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Segunda parte 11 страница

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Caminй hacia el sitio donde habнa visto al hombre, pero no encontrй a nadie. Don Genaro tampoco estaba a la vista, y como ignoraba el camino me sentй a esperar. Media hora despuйs, don Juan y don Genaro sй acercaron. Gri­taban mi nombre. Me levantй y me unн a ellos.

Regresamos a la casa en completo silencio. Me agradу ese interludio de quietud, pues me hallaba enteramente desconcertado. De hecho, me sentнa desconocido de mн mis­mo. Don Genaro me estaba haciendo algo, algo que me im­pedнa formular mis pensamientos en la forma en que acostumbro. Esto se me hizo evidente cuando me sentй en el camino. Habнa mirado automбticamente a mi reloj, y luego permanecн en calma, como si mi mente estuviese desconectada. Pero me hallaba en un estado de alerta que jamбs habнa experimentado. Era un estado de no pensar, acaso comparable a no preocuparse por nada. Durante ese tiempo, el mundo pareciу hallarse en un extraсo equili­brio; no habнa nada que yo pudiera aсadirle y nada que pudiese restarle.

Cuando llegamos a la casa, don Genaro desenrollу un petate y se durmiу. Me sentн compelido a transmitir a don Juan mis experiencias del dнa. No me dejу hablar.

 

18 de octubre, 1970

 

‑Creo comprender lo que don Genaro trataba de hacer la otra noche ‑dije a don Juan.

Se lo dije para sacarle prenda. Su continua negaciуn a hablar estaba destruyendo mis nervios.

Don Juan sonriу y asintiу lentamente, como de acuerdo conmigo. Yo habrнa tomado su gesto como una afirmaciуn, a no ser por el extraсo brillo de sus ojos. Era como si sus ojos se rieran de mн.

‑Usted no cree que comprendo, їverdad? -preguntй impulsivamente.

‑Yo creo que sн... efectivamente sн. Comprendes que Genaro iba detrбs de ti todo el tiempo. Sin embargo el tru­co no estб en comprender.

La afirmaciуn de que don Genaro estuvo a mis espaldas todo el tiempo me impresionу. Le supliquй explicarla.

‑Tu mente estб empeсada en buscar un solo lado a todo esto ‑dijo.

Tomу una vara y la moviу en el aire. No dibujaba en el aire ni trazaba una figura; los movimientos recordaban a los que hace con los dedos al limpiar una pila de semi­llas. Parecнa picar o rascar suavemente el aire con la vara.

Se volviу a mirarme y yo alcй los hombros automбtica­mente, en gesto de desconcierto. El se acercу y repitiу sus movimientos, haciendo ocho puntos en el suelo. Encerrу el primero en un cнrculo.

‑Tъ estбs aquн ‑dijo‑. Todos estamos aquн; йste punto es la razуn, y nos movemos de aquн a aquн.

Circundу el segundo punto, que habнa puesto justo en­cima del nъmero uno. Luego moviу la vara de un punto a otro, imitando un trбfico intenso.

‑Sуlo que hay otros seis puntos que un hombre es ca­paz de manejar ‑dijo-. Casi nadie sabe de ellos.

Puso su vara entre los puntos uno y dos y picoteу con ella el suelo.

‑Al acto de moverse entre estos dos puntos lo llamas entendimiento. En eso has andado toda tu vida. Si dices que entiendes mi conocimiento, no has hecho nada nuevo.

Luego trazу rayas uniendo algunos puntos con otros; el resultado fue un trapezoide alargado que tenнa ocho cen­tros de radiaciуn dispareja.

‑Cada uno de estos otros seis puntos es un mundo, igual que la razуn y el entendimiento son dos mundos para ti ‑dijo

‑їPor quй ocho puntos? їPor quй no un nъmero infi­nito, como en un cнrculo? ‑preguntй.

Tracй un cнrculo en el suelo. Don Juan sonriу.

‑Hasta donde yo sй, nada mбs hay ocho puntos que un hombre es capaz de manejar. Quizб los hombres no pue­dan pasar de ahн. Y dije manejar, no entender, їno?

Su tono fue tan gracioso que reн. Estaba imitando, o mбs bien remedando mi insistencia en el uso exacto de las palabras.

‑Tu problema es que quieres entenderlo todo, y eso no es posible. Si insistes en entender, no estбs tomando en cuenta todo lo que te corresponde como ser humano. La piedra en la que tropiezas sigue intacta. Asн pues, no has hecho casi nada en todos estos aсos. Se te ha sacado de tu profundo sueсo, cierto, pero eso podrнa haberse logrado de todos modos con otras circunstancias.

