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Han ocurrido las cosas mбs extraordinarias

I. Los heroнsmos nos rodean por todas partes | Pruebe fortuna con el profesor Challenger | Es un hombre totalmente insoportable | Es la cosa mбs grandiosa del mundo | Fui el mayal del Seсor | Maсana nos perderemos en lo desconocido | Los guardianes exteriores del nuevo mundo | Todo era espanto en el bosque | Una escena que no olvidarй jamбs | Йstas fueron las verdaderas conquistas |


 

Nos han ocurrido las cosas mбs portentosas y aъn nos si­guen ocurriendo, continuamente. Todo el papel que poseo consiste en cinco viejos cuadernos de notas y una cantidad de fragmentos, y sуlo tengo un lбpiz estilogrбfico; pero mientras estй en condiciones de mover la mano, continuarй asentando nuestras experiencias e impresiones. Ya que so­mos los ъnicos hombres de toda la raza humana en presen­ciar estas cosas, tiene una enorme importancia que las pue­da registrar mientras aъn estбn frescas en mi memoria, y antes que el destino, que parece estar amenazбndonos cons­tantemente, pueda alcanzarnos. Sea porque Zambo pueda llevar al fin estas cartas hasta el rнo, o porque yo mismo, por vнa milagrosa, pueda transportarlas conmigo a mi regreso, o porque algъn osado explorador, siguiendo nuestras huellas (con la ventaja, tal vez, de contar con un perfeccionado mo­noplano), encuentre este manojo de manuscritos, en cual­quier caso, digo, tengo la impresiуn de que lo que estoy es­cribiendo estб destinado a la inmortalidad como un clбsico de la literatura de aventuras verнdicas.

A la maсana siguiente del dнa en que quedamos atrapados en la meseta por obra del villano Gуmez, iniciamos una nueva etapa en nuestras experiencias. El primer incidente no fue tal como para que yo formase una opiniуn muy favora­ble acerca del lugar en que estбbamos extraviados. Al des­pertar de un breve adormecimiento, poco despuйs del alba, mis ojos se posaron sobre un objeto muy extraсo que estaba sobre mi pierna. Mi pantalуn se habнa deslizado hacia arri­ba, dejando expuestas algunas pulgadas de piel por encima de mi calcetнn. Sobre ese lugar descansaba un ancho raci­mo de color pъrpura. Asombrado ante la visiуn, me inclinй para quitбrmelo de encima, cuando, para horror mнo, eso reventу entre mi нndice y mi pulgar, chorreando sangre en todas direcciones. El grito de asco que lancй atrajo a mi lado a los dos profesores.

––Muy interesante ––dijo Summerlee inclinбndose sobre mi espinilla––. Una enorme garrapata, que segъn creo no ha sido todavнa clasificada.

––El primer fruto de nuestros trabajos ––dijo Challenger en su estilo pedante y bombбstico––. Lo menos que podemos hacer es llamarle Ixodes Maloni. La insignificante incomodi­dad que representу su picadura, mi joven amigo, no puede compararse, estoy seguro, con el glorioso privilegio de que su nombre quede inscrito en el inmortal registro de la zoo­logнa. Infortunadamente, ha aplastado usted este bello ejem­plar en el momento en que se saciaba.

––ЎAsquerosa sabandija! ––exclamй.

El profesor Challenger enarcу sus gruesas cejas como protesta y colocу su zarpa acariciadora sobre mi hombro. ––Deberнa cultivar usted la observaciуn cientнfica y la im­parcial inteligencia de la mente lуgica. Para un hombre de temperamento filosуfico como yo, la garrapata, con su pro­bуscide o trompa en forma de lanceta y su estуmago dilata­ble, es una bella obra de la Naturaleza, como el pavo real o, para el caso, como una aurora boreal. Me duele oнrle hablar en––forma tan despreciativa. Sin duda, como nos apliquemos a ello, conseguiremos otro ejemplar.

––No cabe duda de eso ––dijo Summerlee ceсudamente––, pues acabo de ver otra que desaparecнa por el cuello de su ca­misa.

Challenger pegу un salto en el aire bramando como un toro, mientras se arrancaba frenйticamente la chaqueta y la camisa. Summerlee y yo empezamos a reнrnos de tal modo que apenas podнamos ayudarle. Por fin dejamos al descu­bierto aquel monstruoso torso (cincuenta y cuatro pulgadas, medidas con cinta de sastre). Todo su cuerpo parecнa un bos­que de pelo negro, y en esa maraсa cazamos a la garrapata errabunda antes de que le picara. Pero los arbustos que nos rodeaban estaban llenos de esta horrible peste, y era evidente que tenнamos que mudar de sitio nuestro campamento.

