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Nos han ocurrido las cosas mбs portentosas y aъn nos siguen ocurriendo, continuamente. Todo el papel que poseo consiste en cinco viejos cuadernos de notas y una cantidad de fragmentos, y sуlo tengo un lбpiz estilogrбfico; pero mientras estй en condiciones de mover la mano, continuarй asentando nuestras experiencias e impresiones. Ya que somos los ъnicos hombres de toda la raza humana en presenciar estas cosas, tiene una enorme importancia que las pueda registrar mientras aъn estбn frescas en mi memoria, y antes que el destino, que parece estar amenazбndonos constantemente, pueda alcanzarnos. Sea porque Zambo pueda llevar al fin estas cartas hasta el rнo, o porque yo mismo, por vнa milagrosa, pueda transportarlas conmigo a mi regreso, o porque algъn osado explorador, siguiendo nuestras huellas (con la ventaja, tal vez, de contar con un perfeccionado monoplano), encuentre este manojo de manuscritos, en cualquier caso, digo, tengo la impresiуn de que lo que estoy escribiendo estб destinado a la inmortalidad como un clбsico de la literatura de aventuras verнdicas.
A la maсana siguiente del dнa en que quedamos atrapados en la meseta por obra del villano Gуmez, iniciamos una nueva etapa en nuestras experiencias. El primer incidente no fue tal como para que yo formase una opiniуn muy favorable acerca del lugar en que estбbamos extraviados. Al despertar de un breve adormecimiento, poco despuйs del alba, mis ojos se posaron sobre un objeto muy extraсo que estaba sobre mi pierna. Mi pantalуn se habнa deslizado hacia arriba, dejando expuestas algunas pulgadas de piel por encima de mi calcetнn. Sobre ese lugar descansaba un ancho racimo de color pъrpura. Asombrado ante la visiуn, me inclinй para quitбrmelo de encima, cuando, para horror mнo, eso reventу entre mi нndice y mi pulgar, chorreando sangre en todas direcciones. El grito de asco que lancй atrajo a mi lado a los dos profesores.
––Muy interesante ––dijo Summerlee inclinбndose sobre mi espinilla––. Una enorme garrapata, que segъn creo no ha sido todavнa clasificada.
––El primer fruto de nuestros trabajos ––dijo Challenger en su estilo pedante y bombбstico––. Lo menos que podemos hacer es llamarle Ixodes Maloni. La insignificante incomodidad que representу su picadura, mi joven amigo, no puede compararse, estoy seguro, con el glorioso privilegio de que su nombre quede inscrito en el inmortal registro de la zoologнa. Infortunadamente, ha aplastado usted este bello ejemplar en el momento en que se saciaba.
––ЎAsquerosa sabandija! ––exclamй.
El profesor Challenger enarcу sus gruesas cejas como protesta y colocу su zarpa acariciadora sobre mi hombro. ––Deberнa cultivar usted la observaciуn cientнfica y la imparcial inteligencia de la mente lуgica. Para un hombre de temperamento filosуfico como yo, la garrapata, con su probуscide o trompa en forma de lanceta y su estуmago dilatable, es una bella obra de la Naturaleza, como el pavo real o, para el caso, como una aurora boreal. Me duele oнrle hablar en––forma tan despreciativa. Sin duda, como nos apliquemos a ello, conseguiremos otro ejemplar.
––No cabe duda de eso ––dijo Summerlee ceсudamente––, pues acabo de ver otra que desaparecнa por el cuello de su camisa.
Challenger pegу un salto en el aire bramando como un toro, mientras se arrancaba frenйticamente la chaqueta y la camisa. Summerlee y yo empezamos a reнrnos de tal modo que apenas podнamos ayudarle. Por fin dejamos al descubierto aquel monstruoso torso (cincuenta y cuatro pulgadas, medidas con cinta de sastre). Todo su cuerpo parecнa un bosque de pelo negro, y en esa maraсa cazamos a la garrapata errabunda antes de que le picara. Pero los arbustos que nos rodeaban estaban llenos de esta horrible peste, y era evidente que tenнamos que mudar de sitio nuestro campamento.
