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CAPÍTULO 16

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  7. Capítulo 1 5 страница

 

El rumor más curioso de la temporada llegó hasta Arianne con un justificado retraso, ya que después del “incidente”, estuvo varios días guardando reposo sin salir de casa y sin recibir visitas. Solo había hablado con un agente de Bow Street, que le había tomado declaración y le había dejado claro que, si no había pruebas de que Holloway la había drogado, no había nada que pudieran hacer. Era la palabra de ese hombre contra la suya.

Esos días transcurrieron entre el dolor físico y una tensión mental que le impedían dormir. Al tercer día, apenas podía moverse de la cama y Endor llamó a Edward para que volviera a revisarla.

Arianne se negó a recibirle, y Edward se marchó dejando en manos de Amber una diminuta botella llena de un líquido espeso de color marrón.

—Espera un par de días más antes de dárselo —le dijo, renuente a utilizar aquel remedio tan usado en aquella época—. Y usa el láudano solo si sigue sin poder dormir. Cuatro gotas en un vaso de agua.

Amber observó la palidez de su futuro cuñado y se preguntó por unos segundos quién necesitaba más aquel remedio.

—Edward, aún estás a tiempo… —comenzó.

Edward le dedicó una sonrisa cansada antes de saludarla con un breve apretón de manos y dejarla con el corazón encogido.

¿Cómo podía ser la vida tan injusta con un hombre como Edward Jameson?, se preguntó Amber al verle marchar. Primero se había enamorado de una mujer que jamás podría sentir lo mismo por él, y ahora se veía obligado a casarse con la hermana de esta para impedir que un tipo asqueroso le arruinara la vida. Ciertamente, la vida no era generosa con el joven doctor Jameson, y por cierto que Arianne tampoco facilitaba demasiado las cosas.

La joven se había hundido en una espiral de dolor y conmiseración, y el hecho de haber atrapado en ella a Edward, aún en contra de su voluntad, no hacía más que agravar su tensión.

Durante el día trataba, minuto tras minuto, de encontrar la solución a su problema, para liberar a Edward de su “terrible sacrificio”. Y por la noche estaba tan agotada, y sus músculos tan doloridos, que era incapaz de dormir. Cuando lo hacía, su sueño se poblaba de horribles pesadillas llenas de criaturas peludas que trataban de atraparla y de tristes ojos oscuros que la miraban llenos de reproches.

Al quinto día, fue Angela la que llamó a Edward… y estuvo a punto de llamar a otro médico para que atendiera a Edward.

El joven médico presentaba un aspecto tan demacrado que se le podría confundir muy bien con alguno de sus pacientes más graves.

La ceja izquierda de Angela se elevó, dándole a su dueña un aire de impaciencia tal que incluso Edward, a pesar de su distraído aspecto, pudo notarlo.

—Esto tiene que acabar.

Edward alzó los cansados ojos del suelo y los clavó en la rubia ceja, que temblaba de impaciencia tanto como las manos de Angela. Tras un segundo de vacilación, Edward respondió.

—¿Perdona? —dijo, si es que aquello se podía considerar una respuesta.

Angela dio un golpecito en el suelo con su zapatilla azul.

—Edward… —comenzó, con un tono que atrajo la atención de todos los ocupantes del salón. Tristan y Endor alzaron la vista del diario de navegación del “Afrodita” y Amber avanzó un par de pasos para colocarse más cerca de Edward, como si este necesitara protección—. Esto tiene que acabar —prosiguió—. Quiero que subas ahora mismo al cuarto de mi hermana y que le digas que la dichosa boda queda anulada. No puedo seguir viendo a dos personas tan queridas sufriendo tanto a causa de ese… ese condenado…

—¿Cabrón? —sugirió Endor.

—Gracias, querido, me has quitado la palabra de la boca —dijo Angela con una sonrisa radiante dirigida a su cuñado. Este inclinó la cabeza con un resto de su vieja sonrisa de pendenciero calavera—. Bien, ¿por dónde iba?

—… ese condenado… —dijo Tristan sin disimular una sonrisa divertida. Aquello se estaba poniendo decididamente peligroso para Edward, pensó, viendo la ceja de su esposa cada vez más alzada.

