil para ti, especialmente después de haberlo perdido de esa forma. Es normal que tengas miedo, y no hay ninguna garantía, pero aunque ya sé que no es asunto mío, creo que sería una locura alejarte de alguien que te quiere tanto como Nate. Te perderías algo maravilloso, ¿no crees?

Maggie tragó saliva para intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta. Lo decía como si fuera tan fácil. Pero querer a Nate Griffith no era fácil. Lo quería y eso la asustaba. Lo quería tanto, que la idea de perderlo le resultaba intolerable.

—Ser policía puede ser un trabajo muy solitario, y a veces, es la familia lo que nos mantiene vivos. Las mujeres de los policías tienen que soportar mucho, pero… —Grant mantenía la mirada fija en la carretera—. A veces tener un ancla es lo que te permite seguir adelante. Piénsatelo.

—Lo haré.

¿Estaría bien? ¿Estaría vivo cuando llegasen al hospital?

¿Y cómo iba a dejarlo solo?

 

 

Una enfermera los llevó a la Unidad de Cuidados Intensivos, advirtiéndoles que seguía inconsciente.

—De todas formas, quiero verlo —insistió Maggie.

Una vez en la habitación, se acercó a la cama con miedo. Nate estaba muy pálido, entubado, y con una serie de cables conectados a un monitor.

—Ha perdido mucha sangre —explicó la enfermera—. Es normal que esté inconsciente.

—Gracias… —murmuró ella, sentándose en una silla al lado de la cama—. ¿Puedo quedarme aquí?

—Normalmente, las visitas sólo pueden estar unos minutos…

—Sólo voy a quedarme aquí sentada. No quiero que esté solo cuando despierte.

La enfermera se fijó en la camisa de Grant, manchada de sangre, y pareció tomar una decisión.

—Pero no hagan ruido, por favor… Y no intenten despertarlo.

—Voy a traerte un café —dijo Grant, cuando la enfermera los dejó solos.

Maggie asintió, aunque no sería capaz de tragarlo.

La habitación quedó en silencio, salvo por el zumbido del monitor. Le habían disparado en una pierna, y un millón de preguntas pasaban por su cabeza: Si la herida sería grave, si quedaría imposibilitado de por vida, si habrían sacado la bala, si la bala habría tocado la arteria… Pero todas esas preguntas se convertían en un solo pensamiento: «Por favor, no me dejes…».

Grant volvió poco después con el café y se quedó un rato, pero tenía que volver a Mountain Haven para firmar el atestado y solucionar el traslado de Harding a Estados Unidos. Se marchó, con la promesa de volver en cuanto le fuera posible, y Maggie volvió a quedarse a solas con Nate.

—No me dejes, cariño. Por favor, no me dejes…

 

 

Nate hizo un esfuerzo por abrir los ojos, pero sólo podía ver una neblina gris y luego, poco a poco, unas sombras a su alrededor.

Estaba mareado, pero enseguida se dio cuenta de que el zumbido que escuchaba era el de un monitor. Estaba en un hospital.

En ese momento recordó todo lo que había pasado: El disparo de Harding, el terrible dolor en la pierna… Cuando intentó moverse se dio cuenta de que había una melena oscura apoyada en la cama.

Maggie.

Intentó pronunciar su nombre, pero de su boca no salió sonido alguno. Suspirando, volvió a apoyar la cabeza en la almohada, maravillándose de que estuviera allí.

Nunca en su vida se había sentido tan conectado con otro ser humano. La quería, y esa emoción era diferente a cualquier otra que hubiese experimentado antes. Diferente y real.

¿Por qué no podía verlo ella?

Claro que después de lo que había pasado, no podía negar que tenía razón: Su trabajo era arriesgado. Y sabiendo lo que le había ocurrido a su marido, podía entender que Maggie no quisiera saber nada de él.

Haciendo un esfuerzo, movió una mano hasta que pudo tocar el sedoso pelo oscuro. Esa mañana le había dicho que nunca querría a nadie como había querido a su marido, pero no fue eso lo que lo hizo marcharse sin protestar.

Había sentido su desesperación, su pánico, y sabía que no podía presionarla. No era justo después de todo lo que había tenido que pasar.

Pero allí estaba, a su lado. Y podía imaginar lo difícil que había sido para ella ir al hospital.

—Maggie… —consiguió decir.

Ella levantó la cabeza, con una mejilla roja por la presión de la sábana.

—Nate.

