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Frases introductorias 8 страница

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¡Y la libertad de Nietzsche! ¿Cómo seria una vida como la suya? Sin casa, sin obligaciones, sin salarios que pagar, sin hijos que criar, sin horarios, sin papeles que representar, sin lugar en la sociedad. Había algo tentador en aquella libertad. ¿Por qué Friedrich Nietzsche tenía tanta libertad y Josef Breuer tan poca? "Nietzsche se ha buscado esa libertad. ¿Por qué no puedo hacerlo yo?" Breuer permaneció estirado en la cama y torturándose con esos pensamientos hasta que, a las seis, sonó el despertador.

–Buenos días, doctor Breuer –saludó Frau Becker cuando Breuer llegó al consultorio a las diez y media, después de las visitas matinales–. Ese profesor Nietzsche estaba esperando en el vestíbulo esta mañana, cuando he abierto la consulta. Ha traído estos libros para usted y me ha pedido que le dijera que son sus propios ejemplares. En ellos hay notas marginales con ideas para trabajos futuros. Ha dicho que son notas privadas y que no debe enseñárselas a nadie. Tenía un aspecto horrible y, además, se comportaba de manera muy extraña.

–¿En qué sentido, Frau Becker?

–Parpadeaba todo el tiempo, como sí no pudiera ver o no quisiera ver lo que tenía delante. Y estaba muy pálido, como si fuera a desmayarse. Le he preguntado si le pasaba algo, si quería una taza de té o tenderse en su despacho. Se lo he dicho con educación, pero por lo visto le ha molestado mi sugerencia, parecía casi enfadado. Sin pronunciar palabra, ha dado media vuelta y ha bajado las escaleras corriendo.

Frau Becker entregó a Breuer el paquete: dos libros envueltos con sumo cuidado en una hoja de la Neue Freie Presse del día anterior y atados con un cordel. Los desenvolvió y los puso sobre su escritorio, junto con los ejemplares que le había dado Frau Salomé. Puede que Nietzsche hubiera exagerado al decir que tenía los dos únicos ejemplares que había en toda Viena, aunque ahora era Breuer el único que sin duda poseía dos ejemplares de ambos títulos.

–Ah, doctor Breuer, ¿no son los mismos libros que dejó la señora rusa? –Frau Becker acababa de llevar la correspondencia de la mañana y, al retirar el papel de periódico y el cordel, vio los títulos de los libros.

"Las mentiras generan mentiras", pensó Breuer, "y un mentiroso debe llevar una vida muy vigilante". Si bien Frau Becker era educada y eficiente, le gustaba inmiscuirse en la vida de los pacientes. ¿Seria capaz de hablar a Nietzsche de "la señora rusa" y de los libros? Tenía que prevenirla.

–Frau Becker, debo decirle que la señora rusa que tanto le gusta, Fräulein Salomé, es, o era, amiga íntima del profesor Nietzsche. Estaba preocupada por el profesor y acudió a mi porque se lo sugirieron unos amigos suyos. Sólo que el profesor no lo sabe, pues ahora Fräulein Salomé y él no están en buenas relaciones. Para que yo tenga alguna posibilidad de hacer algo por él, el profesor no debe enterarse de que la he recibido.

Frau Becker asintió con su discreción habitual, miró por el balcón y vio que llegaban dos pacientes.

–Herr Hauprmann y Frau Klein. ¿A quién quiere ver primero?

Haber acordado con Nietzsche una hora concreta no era usual. Por lo general, Breuer, al igual que otros médicos vieneses, se limitaba a mencionar el día y veía a sus pacientes siguiendo el orden en que llegaban.

–Haga pasar primero a Herr Hauptmann. Tiene que volver al trabajo.

Después del último paciente de la mañana, Breuer decidió leer los libros de Nietzsche y dijo a Frau Becker que comunicara a su esposa que no subiría hasta que la comida estuviera servida. Cogió los dos volúmenes, de encuadernación barata, cada uno de menos de trescientas páginas. Habría preferido leer los que le había dado Lou Salomé para poder subrayar frases o anotar cosas en los márgenes. Pero se sentía obligado a leer los ejemplares de Nietzsche para no sentirse tan hipócrita. Las anotaciones de Nietzsche le distraían: había multitud de vocablos subrayados y, en los márgenes, muchos signos de admiración y palabras como "¡SI! ¡SI!" y, de vez en cuando, "¡NO!" o "¡IDIOTA!". También había observaciones garabateadas que Breuer no alcanzaba a descifrar.

