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Es la cosa mбs grandiosa del mundo

I. Los heroнsmos nos rodean por todas partes | Pruebe fortuna con el profesor Challenger | Maсana nos perderemos en lo desconocido | Los guardianes exteriores del nuevo mundo | ЇQuiйn podнa haberlo previsto? | Han ocurrido las cosas mбs extraordinarias | Por una vez fui el hйroe | Todo era espanto en el bosque | Una escena que no olvidarй jamбs | Йstas fueron las verdaderas conquistas |


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  1. LA MUJER EN EL MUNDO LABORAL
  2. Los guardianes exteriores del nuevo mundo

 

Apenas cerrada la puerta de la calle, la seсora Challenger saliу del comedor como una flecha. La mujercita estaba de un humor terrible. Le cerrу el paso a su marido como una gallina enfurecida que hiciera frente a un bulldog. Era evi­dente que me habнa visto salir, pero no habнa advertido mi retorno.

––ЎEres una bestia, George! ––gritу––. Has lastimado a ese joven tan amable.

Йl seсalу hacia atrбs con su dedo pulgar.

––Ahн estб, sano y salvo detrбs de mн.

Ella se quedу confusa, y no sin motivo.

––Perdone. No le habнa visto.

––Le aseguro, seсora, que todo estб bien.

––ЎHa dejado marcas en su cara, pobrecillo! ЎOh, George, quй bruto eres! Semana tras semana no hemos tenido mбs que escбndalos. Todos te empiezan a aborrecer y se bur­lan de ti. Has acabado con mi paciencia. No soporto mбs.

––La ropa sucia... ––tronу йl.

––No es ningъn secreto ––exclamу ella––. їNo sabes que toda la calle, para el caso todo Londres...? Austin, retнrese, no lo necesitamos aquн. їNo sabes que todos hablan de ti? їDуnde estб tu dignidad? Tъ, que deberнas estar como regius profes­sor en una gran universidad, con mil alumnos reverenciбn­dote... їDуnde estб tu dignidad, George?

––їY quй me dices de la tuya, querida?

––Estбs acabando con mi paciencia. Un matуn, un matуn pendenciero y vulgar: eso es lo que te has vuelto.

––Sй buena, Jessie.

––ЎUn matуn escandaloso y lleno de furia!

––ЎEsto ya es demasiado! ЎAl banquillo de penitencia! ––di­jo йl.

Para mi asombro, le vi inclinarse, levantar en vilo a su es­posa y sentarla en un alto pedestal de mбrmol negro que ha­bнa en un бngulo del vestнbulo. Tendrнa al menos siete pies de altura y era tan estrecho que sуlo con dificultad conseguнa ella mantener el equilibrio. Me resultaba dificil imaginar un espectбculo mбs absurdo que el que ella presentaba, allн en­caramada, con su rostro convulso de ira, los pies balanceбn­dose en el aire y su cuerpo rнgido por el temor de una caнda.

––ЎDйjame bajar! ––gemнa.

––Di «por favor».

––ЎEres un bruto, George! ЎBбjame enseguida!

––Venga a mi despacho, seсor Malone.

––La verdad, seсor... ––dije, mirando a la dama.

––Aquн estб el seсor Malone que aboga en tu defensa, Jes­sie. Di «por favor» y te bajo enseguida.

––ЎOh, quй bestia eres! ЎPor favor! ЎPor favor!

La bajу al suelo como si hubiese sido un canario.

––Es preciso que te comportes bien, querida. El seсor Ma­lone es un periodista. Maсana lo publicarб todo en su perio­dicucho y se venderб una docena extra de ejemplares entre nuestros vecinos. «Curiosa historia en el mundo de la clase alta» (estabas bastante alta sobre ese pedestal, їno es cier­to?). Y luego un subtнtulo: «Ojeada a un extraсo matrimo­nio». Este seсor Malone es un devorador de carroсa, que se alimenta de inmundicia, como todos los de su especie –– por­ cus ex grege diaboli––, un cerdo de la piara del diablo. їQuй le sucede, Malone?

––Es usted realmente intolerable ––le dije acaloradamente. El profesor soltу la risa en forma de mugido.

––Ya tenemos aquн una coaliciуn ––gritу con su voz atrona­dora, mirando a su mujer y luego a mн, mientras ahuecaba su enorme pecho.

Pero de pronto alterу su tono, diciendo:

––Disculpe estas frнvolas chanzas familiares, seсor Malo­ne. Le pedн que volviese con un propуsito mucho mбs serio que el de mezclarlo en nuestras pequeсas bromas domйsti­cas. Largo de aquн, mujercita, y no te enojes.

Puso una manaza en cada uno de sus hombros:

––Todo lo que dices es la pura verdad. Si yo hiciese caso de tus consejos serнa un hombre mucho mejor de lo que soy. Pero ya no serнa del todo George Edward Challenger. Hay muchнsimos hombres mejores, querida, pero sуlo un G. E. C. De modo que debes sacar de mн lo mejor que puedas.

Sъbitamente le dio un sonoro beso, que me desconcertу aъn mбs que su anterior violencia.

––Y ahora, seсor Malone ––prosiguiу con un gran acceso de dignidad––, sнgame, por favor.

Volvimos a entrar en la habitaciуn que habнamos dejado tan tumultuosamente diez minutos antes. El profesor cerrу cuidadosamente la puerta una vez adentro, me condujo has­ta un sillуn y puso una caja de cigarros bajo mi nariz.

––Autйnticos San Juan Colorado ––dijo––. Las personas ex­citables como usted mejoran con los narcуticos. ЎCielos! ЎNo muerda la punta! ЎCorte, cуrtela con reverencia! Y ahora re­clнnese allн y escuche atentamente cuanto me dispongo a de­cirle. Si llega a ocurrнrsele alguna observaciуn, resйrvela para una ocasiуn mбs oportuna.

»Ante todo, lo que se refiere a su retorno a mi casa des­puйs de su mбs que justificada expulsiуn ––adelantу su barba y me mirу fijamente, como desafiбndome a que lo contradijese––, despuйs, como decнa, de su bien merecida expulsiуn. La razуn ha sido su respuesta a ese policнa entrometido, en la cual me pareciу distinguir un tenue resplandor de buenos sentimientos por parte suya. Por lo menos, una mayor pro­porciуn de la que estoy acostumbrado a asociar con los de su profesiуn. Al admitir que era usted quien tenнa la culpa del incidente, demostrу poseer cierta amplitud mental y una altura de miras que me predispusieron en su favor. La sub­especie de la raza humana a la cual usted pertenece, por desgracia, siempre ha estado por debajo de mi horizonte mental. Sus palabras lo elevaron de pronto por encima de aquйlla, e hicieron que me fijase en usted seriamente. Por esa razуn le pedн que regresara conmigo, cuando me sentн dis­puesto a conocerlo mбs a fondo. Tenga la amabilidad de de­positar la ceniza en la bandejita japonesa que estб sobre la mesa de bambъ que tiene junto a su codo izquierdo.

Todo esto fue dicho estentуreamente, como cuando un profesor se dirige en clase al conjunto de todos sus alumnos. Habнa empujado su sillуn giratorio para quedar frente a mн, y allн sentado parecнa inflarse como una enorme rana toro 7, con la cabeza echada hacia atrбs y los ojos medio ocultos bajo sus ceсudos pбrpados. De pronto se volviу de costado con su si­llуn giratorio y todo lo que pude ver de йl fueron sus cabellos enmaraсados y una oreja roja y protuberante. Estaba escar­bando entre un montуn de papeles en desorden que tenнa so­bre su escritorio. Al fin se volviу hacia mн con algo que parecнa un estropeadнsimo cuaderno de dibujo entre sus manos.

 

7. Rana estadounidense de gran tamaсo que puede alcanzar hasta 20 centнmetros de largo y cuya voz potentнsima se parece al mugido del toro.

 

––Voy a hablarle a usted acerca de Sudamйrica ––dijo––. Sin comentarios, por favor. Para comenzar, quiero que sepa que nada de lo que voy a decirle ahora debe ser repetido en pъ­blico, de cualquier clase que sea, hasta que tenga usted mi autorizaciуn expresa. De acuerdo a toda humana probabili­dad, esa autorizaciуn no la tendrб jamбs. їEstб claro?

––Es muy duro eso ––comentй––. Seguramente un relato jui­cioso...

Volviу a colocar el libro de apuntes sobre la mesa.

––Hemos terminado. Le deseo muy buenos dнas.

––ЎNo, no! ––exclamй––. Me someto a todas las condiciones. Por lo que alcanzo a ver, no tengo ninguna opciуn.

––Ni la mбs mнnima ––respondiу.

––Bueno, entonces acepto.

––їPalabra de honor?

––Palabra de honor.