Pero ante todo era necesario tomar nuestras providencias respectivas al fiel negro, que justamente se presentу en el pinбculo con una cantidad de latas de cacao y galletas, que nos arrojу por encima del abismo. Le ordenamos que de las provisiones que quedaban abajo retuviese todo lo que necesitaba para mantenerse durante dos meses. El resto deberнan recibirlo los indios, como recompensa por sus servicios y en pago por llevar nuestras cartas hasta el Amazonas. Algunas horas despuйs los vimos alejarse por la llanura en fila india, cada uno con un fardo sobre la cabeza, volviendo por el sendero que habнamos recorrido al venir. Zambo ocupу nuestra pequeсa tienda en la base del pinбculo, y allн permaneciу, como nuestro ъnico vнnculo con el mundo de abajo.
Y ahora tenнamos que decidir cuбles serнan nuestros movimientos inmediatos. Trasladamos nuestras instalaciones de entre los arbustos plagados de garrapatas y nos situamos en un pequeсo claro rodeado por todos lados de бrboles que crecнan muy tupidos. Habнa en el centro unas losas de piedra lisa, con un excelente manantial que surgнa en las inmediaciones. Allн nos sentamos cуmodamente y disfrutamos de la limpieza del lugar, mientras esbozбbamos nuestros primeros planes para la invasiуn de este nuevo territorio. Los pбjaros cantaban llamбndose entre el follaje ––uno, especialmente, tenнa un peculiar grito ululante que era nuevo para nosotros––, pero fuera de estos sonidos no habнa otros signos de vida.
Nuestro primer cuidado fue confeccionar una especie de lista inventario de nuestros pertrechos, para saber con cuбnto podнamos contar. Entre las cosas que nosotros mismos habнamos subido y las que Zambo nos habнa cruzado por medio de la cuerda, estбbamos bastante bien provistos. Como lo mбs importante de todo, en vista de los peligros que podrнan rodearnos, tenнamos los cuatro rifles y mil trescientos cartuchos; tambiйn una escopeta, pero sуlo ciento cincuenta cartuchos de perdigуn, de tamaсo medio. En materia de provisiones, tenнamos lo necesario para varias semanas, tabaco suficiente y algunos pocos instrumentos cientнficos, incluyendo un gran telescopio y unos buenos gemelos de campo. Todas estas cosas las acondicionamos en el centro del claro y, como precauciуn primera, cortamos con nuestras hachas y cuchillos una cantidad de arbustos espinosos, que apilamos formando un cнrculo de alrededor de quince yardas de diбmetro. Йste serнa nuestro cuartel general ––y nuestro refugio en caso de repentino peligro–– ademбs de constituir nuestra caseta de guardia y depуsito de pertrechos. Lo bautizamos Fuerte Challenger.
Era mediodнa antes de que terminбramos de instalarnos con seguridad. El calor no era opresivo y las caracterнsticas generales de la meseta, tanto en temperatura como en vegetaciуn, eran mбs bien propias de un clima templado. Hayas, robles y hasta abedules podнan descubrirse entre la maraсa de бrboles que nos cercaban. Un inmenso gingko, que sobrepasaba a todos los demбs бrboles, extendнa sus ramas y su follaje parecido a una cabellera femenina sobre el fuerte que habнamos construido. A su sombra continuamos nuestra discusiуn, mientras lord John, que habнa tomado rбpidamente el mando a la hora de la acciуn, nos explicaba sus puntos de vista.
––Hasta tanto los hombres y las bestias no nos hayan visto u oнdo, estamos seguros ––dijo––. Cuando sepan que estamos aquн, nuestras dificultades comenzarбn. Hasta ahora no hay seсales de que nos hayan sorprendido. Por lo tanto, nuestra jugada debe ser seguramente permanecer ocultos por un tiempo y atisbar quй sucede en la comarca. Necesitamos saber cуmo son nuestros vecinos antes de relacionarnos con ellos.
––Pero usted hizo fuego ayer ––dijo Summerlee.
––ЎPor todos los medios, hijo! Avanzaremos. Pero avanzaremos con sentido comъn. Nunca deberemos ir tan lejos como para no poder volver a nuestra base. Sobre todo, no debemos nunca, a menos que sea una cuestiуn de vida o muerte, hacer fuego con nuestros fusiles.
––Pero usted hizo fuego ayer ––dijo Summerlee.
––Bueno, pero no habнa mбs remedio. No obstante, el viento era fuerte y soplaba hacia fuera de la meseta. No es muy probable que el sonido haya viajado mucho tierra adentro. A propуsito, їcуmo llamaremos a este lugar?