Eran libros extraños que no se parecían a nada de cuanto había leído hasta entonces. Cada libro contenía cientos de secciones numeradas y muchas apenas guardaban relación entre sí. Las secciones eran breves, dos o tres párrafos a lo sumo, y a veces se trataba sólo de un aforismo: "Los pensamientos son sombras de nuestros sentimientos: siempre más oscuros, más vacíos y más simples"; "Nadie muere de una verdad fatal hoy en día: hay demasiados antídotos"; "¿De qué sirve un libro que no nos lleva más allá de los libros?"

Era evidente que el profesor Nietzsche se sentía capacitado para discurrir acerca de cualquier tema: música, arte, política, hermenéutica, historia, psicología. Lou Salomé lo había descrito como un gran filósofo. Tal vez. Breuer no estaba preparado para juzgarlo en función del contenido de esos libros. Pero estaba claro que Níetzsche era un poeta, un verdadero Dichter.

Algunas de sus afirmaciones parecían ridículas, por ejemplo, una insulsa observación acerca de que padres e hijos siempre tienen más en común que madres e hijas. Pero muchos aforismos, en cambio, incitaban a Breuer a la reflexión: "¿Cuál es el sello de la liberación? No avergonzarse más ante uno mismo". Le atrajo un pasaje que le pareció muy llamativo: Del mismo modo que los huesos, la carne, los intestinos y los vasos sanguíneos están encerrados dentro de una piel que hace que la vista de un hombre sea soportable, las agitaciones y pasiones del alma están envueltas en la vanidad, que es la piel del alma.

¿Cómo describir aquellos libros? Desafiaban toda caracterización, aunque, en conjunto, eran una provocación deliberada; transgredían todas las convenciones, cuestionaban –e incluso denigraban– las virtudes convencionales y ensalzaban la anarquía.

Breuer consultó el reloj. La una y cuarto. Ya no le quedaba más tiempo para leer. Como sabía que en.cualquier momento le llamarían para comer, buscó pasajes que pudieran ofrecerle ayuda práctica para la reunión con Nietzsche del día siguiente.

Por lo general, el horario del hospital no permitía a Freud comer los jueves con los Breuer. Pero aquel día Josef le había invitado de manera especial para que juntos examinaran el caso Nietzsche. Tras una típica comida vienesa, consistente en una sabrosa sopa de col y uvas pasas, wiener schnitzel, spätzle, coles de Bruselas, tomates al horno, el pumpernickel casero de Marta, manzanas asadas con canela y Schlag, Breuer y Freud se retiraron al estudio.

A medida que describía el historial médico y los síntomas del paciente a quien llamaba Herr Eckart Müller, Breuer notó que los párpados de Freud se entrecerraban poco a poco. No era la primera vez que su amigo caía en ese letargo después de comer y Breuer sabía cómo sacarlo de él.

–Bien, Sig –dijo con voz enérgica–, preparémonos para tus exámenes de ingreso en la facultad. Yo simularé ser el profesor Northnagel. Anoche no pude dormir, he tenido dispepsia y Mathilde me reprocha haber llegado tarde para comer, de modo que estoy lo bastante fastidiado para poder imitar a ese bruto.

Breuer adoptó un fuerte acento alemán del norte y la postura rígida y autoritaria de un prusiano.

–Muy bien, doctor Freud, le he dado el historial médico de Herr Eckart Müller. Ahora está preparado para su examen físico. Dígame, ¿qué debe buscar?

Freud dilató los ojos y se metió el dedo en el cuello de la camisa para aflojarlo. No compartía el gusto de Breuer por aquellos simulacros de examen. Si bien estaba de acuerdo en que eran buenos desde el punto de vista pedagógico, siempre le ponían nervioso.

–Es indudable –comenzó– que el paciente padece una lesión en el sistema nervioso central. Sus cefaleas, el deterioro de la vista, la historia neurológica de su padre, los problemas de equilibrio: todo lo indica. Sospecho que puede haber un tumor cerebral. Es posible que se trate de esclerosis diseminada. Efectuaré un examen neurológico completo, revisando los nervios craneanos con cuidado, en especial el primero, segundo, quinto y undécimo. También examinaré con cuidado los campos visuales: el tumor puede estar oprimiendo el nervio óptico.

