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CAPÍTULO 26

Читайте также:
  1. Capítulo 1
  2. Capítulo 1
  3. Capítulo 1
  4. CAPÍTULO 1
  5. Capítulo 1
  6. Capítulo 1 1 страница
  7. Capítulo 1 5 страница

 

El viaje de vuelta a Londres se le hizo eterno.

Había desembarcado hacía unas horas y había tomado el primer carruaje rumbo a casa. Junto a él viajaban una vieja gruñona con su no menos gruñona hija y un niño chillón. Mientras trataba de ignorar los gruñidos y llantos de unas y otro, Pierce se acariciaba el muñón con aire distraído.

Se preguntó si no llegaría antes si se apeaba y comenzaba a caminar junto a la carretera.

Ahogó una maldición muy poco caballerosa cuando la madre del niño intentó acallarle a gritos. Obviamente, no funcionó. Y la vieja lo miraba como si él fuera el culpable de todo.

Esa mirada furiosa le recordó por unos instantes a Norah.

¡Oh, sí! Esa mirada era típica de su inglesita.

Se preguntó cómo estaría su bella violeta inglesa.

Sabía muy bien que no había actuado bien al dejarla abandonada en aquellas circunstancias, pero simplemente odiaba verla en ese estado. Además, le impedía acercarse de un modo a veces violento, de modo que Edward le había recomendado no volver hasta que estuviera recuperada.

Pero ahora ella había vuelto.

Con una sonrisa, Pierce apretó contra su corazón el mensaje que Endor le había mandado esa misma mañana. Se lo sabía de memoria.

 

No sé qué diablos haces todavía en Southampton, pero déjalo inmediatamente. Si no llegas pronto, no me hago responsable de lo que pueda sucederte al llegar.

Esta casa se ha vuelto un caos, amigo.

Vuelve pronto…

 

En esa nota Endor no decía que Norah hubiera vuelto en sí, pero Pierce sabía leer entre líneas.

La vieja le miró con el ceño fruncido, al parecer ofendida por su obvio buen humor. A Pierce no le importó. No había nada que pudiera acabar con su felicidad.

Se entretuvo el resto del viaje imaginando la cálida bienvenida que le ofrecería su inglesita.

 

 

Norah caminaba de un lado a otro del salón, furiosa.

Sabía muy bien que el “Afrodita” había arribado a Southampton hacía una semana. Y Pierce aún no había vuelto. ¡Ese maldito irlandés no había vuelto!

—Si sigues paseándote así, me vas a desgastar la alfombra. Y a Endor le encanta esa alfombra.

Norah se detuvo apenas un par de segundos. Cuando volvió a caminar, lo hizo fuera de la alfombra.

Amber suspiró y cruzó una mirada de impotencia con su hermana Angela. Esta había desistido ya de hacerla sentarse.

Desde que Norah había “vuelto”, nada era capaz de hacerla detenerse. Era como un tornado que girara una y otra vez sobre sí mismo, incansable como los mismos elementos.

Edward aún se sorprendía al verla comer con voracidad desconocida, hablaba sin parar durante horas, reñía y reía indistintamente. Casi era su Norah de siempre. Casi.

A pesar de su nueva energía, había algo contenido en su mirada. Siempre parecía estar buscando algo a su alrededor. O a alguien.

Edward se resignó al darse cuenta de que lo que le sucedía a su hermana era algo tan sencillo como el amor. Estaba enamorada, y obviamente el culpable de ello era Pierce Neville, por increíble que pareciera, porque nunca les había visto decirse nada amable.

Por fortuna para todos, Edward sabía muy bien que él también la amaba. Pierce no era ese tipo de personas capaz de ocultar sus sentimientos. Había podido ver con sus propios ojos el sufrimiento del irlandés cuando le dijo que era mejor que se fuera.

Edward había sabido por Endor que el “Afrodita” ya había arribado a puerto. Decidieron enviarle a Pierce un mensaje para que acelerase su regreso, pero no hubo respuesta. Endor había enviado otro el día anterior. Edward quería pensar que el primer mensaje se había perdido. De lo contrario, tendría que tener una pequeña conversación con Pierce. Hacer esperar a Norah después de tanto tiempo no tenía perdón.

Norah se detuvo de pronto, un carruaje se había detenido frente a la puerta.

Todos los presentes se volvieron hacia la entrada, con miradas ansiosas.

 

 

Una vez ante la puerta, Pierce sufrió un momento de aprensión ante la acogida que podía recibir. Se detuvo con la mano en el aire, a escasos centímetros de la aldaba.

Hizo una profunda inspiración, tomó la aldaba. Iba a golpear, pero la puerta se abrió de repente antes de que pudiera llamar. Pierce dio un paso atrás, sorprendido. Desde el umbral, Norah le fulminó con la mirada.

Con ojos hambrientos, Pierce la miró de arriba abajo, sediento de su belleza. Norah no parecía haber cambiado, físicamente al menos. Pero había algo nuevo en ella, una energía inesperada e incontrolable.

—Hace tiempo que te esperaba —dijo ella al fin, acompañando sus palabras con una fuerte bofetada.

Pierce alzó la mano y se tocó la dolorida mejilla. Una sonrisa lenta comenzó a dibujársele en los labios. Sus ojos verdes chispearon de alegría.

—Yo también te he echado de menos, inglesita —dijo antes de estirar la mano, atraparla entre sus brazos y besarla como siempre había deseado hacerlo.

Norah gimió, mientras él ahogaba sus sollozos con su beso arrasador. Era tan bueno sentirse segura al fin.

Pierce no sabía si llorar o reír. Lo único que sabía era que había llegado a casa al fin. Norah era su hogar, y esperaba sinceramente que ella sintiera lo mismo, porque no estaba dispuesto a volver a perderla.

Ella se revolvió en sus brazos para liberarse de su abrazo. Pierce la dejó apartarse, un poco al menos.

—Espero que no pienses que voy a esperarte para siempre, Pierce Neville. Ahora soy una mujer viuda, y no estoy dispuesta a aguantar tonterías.

Pierce no esperaba que ella aludiera a su estado de un modo tan directo, y le tranquilizó el hecho de que ella pudiera hablar de ello con libertad. Ahora sí estaba seguro de que ella había vuelto de verdad.

—¿Te parece que una semana es esperar mucho?

Ella frunció los labios de disgusto.

—Es demasiado —gruñó antes de volver a colgarse de su cuello para besarle.

Pierce estaba de acuerdo. De hecho, si el carraspeo de Edward no les hubiera hecho separarse, se la habría llevado en ese mismo momento.

—Veo que todo está solucionado —dijo el doctor con una ceja enarcada a modo de amonestación—. Pero os agradecería que dejarais de montar un espectáculo en la puerta de mi casa.

Pierce agarró a Norah por la cintura y entraron juntos en la casa. Al cerrar la puerta, su intención era dejar el pasado atrás. Mientras la notaba apretada contra su costado, aspirando su aroma, una sonrisa satisfecha se dibujó en su cara.

Era bueno estar en casa.


Дата добавления: 2015-10-30; просмотров: 94 | Нарушение авторских прав


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