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Apenas cerrada la puerta de la calle, la seсora Challenger saliу del comedor como una flecha. La mujercita estaba de un humor terrible. Le cerrу el paso a su marido como una gallina enfurecida que hiciera frente a un bulldog. Era evidente que me habнa visto salir, pero no habнa advertido mi retorno.
––ЎEres una bestia, George! ––gritу––. Has lastimado a ese joven tan amable.
Йl seсalу hacia atrбs con su dedo pulgar.
––Ahн estб, sano y salvo detrбs de mн.
Ella se quedу confusa, y no sin motivo.
––Perdone. No le habнa visto.
––Le aseguro, seсora, que todo estб bien.
––ЎHa dejado marcas en su cara, pobrecillo! ЎOh, George, quй bruto eres! Semana tras semana no hemos tenido mбs que escбndalos. Todos te empiezan a aborrecer y se burlan de ti. Has acabado con mi paciencia. No soporto mбs.
––La ropa sucia... ––tronу йl.
––No es ningъn secreto ––exclamу ella––. їNo sabes que toda la calle, para el caso todo Londres...? Austin, retнrese, no lo necesitamos aquн. їNo sabes que todos hablan de ti? їDуnde estб tu dignidad? Tъ, que deberнas estar como regius professor en una gran universidad, con mil alumnos reverenciбndote... їDуnde estб tu dignidad, George?
––їY quй me dices de la tuya, querida?
––Estбs acabando con mi paciencia. Un matуn, un matуn pendenciero y vulgar: eso es lo que te has vuelto.
––Sй buena, Jessie.
––ЎUn matуn escandaloso y lleno de furia!
––ЎEsto ya es demasiado! ЎAl banquillo de penitencia! ––dijo йl.
Para mi asombro, le vi inclinarse, levantar en vilo a su esposa y sentarla en un alto pedestal de mбrmol negro que habнa en un бngulo del vestнbulo. Tendrнa al menos siete pies de altura y era tan estrecho que sуlo con dificultad conseguнa ella mantener el equilibrio. Me resultaba dificil imaginar un espectбculo mбs absurdo que el que ella presentaba, allн encaramada, con su rostro convulso de ira, los pies balanceбndose en el aire y su cuerpo rнgido por el temor de una caнda.
––ЎDйjame bajar! ––gemнa.
––Di «por favor».
––ЎEres un bruto, George! ЎBбjame enseguida!
––Venga a mi despacho, seсor Malone.
––La verdad, seсor... ––dije, mirando a la dama.
––Aquн estб el seсor Malone que aboga en tu defensa, Jessie. Di «por favor» y te bajo enseguida.
––ЎOh, quй bestia eres! ЎPor favor! ЎPor favor!
La bajу al suelo como si hubiese sido un canario.
––Es preciso que te comportes bien, querida. El seсor Malone es un periodista. Maсana lo publicarб todo en su periodicucho y se venderб una docena extra de ejemplares entre nuestros vecinos. «Curiosa historia en el mundo de la clase alta» (estabas bastante alta sobre ese pedestal, їno es cierto?). Y luego un subtнtulo: «Ojeada a un extraсo matrimonio». Este seсor Malone es un devorador de carroсa, que se alimenta de inmundicia, como todos los de su especie –– por cus ex grege diaboli––, un cerdo de la piara del diablo. їQuй le sucede, Malone?
––Es usted realmente intolerable ––le dije acaloradamente. El profesor soltу la risa en forma de mugido.
––Ya tenemos aquн una coaliciуn ––gritу con su voz atronadora, mirando a su mujer y luego a mн, mientras ahuecaba su enorme pecho.
Pero de pronto alterу su tono, diciendo:
––Disculpe estas frнvolas chanzas familiares, seсor Malone. Le pedн que volviese con un propуsito mucho mбs serio que el de mezclarlo en nuestras pequeсas bromas domйsticas. Largo de aquн, mujercita, y no te enojes.
Puso una manaza en cada uno de sus hombros:
––Todo lo que dices es la pura verdad. Si yo hiciese caso de tus consejos serнa un hombre mucho mejor de lo que soy. Pero ya no serнa del todo George Edward Challenger. Hay muchнsimos hombres mejores, querida, pero sуlo un G. E. C. De modo que debes sacar de mн lo mejor que puedas.
Sъbitamente le dio un sonoro beso, que me desconcertу aъn mбs que su anterior violencia.
––Y ahora, seсor Malone ––prosiguiу con un gran acceso de dignidad––, sнgame, por favor.
Volvimos a entrar en la habitaciуn que habнamos dejado tan tumultuosamente diez minutos antes. El profesor cerrу cuidadosamente la puerta una vez adentro, me condujo hasta un sillуn y puso una caja de cigarros bajo mi nariz.
––Autйnticos San Juan Colorado ––dijo––. Las personas excitables como usted mejoran con los narcуticos. ЎCielos! ЎNo muerda la punta! ЎCorte, cуrtela con reverencia! Y ahora reclнnese allн y escuche atentamente cuanto me dispongo a decirle. Si llega a ocurrнrsele alguna observaciуn, resйrvela para una ocasiуn mбs oportuna.
»Ante todo, lo que se refiere a su retorno a mi casa despuйs de su mбs que justificada expulsiуn ––adelantу su barba y me mirу fijamente, como desafiбndome a que lo contradijese––, despuйs, como decнa, de su bien merecida expulsiуn. La razуn ha sido su respuesta a ese policнa entrometido, en la cual me pareciу distinguir un tenue resplandor de buenos sentimientos por parte suya. Por lo menos, una mayor proporciуn de la que estoy acostumbrado a asociar con los de su profesiуn. Al admitir que era usted quien tenнa la culpa del incidente, demostrу poseer cierta amplitud mental y una altura de miras que me predispusieron en su favor. La subespecie de la raza humana a la cual usted pertenece, por desgracia, siempre ha estado por debajo de mi horizonte mental. Sus palabras lo elevaron de pronto por encima de aquйlla, e hicieron que me fijase en usted seriamente. Por esa razуn le pedн que regresara conmigo, cuando me sentн dispuesto a conocerlo mбs a fondo. Tenga la amabilidad de depositar la ceniza en la bandejita japonesa que estб sobre la mesa de bambъ que tiene junto a su codo izquierdo.
Todo esto fue dicho estentуreamente, como cuando un profesor se dirige en clase al conjunto de todos sus alumnos. Habнa empujado su sillуn giratorio para quedar frente a mн, y allн sentado parecнa inflarse como una enorme rana toro 7, con la cabeza echada hacia atrбs y los ojos medio ocultos bajo sus ceсudos pбrpados. De pronto se volviу de costado con su sillуn giratorio y todo lo que pude ver de йl fueron sus cabellos enmaraсados y una oreja roja y protuberante. Estaba escarbando entre un montуn de papeles en desorden que tenнa sobre su escritorio. Al fin se volviу hacia mн con algo que parecнa un estropeadнsimo cuaderno de dibujo entre sus manos.
7. Rana estadounidense de gran tamaсo que puede alcanzar hasta 20 centнmetros de largo y cuya voz potentнsima se parece al mugido del toro.
––Voy a hablarle a usted acerca de Sudamйrica ––dijo––. Sin comentarios, por favor. Para comenzar, quiero que sepa que nada de lo que voy a decirle ahora debe ser repetido en pъblico, de cualquier clase que sea, hasta que tenga usted mi autorizaciуn expresa. De acuerdo a toda humana probabilidad, esa autorizaciуn no la tendrб jamбs. їEstб claro?
––Es muy duro eso ––comentй––. Seguramente un relato juicioso...
Volviу a colocar el libro de apuntes sobre la mesa.
––Hemos terminado. Le deseo muy buenos dнas.
––ЎNo, no! ––exclamй––. Me someto a todas las condiciones. Por lo que alcanzo a ver, no tengo ninguna opciуn.
––Ni la mбs mнnima ––respondiу.
––Bueno, entonces acepto.
––їPalabra de honor?
––Palabra de honor.
Me mirу con expresiуn de duda en sus ojos insolentes.
––Despuйs de todo, їquй sй yo de su honor?
––ЎPalabra, seсor ––exclamй agriamente––, que se estб tomando usted libertades muy grandes! Nadie me ha insultado asн en toda mi vida.
Mi explosiуn pareciу interesarle, en lugar de fastidiarlo.
––Cabeza redonda, braquicйfalo, ojos grises, pelo negro, con sugerencias negroides. їUn celta, verdad?
––Soy irlandйs, seсor.
