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El descubrimiento en 1936 de los papeles secretos de Newton había dejado atónito al mundo: en ellos quedaba constancia de la absorbente pasión del físico por el estudio de la antigua alquimia y el saber místico.
Entre sus papeles privados se encontraba una carta a Robert Boyle en la que lo exhortaba a mantener «absoluto silencio» acerca del conocimiento místico que habían adquirido. «No puede ser hecho público -escribió Newton- sin causar un inmenso daño al mundo.»
El significado de esa extraña advertencia todavía se debatía en la actualidad.
- Profesor -dijo Sato de repente, levantando la mirada de su BlackBerry-, aunque insista en que no tiene ni idea de por qué está aquí esta noche, quizá podría arrojar algo de luz acerca del significado del anillo de Peter.
- Puedo intentarlo -dijo Langdon, volviendo de sus pensamientos.
Ella sacó la bolsita con el objeto y se la entregó a Langdon.
- Hábleme acerca de los símbolos de este anillo.
Langdon examinó el familiar anillo mientras seguían avanzando por el desierto pasadizo. En él destacaba la imagen de un fénix bicéfalo con un estandarte en el que se podía leer «Ordo ab chao», y un blasón con el número 33 sobre el pecho.
- El fénix bicéfalo con el número 33 es el emblema del grado masónico más elevado. -Técnicamente, ese prestigioso grado existía sólo en el Rito Escocés, pero la complejidad de la jerarquía de ritos y grados masónicos era tal que Langdon no pensaba ofrecerle a Sato más detalles al respecto-, Esencialmente, el trigésimo tercer grado es un honor reservado para un pequeño grupo de masones altamente consumados. A los demás grados se puede acceder tras completar exitosamente el grado previo, el ascenso al trigésimo tercer grado, en cambio, está controlado. Tiene lugar únicamente mediante invitación. -¿Y sabía usted que Peter Solomon era miembro de ese círculo masónico de élite?
- Por supuesto. La afiliación no es ningún secreto. -¿Y él es su oficial de mayor gradación?
- Actualmente, sí. Peter lidera el Supremo Consejo del Trigésimo Tercer Grado, el órgano de gobierno del Rito Escocés en Norteamérica.
A Langdon le encantaba visitar su sede -la Casa del Templo-, una obra maestra clásica cuya decoración simbólica estaba a la altura de la de la capilla Rosslyn escocesa.
- Profesor, ¿se ha fijado en la frase que hay grabada en el anillo? Pone «Todo será revelado en el trigésimo tercer grado».
Langdon asintió.
- Es un lema común en la tradición masónica. -¿Y quiere decir, imagino, que al masón admitido en ese trigésimo tercer grado se le revela algo especial?
- Sí, eso dice la tradición, pero seguramente no es eso lo que ocurre en la realidad. Siempre ha existido la conjetura conspirativa de que un selecto grupo de personas pertenecientes al escalón más alto de la masonería está en poder de un gran secreto místico. La verdad, me temo, debe de ser mucho menos dramática.
Peter Solomon solía hacer alegres alusiones a la existencia de un preciado secreto masónico, pero Langdon siempre había supuesto que no era más que un travieso intento de engatusarlo para que se uniera a la hermandad. Desafortunadamente, los acontecimientos de esa noche habían sido cualquier cosa menos alegres, y no había habido nada de travieso en la seriedad con la que Peter le había pedido a Langdon que protegiera el paquete sellado que llevaba en su bolsa.
Con tristeza, Langdon le echó una mirada a la bolsa de plástico que contenía el anillo de oro de Peter.
- Directora -dijo-, ¿le importa que me lo quede?
Ella se volvió hacia él. -¿Por qué?
- Tiene un gran valor para Peter, y me gustaría devolvérselo esta noche.
Ella se mostró escéptica.
- Esperemos que tenga la oportunidad.
- Gracias. -Langdon se guardó el anillo en el bolsillo.
- Otra pregunta -dijo Sato mientras se internaban todavía más profundamente en el laberinto-. Mi equipo me ha dicho que, al cotejar los conceptos de «trigésimo tercer grado» y «portal» con masonería, han hallado literalmente cientos de referencias a una «pirámide».
