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Capítulo 32

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Читайте также:
  1. Capítulo 1
  2. Capítulo 10
  3. Capítulo 11
  4. Capítulo 12
  5. Capítulo 13
  6. Capítulo 14
  7. Capítulo 15

 

Ese invierno fue muy duro, tal vez el más duro de mi vida, porque significó un antes y un después en mi forma de ser. Yo nunca había confiado en mí, pero ahora temía que tampoco pudieran confiar los demás. Eso era lo peor. A la mañana siguiente decidí perderme por mi viejo barrio para contemplar qué raíz quedaba de mí en aquellas aceras, tuve fuerzas para volver a entrar en casa. Anduve perdida, disimulando que buscaba un determinado portal para ir parándome caprichosamente en cada número y respirar el olor de los puestos de verduras, de las frutas, de los quesos, la leña quemada, las flores… Perdida hasta que me tropecé con una cría que salía corriendo de mi portal y que me recordó a mí cuando sabía que nada podía pasarme porque estaba mamá en casa.

La pequeña me sonrió levemente como si leyera mi pensamiento. «Hola, señora», me dijo mientras se alisaba el vestido y pasaba delante de mí.

—Hola —correspondí, afligida involuntariamente.

Tras ella salió su madre, que iba pidiéndole a la pequeña que se abrochara bien el gabán. «Sí, mamá, sí, mamá…», replicaba corriendo libre entre los puestos.

—Haz caso a mamá —balbuceé sabiendo que no me escuchaban. A los ojos de cualquiera que pasara por allí, yo era una extraña que vagabundeaba.

Recogí todas las prendas de mi madre del pequeño armario que tenía a los pies de su cama como una autómata, intentando evitar emociones y dejarme llevar por la lamentación que cada prenda me evocaba; ayudé a los señores Fresnault regalándoles algunas de nuestras humildes pertenencias y cerré con llave la puerta. Antes de salir me quedé apoyada en la pared, en un llanto infantil que no aliviaba ninguno de mis lamentos. Me habría gustado que fuera un sueño del que despertar, pero allí no estábamos más que yo y mis arrepentimientos. Las lágrimas no me dejaban escuchar el silencio que salía de las habitaciones. No supe dónde mirar. Me concentré en mis manos, que se parecían mucho a las de ella. Cuando terminé de llorar me recompuse y bajé las escaleras sin hacer ruido para no llamar la atención de los vecinos. Era el final de una etapa. La mía y la de mamá. Me despedía de todo aquello que acababa con un beso en la frente, un café con leche caliente, un «abrígate, Alice», un abrazo intenso del que siempre quería zafarme para salir a la calle y que ahora, ahora, querría que fuera eterno. Siempre queremos el día cuando llega la noche. Siempre quise crecer. ¿Para qué?

Mientras regresaba a casa, pensaba en ella. Recordé un día en el que me detuve frente a una crêperie en la que empezaban a calentar las planchas y quise desayunar una de azúcar. Yo era una niña todavía y levanté mi mano para señalar mi antojo con tan mala suerte que apoyé los dedos en el hierro candente. El deseo resultó ser enormemente doloroso. Quizá en ese momento no me di cuenta del verdadero amor de mi madre cuando en mi angustia se metió mi mano en su boca para cicatrizar mi dolor con su saliva.

¿Cómo cicatrizaba ahora mi desconsuelo? No volviendo a pisar mi calle, ni mi casa.



Дата добавления: 2015-11-04; просмотров: 32 | Нарушение авторских прав


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