Me mirу con expresiуn de duda en sus ojos insolentes.

––Despuйs de todo, їquй sй yo de su honor?

––ЎPalabra, seсor ––exclamй agriamente––, que se estб to­mando usted libertades muy grandes! Nadie me ha insulta­do asн en toda mi vida.

Mi explosiуn pareciу interesarle, en lugar de fastidiarlo.

––Cabeza redonda, braquicйfalo, ojos grises, pelo negro, con sugerencias negroides. їUn celta, verdad?

––Soy irlandйs, seсor.

––їIrlandйs, irlandйs?

––Sн, seсor.

––Naturalmente, eso lo explica todo. Veamos: me ha pro­metido usted que mis confidencias serбn respetadas, їno es cierto? Le advierto que estas confidencias no serбn comple­tas ni mucho menos. Pero estoy dispuesto a darle unas pocas indicaciones que pueden ser de interйs. En primer lugar, probablemente ya estarб usted enterado de que hace dos aсos hice un viaje a Sudamйrica: una expediciуn que llegarб a ser clбsica en la historia cientнfica del mundo. El objeto de mi viaje era verificar algunas conclusiones obtenidas por Wallace y Bates, algo que sуlo era posible observando los he­chos referidos en condiciones idйnticas a las que ellos ha­bнan registrado. Si mi expediciуn no hubiese conseguido otros resultados, igualmente habrнa sido notable; pero mientras estaba allн presenciй un curioso incidente que abriу ante mн lнneas de investigaciуn completamente inйdi­tas.

»Sabrб usted ––aunque probablemente no lo sepa, vivien­do como vive en esta йpoca educada a medias–– que las co­marcas que rodean el Amazonas estбn sуlo parcialmente ex­ploradas, y que gran nъmero de afluentes, muchos de los cuales ni figuran en los mapas, desembocan en el rнo princi­pal. Me habнa propuesto visitar esa regiуn poco conocida y apartada para examinar su fauna, que me proporcionу ma­teriales para varios capнtulos de esa grande y monumental obra sobre zoologнa que se convertirб en la justificaciуn de mi vida. Regresaba ya, cumplida mi labor, cuando tuve oca­siуn de pasar una noche en una pequeсa aldea india que se hallaba en el punto en que cierto afluente ––cuyo nombre y posiciуn me reservo–– desemboca en el Amazonas. Los indн­genas eran indios cucamas, raza afable pero degradada, cuya capacidad mental es apenas superior a la del londinen­se medio. Habнa yo efectuado algunas curaciones entre ellos, durante mi viaje rнo arriba, y los habнa impresionado consi­derablemente con mi personalidad. Por eso no me sorpren­diу que esperasen ansiosamente mi regreso. Por las seсas que me hacнan, supuse que alguien necesitaba con urgencia mis servicios mйdicos y seguн al jefe a una de sus chozas. Al entrar descubrн que el enfermo que deseaban que auxiliase acababa de expirar. Para mi sorpresa, no era un indio sino un hombre blanco. En verdad, debo decir era un hombre blanquнsimo, porque tenнa el pelo color de lino y algunas ca­racterнsticas de un albino. Vestнa ropas harapientas, estaba muy demacrado y mostraba todas las seсales de haber sufri­do prolongadas penurias. Por lo que pude entender de los relatos de los indнgenas, les era completamente desconocido y habнa llegado hasta su aldea a travйs de los bosques solo y en el ъltimo grado del agotamiento.

»La mochila del hombre estaba junto a su camastro y exa­minй su contenido. Su nombre estaba escrito en una tablilla que habнa dentro: "Maple White, Lake Avenue, Detroit, Mi­chigan". He aquн un nombre ante el cual siempre estarй dis­puesto a quitarme el sombrero. Creo que no exagero si digo que su nombre figurarб al mismo nivel que el mнo cuando llegue el momento de repartir el crйdito de este asunto.

»El contenido de la mochila mostraba de manera evidente que ese hombre habнa sido un artista y un poeta en busca de impresiones. Encontrй algunos versos garrapateados. No me juzgo бrbitro en estas materias, pero me parecieron bas­tante faltos de mйrito. Tambiйn hallй algunas pinturas mбs bien vulgares de paisajes ribereсos, una caja de pinturas, otra de tizas de colores, algunos pinceles, ese hueso curvo que ahora descansa sobre mi tintero, un tomo del libro de Baxter, Polillas y mariposas, un revуlver barato y unos pocos cartuchos. En cuanto a objetos de equipaje personal, o nun­ca los tuvo o los habнa perdido durante su viaje. Йstos eran todos los bienes que habнa dejado aquel extraсo bohemio americano.

»Iba ya a alejarme del muerto cuando observй que algo sobresalнa de la parte delantera de su harapienta chaqueta. Era este бlbum de dibujos, que ya entonces estaba tan dete­riorado como lo ve usted ahora. Porque de veras puedo ase­gurarle que jamбs una primera ediciуn de las obras de Sha­kespeare fue tratada con tanta reverencia como la que he reservado a esta reliquia desde el momento en que llegу a mi poder. Aquн se la entrego a usted, y le pido que la examine pбgina por pбgina y estudie su contenido.

Se sirviу uno de sus cigarros y se recostу en su sillуn mientras me observaba con sus ojos agresivamente crнticos, para tomar nota del efecto que este documento iba a produ­cirme.

Yo habнa abierto el volumen con la expectativa de quien va a hallar alguna revelaciуn, pero cuya naturaleza no puede imaginar. No obstante, la primera pбgina era decepcionante, pues sуlo contenнa el retrato de un hombre muy gordo con una chaqueta verde claro y el epнgrafe «Jimmy Colver en el vapor correo». Seguнan algunas pбginas llenas de pequeсos esbozos de indios y sus costumbres. Luego apareciу el dibujo de un eclesiбstico simpбtico y corpulento, con sombrero de teja, sentado frente a un europeo muy delgado; la inscripciуn rezaba: «Almuerzo con Fra Cristofero en Rosario». Estu­dios de mujeres y niсos ocupaban varias pбginas mбs, hasta que de pronto comenzaba una serie ininterrumpida de dibu­jos de animales con explicaciones como йstas: «Manatн en un banco de arena», «Tortugas y sus huevos», «Agutн negro bajo una palmera miritн» (este ъltimo exhibнa un animal parecido a un cerdo). Venнa por ъltimo una doble pбgina con estudios de saurios muy desagradables, de largos hocicos. No saquй nada en limpio de todo aquello y asн se lo dije al profesor.

––Seguramente son cocodrilos, їno?

––ЎCaimanes, caimanes! En Amйrica del Sur no hay nada parecido a un autйntico cocodrilo. La diferencia que hay en­tre unos y otros...

––Quise decir que no veo aquн nada fuera de lo comъn... Nada que justifique lo que usted ha dicho.

Йl se sonriу serenamente.

––Pruebe con la pбgina siguiente ––dijo.

Seguн sin poder satisfacerlo. Era un paisaje a toda pбgina, coloreado toscamente, el tipo de bocetos que los pintores de paisajes naturales suelen hacer como guнa para una futura obra mбs elaborada. En primer plano se veнa una suave ve­getaciуn de color verde pбlido, que ascendнa en pendiente y terminaba en una lнnea de riscos de un color rojo oscuro, cu­riosamente plegados con rebordes en forma de costillas que me hicieron recordar algunas formaciones basбlti­cas que habнa visto. Se extendнan como un muro ininte­rrumpido por todo el fondo del paisaje. En un punto se ele­vaba una roca piramidal aislada, coronada por un бrbol corpulento, y que parecнa estar separada del risco principal por una hendidura. Detrбs de todo, un cielo azul tropical. Una delgada lнnea verde de vegetaciуn ornaba la cumbre del rojizo risco. En la pбgina siguiente habнa otra acuarela del mismo lugar, pero tomada desde una posiciуn mucho mбs cercana, lo cual permitнa ver los detalles con toda claridad.

––їY bien? ––me preguntу.

––Sin duda es una curiosa formaciуn ––dije––. Pero no sй lo suficiente de geologнa como para decir que es algo extraor­dinario.

––їExtraordinario? ––repitiу––. Es ъnica. Es increнble. Nadie en el mundo soсу jamбs con semejante posibilidad. Pase ahora a la pбgina siguiente.

Volvн la pбgina y lancй una exclamaciуn de sorpresa. Era el retrato a toda pбgina de la mбs extraordinaria criatura que habнa visto en mi vida. Era el sueсo descabellado de un fu­mador de opio o bien la visiуn de un delirio. La cabeza se asemejaba a la de un ave; el cuerpo correspondнa a un lagar­to hinchado; la cola, que arrastraba tras йl, estaba provista de pinchos vueltos hacia arriba, y la curvada espalda estaba coronada por una alta franja parecida a una sierra, que lucнa como una docena de barbas de gallo puestas una tras otra. Frente a este animal estaba un absurdo maniquн, o un enano de forma humana, que lo miraba fijamente.

