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Capítulo 83 4 страница

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Todavía jadeante, el joven se dirigió a él:

- Acabo… de recibir una llamada… de su amigo… Warren Bellamy. -¿Ah, sí? -El anciano se animó-. ¿Qué quería?

- No lo ha dicho, pero parecía estar muy apurado. Me ha dicho que le ha dejado un mensaje en el contestador, y que debía usted escucharlo cuanto antes. -¿Eso es todo?

- No… -El joven se quedó un momento callado-. Me ha pedido que le hiciera una pregunta. -«Una pregunta muy extraña»-. Y ha dicho que necesitaba su respuesta inmediatamente.

El anciano se inclinó hacia el joven. -¿Cuál era la pregunta?

Al repetirle la cuestión del señor Bellamy, la turbada expresión del anciano fue visible incluso a la luz de la luna. Inmediatamente, éste se quitó la manta de encima y, con dificultad, se puso en pie.

- Ayúdame a entrar. Ahora.

 


Capítulo 64

 

«Basta de secretos», pensó Katherine Solomon.

En la mesa que tenía ante sí se podían ver restos del sello de cera que había permanecido intacto durante generaciones. Terminó de retirar el desvaído papel marrón que envolvía el valioso paquete de su hermano. A su lado estaba Langdon, visiblemente inquieto.

Del envoltorio, Katherine extrajo una pequeña caja de piedra gris. Parecía un cubo de granito pulido: la caja no tenía bisagras, ni cierre, ni modo alguno visible de abrirla. A Katherine le recordaba un puzzle chino.

- Parece un bloque sólido -dijo mientras pasaba los dedos por los bordes-, ¿Estás seguro de que en los rayos X se veía hueco? ¿Con un vértice dentro?

- Sí -repuso Langdon, acercándose a ella y examinando la misteriosa caja.

Tanto él como Katherine la observaron desde distintos ángulos, en busca de alguna forma de abrirla.

- Aquí -dijo Katherine al localizar con la uña la ranura oculta que había en uno de los bordes superiores.

Dejó la caja en la mesa y con mucho cuidado abrió la tapa, que se deslizó suavemente, como si fuera la parte superior de un buen joyero.

Al retirar la tapa, tanto Langdon como Katherine dejaron escapar un grito ahogado. El interior brillaba. Su refulgencia parecía casi sobrenatural. Katherine nunca había visto una pieza de oro de ese tamaño, y le llevó un instante darse cuenta de que el metal precioso simplemente reflejaba la luz de la lámpara.

- Es espectacular -susurró.

A pesar de haber estado sellado en un oscuro cubo de piedra desde hacía más de un siglo, el vértice no se había descolorido ni deslustrado lo más mínimo. «El oro resiste las leyes entrópicas de la descomposición; ésa es una de las razones por las que en la antigüedad se consideraba mágico.» Katherine pudo sentir cómo se le aceleraba el pulso al inclinarse hacia adelante y observar desde arriba la pequeña punta de oro.

- Hay una inscripción.

Robert se acercó. Los hombros de ambos se tocaban. Un destello de curiosidad iluminó los ojos de Langdon. Le había hablado a Katherine acerca de la antigua práctica griega de los symbola -códigos divididos en varias partes-, y de que ese vértice, tanto tiempo separado de la pirámide, sería la clave para descifrar la pirámide. Supuestamente, lo que pusiera en esa inscripción traería orden del caos.

Katherine acercó la pequeña caja a la luz y observó detenidamente el vértice.

Aunque pequeña, la inscripción era perfectamente visible: un breve texto grabado en una de las caras. Katherine leyó las siete palabras.

Luego las volvió a leer. -¡No! -se lamentó-. ¡No puede ser eso lo que dice!

Al otro lado de la calle, la directora Sato cruzó a toda velocidad la extensa acera frente al Capitolio en dirección a su punto de encuentro en First Street. Las noticias que había recibido de sus hombres eran inaceptables. Ni Langdon. Ni pirámide. Ni vértice. Bellamy estaba retenido, pero no les había dicho la verdad. De momento.

«Yo le haré hablar.»

Miró por encima del hombro una de las nuevas vistas de Washington: la cúpula del Capitolio por encima del centro de visitantes. La cúpula iluminada no hacía sino acentuar la importancia de lo que estaba en juego esa noche. «Ésta es una época peligrosa.»