––їIrlandйs, irlandйs?
––Sн, seсor.
––Naturalmente, eso lo explica todo. Veamos: me ha prometido usted que mis confidencias serбn respetadas, їno es cierto? Le advierto que estas confidencias no serбn completas ni mucho menos. Pero estoy dispuesto a darle unas pocas indicaciones que pueden ser de interйs. En primer lugar, probablemente ya estarб usted enterado de que hace dos aсos hice un viaje a Sudamйrica: una expediciуn que llegarб a ser clбsica en la historia cientнfica del mundo. El objeto de mi viaje era verificar algunas conclusiones obtenidas por Wallace y Bates, algo que sуlo era posible observando los hechos referidos en condiciones idйnticas a las que ellos habнan registrado. Si mi expediciуn no hubiese conseguido otros resultados, igualmente habrнa sido notable; pero mientras estaba allн presenciй un curioso incidente que abriу ante mн lнneas de investigaciуn completamente inйditas.
»Sabrб usted ––aunque probablemente no lo sepa, viviendo como vive en esta йpoca educada a medias–– que las comarcas que rodean el Amazonas estбn sуlo parcialmente exploradas, y que gran nъmero de afluentes, muchos de los cuales ni figuran en los mapas, desembocan en el rнo principal. Me habнa propuesto visitar esa regiуn poco conocida y apartada para examinar su fauna, que me proporcionу materiales para varios capнtulos de esa grande y monumental obra sobre zoologнa que se convertirб en la justificaciуn de mi vida. Regresaba ya, cumplida mi labor, cuando tuve ocasiуn de pasar una noche en una pequeсa aldea india que se hallaba en el punto en que cierto afluente ––cuyo nombre y posiciуn me reservo–– desemboca en el Amazonas. Los indнgenas eran indios cucamas, raza afable pero degradada, cuya capacidad mental es apenas superior a la del londinense medio. Habнa yo efectuado algunas curaciones entre ellos, durante mi viaje rнo arriba, y los habнa impresionado considerablemente con mi personalidad. Por eso no me sorprendiу que esperasen ansiosamente mi regreso. Por las seсas que me hacнan, supuse que alguien necesitaba con urgencia mis servicios mйdicos y seguн al jefe a una de sus chozas. Al entrar descubrн que el enfermo que deseaban que auxiliase acababa de expirar. Para mi sorpresa, no era un indio sino un hombre blanco. En verdad, debo decir era un hombre blanquнsimo, porque tenнa el pelo color de lino y algunas caracterнsticas de un albino. Vestнa ropas harapientas, estaba muy demacrado y mostraba todas las seсales de haber sufrido prolongadas penurias. Por lo que pude entender de los relatos de los indнgenas, les era completamente desconocido y habнa llegado hasta su aldea a travйs de los bosques solo y en el ъltimo grado del agotamiento.
»La mochila del hombre estaba junto a su camastro y examinй su contenido. Su nombre estaba escrito en una tablilla que habнa dentro: "Maple White, Lake Avenue, Detroit, Michigan". He aquн un nombre ante el cual siempre estarй dispuesto a quitarme el sombrero. Creo que no exagero si digo que su nombre figurarб al mismo nivel que el mнo cuando llegue el momento de repartir el crйdito de este asunto.
»El contenido de la mochila mostraba de manera evidente que ese hombre habнa sido un artista y un poeta en busca de impresiones. Encontrй algunos versos garrapateados. No me juzgo бrbitro en estas materias, pero me parecieron bastante faltos de mйrito. Tambiйn hallй algunas pinturas mбs bien vulgares de paisajes ribereсos, una caja de pinturas, otra de tizas de colores, algunos pinceles, ese hueso curvo que ahora descansa sobre mi tintero, un tomo del libro de Baxter, Polillas y mariposas, un revуlver barato y unos pocos cartuchos. En cuanto a objetos de equipaje personal, o nunca los tuvo o los habнa perdido durante su viaje. Йstos eran todos los bienes que habнa dejado aquel extraсo bohemio americano.
»Iba ya a alejarme del muerto cuando observй que algo sobresalнa de la parte delantera de su harapienta chaqueta. Era este бlbum de dibujos, que ya entonces estaba tan deteriorado como lo ve usted ahora. Porque de veras puedo asegurarle que jamбs una primera ediciуn de las obras de Shakespeare fue tratada con tanta reverencia como la que he reservado a esta reliquia desde el momento en que llegу a mi poder. Aquн se la entrego a usted, y le pido que la examine pбgina por pбgina y estudie su contenido.
Se sirviу uno de sus cigarros y se recostу en su sillуn mientras me observaba con sus ojos agresivamente crнticos, para tomar nota del efecto que este documento iba a producirme.
Yo habнa abierto el volumen con la expectativa de quien va a hallar alguna revelaciуn, pero cuya naturaleza no puede imaginar. No obstante, la primera pбgina era decepcionante, pues sуlo contenнa el retrato de un hombre muy gordo con una chaqueta verde claro y el epнgrafe «Jimmy Colver en el vapor correo». Seguнan algunas pбginas llenas de pequeсos esbozos de indios y sus costumbres. Luego apareciу el dibujo de un eclesiбstico simpбtico y corpulento, con sombrero de teja, sentado frente a un europeo muy delgado; la inscripciуn rezaba: «Almuerzo con Fra Cristofero en Rosario». Estudios de mujeres y niсos ocupaban varias pбginas mбs, hasta que de pronto comenzaba una serie ininterrumpida de dibujos de animales con explicaciones como йstas: «Manatн en un banco de arena», «Tortugas y sus huevos», «Agutн negro bajo una palmera miritн» (este ъltimo exhibнa un animal parecido a un cerdo). Venнa por ъltimo una doble pбgina con estudios de saurios muy desagradables, de largos hocicos. No saquй nada en limpio de todo aquello y asн se lo dije al profesor.
––Seguramente son cocodrilos, їno?
––ЎCaimanes, caimanes! En Amйrica del Sur no hay nada parecido a un autйntico cocodrilo. La diferencia que hay entre unos y otros...
––Quise decir que no veo aquн nada fuera de lo comъn... Nada que justifique lo que usted ha dicho.
Йl se sonriу serenamente.
––Pruebe con la pбgina siguiente ––dijo.
Seguн sin poder satisfacerlo. Era un paisaje a toda pбgina, coloreado toscamente, el tipo de bocetos que los pintores de paisajes naturales suelen hacer como guнa para una futura obra mбs elaborada. En primer plano se veнa una suave vegetaciуn de color verde pбlido, que ascendнa en pendiente y terminaba en una lнnea de riscos de un color rojo oscuro, curiosamente plegados con rebordes en forma de costillas que me hicieron recordar algunas formaciones basбlticas que habнa visto. Se extendнan como un muro ininterrumpido por todo el fondo del paisaje. En un punto se elevaba una roca piramidal aislada, coronada por un бrbol corpulento, y que parecнa estar separada del risco principal por una hendidura. Detrбs de todo, un cielo azul tropical. Una delgada lнnea verde de vegetaciуn ornaba la cumbre del rojizo risco. En la pбgina siguiente habнa otra acuarela del mismo lugar, pero tomada desde una posiciуn mucho mбs cercana, lo cual permitнa ver los detalles con toda claridad.
––їY bien? ––me preguntу.
––Sin duda es una curiosa formaciуn ––dije––. Pero no sй lo suficiente de geologнa como para decir que es algo extraordinario.
––їExtraordinario? ––repitiу––. Es ъnica. Es increнble. Nadie en el mundo soсу jamбs con semejante posibilidad. Pase ahora a la pбgina siguiente.
Volvн la pбgina y lancй una exclamaciуn de sorpresa. Era el retrato a toda pбgina de la mбs extraordinaria criatura que habнa visto en mi vida. Era el sueсo descabellado de un fumador de opio o bien la visiуn de un delirio. La cabeza se asemejaba a la de un ave; el cuerpo correspondнa a un lagarto hinchado; la cola, que arrastraba tras йl, estaba provista de pinchos vueltos hacia arriba, y la curvada espalda estaba coronada por una alta franja parecida a una sierra, que lucнa como una docena de barbas de gallo puestas una tras otra. Frente a este animal estaba un absurdo maniquн, o un enano de forma humana, que lo miraba fijamente.
––Bien, їquй opina usted de eso? ––exclamу el profesor, restregбndose las manos con aire de triunfo.
––Es monstruoso, grotesco.
––Pero, їpor quй dibujу un animal semejante?
