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CAPÍTULO 19

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  5. Capítulo 1
  6. Capítulo 1 1 страница
  7. Capítulo 1 5 страница

 

Norah Jameson miró a su alrededor y solo vio desconocidos. Era increíble que algo así sucediera en la fiesta de compromiso de su hermano. Viejas matronas por un lado. Ilustres doctores bigotudos por otro. Alocadas jovenzuelas por allí. Algún miembro de la tripulación del “Afrodita” por allá.

Con un suspiro, volvió a hundir la nariz en su copa de champán. No era que le gustara beber, pero la verdad era que se aburría tanto que no tenía otra cosa que hacer. Si al menos alguno de los presentes la invitara a bailar…

Dedicó un par de minutos a observar a las parejas que bailaban en la pista, pero muy pronto empezaron a parecerle borrosas, y además no eran lo único que bailaba delante de sus ojos. Tras un pequeño traspiés, decidió que necesitaba un poco de aire fresco.

Había varias parejas bailando en la terraza, y algún que otro vejestorio solitario, bebiendo a escondidas.

Con un suspiro, Norah se apoyó en la balaustrada y rezó para que todo dejara de moverse a su alrededor.

—¿Se encuentra bien, señorita Jameson? —dijo una solícita voz a su lado.

Norah se giró hacia el dueño de esa voz y tardó un par de segundos en enfocarlo. Cuando al fin lo consiguió, se dio cuenta de que a él tampoco lo conocía. Aunque él sí parecía conocerla a ella, a juzgar por sus palabras.

Era mayor, probablemente rondaba los cuarenta. Rubio, fuerte, y dueño de una sonrisa deslumbrante.

Norah trató de sonreír, pero de repente le costaba mucho mantener los ojos abiertos.

—Señorita Jameson, ¿quiere que la lleve a casa?

Norah iba a responder que se lo agradecería de veras cuando otra voz, cantarina y con un marcado acento irlandés, se le adelantó.

—Yo soy el acompañante de la señorita esta noche, pero le agradezco sus atenciones.

Sus palabras sonaban a despedida, y de hecho, el irlandés le volvió la espalda al amable rubio, dándole a entender con claridad que estaba de sobra allí.

Tras unos segundos de vacilación, el rubio desconocido por fin se decidió a desaparecer, apretando los dientes, y dedicándole a la joven una delicada reverencia y una mirada de indignación al irlandés.

Norah entrecerró los ojos para enfocar al que había espantado a la única persona que le había dedicado alguna atención aquella noche.

—Debí imaginarlo… Pierce Neville —farfulló cuando al fin sus ojos captaron el cabello broncíneo, largo y ondulado y los chispeantes ojos verdes—. ¿Qué diablos haces aquí?

—Me invitó la novia —respondió el joven frunciendo el ceño ante el lenguaje utilizado por ella.

Norah levantó la copa para apurarla, pero él impidió que la llevara hasta los labios.

—Creo que ya has bebido bastante, inglesita. Y te aseguro que el alcohol no saca precisamente lo mejor de ti.

Norah forcejeó unos instantes, pero enseguida se dio cuenta de que había perdido la batalla.

—Lárgate, prefiero estar sola que con un grosero como tú.

Pierce emitió una sonrisa como un relámpago y se acodó a su lado como si no la hubiera escuchado.

—Perdona que te lo diga, pero tu hermano no tiene ni idea de lo que es una fiesta divertida. Debería haber dejado que Endor se encargara de todo. En mi vida había visto una colección mayor de tipos aburridos y gallinas cluecas.

Norah emitió un sonido que pretendió ser una protesta, y Pierce se volvió hacia ella con una sonrisa. De pronto, su sonrisa se congeló. Sus ojos verdes, alertas de súbito, la miraban fijamente, repasando cada ángulo de su rostro.

El joven alzó su única mano para alzarle un párpado. El ojo que ocultaba lucía una pupila tan dilatada que el tono violáceo del iris apenas se veía.

Norah trató de huir de su contacto, pero se sentía demasiado débil. Tenía sueño y lo único que deseaba era dormir, aunque fuera allí mismo.

—¿Cuántas copas has tomado? —preguntó Pierce con una voz tan seria que no parecía pertenecerle.

Norah trató de decirle que se metiera en sus asuntos, pero no pudo hablar. Le pasaba algo en la boca, y también a sus ojos, que se cerraban por voluntad propia. Y sus piernas…

Pierce la atrapó justo a tiempo antes de que se cayera.

Las parejas a su alrededor les miraron extrañados hasta que se percataron de que pasaba algo grave.

—Por favor, que alguien llame a un doctor.

Quizás no fue la frase más afortunada en una fiesta en la que abundaban los galenos. Dos minutos después, Pierce y Norah estaban rodeados de médicos que exigían saber qué pasaba.