—Gracias, amor. Bien… ese condenado… cabrón… en fin. Hay maneras de solucionar las cosas de otra manera, y tú lo sabes. No es que considere que casarse con mi hermana suponga un sacrificio para nadie… —la mirada de Angela se clavó, acerada, en Edward como si esperase una respuesta contraria. Él permaneció completamente inmóvil, preguntándose adónde quería ir a parar esa mujer. La cabeza le daba vueltas con tanto circunloquio—. Bueno, en definitiva, lo que quiero decirte es que quedas liberado del compromiso.

Todos los presentes se volvieron hacia Edward para observar su reacción ante tan magnánima oferta.

Edward alzó los ojos del suelo y los entrecerró mientras miraba a Angela con una frialdad digna de la mismísima Amber Hutton. Su rostro pálido por el cansancio se había encendido y sus labios aparecían apretados de una forma casi dolorosa. Cuando finalmente habló, su voz sonaba tensa y dura como nadie la había escuchado antes.

—¿Te lo ha dicho mi prometida en persona? Porque, que yo recuerde, Arianne es mayor de edad, y la última vez que hablé con ella, aceptó casarse conmigo. Si ha cambiado de idea, quiero que sea ella misma la que me lo diga —sus ojos oscuros se pasearon por todos los presentes, deteniéndose unos segundos en cada uno de ellos—. ¿Entendido?

Endor se levantó y se colocó junto a su esposa.

—Supongo que te das cuenta de que estamos tratando de darte una salida honorable, amigo.

Edward alzó la cabeza y clavó la mirada en Endor.

—Bueno, yo no considero honorable abandonar a una persona querida cuando necesita mi ayuda. Y ahora, si me disculpáis, creo que iré a visitar a mi prometida. Tengo una pregunta que hacerle.

Se marchó escaleras arriba sin considerar lo impropio que era que subiera solo al dormitorio de una dama sin carabina, por mucho que esta fuera su prometida, pero la verdad era que en ese compromiso no había habido nada que no fuera impropio o inapropiado, y Edward quería solucionarlo. A su manera.

Solo cuando se vio dentro del dormitorio, se dio cuenta de que no había llamado. Dio lo mismo, porque ella no se dio cuenta de que había entrado.

Acurrucada como una niña, Arianne dormía al fin. Por una vez, sus sueños no eran terribles, sino que estaban poblados de una sensación de seguridad que hacía mucho tiempo que no sentía. Y curiosamente, en sus sueños no estaba sola. Había alguien más, que le hablaba, que le decía que despertara, que necesitaba preguntarle algo importante. Qué desconsiderado era pedirle que despertara ahora que estaba tan a gusto.

—Arianne… —decía la voz una y otra vez, dulce, insistente.

—Ari…

Era una voz tan cálida. Casi tanto como el tacto de su mano en su mejilla.

—Vete, Edward, ¿no ves que está durmiendo? —el susurro de Angela sonó como un disparo en la silenciosa habitación.

Arianne abrió los ojos y se encontró con la mirada oscura y triste de Edward a unos escasos centímetros de la suya. No retrocedió al verle. De hecho, le pareció de lo más normal encontrarle así, tan cerca.

—¡Oh, maldito seas, la has despertado!

—En realidad, me has despertado tú, Angie —respondió Arianne con la voz pesada por el sueño.

—¡Será posible! Sal ahora mismo de este cuarto Edward Jameson o…

—¿O? —preguntó Edward con una sonrisa divertida.

Mientras Angela buscaba una respuesta adecuada, Edward le tomó la cara a Arianne y la giró hacia la luz para ver la progresión de los golpes que había recibido en la caída. Ya eran de color amarillo sucio, lo que quería decir que estaban en franco progreso hacia la extinción. Tiró con suavidad de su labio inferior con el pulgar para ver si se le había cerrado la herida. Arianne se quejó, pero le dejó hacer.

—La cicatriz te dará un aire pendenciero muy atractivo —comentó él antes de pasar a examen a las demás partes doloridas de su cuerpo.

Arianne cerró los ojos con fuerza cuando notó que Edward apartaba las mantas para examinarle las piernas. Sus manos eran suaves y calientes, pero aun y todo se estremeció al sentir su contacto en la piel.

—¿Has intentado andar? —la voz profesional de Edward la sacó de su ensimismamiento. Su voz, y el dolor que le provocó al flexionarle la rodilla.