––Bien, їquй opina usted de eso? ––exclamу el profesor, res­tregбndose las manos con aire de triunfo.

––Es monstruoso, grotesco.

––Pero, їpor quй dibujу un animal semejante?

––La ginebra de mala ley, me imagino.

––Oh, їйsa es la mejor explicaciуn que se le ocurre?

––їBien, y cuбl es la suya, seсor?

––La mбs evidente, o sea que ese animal existe. Es un dibu­jo copiado del natural.

Estuve a punto de reнrme, pero me hizo desistir la visiуn de nosotros dos rodando por el pasillo convertidos en otra rueda catalina. Por eso dije, como cuando uno alienta a un imbйcil:

––Sin duda, sin duda... Confieso, sin embargo ––aсadн––, que me deja perplejo esta menuda figura humana. Si fuese el retrato de un indio podrнamos sentar la evidencia de que existe en Amйrica alguna raza de pigmeos, pero aparenta ser un europeo con un sombrero para el sol.

El profesor resoplу como un bъfalo irritado:

––De verdad que usted supera todos los lнmites ––dijo––. Amplнa mi perspectiva de lo posible. ЎParesia cerebral! ЎIner­cia mental! ЎMaravilloso!

Este hombre era demasiado absurdo para que yo me eno­jase. En realidad era un despilfarro de energнa, pues si uno se enojaba con йl, tendrнa que estarlo todo el tiempo. Me con­tentй con una sonrisa de hastнo, mientras decнa:

––Es que me pareciу que el hombre era muy pequeсo.

––ЎMire aquн! ––exclamу inclinбndose hacia adelante y apuntando hacia el dibujo con uno de sus dedos, que pare­cнa una gran salchicha peluda––. Fнjese en esta planta que estб detrбs del animal; supongo que usted creyу que era diente de leуn o una col de Bruselas, їeh...? Pues bien: es una pal­mera de las llamadas taguas, que crecen hasta los cincuenta o sesenta pies de altura. їNo se da cuenta de que el hombre ha sido colocado allн con un propуsito determinado? En la realidad no hubiese podido estar frente a una bestia seme­jante y vivir para dibujarlo. Se dibujу a sн mismo para dar una escala de alturas. Supongamos que йl medнa mбs de cin­co pies. El бrbol es diez veces mayor, o sea, lo que cabнa espe­rar.

––ЎSanto Cielo! ––exclamй––. Entonces usted opina que la bestia era... ЎVaya! ЎUna bestia semejante apenas podrнa co­bijarse en la estaciуn de Charing Cross!

––Exageraciones aparte, es cierto que se trata de un ejem­plar bien desarrollado ––dijo el profesor, complacido.

––Pero ––exclamй–– supongo que toda la experiencia acu­mulada por la raza humana no puede dejarse de lado por un solo dibujo.

Habнa seguido dando vuelta a las hojas, comprobando que el libro no contenнa nada mбs.

––Un solo dibujo, hecho por un artista americano vaga­bundo, que quizб lo trazу bajo los efectos del hachнs o en el delirio de la fiebre, o simplemente para gratificar su imagi­naciуn inclinada a lo monstruoso. Usted, como hombre de ciencia, no puede defender semejante posiciуn.

Por toda respuesta, el profesor escogiу un libro de un ana­quel.

––ЎЙsta es una excelente monografнa escrita por mi docto amigo Ray Lankester! ––dijo––. Aquн tiene una ilustraciуn que va a interesarle. i Ah, sн, aquн estб! El epнgrafe dice: «Probable aspecto que tendrнa en vida el estegosaurio, dinosaurio del Jurбsico. Una pata posterior, sola, es el doble de alta que un hombre de buena estatura». Y bien, їquй deduce usted de esto?

Me alcanzу el libro abierto. Me sobresaltй al ver el graba­do. En aquella reconstrucciуn de un animal que perteneciу a un mundo ya muerto habнa sin duda un grandнsimo pareci­do con el dibujo del desconocido artista.

––Es notable, por cierto ––observй.

––Pero no quiere admitirlo como algo concluyente, їver­dad?

––Puede ser, desde luego, una coincidencia; o quizб este norteamericano habнa visto un dibujo de esta clase, quedбn­dosele grabado en la memoria. Es posible que un hombre atacado de delirio tuviese esas visiones.

––Muy bien ––contestу el profesor indulgentemente––. Dejй­moslo asн. Ahora le ruego que observe este hueso.

Me alargу el hueso que ya habнa descrito al enumerar las posesiones del muerto. Tenнa alrededor de seis pulgadas de largo, era mбs grueso que mi pulgar y mostraba algunos res­tos de cartнlago seco en uno de sus extremos.

––їA cuбl de los animales conocidos pertenece este hueso? ––preguntу el profesor.

Lo examinй con cuidado, tratando de evocar algunos co­nocimientos que tenнa semiolvidados.

––Podrнa ser una clavнcula humana muy gruesa ––dije.

Mi compaсero moviу su mano en un gesto de desdeсosa desaprobaciуn.

––La clavнcula es un hueso curvo. Йste es recto. Hay unas estrнas en su superficie que demuestran que ahн hacнa juego un poderoso tendуn, lo cual no podrнa ser si se tratase de una clavнcula.

––Pues entonces debo confesar que no sй de quй se trata.

––No tiene usted por quй avergonzarse de exhibir su igno­rancia, pues ni todo el personal de South Kensington, presu­mo, serнa capaz de darle nombre.

Sacу entonces del interior de una cajita de pнldoras un huesecillo del tamaсo de un guisante.

––Por lo que soy capaz de juzgar, este hueso humano es anбlogo al que usted tiene ahora en su mano. Esto le darб una idea aproximada del volumen del animal. Por los restos de cartнlago que tiene, observarб que йste no es un ejemplar fуsil, sino reciente. їQuй me dice de esto?

––Que seguramente en un elefante...

Dio un respingo, como si sufriese un dolor repentino.

––ЎNo! ЎNo hable de elefantes en Sudamйrica! Aъn en estos dнas de escuelas de internos8...

 

8. Board Schools. El profesor Challenger, evidentemente, no era parti­dario de la educaciуn inglesa reservada a las clases populares.

 

––Bueno ––le interrumpн––, o de cualquier otro animal gran­de que haya en Sudamйrica, un tapir por ejemplo.

––Puede usted dar por seguro, joven, que conozco los ru­dimentos de mi oficio. Este hueso no puede pertenecer ni a un tapir ni a ningъn otro animal conocido por la zoologнa. Pertenece a un animal muy grande, muy fuerte y, segъn toda analogнa, muy feroz, que existe ahora sobre la faz de la tierra, pero aъn no ha llegado a conocimiento de la ciencia. їSigue aъn sin convencerse?

––Por lo menos estoy profundamente interesado.

––Entonces su caso no es desesperado. Tengo la sensaciуn de que algo de razуn acecha en alguna parte dentro de usted; la rastrearemos pacientemente hasta que aparezca. Dejemos ahora al americano muerto y prosigamos con el relato. Como usted puede imaginar, yo no podнa irme del Amazo­nas sin explorar mбs a fondo el asunto. Existнan referencias acerca de la direcciуn desde donde habнa llegado el viajero muerto. Las leyendas indias podrнan haberme bastado como guнa, porque descubrн que los rumores sobre la exis­tencia de una tierra extraсa eran comunes entre todas las tribus ribereсas. Habrб oнdo hablar, sin duda, de Curupuri.

––Jamбs.

––Curupuri es el espнritu de los bosques: algo terrible, ma­lйvolo, que hay que evitar. Nadie puede describir su figura o su naturaleza, pero a lo largo de todo el Amazonas su nom­bre es sinуnimo de terror. Y bien: todas las tribus concuer­dan en la direcciуn en que vive Curupuri. Esa direcciуn era la misma que traнa el norteamericano. Algo terrible se es­condнa por aquel lado y era de mi incumbencia averiguar quй era.

––їY quй hizo usted? ––preguntй.

Toda mi impertinencia habнa desaparecido. Aquel hom­bre macizo imponнa atenciуn y respeto.

––Tuve que dominar la intensa renuencia de los indнgenas; una renuencia que se extendнa incluso a mencionar el tema. Utilizando prudentemente la persuasiуn y los regalos (ayu­dado, debo admitirlo, por algunas amenazas coercitivas), logrй que dos de ellos me sirviesen de guнas. Despuйs de mu­chas aventuras que no hace falta que describa y de recorrer una distancia que no mencionarй, en una direcciуn que me reservo, llegamos al fin a una regiуn del paнs que nadie ha descrito nunca y ni siquiera ha visitado, fuera de mi infortu­nado predecesor. їQuiere tener la amabilidad de mirar esto?