––La ginebra de mala ley, me imagino.
––Oh, їйsa es la mejor explicaciуn que se le ocurre?
––їBien, y cuбl es la suya, seсor?
––La mбs evidente, o sea que ese animal existe. Es un dibujo copiado del natural.
Estuve a punto de reнrme, pero me hizo desistir la visiуn de nosotros dos rodando por el pasillo convertidos en otra rueda catalina. Por eso dije, como cuando uno alienta a un imbйcil:
––Sin duda, sin duda... Confieso, sin embargo ––aсadн––, que me deja perplejo esta menuda figura humana. Si fuese el retrato de un indio podrнamos sentar la evidencia de que existe en Amйrica alguna raza de pigmeos, pero aparenta ser un europeo con un sombrero para el sol.
El profesor resoplу como un bъfalo irritado:
––De verdad que usted supera todos los lнmites ––dijo––. Amplнa mi perspectiva de lo posible. ЎParesia cerebral! ЎInercia mental! ЎMaravilloso!
Este hombre era demasiado absurdo para que yo me enojase. En realidad era un despilfarro de energнa, pues si uno se enojaba con йl, tendrнa que estarlo todo el tiempo. Me contentй con una sonrisa de hastнo, mientras decнa:
––Es que me pareciу que el hombre era muy pequeсo.
––ЎMire aquн! ––exclamу inclinбndose hacia adelante y apuntando hacia el dibujo con uno de sus dedos, que parecнa una gran salchicha peluda––. Fнjese en esta planta que estб detrбs del animal; supongo que usted creyу que era diente de leуn o una col de Bruselas, їeh...? Pues bien: es una palmera de las llamadas taguas, que crecen hasta los cincuenta o sesenta pies de altura. їNo se da cuenta de que el hombre ha sido colocado allн con un propуsito determinado? En la realidad no hubiese podido estar frente a una bestia semejante y vivir para dibujarlo. Se dibujу a sн mismo para dar una escala de alturas. Supongamos que йl medнa mбs de cinco pies. El бrbol es diez veces mayor, o sea, lo que cabнa esperar.
––ЎSanto Cielo! ––exclamй––. Entonces usted opina que la bestia era... ЎVaya! ЎUna bestia semejante apenas podrнa cobijarse en la estaciуn de Charing Cross!
––Exageraciones aparte, es cierto que se trata de un ejemplar bien desarrollado ––dijo el profesor, complacido.
––Pero ––exclamй–– supongo que toda la experiencia acumulada por la raza humana no puede dejarse de lado por un solo dibujo.
Habнa seguido dando vuelta a las hojas, comprobando que el libro no contenнa nada mбs.
––Un solo dibujo, hecho por un artista americano vagabundo, que quizб lo trazу bajo los efectos del hachнs o en el delirio de la fiebre, o simplemente para gratificar su imaginaciуn inclinada a lo monstruoso. Usted, como hombre de ciencia, no puede defender semejante posiciуn.
Por toda respuesta, el profesor escogiу un libro de un anaquel.
––ЎЙsta es una excelente monografнa escrita por mi docto amigo Ray Lankester! ––dijo––. Aquн tiene una ilustraciуn que va a interesarle. i Ah, sн, aquн estб! El epнgrafe dice: «Probable aspecto que tendrнa en vida el estegosaurio, dinosaurio del Jurбsico. Una pata posterior, sola, es el doble de alta que un hombre de buena estatura». Y bien, їquй deduce usted de esto?
Me alcanzу el libro abierto. Me sobresaltй al ver el grabado. En aquella reconstrucciуn de un animal que perteneciу a un mundo ya muerto habнa sin duda un grandнsimo parecido con el dibujo del desconocido artista.
––Es notable, por cierto ––observй.
––Pero no quiere admitirlo como algo concluyente, їverdad?
––Puede ser, desde luego, una coincidencia; o quizб este norteamericano habнa visto un dibujo de esta clase, quedбndosele grabado en la memoria. Es posible que un hombre atacado de delirio tuviese esas visiones.
––Muy bien ––contestу el profesor indulgentemente––. Dejйmoslo asн. Ahora le ruego que observe este hueso.
Me alargу el hueso que ya habнa descrito al enumerar las posesiones del muerto. Tenнa alrededor de seis pulgadas de largo, era mбs grueso que mi pulgar y mostraba algunos restos de cartнlago seco en uno de sus extremos.
––їA cuбl de los animales conocidos pertenece este hueso? ––preguntу el profesor.
Lo examinй con cuidado, tratando de evocar algunos conocimientos que tenнa semiolvidados.
––Podrнa ser una clavнcula humana muy gruesa ––dije.
Mi compaсero moviу su mano en un gesto de desdeсosa desaprobaciуn.
––La clavнcula es un hueso curvo. Йste es recto. Hay unas estrнas en su superficie que demuestran que ahн hacнa juego un poderoso tendуn, lo cual no podrнa ser si se tratase de una clavнcula.
––Pues entonces debo confesar que no sй de quй se trata.
––No tiene usted por quй avergonzarse de exhibir su ignorancia, pues ni todo el personal de South Kensington, presumo, serнa capaz de darle nombre.
Sacу entonces del interior de una cajita de pнldoras un huesecillo del tamaсo de un guisante.
––Por lo que soy capaz de juzgar, este hueso humano es anбlogo al que usted tiene ahora en su mano. Esto le darб una idea aproximada del volumen del animal. Por los restos de cartнlago que tiene, observarб que йste no es un ejemplar fуsil, sino reciente. їQuй me dice de esto?
––Que seguramente en un elefante...
Dio un respingo, como si sufriese un dolor repentino.
––ЎNo! ЎNo hable de elefantes en Sudamйrica! Aъn en estos dнas de escuelas de internos8...
8. Board Schools. El profesor Challenger, evidentemente, no era partidario de la educaciуn inglesa reservada a las clases populares.
––Bueno ––le interrumpн––, o de cualquier otro animal grande que haya en Sudamйrica, un tapir por ejemplo.
––Puede usted dar por seguro, joven, que conozco los rudimentos de mi oficio. Este hueso no puede pertenecer ni a un tapir ni a ningъn otro animal conocido por la zoologнa. Pertenece a un animal muy grande, muy fuerte y, segъn toda analogнa, muy feroz, que existe ahora sobre la faz de la tierra, pero aъn no ha llegado a conocimiento de la ciencia. їSigue aъn sin convencerse?
––Por lo menos estoy profundamente interesado.
––Entonces su caso no es desesperado. Tengo la sensaciуn de que algo de razуn acecha en alguna parte dentro de usted; la rastrearemos pacientemente hasta que aparezca. Dejemos ahora al americano muerto y prosigamos con el relato. Como usted puede imaginar, yo no podнa irme del Amazonas sin explorar mбs a fondo el asunto. Existнan referencias acerca de la direcciуn desde donde habнa llegado el viajero muerto. Las leyendas indias podrнan haberme bastado como guнa, porque descubrн que los rumores sobre la existencia de una tierra extraсa eran comunes entre todas las tribus ribereсas. Habrб oнdo hablar, sin duda, de Curupuri.
––Jamбs.
––Curupuri es el espнritu de los bosques: algo terrible, malйvolo, que hay que evitar. Nadie puede describir su figura o su naturaleza, pero a lo largo de todo el Amazonas su nombre es sinуnimo de terror. Y bien: todas las tribus concuerdan en la direcciуn en que vive Curupuri. Esa direcciуn era la misma que traнa el norteamericano. Algo terrible se escondнa por aquel lado y era de mi incumbencia averiguar quй era.
––їY quй hizo usted? ––preguntй.
Toda mi impertinencia habнa desaparecido. Aquel hombre macizo imponнa atenciуn y respeto.
––Tuve que dominar la intensa renuencia de los indнgenas; una renuencia que se extendнa incluso a mencionar el tema. Utilizando prudentemente la persuasiуn y los regalos (ayudado, debo admitirlo, por algunas amenazas coercitivas), logrй que dos de ellos me sirviesen de guнas. Despuйs de muchas aventuras que no hace falta que describa y de recorrer una distancia que no mencionarй, en una direcciуn que me reservo, llegamos al fin a una regiуn del paнs que nadie ha descrito nunca y ni siquiera ha visitado, fuera de mi infortunado predecesor. їQuiere tener la amabilidad de mirar esto?
Me alcanzу una fotografнa del tamaсo de media placa.