- Eso tampoco tiene nada de extraordinario -dijo Langdon-, Los constructores de las pirámides egipcias son los antepasados de los modernos albañiles, y la pirámide, así como el resto de la temática egipcia, es un elemento muy común en el simbolismo masónico. -¿Y qué simboliza?
- Esencialmente, la pirámide representa la iluminación. Es un símbolo arquitectónico emblemático de la capacidad del hombre antiguo para liberarse del plano terrenal y ascender al cielo, al sol dorado y, finalmente, a la fuente suprema de la iluminación.
Ella se quedó un momento callada. -¿Nada más?
«¡¿Nada más?!» Langdon le acababa de describir uno de los símbolos más elegantes de la historia. La estructura mediante la cual el hombre se elevaba hasta llegar al reino de los dioses.
- Según mi equipo -prosiguió ella-, parece que esta noche hay una conexión mucho más relevante. Me han dicho que existe una popular leyenda acerca de una pirámide concreta que se encuentra aquí, en Washington, una pirámide directamente relacionada con los masones y los antiguos misterios.
Langdon se dio cuenta de a qué hacía referencia y rápidamente intentó disipar la idea antes de perder más tiempo con ella.
- Conozco la leyenda, directora, pero es pura fantasía. La pirámide masónica es uno de los mitos más perdurables de Washington, y seguramente proviene de la pirámide que aparece en el Gran Sello de Estados Unidos. -¿Y por qué no la ha mencionado antes?
Langdon se encogió de hombros.
- Porque no tiene base real alguna. Como he dicho, es un mito. Uno de los muchos asociados con los masones.
- Pero este mito en particular está directamente relacionado con los antiguos misterios.
- Sí, claro, pero también muchos otros lo están. Los antiguos misterios son origen de incontables leyendas que se han ido relatando a lo largo de la historia sobre una poderosa sabiduría protegida por guardianes secretos como los templarios, los rosacruces, los illuminati, los alumbrados…; la lista es interminable. Todas están basadas en los antiguos misterios, y la pirámide masónica es un ejemplo más.
- Ya veo -contestó Sato-, ¿Y esa leyenda qué dice exactamente?
Langdon lo consideró un momento y luego contestó.
- Bueno, no soy especialista en teorías conspiratorias, pero tengo conocimientos en mitología, y la mayoría de los relatos van más o menos así: los antiguos misterios (el saber perdido de los tiempos) siempre han sido considerados el tesoro más sagrado de la humanidad, y como todos los grandes tesoros, siempre ha sido cuidadosamente protegido. Los sabios ilustrados que conocían el auténtico poder de ese saber aprendieron a temer su increíble potencial. Eran conscientes de que, si ese conocimiento secreto caía en manos no iniciadas, los resultados podían ser devastadores; como hemos comentado antes, las herramientas poderosas pueden ser utilizadas para hacer el bien o el mal. Así, para proteger los antiguos misterios, y con ello a la humanidad, los primeros practicantes fundaron fraternidades secretas. Esas hermandades compartían su sabiduría únicamente con aquellos debidamente iniciados, transmitiendo los conocimientos de sabio a sabio. Muchos creen que podemos encontrar remanentes históricos de aquellos que llegaron a dominar los misterios… en cuentos de hechiceros, magos y curanderos. -¿Y la pirámide masónica? -preguntó Sato-. ¿Qué tiene que ver con todo esto?
- Bueno… -contestó Langdon, acelerando el paso para no quedarse atrás-, aquí es donde historia y mito empiezan a converger. Según algunos testimonios, hacia el siglo xvi, casi todas esas fraternidades secretas de Europa habían desaparecido, la mayoría de ellas exterminadas por una creciente oleada de persecuciones religiosas. Se dice que los francmasones se convirtieron en los últimos custodios de los antiguos misteríos.
Obviamente, los masones temían que si, tal y como les había pasado a sus predecesoras, un día moría la hermandad, los antiguos misterios se pudieran perder para siempre. -¿Y la pirámide? -insistió Sato.
Langdon ya se estaba acercando.
- La leyenda de la pirámide masónica es muy simple. Dice que los masones, para cumplir con su responsabilidad de proteger esa gran sabiduría para las generaciones futuras, decidieron esconderla en una gran fortaleza. -Langdon procuró recordar todo lo que sabía sobre la leyenda-.