Pero ante todo era necesario tomar nuestras providencias respectivas al fiel negro, que justamente se presentу en el pi­nбculo con una cantidad de latas de cacao y galletas, que nos arrojу por encima del abismo. Le ordenamos que de las pro­visiones que quedaban abajo retuviese todo lo que necesita­ba para mantenerse durante dos meses. El resto deberнan re­cibirlo los indios, como recompensa por sus servicios y en pago por llevar nuestras cartas hasta el Amazonas. Algunas horas despuйs los vimos alejarse por la llanura en fila india, cada uno con un fardo sobre la cabeza, volviendo por el sen­dero que habнamos recorrido al venir. Zambo ocupу nuestra pequeсa tienda en la base del pinбculo, y allн permaneciу, como nuestro ъnico vнnculo con el mundo de abajo.

Y ahora tenнamos que decidir cuбles serнan nuestros mo­vimientos inmediatos. Trasladamos nuestras instalaciones de entre los arbustos plagados de garrapatas y nos situamos en un pequeсo claro rodeado por todos lados de бrboles que crecнan muy tupidos. Habнa en el centro unas losas de piedra lisa, con un excelente manantial que surgнa en las inmedia­ciones. Allн nos sentamos cуmodamente y disfrutamos de la limpieza del lugar, mientras esbozбbamos nuestros prime­ros planes para la invasiуn de este nuevo territorio. Los pбjaros cantaban llamбndose entre el follaje ––uno, especial­mente, tenнa un peculiar grito ululante que era nuevo para nosotros––, pero fuera de estos sonidos no habнa otros signos de vida.

Nuestro primer cuidado fue confeccionar una especie de lista inventario de nuestros pertrechos, para saber con cuбnto podнamos contar. Entre las cosas que nosotros mismos habнa­mos subido y las que Zambo nos habнa cruzado por medio de la cuerda, estбbamos bastante bien provistos. Como lo mбs importante de todo, en vista de los peligros que podrнan ro­dearnos, tenнamos los cuatro rifles y mil trescientos cartuchos; tambiйn una escopeta, pero sуlo ciento cincuenta cartuchos de perdigуn, de tamaсo medio. En materia de provisiones, te­nнamos lo necesario para varias semanas, tabaco suficiente y algunos pocos instrumentos cientнficos, incluyendo un gran telescopio y unos buenos gemelos de campo. Todas estas cosas las acondicionamos en el centro del claro y, como precauciуn primera, cortamos con nuestras hachas y cuchillos una canti­dad de arbustos espinosos, que apilamos formando un cнrculo de alrededor de quince yardas de diбmetro. Йste serнa nuestro cuartel general ––y nuestro refugio en caso de repentino peli­gro–– ademбs de constituir nuestra caseta de guardia y depуsi­to de pertrechos. Lo bautizamos Fuerte Challenger.

Era mediodнa antes de que terminбramos de instalarnos con seguridad. El calor no era opresivo y las caracterнsticas generales de la meseta, tanto en temperatura como en vege­taciуn, eran mбs bien propias de un clima templado. Hayas, robles y hasta abedules podнan descubrirse entre la maraсa de бrboles que nos cercaban. Un inmenso gingko, que so­brepasaba a todos los demбs бrboles, extendнa sus ramas y su follaje parecido a una cabellera femenina sobre el fuerte que habнamos construido. A su sombra continuamos nues­tra discusiуn, mientras lord John, que habнa tomado rбpida­mente el mando a la hora de la acciуn, nos explicaba sus puntos de vista.

––Hasta tanto los hombres y las bestias no nos hayan visto u oнdo, estamos seguros ––dijo––. Cuando sepan que estamos aquн, nuestras dificultades comenzarбn. Hasta ahora no hay seсales de que nos hayan sorprendido. Por lo tanto, nuestra jugada debe ser seguramente permanecer ocultos por un tiempo y atisbar quй sucede en la comarca. Necesitamos sa­ber cуmo son nuestros vecinos antes de relacionarnos con ellos.

––Pero usted hizo fuego ayer ––dijo Summerlee.

––ЎPor todos los medios, hijo! Avanzaremos. Pero avanza­remos con sentido comъn. Nunca deberemos ir tan lejos como para no poder volver a nuestra base. Sobre todo, no debemos nunca, a menos que sea una cuestiуn de vida o muerte, hacer fuego con nuestros fusiles.