Me alcanzу una fotografнa del tamaсo de media placa.

––El aspecto poco satisfactorio que ofrece ––dijo–– se debe al hecho de que durante nuestra travesнa rнo abajo volcу la lan­cha y la caja que contenнa las pelнculas sin revelar se rompiу, con desastrosos resultados. Casi todas se arruinaron por completo: una pйrdida irreparable. Йsta es una de las pocas que se salvу parcialmente. Tendrб usted la amabilidad de aceptar esta explicaciуn de las deficiencias y anormalidades que registran. Se ha hablado de que estбn falseadas. No estoy de humor para discutir ese punto.

Ciertamente, la fotografнa estaba muy descolorida. Un crнtico malintencionado hubiese podido malinterpretar fб­cilmente aquella borrosa superficie. Era un paisaje de un gris apagado y a medida que fui descifrando los detalles comprendн que representaban una larga y enormemente ele­vada hilera de riscos, que vista a la distancia parecнa exacta­mente igual a una inmensa catarata. En primer plano se di­visaba una llanura en pendiente cubierta de бrboles.

––Creo que es el mismo sitio que se veнa en la pintura del бlbum ––dije.

––Es el mismo sitio ––contestу el profesor––. Hallй rastros del campamento del americano. Y ahora mire йsta.

Era una vista del mismo escenario, pero tomada desde mбs cerca. Aunque la fotografнa era sumamente defectuosa, pude distinguir claramente el aislado pinбculo rocoso coro­nado por un бrbol, y que se destacaba del risco.

––No me queda la menor duda ––dije.

––Vaya, algo hemos ganado ––comentу el profesor––. їPro­gresamos, verdad? Y ahora, haga el favor de mirar en la cima de ese pinбculo rocoso. їNo observa algo allн?

––Un бrbol enorme.

––їY encima del бrbol?

––Un pбjaro muy grande ––dije.

Me alcanzу una lente.

––Sн ––dije mirando a travйs de la lupa––, un gran pбjaro estб posado sobre el бrbol. Parece que tiene un pico de tamaсo considerable. Dirнa que es un pelнcano.

––No puedo felicitarlo por su alcance visual ––dijo el profe­sor––. No es un pelнcano ni se trata de un pбjaro, en realidad. Quizб le interese saber que logrй matar de un tiro a ese cu­rioso ejemplar. Йsta fue la ъnica prueba absoluta de mis ex­periencias que pude traer conmigo.

––їEntonces lo tiene usted?

Por fin tenнamos una corroboraciуn tangible.

––Lo tenнa. Por desgracia se perdiу junto a tantas otras co­sas, en el mismo accidente de la lancha que arruinу mis fo­tografнas. Intentй aferrarlo cuando desaparecнa entre los re­molinos de los rбpidos, y parte del ala se me quedу en la mano. Cuando me sacaron a la orilla estaba yo inconsciente, pero el pobre vestigio de mi soberbio ejemplar estaba aъn intacto. Aquн lo tiene, ante usted.

Hizo aparecer de un cajуn algo que me pareciу que era la parte superior del ala de un gran murciйlago. Era un hueso curvo, de dos pies de largo, con un velo membranoso debajo.

––ЎUn murciйlago monstruosamente grande! ––sugerн.

––Nada de eso ––dijo el profesor severamente. Al vivir en una atmуsfera educada y cientнfica, no podнa concebir que los principios elementales de la zoologнa fueran tan poco co­nocidos––. їEs posible que usted ignore este hecho tan ele­mental en anatomнa comparada, o sea, que el ala de un pбja­ro es en realidad el equivalente del antebrazo, en tanto que el ala de un murciйlago consiste en tres dedos alargados uni­dos entre sн por medio de membranas? Ahora bien: en este caso el hueso no es un antebrazo, ciertamente; y usted puede observar por sн mismo que йsta es una membrana ъnica que cuelga de un ъnico hueso. Por consiguiente no puede perte­necer a un murciйlago. Pero si no es un pбjaro ni un murciй­lago, їquй es?

Mi parca provisiуn de conocimientos estaba agotada.

––Verdaderamente no lo sй ––le respondн.

El profesor abriу la obra clбsica que antes me habнa mos­trado:

––Aquн tiene ––dijo seсalando la ilustraciуn de un extraor­dinario monstruo volador–– una excelente reproducciуn del dimorphodon o pterodбctilo, reptil volador del perнodo ju­rбsico. En la pбgina siguiente hay un diagrama del mecanis­mo de su ala. Tenga la amabilidad de compararlo con el ejemplar que tiene en su mano.

Una oleada de asombro me invadiу mientras miraba. Es­taba convencido. No habнa escapatoria. La acumulaciуn de pruebas era arrolladora. El dibujo, las fotografнas, el relato y ahora aquel ejemplar concreto: la evidencia era total. Y lo dije: lo dije tan calurosamente porque sentнa que el profesor era un hombre incomprendido. Йl se recostу en su sillуn con los ojos entrecerrados y una sonrisa tolerante, caldeбndose en aquel sъbito resplandor solar.

––ЎEsto es lo mбs grande que he oнdo jamбs! ––dije, aunque el entusiasmo que me habнa invadido era mбs de carбcter pe­riodнstico que cientнfico––. ЎEs colosal! Usted es un Colуn de la ciencia, que ha descubierto un mundo perdido. Lamento terriblemente que haya parecido que dudaba de usted. Es que todo era tan inimaginable. Pero cuando recibo una prueba sй comprenderla en lo que vale, y йsta deberнa ser su­ficiente para cualquiera.

El profesor ronroneaba de satisfacciуn.

––їY despuйs, seсor, quй hizo usted?

––Era la estaciуn lluviosa, seсor Malone, y mis provisiones estaban exhaustas. Explorй una parte de ese inmenso fare­llуn, pero no fui capaz de hallar una vнa para escalarlo. La roca piramidal sobre la cual vi el pterodбctilo al que matй despuйs era mбs accesible. Como soy algo alpinista, me las arreglй para escalar hasta la mitad del camino hacia la cum­bre. Desde aquella altura podнa formarme una idea mбs cla­ra de la meseta que se extendнa en lo alto de los riscos. Pare­cнa muy extensa; ni por el este ni por el oeste pude vislum­brar hasta dуnde llegaba el panorama de los riscos cubiertos de verdor. Abajo, se extendнa una regiуn pantanosa, llena de matorrales, abundante en serpientes, insectos y fiebres, que sirve de protecciуn natural a este extraсo paнs.

––їAdvirtiу usted alguna otra seсal de vida?

––No, seсor, ninguna; pero durante la semana que pasa­mos acampados al pie del farallуn, pudimos escuchar algu­nos ruidos muy extraсos que venнan de lo alto.

––їY el animal que dibujу el norteamericano? їCуmo ex­plica usted que pudiera lograrlo?

––Lo ъnico que podemos suponer es que consiguiу subir hasta la cima y desde allн lo vio. Esto significa, por lo tanto, que existe un camino hasta arriba. Sabemos igualmente que debe ser muy dificultoso, pues de otro modo los monstruos habrнan bajado e invadido los territorios circundantes. їEstб claro, no es cierto?

––Pero, їcуmo llegaron hasta allн?

––No creo que el problema sea demasiado oscuro ––dijo el profesor––. No puede haber mбs que una explicaciуn. Como habrб usted oнdo decir, Sudamйrica es un continente granн­tico. En este lugar exacto del interior debe haber ocurrido, en una йpoca muy remota, un enorme y sъbito levantamien­to volcбnico. Debo seсalar que aquellos cerros son basбl­ticos y por lo tanto plutуnicos. Un бrea, quizб tan amplia como el condado de Sussex, fue alzada en bloque con todo su contenido viviente y separada del resto del continente por precipicios perpendiculares, cuya dureza desafнa la erosiуn. їCuбles fueron las consecuencias? Que las leyes naturales or­dinarias quedaron en suspenso. Los diversos obstбculos que influyen en la lucha por la existencia en el resto del mun­do quedaron allн neutralizados o alterados. Sobreviven seres que de otra manera habrнan desaparecido. Observarб que tanto el pterodбctilo como el estegosaurio pertenecen al perнodo jurбsico, o sea, que datan de una era muy grande en la sucesiуn de la vida. Han sido conservados artificialmente en virtud de esas condiciones accidentales y peculiares.

––Pero sin duda la prueba que usted aporta es concluyen­te. No tiene mбs que presentarla a las autoridades compe­tentes.