Insisto de nuevo en que todo esto no es más que un mito. Supuestamente, entonces, los masones transportaron ese saber secreto del Viejo Mundo al Nuevo: aquí, a Estados Unidos, una tierra que esperaban libre de la tiranía religiosa. Y aquí construyeron una fortaleza impenetrable (una pirámide oculta) diseñada para proteger los antiguos misterios hasta el día en el que toda la humanidad estuviera preparada para acceder al increíble poder que su sabiduría le podría transmitir. Según el mito, los masones remataron su gran pirámide con un brillante vértice de oro, símbolo del preciado tesoro que albergaba: el antiguo saber capaz de conducir a la humanidad a la consecución de todo su potencial. La apoteosis.
- Menuda historia -dijo Sato.
- Sí. Los masones son víctimas de todo tipo de leyendas descabelladas.
- Entonces usted no cree que exista esa pirámide.
- Por supuesto que no -respondió Langdon-, No hay ninguna prueba que sugiera que nuestros padres fundadores masónicos construyeron una pirámide en Norteamérica, y menos todavía en Washington. Es muy difícil esconder una pirámide, sobre todo una suficientemente grande para albergar el saber perdido de los tiempos.
Por lo que recordaba Langdon, la leyenda no explicaba qué se suponía que escondía la pirámide masónica -si textos antiguos, escritos ocultistas, revelaciones científicas o algo mucho más misterioso-, pero sí decía que la valiosa información que había dentro estaba ingeniosamente codificada… y que sólo era comprensible para las almas más ilustradas.
- En cualquier caso -dijo Langdon-, esa historia entra en la categoría de lo que los simbólogos llamamos «híbrido arquetípico», una mezcla de otras leyendas clásicas en la que están incluidos tantos elementos de la mitología popular que sólo puede tomarse como una construcción ficcional…, no como hechos históricos.
Cuando Langdon les hablaba a sus alumnos acerca de los híbridos arquetípicos, solía utilizar el ejemplo de los cuentos de hadas, que de tanto contarse de generación en generación, exagerándolos cada vez más y tomando tantas cosas prestadas de otros cuentos, habían evolucionado hasta convertirse en homogéneos cuentos morales con los mismos elementos icónicos (damiselas virginales, apuestos príncipes, fortalezas impenetrables y poderosos magos). Por vía de los cuentos de hadas y de nuestras historias, se nos inculca desde pequeños esa primigenia batalla del «bien contra el mal»: Merlin contra Morgana le Fay, san Jorge contra el dragón, David contra Goliat, Blancanieves contra la bruja, o incluso Luke Skywalker contra Darth Vader.
Sato se rascó la cabeza mientras doblaban una esquina detrás de Anderson y descendían un corto tramo de escaleras.
- Dígame una cosa. Si no me equivoco, antiguamente las pirámides estaban consideradas «portales» místicos a través de los cuales los faraones ascendían al reino de los dioses, ¿no es así?
- Cierto.
Sato se detuvo de golpe y agarró a Langdon por el brazo, mirándolo con una expresión entre la sorpresa y la incredulidad. -¿Me está diciendo que el captor de Peter Solomon le ha dicho que encuentre un portal oculto y a usted no se le ha ocurrido pensar que se podía tratar de la pirámide masónica de esa leyenda?
- La pirámide masónica es un cuento de hadas. Mera fantasía.
Sato se acercó más a él, y Langdon pudo percibir el olor a tabaco de su aliento.
- Comprendo su posición, profesor, pero en lo que a mi investigación respecta, el paralelismo es difícil de ignorar. ¿Un portal que conduce a un conocimiento secreto? A mí eso me suena muy parecido a lo que el captor de Peter Solomon asegura que usted, y sólo usted, puede abrir.
- Bueno, apenas puedo creer que…
- Lo que usted crea no importa. Tanto da. Lo que ha de tener en cuenta es que ese hombre puede que sí crea en la pirámide masónica. -¡Ese tipo es un lunático! ¡Quizá piensa que el SBS-13 es la entrada a una gigantesca pirámide subterránea que contiene toda la sabiduría de la antigüedad!
Sato permaneció absolutamente inmóvil, mirándolo furiosa.
- La crisis a la que me enfrento esta noche, profesor, no es un cuento de hadas. Es muy real, se lo aseguro.