En cuanto pronunció su nombre sus ojos se llenaron de lágrimas. Para Nate, nunca había estado más preciosa. Su voz era suave, musical. La había oído mil veces en su cabeza, como si fuera su canción favorita, una de la que no se cansaba nunca.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Maggie apretó su mano.

—Me ha traído Grant. Estás en el hospital de Edmonton. Te han disparado.

—¿Y Harding?

—Está en la comisaría de Mountain Haven. Grant ha estado aquí, pero se marchó hace unas horas. Volverá por la mañana.

—Siento mucho haberte dado un disgusto, pero me voy a poner bien. No tienes que quedarte.

—Intenta librarte de mí, y ya verás lo que pasa…

Maggie sonrió al ver que se quedaba boquiabierto, y esa sonrisa le dio esperanzas.

—No pienso librarme de ti mientras tú quieras estar conmigo… El tiempo que desees.

—¿Qué tal te suena «para siempre»?

Tuvo que reírse al ver su expresión. Pero había tenido mucho tiempo para pensar, para llorar, para preocuparse, para hacerse preguntas… Y cada vez aparecía la misma respuesta: Estar con Nate, aunque sólo fuese una hora, era mejor que no estar con él.

Él hizo entonces una mueca de dolor, y Maggie se levantó asustada.

—Voy a llamar a la enfermera para decirle que estás despierto.

—No, espera… Si llamas a la enfermera volverán a dormirme, y quiero verte.

Maggie apretó los labios, emocionada. Quería besarlo, pero no sabía si debía hacerlo.

—Deja que te traiga un poco de agua, al menos. Necesitas líquidos, me lo ha dicho el médico.

—Muy bien. Pero vuelve pronto.

 

 

Volvía por el pasillo con un vaso de agua en la mano, cuando vio a Jen sentada en la sala de espera.

—¡Jen! ¿Qué haces aquí, cariño?

—¡Mamá! —exclamó la niña, levantándose—. ¿Cómo está Nate?

—Acaba de despertarse. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Un par de horas. Grant Simms llamó al colegio para contarme lo que había pasado, y pensé que a lo mejor te vendría bien tener compañía. Pero te vi dormida y no quise despertarte. ¿Cómo estás?

—¿Yo?

—Sí, tú. No creo que esto sea fácil para ti, mamá. Después de lo que le pasó a papá…

Maggie se pasó una mano por los ojos. ¿Cuántas veces iba a llorar aquel día?

—¿Cuándo te has hecho mayor, cariño?

—No lo sé —sonrió Jen—. Pero sí sé una cosa: Estás enamorada de Nate. Y no me digas que no, porque sé que es así. Cuando volví a casa te noté… Diferente. Y a él también. Vi cómo te miraba… Como en las películas de amor.

El corazón de Maggie latía con fuerza mientras miraba los ojos de Jennifer, tan parecidos a los de su padre.

—¿Y qué te parecería eso?

—Genial. Llevas demasiado tiempo sola. Y me gusta Nate. Además, ha detenido a Pete Harding, ¿no?

—Sí, sí, lo ha hecho.

—Pues si lo dejas escapar, es que eres tonta…

Maggie no pudo evitar una sonrisa.

—¿Ah, sí?

—¿Crees que podría entrar a saludarlo antes de volver al colegio? Tengo una clase a las ocho de la mañana.

—Sí, creo que estaría bien.

Entraron juntas en la habitación, Maggie sujetando el vaso de plástico y Jen con las manos en los bolsillos de los vaqueros.

—Hola, Nate. ¿Cómo estás?

—No estoy mal —contestó él.

Jennifer se acercó a la cama, e inclinó la cabeza para darle un beso en la mejilla.

—Sólo quería entrar un momento antes de volver al colegio. Pero volveré mañana. ¿Quieres que te traiga algo? Lo único peor que la comida del colegio es la comida del hospital, pero puedo comprarte unos pasteles o algo…

Maggie tragó saliva. Parecían una familia. Pero ella había rechazado a Nate unas horas antes… ¿La creería ahora que estaba dispuesta a decirle la verdad?

—Tráeme unas natillas de chocolate —dijo él—. Me encanta el chocolate.

—Cuenta con ello —asintió Jen.

 

 

Cuando su hija se marchó, Nate le hizo un gesto para que se acercase.

—¿Por qué no me cuentas que has querido decir antes, con eso de para siempre? Porque esta mañana estabas dispuesta a no volver a verme nunca más…

—Sí, lo sé, pero cuando Grant fue a casa a decirme que te habían disparado…

—Siento que hayas tenido que pasar por esto, de verdad. Sé que te estaba pidiendo demasiado.