––Eso es lo que ingenuamente habнa imaginado ––dijo con amargura el profesor––. Sуlo puedo informarle que no fue asн, y que me encontrй en cada ocasiуn con la incredulidad, nacida en parte de la estupidez y en parte de los celos. No forma parte de mi carбcter, seсor, el adular a nadie o el tratar de demostrar un hecho cuando mi palabra ha sido puesta en duda. Tras mi primera demostraciуn, no he condescendido a exhibir las pruebas confirmatorias que poseo. El tema se me ha hecho desagradable y ni quiero hablar de ello. Cuan­do hombres como usted, que representan la estъpida curio­sidad del pъblico, han venido a perturbar mi vida privada, fui incapaz de acogerlos con una digna reserva. Admito que soy por naturaleza algo fogoso y si me provocan me inclino a la violencia. Me temo que usted ya lo habrб advertido. Acariciй mi ojo y permanecн silencioso.

––Mi esposa me ha reconvenido con frecuencia por ello, pero sigo pensando que cualquier hombre de honor sentirнa lo mismo: Sin embargo, esta noche me propongo ofrecer un ejemplo mбximo del dominio de la voluntad sobre las emo­ciones. Le invito a usted a que estй presente en la exhibiciуn ––me alcanzу una tarjeta que estaba sobre su escritorio––. Allн podrб observar que el seсor Percival Waldron, un naturalis­ta con cierta reputaciуn popular, darб una conferencia a las ocho y media en el salуn del Instituto Zoolуgico sobre el tema «El archivo de las edades». He sido especialmente invi­tado para estar presente en la tribuna y para promover un voto de agradecimiento al conferenciante. Al mismo tiempo, aprovecharй para lanzar, con infinito tacto y delicadeza, unas pocas observaciones que quizб despierten el interйs de la concurrencia y muevan a algunos oyentes a penetrar mбs profundamente en la materia. Nada polйmico, comprйnda­me, sino apenas una indicaciуn de que hay muchas mбs co­sas debajo de la superficie. Voy a contener todos mis impul­sos, y veremos si con esta actitud moderada puedo alcanzar resultados mбs favorables.

––їY puedo yo asistir? ––preguntй бvidamente.

––ЎClaro que sн! ––contestу cordialmente. Su afabilidad te­nнa un estilo tan enormemente macizo que resultaba casi tan dominadora como su violencia. Su sonrisa benevolente era maravillosa de ver, cuando sus carrillos se henchнan de pronto como dos manzanas coloradas entre sus ojos entor­nados y su gran barba negra––. No deje de venir por nada del mundo. Serб reconfortante para mн saber que tengo un alia­do en la sala, por mбs ineficaz e ignorante que sea acerca del tema. Intuyo que la concurrencia serб numerosa, porque Waldron, aunque es un perfecto charlatбn, tiene un conside­rable arraigo popular. Y bien, seсor Malone, ya le he dedica­do mбs tiempo del que me habнa propuesto. El individuo no debe monopolizar lo que estб dirigido a todo el mundo. Me complacerб verlo esta noche en la conferencia. Mientras tan­to, habrб comprendido que no debe publicar nada acerca del material que le he suministrado.

––Pero el seсor McArdle (el director de noticias de mi pe­riуdico, sabe usted) querrб saber los resultados de mi ges­tiуn.

––Dнgale lo que le parezca. Entre otras cosas, puede decirle que si me envнa algъn otro intruso irй yo a visitarlo con una fusta. Pero dejo en sus manos el compromiso de que nada de esto se publique. Muy bien. Entonces, hasta las ocho y media en el Instituto Zoolуgico.

Cuando me despedнa con un gesto fuera del salуn, tuve una ъltima imagen de mejillas coloradas, barba azul rizada y ojos intolerantes.

 

Disiento!

 

Entre las sacudidas fнsicas que acompaсaron a mi primera entrevista con el profesor Challenger y las sacudidas menta­les que ocurrieron durante la segunda, era yo un periodista bastante desmoralizado cuando volvн a hallarme en la calle, en Enmore Park. En mi dolorida cabeza palpitaba un solo pensamiento: el relato de aquel hombre eraverdadero, sin duda alguna. Tenнa una tremenda importancia y de йl sal­drнan artнculos inusitados para la Gazene, cuando obtuvie­ra permiso para publicarlos. Vi un taxi esperando al final de la calle, saltй a su interior y me hice conducir a la redacciуn. McArdle se hallaba en su puesto, como siempre.

––їY bien? ––exclamу lleno de expectaciуn––, їcуmo fue aquello? Pienso, joven, que ha estado usted en una guerra. No me diga que le ha atacado.

––Tuvimos algunas diferencias, al principio.

––ЎVaya con el hombre! їY quй hizo usted?

––Bueno, despuйs se volviу mбs razonable y tuvimos una charla. Pero no le saquй nada... nada que pueda publicarse, quiero decir.

––Yo no estoy tan seguro de eso. Ha salido usted con un ojo amoratado y eso es publicable. No podemos aceptar que rei­ne el terror, seсor Malone. Debemos abrirle los ojos. Maсa­na le voy a dedicar un suelto que levantarб ampollas. Basta que usted me proporcione el material y yo me comprometo a marcar a fuego a ese fulano para siempre. «Profesor Mьnch­hausen.» їQuй le parece como tнtulo de cabecera? O «Sir John Mandeville9 redivivo». O «Cagliostro»10. En suma, to­dos los impostores y fanfarrones de la historia. Lo mostrarй en mi artнculo tal como es: un farsante.

 

­9. Viajero y escritor francйs del siglo xiv. Autor de Viaje de ultramar.

10. Alessandro, conde de Cagliostro (1743––1795). Farsante yaventurero italiano que visitу casi todas las cortes europeas. Su verdadero nombre era Giuseppe Balsamo.

 

––Yo no harнa eso, seсor.

––їY por quй no?

––Porque no es en modo alguno un impostor.

––ЎQuй! ––bramу McArdle––. ЎNo querrб usted decir que cree verdaderamente en esos chismes que cuenta sobre ma­muts mastodontes y grandes serpientes de mar!

––Bueno, no sй nada de todo eso y no creo que el profesor sostenga nada de ese tipo. Pero sн creo que ha hallado algo nuevo.

––ЎPero hombre, por Dios, entonces escrнbalo usted!

––Es lo que estoy deseando; pero todo lo que sй me lo ha di­cho confidencialmente y a condiciуn de que no lo escriba.

Condensй en pocas frases el relato del profesor y aсadн:

––Asн quedу el asunto.

McArdle parecнa sentir una profunda incredulidad:

––Y bien, seсor Malone ––dijo al fin––, hablemos de la reu­niуn cientнfica de esta noche; de todos modos sobre eso no puede haber secretos. Supongo que ningъn periуdico infor­marб sobre ello, porque de Waldron han publicado notas al menos una docena de veces y nadie estб enterado de que Challenger va a intervenir. Si tenemos un poco de suerte po­dremos obtener la primicia sobre todos los demбs periуdicos. De todos modos, usted estarб allн y podrб traernos un reportaje bien completo. Le reservarй espacio hasta la me­dianoche.

Tuve un dнa muy ocupado y cenй temprano con Tarp Henry en el Savage Club, dбndole cuenta parcialmente de mis aventuras. Me escuchу con una sonrisa escйptica en su rostro enjuto y riу estruendosamente cuando oyу que el profesor me habнa convencido.

––Mi querido muchacho, en la vida real las cosas no suce­den de ese modo. La gente no se topa con descubrimientos enormes y pierde luego las pruebas. Deje eso para los nove­listas. Ese fulano estб tan lleno de trucos como la jaula del mono en el zoo. Todo eso es pura palabrerнa.

––Pero, їy el poeta americano?

––Nunca existiу.

––Vi su бlbum de dibujos.

––El бlbum de dibujos de Challenger.

––їCree que fue йl quien dibujу aquel animal?

––Claro que fue йl, їquiйn si no?

––Bueno, pero їy las fotografнas?

––No habнa nada en las fotografнas. Usted mismo admite que sуlo vio un pбjaro.

––Un pterodбctilo.

––Eso dice йl. Fue йl quien puso el pterodбctilo en su cabe­za.

––Pero, їy los huesos?

––El primero lo sacу de un guisado irlandйs. El segundo lo improvisу para la ocasiуn. Si usted es hбbil y conoce el ofi­cio, puede falsificar un hueso tan fбcilmente como una foto­grafia.

Comencй a sentirme inquieto. Tal vez, despuйs de todo, mi convencimiento habнa sido prematuro. De pronto tuve una idea feliz:

––їPor quй no viene ala reuniуn? ––le preguntй.

Tarp Henry me mirу pensativo.

––No es un personaje popular ese genial Challenger ––dijo––. Hay muchas personas que tienen cuentas que arre­glar con йl. Dirнa que es el hombre mбs odiado de Londres. Si los estudiantes de medicina aparecen por allн, la burla no va a tener fin. No quiero meterme en un corral de osos.