Hubo varias sugerencias mбs o menos felices, pero la de Challenger fue la definitiva.
––Sуlo puede tener un nombre–– dijo––. Debe llevar el nombre del precursor que la descubriу. O sea, la Tierra de Maple White.
Y en Tierra de Maple White se convirtiу, y asн se denominarб en el mapa que se ha convertido en mi tarea especial. Confio en que ese mismo nombre aparecerб en los atlas del futuro.
La penetraciуn pacнfica de la Tierra de Maple White era el objetivo mбs urgente que tenнamos por delante. Habнamos adquirido una evidencia ocular de que el lugar estaba habitado por algunos seres desconocidos; tambiйn el бlbum de dibujos de Maple White era una prueba de que podrнan aparecer monstruos aъn mбs terribles y peligrosos. El esqueleto empalado en los bambъes, que no podнa haber quedado de ese modo sin ser precipitado desde lo alto, sugerнa la existencia de habitantes humanos y que йstos eran de carбcter malйvolo. Nuestra situaciуn, varados en aquella tierra sin posibilidad de escape, estaba claramente llena de peligros, y nuestra razуn endosaba todas las medidas de precauciуn que la experiencia de lord John podнa sugerir. No obstante, era ciertamente imposible que nos detuviйramos en el borde de este mundo misterioso cuando todos sentнamos que nuestras almas hormigueaban de impaciencia por avanzar y por arrancar el secreto de sus entraсas.
Por lo tanto, cerramos la entrada de nuestra zareba 23 con algunos arbustos espinosos y abandonamos nuestro campamento, con sus depуsitos enteramente rodeados por esta cerca protectora. Entonces penetramos lentamente y con precauciones en lo desconocido, siguiendo el curso del pequeсo arroyo que fluнa de nuestro manantial y que siempre podrнa servirnos de guнa para regresar.
23. Recinto rъstico cercado con ramas espinosas.
A poco de partir, tropezamos con seсales reveladoras de que nos esperaban verdaderos portentos. Despuйs de unos pocos centenares de yardas de bosque espeso, que contenнa muchos бrboles desconocidos para mн en su mayorнa, pero que Summerlee, que era el botбnico de la expediciуn, reconociу como especies de conнferas y cicadбleas (plantas desaparecidas desde hace mucho tiempo del mundo que conocemos), penetramos en una regiуn donde el arroyo se ensanchaba y formaba un pantano bastante grande. Altas caсas de un tipo singular crecнan apretadamente ante nosotros, y fueron clasificadas como equisetбceas, o cola de caballo en el lenguaje comъn. Los helechos arborescentes crecнan diseminados entre ellas, balanceбndose con el fuerte viento. Lord John, que marchaba a la cabeza, se detuvo sъbitamente alzando la mano.
––ЎMiren esto! ––dijo––. ЎPor Dios, йsta debe ser la huella del padre de todos los pбjaros!
En el lodo blando que tenнamos delante se imprimнa la enorme pisada de un pie con tres dedos. Aquel ser, cualquiera que fuese, habнa cruzado el pantano y se habнa introducido en el bosque. Todos nos detuvimos para examinar la monstruosa marca. Si era verdaderamente la de un pбjaro ––їy quй otro animal podнa haber dejado semejante impresiуn?––, su pie era tan grande como el de un avestruz, y sus dimensiones debнan ser proporcionalmente enormes. Lord John mirу ansiosamente a su alrededor y deslizу dos cartuchos en su rifle para cazar elefantes.
––Apuesto mi prestigio de cazador a que esta huella es fresca ––dijo––. No harб ni diez minutos que la bestia ha pasado por aquн. ЎObserven cуmo todavнa rezuma el agua en aquella marca mбs profunda! ЎPor Jъpiter! ЎAquн pueden ver la pisada de un ejemplar mбs pequeсo!
Por cierto, paralelamente a las huellas grandes corrнan otras mбs pequeсas pero que tenнan una misma forma general.
––їY quй les parece esto? ––exclamу triunfalmente el profesor Summerlee, seсalando lo que parecнa ser la enorme huella de una mano humana de cinco dedos, que aparecнa entre las marcas de tres dedos.
––ЎWealden! ––gritу Challenger extasiado––. Yo las he visto en la arcilla del Wealden. Es un animal que camina erecto sobre sus patas de tres dedos, y que a veces apoya una de sus garras delanteras de cinco dedos en el suelo. No es un pбjaro, mi querido Roxton... no es un pбjaro.