De alguna manera, Tristan Bullock consiguió llegar hasta ellos. Tomó a la joven en brazos y desapareció con ella al otro lado del salón de baile. No tardaron en seguirle Endor, Angela y Amber, que se hallaban cerca. Pierce se encontró de pronto rodeado de extraños que le formulaban preguntas impertinentes, e incluso le lanzaban acusaciones. De alguna manera se las arregló para llegar hasta Edward y Arianne, que charlaban en una esquina del salón de baile, ajenos al ajetreo que les rodeaba.

—Siento molestaros, tortolitos. Edward, se trata de Norah…

Edward se levantó como empujado por un resorte.

—Tranquilo, está bien, o eso creo. Estábamos en la terraza y se ha desmayado de repente. Ella parecía… no sé… drogada. Sus ojos…

Arianne palideció y se tomó del brazo de su prometido para mantener el equilibrio.

—¿Había alguien con ella? ¿Un hombre rubio y fuerte? —consiguió preguntar ella, a pesar de que la voz le temblaba tanto como las piernas.

—Había un tipo hablando con ella, pero no me he fijado demasiado. Vi que Norah se tambaleaba hacia la terraza, y pensé que había bebido un poco de más, pero cuando he visto sus ojos…

Edward apretó las mandíbulas hasta que sus labios se convirtieron en unas líneas pálidas.

—Holloway —masculló entre dientes.

—Edward, ¿de verdad crees que se ha atrevido a…? —la voz de Arianne se cortó por la angustia.

—Gracias, Pierce —dijo Edward, recuperando el control—. ¿Dónde se la han llevado?

—Creo que a la biblioteca. Explícame lo que ocurre. No entiendo nada. ¿Quién es ese tal Holloway?

—Te lo explicaré más tarde, amigo. Ahora tengo que ver a mi hermana.

—Claro, claro —respondió el pelirrojo con calma, aunque su inquietud le impedía permanecer en su sitio.

—Gracias, Pierce —le dijo Arianne mientras veía a su prometido correr hacia la biblioteca—. No sabes el gran servicio que le has hecho a Norah, si no hubieras aparecido… —las palabras se le atragantaron.

—¿Qué? No entiendo nada. ¿Me puedes explicar qué diablos está pasando?

El buen humor de Pierce Neville se esfumaba por momentos. Necesitaba que alguien le explicara lo que ocurría o se volvería completamente loco.

De pronto una sospecha se adueñó de su mente.

—¿Ese tipo pretendía hacerle algo a Norah? —su mandíbula se apretó de un modo doloroso—. Lo buscaré y…

—¡No! No, Pierce. Si era Holloway… ese hombre es peligroso —su voz fue bajando de volumen hasta convertirse en poco más que un susurro. Durante semanas se había creído a salvo de él, pero era evidente que todos se habían equivocado al pensar que estaba lejos de Londres. Había tenido la osadía de ir a su propia casa, delante de sus narices, sabiendo que era más que probable que pasara inadvertido entre los invitados.

—Pero ha intentado hacerle daño a Norah —dijo Pierce, ajeno a sus pensamientos—. Hay que denunciarlo.

Varias cabezas se volvieron hacia ellos con un interés más que aparente. Arianne sonrió forzadamente y trató de aparentar una calma que no sentía en absoluto.

—Acompáñame a tomar un poco de aire fresco, Pierce.

—Pero Norah… ¿está bien? Quiero saber…

Arianne emitió una sonrisa verdadera por primera vez en muchos minutos.

—Gracias a ti, Norah apenas recordará mañana lo que ha ocurrido. Creo que te mereces una explicación —dijo apretándole la mano con calidez—. Y además, tengo que pedirte un gran favor.

Pierce asintió con un cabeceo decidido. Arianne lo miró con sus ojos oscuros llenos de determinación.

Y le contó su historia y lo que sospechaba que había estado a punto de sucederle a Norah. También le dijo que, al menos en su caso, denunciarlo no había servido de nada, al carecer de pruebas.

Pierce se mostraba cada vez más indignado a medida que ella hablaba. Apretaba el puño con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

—No es posible que le permitáis pasearse tranquilamente, amenazando a jóvenes inocentes.

—No tenemos pruebas. Y te aseguro que nosotros no le permitimos nada.

La fría respuesta llegó de parte de Endor, que se había acercado a ellos sin que se hubieran dado cuenta.

Pierce entrecerró los ojos y se volvió hacia el socio de su capitán.

—Pero entró aquí como si nada.

—No creímos que tuviera la desfachatez de volver. Por lo visto, le hemos subestimado. Pero te aseguro que no volverá a tener una oportunidad. Por cierto, Tristan amigo, me temo que el tipo que pusiste a vigilar su casa no es demasiado eficiente.

