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Isabel San Sebastián 33 страница



Por las cunetas de ese camino tortuoso se habían quedado abandonadas personas tan valiosas como Gualtiero, cuya lealtad callada fue desde el primer día un recorrido en una única dirección, ya que su rey la daba por descontada; la desdichada Yolanda, víctima de sus intrigas; Bianca Lancia, cuyo lecho había dejado de visitar su amante después de su tercer embarazo. Y a tantos otros.

¿Cómo explicaría su conducta al ser interrogado por el Altísimo? —se preguntaba la cátara viéndole a punto de sucumbir a la enfermedad—. ¿Sería capaz de agachar la testuz él, que jamás había retrocedido ante nadie ni ante nada?

Las mismas dudas atroces atormentaban al emperador.

 

 

Federico estaba pálido. Tenía frío. Pidió un brasero, que inmediatamente fue colocado a sus pies, bien cebado de carbón vegetal, aunque siguió temblando, también de miedo.

—Que venga Berardo, mi confesor —ordenó.

—Os escucho, majestad —respondió el obispo de Palermo, que se hallaba a su lado aunque fuera del alcance de su vista.

—¿Habrá salvación para mí? —inquirió angustiado el moribundo.

—Siempre la hay, cuando el propósito de enmienda es sincero.

—¿Incluso estando excomulgado?

—Confiad en la misericordia divina.

—No me perdono la muerte de mi primogénito —le reveló al prelado, mostrando ante él una debilidad que en otras circunstancias no se habría permitido ni loco—. Su espíritu y el de su madre me persiguen en sueños abrumándome con sus reproches.

—Es vuestra mente la que os atormenta. Ellos descansan en la paz de Dios.

—¿Estáis seguro?

—Completamente. Nuestra fe nos enseña a practicar la caridad, empezando por nosotros mismos.

—Esa no ha sido una de mis virtudes —reconoció el soberano.

—Habéis practicado otras.

—Juradme que seré enterrado en la catedral de mi capital, al lado de mis padres y de la única esposa a la que amé de verdad.

—Os lo prometo.

Tras un silencio tan largo que el galeno se acercó a tomarle el pulso y comprobar si aún respiraba, el emperador, sin abrir los ojos agotados, continuó hablando:

—Me habría gustado no tener que librar una interminable batalla contra el papa; encontrar otras formas de defender lo que siempre consideré el legítimo interés del Imperio. Ahora que me dispongo a enfrentarme desnudo al Juez de Jueces...

—Arrepentíos y Él os acogerá en sus brazos.

—He pecado tanto... —su voz se apagaba.

—Si vuestra contrición es sincera —le tranquilizó el obispo, santiguándole—, yo os absuelvo, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

 

 

Expiró un 13 de diciembre de 1250, mientras una lluvia helada bañaba los campos.

Manfredi escribió a Conrado: «El sol de la justicia se ha puesto. El artífice de la paz ha expirado». Y Braira entendió que aquello no era una figura lírica, sino un acertado diagnóstico sobre lo que aguardaba a Sicilia en el futuro inmediato. Muerto el monarca, se desatarían luchas feroces por apropiarse de su legado. Guerras que desangrarían al reino y pondrían su vida en grave peligro, dado que su protector acababa de exhalar el último aliento.

Desde el episodio de la ordalía, e incluso antes, muchos miembros de la nobleza palaciega sentían hacia ella un rechazo que no se molestaban en disimular, salvo en presencia del emperador. Despertaba envidias y recelo a partes iguales. Los supersticiosos, que eran abundantes, la rehuían atemorizados. Muchos la consideraban una bruja, otros una hereje y los más una arribista que había escalado hasta la cima embaucando a su señor. Sin su amparo, todos ellos se le echarían encima como una manada de lobos.

Era tiempo de marchar. De escapar nuevamente de las fauces hambrientas de la guerra. Pero ¿adónde?