––їEs un animal cuadrъpedo?
––No; es un reptil... un dinosaurio. Ningъn otro ser podrнa haber dejado semejantes huellas. Huellas como йstas dejaron estupefacto a un digno doctor de Sussex hace noventa aсos; їpero cуmo nadie en el mundo podнa esperar... esperar... que verнa seсales como йstas?
Sus ъltimas palabras murieron en un susurro y todos nos quedamos paralizados por el asombro. Siguiendo las huellas habнamos abandonado la ciйnaga y cruzado a travйs de una cortina de arbustos y бrboles. Detrбs habнa un claro despejado y en йl cinco de los animales mбs extraordinarios que yo haya visto nunca. Agazapados entre los arbustos, los observamos a voluntad.
Habнa, como he dicho, cinco de ellos: dos adultos y tres mбs jуvenes. Su tamaсo era enorme. Incluso los pequeсos eran grandes como elefantes, mientras los mayores sobrepasaban a cualquier ser que yo hubiera visto. Su piel era de color pizarra, con escamas como las de un lagarto, que brillaban cuando reflejaban el sol. Los cinco estaban sentados, balanceбndose sobre sus anchas y poderosas colas y sus enormes patas traseras de tres dedos, mientras con sus pequeсas patas delanteras de cinco dedos atraнan hacia abajo las ramas que ramoneaban. No se me ocurre cуmo describir mejor a usted su apariencia que diciendo que se asemejaban a monstruosos canguros, de veinte pies de largo y con una piel similar ala de los cocodrilos negros.
No sй decir cuбnto tiempo estuvimos inmуviles contemplando aquel maravilloso espectбculo. Un fuerte viento soplaba hacia nosotros y estбbamos bien ocultos, de modo que no podнan descubrirnos. De vez en cuando los pequeсos jugaban alrededor de sus padres con pesadas cabriolas; las grandes bestias saltaban en el aire y caнan a tierra con sordos golpes. La fuerza de los padres parecнa ilimitada, pues uno de ellos, al tener cierta dificultad en alcanzar un manojo de follaje que crecнa en un бrbol de gran altura, abrazу el tronco con sus patas delanteras y lo arrancу como si fuese un renuevo. Aquella acciуn, segъn creo, parecнa demostrar no sуlo el gran desarrollo de sus mъsculos sino tambiйn el pequeсo desarrollo de sus cerebros, porque todo el peso del бrbol le cayу encima con estrйpito, con lo cual prorrumpiу en una serie de agudos gaсidos, que revelaron que, a pesar de lo grande que era su capacidad de resistencia, tenнa un lнmite. Aparentemente, el suceso le hizo pensar que la vecindad era peligrosa, porque se alejу cabeceando lentamente por el bosque, seguido por su pareja y sus tres enormes infantes. Vimos el destello brillante de su piel pizarrosa entre los troncos de los бrboles y sus cabezas que ondulaban muy por encima de los arbustos. Luego desaparecieron de nuestra vista.
Observй a mis camaradas. Lord John permanecнa al acecho, con el dedo en el gatillo de su rifle para la caza de elefantes, con su бvida alma de cazador brillando en sus ojos fieros. ЎQuй no hubiese dado por colocar una cabeza como aquella entre los dos remos cruzados encima de la repisa de su chimenea en el cуmodo aposento del Albany! Con todo, su razуn lo refrenу, porque toda nuestra exploraciуn de las maravillas de esta tierra desconocida dependнa de que nuestra presencia permaneciese ignorada por sus habitantes. Los dos profesores estaban sumidos en un silencioso йxtasis. En medio de su excitaciуn, se habнan cogido inconscientemente de la mano y permanecнan como dos niсos pequeсos en presencia de un prodigio. Las mejillas de Challenger se henchнan con una sonrisa serбfica, y la cara sardуnica se suavizaba momentбneamente en una actitud de asombro y reverencia.
––Nunc dimittis 24! ––exclamу al fin––. їQuй dirбn de esto en Inglaterra?
24. Alusiуn a las palabras de Simeуn al tomar en sus brazos al Niсo Jesъs (Evangelio de San Lucas, 2,29).
––Mi querido Summerlee, yo le dirй con toda seguridad lo que dirбn exactamente en Inglaterra ––dijo Challenger––. Dirбn que usted es un infernal embustero y un charlatбn cientнfico, lo mismo que usted y otros dijeron de mн.