–¿Cuál es su opinión acerca de los otros fenómenos visuales, esto es, los centelleos, la visión borrosa por la mañana que mejora más tarde, a lo largo del día? ¿Conoce usted algún cáncer que produzca esto?

–Yo daría un buen vistazo a la retina. Puede haber una degeneración de la mácula.

–¿Una degeneración de la mácula que mejora por la tarde? ¡Increíble! ¡Seria un caso que deberíamos publicar! ¿Y la fatiga periódica, los síntomas reumáticos y los vómitos de sangre? ¿También son causados por el cáncer?

–Doctor Northnagel, el paciente puede padecer dos enfermedades. Piojos y también pulgas, como decía Oppolzer. Podría estar anémico.

–¿Cómo lo examinaría para determinar la anemia?

–Haría un análisis de hemoglobina y otro de heces.

–Nein! Nein! Mein Gott! ¿Qué les enseñan ahora en las facultades de medicina de Viena? ¿A examinar con los cinco sentidos? ¡Olvide las pruebas de laboratorio, la medicina judía! El laboratorio sólo confirma lo que el examen fisico ya dice. Suponga que se encuentra en el campo de batalla, doctor: ¿pedirá un análisis de heces?

–Examinaría el color del paciente, en especial las lineas de las palmas y las mucosas: encías, lengua, conjuntiva.

–Bien. Pero ha olvidado lo más importante: las uñas.

–"Northnagel" se aclaró la garganta–. Ahora, joven aspirante a médico –prosiguió–, le expondré los resultados del examen físico. Primero, el examen neurológico es del todo normal: no se ha hallado nada negativo. Eso con respecro a un tumor cerebral o esclerosis diseminada, que, doctor Freud, eran posibilidades remotas, para empezar, a menos que usted conozca casos que duren años y presenten erupciones periódicas con una sintomatología seria de veinticuatro o cuarenta y ocho horas, para luego disolverse del todo sin déficit neurológico. ¡No, no y no! Esta no es una enfermedad estructural, sino un desorden fisiológico episódico. –Breuer se incorporó en su asiento y siguió hablando, exagerando el acento prusiano–. Sólo hay un diagnóstico posible, doctor Freud.

Freud se sonrojó.

–No sé cuál es.

Parecía tan abatido que Breuer interrumpió el juego, se desembarazó de Northnagel y suavizó el tono.

–Sí lo sabes, Sig. Lo discutimos la última vez. Hemicránea, migraña. Y no te avergiiences por no pensar en ello: la migraña es una enfermedad típica de las visitas a domicilio. Los estudiantes de medicina raras veces la ven porque quienes padecen migraña rara vez van a un hospital. El de Herr Müller es un caso serio de hemicránea. Tiene todos los síntomas clásicos. Vamos a repasarlos: ataques intermitentes de jaqueca palpitante unilateral (que suele ser hereditaria), acompañada de anorexia, náuseas, vómitos y aberraciones visuales, como centelleos prodrómicos, incluso hemianopsia.

Freud había sacado un pequeño cuaderno del bolsillo anterior de la chaqueta y tomaba notas.

–Empiezo a recordar mis lecturas sobre la hemicránea. Según la teoría de Du Bois–Reymond, se trata de una enfermedad vascular y el dolor es causado por un espasmo de las arteriolas del cerebro.

–Du Bois–Reymond tiene razón en cuanto al origen vascular, pero no todos los pacientes sufren espasmos de las arteriolas. He visto a muchos con manifestaciones opuestas: una dilatación de los vasos. Mollendorff cree que el dolor es causado, no por espasmos, sino por una distensión de los vasos sanguíneos relajados.

–¿Y qué me dices de la pérdida de visión?

–¡He aquí los piojos y las pulgas! Es el resultado de alguna otra cosa, no de la migraña. No pude enfocarle la retina con el oftalmoscopio. Algo obstruye la visión. No se halla en el cristalino, no es una catarata, sino en la córnea. No sé cuál es la causa de la opacidad córnea, pero es algo que he visto con anterioridad. Tal vez se trate de un edema; eso explicaría por qué su visión empeora por la mañana. El edema córneo es mayor cuando los ojos han permanecido cerrados toda la noche y se resuelve de forma gradual cuando, a lo largo del día, con los ojos abiertos, se va evaporando el fluido.

–¿A qué se debe su debilidad?