––El aspecto poco satisfactorio que ofrece ––dijo–– se debe al hecho de que durante nuestra travesнa rнo abajo volcу la lancha y la caja que contenнa las pelнculas sin revelar se rompiу, con desastrosos resultados. Casi todas se arruinaron por completo: una pйrdida irreparable. Йsta es una de las pocas que se salvу parcialmente. Tendrб usted la amabilidad de aceptar esta explicaciуn de las deficiencias y anormalidades que registran. Se ha hablado de que estбn falseadas. No estoy de humor para discutir ese punto.
Ciertamente, la fotografнa estaba muy descolorida. Un crнtico malintencionado hubiese podido malinterpretar fбcilmente aquella borrosa superficie. Era un paisaje de un gris apagado y a medida que fui descifrando los detalles comprendн que representaban una larga y enormemente elevada hilera de riscos, que vista a la distancia parecнa exactamente igual a una inmensa catarata. En primer plano se divisaba una llanura en pendiente cubierta de бrboles.
––Creo que es el mismo sitio que se veнa en la pintura del бlbum ––dije.
––Es el mismo sitio ––contestу el profesor––. Hallй rastros del campamento del americano. Y ahora mire йsta.
Era una vista del mismo escenario, pero tomada desde mбs cerca. Aunque la fotografнa era sumamente defectuosa, pude distinguir claramente el aislado pinбculo rocoso coronado por un бrbol, y que se destacaba del risco.
––No me queda la menor duda ––dije.
––Vaya, algo hemos ganado ––comentу el profesor––. їProgresamos, verdad? Y ahora, haga el favor de mirar en la cima de ese pinбculo rocoso. їNo observa algo allн?
––Un бrbol enorme.
––їY encima del бrbol?
––Un pбjaro muy grande ––dije.
Me alcanzу una lente.
––Sн ––dije mirando a travйs de la lupa––, un gran pбjaro estб posado sobre el бrbol. Parece que tiene un pico de tamaсo considerable. Dirнa que es un pelнcano.
––No puedo felicitarlo por su alcance visual ––dijo el profesor––. No es un pelнcano ni se trata de un pбjaro, en realidad. Quizб le interese saber que logrй matar de un tiro a ese curioso ejemplar. Йsta fue la ъnica prueba absoluta de mis experiencias que pude traer conmigo.
––їEntonces lo tiene usted?
Por fin tenнamos una corroboraciуn tangible.
––Lo tenнa. Por desgracia se perdiу junto a tantas otras cosas, en el mismo accidente de la lancha que arruinу mis fotografнas. Intentй aferrarlo cuando desaparecнa entre los remolinos de los rбpidos, y parte del ala se me quedу en la mano. Cuando me sacaron a la orilla estaba yo inconsciente, pero el pobre vestigio de mi soberbio ejemplar estaba aъn intacto. Aquн lo tiene, ante usted.
Hizo aparecer de un cajуn algo que me pareciу que era la parte superior del ala de un gran murciйlago. Era un hueso curvo, de dos pies de largo, con un velo membranoso debajo.
––ЎUn murciйlago monstruosamente grande! ––sugerн.
––Nada de eso ––dijo el profesor severamente. Al vivir en una atmуsfera educada y cientнfica, no podнa concebir que los principios elementales de la zoologнa fueran tan poco conocidos––. їEs posible que usted ignore este hecho tan elemental en anatomнa comparada, o sea, que el ala de un pбjaro es en realidad el equivalente del antebrazo, en tanto que el ala de un murciйlago consiste en tres dedos alargados unidos entre sн por medio de membranas? Ahora bien: en este caso el hueso no es un antebrazo, ciertamente; y usted puede observar por sн mismo que йsta es una membrana ъnica que cuelga de un ъnico hueso. Por consiguiente no puede pertenecer a un murciйlago. Pero si no es un pбjaro ni un murciйlago, їquй es?
Mi parca provisiуn de conocimientos estaba agotada.
––Verdaderamente no lo sй ––le respondн.
El profesor abriу la obra clбsica que antes me habнa mostrado:
––Aquн tiene ––dijo seсalando la ilustraciуn de un extraordinario monstruo volador–– una excelente reproducciуn del dimorphodon o pterodбctilo, reptil volador del perнodo jurбsico. En la pбgina siguiente hay un diagrama del mecanismo de su ala. Tenga la amabilidad de compararlo con el ejemplar que tiene en su mano.
Una oleada de asombro me invadiу mientras miraba. Estaba convencido. No habнa escapatoria. La acumulaciуn de pruebas era arrolladora. El dibujo, las fotografнas, el relato y ahora aquel ejemplar concreto: la evidencia era total. Y lo dije: lo dije tan calurosamente porque sentнa que el profesor era un hombre incomprendido. Йl se recostу en su sillуn con los ojos entrecerrados y una sonrisa tolerante, caldeбndose en aquel sъbito resplandor solar.
––ЎEsto es lo mбs grande que he oнdo jamбs! ––dije, aunque el entusiasmo que me habнa invadido era mбs de carбcter periodнstico que cientнfico––. ЎEs colosal! Usted es un Colуn de la ciencia, que ha descubierto un mundo perdido. Lamento terriblemente que haya parecido que dudaba de usted. Es que todo era tan inimaginable. Pero cuando recibo una prueba sй comprenderla en lo que vale, y йsta deberнa ser suficiente para cualquiera.
El profesor ronroneaba de satisfacciуn.
––їY despuйs, seсor, quй hizo usted?
––Era la estaciуn lluviosa, seсor Malone, y mis provisiones estaban exhaustas. Explorй una parte de ese inmenso farellуn, pero no fui capaz de hallar una vнa para escalarlo. La roca piramidal sobre la cual vi el pterodбctilo al que matй despuйs era mбs accesible. Como soy algo alpinista, me las arreglй para escalar hasta la mitad del camino hacia la cumbre. Desde aquella altura podнa formarme una idea mбs clara de la meseta que se extendнa en lo alto de los riscos. Parecнa muy extensa; ni por el este ni por el oeste pude vislumbrar hasta dуnde llegaba el panorama de los riscos cubiertos de verdor. Abajo, se extendнa una regiуn pantanosa, llena de matorrales, abundante en serpientes, insectos y fiebres, que sirve de protecciуn natural a este extraсo paнs.
––їAdvirtiу usted alguna otra seсal de vida?
––No, seсor, ninguna; pero durante la semana que pasamos acampados al pie del farallуn, pudimos escuchar algunos ruidos muy extraсos que venнan de lo alto.
––їY el animal que dibujу el norteamericano? їCуmo explica usted que pudiera lograrlo?
––Lo ъnico que podemos suponer es que consiguiу subir hasta la cima y desde allн lo vio. Esto significa, por lo tanto, que existe un camino hasta arriba. Sabemos igualmente que debe ser muy dificultoso, pues de otro modo los monstruos habrнan bajado e invadido los territorios circundantes. їEstб claro, no es cierto?
––Pero, їcуmo llegaron hasta allн?
––No creo que el problema sea demasiado oscuro ––dijo el profesor––. No puede haber mбs que una explicaciуn. Como habrб usted oнdo decir, Sudamйrica es un continente granнtico. En este lugar exacto del interior debe haber ocurrido, en una йpoca muy remota, un enorme y sъbito levantamiento volcбnico. Debo seсalar que aquellos cerros son basбlticos y por lo tanto plutуnicos. Un бrea, quizб tan amplia como el condado de Sussex, fue alzada en bloque con todo su contenido viviente y separada del resto del continente por precipicios perpendiculares, cuya dureza desafнa la erosiуn. їCuбles fueron las consecuencias? Que las leyes naturales ordinarias quedaron en suspenso. Los diversos obstбculos que influyen en la lucha por la existencia en el resto del mundo quedaron allн neutralizados o alterados. Sobreviven seres que de otra manera habrнan desaparecido. Observarб que tanto el pterodбctilo como el estegosaurio pertenecen al perнodo jurбsico, o sea, que datan de una era muy grande en la sucesiуn de la vida. Han sido conservados artificialmente en virtud de esas condiciones accidentales y peculiares.
––Pero sin duda la prueba que usted aporta es concluyente. No tiene mбs que presentarla a las autoridades competentes.