––Pero usted hizo fuego ayer ––dijo Summerlee.

––Bueno, pero no habнa mбs remedio. No obstante, el vien­to era fuerte y soplaba hacia fuera de la meseta. No es muy probable que el sonido haya viajado mucho tierra adentro. A propуsito, їcуmo llamaremos a este lugar?

Hubo varias sugerencias mбs o menos felices, pero la de Challenger fue la definitiva.

––Sуlo puede tener un nombre–– dijo––. Debe llevar el nom­bre del precursor que la descubriу. O sea, la Tierra de Maple White.

Y en Tierra de Maple White se convirtiу, y asн se denomi­narб en el mapa que se ha convertido en mi tarea especial. Confio en que ese mismo nombre aparecerб en los atlas del futuro.

La penetraciуn pacнfica de la Tierra de Maple White era el objetivo mбs urgente que tenнamos por delante. Habнamos adquirido una evidencia ocular de que el lugar estaba habi­tado por algunos seres desconocidos; tambiйn el бlbum de dibujos de Maple White era una prueba de que podrнan apa­recer monstruos aъn mбs terribles y peligrosos. El esqueleto empalado en los bambъes, que no podнa haber quedado de ese modo sin ser precipitado desde lo alto, sugerнa la existen­cia de habitantes humanos y que йstos eran de carбcter ma­lйvolo. Nuestra situaciуn, varados en aquella tierra sin posi­bilidad de escape, estaba claramente llena de peligros, y nuestra razуn endosaba todas las medidas de precauciуn que la experiencia de lord John podнa sugerir. No obstante, era ciertamente imposible que nos detuviйramos en el bor­de de este mundo misterioso cuando todos sentнamos que nuestras almas hormigueaban de impaciencia por avanzar y por arrancar el secreto de sus entraсas.

Por lo tanto, cerramos la entrada de nuestra zareba 23 con algunos arbustos espinosos y abandonamos nuestro campa­mento, con sus depуsitos enteramente rodeados por esta cerca protectora. Entonces penetramos lentamente y con precauciones en lo desconocido, siguiendo el curso del pe­queсo arroyo que fluнa de nuestro manantial y que siempre podrнa servirnos de guнa para regresar.

 

23. Recinto rъstico cercado con ramas espinosas.

 

A poco de partir, tropezamos con seсales reveladoras de que nos esperaban verdaderos portentos. Despuйs de unos pocos centenares de yardas de bosque espeso, que contenнa muchos бrboles desconocidos para mн en su ma­yorнa, pero que Summerlee, que era el botбnico de la ex­pediciуn, reconociу como especies de conнferas y cicadб­leas (plantas desaparecidas desde hace mucho tiempo del mundo que conocemos), penetramos en una regiуn don­de el arroyo se ensanchaba y formaba un pantano bas­tante grande. Altas caсas de un tipo singular crecнan apretadamente ante nosotros, y fueron clasificadas como equisetбceas, o cola de caballo en el lenguaje comъn. Los helechos arborescentes crecнan diseminados entre ellas, balanceбndose con el fuerte viento. Lord John, que mar­chaba a la cabeza, se detuvo sъbitamente alzando la mano.

––ЎMiren esto! ––dijo––. ЎPor Dios, йsta debe ser la huella del padre de todos los pбjaros!

En el lodo blando que tenнamos delante se imprimнa la enorme pisada de un pie con tres dedos. Aquel ser, cualquie­ra que fuese, habнa cruzado el pantano y se habнa introduci­do en el bosque. Todos nos detuvimos para examinar la monstruosa marca. Si era verdaderamente la de un pбjaro ––їy quй otro animal podнa haber dejado semejante impre­siуn?––, su pie era tan grande como el de un avestruz, y sus dimensiones debнan ser proporcionalmente enormes. Lord John mirу ansiosamente a su alrededor y deslizу dos cartu­chos en su rifle para cazar elefantes.

––Apuesto mi prestigio de cazador a que esta huella es fres­ca ––dijo––. No harб ni diez minutos que la bestia ha pasado por aquн. ЎObserven cуmo todavнa rezuma el agua en aquella marca mбs profunda! ЎPor Jъpiter! ЎAquн pueden ver la pisa­da de un ejemplar mбs pequeсo!

Por cierto, paralelamente a las huellas grandes corrнan otras mбs pequeсas pero que tenнan una misma forma gene­ral.