––Deberнa usted, al menos, hacerle la justicia de oнrle ex­poner su caso.

––Bien, quizб sea lo justo. Estб bien. Cuente conmigo esta noche.

Cuando llegamos a la sala nos encontramos con una con­currencia mucho mбs numerosa de lo que esperбbamos. Una fila de coches elйctricos Brougham dejaba sus pequeсos cargamentos de profesores de blancas barbas, mientras una oscura corriente de peatones, menos privilegiados, cruzaba multitudinariamente el arco de entrada, indicando que la audiencia no serнa sуlo cientнfica sino tambiйn popular. En realidad, tan pronto como nos sentamos, comprobamos que un juvenil y bullicioso estado de бnimo se extendнa por la ga­lerнa y los fondos de la sala. Al mirar detrбs de mн, pude ver filas de rostros con el tipo caracterнstico del estudiante de medicina. Por lo visto, todos los grandes hospitales habнan enviado sus respectivos contingentes. El talante de la au­diencia era todavнa alegre, pero travieso. Se coreaban con entusiasmo trozos de canciones populares, lo cual constituнa un extraсo preludio para una disertaciуn cientнfica; y se ad­vertнa ya una tendencia a la chanza personal, que prometнa a los demбs una velada jovial, aunque pudiese resultar emba­razosa para quienes recibieran estos dudosos honores.

Asн, cuando apareciу sobre la plataforma el viejo doctor Meldrum, con su bien conocido sombrero clac de ala retor­cida, se oyу la pregunta unбnime: «їDe dуnde sacу esa teja?», ante la cual se apresurу a quitбrselo, guardбndolo fur­tivamente bajo su silla. Cuando el gotoso profesor Wadley cojeу hasta su asiento, de todas partes de la sala brotaron afectuosas preguntas sobre el estado exacto de su pobre dedo gordo, lo cual motivу su evidente desconcierto. La ma­yor conmociуn de todas, sin embargo, fue la entrada de mi nueva amistad, el profesor Challenger, cuando pasу a ocu­par su asiento en el extremo de la primera fila del estrado. En cuanto su barba negra se asomу por la esquina, estallу tal alarido de bienvenida que empecй a sospechar que Tarp Henry habнa acertado en sus conjeturas y que tales grupos no estaban allн simplemente por aficiуn a la conferencia sino porque habнa cundido el rumor de que el famoso profesor iba a intervenir en el debate.

Hubo tambiйn algunas risas benйvolas ante su entrada, que provenнan de los bancos delanteros, ocupados por es­pectadores bien vestidos, como si la demostraciуn de los estudiantes en la ocasiуn no les hubiese resultado inconve­niente. La salutaciуn, en realidad, se tradujo en una espan­tosa algarabнa, semejante a los rugidos de los moradores de una jaula de fieras carnнvoras cuando escuchan a distancia el paso del guardiбn que llega con el cubo de la comida. Quizб habнa algo ofensivo en todo aquello, pero a mн me impresio­nу, principalmente, como un simple vocerнo bullicioso, la ruidosa recepciуn de un personaje que los divertнa e intere­saba a la vez, mбs que la proporcionada a alguien que les re­sultase antipбtico y despreciable. Challenger se sonreнa con una expresiуn de menosprecio tolerante y aburrido, como harнa un hombre bondadoso ante los ladridos de una cama­da de cachorros. Tomу asiento despacio, sacу pecho, se aca­riciу su barba de arriba abajo y examinу con ojos entrece­rrados y altaneros la colmada sala que tenнa delante. Aъn no se habнa apagado el alboroto provocado por su llegada cuan­do se abrieron camino hasta el proscenio el profesor Murray, el presidente, y el seсor Waldron, el conferenciante, dando entonces comienzo el acto.

El profesor Murray me disculparб, seguramente, si digo que tenнa el defecto, comъn a muchos ingleses, de ser inau­dible. Uno de los extraсos misterios de la vida moderna es que haya gente que tiene algo que decir y que merece ser oнda pero no se toma el menor trabajo en aprender a hacerse escuchar. Sus mйtodos eran tan razonables como los de al­guien que quisiera verter una materia preciosa desde la fuente al depуsito a travйs de una tuberнa obstruida y que podrнa destaparse con un pequeсo esfuerzo. El profesor Murray hizo algunas profundas observaciones a su corbata blanca y a la garrafa de agua que estaba sobre la mesa, con al­gunos apartes humorнsticos y chispeantes al candelero de plata que tenнa a su derecha. Luego se sentу y el seсor Wal­dron, el famoso conferenciante, se puso de pie entre un ge­neralizado murmullo de aplausos. Era un hombre torvo, en­juto, de бspera voz y maneras agresivas, pero que tenнa el mйrito de saber asimilar las ideas de los demбs, haciйndolas circular de manera que resultasen inteligibles y hasta intere­santes para el pъblico profano, con la afortunada cualidad de resultar entretenido en los temas mбs inverosнmiles; de tal modo, la precesiуn de los equinoccios o las etapas de la for­maciуn de un vertebrado se convertнan, tratados por йl, en un desarrollo expositivo del mбs elevado humorismo.

En esta oportunidad desplegу ante nosotros, en un len­guaje siempre claro y a veces pintoresco, una visiуn a vuelo de pбjaro del proceso de la creaciуn, tal como lo interpreta la ciencia. Nos hablу del globo terrбqueo, esa masa inmensa de gas inflamado, fulgurando a travйs de los cielos. Luego des­cribiу la solidificaciуn, el enfriamiento y los plegamientos que formaron las montaсas; el vapor convirtiйndose en agua, la lenta preparaciуn del escenario en que habнa de re­presentarse el inexplicable drama de la vida. Al tratar del origen de la vida misma, hizo gala de una discreta vaguedad. Era cabalmente cierto, declarу, que los gйrmenes de la mis­ma no podrнan haber sobrevivido a la calcinaciуn inicial. Por consiguiente, vinieron despuйs. їSe habнan formado a partir de los elementos inorgбnicos y en estado de enfria­miento que existнan en el globo? Era muy probable. їHabrнan llegado los gйrmenes desde el espacio exterior, trans­portados por meteoritos? Era difнcilmente concebible. En general, demostrarнa ser el mбs sabio quien se mostrase me­nos dogmбtico acerca de este punto. No hemos podido ––o al menos aъn no se ha logrado hasta la fecha–– fabricar materia orgбnica en nuestros laboratorios a partir de materiales inorgбnicos. Nuestra quнmica no ha conseguido todavнa ten­der un puente sobre el abismo que separa lo muerto de lo vivo. Pero hay una quнmica aъn mбs elevada y sutil, la que crea la Naturaleza, que, trabajando con fuerzas enormes du­rante prolongadas edades, podrнa muy bien producir resul­tados que son imposibles para nosotros. Ahн podrнamos de­jar lacuestiуn.

Esto llevу al conferenciante a la gran escala de la vida ani­mal, comenzando por el tramo mбs bajo, los moluscos y los dйbiles seres marinos, para ir subiendo, paso a paso, por los reptiles y los peces, hasta que llegamos, al fin, al canguro­rata, un animal que parнa ya vivas a sus crнas y que es el an­cestro directo de todos los mamнferos y, presumiblemente, de todos los miembros de esta audiencia. («No, no», se oyу decir a un estudiante escйptico de la ъltima fila.) Si el caba­llerito de la corbata colorada que gritу: «No, no» y que pre­sumiblemente creнa haber sido empollado dentro de un huevo tenнa la bondad de acercarse a йl despuйs de la confe­rencia, tendrнa mucho gusto en examinar semejante cu­riosidad. (Risas.) Resultaba extraсo pensar que el punto culminante de todo el secular proceso seguido por la Natu­raleza hubiese sido la creaciуn de este caballero de la corba­ta colorada. Pero їes que ese proceso se habнa detenido? їPodнa tomarse a ese caballero como el tipo definitivo, el «no va mбs» del desarrollo? Confiaba en no lastimar los sentimientos del caballero de la corbata colorada si sostenнa que, cualesquiera que fuesen las virtudes que tal caballero poseнa en su vida privada, todos los vastos procesos del uni­verso no quedaban plenamente justificados si sуlo condu­cнan a su creaciуn. La evoluciуn no era una fuerza extingui­da, sino en plena acciуn, y que se reservaba realizaciones aъn mayores.