Se hizo un frío silencio entre ambos. -¿Señora? -dijo finalmente Anderson, haciendo un gesto hacia una puerta cerrada que había a unos tres metros-. Ya casi hemos llegado, si es que quiere continuar…
Finalmente Sato apartó la mirada de Langdon y le indicó a Anderson que no se detuviera.
Siguieron al jefe de seguridad y cruzaron la puerta, tras la cual había un estrecho pasadizo. Langdon miró primero a la derecha y luego a la izquierda.
«Esto debe de ser una broma.»
Se encontraba en el pasillo más largo que hubiera visto nunca.
Capítulo 31
Trish Dunne sintió la familiar oleada de adrenalina al alejarse de la brillante luz del Cubo e internarse en la absoluta oscuridad del vacío. El guardia de la puerta principal del SMSC acababa de llamar para avisarlos de que el invitado de Katherine, el doctor Abaddon, había llegado y necesitaba que lo llevaran a la nave 5. Trish se ofreció a hacerlo ella misma, básicamente por curiosidad. Katherine apenas le había dicho nada acerca del hombre que las visitaba, y Trish estaba intrigada. Al parecer se trataba de alguien en quien Peter Solomon confiaba plenamente; los Solomon nunca habían invitado a nadie al Cubo. Era toda una novedad.
«Espero que lleve bien la caminata», pensó Trish mientras avanzaba por la frígida oscuridad. La última cosa que necesitaba era que al vip de Katherine le diera un ataque de pánico al darse cuenta de lo que tenía que hacer para llegar al laboratorio. «La primera vez es siempre la peor.»
La primera vez de Trish había tenido lugar hacía más o menos un año.
Tras aceptar la propuesta de trabajo de Katherine y firmar un documento de confidencialidad, fue con ella al SMSC para ver el laboratorio. Las dos mujeres recorrieron toda «la Calle» y llegaron a una puerta de metal en la que se leía «Nave 5». Aunque Katherine había tratado de advertir a Trish de lo que le esperaba describiéndole la remota ubicación del laboratorio, ésta no estaba preparada para lo que vio cuando la puerta se abrió.
«El vacío.»
Katherine cruzó el umbral y, tras dar unos cuantos pasos hacia la oscuridad, le hizo una seña a Trish para que la siguiera.
- Confía en mí. No te perderás.
Trish se imaginó a sí misma vagando por la gigantesca nave, oscura como boca de lobo, y comenzó a sudar sólo de pensarlo.
- Tenemos un sistema de posicionamiento para no perdernos -Katherine señaló el suelo-. De muy baja tecnología.
Trish miró el oscuro suelo de cemento con los ojos entornados. Le llevó un rato verla en la oscuridad, pero finalmente advirtió que había una estrecha alfombra en línea recta. Era como una carretera que se perdía en la oscuridad.
- Deja que te guíen los pies -dijo Katherine, tras lo cual se volvió y empezó a alejarse-. Y limítate a seguirme.
Al desaparecer Katherine en la oscuridad, Trish se tragó el miedo y fue detrás de ella. «¡Esto es una locura!» Tras dar unos pocos pasos por la alfombra oyó cómo la puerta de la nave 5 se cerraba a sus espaldas, extinguiendo así el último atisbo de luz del lugar. Con el pulso acelerado, Trish centró toda su atención en la alfombra que tenía bajo sus pies.
Había dado unos pocos pasos por la suave superficie cuando notó que con el canto del pie izquierdo pisaba el duro cemento. Con un sobresalto, corrigió instintivamente el rumbo, desviándose ligeramente a la derecha para volver a pisar la suave alfombra.
De repente oyó la voz de Katherine delante de ella, en la oscuridad.
Sus palabras quedaban prácticamente ahogadas por la acústica muerta del abismo.
- El cuerpo humano es asombroso -le dijo-. Si lo privas de un sentido, los demás casi instantáneamente toman el control. Ahora mismo, los nervios de tus pies están «activándose» literalmente para ser más sensibles.
«Eso es bueno», pensó Trish mientras corregía el rumbo de nuevo.
Siguieron caminando en silencio durante lo que le pareció un rato excesivamente largo. -¿Cuánto falta? -preguntó Trish al cabo.
- Estamos más o menos a mitad de camino -la voz de Katherine ahora sonaba más lejana.