––Eso es lo que ingenuamente habнa imaginado ––dijo con amargura el profesor––. Sуlo puedo informarle que no fue asн, y que me encontrй en cada ocasiуn con la incredulidad, nacida en parte de la estupidez y en parte de los celos. No forma parte de mi carбcter, seсor, el adular a nadie o el tratar de demostrar un hecho cuando mi palabra ha sido puesta en duda. Tras mi primera demostraciуn, no he condescendido a exhibir las pruebas confirmatorias que poseo. El tema se me ha hecho desagradable y ni quiero hablar de ello. Cuando hombres como usted, que representan la estъpida curiosidad del pъblico, han venido a perturbar mi vida privada, fui incapaz de acogerlos con una digna reserva. Admito que soy por naturaleza algo fogoso y si me provocan me inclino a la violencia. Me temo que usted ya lo habrб advertido. Acariciй mi ojo y permanecн silencioso.
––Mi esposa me ha reconvenido con frecuencia por ello, pero sigo pensando que cualquier hombre de honor sentirнa lo mismo: Sin embargo, esta noche me propongo ofrecer un ejemplo mбximo del dominio de la voluntad sobre las emociones. Le invito a usted a que estй presente en la exhibiciуn ––me alcanzу una tarjeta que estaba sobre su escritorio––. Allн podrб observar que el seсor Percival Waldron, un naturalista con cierta reputaciуn popular, darб una conferencia a las ocho y media en el salуn del Instituto Zoolуgico sobre el tema «El archivo de las edades». He sido especialmente invitado para estar presente en la tribuna y para promover un voto de agradecimiento al conferenciante. Al mismo tiempo, aprovecharй para lanzar, con infinito tacto y delicadeza, unas pocas observaciones que quizб despierten el interйs de la concurrencia y muevan a algunos oyentes a penetrar mбs profundamente en la materia. Nada polйmico, comprйndame, sino apenas una indicaciуn de que hay muchas mбs cosas debajo de la superficie. Voy a contener todos mis impulsos, y veremos si con esta actitud moderada puedo alcanzar resultados mбs favorables.
––їY puedo yo asistir? ––preguntй бvidamente.
––ЎClaro que sн! ––contestу cordialmente. Su afabilidad tenнa un estilo tan enormemente macizo que resultaba casi tan dominadora como su violencia. Su sonrisa benevolente era maravillosa de ver, cuando sus carrillos se henchнan de pronto como dos manzanas coloradas entre sus ojos entornados y su gran barba negra––. No deje de venir por nada del mundo. Serб reconfortante para mн saber que tengo un aliado en la sala, por mбs ineficaz e ignorante que sea acerca del tema. Intuyo que la concurrencia serб numerosa, porque Waldron, aunque es un perfecto charlatбn, tiene un considerable arraigo popular. Y bien, seсor Malone, ya le he dedicado mбs tiempo del que me habнa propuesto. El individuo no debe monopolizar lo que estб dirigido a todo el mundo. Me complacerб verlo esta noche en la conferencia. Mientras tanto, habrб comprendido que no debe publicar nada acerca del material que le he suministrado.
––Pero el seсor McArdle (el director de noticias de mi periуdico, sabe usted) querrб saber los resultados de mi gestiуn.
––Dнgale lo que le parezca. Entre otras cosas, puede decirle que si me envнa algъn otro intruso irй yo a visitarlo con una fusta. Pero dejo en sus manos el compromiso de que nada de esto se publique. Muy bien. Entonces, hasta las ocho y media en el Instituto Zoolуgico.
Cuando me despedнa con un gesto fuera del salуn, tuve una ъltima imagen de mejillas coloradas, barba azul rizada y ojos intolerantes.
Disiento!
Entre las sacudidas fнsicas que acompaсaron a mi primera entrevista con el profesor Challenger y las sacudidas mentales que ocurrieron durante la segunda, era yo un periodista bastante desmoralizado cuando volvн a hallarme en la calle, en Enmore Park. En mi dolorida cabeza palpitaba un solo pensamiento: el relato de aquel hombre eraverdadero, sin duda alguna. Tenнa una tremenda importancia y de йl saldrнan artнculos inusitados para la Gazene, cuando obtuviera permiso para publicarlos. Vi un taxi esperando al final de la calle, saltй a su interior y me hice conducir a la redacciуn. McArdle se hallaba en su puesto, como siempre.
––їY bien? ––exclamу lleno de expectaciуn––, їcуmo fue aquello? Pienso, joven, que ha estado usted en una guerra. No me diga que le ha atacado.
––Tuvimos algunas diferencias, al principio.
––ЎVaya con el hombre! їY quй hizo usted?
––Bueno, despuйs se volviу mбs razonable y tuvimos una charla. Pero no le saquй nada... nada que pueda publicarse, quiero decir.
––Yo no estoy tan seguro de eso. Ha salido usted con un ojo amoratado y eso es publicable. No podemos aceptar que reine el terror, seсor Malone. Debemos abrirle los ojos. Maсana le voy a dedicar un suelto que levantarб ampollas. Basta que usted me proporcione el material y yo me comprometo a marcar a fuego a ese fulano para siempre. «Profesor Mьnchhausen.» їQuй le parece como tнtulo de cabecera? O «Sir John Mandeville9 redivivo». O «Cagliostro»10. En suma, todos los impostores y fanfarrones de la historia. Lo mostrarй en mi artнculo tal como es: un farsante.
9. Viajero y escritor francйs del siglo xiv. Autor de Viaje de ultramar.
10. Alessandro, conde de Cagliostro (1743––1795). Farsante yaventurero italiano que visitу casi todas las cortes europeas. Su verdadero nombre era Giuseppe Balsamo.
––Yo no harнa eso, seсor.
––їY por quй no?
––Porque no es en modo alguno un impostor.
––ЎQuй! ––bramу McArdle––. ЎNo querrб usted decir que cree verdaderamente en esos chismes que cuenta sobre mamuts mastodontes y grandes serpientes de mar!
––Bueno, no sй nada de todo eso y no creo que el profesor sostenga nada de ese tipo. Pero sн creo que ha hallado algo nuevo.
––ЎPero hombre, por Dios, entonces escrнbalo usted!
––Es lo que estoy deseando; pero todo lo que sй me lo ha dicho confidencialmente y a condiciуn de que no lo escriba.
Condensй en pocas frases el relato del profesor y aсadн:
––Asн quedу el asunto.
McArdle parecнa sentir una profunda incredulidad:
––Y bien, seсor Malone ––dijo al fin––, hablemos de la reuniуn cientнfica de esta noche; de todos modos sobre eso no puede haber secretos. Supongo que ningъn periуdico informarб sobre ello, porque de Waldron han publicado notas al menos una docena de veces y nadie estб enterado de que Challenger va a intervenir. Si tenemos un poco de suerte podremos obtener la primicia sobre todos los demбs periуdicos. De todos modos, usted estarб allн y podrб traernos un reportaje bien completo. Le reservarй espacio hasta la medianoche.
Tuve un dнa muy ocupado y cenй temprano con Tarp Henry en el Savage Club, dбndole cuenta parcialmente de mis aventuras. Me escuchу con una sonrisa escйptica en su rostro enjuto y riу estruendosamente cuando oyу que el profesor me habнa convencido.
––Mi querido muchacho, en la vida real las cosas no suceden de ese modo. La gente no se topa con descubrimientos enormes y pierde luego las pruebas. Deje eso para los novelistas. Ese fulano estб tan lleno de trucos como la jaula del mono en el zoo. Todo eso es pura palabrerнa.
––Pero, їy el poeta americano?
––Nunca existiу.
––Vi su бlbum de dibujos.
––El бlbum de dibujos de Challenger.
––їCree que fue йl quien dibujу aquel animal?
––Claro que fue йl, їquiйn si no?
––Bueno, pero їy las fotografнas?
––No habнa nada en las fotografнas. Usted mismo admite que sуlo vio un pбjaro.
––Un pterodбctilo.
––Eso dice йl. Fue йl quien puso el pterodбctilo en su cabeza.
––Pero, їy los huesos?
––El primero lo sacу de un guisado irlandйs. El segundo lo improvisу para la ocasiуn. Si usted es hбbil y conoce el oficio, puede falsificar un hueso tan fбcilmente como una fotografia.
Comencй a sentirme inquieto. Tal vez, despuйs de todo, mi convencimiento habнa sido prematuro. De pronto tuve una idea feliz:
––їPor quй no viene ala reuniуn? ––le preguntй.
Tarp Henry me mirу pensativo.
––No es un personaje popular ese genial Challenger ––dijo––. Hay muchas personas que tienen cuentas que arreglar con йl. Dirнa que es el hombre mбs odiado de Londres. Si los estudiantes de medicina aparecen por allн, la burla no va a tener fin. No quiero meterme en un corral de osos.