—Me lo recomendaste tú, según creo recordar —respondió el capitán, con una ligereza que no sentía en absoluto.

Pierce apretó los labios.

—No creo que sea momento para bromas —gruñó con desagrado.

—Norah se encuentra bien, ahora duerme.

Edward, visiblemente más tranquilo, se unió al grupo y tomó la mano de su prometida. Necesitaba su calor tanto como ella el suyo.

—Le he contado a Pierce todo lo que está ocurriendo.

Edward asintió y suspiró. De pronto se sentía tan agotado que le costaba mantenerse en pie.

—Gracias, Pierce. Ahora ya sabes…

—Tranquilo, amigo. Todo el mundo sabe que siempre me ha gustado echarles una mano a las damas en apuros —respondió Pierce sonriendo con una ligereza aparente que ocultaba una gran tensión. Esa situación inesperada había hecho que viera todo aquel asunto de una manera muy distinta.

—Creo recordar que a lo que te gustaba echarle mano era a su escote.

Todos agradecieron el intento de Endor por tratar de aligerar el ambiente.

—Pues lo que yo creo es que debemos volver a la fiesta. La gente debe de estar preguntándose qué ha pasado —intervino Amber, seria y responsable como siempre—. Por cierto, ¿cuál es la versión oficial?

—Un poco de champán de más —dijo Edward—. Nadie en esta fiesta lo dudará, si es cierto que iba tambaleándose por el salón de baile. ¿Contamos contigo, Pierce?

Pierce enarcó una ceja caoba y sus ojos verdes brillaron con un fuego peligroso.

—Mi especialidad no es ir por ahí estropeando la reputación de las jovencitas, aunque algunos piensen lo contrario.

—Perdónale, Pierce. Está siendo una noche dura para él —intervino Arianne.

La mirada del joven irlandés se suavizó cuando se dirigió a ella.

—Creo recordar que tenías un favor que pedirme.

Arianne asintió con la cabeza. Tras mirar a su hosco prometido, se decidió a hablar.

—Como sabes, dentro de una semana nos casamos. Ya habíamos decidido que Norah se quede en casa con Amber y Endor mientras nosotros pasamos la luna de miel en Francia, pero después de lo que ha ocurrido esta noche, creo que necesitamos a alguien que la vigile y cuide de ella cuando mis hermanas no puedan estar a su lado —en su voz había tal tono de esperanza que Pierce no pudo menos que sentirse expuesto.

—¿Quieres que me convierta en su niñera? —preguntó, incapaz de disimular su perplejidad.

—En su protector, más bien —retrocó ella—. Esta noche has demostrado que se te da bien.

Pierce emitió una sonrisa torcida.

—No sé si te acuerdas de que ella me detesta. Si hasta drogada lo único que quería era que me largara.

—Nadie dijo que la tarea de un defensor de damas fuera fácil —intervino Endor, dispuesto como siempre a ver el lado cómico del asunto.

—Por favor, no tenemos a nadie más. Tú eres amigo de la familia, no desentonarás en la mayoría de los ambientes que Norah frecuenta.

Pierce puso los ojos en blanco, mientras trataba de imaginar qué clase de ambientes frecuentaría Norah Jameson. Tertulias literarias, bailes de debutantes, paseos por el parque…

—¿Cómo le explicaréis mi presencia allá adonde vaya? Digamos que no soy el hombre más discreto del mundo.

Arianne se fijó en el atractivo joven que tenía delante, con su sonrisa incansable, sus chispeantes ojos verdes, su pelo de fuego y su cantarín acento irlandés.

—Dejemos eso para más adelante. Si ella pide explicaciones, ya pensaremos en algo.

—¿Y por qué no decirle la verdad, simplemente? No es estúpida, antes o después se dará cuenta de que soy su guardaespaldas.

—La explicación tiene nombre y apellidos —dijo Endor.

—Su mejor amiga es Diana Pembelton. Su nombre de soltera era Blake.

—¡Oh, ya veo!

No había nada más que hablar. La mejor amiga de Norah era la mayor chismosa de Londres. Con que solo se le escapara una mínima palabra sobre lo que había sucedido de verdad, su reputación estaba perdida.

—De acuerdo, de acuerdo —fingió resignarse, aunque la verdad era que no hubiera hecho falta que se lo pidieran. Ya había tomado la decisión de convertirse en la sombra de Norah mucho antes de que Arianne se lo pidiera—. Pero cuando mi cabeza ruede hasta tu puerta, recuerda que la culpa es tuya, Arianne.

Ella sonrió. No la había engañado ni por un instante.

—Gracias, Pierce.

—Si vuelvo a oír esas palabras esta noche, me reventará la cabeza, y también tendrás la culpa de eso, jovencita.

 


Дата добавления: 2015-10-30; просмотров: 108 | Нарушение авторских прав


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