Trish aceleró el paso, haciendo todo lo posible para mantener la calma, pero tenía la sensación de que iba a ser engullida por la amplitud de la oscuridad. «¡No puedo ver ni lo que tengo a un milímetro de la cara!» -¿Katherine? ¿Cómo sabes cuándo hay que dejar de caminar?
- Lo sabrás dentro de un momento -le respondió ella.
Eso había sucedido un año antes, y ahora, esa noche, Trish volvía a recorrer el vacío. Ahora lo hacía en la dirección opuesta, iba al vestíbulo a buscar al invitado de su jefa. Un repentino cambio en la textura de la alfombra le indicó que se encontraba a tres metros de la salida. «La pista de seguridad», como lo llamaba Peter Solomon, fanático del béisbol. Trish se detuvo de golpe, sacó su tarjeta de acceso y, a tientas, buscó la ranura en la pared y la insertó.
La puerta se abrió con un silbido.
Trish tuvo que entornar los ojos al salir a la luz del pasillo del SMSC.
«Lo he conseguido… una vez más.»
Mientras recorría los desiertos pasillos, Trish volvió a pensar en el extraño documento censurado que habían encontrado en una red protegida. «¿Antiguo portal? ¿Lugar secreto subterráneo?» Se preguntó si Mark Zoubianis podría averiguar dónde estaba ese misterioso documento.
En la sala de control, Katherine permanecía de pie ante el suave brillo de la pared de plasma, observando el enigmático documento que habían descubierto. Había aislado las palabras clave y ahora estaba bastante segura de que el documento hacía referencia a la misma leyenda remota que al parecer su hermano le había contado al doctor Abaddon.
…lugar secreto SUBTERRÁNEO donde la…
…punto de WASHINGTON cuyas coordenadas…
…descubrió un ANTIGUO PORTAL que conducía…
…que la PIRÁMIDE acarrearía peligrosas…
…descifren ese SYMBOLON GRABADO para desvelar…
«Necesito ver el resto del documento», pensó Katherine.
Se lo quedó mirando un rato más y luego apagó el interruptor de la pared de plasma. Katherine siempre apagaba ese monitor de gran consumo para no malgastar las reservas de la batería de hidrógeno líquido.
Observó cómo sus palabras clave desaparecían lentamente hasta convertirse en un pequeño punto blanco que, tras permanecer unos instantes en medio de la pantalla, emitió un destello y se apagó.
Katherine dio media vuelta y regresó a su oficina. El doctor Abaddon llegaría en cualquier momento, y quería que se sintiera bienvenido.
Capítulo 32
- Ya casi hemos llegado -dijo Anderson mientras guiaba a Langdon y a Sato por el aparentemente interminable pasillo que recorría toda la extensión oriental de los cimientos del Capitolio.
- En época de Lincoln, este pasadizo era de tierra y estaba repleto de ratas.
Langdon agradeció que el suelo hubiera sido embaldosado; no le gustaban demasiado las ratas. El grupo siguió avanzando. Por el largo pasadizo resonaba el inquietante eco irregular de sus pisadas. Las puertas se sucedían sin fin en las paredes del largo corredor, algunas cerradas, pero muchas entreabiertas. Numerosos cuartos de ese nivel parecían estar abandonados. Langdon comprobó que ahora la numeración decrecía y, al cabo de un rato, parecía terminar.
SS-4…, SS-3…, SS-2…, SS-1…
Pasaron entonces por delante de una puerta sin número, pero Anderson no se detuvo hasta que la numeración volvió a ser ascendente.
SR-1…, SR-2…
- Lo siento -dijo Anderson-. Me la he pasado. Casi nunca bajo hasta aquí.
El grupo retrocedió unos cuantos metros hasta llegar a una vieja puerta metálica que -Langdon advirtió- estaba situada en el centro del pasillo, en el meridiano que separaba el sótano del Senado (SS) y el sótano de la Cámara de Representantes (SR). La puerta sí tenía un letrero, pero el grabado estaba tan desvaído que apenas era visible.
SBS
- Ya hemos llegado -dijo Anderson-. Las llaves llegarán de un momento a otro.
Sato frunció el ceño y miró la hora.
Langdon se quedó observando el letrero de SBS y le preguntó a Anderson: -¿Por qué está este lugar asociado con el lado del Senado si se encuentra en el medio?
Él lo miró desconcertado. -¿A qué se refiere?