––Deberнa usted, al menos, hacerle la justicia de oнrle exponer su caso.
––Bien, quizб sea lo justo. Estб bien. Cuente conmigo esta noche.
Cuando llegamos a la sala nos encontramos con una concurrencia mucho mбs numerosa de lo que esperбbamos. Una fila de coches elйctricos Brougham dejaba sus pequeсos cargamentos de profesores de blancas barbas, mientras una oscura corriente de peatones, menos privilegiados, cruzaba multitudinariamente el arco de entrada, indicando que la audiencia no serнa sуlo cientнfica sino tambiйn popular. En realidad, tan pronto como nos sentamos, comprobamos que un juvenil y bullicioso estado de бnimo se extendнa por la galerнa y los fondos de la sala. Al mirar detrбs de mн, pude ver filas de rostros con el tipo caracterнstico del estudiante de medicina. Por lo visto, todos los grandes hospitales habнan enviado sus respectivos contingentes. El talante de la audiencia era todavнa alegre, pero travieso. Se coreaban con entusiasmo trozos de canciones populares, lo cual constituнa un extraсo preludio para una disertaciуn cientнfica; y se advertнa ya una tendencia a la chanza personal, que prometнa a los demбs una velada jovial, aunque pudiese resultar embarazosa para quienes recibieran estos dudosos honores.
Asн, cuando apareciу sobre la plataforma el viejo doctor Meldrum, con su bien conocido sombrero clac de ala retorcida, se oyу la pregunta unбnime: «їDe dуnde sacу esa teja?», ante la cual se apresurу a quitбrselo, guardбndolo furtivamente bajo su silla. Cuando el gotoso profesor Wadley cojeу hasta su asiento, de todas partes de la sala brotaron afectuosas preguntas sobre el estado exacto de su pobre dedo gordo, lo cual motivу su evidente desconcierto. La mayor conmociуn de todas, sin embargo, fue la entrada de mi nueva amistad, el profesor Challenger, cuando pasу a ocupar su asiento en el extremo de la primera fila del estrado. En cuanto su barba negra se asomу por la esquina, estallу tal alarido de bienvenida que empecй a sospechar que Tarp Henry habнa acertado en sus conjeturas y que tales grupos no estaban allн simplemente por aficiуn a la conferencia sino porque habнa cundido el rumor de que el famoso profesor iba a intervenir en el debate.
Hubo tambiйn algunas risas benйvolas ante su entrada, que provenнan de los bancos delanteros, ocupados por espectadores bien vestidos, como si la demostraciуn de los estudiantes en la ocasiуn no les hubiese resultado inconveniente. La salutaciуn, en realidad, se tradujo en una espantosa algarabнa, semejante a los rugidos de los moradores de una jaula de fieras carnнvoras cuando escuchan a distancia el paso del guardiбn que llega con el cubo de la comida. Quizб habнa algo ofensivo en todo aquello, pero a mн me impresionу, principalmente, como un simple vocerнo bullicioso, la ruidosa recepciуn de un personaje que los divertнa e interesaba a la vez, mбs que la proporcionada a alguien que les resultase antipбtico y despreciable. Challenger se sonreнa con una expresiуn de menosprecio tolerante y aburrido, como harнa un hombre bondadoso ante los ladridos de una camada de cachorros. Tomу asiento despacio, sacу pecho, se acariciу su barba de arriba abajo y examinу con ojos entrecerrados y altaneros la colmada sala que tenнa delante. Aъn no se habнa apagado el alboroto provocado por su llegada cuando se abrieron camino hasta el proscenio el profesor Murray, el presidente, y el seсor Waldron, el conferenciante, dando entonces comienzo el acto.
El profesor Murray me disculparб, seguramente, si digo que tenнa el defecto, comъn a muchos ingleses, de ser inaudible. Uno de los extraсos misterios de la vida moderna es que haya gente que tiene algo que decir y que merece ser oнda pero no se toma el menor trabajo en aprender a hacerse escuchar. Sus mйtodos eran tan razonables como los de alguien que quisiera verter una materia preciosa desde la fuente al depуsito a travйs de una tuberнa obstruida y que podrнa destaparse con un pequeсo esfuerzo. El profesor Murray hizo algunas profundas observaciones a su corbata blanca y a la garrafa de agua que estaba sobre la mesa, con algunos apartes humorнsticos y chispeantes al candelero de plata que tenнa a su derecha. Luego se sentу y el seсor Waldron, el famoso conferenciante, se puso de pie entre un generalizado murmullo de aplausos. Era un hombre torvo, enjuto, de бspera voz y maneras agresivas, pero que tenнa el mйrito de saber asimilar las ideas de los demбs, haciйndolas circular de manera que resultasen inteligibles y hasta interesantes para el pъblico profano, con la afortunada cualidad de resultar entretenido en los temas mбs inverosнmiles; de tal modo, la precesiуn de los equinoccios o las etapas de la formaciуn de un vertebrado se convertнan, tratados por йl, en un desarrollo expositivo del mбs elevado humorismo.
En esta oportunidad desplegу ante nosotros, en un lenguaje siempre claro y a veces pintoresco, una visiуn a vuelo de pбjaro del proceso de la creaciуn, tal como lo interpreta la ciencia. Nos hablу del globo terrбqueo, esa masa inmensa de gas inflamado, fulgurando a travйs de los cielos. Luego describiу la solidificaciуn, el enfriamiento y los plegamientos que formaron las montaсas; el vapor convirtiйndose en agua, la lenta preparaciуn del escenario en que habнa de representarse el inexplicable drama de la vida. Al tratar del origen de la vida misma, hizo gala de una discreta vaguedad. Era cabalmente cierto, declarу, que los gйrmenes de la misma no podrнan haber sobrevivido a la calcinaciуn inicial. Por consiguiente, vinieron despuйs. їSe habнan formado a partir de los elementos inorgбnicos y en estado de enfriamiento que existнan en el globo? Era muy probable. їHabrнan llegado los gйrmenes desde el espacio exterior, transportados por meteoritos? Era difнcilmente concebible. En general, demostrarнa ser el mбs sabio quien se mostrase menos dogmбtico acerca de este punto. No hemos podido ––o al menos aъn no se ha logrado hasta la fecha–– fabricar materia orgбnica en nuestros laboratorios a partir de materiales inorgбnicos. Nuestra quнmica no ha conseguido todavнa tender un puente sobre el abismo que separa lo muerto de lo vivo. Pero hay una quнmica aъn mбs elevada y sutil, la que crea la Naturaleza, que, trabajando con fuerzas enormes durante prolongadas edades, podrнa muy bien producir resultados que son imposibles para nosotros. Ahн podrнamos dejar lacuestiуn.
Esto llevу al conferenciante a la gran escala de la vida animal, comenzando por el tramo mбs bajo, los moluscos y los dйbiles seres marinos, para ir subiendo, paso a paso, por los reptiles y los peces, hasta que llegamos, al fin, al cangurorata, un animal que parнa ya vivas a sus crнas y que es el ancestro directo de todos los mamнferos y, presumiblemente, de todos los miembros de esta audiencia. («No, no», se oyу decir a un estudiante escйptico de la ъltima fila.) Si el caballerito de la corbata colorada que gritу: «No, no» y que presumiblemente creнa haber sido empollado dentro de un huevo tenнa la bondad de acercarse a йl despuйs de la conferencia, tendrнa mucho gusto en examinar semejante curiosidad. (Risas.) Resultaba extraсo pensar que el punto culminante de todo el secular proceso seguido por la Naturaleza hubiese sido la creaciуn de este caballero de la corbata colorada. Pero їes que ese proceso se habнa detenido? їPodнa tomarse a ese caballero como el tipo definitivo, el «no va mбs» del desarrollo? Confiaba en no lastimar los sentimientos del caballero de la corbata colorada si sostenнa que, cualesquiera que fuesen las virtudes que tal caballero poseнa en su vida privada, todos los vastos procesos del universo no quedaban plenamente justificados si sуlo conducнan a su creaciуn. La evoluciуn no era una fuerza extinguida, sino en plena acciуn, y que se reservaba realizaciones aъn mayores.
Habiйndose burlado a su gusto del interruptor, entre las risas generales del pъblico, el conferenciante retornу a su pintura del pasado: el desecamiento de los mares, la apariciуn de los bancos de arena, la vida viscosa y perezosa que se acumulу en sus mбrgenes, las superpobladas lagunas, la tendencia de las criaturas marinas a buscar refugio en los fondos barrosos, la abundancia de alimentos que allн les esperaba y su enorme desarrollo consiguiente. De aquн, damas y caballeros ––aсadiу––, derivу aquella espantosa progenie de saurios que aъn pone miedo en nuestros ojos cuando los vemos en los esquistos de Wealden o de Solenhofen, pero que, afortunadamente, se extinguieron mucho antes de que la humanidad hiciese su primera apariciуn sobre este planeta.
