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CAPÍTULO 25

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  3. Capítulo 1
  4. CAPÍTULO 1
  5. Capítulo 1
  6. Capítulo 1 1 страница
  7. Capítulo 1 5 страница

 

El jardín de su madre estaba increíblemente tranquilo a esa hora del día. Las abejas zumbaban, perezosas, en el pesado aire de la tarde, y hasta los pájaros parecían respetar el sueño de Norah.

Arianne suspiró y cerró el libro que había fingido leer durante toda la tarde. La verdad era que apenas había leído un par de párrafos enteros. Miró dormir a su cuñada con un afecto casi maternal, aunque Norah era dos años mayor que ella.

La pobre no había vivido los mejores dos meses de su vida. Pero ahora parecía bastante recuperada, a pesar de que todavía se sumía en extraños silencios, con la mirada perdida en el vacío. En esas ocasiones, ni siquiera Edward era capaz de animarla. Por eso la habían traído a la vieja finca de los Hutton, donde no tenía que aguantar miradas indiscretas ni comentarios curiosos acerca de su rápido matrimonio y su aún más rápida viudedad.

Nadie sabía muy bien qué había sucedido durante esos escasos siete días que había pasado con Albert Holloway y, si por ella fuera, haría cuenta de que no habían existido, pero para eso Norah debía hablar de ello. Sacar la ponzoña que llevaba dentro, o de lo contrario se marchitaría como una flor en invierno.

Edward le hizo señas desde la puerta de la casa. Arianne se levantó con cuidado de no hacer ruido y se reunió con su marido. Aún le parecía extraño que Edward fuera todo suyo y que fuera feliz a su lado.

Alzó la cabeza para recibir un cálido beso que hizo temblar sus piernas. Si no estuviera tan preocupada por Norah, arrastraría a Edward a su habitación y no lo dejaría salir de allí en al menos dos horas. Lo miró, asombrándose de lo guapo que era bajo aquella luz.

Él no pareció oír su suspiro, su mente estaba muy lejos de ella. Edward pensaba absorto en una nueva manera de sacar a su hermana de su ensimismamiento. Aún recordaba con una sensación de náusea los primeros días después de sacarla de aquella posada. Su hermana se había convertido en un ser herido, en un animal salvaje. Se había negado a comer hasta que Tristan la había mirado con su terrible mirada oscura. Hombres más débiles habían temblado bajo el peso de la mirada de aquellos ojos. Norah no tembló, pero comió.

Luego se había negado a salir de su dormitorio. Cada vez que intentaban sacarla, se encogía en un rincón, aterrada, temblando como una hoja. En esas ocasiones no aceptaba que nadie la tocara. Edward había comprendido que lo mejor era dejarla sola. Vigilada, pero sola.

Poco después, descubrieron que hacía jirones todos sus vestidos, y que almacenaba las tiras pulcramente dobladas y ordenadas al fondo de un cajón.

Al cabo de una semana, Edward se descubrió pensando que había perdido a su hermana. Arianne lo descubrió llorando quedamente en su despacho. No dijo nada, se limitó a abrazarlo contra sí mientras se ahogaba entre sollozos.

Fue entonces cuando decidieron que Norah estaría más tranquila en la finca de las Hutton.

Llevaban un mes allí, y Norah al menos ya comía con normalidad y había dejado de hacer jirones la ropa. Apenas hablaba, y su mirada ya solo se perdía en el vacío en raras ocasiones, pero no era la Norah de siempre. Y él quería recuperar a su hermana.

—He tomado una decisión, querida. Volveremos a Londres mañana mismo.

Arianne se sorprendió.

—¿Estás seguro? Norah aún no…

—Norah necesita lo que un compañero de universidad llamaba un buen golpe.

Arianne frunció el ceño.

—No permitiré que nadie vuelva a golpearla, ¿me oyes? Por muy buen amigo tuyo que sea, ese hombre era un sádico. ¿Cómo podía decir el muy cretino…?

Edward sonrió. Había echado de menos esos arrebatos tan típicos de ella.

—No se trata de golpes físicos.

—¡Oh, vaya, lo siento!

—No pasa nada, ha sido refrescante conversar con alguien vivo, para variar.

Arianne lo abrazó.

—No digas eso. Ella no está muerta ni mucho menos, solo necesita un empujoncito para volver a ser la que era.

—A eso se refería mi amigo de la universidad. Norah necesita un buen golpe de realidad. Se acabaron los paseos por el jardín, los caprichos, las buenas palabras. Mi hermana nunca ha sido así. La auténtica Norah es una luchadora incansable, se pelea hasta con las piedras y su lengua es tan ácida que hiere.

—¡Oh, entiendo!

Arianne sonrió. Sabía muy bien hacia dónde iban encaminados los planes de Edward. Si Norah necesitaba a alguien que la sacara de quicio para volver a ser la que era, ella conocía a la persona idónea.

—¿Crees que ya habrá vuelto de ese viaje por el continente?

Edward no necesitó pensar cómo se había enterado ella de lo que planeaba.

—Le he escrito a Endor. Según él, el “Afrodita” llegará mañana o pasado.

—Bien, tenemos el tiempo justo para prepararnos para la tormenta —dijo Arianne con una ligereza absurda a pesar de la situación.

Edward también sonrió. De pronto, su esposa tenía toda su atención.

—¿Te apetece un baño antes de la cena?

Arianne se sonrojó a pesar de la aparente inocencia del comentario.

—¿Tú qué crees? —respondió, alzando la cabeza para recibir un jugoso beso.

 

 

A pesar de lo que todo el mundo pensaba, Norah no era tan ajena a lo que sucedía a su alrededor. Podía ver el sufrimiento de los que la rodeaban, especialmente el de Edward.