Sato se sintió aliviada al oír que la llamaban al móvil y ver en el identificador de llamadas que se trataba de su analista.

- Nola -contestó Sato-. ¿Qué tienes?

Nola Kaye le dio las malas noticias. Los rayos X de la inscripción del vértice eran demasiado borrosos, y los filtros de mejora de imagen no habían funcionado.

«Mierda.» Sato se mordió el labio. -¿Y la cuadrícula de dieciséis caracteres?

- Todavía estoy en ello -dijo Nola-, pero de momento no he encontrado ningún sistema secundario de encriptado. Tengo un ordenador reorganizando las letras de la cuadrícula en busca de algo identificable, pero hay más de veinte billones de posibilidades.

- Sigue en ello. Y manténme informada. -Sato colgó; tenía el ceño fruncido.

Las esperanzas que tenía de descifrar la pirámide utilizando únicamente una fotografía y rayos X se desvanecían rápidamente. «Necesito la pirámide y el vértice…, y se agota el tiempo.»

Sato llegó a First Street justo cuando un todoterreno Escalade negro con las ventanillas tintadas se detenía delante de ella con un derrape. Del coche salió un único agente. -¿Alguna novedad sobre Langdon? -inquirió Sato.

- La confianza es alta -dijo el hombre con frialdad-. Acabamos de recibir refuerzos. Todas las salidas de la biblioteca están rodeadas. Y en breve llegará apoyo aéreo. Lanzaremos gas lacrimógeno y no tendrá dónde ocultarse. -¿Y Bellamy?

- Atado en el asiento de atrás.

«Bien.» El hombro todavía le escocía.

El agente le dio a Sato una bolsita transparente de plástico con un teléfono móvil, unas llaves y una cartera dentro.

- Los efectos personales de Bellamy. -¿Nada más?

- No, señora. La pirámide y el paquete debe de tenerlos todavía Langdon.

- Está bien -dijo Sato-, Bellamy sabe cosas que no nos está contando.

Me gustaría interrogarlo personalmente.

- Sí, señora. ¿Vamos a Langley, entonces?

Sato respiró profundamente y se puso a dar vueltas de acá para allá por delante del todoterreno. Los interrogatorios de civiles norteamericanos estaban regidos por estrictos protocolos, e interrogar a Bellamy era altamente ilegal a no ser que lo hiciera en Langley con testigos, abogados, lo grabara en vídeo, blti, bla, bla…

- No -repuso, intentando pensar en algún lugar cercano.

«Y más privado.»

El agente no dijo nada, permanecía en posición de firmes junto al todoterreno, a la espera de órdenes.

Sato se encendió un cigarrillo, le dio una larga calada y bajó la mirada hacia la bolsita de plástico transparente con los objetos de Bellamy. En su llavero, advirtió, había una llave electrónica adornada con cuatro letras:

USBG. Sato sabía, claro está, qué edificio gubernamental abría esa llave.

El lugar estaba muy cerca y, a esas horas, sería muy privado.

Sonrió y se metió la llave en el bolsillo. «Perfecto.»

Cuando le dijo adonde quería llevar a Bellamy, esperaba que el agente se sorprendiera, pero se limitó a asentir y a abrirle la puerta del asiento del acompañante; su fría mirada no revelaba ninguna emoción.

A Sato le encantaban los profesionales.

En el sótano del edificio Adams, Langdon observaba con incredulidad la elegante inscripción de una de las caras del vértice.

«¿Eso es todo lo que dice?»

A su lado, Katherine sostenía el vértice bajo la luz y negaba con la cabeza.

- Ha de haber algo más -insistió, sintiéndose engañada-. ¿Esto es lo que mi hermano ha estado protegiendo todos estos años?

Langdon tenía que admitir que se sentía desconcertado. Según lo que le habían dicho Peter y Bellamy, se suponía que ese vértice iba a ayudarlos a descifrar la pirámide de piedra. A la luz de tales afirmaciones, Langdon esperaba algo iluminador y útil. «En vez de obvio e inútil.» Leyó una vez más las siete palabras delicadamente inscritas en la cara del vértice.

El secreto está dentro de Su Orden «¿El secreto está dentro de Su Orden?»

