Студопедия
Случайная страница | ТОМ-1 | ТОМ-2 | ТОМ-3
АвтомобилиАстрономияБиологияГеографияДом и садДругие языкиДругоеИнформатика
ИсторияКультураЛитератураЛогикаМатематикаМедицинаМеталлургияМеханика
ОбразованиеОхрана трудаПедагогикаПолитикаПравоПсихологияРелигияРиторика
СоциологияСпортСтроительствоТехнологияТуризмФизикаФилософияФинансы
ХимияЧерчениеЭкологияЭкономикаЭлектроника

CAPÍTULO 10

Читайте также:
  1. Capítulo 1
  2. Capítulo 1
  3. Capítulo 1
  4. CAPÍTULO 1
  5. Capítulo 1
  6. Capítulo 1 1 страница
  7. Capítulo 1 5 страница

 

Endor estaba a punto de salir de casa rumbo a Suffolk cuando Perkins le dijo que tenía otra visita. Por su expresión, de hastío y cierto regocijo, Endor supo que no le gustaría saber de quién se trataba.

Se golpeó la bota con la fusta y apretó los dientes de frustración.

—Dile que pase, sea quien sea, pero que salgo de viaje y no tengo mucho tiempo para atenderle.

Perkins salió de la habitación tras una reverencia que no era más que un trámite. El respeto entre ambos no se medía por gestos ceremoniosos.

Mientras bajaba las escaleras hacia la biblioteca, donde les esperaba su inoportuno visitante, Endor se descubrió ansioso por partir. Fuera quien fuera el que osaba molestarle en ese momento, tendría que ser breve por fuerza.

Se detuvo en el umbral, sorprendido al ver de quien se trataba.

El doctor Edward Jameson observaba una pila de libros que había sobre una mesilla con mal disimulado interés. Endor contempló a su rival desde una distancia prudencial, sin que este intuyera su presencia siquiera. Como caballero, no podía dudar de que Jameson era un tipo decente y que físicamente era atractivo. Todavía joven y con una carrera prometedora por delante, comprendía que Amber lo hubiera considerado como pretendiente. Sin embargo, había algo en ese hombre que le hacía pensar que no serían felices juntos: a Edward Jameson le faltaba el fuego de la pasión.

Carraspeó para hacer notar su presencia y se adelantó para saludarle como era debido, a pesar de su reticencia. La buena educación era algo terrible en ocasiones, sobre todo cuando debía fingir que no deseaba con todas sus fuerzas deshacerse del hombre que quería robarle a la mujer a la que amaba.

—Buenos días, doctor Jameson. ¿En qué puedo ayudarle?

Edward se giró hacia él, apurado al ser sorprendido curioseando entre sus pertenencias. Miró a Endor y vaciló antes de tenderle una mano seca y firme.

—Tengo entendido que sale usted de viaje. Espero que no sea nada de vital importancia.

Endor sonrió. Lo último que iba a hacer era decirle a ese tipo que de ese viaje dependía su felicidad.

—Espero que sea un viaje de placer, pero con estas cosas nunca se sabe —respondió, encogiéndose de hombros, aparentando indiferencia—. ¿A qué debo esta agradable visita?

Las palabras implícitas en su frase quedaron en el aire. Edward y él jamás se habían relacionado de otra forma que no fuera tangencial, en presencia de Angela Hutton o algún otro conocido en común. Fuera lo que fuera que le había llevado allí, se trataba algo personal.

—Tengo entendido que Amber… la señorita Hutton y usted tuvieron una relación en el pasado —dijo Edward de pronto, sorprendiéndole de verdad.

La postura del doctor, tensa y tirante de pronto, a pesar de su tono moderado, hizo que Endor se preparase para lo peor. Siempre había estado convencido de que ese hombre no amaba a Amber pero, si se había presentado allí para decirle aquello, tal vez significaba que había estado equivocado todo ese tiempo.

—¿Se lo ha dicho ella? —preguntó al fin, acercándose a una mesilla donde había varias botellas de licor, aunque no se decidió a servirse nada.

Edward emitió una risa seca.

—Si conoce usted a la señorita Hutton como yo, sabrá que eso es inconcebible. Amber es un misterio para mí, aunque la conozco desde hace media vida —de pronto lo miró, serio y circunspecto—. Supongo que sabe que le he pedido matrimonio.

Endor contuvo la respiración. Que él adujera sin más rodeos sus intenciones le hizo verlo todo como real por primera vez. Estaba a punto de perder a Amber, y ese hombre había ido allí para restregarle por sus narices que había perdido.

—Eso tengo entendido —respondió, tratando de mantener una fachada indiferente sin conseguirlo. Supo por la media sonrisa de Edward que no estaba consiguiendo su objetivo ni de lejos—. ¿Qué desea?

El doctor apartó la mirada unos segundos antes de volver a fijarla en él, oscura y dura.

—Quiero saber si va a poner usted obstáculos, milord.