—Ay —gimió, cuando él volvió a hacerlo, y otra vez, y otra—. ¿Es obligatorio que hagas eso?

—Por supuesto que sí. Es necesario que ejercites los músculos o se te atrofiarán. A partir de ahora darás un paseo de una hora por la mañana y otro por la tarde. De hecho, saldremos ahora mismo, vístete.

Arianne parpadeó una, dos veces mientras lo miraba allí plantado, con su estúpido aire de eficiencia profesional.

—¿Y piensas quedarte ahí mientras lo hago?

Si pensaba que Edward se avergonzaría ante su comentario, se equivocó. El doctor cruzó los brazos y sonrió de una manera que hacía pensar que quizá se lo estaba planteando de verdad.

Arianne sacó una almohada de debajo de su espalda y se la tiró a la cabeza. Falló por muy poco.

—Vamos. Si te portas bien, te invitaré a un helado, ¿qué te parece? —preguntó Edward en tono burlón antes de inclinarse para depositar en su nariz un beso juguetón—. Te espero abajo.

Se marchó dejando a Arianne boqueando por la indignación y la sorpresa.

—Vaya, ¿qué mosca le habrá picado a Edward?

Solo al oír la voz de su hermana, recordó Arianne que Angela había estado ahí todo el tiempo. Cuando se volvió para mirarla, sorprendió una mirada satisfecha en el rostro de su hermana mediana.

—¿Qué le has dicho para que se porte así? —la interpeló Arianne—. Y no me digas que nada, que te conozco.

Angela se encogió de hombros pero no pudo disimular la sonrisa que aún le rondaba los labios.

—Bueno, le dije que le liberábamos del compromiso.

—¿Qué? —no fue un grito, más bien una exclamación ahogada de pánico.

De pronto, se preguntó qué sería de ella si Edward aceptaba la oferta de Angela. De verdad tendría que buscar una solución a su irremediable caída en desgracia, y no tenía ni idea de por dónde empezar. Se dejó caer pesadamente en la cama y su cabeza chocó contra el cabezal. Al hacerlo, recordó que le había tirado su almohada a Edward. Y también recordó que él sonreía. Parecía tan contento. Y era porque ahora era libre otra vez.

Cerró los ojos, mientras sentía que el dolor volvía a caer sobre ella como una manta fría y oscura.

—Cariño, no lo entiendes…

—¡Oh, claro que lo entiendo! Me saca a pasear a un sitio público para que no arme un escándalo cuando me diga que tengo que irme a vivir a una pequeña aldea perdida.

Angela sonrió y se sentó junto a su hermana pequeña. Le tomó una mano y la obligó a mirarla.

—¿Y no era eso lo que tú deseabas? ¿Liberarle? Me lo has dicho al menos dos docenas de veces. Querías que Edward no se viera obligado a casarse contigo, querías que fuera feliz.

—Sí, pero…

—Pero nada. Cuando le dije a Edward que era libre, se puso furioso, dijo que eras tú la única que podía poner punto final al compromiso. Jamás había visto a un hombre tan poco dispuesto a recuperar su libertad.

—¿En serio? —preguntó Arianne apretando con fuerza la mano de su hermana sin apenas darse cuenta de la incredulidad de su voz.

Angela se limitó a sonreír.

—Ari, cariño, creo que deberías empezar a plantearte seriamente si de verdad deseas dejar libre a Edward.

—No digas tonterías. Claro que deseo que Edward… —no pudo continuar la frase, porque de repente se dio cuenta de que no estaba segura de que dejar libre a Edward fuera lo que más deseaba en el mundo.

No lo estaba en absoluto.

—Por cierto —dijo Angela de pronto, levantándose de la cama con un ligero salto—, si alguien os habla sobre el “rumor más jugoso de la temporada” durante vuestro paseo, no te preocupes, solo sonríe y sigue adelante, ¿de acuerdo?

Arianne asintió sin tener la más remota idea de sobre qué hablaba su hermana. Una hora más tarde, lo único que deseaba era matarla. Matarla a ella o al maldito que hubiera inventado aquel estúpido rumor.

 


Дата добавления: 2015-10-30; просмотров: 123 | Нарушение авторских прав


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