A simple vista, la inscripción parecía afirmar una obviedad: que las letras de la pirámide no estaban en «orden», y que su secreto estaba en dar con la secuencia adecuada. Esa lectura, sin embargo, además de ser manifiesta, parecía improbable por otru razón.

- Las iniciales de las palabras «Su» y «Orden» están escritas en mayúscula.

Katherine asintió, mirando sin expresión.

- Ya lo veo.

«El secreto está dentro de Su Orden». A Langdon sólo se le ocurría una explicación lógica.

- «Orden» debe de hacer referencia a la orden masónica.

- Estoy de acuerdo -dijo Katherine-, pero sigue sin ser de ayuda. No nos dice nada nuevo.

Langdon pensaba igual. Al fin y al cabo, toda la historia de la pirámide masónica giraba alrededor de un secreto oculto dentro del orden masónico.

- Robert, ¿no te dijo mi hermano que este vértice te daría el poder de ver orden donde los demás sólo veían caos?

Él asintió, frustrado. Por segunda vez esa noche, Robert Langdon sentía que no era digno.

 


Capítulo 65

 

 

Cuando Mal'akh hubo terminado con la inesperada visita -una guardia de seguridad de Preferred Security-, reparó los desperfectos de la ventana por la que la mujer había vislumbrado su sagrada zona de trabajo.

A continuación dejó atrás la tenue luz azulada del sótano y salió al salón por una puerta oculta. Una vez allí se detuvo a admirar su impresionante cuadro de Las tres Gracias y a recrearse con los familiares olores y sonidos de su hogar.

«Pronto me iré para siempre.» Mal'akh sabía que después de esa noche no podría volver allí. «Después de esta noche -pensó, risueño-, no me hará falta este lugar.»

Se preguntó si Robert Langdon comprendería ya el verdadero poder de la pirámide…, o la importancia que desempeñaba el papel para el que el destino lo había escogido. «Langdon todavía no me ha llamado -consideró Mal'akh tras comprobar de nuevo si había algún mensaje en su teléfono de usar y tirar. Ya eran las 22.02-, Le quedan menos de dos horas.»

Subió al cuarto de baño de mármol italiano y accionó el mando de la ducha para que fuera calentándose. Después se fue quitando metódicamente la ropa, deseoso de comenzar su ritual purificador.

Bebió dos vasos de agua para acallar su hambriento estómago y a continuación se acercó hasta el espejo de cuerpo entero para examinar su desnudo cuerpo. Los dos días de ayuno habían acentuado su musculatura, y no pudo evitar admirar aquello en lo que se había convertido. «Antes de que amanezca seré mucho más.»


Capítulo 66

 

 

- Deberíamos salir de aquí -propuso Langdon a Katherine-, Sólo es cuestión de tiempo que averigüen dónde estamos.

Esperaba que Bellamy hubiese logrado escapar.

Katherine aún parecía obsesionada con el vértice de oro, incapaz de creer que la inscripción fuese de tan poca ayuda. Había sacado el vértice para examinar cada uno de los lados y ahora lo devolvía a la caja con sumo cuidado.

«El secreto está dentro de Su Orden -pensó Langdon-. Menuda ayuda.»

Se sorprendió preguntándose si Peter no estaría equivocado acerca del contenido de la caja. La pirámide y el vértice habían sido creados mucho antes de que su amigo naciera, y éste no hacía sino lo que sus antepasados le habían pedido: guardar un secreto que probablemente fuese un misterio para él, como lo era para Langdon y Catherine.

«¿Qué esperaba?», se dijo Langdon. Cuanto más aprendía esa noche sobre la leyenda de la pirámide masónica, menos plausible se le antojaba todo. «¿Estoy buscando una escalera de caracol oculta situada bajo una piedra enorme?» Algo le decía que perseguía sombras. No obstante, descifrar la pirámide parecía la mejor opción para salvar a Peter.

- Robert, ¿te dice algo el año 1514?

«¿Mil quinientos catorce?» La pregunta no venía mucho al caso. Él se encogió de hombro».

- No. ¿Por qué?

Katherine le entregó la caja de piedra.

- Mira: la caja tiene una fecha. Échale un vistazo a la luz.