Endor rió. No pudo evitarlo. Si el doctor Jameson consideraba necesario avisarle de una manera tan directa de sus intenciones, era que de verdad le consideraba un rival peligroso.

—Querido amigo —dijo, con una sonrisa traviesa en los labios—, le aseguro que haré todo lo que esté en mi mano para que Amber sea mi esposa.

Edward se envaró y lo miró durante unos segundos sin decir nada. Endor no sabía si deseaba partirle la cara de un puñetazo o desearle suerte y, conociendo al doctor, tal vez jamás lo sabría.

—Espero al menos que no le haga más daño —dijo al fin, caminando con energía hacia la puerta—. No podría perdonárselo. Buen viaje, milord.

Endor se quedó con las ganas de decirle que iba a ver a Amber, pero se dio cuenta de que el doctor probablemente lo sabía. Y aun y todo le permitía partir sin problemas, algo que ningún hombre enamorado haría jamás. Se preguntó si el propio doctor se daba cuenta de ello. En todo caso, se vio obligado a replantearse lo que pensaba sobre él. Jameson no era ningún mequetrefe sin sangre en las venas, teniendo en cuenta que le dejaba el camino libre para intentar conquistar a Amber. Si se descuidaba, ese tipo acabaría cayéndole bien.

 

El viaje a Suffolk le llevó tres días. Las primeras etapas fueron agotadoras. Endor cambió varios caballos por el camino, sin detenerse más que unos minutos para comer y beber algo. Se detuvo a menos de diez kilómetros de la finca de las Hutton en Suffolk. Era bien entrada la noche y no deseaba llegar allí en mitad de la noche. Además, aunque no quisiera reconocerlo, tenía miedo de enfrentarse a Amber, pues no sabía cómo lo recibiría ella. También le preocupaba la conversación que había mantenido con Edward Jameson. ¿De verdad iba él a resignarse pasara lo que pasara? ¿Qué hombre enamorado de verdad haría algo semejante?

Se alojó en una posada amplia y acogedora que conocía de años atrás, cuando viajaba a aquellas tierras a menudo, pues su familia poseía una finca en la zona. El dueño de la posada, Richards, lo reconoció a pesar de su aspecto polvoriento y agotado.

—Hacía mucho tiempo que no lo veía por aquí, milord. Sígame, por favor —dijo precediéndole a un salón sobre el que flotaba un agradable aroma a carne asada—. Siempre es un placer tenerle en nuestra casa, señor.

Endor sonrió, con una sombra de su habitual sonrisa encantadora.

—El placer es mío, se lo aseguro, señor Richards. Es bueno regresar a casa después de un largo viaje.

El posadero enrojeció de placer y se hinchó como un pavo ante sus palabras. Endor pidió que le sirvieran la cena en su propia habitación y ordenó que le trajeran un baño.

—Por supuesto, milord. Se hará enseguida —respondió Richards con una reverencia formal.

Endor apenas cenó unos bocados de ternera asada y de faisán. La comida estaba deliciosa, pero él no se encontraba con el ánimo apropiado para disfrutarla como era debido. Lo cierto era que se sentía ansioso. No podía permanecer más que unos minutos sentado en el mismo lugar.

Cuando llegaron dos fornidos criados con una enorme bañera de cobre y con cubos de agua fría y caliente, Endor se desnudó y se sumergió en el agua casi hirviendo. El calor, punzante al principio, relajó sus músculos doloridos y le sumió en un agradable estado de sopor. Hacía días que no dormía en condiciones y la dura cabalgata había castigado su cuerpo poco acostumbrado a semejantes esfuerzos. Exhaló un suspiro de placer y cerró los ojos.

Una imagen de Amber de años atrás inundó su mente. Debía de tener unos diecinueve años, pocos años antes de la muerte de sus padres. Por aquel entonces ella reía a menudo, con aquella sonrisa suya, ronca e irónica que, ya en aquella época, hacía que le temblaran las manos de deseos de abrazarla. Su imagen era tan nítida que sentía que podría tocarla con solo estirar una mano. Aquella mandíbula impertinente, aquellos ojos dulces, aquel cabello oscuro, cayendo glorioso sobre los hombros desnudos en su primer baile de la temporada.

¡Dios! ¿Cómo había sido tan estúpido?

 

 


Дата добавления: 2015-10-30; просмотров: 84 | Нарушение авторских прав


Читайте в этой же книге: Не забудь про вечеринку. Сегодня у меня в два часа дня. | CAPÍTULO 1 | CAPÍTULO 2 | CAPÍTULO 3 | CAPÍTULO 4 | CAPÍTULO 5 | CAPÍTULO 6 | CAPÍTULO 7 | CAPÍTULO 8 | CAPÍTULO 12 |
<== предыдущая страница | следующая страница ==>
CAPÍTULO 9| CAPÍTULO 11

mybiblioteka.su - 2015-2024 год. (0.008 сек.)