––їY quй les parece esto? ––exclamу triunfalmente el profe­sor Summerlee, seсalando lo que parecнa ser la enorme hue­lla de una mano humana de cinco dedos, que aparecнa entre las marcas de tres dedos.

––ЎWealden! ––gritу Challenger extasiado––. Yo las he visto en la arcilla del Wealden. Es un animal que camina erecto so­bre sus patas de tres dedos, y que a veces apoya una de sus garras delanteras de cinco dedos en el suelo. No es un pбja­ro, mi querido Roxton... no es un pбjaro.

––їEs un animal cuadrъpedo?

––No; es un reptil... un dinosaurio. Ningъn otro ser podrнa haber dejado semejantes huellas. Huellas como йstas deja­ron estupefacto a un digno doctor de Sussex hace noventa aсos; їpero cуmo nadie en el mundo podнa esperar... espe­rar... que verнa seсales como йstas?

Sus ъltimas palabras murieron en un susurro y todos nos quedamos paralizados por el asombro. Siguiendo las huellas habнamos abandonado la ciйnaga y cruzado a travйs de una cortina de arbustos y бrboles. Detrбs habнa un claro despe­jado y en йl cinco de los animales mбs extraordinarios que yo haya visto nunca. Agazapados entre los arbustos, los ob­servamos a voluntad.

Habнa, como he dicho, cinco de ellos: dos adultos y tres mбs jуvenes. Su tamaсo era enorme. Incluso los pequeсos eran grandes como elefantes, mientras los mayores sobrepa­saban a cualquier ser que yo hubiera visto. Su piel era de co­lor pizarra, con escamas como las de un lagarto, que brilla­ban cuando reflejaban el sol. Los cinco estaban sentados, balanceбndose sobre sus anchas y poderosas colas y sus enormes patas traseras de tres dedos, mientras con sus pe­queсas patas delanteras de cinco dedos atraнan hacia abajo las ramas que ramoneaban. No se me ocurre cуmo describir mejor a usted su apariencia que diciendo que se asemejaban a monstruosos canguros, de veinte pies de largo y con una piel similar ala de los cocodrilos negros.

No sй decir cuбnto tiempo estuvimos inmуviles contem­plando aquel maravilloso espectбculo. Un fuerte viento so­plaba hacia nosotros y estбbamos bien ocultos, de modo que no podнan descubrirnos. De vez en cuando los pequeсos ju­gaban alrededor de sus padres con pesadas cabriolas; las grandes bestias saltaban en el aire y caнan a tierra con sordos golpes. La fuerza de los padres parecнa ilimitada, pues uno de ellos, al tener cierta dificultad en alcanzar un manojo de follaje que crecнa en un бrbol de gran altura, abrazу el tronco con sus patas delanteras y lo arrancу como si fuese un renue­vo. Aquella acciуn, segъn creo, parecнa demostrar no sуlo el gran desarrollo de sus mъsculos sino tambiйn el pequeсo desarrollo de sus cerebros, porque todo el peso del бrbol le cayу encima con estrйpito, con lo cual prorrumpiу en una serie de agudos gaсidos, que revelaron que, a pesar de lo grande que era su capacidad de resistencia, tenнa un lнmite. Aparentemente, el suceso le hizo pensar que la vecindad era peligrosa, porque se alejу cabeceando lentamente por el bosque, seguido por su pareja y sus tres enormes infantes. Vimos el destello brillante de su piel pizarrosa entre los tron­cos de los бrboles y sus cabezas que ondulaban muy por en­cima de los arbustos. Luego desaparecieron de nuestra vista.

Observй a mis camaradas. Lord John permanecнa al ace­cho, con el dedo en el gatillo de su rifle para la caza de elefan­tes, con su бvida alma de cazador brillando en sus ojos fie­ros. ЎQuй no hubiese dado por colocar una cabeza como aquella entre los dos remos cruzados encima de la repisa de su chimenea en el cуmodo aposento del Albany! Con todo, su razуn lo refrenу, porque toda nuestra exploraciуn de las maravillas de esta tierra desconocida dependнa de que nues­tra presencia permaneciese ignorada por sus habitantes. Los dos profesores estaban sumidos en un silencioso йxtasis. En medio de su excitaciуn, se habнan cogido inconscientemente de la mano y permanecнan como dos niсos pequeсos en presencia de un prodigio. Las mejillas de Challenger se hen­chнan con una sonrisa serбfica, y la cara sardуnica se suavi­zaba momentбneamente en una actitud de asombro y reve­rencia.

––Nunc dimittis 24! ––exclamу al fin––. їQuй dirбn de esto en Inglaterra?