––їPuestos ante las fotografнas?
––ЎTrucadas, Summerlee! ЎTorpemente trucadas!
––їAun mostrбndoles ejemplares?
––ЎAh, ahн sн que podemos atraparlos! Malone y toda su pandilla de Fleet Street 25 pueden todavнa vociferar en alabanza nuestra. Veintiocho de agosto: el dнa en que vimos cinco iguanodontes vivos en un claro de la tierra de Maple White. Asiйntelo en su diario, mi joven amigo, y envнeselo a su pasquнn.
25. Calle de Londres donde tradicionalmente tienen su sede muchos periуdicos.
––Y prepбrese a recibir un puntapiй de la bota del editorialista de turno ––dijo lord John––. Las cosas son algo diferentes vistas desde la latitud de Londres, compaсerito––camarada. Hay muchos hombres que no cuentan jamбs sus aventuras porque no esperan que les crean. їQuiйn podrнa censurarles por ello? A nosotros mismos esto nos parecerб algo soсado, dentro de un mes o dos. їQuй dijo usted que eran?
––Iguanodontes ––dijo Summerlee––. Puede usted encontrar sus huellas por todas las arenas de Hastings, en Kent y en Sussex. Pululaban en el sur de Inglaterra cuando allн abundaban las sabrosas sustancias vegetales que les permitнan alimentarse. Cuando las condiciones cambiaron, las bestias no pudieron sobrevivir. Al parecer, aquн no han cambiado esas condiciones y estas bestias siguen viviendo.
––Si alguna vez logramos salir vivos de aquн, me gustarнa llevar conmigo una cabeza ––dijo lord John––. ЎPor Dios! ЎSi vieran esto algunos de los muchachos de Somalilandia y Uganda se pondrнan verdes! No sй lo que ustedes piensan, camaradas, pero yo me huelo algo extraсo, como si estuviйramos todo el tiempo sobre una capa de hielo a punto de quebrarse.
Yo tenнa la misma sensaciуn de misterio y peligro, que parecнa rodearnos por todas partes. Entre las tinieblas de la arboleda se cernнa una constante amenaza, y cuando mirбbamos su sombrнo follaje, vagos terrores se insinuaban en nuestros corazones. Es cierto que aquellos monstruosos se res que habнamos visto eran bestias inofensivas y torpes, que no parecнan capaces de causar daсo a nadie, pero en este mundo de maravillas podrнan hallarse otros supervivientes. їCuбntos horrores activos y feroces podrнan hallarse listos para abalanzarse sobre nosotros, desde sus cubiles en las rocas o entre la maleza? Poco sй de la vida prehistуrica, pero tengo un claro recuerdo de un libro que habнa leнdo, y que hablaba de seres que vivнan cazando leones y tigres lo mismo que un gato mata ratones. їQuй pasarнa si hubiese animales semejantes en los bosques de la tierra de Maple White?
Aquella misma maсana ––la primera que pasбbamos en el nuevo paнs–– parecнa predestinada a que descubriйramos los extraсos riesgos que nos rodeaban. Fue una aventura aborrecible, que aъn me resulta odioso recordar. Si, como decнa lord John, el claro de los iguanodontes persistirб en nuestra memoria como un sueсo, no menos cierto es que el pantano de los pterodбctilos serб para siempre nuestra pesadilla. Voy a relatar con exactitud lo que ocurriу.
Avanzбbamos muy lentamente por los bosques, en parte porque lord John actuaba como explorador antes de dejarnos proseguir, y en parte porque a cada paso uno u otro de nuestros profesores se detenнa estбtico y lanzaba una exclamaciуn de asombro ante alguna flor o insecto que se le presentaba como de una nueva especie. Habrнamos andado dos o tres millas en total, manteniйndonos junto a la orilla derecha del arroyo, cuando llegamos a un claro bastante grande que se abrнa entre los бrboles. Un cinturуn de maleza ascendнa hasta una confusa masa de rocas: toda la meseta estaba sembrada de cantos rodados. Caminбbamos lentamente hacia esas rocas, entre arbustos que nos llegaban a la cintura, cuando advertimos un extraсo y profundo sonido formado por graznidos y silbidos que llenaban los aires con una constante algarabнa que parecнa provenir de algъn lugar situado muy cerca y frente a nosotros. Lord John levantу su mano en seсal de que nos detuviйramos y se abriу camino velozmente, deteniйndose y corriendo, hasta la lнnea de rocas. Vimos cуmo espiaba por encima de ellas y hacнa un gesto de asombro. Luego se quedу inmуvil, como si se hubiese olvidado de nosotros, tan fascinado estaba por lo que veнa. Por ъltimo nos hizo seсas para que nos acercбsemos, pero mantuvo su mano en alto, como seсal de precauciуn. Toda su actitud me hizo comprender que algo asombroso pero lleno de peligros se presentarнa ante nosotros.