Langdon se sentó a la mesa y escrutó el cubo bajo la lámpara. Katherine le puso una mano en el hombro con suavidad y se inclinó para señalar la pequeña inscripción que había descubierto en el exterior de la caja, cerca de la esquina inferior de uno de los lados.

- Mil quinientos catorce A. D. -leyó, al tiempo que señalaba la caja.

No cabía duda de que se trataba del número 1514 seguido de las letras «A» y «D» representadas de un modo poco común.

. .

 

- Esta fecha -dijo Katherine, de repente con voz esperanzada- tal vez sea el nexo que nos faltaba, ¿no? El cubo se parece mucho a una piedra angular masónica, así que quizá nos indique el camino hasta una piedra angular real. O hasta un edificio construido en 1514 Anno Domini.

Langdon apenas la oía.

«Mil quinientos catorce A.D. no es una fecha.»

El símbolo , como cualquier experto en arte medieval reconocería, era una conocida rúbrica: un símbolo utilizado en lugar de una firma. Muchos de los primeros filósofos, artistas y escritores firmaban su obra con un símbolo único o monograma en lugar de con su nombre, práctica ésta que añadía un halo de misterio a su creación y además evitaba que fuesen perseguidos en caso de que sus escritos u obras de arte fueran considerados subversivos.

En esa rúbrica en concreto, las letras «A» y «D» no querían decir Anno Domini…, sino que eran alemanas y correspondían a algo totalmente distinto.

Langdon vio en el acto que las piezas encajaban. En tan sólo unos segundos tuvo claro que sabía cómo descifrar la pirámide a ciencia cierta.

- Bien hecho, Katherine -alabó al tiempo que cogía sus cosas-. Eso es todo lo que necesitábamos. Vamos, te lo explicaré por el camino.

Ella no daba crédito.

- Entonces esta fecha, 1514 A. D., ¿te dice algo?

Él le guiñó un ojo y se dirigió a la puerta.

- A. D. no es una fecha, Katherine. Es una persona.

 


Capítulo 67

 

Al oeste de Embassy Row volvía a reinar el silencio en el interior del jardín tapiado con sus rosas del siglo xn y su cenador de piedra, el Shadow House. Al otro lado del camino de entrada, el joven ayudaba a su encorvado superior a recorrer la amplia extensión de césped.

«¿Me deja que lo guíe?»

Por regla general, el anciano, ciego, se negaba a aceptar ayuda, prefería caminar solo por el santuario, valiéndose de su memoria. Sin embargo, esa noche por lo visto tenía prisa por entrar y devolver la llamada de Warren Bellamy.

- Gracias -dijo el anciano cuando entraron en la construcción que albergaba su despacho-. Desde aquí ya puedo solo.

- Señor, si me necesita no me importa…

- Es todo por hoy -lo interrumpió su superior. Y, tras zafarse del brazo de su acompañante, se sumió en la oscuridad arrastrando los pies a buen ritmo-. Buenas noches.

El joven salió del edificio y enfiló el gran jardín hacia la humilde morada que tenía en el recinto. Una vez allí se dio cuenta de que lo carcomía la curiosidad. Era evidente que el anciano se había alterado con la pregunta que le había planteado el señor Bellamy…, y sin embargo la pregunta era rara, casi no tenía sentido: «¿No hay ayuda para el hijo de la viuda?»

Por más vueltas que le dio, fue incapaz de adivinar a qué se refería.

Perplejo, encendió el ordenador y se puso a buscar la frase.

Para su sorpresa, ante sí vio página tras página de referencias, todas ellas con esa misma frase. Leyó la información asombrado. Al parecer, Warren Bellamy no era el primero a lo largo de la historia en hacer tan extraña pregunta. Esas mismas palabras habían sido pronunciadas siglos atrás… por el rey Salomón, cuando lloraba la muerte de un amigo. Supuestamente dicha pregunta todavía la formulaban los masones y era una especie de grito de socorro en clave. Por lo visto, Warren Bellamy pedía ayuda a un hermano masón.


Capítulo 68

 

 

«¿Alberto Durero?»

Katherine intentaba hacer encajar las piezas mientras recorría a toda prisa con Langdon el sótano del edificio Adams. «¿A. D. significa Alberto Durero?» El famoso grabador y pintor alemán del siglo xvi era uno de los artistas preferidos de su hermano, y a Katherine su obra le resultaba ligeramente familiar. Así y todo, no acertaba a imaginar cómo podía serles de ayuda Durero en el caso que los ocupaba. «Para empezar, porque lleva muerto más de cuatrocientos años.»