 

24. Alusiуn a las palabras de Simeуn al tomar en sus brazos al Niсo Je­sъs (Evangelio de San Lucas, 2,29).

 

––Mi querido Summerlee, yo le dirй con toda seguridad lo que dirбn exactamente en Inglaterra ––dijo Challenger––. Di­rбn que usted es un infernal embustero y un charlatбn cien­tнfico, lo mismo que usted y otros dijeron de mн.

––їPuestos ante las fotografнas?

––ЎTrucadas, Summerlee! ЎTorpemente trucadas!

––їAun mostrбndoles ejemplares?

––ЎAh, ahн sн que podemos atraparlos! Malone y toda su pandilla de Fleet Street 25 pueden todavнa vociferar en ala­banza nuestra. Veintiocho de agosto: el dнa en que vimos cinco iguanodontes vivos en un claro de la tierra de Maple White. Asiйntelo en su diario, mi joven amigo, y envнeselo a su pasquнn.

 

25. Calle de Londres donde tradicionalmente tienen su sede muchos pe­riуdicos.

 

––Y prepбrese a recibir un puntapiй de la bota del editoria­lista de turno ––dijo lord John––. Las cosas son algo diferentes vistas desde la latitud de Londres, compaсerito––camarada. Hay muchos hombres que no cuentan jamбs sus aventuras porque no esperan que les crean. їQuiйn podrнa censurarles por ello? A nosotros mismos esto nos parecerб algo soсado, dentro de un mes o dos. їQuй dijo usted que eran?

––Iguanodontes ––dijo Summerlee––. Puede usted encon­trar sus huellas por todas las arenas de Hastings, en Kent y en Sussex. Pululaban en el sur de Inglaterra cuando allн abundaban las sabrosas sustancias vegetales que les permi­tнan alimentarse. Cuando las condiciones cambiaron, las bestias no pudieron sobrevivir. Al parecer, aquн no han cam­biado esas condiciones y estas bestias siguen viviendo.

––Si alguna vez logramos salir vivos de aquн, me gustarнa llevar conmigo una cabeza ––dijo lord John––. ЎPor Dios! ЎSi vieran esto algunos de los muchachos de Somalilandia y Uganda se pondrнan verdes! No sй lo que ustedes piensan, camaradas, pero yo me huelo algo extraсo, como si estuviй­ramos todo el tiempo sobre una capa de hielo a punto de quebrarse.

Yo tenнa la misma sensaciуn de misterio y peligro, que pa­recнa rodearnos por todas partes. Entre las tinieblas de la ar­boleda se cernнa una constante amenaza, y cuando mirбba­mos su sombrнo follaje, vagos terrores se insinuaban en nuestros corazones. Es cierto que aquellos monstruosos se­ res que habнamos visto eran bestias inofensivas y torpes, que no parecнan capaces de causar daсo a nadie, pero en este mundo de maravillas podrнan hallarse otros supervivientes. їCuбntos horrores activos y feroces podrнan hallarse listos para abalanzarse sobre nosotros, desde sus cubiles en las ro­cas o entre la maleza? Poco sй de la vida prehistуrica, pero tengo un claro recuerdo de un libro que habнa leнdo, y que hablaba de seres que vivнan cazando leones y tigres lo mismo que un gato mata ratones. їQuй pasarнa si hubiese animales semejantes en los bosques de la tierra de Maple White?

Aquella misma maсana ––la primera que pasбbamos en el nuevo paнs–– parecнa predestinada a que descubriйramos los extraсos riesgos que nos rodeaban. Fue una aventura abo­rrecible, que aъn me resulta odioso recordar. Si, como decнa lord John, el claro de los iguanodontes persistirб en nuestra memoria como un sueсo, no menos cierto es que el pantano de los pterodбctilos serб para siempre nuestra pesadilla. Voy a relatar con exactitud lo que ocurriу.