–Está un tanto anémico. Es posible que sea debido a hemorragias gástricas, aunque es más probable que se trate de una anemia dietética. Su dispepsia es tal que no tolera la carne durante semanas.

Freud seguía tomando notas.

–¿Y el pronóstico? ¿La misma enfermedad acabó con su padre?

–Él me hizo la misma pregunta, Sig. De hecho, nunca he tenido un paciente que insista en enterarse de los hechos concretos. Me hizo prometerle que sería sincero con él y luego me formuló tres preguntas: ¿su enfermedad es progresiva? ¿Se quedará ciego? ¿Morirá de ella? ¿Has oido alguna vez que un paciente hable así? Le prometí que le respondería en nuestra sesión de mañana.

–¿Qué le dirás?

–Puedo tranquilizarlo basándome en un excelente estudio de Liveling, un médico británico, es la mejor investigación médica que ha salido de Inglaterra. Deberías leer su monografía. –Breuer cogió un grueso volumen y se lo entregó a Freud, que empezó a hojearlo–. No está traducido todavía –prosiguió Breuer–, pero tu inglés es bueno. Liveling realiza el informe de una vasta muestra de enfermos de migraña y concluye que la migraña se hace menos potente a medida que el paciente envejece y que no está asociada con ningún otro mal cerebral. De modo que, aunque sea una enfermedad hereditaria, es muy poco probable que su padre haya muerto de lo mismo. Por supuesto, el método de investigación de Liveling es chapucero. La monografía no aclara si los resultados se basan en datos longitudinales o en muestras representativas. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Freud respondió de inmediato, al parecer más familiarizado con métodos de investigación que con la medicina clínica.

–El método longitudinal consiste en llevar a cabo el seguimiento de pacientes individuales durante años, hasta descubrir que los ataques disminuyen con la edad, ¿no es así?

–Eso es –corroboró Breuer–. Y las muestras representarivas...

Freud le interrumpió como un colegial nervioso sentado en primera fila.

–El método de muestras representativas es una sola observación en un momento dado. En este caso, los pacientes mayores de edad de la muestra manifiestan menos ataques de migraña que los más jóvenes.

Breuer disfrutaba con el entusiasmo de su amigo y le dio otra oportunidad de lucirse.

 

–¿Adivinas qué método es más exacto?

–El método de muestras representativas no puede ser muy preciso: la muestra puede contener muy pocos pacientes mayores con migrañas graves, no porque la migraña haya mejorado, sino porque los pacientes están demasiado enfermos o demasiado decepcionados de los médicos para aceptar ser estudiados.

–Exacto, y creo que Liveling no se dio cuenta de ello. Una respuesta excelente, Sig. ¿Nos fumamos un cigarro para celebrarlo? –Freud aceptó de buen grado uno de los soberbios cigarros turcos de Breuer. Los encendieron y paladearon el aroma.

–Ahora –prosiguió Freud–, ¿seguimos hablando del resto del caso? –Y añadió en un susurro–: ¿De la parte interesante? –Breuer sonrió–. No debería decirlo –continuó Freud–, pero como Northnagel ya se ha ido, puedo confesarte en privado que los aspectos psicológicos de este caso me intrigan más que el cuadro clínico. –Breuer notó que su joven amigo parecía más animado. Le brillaron los ojos al preguntar–: ¿Tiene tendencias suicidas avanzadas? ¿Le aconsejaste que buscara ayuda?

Ahora fue a Breuer a quien le tocó avergonzarse. Se sonrojó al recordar que, en su última conversación, se había mostrado ante su amigo muy seguro de su habilidad para el interrogatorio.

–Es un hombre extraño, Sig. Nunca he encontrado tanta resistencia. Era como un muro. Un muro inteligente. Me dio un gran número de oportunidades. Dijo que se sentía bien sólo cincuenta días al año, que tenía depresiones, que se sentía traicionado, que vivía en total aislamiento, que era un escritor sin lectores, que padecía insomnios graves con malignos pensamientos nocturnos.

–Pero, Josef, ¡ésos eran precisamente los hechos que querías que mencionara!