- Desde el punto de vista simbólico, Durero es perfecto -explicaba Langdon mientras seguían la estela de letreros iluminados que indicaban «Salida»-. Fue el hombre renacentista por excelencia: artista, filósofo, alquimista y estudioso durante toda su vida de los antiguos misterios. A día de hoy nadie entiende del todo los mensajes que se ocultan en las manifestaciones artísticas de Durero.

- Puede que sea cierto -objetó ella-, pero ¿cómo explica «1514 Alberto Durero» la forma de descifrar la pirámide?

Llegaron a una puerta cerrada, y Langdon utilizó la tarjeta de acceso de Bellamy para franquearla.

- El número 1514 nos lleva hasta un cuadro muy concreto de Durero - aclaró él mientras subían corriendo la escalera, que desembocaba en un gran pasillo. Langdon echó una ojeada y señaló a la izquierda-. Por aquí. - Echaron a andar de nuevo a buen paso-. Lo cierto es que Alberto Durero ocultó el número 1514 en su obra de arte más misteriosa, Melancolía /, que completó en 1514 y es considerada la pieza más influyente del Renacimiento del norte de Europa.

En una ocasión Peter le enseñó a Katherine Melancolía I en un viejo libro sobre misticismo antiguo, pero ella no recordaba haber visto escondido el número 1514.

- Como tal vez sepas -prosiguió Langdon con nerviosismo-, Melancolía I representa los esfuerzos de la humanidad para comprender los antiguos misterios. El simbolismo de esta obra es tan complejo que hace que Leonardo da Vinci parezca asequible.

Katherine se detuvo en seco y miró a Langdon.

- Robert, Melancolía I está aquí, en Washington, en la Galería Nacional.

- Sí -replicó él con una sonrisa-, y algo me dice que no se trata de una coincidencia. El museo está cerrado a esta hora, pero conozco al director y…

- Olvídalo, Robert, ya sé lo que pasa cuando vas a un museo.

Katherine se dirigió hacia una sala cercana, donde vio una mesa con un ordenador.

Él la siguió con cara de pena.

- Hagamos esto de la forma más sencilla. -Por lo visto, al profesor Langdon, el experto en arte, se le planteaba el dilema ético de utilizar Internet cuando tenía el original tan cerca. Katherine se situó tras la mesa y encendió el ordenador. Cuando el aparato por fin cobró vida ella se dio cuenta de que tenía otro problema-. No veo el icono del navegador.

- Es una red interna. -Langdon le señaló un icono del escritorio-.

Prueba ahí.

Katherine hizo clic en el icono COLECCIONES DIGITALES y el ordenador accedió a otra pantalla. A instancias de Langdon, pinchó en otro icono: COLECCIÓN GRABADOS. Ante sus ojos surgió una pantalla nueva. GRABADOS: BUSCAR.

- Teclea Alberto Durero.

Escribió el nombre y a continuación inició la búsqueda. Al cabo de unos segundos la pantalla les ofreció una serie de pequeñas imágenes, todas ellas de estilo parecido: intrincados grabados en blanco y negro. Por lo visto, Durero había realizado docenas de grabados similares.

Katherine recorrió el listado alfabético de obras:

Adán y Eva.

El prendimiento de Cristo.

La gran pasión.

La última cena.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Al ver todos esos títulos bíblicos Katherine recordó que Durero practicaba algo denominado cristianismo místico, una fusión de cristianismo primitivo, alquimia, astrología y ciencia.

«Ciencia…»

Le vino a la cabeza la imagen de su laboratorio en llamas. Difícilmente podía concebir cuáles serían las repercusiones a largo plazo, pero por el momento sus pensamientos se centraron en su ayudante, Trish. «Espero que lograra escapar.»

Langdon estaba diciendo algo sobre la versión de Durero de La última cena, pero Katherine casi no escuchaba. Acababa de ver el link de Melancolía I.