Nos arrastramos hasta su vera y miramos por encima de las rocas. El lugar que contemplбbamos era un pozo, que quizб en un pasado remoto habнa sido uno de los pequeсos crбteres volcбnicos de la meseta. Tenнa la forma de un tazуn y en el fondo, a unos centenares de yardas de donde nosotros estбbamos, habнa charcos de agua estancada con espuma verdosa, flanqueados por juncales.
El sitio en sн ya era fantasmagуrico, pero sus ocupantes lo transformaban en un escenario de los Siete Cнrculos de Dante. El lugar era un nido de pterodбctilos. Habнa centenares de ellos, congregados ante nuestra vista. Toda el бrea del fondo alrededor de la orilla del agua pululaba con los jуvenes pterodбctilos y sus hediondas madres, que estaban empollando sus huevos amarillentos y correosos. De esta masa de obscena vida de reptiles que se arrastraba y aleteaba surgнa el es pantoso clamoreo que llenaba los aires y el horrible, mefнtico y rancio hedor que nos daba nбuseas. Pero arriba, cada uno posado en su propia roca, altos, grises, macilentos, mбs parecidos a ejemplares muertos y disecados que a seres llenos de vida, estaban los horribles machos, absolutamente inmуviles salvo por el rodar de sus ojos rojos o cuando ocasionalmente hacнan chasquear sus picos semejantes a ratoneras para coger a alguna libйlula que pasaba junto a ellos. Tenнan cerradas sus enormes alas membranosas por medio de sus antebrazos plegados, de modo que parecнan gigantescas viejas sentadas, rebozadas en hediondos mantones de color tela de araсa, de los que emergнan sus cabezas feroces.
Entre grandes y pequeсos, no menos de un millar de esos repugnantes animales descansaban en aquella hondonada ante nosotros.
Nuestros profesores hubieran permanecido allн de buena gana todo el dнa, tan extasiados estaban ante esta oportunidad de estudiar la vida de un perнodo prehistуrico. Seсalaban los pбjaros y peces muertos que yacнan entre las rocas como prueba de los hбbitos alimentarios de aquellos seres; les escuchй felicitarse mutuamente por haber podido aclarar el motivo de que se hallasen en nъmero tan grande los huesos de este dragуn volador en ciertas arcas bien definidas, como por ejemplo en las arenas de Cambridge Green, pues ahora veнan que йstos, como los pingьinos, vivнan en forma gregaria.
Challenger, al fin, empeсado en probar un detalle que Summerlee habнa cuestionado, asomу ostensiblemente su cabeza por encima de las rocas, y con ello estuvo a punto de provocar la destrucciуn de todos nosotros. Instantбneamente, el macho mбs cercano lanzу un grito agudo y sibilante y desplegу los veinte pies de envergadura de sus correosas alas al remontarse por los aires.
Las hembras y las crнas se apiсaron junto al agua, mientras todo el cнrculo de centinelas se elevaba uno tras otro, tomando altura hacia el cielo. Era un cuadro maravilloso el ver a no menos de un centenar de aquellos animales de enorme tamaсo y repelente aspecto volando como golondrinas sobre nuestras cabezas, con aleteos veloces y cortantes; pero pronto comprobamos que no era un cuadro en el cual podнamos demorarnos sin perjuicio. Al principio, las grandes bestias volaron describiendo un inmenso cнrculo, como si quisieran asegurarse de la exacta extensiуn que el peligro podнa tener. Luego, el vuelo se fue haciendo mбs bajo y el cнrculo mбs estrecho, hasta que las sentнamos zumbar en torno a nosotros, cada vez mбs cerca. El seco y crujiente aleteo de sus enormes alas de color pizarra llenaba el aire con un ruido tan intenso que me hizo recordar el aerуdromo de Hendon en un dнa de carreras aйreas.