 

 

Desaparecido su hogar en Fanjau y, con él la patria de su infancia, le quedaba la amistad de Inés. Su relación había sido breve, aunque de tal intensidad que estaba segura de ser recibida con los brazos abiertos sin tener que contestar a preguntas incómodas. No en vano durante aquellos días inolvidables de Jerusalén le había ofrecido ella su casa sinceramente, desde ese lugar resguardado que únicamente algunos privilegiados logran alcanzar al descubrir en otro ser humano un espacio en el que refugiarse.

Las personas que conocemos a lo largo de la vida, había descubierto a esas alturas Braira, van tornándose fantasmas sin cuerpo ni forma definida. Suspiros inconcretos de un pasado muerto, al que sólo algunos escogidos escapan conservando sus rasgos intactos como prueba de que un día llegaron a tocarnos el alma. E Inés era el paradigma de esa constatación. Una excepción a la regla en la memoria de Braira, que jamás había difuminado sus perfiles.

Aunque durante el breve tiempo que compartieron juntas no llegó a percatarse plenamente de lo que aquella mujer representaba para ella, ahora se daba cuenta de que su sonrisa desoladora y sin embargo franca, o sus ojos increíblemente vivos, que escapaban altivos al encierro del velo y se empeñaban en desafiar al resto de su rostro torturado, habían quedado grabados en su retina y actuaban como un bálsamo para su espíritu. Una tabla de salvación a la que se aferraría con todas sus fuerzas.

Inés era un regalo de la Luna, libertadora de desgarros ocultos a través del olvido. Un don que había llegado en el momento equivocado, pues la estrella que guiaba los pasos de Braira en aquel entonces era el Sol; astro demasiado ambicioso como para compartir su luz.

Ahora las tornas eran otras.

Iría por tanto al encuentro de su hermana de Barbastro, en esa tierra de acogida que siempre había sido Aragón. Pagaría su hospitalidad, su consuelo y compañía con la misma valiosa moneda: el amor gratuito de una amiga que nada espera ni exige. Las dos curarían con afecto sus respectivas cicatrices, pues las de Braira, con ser invisibles, no eran menos profundas ni dolorosas que las de Inés. Gozarían juntas de las cosas sencillas. ¿No era ésa la receta de felicidad que ella misma se había dado después de contemplar, inerme, a la devastación de Occitania?

 

 

Embarcó a mediados de enero desde el puerto de Siracusa, llevándose en el corazón los contornos de un paisaje que Gualtiero había embellecido al compartirlo con ella. Los recuerdos de su llegada a la isla, su boda y el tiempo feliz construido junto a su familia eran, para entonces, incluso dulces. El dolor lacerante de la pérdida había dado paso a la melancolía, compañera habitual de la nostalgia. Poco a poco se había ido liberando del odio, al mismo tiempo que de la angustia. No era tan severa ya consigo misma ni con los demás. Para eso estaba la luna.

Poca cosa había metido en el equipaje, aparte de sus vivencias. Con ella viajaban, eso sí, sus viejas cartas, tan raídas y descoloridas que apenas eran reconocibles las figuras. El Tarot formaba parte de un pasado que estaba a punto de dejar atrás. Una tirada más, sólo una, y se despediría para siempre de ese talismán cuyo poder no ejercía ya sobre ella el menor influjo.

 

 

El ayer apareció marcado por el Loco; ese vagabundo provisto de bastón y hatillo que recorre el mundo en una búsqueda espiritual incansable. ¡Qué gran verdad! Su amor a la independencia, su indoblegable voluntad de escalar hasta lo más alto la habían llevado de un lado a otro por caminos no siempre gratos, desde el horror de las hogueras de Vauro hasta el sublime goce de las playas de Girgenti. Había visto lo mejor y lo peor de la condición humana, sin dejar de ser auténtica. No se arrepentía de nada, salvo tal vez de los besos robados por desidia a aquellos a quienes amaba.

La Rueda de la Fortuna fue la encargada de definir el presente. Curioso... Era la misma carta aparecida tantos años atrás, cuando había emprendido junto a su reina, doña Constanza, la travesía que las condujo a Sicilia. Ahora la rueda giraba en dirección contraria y la llevaba de regreso a Aragón. Un ciclo terminaba a fin de que otro diera comienzo, precisamente en el momento en el que ella volvía a empuñar las riendas de su existencia. ¿O acaso estaba ante un mensaje más complejo?