–Así es. Sin embargo, cada vez que me detenía en uno de ellos, no sacaba nada en limpio. Si, reconoce estar enfermo con frecuencia, pero insiste en que es el cuerpo el que está enfermo, no él, no su esencia. Con respecto a los momentos de depresión, dice que se enorgullece de tenerlos "Orgulloso de poseer el coraje de tener momentos de depresión." ¡Qué disparate! ¿Que ha sido traicionado? Si, sospecho que se refiere a lo que pasó con Fräulein Salomé, pero pretende haberlo superado y no quiere discutirlo. En cuanto al suicidio, niega tener tendencias suicidas, pero defiende el derecho del paciente a elegir su propia muerte. Si bien podría recibir la muerte con agrado (asegura que la recompensa final de los muertos es no volver a morir), todavía tiene mucho que hacer, demasiados libros que escribir. De hecho, dice que tiene la cabeza cargada de libros y cree que sus cefaleas se deben al trabajo mental.

Freud meneó la cabeza, simpatizando con la consternación de Breuer.

–Dolor causado por el trabajo mental, ¡qué metáfora! ¡Como Minerva, nacida de la cabeza de Zeus! Pensamientos extraños: dolor debido al trabajo mental, la elección de la propia muerte, el valor de tener depresiones. No carece de ingenio, Josef. Me pregunto sí se tratará de un ingenio demente o de una locura sabia. –Breuer sacudió la cabeza. Freud se echó atrás en su asiento, expulsó una columna de humo azul y observó cómo se elevaba y se esfumaba antes de volver a hablar–. Este caso se vuelve más fascinante cada día. ¿Qué hay del informe de la Fräiulein acerca de la desesperación suicida? ¿Le mintió a ella? ¿A ti? ¿O a sí mismo?

–¿Mentirse a si mismo, Sig? ¿Cómo se miente uno a sí mismo? ¿Quién es el mentiroso? ¿A quién miente?

–Tal vez una parte de él sea suicida, pero la parte consciente no lo sepa.

Breuer se volvió para contemplar más de cerca a su joven amigo. Esperaba ver una sonrisa en su rostro, pero Freud estaba muy serio.

–Cada vez hablas más de ese homúnculo inconsciente que vive al margen de su anfitrión. Por favor, Sig, sigue mi consejo: no hables de esta teoría con los demás. Ni siquiera debo llamarla teoría (pues no hay evidencia ni indicio alguno de que lo sea); considerémosla tan sólo una idea fantástica. No se la menciones a Brücke: aliviaría la culpa que siente por no tener el valor de promover a un judío.

Freud reaccionó con inesperada determinación.

–Quedará entre nosotros hasta que sea demostrada mediante la evidencia suficiente. Entonces no me abstendré de publicarla.

Por primera vez, Breuer tomó conciencia de que en su joven amigo no quedaba nada del muchacho inmaduro. Por el contrario, estaba germinando en él un carácter pleno de audacia, determinación y firmeza en la defensa de sus convicciones. Breuer lamentaba no poseer tales cualidades.

–Hablas de evidencia como si se tratara de un tema que pudiera ser sometido a investigación científica. Pero este homúnculo no tiene realidad concreta. No es más que un concepto operativo, una idea platónica. ¿Qué podría constituir evidencia? ¿Puedes darme un solo ejemplo? Y no utilices los sueños, no puedo aceptarlos como evidencia: los sueños también son insustanciales.

–Tú mismo has proporcionado evidencias, Josef. Me dices que la vida emocional de Bertha Pappenheim está determinada por hechos que ocurrieron hace doce meses y que se trata de hechos pasados de los que ella no tiene conocimiento consciente. Sin embargo, están descritos con todo detalle en el diario de su madre del año anterior. Para mi, es como una prueba de laboratorio.

–Pero esto descansa sobre la suposición de que Bertha es un testigo fiable, de que de verdad no recuerda estos hechos pasados.

Pero, pero, pero, pero: otra vez el diablillo del "pero", pensó Breuer. Sentía ganas de darse un golpe. Toda su vida había adoptado esas actitudes vacilantes del "pero" y ahora volvía a hacerlo con Freud y también con Nietzsche, cuando, en el fondo, sospechaba que ambos estaban en lo cierto.

Freud apuntó unas frases más en el cuaderno.

–Josef, ¿crees que podré ver el diario de Frau Pappenheim algún día?

–Se lo he devuelto, pero creo que puedo conseguirlo de nuevo.

Freud consultó su reloj.

–Tengo que volver al hospital para las visitas de Northnagel. Pero antes dime lo que harás con tu recalcitrante paciente.