Avanzбbamos muy lentamente por los bosques, en parte porque lord John actuaba como explorador antes de dejar­nos proseguir, y en parte porque a cada paso uno u otro de nuestros profesores se detenнa estбtico y lanzaba una excla­maciуn de asombro ante alguna flor o insecto que se le pre­sentaba como de una nueva especie. Habrнamos andado dos o tres millas en total, manteniйndonos junto a la orilla dere­cha del arroyo, cuando llegamos a un claro bastante grande que se abrнa entre los бrboles. Un cinturуn de maleza ascen­dнa hasta una confusa masa de rocas: toda la meseta estaba sembrada de cantos rodados. Caminбbamos lentamente ha­cia esas rocas, entre arbustos que nos llegaban a la cintura, cuando advertimos un extraсo y profundo sonido formado por graznidos y silbidos que llenaban los aires con una cons­tante algarabнa que parecнa provenir de algъn lugar situado muy cerca y frente a nosotros. Lord John levantу su mano en seсal de que nos detuviйramos y se abriу camino velozmente, deteniйndose y corriendo, hasta la lнnea de rocas. Vimos cуmo espiaba por encima de ellas y hacнa un gesto de asom­bro. Luego se quedу inmуvil, como si se hubiese olvidado de nosotros, tan fascinado estaba por lo que veнa. Por ъltimo nos hizo seсas para que nos acercбsemos, pero mantuvo su mano en alto, como seсal de precauciуn. Toda su actitud me hizo comprender que algo asombroso pero lleno de peligros se presentarнa ante nosotros.

Nos arrastramos hasta su vera y miramos por encima de las rocas. El lugar que contemplбbamos era un pozo, que quizб en un pasado remoto habнa sido uno de los pequeсos crбteres volcбnicos de la meseta. Tenнa la forma de un tazуn y en el fondo, a unos centenares de yardas de donde nosotros estбbamos, habнa charcos de agua estancada con espuma verdosa, flanqueados por juncales.

El sitio en sн ya era fantasmagуrico, pero sus ocupantes lo transformaban en un escenario de los Siete Cнrculos de Dan­te. El lugar era un nido de pterodбctilos. Habнa centenares de ellos, congregados ante nuestra vista. Toda el бrea del fondo alrededor de la orilla del agua pululaba con los jуvenes pte­rodбctilos y sus hediondas madres, que estaban empollando sus huevos amarillentos y correosos. De esta masa de obsce­na vida de reptiles que se arrastraba y aleteaba surgнa el es­ pantoso clamoreo que llenaba los aires y el horrible, mefнti­co y rancio hedor que nos daba nбuseas. Pero arriba, cada uno posado en su propia roca, altos, grises, macilentos, mбs parecidos a ejemplares muertos y disecados que a seres lle­nos de vida, estaban los horribles machos, absolutamente inmуviles salvo por el rodar de sus ojos rojos o cuando oca­sionalmente hacнan chasquear sus picos semejantes a rato­neras para coger a alguna libйlula que pasaba junto a ellos. Tenнan cerradas sus enormes alas membranosas por medio de sus antebrazos plegados, de modo que parecнan gigantes­cas viejas sentadas, rebozadas en hediondos mantones de color tela de araсa, de los que emergнan sus cabezas feroces.

Entre grandes y pequeсos, no menos de un millar de esos re­pugnantes animales descansaban en aquella hondonada ante nosotros.

Nuestros profesores hubieran permanecido allн de buena gana todo el dнa, tan extasiados estaban ante esta oportuni­dad de estudiar la vida de un perнodo prehistуrico. Seсala­ban los pбjaros y peces muertos que yacнan entre las rocas como prueba de los hбbitos alimentarios de aquellos seres; les escuchй felicitarse mutuamente por haber podido aclarar el motivo de que se hallasen en nъmero tan grande los hue­sos de este dragуn volador en ciertas arcas bien definidas, como por ejemplo en las arenas de Cambridge Green, pues ahora veнan que йstos, como los pingьinos, vivнan en forma gregaria.

Challenger, al fin, empeсado en probar un detalle que Summerlee habнa cuestionado, asomу ostensiblemente su cabeza por encima de las rocas, y con ello estuvo a punto de provocar la destrucciуn de todos nosotros. Instantбnea­mente, el macho mбs cercano lanzу un grito agudo y sibilan­te y desplegу los veinte pies de envergadura de sus correosas alas al remontarse por los aires.

Las hembras y las crнas se apiсaron junto al agua, mien­tras todo el cнrculo de centinelas se elevaba uno tras otro, to­mando altura hacia el cielo. Era un cuadro maravilloso el ver a no menos de un centenar de aquellos animales de enorme tamaсo y repelente aspecto volando como golondrinas so­bre nuestras cabezas, con aleteos veloces y cortantes; pero pronto comprobamos que no era un cuadro en el cual po­dнamos demorarnos sin perjuicio. Al principio, las grandes bestias volaron describiendo un inmenso cнrculo, como si quisieran asegurarse de la exacta extensiуn que el peligro podнa tener. Luego, el vuelo se fue haciendo mбs bajo y el cнrculo mбs estrecho, hasta que las sentнamos zumbar en torno a nosotros, cada vez mбs cerca. El seco y crujiente ale­teo de sus enormes alas de color pizarra llenaba el aire con un ruido tan intenso que me hizo recordar el aerуdromo de Hendon en un dнa de carreras aйreas.

