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Los asuntos no le van mal al dictador Franco. Desde hace tres meses sus relaciones con los Aliados han tomado la forma de un pequeño “ballet”, cuya figura principal se repite monótonamente como un ritornelo popular. Uno de los Aliados se adelanta y significa al señor Franco que las democracias piensan seriamente en romper con su Gobierno. A su vez el señor Franco se adelanta tres pasos y declara que va a hacer de España el más democrático de los estados. Su intervención es tan ruidosa que ahoga los gritos de los republicanos que caen fusilados en los alrededores de Madrid. Las semanas pasan y en nada se modifica la política del Caudillo. En ese momento se adelanta otro Aliado y el “ballet” continua.
Sin duda alguna esta insoportable coreografía acaba de adquirir un estilo más cerrado. El embajador de los Estados Unidos en Madrid, Mr. Norman Armour, ha notificado al jefe del Estado español que sus vagas reformas son insuficientes y que sería necesario disolver la Falange. ¿Pero quién ignora que tales advertencias son ilusorias? Aún admitiendo que Franco se incline es bien evidente que sus concesiones son más espectaculares que reales. ¿Qué importaría la disolución de la Falange si sus jefes principales seguirían detentando los puestos claves del país; si su espíritu y sus métodos seguirían predominando en el régimen? Cuando en Francia el Segundo Imperio se declaró liberal bajo la presión de las circunstancias, no perdió su carácter cesarista.
Esa España tan generosamente abierta a los nazis, a los amigos del fascismo y cerrada herméticamente a todos los hombres libres y a sus propios hijos republicanos, es la que aplicará las grandes reformas democráticas del señor Franco. Mr. Norman Armour puede simular un ataque a ese mediocre vástago de los dictadores, pero eso no impedirá que la misión que tiene confiada por Washington constituya un medio para salvarlo.
La suerte de Franco reside en que la ideología pacificadora de las grandes democracias no está a tono con la acción que realizan. Se está en apariencia contra los principios, pero en buena disposición para tratar sobre buenos negocios materiales. Y esto resta mucha fuerza a los principios, pero conserva la condición inodora del dinero. Y a partir del momento en que se olvidan de encarnar y defender los ideales se produce la coexistencia de un idealismo perfectamente vano y un realismo perfectamente deshonesto.
La suerte del señor Franco consiste en que las Naciones Unidas le echan en cara su indignidad y al mismo tiempo se muestran dulces y conciliadoras para obtener acuerdos económicos. Eso resulta poco serio. Nuestro ministro de Asuntos Extranjeros prepara a su vez un importante tratado comercial con España, lo que da a las declaraciones del señor Paul Boncour en San Francisco un eco singularmente falso.
Se nos dirá que no tenemos nada que ver con el régimen de un país extranjero. En efecto, nosotros no tenemos por qué imponer ni formas de Gobierno ni formas de constitución, pero podemos y debemos rechazar a un hombre y a un régimen que han hecho de España una colonia del Tercer Reitch hitleriano y de la Italia de Mussolini. Podemos y debemos exigirlo por nuestra propia seguridad y, además, para que la moral sea un poco respetada.
Y para concluir: esta Francia, que acaba de salir de su aislamiento, no es exactamente la que nosotros habíamos deseado.
Combat, 7 de julio 1945.
Дата добавления: 2015-10-16; просмотров: 86 | Нарушение авторских прав
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