Hizo clic con el ratón y se cargó una página con información general:

Melancolía I, 1514

Alberto Durero (grabado en papel verjurado)

Colección Rosenwald

Galería Nacional de Arte Washington

Cuando hubo terminado de cargarse, apareció en todo su esplendor una imagen digital en alta resolución de la obra maestra de Durero.

Katherine la miró desconcertada, había olvidado lo extraña que era, y Langdon soltó una risita comprensiva.

- Ya te dije que era críptica.

En Melancolía I, una figura pensativa provista de enormes alas estaba sentada ante una construcción de piedra, rodeada de la más dispar y extraña colección de objetos imaginable: una balanza, un perro famélico, instrumentos de carpintero, un reloj de arena, varios cuerpos geométricos, una campana, un angelote, un cuchillo, una escalera.

Katherine recordaba vagamente que su hermano le había dicho que el personaje alado era una representación del genio humano: un gran pensador con la mano apoyada en el mentón, abatido, que aún no es capaz de alcanzar la iluminación. Está rodeado de todos los símbolos del intelecto humano -objetos pertenecientes a los campos de la ciencia, las matemáticas, la filosofía, la naturaleza, la geometría, e incluso la carpintería-, y sin embargo todavía no puede subir la escalera que lo conducirá a la verdadera iluminación. «Hasta al genio humano le cuesta entender los antiguos misterios.»

- Simbólicamente esto representa el intento fallido por parte del hombre de transformar el intelecto humano en poder divino -explicó Langdon-. En términos alquímicos, plasma nuestra incapacidad de convertir el plomo en oro.

- No es que sea un mensaje muy alentador -convino Katherine-. Así que, ¿cómo va a ayudarnos?

No veía el 1514, el número escondido del que hablaba Langdon.

- Orden del caos -repuso él, esbozando una media sonrisa-, Justo lo que prometió tu hermano. -Introdujo la mano en el bolsillo y sacó la cuadrícula de letras que había escrito antes a partir de la clave masónica-, Ahora mismo esta cuadrícula no tiene sentido.

Extendió el papel en la mesa.

. .

Katherine le echó un vistazo. «Ningún sentido.» -Pero Durero obrará el milagro. -Y ¿cómo va a hacerlo?

- Alquimia lingüística. -Langdon señaló la pantalla del ordenador-.

Mira atentamente: oculto en esta obra de arte hay algo que dotará de sentido estas dieciséis letras. -Permaneció a la espera-. ¿Es que no lo ves?

Busca el número 1514.

Katherine no estaba de humor para juegos.

- Robert, no veo nada. Una esfera, una escalera, un cuchillo, un poliedro, una balanza… Me rindo.

- Mira ahí, al fondo. Grabado en la construcción, detrás del ángel, bajo la campana. Durero grabó un cuadrado repleto de números.

Katherine reparó en el cuadrado y los números, entre los cuales se encontraba el 1514.

- Ese cuadrado es la clave para descifrar la pirámide.

Ella lo miró sorprendida.

- No es un cuadrado cualquiera -añadió él, risueño-. Ése, señora Solomon, es un cuadrado mágico.


Capítulo 69

 

 

«¿Adonde demonios me llevan?»

Bellamy seguía con los ojos vendados en la parte trasera del Escalade negro. Tras una breve pausa en algún lugar próximo a la biblioteca del Congreso, el vehículo continuó avanzando…, si bien durante sólo un minuto. El coche se detuvo de nuevo, después de recorrer una manzana aproximadamente.

Bellamy oyó voces apagadas.

- Lo siento…, imposible -decía una voz autoritaria-… cerrado a esta hora…

El conductor del todoterreno replicó con idéntica autoridad:

- Investigación de la CIA…, seguridad nacionalAl parecer, el intercambio de palabras y credenciales surtió efecto, ya que el tono cambió de inmediato.

- Sí, naturalmente…, por la entrada de servicio… -Se oyó el chirrido estridente de lo que parecía la puerta de un garaje y, cuando ésta se abrió, la voz añadió-: ¿Quieren que los acompañe? Una vez dentro no podrán pasar…

- No. Tenemos acceso.

Si el guardia se sorprendió, fue demasiado tarde: el vehículo volvía a moverse. Avanzó unos cincuenta metros y paró. La pesada puerta se cerró tras ellos con gran estruendo.


Дата добавления: 2015-10-26; просмотров: 139 | Нарушение авторских прав


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