––Hacia el bosque todos juntos ––gritу Roxton enarbolando su rifle como un garrote––. Esas bestias tienen malas intenciones.
En el momento en que tratбbamos de retirarnos, el cнrculo se cerrу a nuestro alrededor, hasta que las puntas de las alas de los que estaban mбs prуximos casi tocaban nuestros rostros. Los golpeamos con las culatas de nuestros rifles, pero no hallбbamos nada sуlido o vulnerable para herirlos. Entonces, sъbitamente, asomу de entre el cнrculo sibilante y de color pizarra un largo cuello y un pico feroz que nos acometiу. Le siguieron otro, y otro mбs. Summerlee lanzу un grito y se llevу la mano al rostro, del cual empezу a manar sangre. Yo sentн una punzada en el cuello y quedй aturdido con el golpe. Challenger cayу y cuando me detuve para levantarle recibн otro golpe por detrбs, cayendo entonces encima de йl. En ese instante oн el disparo del rifle para elefantes de lord John y al levantar la vista observй a una de las bestias que se agitaba en el suelo con un ala rota, escupiendo y gorgoteando hacia nosotros, con el pico muy abierto y los ojos desorbitados e inyectados en sangre, como un demonio de pintura medieval. Sus camaradas comenzaron a volar mбs alto ante el sъbito estampido y trazaban cнrculos sobre nuestras cabezas.
––ЎAhora! ––gritу lord John––. ЎAhora, por nuestras vidas! Tambaleantes, nos precipitamos en el bosque, y en el momento en que alcanzбbamos los бrboles aquellas harpнas estaban de nuevo sobre nosotros. Summerlee fue derribado, pero lo arrancamos de allн y nos metimos entre los troncos. Una vez allн estбbamos a salvo, porque aquellas alas enormes no tenнan espacio para moverse entre las ramas. Mientras regresбbamos cojeando hacia nuestro cobijo, tristemente aporreados y desconcertados, los vimos durante mucho tiempo volando muy alto, recortados sobre el profundo cielo azul, sobre nuestras cabezas, remontбndose en cнrculos hasta que no parecнan mбs grandes que palomas torcaces; pero sin duda siguiendo todavнa nuestro avance con sus ojos. Al fin, cuando alcanzamos los bosques mбs espesos, abandonaron la caza y no los vimos mбs.
––Una experiencia de lo mбs interesante y convincente ––dijo Challenger cuando hicimos un alto junto al arroyo y йl baсaba su rodilla hinchada––. Ahora estamos excepcionalmente bien informados sobre las costumbres del pterodбctilo enfurecido.
Summerlee estaba restaсando la sangre que manaba de un corte que tenнa en la frente, mientras yo trataba de obstruir una fea puсalada en el mъsculo del cuello. Lord John tenнa un desgarrуn en el hombro de su chaqueta, pero sin que los dientes del pajarraco hubieran podido hacer otra cosa que rozar la carne.
––Resulta digno de anotarse ––continuу Challenger–– que nuestro joven amigo ha recibido una indiscutible puсalada, mientras que la chaqueta de lord John sуlo ha sido desgarrada por un mordisco. En mi propio caso, fui golpeado por sus alas en torno a la cabeza. De modo que hemos tenido una notable exhibiciуn de sus diversos mйtodos de ataque.
––Hemos salvado la vida por un pelo ––dijo lord John seriamente––, y no puedo imaginar una forma de morir mбs hedionda que la de ser despachados por esas asquerosas alimaсas. Lamento haber tenido que disparar mi rifle, pero, Ўpor Jъpiter!, no habнa mucho que elegir.
––Si usted no lo hubiese hecho no estarнamos aquн ––dije convencido.
––Tal vez no nos perjudique ––dijo йl––. En estos bosques deben producirse muchos estallidos fuertes al rajarse o desplomarse los бrboles y esos ruidos deben ser muy semejantes al disparo de un rifle. Pero ahora, si ustedes son de mi opiniуn, ya hemos tenido bastantes conmociones para un solo dнa, y lo mejor que podemos hacer es volver al campamento a buscar el botiquнn para aplicarnos un poco de бcido fйnico. їQuiйn sabe la clase de veneno que esas bestias pueden tener en sus hediondas mandнbulas?