––Hacia el bosque todos juntos ––gritу Roxton enarbolan­do su rifle como un garrote––. Esas bestias tienen malas in­tenciones.

En el momento en que tratбbamos de retirarnos, el cнrcu­lo se cerrу a nuestro alrededor, hasta que las puntas de las alas de los que estaban mбs prуximos casi tocaban nuestros rostros. Los golpeamos con las culatas de nuestros rifles, pero no hallбbamos nada sуlido o vulnerable para herirlos. Entonces, sъbitamente, asomу de entre el cнrculo sibilante y de color pizarra un largo cuello y un pico feroz que nos aco­metiу. Le siguieron otro, y otro mбs. Summerlee lanzу un grito y se llevу la mano al rostro, del cual empezу a manar sangre. Yo sentн una punzada en el cuello y quedй aturdido con el golpe. Challenger cayу y cuando me detuve para le­vantarle recibн otro golpe por detrбs, cayendo entonces enci­ma de йl. En ese instante oн el disparo del rifle para elefantes de lord John y al levantar la vista observй a una de las bestias que se agitaba en el suelo con un ala rota, escupiendo y gor­goteando hacia nosotros, con el pico muy abierto y los ojos desorbitados e inyectados en sangre, como un demonio de pintura medieval. Sus camaradas comenzaron a volar mбs alto ante el sъbito estampido y trazaban cнrculos sobre nues­tras cabezas.

––ЎAhora! ––gritу lord John––. ЎAhora, por nuestras vidas! Tambaleantes, nos precipitamos en el bosque, y en el mo­mento en que alcanzбbamos los бrboles aquellas harpнas es­taban de nuevo sobre nosotros. Summerlee fue derribado, pero lo arrancamos de allн y nos metimos entre los troncos. Una vez allн estбbamos a salvo, porque aquellas alas enormes no tenнan espacio para moverse entre las ramas. Mientras regresбbamos cojeando hacia nuestro cobijo, tristemente aporreados y desconcertados, los vimos durante mucho tiempo volando muy alto, recortados sobre el profundo cie­lo azul, sobre nuestras cabezas, remontбndose en cнrculos hasta que no parecнan mбs grandes que palomas torcaces; pero sin duda siguiendo todavнa nuestro avance con sus ojos. Al fin, cuando alcanzamos los bosques mбs espesos, abandonaron la caza y no los vimos mбs.

––Una experiencia de lo mбs interesante y convincente ––dijo Challenger cuando hicimos un alto junto al arroyo y йl baсaba su rodilla hinchada––. Ahora estamos excepcional­mente bien informados sobre las costumbres del pterodбc­tilo enfurecido.

Summerlee estaba restaсando la sangre que manaba de un corte que tenнa en la frente, mientras yo trataba de obs­truir una fea puсalada en el mъsculo del cuello. Lord John tenнa un desgarrуn en el hombro de su chaqueta, pero sin que los dientes del pajarraco hubieran podido hacer otra cosa que rozar la carne.

––Resulta digno de anotarse ––continuу Challenger–– que nuestro joven amigo ha recibido una indiscutible puсalada, mientras que la chaqueta de lord John sуlo ha sido desgarra­da por un mordisco. En mi propio caso, fui golpeado por sus alas en torno a la cabeza. De modo que hemos tenido una notable exhibiciуn de sus diversos mйtodos de ataque.

––Hemos salvado la vida por un pelo ––dijo lord John seria­mente––, y no puedo imaginar una forma de morir mбs he­dionda que la de ser despachados por esas asquerosas alima­сas. Lamento haber tenido que disparar mi rifle, pero, Ўpor Jъpiter!, no habнa mucho que elegir.

––Si usted no lo hubiese hecho no estarнamos aquн ––dije convencido.

––Tal vez no nos perjudique ––dijo йl––. En estos bosques de­ben producirse muchos estallidos fuertes al rajarse o desplo­marse los бrboles y esos ruidos deben ser muy semejantes al disparo de un rifle. Pero ahora, si ustedes son de mi opiniуn, ya hemos tenido bastantes conmociones para un solo dнa, y lo mejor que podemos hacer es volver al campamento a buscar el botiquнn para aplicarnos un poco de бcido fйnico. їQuiйn sabe la clase de veneno que esas bestias pueden tener en sus hediondas mandнbulas?