—¿Estás diciendo que ya no quieres casarte conmigo?

Sus ojos se encontraron entonces.

—No es eso… —suspiró Nate—. Pero la verdad es que debería haber sido un poco más sensible. Sabía lo que pensabas sobre mi profesión, y aun así, seguí insistiendo.

—A lo mejor me hacía falta que insistieras —lo interrumpió ella—. Porque te quiero, Nate.

Decir esas palabras, decirlas por fin, la hacía experimentar una sensación tan sorprendente, que no podía ponerle nombre. Era como si todo en ella se expandiera, se despertara.

—Es verdad, te quiero… Y siento haber dejado que mis miedos me dijeran cómo actuar. Perder a Tom fue lo más duro que me ha pasado en la vida, Nate. Tom no sólo murió de un disparo, sino que mató al hombre que le disparó. La prensa lo convirtió a la vez en héroe y villano, y para mí fue una tortura porque siempre había sido un hombre bueno.

—Lo siento mucho, de verdad.

Maggie sacudió la cabeza.

—Como me ocurrió con mis padres, yo contaba con él, y de repente, me dejó. Juré entonces que no volvería a pasar por eso. Es lo que quería decirte esta mañana, que para mí es muy difícil ponerme en esa situación otra vez. No porque no te quiera, sino porque la necesidad de protegerme a mí misma era demasiado fuerte.

—¿Y ya no lo es?

—No, ya no lo es. Te quiero, Nate. Y quiero vivir. No me daba cuenta de que no estaba viva hasta que… Apareciste tú. Tú lo has cambiado todo.

—Pero sigo siendo un policía. Mírame, me han disparado esta mañana. Ese es mi trabajo, y no sé si sería feliz haciendo otra cosa.

—Yo no te pediría que lo hicieras —reconoció ella—. Grant me ha dicho algo hoy… Que la familia es lo que os mantiene vivos. Y yo quiero ser eso para ti.

Nate apretó su mano.

—Te quiero, Maggie. Y daría lo que fuera por estar contigo ahora mismo.

Ella se tumbó a su lado, con mucho cuidado para no hacerle daño, y apoyó la mejilla sobre su hombro.

—¿Esto te vale?

—Por el momento… —sonrió Nate—. Pero no llores, por favor…

Maggie negó con la cabeza.

—Tenía tanto miedo de que fuera demasiado tarde…

—No es demasiado tarde.

—No, no lo es.

Nate alargó una mano para tocar su cuello.

—Llevas mi medalla de San Cristóbal.

—Sí, la encontré en tu habitación y decidí ponérmela… Por si así te protegía.

—Cuánto me alegro de que lo hicieras… —musitó él—. ¿Es un buen momento para pedírtelo otra vez?

El corazón de Maggie empezó a palpitar como loco. A palpitar de felicidad.

—Sí.

—¿Quieres casarte conmigo? Los detalles podemos hablarlos más adelante. Sólo dime que sí.

—Sí —contestó ella, incorporándose un poco para darle un beso en los labios—. ¿Tu casa es lo bastante grande para dos mujeres?

—¿En Florida? ¿Te irías allí conmigo?

Maggie sonrió.

—Creo que podría acostumbrarme a las palmeras.

—¿De verdad dejarías tu casa en Mountain Haven?

—Sí, la dejaría.

—¿Y Jen?

—Jen se está haciendo adulta y toma sus propias decisiones. Dentro de nada se irá a la universidad. Supongo que hará lo que quiera, venir con nosotros o quedarse. Lo decidirá ella.

Nate cerró los ojos entonces y Maggie se asustó.

—¿Qué te pasa? ¿Quieres que llame al médico?

—No, no… Es que esta mañana, cuando Harding me disparó, pensé que iba a morirme. Y ahora tú estás aquí… Y vas a casarte conmigo. Me parece un sueño.

—Pero no lo es, cariño.

—Hay cosas que puedo prometerte y cosas que no, pero haré todo lo posible por volver a casa cada noche —le prometió Nate—. Pondré todo de mi parte para quererte y protegerte. Eso no cambiará nunca.

—Ésa es toda la garantía que necesito… —susurró ella, inclinándose para buscar sus labios—. Es más que suficiente.

 

 

Fin


Дата добавления: 2015-10-31; просмотров: 94 | Нарушение авторских прав


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