––ЎDisiento! ––bramу una voz desde el estrado.
El seсor Waldron era un estricto hombre de orden, con un don para el humorismo бcido, como lo habнa demostrado cuando apabullу al caballero de la corbata colorada, por lo cual resultaba peligroso interrumpirle. Pero esta interjecciуn imprevista le pareciу tan absurda que no supo cуmo reaccionar. Debiу de sentirse como el shakespeariano cuando se ve confrontado con un rancio adepto de Bacon 11, o como el astrуnomo que es atacado por un fanбtico creyente en que la tierra es plana. Hizo una breve pausa y luego, alzando la voz, repitiу lentamente las palabras:
11. Una antigua polйmica literaria surgiу de la teorнa de que Francis Bacon (1561––1626), famoso cientнfico inglйs, era el verdadero autor de las obras de Shakespeare.
––Se extinguieron antes de la apariciуn del hombre.
––ЎDisiento! ––bramу de nuevo la voz.
Waldron, asombrado, paseу la vista por la fila de profesores que ocupaban el estrado, hasta que sus ojos se detuvieron sobre la figura de Challenger, que estaba arrellanado en su silla, con los ojos cerrados y una expresiуn divertida, como si se sonriera en sueсos.
––ЎAh, ya veo! ––dijo Waldron encogiйndose de hombros––. Es mi amigo el profesor Challenger.
Y reanudу su disertaciуn, entre las risas del pъblico, como si aquello fuese una explicaciуn definitiva y no necesitase decir nada mбs.
Pero el incidente estaba lejos de haber tocado a su fin. Cualquier senda que el conferenciante tomaba para internarse en las frondosidades del pasado parecнa conducirlo invariablemente a alguna afirmaciуn acerca de la vida prehistуrica ya extinguida, que instantбneamente provocaba el consabido mugido de toro del profesor. El auditorio empezу a preverlo y rugнa con satisfacciуn cada vez que se repetнa. Los compactos bancos de los estudiantes se unieron a los demбs y cada vez que se abrнan las barbas de Challenger, y antes que cualquier sonido surgiese de su boca, cien voces prorrumpнan en un alarido de «Ўdisiento!» al que respondнan gritos de «Ўorden!» y «Ўquй vergьenza!» provenientes de muchas otras. A pesar de que Waldron era un conferenciante empedernido y un hombre fuerte, quedу aturdido. Vacilу, tartamudeу, se enredу en un largo pбrrafo y por fin se volviу furiosamente contra la causa de sus tribulaciones.
––ЎEsto es verdaderamente intolerable! ––gritу, lanzando una mirada fulminante hacia el estrado––. Debo pedirle, profesor Challenger, que cese en sus interrupciones ignorantes y maleducadas.
Hubo un cuchicheo general en la sala y los estudiantes se quedaron quietos, llenos de placer, al ver cуmo se querellaban entre sн los altos dioses del Olimpo. Challenger alzу lentamente de la silla su cuerpo voluminoso.
––Y yo, a mi vez, seсor Waldron––dijo––, debo pedirle que deje de hacer afirmaciones que no concuerdan estrictamente con los hechos cientнficos.
Estas palabras desencadenaron una tempestad. «ЎQuй vergьenza!», «Ўquй vergьenza!», «Ўdйjenlo hablar!», «Ўйchenle fuera!», «Ўarrуjenle del escenario!», «Ўjuego limpio!» eran las sugerencias que se distinguнan entre el bramido general de diversiуn o disgusto. El presidente se habнa puesto de pie, aleteando con las dos manos y balando excitado: «Profesor Challenger.. puntos de vista... personales... despuйs»; esas frases emergнan como sуlidos picachos entre las nubes de su inaudible refunfuсo. El interruptor hizo una reverencia, sonriу, se alisу la barba y volviу a repantigarse en su asiento. Waldron, muy acalorado y combativo, continuу con sus observaciones. Aquн y allб, al hacer una afirmaciуn, lanzaba una mirada venenosa a su oponente, que parecнa estar dormitando profundamente, con la misma sonrisa amplia y feliz impresa en su cara.
Por fin terminу la conferencia... Me inclino a pensar que fue un final prematuro, porque la perorata fue apresurada e inconexa. El hilo de la argumentaciуn habнa sido cortado brutalmente y el auditorio estaba inquieto y expectante. Waldron se sentу y, tras algunos graznidos del presidente, el profesor Challenger se levantу y avanzу hasta el borde de la tribuna. Copiй textualmente su discurso, en interйs de mi periуdico.
––Seсoras y caballeros ––comenzу, entre sostenidas interrupciones del fondo del salуn––: perdуn, seсoras, caballeros y niсos. Pido disculpas por haber omitido, inadvertidamente, a una parte considerable de esta concurrencia. (Hay un tumulto, durante el cual el profesor se mantiene con una mano levantada y mueve su enorme cabeza con asentimientos benйvolos, como si estuviese impartiendo una bendiciуn pontifical a la muchedumbre.) He sido elegido para promover un voto de agradecimiento al seсor Waldron por la arenga, tan pintoresca e imaginativa, que acabamos de escuchar. Hubo puntos, en ella, con los cuales disiento, y ha sido mi deber seсalarlos a medida que surgнan; pero no es menos cierto que el seсor Waldron ha cumplido bien con su objetivo, porque йste consistнa en dar una sencilla e interesante relaciуn de cуmo йl concibe que ha sido la historia de nuestro planeta. Las conferencias populares de divulgaciуn cultural son las mбs fбciles de comprender, pero el seсor Waldron ––aquн lanzу un guiсo resplandeciente de alegrнa al conferenciante–– me disculparб si digo que son inevitablemente superficiales y engaсosas, ya que es necesario graduarlas para que sean comprendidas por un auditorio ignorante. (Aplausos irуnicos.) Las conferencias populares son parбsitas por naturaleza. (Airados gestos de protesta del seсor Waldron.) Explotan, por dinero o por fama, la obra que han realizado cofrades indigentes y desconocidos. El mбs pequeсo descubrimiento obtenido en el laboratorio, un solo ladrillo aсadido al templo de la ciencia, tienen un peso enormemente mayor que una exposiciуn de segunda mano que permite pasar una hora de ocio, pero que no deja tras de sн ningъn resultado positivo. Expongo estas reflexiones evidentes sin el menor deseo de rebajar al seсor Waldron en particular, sino para que ustedes no pierdan el sentido de las proporciones y confundan al acуlito con el sumo sacerdote. (En ese momento, el seсor Waldron susurrу algo al oнdo del presidente, que medio se levantу y dirigiу severamente la palabra a su garrafa de agua.) ЎPero basta ya de esto! (Fuertes y prolongados aplausos.) Permнtanme pasar a un tema de mбs amplio interйs. їCuбl ha sido el punto especнfico sobre el cual yo, como investigador original, he discutido la exactitud de nuestro conferenciante? Fue acerca de la permanencia de ciertos tipos de vida animal sobre la tierra. No hablo sobre esta materia como un aficionado ni tampoco, debo aсadir, como un conferenciante popular; hablo como alguien cuya conciencia cientнfica lo obliga a adherirse estrictamente a los hechos. Por eso digo que el seсor Waldron estб muy equivocado al suponer que, porque йl nunca vio personalmente un asн llamado animal prehistуrico, puede dar por sentado que esos seres no existen. Ellos son, en verdad, nuestros ascendientes, como йl ha dicho; pero son tambiйn, si se me permite la expresiуn, nuestros ascendientes contemporбneos, a los que aъn podemos hallar, con todas sus espantosas y formidables caracterнsticas, si tenemos la energнa y la audacia necesarias para buscar sus guaridas. Existen aъn seres que supuestamente pertenecen a la edad jurбsica, monstruos capaces de atrapar y devorar a los mбs grandes y feroces de nuestros mamнferos. (Gritos de «Ўtonterнas!», «Ўdemuйstrelo!», «їcуmo lo sabe usted?», «Ўdisiento!».) їQue cуmo lo sй?, me preguntan ustedes. Lo sй porque he visitado sus secretas guaridas. Lo sй porque he visto algunos de ellos. (Aplausos, tumulto, y una voz que grita: «ЎMentiroso!».) Creo haber oнdo que alguien me ha llamado mentiroso. їQuerrнa la persona que me ha llamado mentiroso tener la amabilidad de ponerse de pie para que yo lo conozca? (Una voz: «ЎAquн estб, seсor!», y de entre un grupo de estudiantes alzan en vilo a un hombrecito inofensivo, con gafas, que se debate violentamente.) їEs usted quien se ha atrevido a llamarme mentiroso? («ЎNo, seсor, no!», vociferу el acusado, y desapareciу como un muсeco de caja de sorpresas.) Si hay alguien que osa poner en duda mi veracidad, tendrй mucho gusto en cambiar algunas palabras con йl despuйs de la conferencia. («ЎMentiroso!».) їQuiйn ha dicho eso? (Otra vez el inofensivo individuo, agitбndose como un desesperado, emerge elevado muy en alto.) Si voy por ahн... (Responde un coro general de «ven, amor, ven», que interrumpiу el acto durante unos momentos, mientras el presidente, puesto en pie y agitando sus dos brazos, parecнa estar dirigiendo la mъsica. El profesor, con el rostro sonrojado, las ventanas de la nariz dilatadas y la barba erizada, estaba ya de un humor temible.) Todos los grandes descubridores se enfrentaron con la misma incredulidad... el estigma infalible de una generaciуn de idiotas. Cuando se les ponen delante los grandes hechos, carecen de la intuiciуn y la imaginaciуn que los ayudarнan a comprenderlos. Sуlo saben arrojar cieno a los hombres que han arriesgado sus vidas para abrir nuevos campos a la ciencia. ЎPersiguen ustedes a los profetas! Galileo, Darwin y... (Ovaciуn prolongada y total interrupciуn.)