Parece indudable que ningъn hombre, desde que el mun­do es mundo, ha pasado un dнa semejante. Todavнa se nos guardaba una sorpresa inйdita. Cuando, siguiendo el curso de nuestro arroyo, alcanzamos finalmente nuestro claro y vimos la cerca espinosa de nuestro campamento, pensamos que nuestras aventuras tocaban a su fin. Pero antes de que pudiйsemos descansar, nos aguardaban otras cosas en que pensar. La puerta del Fuerte Challenger estaba intacta, las paredes no tenнan roturas y sin embargo alguna podero­sa y extraсa criatura habнa visitado el lugar durante nuestra ausencia. Ninguna huella de pies revelaba trazas de su natu­raleza, y sуlo la rama colgante del enorme бrbol gingko su­gerнa cуmo podнa haber entrado y salido; pero el estado en que hallamos nuestras reservas nos ofrecнa una amplia evi­dencia de su fuerza maligna. Estaban dispersas al azar por el suelo de todo el campamento y una lata de carne habнa sido destrozada para extraer su contenido. Una caja de cartuchos estaba hecha astillas y una de las cбpsulas metбlicas habнa sido desmenuzada. Otra vez la sensaciуn de vago terror in­vadiу nuestras almas y lanzamos miradas asustadas a nues­tro alrededor, hacia las negras sombras que se cernнan a nuestro lado por todas partes y en cada una de las cuales po­dнa estar en acecho alguna forma temible. Quй magnнfico fue oнr el saludo de la voz de Zambo; cuando nos acercamos al borde de la meseta, lo vimos sentado, gesticulando, en la cumbre del pinбculo que tenнamos frente a nosotros.

––ЎTodo bien, Massa Challenger, todo bien! ––gritу––. Yo quedar aquн. No miedo. Ustedes siempre encontrarme aquн cuando necesitan.

Su honesta cara negra y el inmenso panorama que se des­plegaba ante nosotros y que nos hacнa alcanzar con la vista medio camino hasta el afluente del Amazonas nos ayudaron a recordar que estбbamos de verdad en el siglo XX, sobre esta tierra nuestra, y que no habнamos sido trasladados, por arte de magia, a algъn tosco planeta en las primeras y mбs salva­jes etapas de su desarrollo. ЎQuй dificil era comprender que la lнnea violбcea que seсalaba el borde del lejano horizonte estaba muy cerca del gran rнo surcado por los enormes na­vнos de vapor, en los cuales la gente hablaba de sus pequeсos problemas cotidianos, mientras nosotros, abandonados en­tre los seres de una edad lejana, sуlo podнamos lanzar nues­tras miradas hacia allб y suspirar por todo lo que involucra­ba!

Otro recuerdo queda en mн de aquel dнa maravilloso y con йl deseo cerrar esta carta. Con su temperamento quisquillo­so aъn mбs irritable por las heridas recibidas, los dos profe­sores se querellaron acerca de la naturaleza de nuestros ata­cantes: que si era el gйnero pterodбctilo o el dimorphodon. Acabaron intercambiando gruesos epнtetos. Para evitar sus reyertas, me apartй un corto trecho. Estaba sentado sobre el tronco de un бrbol caнdo, fumando, cuando se me acercу lord John con aire de paseante.

––Hola, Malone ––dijo––. їRecuerda el lugar donde estaban aquellas bestias?

––Como si lo estuviera viendo.

––Era una especie de pozo volcбnico, їno es cierto?

––Exactamente ––dije.

––їSe fijу en el terreno?

––Rocas.

––Pero alrededor del agua... donde crecнan las caсas.

––Era una tierra azulada, que parecнa arcilla.

––Exacto. Un embudo volcбnico relleno de arcilla azul.

––їY quй hay con eso? ––preguntй.

––Oh, nada, nada ––dijo, y reanudу su paseo, esta vez regre­sando hacia donde las voces de los dos polйmicos hombres de ciencia surgнan en un prolongado dъo, donde se alzaba la aguda y estridente nota de Summerlee y descendнa el sonoro grave, de bajo, que emitнa Challenger. No habrнa pensado mбs en las preguntas de lord John si no fuese porque aquella noche le oн murmurar para sus adentros:

––Arcilla azul... Ўarcilla en un embudo volcбnico!

Fue lo ъltimo que oн antes de hundirme en un sueсo fati­gado.

 


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 71 | Нарушение авторских прав


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