Habiйndose burlado a su gusto del interruptor, entre las risas generales del pъblico, el conferenciante retornу a su pintura del pasado: el desecamiento de los mares, la apari­ciуn de los bancos de arena, la vida viscosa y perezosa que se acumulу en sus mбrgenes, las superpobladas lagunas, la ten­dencia de las criaturas marinas a buscar refugio en los fon­dos barrosos, la abundancia de alimentos que allн les espera­ba y su enorme desarrollo consiguiente. De aquн, damas y caballeros ––aсadiу––, derivу aquella espantosa progenie de saurios que aъn pone miedo en nuestros ojos cuando los ve­mos en los esquistos de Wealden o de Solenhofen, pero que, afortunadamente, se extinguieron mucho antes de que la humanidad hiciese su primera apariciуn sobre este planeta.

––ЎDisiento! ––bramу una voz desde el estrado.

El seсor Waldron era un estricto hombre de orden, con un don para el humorismo бcido, como lo habнa demostra­do cuando apabullу al caballero de la corbata colorada, por lo cual resultaba peligroso interrumpirle. Pero esta interjec­ciуn imprevista le pareciу tan absurda que no supo cуmo re­accionar. Debiу de sentirse como el shakespeariano cuando se ve confrontado con un rancio adepto de Bacon 11, o como el astrуnomo que es atacado por un fanбtico creyente en que la tierra es plana. Hizo una breve pausa y luego, alzando la voz, repitiу lentamente las palabras:

 

­11. Una antigua polйmica literaria surgiу de la teorнa de que Francis Ba­con (1561––1626), famoso cientнfico inglйs, era el verdadero autor de las obras de Shakespeare.

 

––Se extinguieron antes de la apariciуn del hombre.

––ЎDisiento! ––bramу de nuevo la voz.

Waldron, asombrado, paseу la vista por la fila de profeso­res que ocupaban el estrado, hasta que sus ojos se detuvieron sobre la figura de Challenger, que estaba arrellanado en su silla, con los ojos cerrados y una expresiуn divertida, como si se sonriera en sueсos.

––ЎAh, ya veo! ––dijo Waldron encogiйndose de hombros––. Es mi amigo el profesor Challenger.

Y reanudу su disertaciуn, entre las risas del pъblico, como si aquello fuese una explicaciуn definitiva y no nece­sitase decir nada mбs.

Pero el incidente estaba lejos de haber tocado a su fin. Cualquier senda que el conferenciante tomaba para inter­narse en las frondosidades del pasado parecнa conducirlo invariablemente a alguna afirmaciуn acerca de la vida prehistуrica ya extinguida, que instantбneamente provocaba el consabido mugido de toro del profesor. El auditorio empe­zу a preverlo y rugнa con satisfacciуn cada vez que se repetнa. Los compactos bancos de los estudiantes se unieron a los de­mбs y cada vez que se abrнan las barbas de Challenger, y an­tes que cualquier sonido surgiese de su boca, cien voces pro­rrumpнan en un alarido de «Ўdisiento!» al que respondнan gritos de «Ўorden!» y «Ўquй vergьenza!» provenientes de mu­chas otras. A pesar de que Waldron era un conferenciante empedernido y un hombre fuerte, quedу aturdido. Vacilу, tartamudeу, se enredу en un largo pбrrafo y por fin se volviу furiosamente contra la causa de sus tribulaciones.

––ЎEsto es verdaderamente intolerable! ––gritу, lanzando una mirada fulminante hacia el estrado––. Debo pedirle, pro­fesor Challenger, que cese en sus interrupciones ignorantes y maleducadas.

Hubo un cuchicheo general en la sala y los estudiantes se quedaron quietos, llenos de placer, al ver cуmo se querella­ban entre sн los altos dioses del Olimpo. Challenger alzу len­tamente de la silla su cuerpo voluminoso.

––Y yo, a mi vez, seсor Waldron––dijo––, debo pedirle que deje de hacer afirmaciones que no concuerdan estrictamen­te con los hechos cientнficos.

Estas palabras desencadenaron una tempestad. «ЎQuй vergьenza!», «Ўquй vergьenza!», «Ўdйjenlo hablar!», «Ўйchen­le fuera!», «Ўarrуjenle del escenario!», «Ўjuego limpio!» eran las sugerencias que se distinguнan entre el bramido general de diversiуn o disgusto. El presidente se habнa puesto de pie, aleteando con las dos manos y balando excitado: «Profesor Challenger.. puntos de vista... personales... despuйs»; esas frases emergнan como sуlidos picachos entre las nubes de su inaudible refunfuсo. El interruptor hizo una reverencia, sonriу, se alisу la barba y volviу a repantigarse en su asien­to. Waldron, muy acalorado y combativo, continuу con sus observaciones. Aquн y allб, al hacer una afirmaciуn, lanzaba una mirada venenosa a su oponente, que parecнa estar dor­mitando profundamente, con la misma sonrisa amplia y fe­liz impresa en su cara.

Por fin terminу la conferencia... Me inclino a pensar que fue un final prematuro, porque la perorata fue apresurada e inconexa. El hilo de la argumentaciуn habнa sido cortado brutalmente y el auditorio estaba inquieto y expectante. Waldron se sentу y, tras algunos graznidos del presidente, el profesor Challenger se levantу y avanzу hasta el borde de la tribuna. Copiй textualmente su discurso, en interйs de mi periуdico.

––Seсoras y caballeros ––comenzу, entre sostenidas inte­rrupciones del fondo del salуn––: perdуn, seсoras, caballeros y niсos. Pido disculpas por haber omitido, inadvertidamen­te, a una parte considerable de esta concurrencia. (Hay un tumulto, durante el cual el profesor se mantiene con una mano levantada y mueve su enorme cabeza con asentimien­tos benйvolos, como si estuviese impartiendo una bendi­ciуn pontifical a la muchedumbre.) He sido elegido para promover un voto de agradecimiento al seсor Waldron por la arenga, tan pintoresca e imaginativa, que acabamos de es­cuchar. Hubo puntos, en ella, con los cuales disiento, y ha sido mi deber seсalarlos a medida que surgнan; pero no es menos cierto que el seсor Waldron ha cumplido bien con su objetivo, porque йste consistнa en dar una sencilla e intere­sante relaciуn de cуmo йl concibe que ha sido la historia de nuestro planeta. Las conferencias populares de divulgaciуn cultural son las mбs fбciles de comprender, pero el seсor Waldron ––aquн lanzу un guiсo resplandeciente de alegrнa al conferenciante–– me disculparб si digo que son inevitable­mente superficiales y engaсosas, ya que es necesario gra­duarlas para que sean comprendidas por un auditorio igno­rante. (Aplausos irуnicos.) Las conferencias populares son parбsitas por naturaleza. (Airados gestos de protesta del se­сor Waldron.) Explotan, por dinero o por fama, la obra que han realizado cofrades indigentes y desconocidos. El mбs pequeсo descubrimiento obtenido en el laboratorio, un solo ladrillo aсadido al templo de la ciencia, tienen un peso enor­memente mayor que una exposiciуn de segunda mano que permite pasar una hora de ocio, pero que no deja tras de sн ningъn resultado positivo. Expongo estas reflexiones evi­dentes sin el menor deseo de rebajar al seсor Waldron en particular, sino para que ustedes no pierdan el sentido de las proporciones y confundan al acуlito con el sumo sacerdote. (En ese momento, el seсor Waldron susurrу algo al oнdo del presidente, que medio se levantу y dirigiу severamente la palabra a su garrafa de agua.) ЎPero basta ya de esto! (Fuer­tes y prolongados aplausos.) Permнtanme pasar a un tema de mбs amplio interйs. їCuбl ha sido el punto especнfico sobre el cual yo, como investigador original, he discutido la exacti­tud de nuestro conferenciante? Fue acerca de la permanen­cia de ciertos tipos de vida animal sobre la tierra. No hablo sobre esta materia como un aficionado ni tampoco, debo aсadir, como un conferenciante popular; hablo como al­guien cuya conciencia cientнfica lo obliga a adherirse estric­tamente a los hechos. Por eso digo que el seсor Waldron estб muy equivocado al suponer que, porque йl nunca vio perso­nalmente un asн llamado animal prehistуrico, puede dar por sentado que esos seres no existen. Ellos son, en verdad, nuestros ascendientes, como йl ha dicho; pero son tambiйn, si se me permite la expresiуn, nuestros ascendientes con­temporбneos, a los que aъn podemos hallar, con todas sus espantosas y formidables caracterнsticas, si tenemos la ener­gнa y la audacia necesarias para buscar sus guaridas. Existen aъn seres que supuestamente pertenecen a la edad jurбsica, monstruos capaces de atrapar y devorar a los mбs grandes y feroces de nuestros mamнferos. (Gritos de «Ўtonterнas!», «Ўdemuйstrelo!», «їcуmo lo sabe usted?», «Ўdisiento!».) їQue cуmo lo sй?, me preguntan ustedes. Lo sй porque he visitado sus secretas guaridas. Lo sй porque he visto algunos de ellos. (Aplausos, tumulto, y una voz que grita: «ЎMentiroso!».) Creo haber oнdo que alguien me ha llamado mentiroso. їQuerrнa la persona que me ha llamado mentiroso tener la amabilidad de ponerse de pie para que yo lo conozca? (Una voz: «ЎAquн estб, seсor!», y de entre un grupo de estudiantes alzan en vilo a un hombrecito inofensivo, con gafas, que se debate violentamente.) їEs usted quien se ha atrevido a lla­marme mentiroso? («ЎNo, seсor, no!», vociferу el acusado, y desapareciу como un muсeco de caja de sorpresas.) Si hay alguien que osa poner en duda mi veracidad, tendrй mucho gusto en cambiar algunas palabras con йl despuйs de la con­ferencia. («ЎMentiroso!».) їQuiйn ha dicho eso? (Otra vez el inofensivo individuo, agitбndose como un desesperado, emerge elevado muy en alto.) Si voy por ahн... (Responde un coro general de «ven, amor, ven», que interrumpiу el acto durante unos momentos, mientras el presidente, puesto en pie y agitando sus dos brazos, parecнa estar dirigiendo la mъsica. El profesor, con el rostro sonrojado, las ventanas de la nariz dilatadas y la barba erizada, estaba ya de un humor temible.) Todos los grandes descubridores se enfrentaron con la misma incredulidad... el estigma infalible de una ge­neraciуn de idiotas. Cuando se les ponen delante los grandes hechos, carecen de la intuiciуn y la imaginaciуn que los ayudarнan a comprenderlos. Sуlo saben arrojar cieno a los hom­bres que han arriesgado sus vidas para abrir nuevos campos a la ciencia. ЎPersiguen ustedes a los profetas! Galileo, Dar­win y... (Ovaciуn prolongada y total interrupciуn.)