Todo esto estб transcrito de las apresuradas notas que tomй en el mismo momento, y que sуlo dan una lejana nociуn del caos absoluto a que se habнa reducido para entonces la asamblea. El alboroto era tan terrorнfico que varias seсoras se habнan batido en retirada a toda prisa. Serios y reverendos profesores parecнan haberse dejado arrastrar por el espнritu que allн prevalecнa, con la misma animosidad que los estudiantes, y vi cуmo hombres de blancas barbas se levantaban y blandнan los puсos contra el obstinado profesor. Todo el colmado auditorio hervнa y se agitaba como un caldero en ebulliciуn. El profesor dio un paso adelante y levantу ambas manos. Habнa en aquel hombre tal emanaciуn de grandeza, respeto y virilidad que el vocerнo y el alboroto fueron cediendo gradualmente ante su gesto dominador y sus ojos imperiosos. Daba la impresiуn de que iba a pronunciar un mensaje definitivo. Todos se callaron para escucharle.
––No los retendrй demasiado ––dijo––. No vale la pena. La verdad es la verdad y el alboroto de unos cuantos jуvenes tontos (y, debo agregar, el que hacen sus profesores, tan tontos como ellos) no puede afectar al asunto. Yo sostengo que he abierto a la ciencia un nuevo campo. Ustedes lo impugnan. (Aplausos.) Entonces yo los colocarй ante la prueba. їQuieren autorizar a uno o a varios de entre ustedes mismos para que viajen como representantes suyos y comprueben mis afirmaciones en su nombre?
Se alzу de entre la concurrencia el seсor Summerlee, veterano profesor de anatomнa comparada. Era un hombre alto, delgado, agrio, con el aspecto mustio de un teуlogo. Dijo que deseaba preguntar al profesor Challenger si los resultados a que habнa aludido en observaciones habнan sido obtenidos durante una excursiуn a las fuentes del Amazonas hecha por йl dos aсos antes.
El profesor Challenger respondiу que sн.
El seсor Summerlee deseaba saber tambiйn cуmo era que el profesor Challenger proclamaba haber hecho descubrimientos en unas regiones que habнan sido previamente exploradas por Wallace, Bates y otros viajeros de reconocida autoridad cientнfica.
El profesor Challenger respondiу que el seсor Summerlee parecнa confundir el Amazonas con el Tбmesis; que aquйl era en realidad algo mayor; y que tal vez le interesase saber al seсor Summerlee que junto con el Orinoco, que comunicaba con йl, el Amazonas daba acceso a una comarca de alrededor de ciento cincuenta mil millas de extensiуn, y que no era imposible que en una extensiуn tan vasta alguna persona hallase lo que a otras les hubiese pasado inadvertido.
El seсor Summerlee declarу, con бcida sonrisa, que estimaba en todo su valor la diferencia entre el Tбmesis y el Amazonas, la cual consistнa en que cualquier afirmaciуn sobre el primer rнo podнa comprobarse, mientras no se podнa respecto del segundo. Le agradecerнa al profesor Challenger si йste podнa dar la latitud y la longitud del paнs en que podнan hallarse esos animales prehistуricos.
El profesor Challenger replicу que йl se reservaba esa informaciуn porque tenнa buenas razones para ello, pero que estaba preparado para darla, con las apropiadas precauciones, a un comitй elegido entre la audiencia. їQuerrнa el seсor Summerlee participar en dicho comitй y comprobar personalmente el relato?
SEСOR SUMMERLEE: Sн, estoy dispuesto. (Grandes aplausos.)
PROFESOR CHALLENGER: Pues entonces le garantizo que pondrй en sus manos los materiales necesarios para que pueda hallar el camino. Sin embargo, puesto que el seсor Summerlee va a comprobar mis afirmaciones, serнa justo que yo, a mi vez, disponga de uno o mбs acompaсantes que lo controlen a йl. No quiero disimular ante ustedes que habrб dificultades y peligros allб. El seсor Summerlee necesitarб la compaснa de un colega mбs joven. їPuedo pedir voluntarios?
Asн es como surgen las grandes crisis en la vida del hombre. їPodнa yo imaginar, cuando entrй en aquella sala, que estaba a punto de empeсarme en una aventura mucho mбs descabellada de todo lo que podнa haber soсado? Y Gladys... їno era йsta la autйntica oportunidad de que ella hablaba? Gladys me habrнa dicho que fuese. Me puse de pie de un salto. Ya estaba hablando, aunque no habнa preparado mis palabras. Tarp Henry tiraba de los faldones de mi chaqueta y le oн susurrar: «ЎSiйntese, Malone! ЎNo se porte pъblicamente como un asno!». Al mismo tiempo advertн que un hombre alto, delgado, de cabello rojizo oscuro, situado algunas filas por delante de mн, tambiйn se habнa puesto de pie. Se volviу a mirarme con ojos duros y colйricos, pero me neguй a darle paso.
––Yo irй, seсor presidente ––repetн una y otra vez.
––ЎSu nombre! ЎSu nombre! ––clamaba la audiencia.
––Mi nombre es Edward Dunn Malone, soy informador de la Daily Gazette; afirmo que soy un testigo absolutamente libre de prejuicios.
––їY usted, seсor, cуmo se llama? ––preguntу el presidente a mi rival, el hombre alto.
––Soy lord John Roxton. He recorrido ya el Amazonas, conozco toda la comarca y me encuentro especialmente calificado para esta investigaciуn.
––La reputaciуn de lord Roxton como deportista y viajero es mundialmente conocida, desde luego ––dijo el presidente––; al mismo tiempo, serнa ciertamente muy apropiado que un miembro de la prensa tomase parte en una expediciуn semejante.
––Pues entonces propongo ––dijo el profesor Challengerque estos dos caballeros sean elegidos como representantes de esta asamblea para que acompaсen al profesor Summerlee en su viaje para investigar e informar acerca de la verdad de mis declaraciones.
Asн, entre aclamaciones y aplausos, quedу decidido nuestro destino, y yo me hallй a la deriva en medio de la corriente humana que se arremolinaba hacia la puerta, con mi mente medio aturdida por aquel nuevo y vasto proyecto que de manera tan repentina se alzaba ante mн. Cuando salн del salуn, tuve la momentбnea visiуn del tropel de estudiantes que corrнan riendo por la acera, y de un brazo que enarbolaba un pesado paraguas, que se alzaba y caнa sobre ellos. Entonces, entre una mezcla de gruсidos y aplausos, el coche elйctrico del profesor Challenger se deslizу desde el bordillo de la acera y me encontrй caminando bajo las argentadas luces de Regent Street, rebosando de pensamientos sobre Gladys y sobre los enigmas que se abrнan en mi futuro.
De pronto, sentн que me tocaban el c
Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 68 | Нарушение авторских прав
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