Tras una pausa, don Juan dijo que me levantara porque нbamos a la caсada. Cuando subнamos en mi coche, don Genaro saliу de detrбs de la casa y se nos uniу. Manejй parte del camino y luego echamos a andar adentrбndonos en una hondonada profunda. Don Juan eligiу un sitio para descansar a la sombra de un бrbol grande.

‑Una vez mencionaste ‑empezу don Juan‑ que un amigo tuyo dijo, cuando los dos vieron una hoja caer desde la punta de un encino, que esa misma hoja no volverб a caer de ese mismo бrbol nunca jamбs en toda una eterni­dad, їte acuerdas?

Recordй haberle hablado de ese incidente.

‑Estamos al pie de un бrbol grande ‑prosiguiу‑, y si ahora miramos ese otro бrbol de enfrente, puede que vea­mos una hoja caer desde la punta.

Me hizo seсa de mirar. Habнa un бrbol grande del otro lado de la barranca; tenнa las hojas secas y amarillentas. Con un movimiento de cabeza, don Juan me instу a seguir mirando el бrbol. Tras algunos minutos de espera, una hoja se desprendiу de la punta y empezу a caer al suelo; golpeу otras hojas y ramas tres veces antes de aterrizar en la crecida maleza.

‑їLa viste?

‑Sн.

‑Tъ dirнas que la misma hoja nunca volverб a caer de ese mismo бrbol, їverdad?

‑Verdad.

‑Hasta donde tu entendimiento llega, eso es verdad.

Pero nada mбs hasta donde tu entendimiento llega. Mira otra vez.

Mirй, automбticamente, y vi caer una hoja. Golpeу las mismas hojas y ramas que la anterior. Era como ver una re­peticiуn instantбnea en la televisiуn. Seguн la ondulante caнda de la hoja hasta que llegу al suelo. Me levantй para averiguar si habнa dos hojas, pero los altos matorrales en torno al бrbol me impidieron ver dуnde habнa caнdo exac­tamente la hoja.

Don Juan riу y me dijo que me sentara.

‑Mira ‑dijo, seсalando con la cabeza la punta del бrbol‑. Ahн va otra vez la misma hoja.

Nuevamente vi caer una hoja, en la misma trayectoria exacta de las dos anteriores.

Cuando aterrizу, supe que don Juan estaba a punto de indicarme de nuevo la punta del бrbol, pero antes de que lo hiciera levantй la cabeza. La hoja caнa una vez mбs. Me di cuenta entonces de que sуlo habнa visto desprenderse la primera hoja, o mejor dicho, la primera vez que vi caer la hoja la vi desde el instante en que se separу de la rama; las otras tres veces la hoja ya estaba cayendo cuando alcй la cara para mirar.

Dije eso a don Juan y le pedн explicar lo que hacнa.

‑No entiendo cуmo me estб usted haciendo ver una re­peticiуn de lo que vi antes. їQuй me hizo, don Juan?

Riу sin responder, e insistн en que me dijera cуmo podнa yo ver esa hoja cayendo una y otra vez. Dije que de acuer­do a mi razуn eso era imposible.

Don Juan repuso que su razуn le decнa lo mismo, pero que yo habнa sido testigo del caer repetido de la hoja. Lue­go se volviу a don Genaro.

‑їNo es cierto? ‑preguntу.

Don Genaro no respondiу. Sus ojos estaban fijos en mн.

‑ЎEs imposible! ‑dije.

‑ЎEstбs encadenado! ‑exclamу don Juan‑. Estбs en­cadenado a tu razуn.

Explicу que la hoja habнa caнdo vez tras vez del mismo бrbol para que yo abandonase mis intentos de entender. En tono de confidencia me dijo que yo sabнa lo que estaba pasando, pero mi manнa siempre me cegaba al final.

‑No hay nada que entender. El entendimiento es sуlo un asunto pequeсo, pequeснsimo ‑dijo.

En ese punto don Genaro se puso en pie. Lanzу una rб­pida mirada a don Juan; los ojos de ambos se encontraron y don Juan mirу el suelo frente a йl. Don Genaro se parу ante mн y empezу a agitar los brazos a los costados, hacia adelante y hacia atrбs, al unнsono.

‑Mira, Carlitos ‑dijo‑. ЎMira! ЎMira!

Hizo un ruido extraordinariamente agudo, cortante. Era el sonido de un desgarramiento. En el preciso instante de oнrlo, sentн un vacнo en la parte baja del abdomen. Era la sensaciуn, terriblemente angustiosa, de caer: no dolorosa, pero desagradable y aniquiladora. Durу unos cuantos se­gundos y luego se apagу, dejando una extraсa comezуn en mis rodillas. Pero mientras duraba la sensaciуn experi­mentй otro fenуmeno inverosнmil. Vi a don Genaro encima de unas montaсas que estaban a unos quince kilуmetros de distancia. La percepciуn durу sуlo algunos segundos, y ocurriу tan inesperadamente que no tuve en realidad tiem­po para examinarla. No recuerdo si vi una figura del ta­maсo de un hombre parada encima de las montaсas, o una imagen reducida de don Genaro. Ni siquiera me acuerdo de si era o no don Genaro. Pero en aquel momento estuve seguro, sin ningъn lugar a dudas, de que lo estaba viendo de pie encima de las montaсas. Sin embargo, la percepciуn se desvaneciу en el instante en que pensй que era imposible ver a alguien a quince kilуmetros.

