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Breve apunte histórico

El maestro de Keops

 

Albert Salvadó


 

 

A mis hermanos Carles y Guillem, con el agradable recuerdo
de todas las aventuras que hemos vivido juntos.

BREVE APUNTE HISTÓRICO

 

 

Es apasionante sumergirse en lo que sucedió hace más de cuatro mil quinientos años. A la dificultad que entraña la distancia temporal hay que sumar la escasez de textos que nos impide conocer con exactitud cómo eran la mentalidad de la época y una organización de la cual disponemos de algunos apuntes, aunque no de una certeza absoluta. Egipto, el imperio que perduró tres mil años, se ha visto envuelto en una aureola de misterio, ciertamente indescifrable, que los historiadores han procurado explicar con mayor o menor fortuna, con mayor o menor dosis de imaginación, y que otros han magnificado o mistificado hasta extremos impensables, olvidando quizá que se trataba de simples hombres y mujeres que intentaban hacer lo mismo que nosotros: vivir en este mundo.

Los propios historiadores no se ponen de acuerdo en un buen número de aspectos. Incluso los nombres aparecen escritos de forma diferente en función del investigador o del historiador. De manera que no es extraño encontrar que Zóser también se llama Djóser, que Jefren es Kefrén o que el propio Snefrú sea Sneferu. Como tampoco debe causar extrañeza que el nombre de las ciudades varíe. Men-Nefer es Menfis, pero también es Ineb-Hedy, dependiendo de la época o de quien dejó constancia de los acontecimientos. A todo ello hay que añadir la helenización y la romanización. Así, Iunu pasó a ser Heliópolis con la llegada de los soldados griegos al mando de Alejandro Magno. De igual forma, Iunu es Iwnw y Jemenu es Hermópolis, en honor a Hermes, que no es otro que Toth, dios de la sabiduría, de las artes y de las letras, y patrón de los escribas.

Sería demasiado largo y tedioso intentar establecer todos los puntos de divergencia que afectan además al grado de cultura y de ciencia de un pueblo nacido de la prehistoria que alcanzó un nivel increíble a los ojos de nuestros días. Algún investigador afirma que desconocían la multiplicación y la división, operaciones que realizaban mediante sumas y restas sucesivas. Otros hablan de ecuaciones matemáticas complejas y hay quien apoya sus hipótesis en el hecho que el número π tenía que serles familiar, porque aparece en la división de las proporciones de ciertas pirámides. Sin embargo, lo que es innegable son los monumentos, los templos y las construcciones que nos han legado, muestra de un arte que se ha convertido en único e inconfundible. Muchos de nosotros, aunque profanos en la materia, somos capaces de distinguir de inmediato una pintura, una escultura o incluso una muestra de su escritura.

Sea como fuere, entre la III y la IV dinastía (hubo más de treinta) se produjo un cambio fundamental y decisivo. Djóser, fundador de la III, tenía por visir un hombre de una inteligencia fuera de lo habitual. Su nombre, Imhotep. Arquitecto, artista, médico... un verdadero Leonardo da Vinci que a su muerte fue divinizado y al que los griegos asimilaron a Esculapio. Este hombre, de origen humilde, fue el primero en emplear la piedra en la construcción de las pirámides. Aunque en aquel tiempo eran escalonadas. Es decir: mediante la superposición de mastabas, construcciones simples de un sólo nivel y planta rectangular.

En el instante de truncarse la III dinastía, con la muerte de Huni, e iniciarse la IV, con la entronización de Snefrú, se produce la gran ruptura. Aquí, justamente aquí, aparecen las grandes pirámides de aristas rectas, tal como las conocemos hoy. A esta época pertenecen la primera pirámide romboidal de Snefrú y las posteriores de su hijo Keops y sus descendientes Kefrén y Mikerino. A este mismo período corresponde la famosa esfinge. Después, ninguna otra pirámide ha podido igualarlas.

Como siempre, la historia depende de quien la escribe y en aquellos momentos la cultura y la escritura no estaban en manos del pueblo llano. La clase sacerdotal tenía la última palabra y se da la paradoja de que Keops fue maltratado por la historia, a pesar de ser quien ha dejado mayor rastro tras de sí, mientras que Snefrú fue mimado por los escritos y ha alcanzado la posteridad como un gran monarca.

Lo que el lector va a encontrar en las páginas siguientes es una novela. La historia de la época de un faraón, Snefrú, que reinó desde el año 2613 hasta el 2589 a. de C. y que rompió moldes y estableció unas bases seguras que permitieron que el imperio durara tres milenios, traspasara las fronteras del tiempo y nos alcanzara en forma de monumentos funerarios erigidos para toda la eternidad.

De este período nos llegan unos misterios que aún nadie ha sido capaz de explicar por entero. La pirámide romboidal es un claro exponente. Cuando la analizamos, no podemos entender la razón de que su pendiente cambie a media altura, ni porqué existen en su interior dos galerías, una superior y otra inferior. De hecho, Snefrú mandó construir una segunda pirámide, un poco más al norte, y es como las que conocemos, con caras y aristas rectas. Naturalmente, alguna explicación ha de existir y, si no era técnica, tal como los cálculos demuestran, había de ser de otra índole. ¿Yqué mejor, que una explicación simplemente humana?

Durante la IV dinastía tiene lugar otro hecho capital. Por primera vez el faraón se ve investido del poder absoluto. Este giro de la historia será determinante en los períodos subsiguientes. ¿Pero, cómo se llegó?

Escribir novelas históricas es padecer la osadía de pretender ahondar en la mente del hombre de tiempos pretéritos, es buscar razones más allá de las puramente sociales o económicas o bélicas, más allá de las fechas y de los lugares. Es echar una ojeada al alma para poder aunar el sentimiento al pensamiento y a la acción, única forma de comprender cómo eran, cómo vivían, cómo sentían y cuáles eran sus preocupaciones. Entonces, y sólo entonces, aparece el vehículo que conduce los acontecimientos y los dota de un nexo lógico y coherente, dibuja palabras en los labios, pensamientos en el cerebro y llena el corazón de sentimientos.

A lo largo de esta historia el lector encontrará términos que, quizás, le resulten extraños. Unidades de medida, como el meh o el khet, unidades de intercambio, como el khar o el shat o el zites, no tienen traducción posible. En aquella época aún no existía el concepto de moneda, pero sí disponían de una unidad básica a la cual se refería todo. Por esa razón, el amable lector hallará un pequeño diccionario que puede consultar en todo momento. Allí descubrirá que el khar equivale a 76,88 litros de grano o que un shat son 7 gramos de oro, de plata o de cobre, o que el meh equivale aproximadamente a medio metro de longitud.

Ojalá, algún día, accedamos a conocer con precisión, lejos de la magia y del misterio, todas y cada una de las razones que condujeron a unos hombres surgidos de la prehistoria a construir una de las siete maravillas del mundo. Quizás, entonces, descubriremos muchos enigmas y entenderemos mejor porqué hemos llegado hasta nuestros días y porqué somos como somos.

 

El autor



Дата добавления: 2015-10-28; просмотров: 91 | Нарушение авторских прав


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