Además, había recuerdos que no le daban tregua.

El olor de Holloway mientras se pudría en el cuarto de aquella posada. Su primera noche en casa, llena de pesadillas. Los intentos de Edward por hacer que comiera, a pesar de que ella era incapaz de hacerlo. La mirada de Pierce cuando renunció a seguir yendo a verla, anunciando que se embarcaría al día siguiente. Aquella última mirada llena de desolación y vacía de esperanzas.

Todos creían que ella no se daba cuenta de nada, pero era muy consciente de las corrientes de sentimientos que les inspiraba su malestar. Y a pesar de todo, era incapaz de reaccionar. Lo deseaba, no había nada que deseara más en el mundo que volver a ver la sonrisa de Edward, ver a Arianne relajada al fin, volver a sentir los besos de Pierce…

Despertó en el jardín y miró a su alrededor, desorientada por un segundo. Al fin recordó dónde se encontraba, el jardín que la madre de Arianne había plantado cuando esta nació. Sus rosas eran tan hermosas y su aroma en el calor de la tarde era tan embriagador…

Volvió a cerrar los ojos, pero no para dormirse.

Nuevamente, como cada vez que se encontraba sola, revisaba sus ideas para ver si algo había cambiado. La primera vez que había notado dichos cambios fue el día que Tristan la obligó a comer. No sabía cómo, pero él había conseguido llegar a ella de una manera que nadie más había logrado, sin palabras, limitándose a mirarla como solo él podía hacer. De algún modo, su sufrimiento mutuo los ponía en un lugar más cercano. Lo echaba de menos. Y también la risa ligera de Angela, la gravedad de Amber, la irónica sonrisa de Endor.

Antes de darse cuenta, las emociones habían comenzado a traspasar la barrera de su dolor. De pronto, lo sucedido no parecía tan terrible, al fin y al cabo, había sobrevivido más o menos indemne, pero aún la necesitaba. Necesitaba esa barrera mientras decidía si se atrevía a sentirse segura de nuevo.

No había tenido pesadillas desde que llegara a la finca. Había recuperado el apetito, y había descubierto que había muchas más cosas que echaba de menos. Su casa, sus libros, aquella absurda sombrilla con volantes que tanto le hacía reír a Pierce.

Pierce…

Le había costado tanto asimilar que estaba bien, que no había muerto, que no le acusarían de la muerte de Holloway. De su marido…

Norah clavó la mirada en las rosas de Arianne. Se preguntó qué pensaría Pierce si la viera allí tirada, indolente e insensible como una de aquellas rosas. Probablemente algo como:

—Yo creo que ya has vagueado lo suficiente, inglesita.

Norah notó una sensación extraña en la cara. Alzó la mano y se descubrió a sí misma sonriendo. Al darse cuenta de ello, su sonrisa se amplió. De pronto deseaba reír a carcajadas.

Alzó la cabeza. ¿Qué diablos estaba haciendo allí? En Londres tenía miles de tareas que llevar a cabo. Tenía que hablar con sus abogados para descubrir si su marido tenía familia, porque tenía que anunciarles su muerte. A pesar de que Holloway distaba mucho de ser un tipo recomendable, su familia tenía derecho a saber dónde estaba enterrado.

Antes de darse cuenta, caminaba con energía desacostumbrada rumbo a la casa. Su mente era un hervidero. Todo a su alrededor era nuevo para ella. Y a pesar de todo, era extrañamente conocido. Casi sin querer, sus pasos la guiaron hacia su dormitorio, con vistas al jardín de rosas. Era tan hermoso.

Observó los objetos que había en la habitación. Parecía una casa de muñecas, habitada por un ser insensible que apenas dejaba huella de su paso. Cogió uno de sus cepillos y lo descolocó de su sitio por el mero placer de hacerlo. Sonrió de nuevo. Sus ojos tropezaron con su imagen reflejada en el espejo de la cómoda.

Se sorprendió de ver que su aspecto físico apenas había cambiado. Quizás estaba más delgada, pero nada más. Miró su vestido y frunció el ceño. Odiaba ese color.

Se desvistió a tirones y rebuscó en el armario hasta que encontró un bonito vestido de muselina color violeta. Cuando se lo puso y se miró en el espejo, le vino a la mente el cumplido que Pierce le había dedicado el día de la boda de Edward y Arianne. El violeta resaltaba sus ojos.

Se sonrojó al recordar lo mal que lo había tratado aquel día. Él solo había pretendido protegerla.

Y había pagado un alto precio por ello.

Ojalá lo tuviera delante para poder disculparse. Se había portado tan mal con él. Lo echaba de menos de un modo casi físico.

Tras una última mirada a su reflejo en el espejo, se dirigió hacia el dormitorio que su hermano y su cuñada compartían, al otro lado del pasillo.

Cuando abrió la puerta y los sorprendió en la bañera juntos, su mirada se posó en un punto indeterminado entre sus pies, aunque su sonrojo delataba que sabía muy bien qué habían estado haciendo.

—Lo… lo siento —su voz sonaba como oxidada, pero era bueno hablar de nuevo—. Solo quería… Hablaremos más tarde.

Y se marchó dejándolos solos, mirando sorprendidos la puerta tras la que ella acababa de desaparecer.

—Creo que ese empujón ya no va a ser necesario —dijo Arianne mientras sus ojos se nublaban de lágrimas.

Edward se limitó a sonreír. No había palabras que pudieran expresar lo feliz que se sentía en ese momento.

 


Дата добавления: 2015-10-30; просмотров: 99 | Нарушение авторских прав


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