–¿Te refieres a qué me gustaría hacer? Tres cosas. Me gustaría entablar una buena relación médico–paciente con él. Luego me gustaría ingresarlo en una clínica unas cuantas semanas para observar la hemicránea y regular la medicación. Y después, durante esas semanas, me gustaría reunirme con él para hablar en profundidad de su desesperación.

–Breuer suspiró–. Aunque, conociéndolo, las posibilidades de que coopere son escasas. ¿Tienes alguna idea, Sig?

Freud, que todavía seguía hojeando la monografía de Liveling, enseñó una página a Breuer.

–Escucha esto. En el aparrado de "etiología", Liveling dice: "Los episodios de migraña pueden ser causados por dispepsia, vista cansada o tensión. Un prolongado descanso en cama puede resultar aconsejable. Puede ser bueno apartar de la tensión de la escuela a los jóvenes que sufren migraña y brindarles una educación en casa. Hay médicos que aconsejan cambiar la ocupación por otra menos exigente".

Breuer le miró intrigado.

–“Y?”

–Yo creo que aquí está la respuesta. ¡Tensión! ¿Por qué no orientar el tratamiento para hacer frente a la tensión? Para reducir la migraña, Herr Müller debe reducir la tensión, incluida la tensión mental. Sugiérele que su tensión es una emoción sofocada y que, como en el tratamiento de Bertha, puede reducirse si se le proporciona una vía de alivio. Usa el método del deshollinador. Incluso puedes enseñarle el informe de Liveling e invocar el poder de la autoridad médica. –Freud advirtió que Breuer sonreía al oír aquello–. ¿Crees que es un método inútil? –preguntó.

–De ninguna manera, Sig. Es más, creo que es un consejo excelente y lo seguiré al pie de la letra. Lo que me ha hecho sonreír ha sido lo último que has dicho: invocar el poder de la autoridad médica. Debes conocer al paciente para apreciar el chiste, pero la idea de esperar que se rinda ante la autoridad médica, o ante cualquier otro tipo de autoridad, me parece cómica.

Tras abrir El gay saber de Nietzsche, Breuer leyó en voz alta unos pasajes que había subrayado.

–Herr Müller cuestiona toda forma de autoridad y de convención. Por ejemplo, da la vuelta a las virtudes y dice que son vicios, como cuando se refiere a la fidelidad: "El hombre se aferra con obstinación a algo cuya realidad ha llegado a desentrañar; pero lo llama fidelidad" Y fijare en lo que dice sobre la buena educación: "Es un hombre muy educado. Siempre lleva una galleta para Cerbero y es tan tímido que cree que todos son Cerbero, incluso tú y yo. Eso es la buena educación". Y escucha esta fascinante metáfora del deterioro visual y de la desesperación: "Encontrar que todo es profundo: un rasgo inconveniente. Hace que uno esfuerce la vista todo el tiempo, y uno termina por encontrar más de lo que habría deseado".

Freud escuchaba con interés.

–Ver más de lo que se desearía ver –musité>–. Me pregunto qué habrá visto. ¿Puedo echar un vistazo al libro?

Pero Breuer tenía preparada la respuesta.

–Me hizo prometer que no le enseñaría este libro a nadie, contiene anotaciones personales. Mi relación con él es tan tenue que, por el momento, es mejor que satisfaga su petición. Más adelante, tal vez. ¿Sabes? –prosiguió, deteniéndose ante el último de los pasajes que había señalado–, una de las cosas extrañas de mi entrevista con Herr Müller fue que, cada vez que yo intentaba expresar empatía, se ofendía y rompía la relación armónica entre nosotros. ¡Ah! ¡El puente! Sí, aquí está el pasaje que buscaba.

Mientras Breuer leía, Freud cerró los ojos.

–"Hubo un momento en nuestra vida en que estábamos tan unidos que nada parecía obstaculizar nuestra amistad y nuestra fraternidad, y sólo un pequeño puente de peatones nos separaba. Cuando estabas a punto de cruzarlo, te pregunté: "¿Quieres cruzar el puente para llegar a mí?". Pero ya no quisiste hacerlo; y cuando re lo volví a preguntar, te quedaste callado. Desde entonces se han interpuesto entre nosotros montañas, ríos torrenciales, todo lo que separa y despoja, y aunque quisiéramos reunirnos, no podríamos. Pero cuando ahora piensas en aquel pequeño puente, las palabras re faltan y sollozas y re asombras." –Breuer dejó el libro–. ¿Cómo lo interpretas?


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