- Pone SBS, empieza con «S», no con «R».
Anderson negó con la cabeza.
- La primera «S» de SBS no hace referencia al Senado. Es… -¿Jefe? -gritó un guardia en la distancia que iba hacia ellos corriendo con una llave en la mano-. Lo siento, señor. Nos ha llevado unos cuantos minutos. No podíamos localizar la llave principal del SBS. Ésta es una copia de la caja auxiliar. -¿La original se ha perdido? -dijo Anderson, sorprendido.
- Seguramente -respondió el guardia, casi sin aliento-. Nadie ha solicitado acceso a este lugar desde hace siglos.
Anderson cogió la llave. -¿Y no hay llave de repuesto del SBS-13?
- Lo siento, por el momento no hemos encontrado llaves de ninguno de los cuartos del SBS. MacDonald está ahora mismo buscándolas. -El guardia cogió su radio y habló por ella-: ¿Bob? Estoy con el jefe. ¿Alguna novedad sobre la llave del SBS-13?
La radio del guardia crepitó, tras lo cual una voz respondió:
- Es raro. No veo ninguna entrada desde que estamos computerizados, pero los libros de registro indican que todos los trasteros del SBS fueron vaciados y abandonados hace más de veinte años. Ahora figuran como un espacio sin usar. -Hizo una pausa-. Todos excepto el SBS-13.
Anderson le arrebató la radio.
- Soy el jefe. ¿Qué quiere decir, todos excepto el SBS-13?
- Bueno, señor -respondió la voz-, tengo delante una nota manuscrita según la cual el SBS-13 es de uso «privado». Es una nota antigua, pero está escrita y firmada por el Arquitecto en persona.
. .
Langdon sabía que el término «Arquitecto» no hacía referencia al hombre que había diseñado el Capitolio, sino al hombre que lo dirigía.
Venía a ser el administrador general del edificio. El hombre designado como Arquitecto del Capitolio estaba a cargo de todo, incluido el mantenimiento, la restauración, la seguridad, la contratación de personal y la asignación de oficinas.
- Lo raro… -dijo la voz de la radio- es que la nota del Arquitecto indica que este «espacio privado» está reservado para uso de Peter Solomon.
Langdon, Sato y Anderson intercambiaron miradas de asombro.
- Imagino, señor -prosiguió la voz-, que el señor Solomon es quien tiene la llave principal del SBS, así como todas las llaves del SBS-13.
Langdon no podía creer lo que oía. «Peter tiene un despacho privado en el sótano del Capitolio.» Siempre había sabido que Peter tenía secretos, pero eso resultaba sorprendente incluso para Langdon.
- Está bien -dijo Anderson, claramente intranquilo-. Nos interesa acceder específicamente al SBS-13, así que sigan buscando la llave de repuesto.
- Así lo haré, señor. También estamos buscando la imagen digital que nos ha pedido…
- Gracias -lo interrumpió Anderson, presionando el botón y cortándolo-. Eso es todo. En cuanto lo tenga, envíe ese documento a la BlackBerry de la directora Sato.
- Comprendido, señor. -La radio quedó en silencio.
Anderson se la devolvió al guardia que tenía delante.
Éste extrajo una fotocopia de los planos del edificio y se la entregó a su jefe.
- El SBS está en gris, y hemos marcado la ubicación del SBS-13 con una «X», así que no debería costarles demasiado encontrarlo. Es un espacio más bien pequeño.
Anderson le dio las gracias al guardia y centró su atención en los planos mientras el joven se alejaba a toda prisa. Langdon también les echó un vistazo, sorprendido de ver el asombroso número de cubículos que conformaban el extraño laberinto que había debajo del Capitolio.
Anderson estudió un momento la fotocopia del plano y luego se la metió en el bolsillo. Volviéndose hacia la puerta SBS, levantó la llave, pero vaciló, incómodo ante la idea de abrirla. Langdon sentía recelos similares; no tenía ni idea de lo que había detrás de esa puerta, pero estaba seguro de que fuera lo que fuese aquello que Solomon hubiera escondido ahí dentro, quería mantenerlo en secreto. «Muy en secreto.»
Sato se aclaró la garganta, y Anderson captó el mensaje. El jefe respiró profundamente, insertó la llave e intentó girarla. Pero ésta no se movió.
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