Todo esto estб transcrito de las apresuradas notas que tomй en el mismo momento, y que sуlo dan una lejana no­ciуn del caos absoluto a que se habнa reducido para enton­ces la asamblea. El alboroto era tan terrorнfico que varias seсoras se habнan batido en retirada a toda prisa. Serios y reverendos profesores parecнan haberse dejado arrastrar por el espнritu que allн prevalecнa, con la misma animosidad que los estudiantes, y vi cуmo hombres de blancas barbas se levantaban y blandнan los puсos contra el obstinado profesor. Todo el colmado auditorio hervнa y se agitaba como un caldero en ebulliciуn. El profesor dio un paso adelante y levantу ambas manos. Habнa en aquel hombre tal emanaciуn de grandeza, respeto y virilidad que el voce­rнo y el alboroto fueron cediendo gradualmente ante su ges­to dominador y sus ojos imperiosos. Daba la impresiуn de que iba a pronunciar un mensaje definitivo. Todos se calla­ron para escucharle.

––No los retendrй demasiado ––dijo––. No vale la pena. La verdad es la verdad y el alboroto de unos cuantos jуvenes tontos (y, debo agregar, el que hacen sus profesores, tan ton­tos como ellos) no puede afectar al asunto. Yo sostengo que he abierto a la ciencia un nuevo campo. Ustedes lo impug­nan. (Aplausos.) Entonces yo los colocarй ante la prueba. їQuieren autorizar a uno o a varios de entre ustedes mismos para que viajen como representantes suyos y comprueben mis afirmaciones en su nombre?

Se alzу de entre la concurrencia el seсor Summerlee, vete­rano profesor de anatomнa comparada. Era un hombre alto, delgado, agrio, con el aspecto mustio de un teуlogo. Dijo que deseaba preguntar al profesor Challenger si los resulta­dos a que habнa aludido en observaciones habнan sido obte­nidos durante una excursiуn a las fuentes del Amazonas he­cha por йl dos aсos antes.

El profesor Challenger respondiу que sн.

El seсor Summerlee deseaba saber tambiйn cуmo era que el profesor Challenger proclamaba haber hecho descubri­mientos en unas regiones que habнan sido previamente ex­ploradas por Wallace, Bates y otros viajeros de reconocida autoridad cientнfica.

El profesor Challenger respondiу que el seсor Summerlee parecнa confundir el Amazonas con el Tбmesis; que aquйl era en realidad algo mayor; y que tal vez le interesase saber al seсor Summerlee que junto con el Orinoco, que comunica­ba con йl, el Amazonas daba acceso a una comarca de alrede­dor de ciento cincuenta mil millas de extensiуn, y que no era imposible que en una extensiуn tan vasta alguna persona hallase lo que a otras les hubiese pasado inadvertido.

El seсor Summerlee declarу, con бcida sonrisa, que esti­maba en todo su valor la diferencia entre el Tбmesis y el Amazonas, la cual consistнa en que cualquier afirmaciуn so­bre el primer rнo podнa comprobarse, mientras no se podнa respecto del segundo. Le agradecerнa al profesor Challenger si йste podнa dar la latitud y la longitud del paнs en que po­dнan hallarse esos animales prehistуricos.

El profesor Challenger replicу que йl se reservaba esa in­formaciуn porque tenнa buenas razones para ello, pero que estaba preparado para darla, con las apropiadas precaucio­nes, a un comitй elegido entre la audiencia. їQuerrнa el seсor Summerlee participar en dicho comitй y comprobar perso­nalmente el relato?

SEСOR SUMMERLEE: Sн, estoy dispuesto. (Grandes aplau­sos.)

PROFESOR CHALLENGER: Pues entonces le garantizo que pondrй en sus manos los materiales necesarios para que pueda hallar el camino. Sin embargo, puesto que el seсor Summerlee va a comprobar mis afirmaciones, serнa justo que yo, a mi vez, disponga de uno o mбs acompaсantes que lo controlen a йl. No quiero disimular ante ustedes que habrб dificultades y peligros allб. El seсor Summerlee necesitarб la compaснa de un colega mбs joven. їPuedo pedir volunta­rios?

Asн es como surgen las grandes crisis en la vida del hombre. їPodнa yo imaginar, cuando entrй en aquella sala, que estaba a punto de empeсarme en una aventura mucho mбs descabe­llada de todo lo que podнa haber soсado? Y Gladys... їno era йsta la autйntica oportunidad de que ella hablaba? Gladys me habrнa dicho que fuese. Me puse de pie de un salto. Ya estaba hablando, aunque no habнa preparado mis palabras. Tarp Henry tiraba de los faldones de mi chaqueta y le oн susurrar: «ЎSiйntese, Malone! ЎNo se porte pъblicamente como un asno!». Al mismo tiempo advertн que un hombre alto, delga­do, de cabello rojizo oscuro, situado algunas filas por delante de mн, tambiйn se habнa puesto de pie. Se volviу a mirarme con ojos duros y colйricos, pero me neguй a darle paso.

––Yo irй, seсor presidente ––repetн una y otra vez.

––ЎSu nombre! ЎSu nombre! ––clamaba la audiencia.

––Mi nombre es Edward Dunn Malone, soy informador de la Daily Gazette; afirmo que soy un testigo absolutamente li­bre de prejuicios.

––їY usted, seсor, cуmo se llama? ––preguntу el presidente a mi rival, el hombre alto.

––Soy lord John Roxton. He recorrido ya el Amazonas, co­nozco toda la comarca y me encuentro especialmente califi­cado para esta investigaciуn.

––La reputaciуn de lord Roxton como deportista y viajero es mundialmente conocida, desde luego ––dijo el presiden­te––; al mismo tiempo, serнa ciertamente muy apropiado que un miembro de la prensa tomase parte en una expediciуn semejante.

––Pues entonces propongo ––dijo el profesor Challenger­que estos dos caballeros sean elegidos como representantes de esta asamblea para que acompaсen al profesor Summer­lee en su viaje para investigar e informar acerca de la verdad de mis declaraciones.

Asн, entre aclamaciones y aplausos, quedу decidido nues­tro destino, y yo me hallй a la deriva en medio de la corriente humana que se arremolinaba hacia la puerta, con mi mente medio aturdida por aquel nuevo y vasto proyecto que de ma­nera tan repentina se alzaba ante mн. Cuando salн del salуn, tuve la momentбnea visiуn del tropel de estudiantes que co­rrнan riendo por la acera, y de un brazo que enarbolaba un pesado paraguas, que se alzaba y caнa sobre ellos. Entonces, entre una mezcla de gruсidos y aplausos, el coche elйctrico del profesor Challenger se deslizу desde el bordillo de la ace­ra y me encontrй caminando bajo las argentadas luces de Re­gent Street, rebosando de pensamientos sobre Gladys y so­bre los enigmas que se abrнan en mi futuro.

De pronto, sentн que me tocaban el c


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Es un hombre totalmente insoportable| Fui el mayal del Seсor

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