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Capítulo 20

Capítulo 9 | Capítulo 10 | Capítulo 11 | Capítulo 12 | Capítulo 13 | Capítulo 14 | Capítulo 15 | Capítulo 16 | Capítulo 17 | Capítulo 18 |


Читайте также:
  1. Capítulo 1
  2. Capítulo 10
  3. Capítulo 11
  4. Capítulo 12
  5. Capítulo 13
  6. Capítulo 14
  7. Capítulo 15

 

Todavía estaba petrificada. Me levanté gradualmente para que no se notara mi pasmo y corrí al baño a mirarme la cara en el espejo. La alfombra de La Tour d’Argent sirvió de obstáculo a la hora de moverme con agilidad entre las mesas; de hecho, hizo que perdiera el equilibrio en numerosas ocasiones hasta que logré esconderme tras una de las puertas, sobrecogida por la información que acababa de escuchar de Ardisson. Me quedé en el baño abandonada ante la sorpresa. Escondida. Necesitaba estar sola.

«Repítame la fecha, por favor…»

No podía ser verdad o era una macabra casualidad. Abrí el grifo y dejé correr el agua durante unos minutos, me lavé las manos inclinada en el lavabo. Me asaltó la angustia, opresiva, a la que se añadió la impotencia por no saber qué decir, ni qué pensar, ni cómo actuar. Tragué saliva. Mamá decía que cuando se tienen pesadillas hay que encender la luz, pero la luz estaba iluminándolo todo. ¿Cómo reaccionaría el viejo pintor? ¿Y yo? ¿Cómo debía reaccionar yo…, confiada? ¿Tranquila?

«6 de septiembre de 1972.»

Inspiré profundamente como me había enseñado el doctor para curarme el asma en la adolescencia. Respiré y exhalé con fuerza. Comencé a hacerlo con un ritmo más acompasado, me era imposible. Inspiré todo el aire que pude y espiré la cantidad que quedaba en mis pulmones. Otra vez. Hice mis ejercicios de cuello para relajar la tensión de la espalda. Cada vez que volvía a inspirar profundamente, sentía que me tragaba todas las casualidades de los últimos meses. «Es una coincidencia, Teresa…, es una coincidencia, Teresa, otra más… Estás bien, es la eventualidad de las fechas…, nada más…» Al cabo de un momento sentí que mi respiración era más relajada y que el pitido de la angustia que me había surgido del pecho como una asfixia era ya imperceptible incluso para mí.

Encendí un cigarrillo y esperé unos segundos antes de decidir salir del baño para incorporarme al postre. Tuve que estar así un largo rato. ¿Qué estaba pasando? ¿Podía ser todo una coincidencia de la vida? Una carambola de esas que nos pellizcan el destino y que nos voltean por completo como a campanas. Seguramente. Me incliné a pensar que la coincidencia de fechas era eso, una simultaneidad del azar. ¿Hasta qué punto mi destino estaba dominado por esa mujer? ¿Yo era su desencadenante? Avancé por el baño de un lado a otro reflejándome solitaria en los espejos de la pared como única compañía. No obstante, no podía evitar musitar palabras sin sentido: cartel, anticuario, París, tejidos, fotos, tienda…

«6… septiembre… 1972…»

Entonces tuve la necesidad de sentarme, tiré de una de las puertas y me dejé caer en el W. C. para esconderme un rato. «Esto es una casualidad de la vida.»

Comencé a pensar en lo maravillosa que estaba siendo mi vida en París, en lo nueva que me sentía caminando por las calles como una extraña; visualicé mi ventanal, el del Sena, el agua bajando con calma, los crepes de L’Ébouillanté calientes, las librerías de antiguo, las ideas que tenía para mi tienda, mi nueva gabardina azul. Orientando mi pensamiento hacia el color azul de la tela, hacia lo agradable que fue la dependienta, el aroma al entrar en la boutique. Y de pronto…

Un ruido.

La puerta principal del lavabo se entreabrió y escuché las pisadas de una mujer accediendo al tocador, que enmudecieron al acercarse a mi reservado. Mi corazón palpitó más fuerte en ese momento. Inspiré profundamente y comencé de nuevo mis ejercicios de respiración. Los nervios se hundieron en mi pecho y contuve el aliento. «¿Es ella?» Era la misma punzada que tuve cuando me quedé mirando el cartel de Alice en el anticuario de Madrid y supe que mi vida me daba un toque de atención decisivo. La mujer estaba quieta frente a mi puerta, la sentía porque me vino el aroma de un perfume antiguo, viciado por el tiempo. Estaba a menos de dos metros de mí, procuré no hacer ruido para parecer invisible. Bastaba con toser o con salir decidida de ahí dentro para saber quién estaba envolviéndome con su perfume… ¿Por qué tenía miedo?

Apoyé mis manos en la puerta del baño y me incliné para escuchar su aliento, sin embargo, solo pude oír el mío. La música del piano llegaba hasta allí dentro a pesar de los cortinajes de terciopelo que cubrían todo el pasillo de entrada a los excusados que relativamente insonorizaban la sala. ¿Qué hacer? No se escuchaba nada, ni su voz, ni el uso de los grifos, ni la puerta golpeándose al salir. Sin embargo, seguía allí dentro y seguía sin moverse. Mi pavor era que ella fuera… ella. Las notas lejanas del piano me relajaron. Al cabo de un momento sentí que mi corazón latía con mayor sosiego.

Esperé unos segundos y decidí salir del W. C. «Ahora salgo directamente y me la encuentro. No pasa nada. Saldré para lavarme las manos. Nos vemos, nos saludamos y respiro aliviada.» Puse la mano en el pomo, giré sin brusquedad y salí.

¡¿Cómo?!

Me retorcí buscando en todas direcciones. «¡Nada!» «¡Nadie!» La única mujer que estaba en el baño era yo, reflejada en los espejos. Me lancé a las otras puertas y todas estaban vacías, no había nadie y el aroma seguía, mitigado ahora por mis movimientos en círculo buscando nada. Tuve que mojarme la cara con agua fría.

«Alice Humbert murió el 6 de septiembre de 1972.» Las palabras de Mathieu Ardisson seguían en mi cabeza.

Mis miedos de niña se manifestaron de golpe para hacerme sentir absurda, irracional, pero, sobre todo, inmovilizada ante lo invisible. En ningún momento tuve sensación de espanto, pero comencé a sospechar que aquella presencia femenina tenía un sentido en mi vida más importante de lo que pudiera imaginar. Comencé a avanzar despacio para salir del baño, en el fondo tampoco había pasado tanto tiempo, no tenía que inventar ninguna excusa cuando me sentara de nuevo con mi confidente. Mi pensamiento estaba ahora más volcado en Alice que nunca; tenía su cartel, conocía su cara, tenía sus fotos y, ahora, sabía cuál era su perfume. Antes de cerrar la puerta del baño vi por el rabillo del ojo los espejos barrocos del tocador. En el reflejo observé unos ojos llenos de inquietud, tal vez poco alegres, pero reflejaban mucha serenidad. Eran los ojos de una mujer feliz.

Era yo.

Salí del baño hacia el salón, donde me esperaba el señor Ardisson.


Дата добавления: 2015-11-04; просмотров: 42 | Нарушение авторских прав


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