Me volvн en busca de don Genaro, pero no estaba allн.

El desconcierto sufrido fue tan peculiar como todo lo demбs que me ocurrнa. Mi mente se doblegaba bajo la ten­siуn. Me sentнa enteramente desorientado.

Don Juan se puso en pie e hizo que me cubriera con las manos la parte baja del abdomen y que, en cuclillas, apretara las piernas contra el cuerpo. Estuvimos un rato sentados en silencio, y luego йl dijo que en verdad iba a abstenerse de explicarme cualquier cosa, porque sуlo ac­tuando puede uno hacerse brujo. Recomendу que me fuera de inmediato; de otro modo, don Genaro probablemente me matarнa en su esfuerzo por ayudarme.

‑Vas a cambiar de direcciуn ‑dijo‑ y romperбs tus cadenas.

Dijo que nada habнa que entender en sus acciones o en las de don Genaro, y que los brujos eran muy capaces de realizar hazaсas extraordinarias.

-Genaro y yo actuamos desde aquн dijo, y seсalу uno de los centros de radiaciуn de su diagrama‑. Y no es el centro de la razуn; pero tъ sabes quй cosa es.

Quise decir que yo de veras no sabнa de quй me habla­ba, pero sin darme tiempo se incorporу y me hizo seсa de seguirlo. Empezу a caminar aprisa, y en muy poco tiempo yo sudaba y resollaba tratando de mantenerme a la par.

Cuando subнamos en el coche, mirй en torno buscando a don Genaro.

‑їDуnde estб? ‑preguntй.

‑Tъ sabes dуnde estб ‑repuso don Juan con cierta brusquedad.

 

Antes de marcharme estuve sentado con йl, como de cos­tumbre. Tenнa un deseo urgente de pedir explicaciones. Como dice don Juan, las explicaciones son mi verdadera manнa.

‑їDуnde estб don Genaro? ‑inquirн con cautela.

‑Tъ sabes dуnde ‑dijo йl‑. Pero siempre fallas por tu insistencia en comprender. Por ejemplo, la otra noche sabнas que Genaro iba detrбs de ti todo el tiempo; hasta volteaste y lo viste.

‑No ‑protestй‑. No, no sabнa eso.

Hablaba con veracidad. Mi mente rehusaba considerar "reales" ese tipo de estнmulos, y sin embargo, tras diez aсos de aprendizaje con don Juan, ya no podнa sostener mis vie­jos criterios ordinarios de lo que es real. Asн y todo, las especulaciones que yo habнa engendrado hasta entonces so­bre la naturaleza de la realidad eran simples manipulacio­nes intelectuales; la prueba era que, bajo la presiуn de los actos de don Juan y don Genaro, mi mente habнa entrado en un callejуn sin salida.

Don Juan me mirу, y en sus ojos habнa tal tristeza que comencй a llorar. Las lбgrimas fluyeron libremente. Por pri­mera vez en mi vida sentн el gravoso peso de mi razуn. Una angustia indescriptible se abatiу sobre mн. Chillй invo­luntariamente, abrazando a don Juan. El me dio un rбpido golpe de nudillos en la cima de la cabeza. Lo sentн descen­der como una ondulaciуn por mi espina dorsal. Tuvo un efecto apaciguador.

‑Te das por las puras ‑dijo suavemente.


EPНLOGO

 

Don Juan caminу despacio en torno mнo. Parecнa delibe­rar si decirme algo o no. Dos veces se detuvo y pareciу cambiar de idea.

‑El que regreses o no carece por entero de importancia ‑dijo al fin‑. De todos modos ya tienes la necesidad de vivir como guerrero. Siempre has sabido cуmo hacerlo; ahora estбs simplemente en la posiciуn de tener que usar algo que antes desechabas. Pero tuviste que luchar por este conocimiento; no te lo dieron asн nomбs, no te lo pasa­ron asн nomбs. Tuviste que sacбrtelo a golpes. Sin embargo, eres todavнa un ser luminoso. Todavнa vas a morir como todos los demбs. Una vez te dije que no hay nada que cam­biar en un huevo luminoso.

Callу un momento. Supe que me miraba, pero esquivй sus ojos.

‑Nada ha cambiado realmente en ti ‑dijo.


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 40 | Нарушение авторских прав


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