Parece indudable que ningъn hombre, desde que el mundo es mundo, ha pasado un dнa semejante. Todavнa se nos guardaba una sorpresa inйdita. Cuando, siguiendo el curso de nuestro arroyo, alcanzamos finalmente nuestro claro y vimos la cerca espinosa de nuestro campamento, pensamos que nuestras aventuras tocaban a su fin. Pero antes de que pudiйsemos descansar, nos aguardaban otras cosas en que pensar. La puerta del Fuerte Challenger estaba intacta, las paredes no tenнan roturas y sin embargo alguna poderosa y extraсa criatura habнa visitado el lugar durante nuestra ausencia. Ninguna huella de pies revelaba trazas de su naturaleza, y sуlo la rama colgante del enorme бrbol gingko sugerнa cуmo podнa haber entrado y salido; pero el estado en que hallamos nuestras reservas nos ofrecнa una amplia evidencia de su fuerza maligna. Estaban dispersas al azar por el suelo de todo el campamento y una lata de carne habнa sido destrozada para extraer su contenido. Una caja de cartuchos estaba hecha astillas y una de las cбpsulas metбlicas habнa sido desmenuzada. Otra vez la sensaciуn de vago terror invadiу nuestras almas y lanzamos miradas asustadas a nuestro alrededor, hacia las negras sombras que se cernнan a nuestro lado por todas partes y en cada una de las cuales podнa estar en acecho alguna forma temible. Quй magnнfico fue oнr el saludo de la voz de Zambo; cuando nos acercamos al borde de la meseta, lo vimos sentado, gesticulando, en la cumbre del pinбculo que tenнamos frente a nosotros.
––ЎTodo bien, Massa Challenger, todo bien! ––gritу––. Yo quedar aquн. No miedo. Ustedes siempre encontrarme aquн cuando necesitan.
Su honesta cara negra y el inmenso panorama que se desplegaba ante nosotros y que nos hacнa alcanzar con la vista medio camino hasta el afluente del Amazonas nos ayudaron a recordar que estбbamos de verdad en el siglo XX, sobre esta tierra nuestra, y que no habнamos sido trasladados, por arte de magia, a algъn tosco planeta en las primeras y mбs salvajes etapas de su desarrollo. ЎQuй dificil era comprender que la lнnea violбcea que seсalaba el borde del lejano horizonte estaba muy cerca del gran rнo surcado por los enormes navнos de vapor, en los cuales la gente hablaba de sus pequeсos problemas cotidianos, mientras nosotros, abandonados entre los seres de una edad lejana, sуlo podнamos lanzar nuestras miradas hacia allб y suspirar por todo lo que involucraba!
Otro recuerdo queda en mн de aquel dнa maravilloso y con йl deseo cerrar esta carta. Con su temperamento quisquilloso aъn mбs irritable por las heridas recibidas, los dos profesores se querellaron acerca de la naturaleza de nuestros atacantes: que si era el gйnero pterodбctilo o el dimorphodon. Acabaron intercambiando gruesos epнtetos. Para evitar sus reyertas, me apartй un corto trecho. Estaba sentado sobre el tronco de un бrbol caнdo, fumando, cuando se me acercу lord John con aire de paseante.
––Hola, Malone ––dijo––. їRecuerda el lugar donde estaban aquellas bestias?
––Como si lo estuviera viendo.
––Era una especie de pozo volcбnico, їno es cierto?
––Exactamente ––dije.
––їSe fijу en el terreno?
––Rocas.
––Pero alrededor del agua... donde crecнan las caсas.
––Era una tierra azulada, que parecнa arcilla.
––Exacto. Un embudo volcбnico relleno de arcilla azul.
––їY quй hay con eso? ––preguntй.
––Oh, nada, nada ––dijo, y reanudу su paseo, esta vez regresando hacia donde las voces de los dos polйmicos hombres de ciencia surgнan en un prolongado dъo, donde se alzaba la aguda y estridente nota de Summerlee y descendнa el sonoro grave, de bajo, que emitнa Challenger. No habrнa pensado mбs en las preguntas de lord John si no fuese porque aquella noche le oн murmurar para sus adentros:
––Arcilla azul... Ўarcilla en un embudo volcбnico!
Fue lo ъltimo que oн antes de hundirme en un sueсo fatigado.
Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 71 | Нарушение авторских прав
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