De Aragón a Sicilia y de Sicilia a Aragón... Posiblemente no se tratara únicamente de un viaje personal, sino de un símbolo, como lo era todo ese lenguaje cifrado. Todo lo que sube baja y todo lo que viene, va. Aragón había dado a Sicilia una gran soberana y lo mismo haría Sicilia con Aragón. La rueda volvería a girar. El destino acabaría uniendo con lazos sólidos a esos dos reinos. Estaba escrito por la mano de Dios.

Por si le quedaran dudas respecto de lo que decían los naipes, el futuro fue iluminado por la Luna, que hablaba de perdón y reconciliaciones. Ahora sí era el momento. Su tenue luz, proyectada sobre la ciudad, creaba una serie de reflejos encadenados que no hacían sino confirmar su vaticinio: una torre se espejaba en otra, un perro en su alter ego, el propio astro en el agua de un estanque, y así sucesivamente. Sicilia y Aragón irían de la mano con mutuo provecho, como lo habían hecho Constanza y Federico. La madre divina velaba por su unión.

Por último, en el espacio correspondiente al consejo del Tarot sobre el mejor modo de alcanzar la meta augurada por la fortuna, mostró su rostro el Enamorado. Ese doncel flanqueado por dos mujeres, pasión y sabiduría, deseosas de conquistar su corazón. El amor, la pareja, un matrimonio. Ése sería el instrumento empleado por el azar para llevar a cabo el enlace.

Todo cobró de repente significado.

Ella no llegaría seguramente a verlo, pero habría servido de puente. El amor, que daba sentido e identidad a la desaparecida tierra de los juglares, tejería una tupida red de complicidad entre sus otras dos patrias. Aragón vivirá en Sicilia igual que Sicilia en Aragón, y en ambas habitaría por siempre Occitania.

 

 

Era noche cerrada. La mayoría de los pasajeros dormía desde hacía rato, mientras Braira formulaba esa consulta, a la luz de una vela, en la soledad de un rincón resguardado. Se había prometido que sería la última y estaba decidida a cumplir su palabra. No quería que ese juego adictivo y peligroso influyera en modo alguno en su amistad con Inés, como tampoco había aceptado nunca que interfiriera en su relación con Gualtiero y Guillermo.

¡Cuánto les añoraba! Su ausencia permanente y constante, sufrida cada día, a cada instante, era la única herida del alma que no había encontrado cura con el transcurso del tiempo. Ni la hallaría.

Llevándoles en sus pensamientos, subió a la cubierta, prácticamente desierta a esa hora, embutida en una gruesa capa de lana. Pese a la brisa invernal, la temperatura resultaba agradable al abrigo de esa prenda. Las aguas estaban en calma. Una infinidad de estrellas hacían del firmamento un regalo para el espíritu.

Se acercó a una de las bordas y extrajo del bolsillo el estuche de plata heredado de su madre. Había cumplido con creces su función. Dondequiera que estuviese, Mabilia no se avergonzaría del uso que le había dado Braira. Pero en esa era turbulenta, y a falta de heredera a quien transmitir el saber antiguo contenido en la baraja, el mejor lugar para guardarla sería el fondo del océano, donde descansaría hasta que alguien, quién sabía cuándo, la rescatara de su sueño. Sí, allí estaría a salvo de lo que estaba por llegar.

Vio hundirse la cajita de inmediato, sin un lamento, antes de volver la vista a un horizonte infinito.

La inmensidad del mar en calma le trajo entonces a la memoria la imagen del desierto que había recorrido en Tierra Santa junto a ellos... Sus dos hombres. En algún lugar de ese yermo ardiente, se dijo, Guillermo y Gualtiero contemplarían a esa hora la misma bóveda grandiosa y se acordarían de ella. Desde alguna lejana estepa le harían llegar su amor, porque alentaba en su interior con la fuerza de mil galernas.

En algún reino remoto...

Abrazada a esa certeza se durmió.

 

 

FIN


 

Nota de la autora

 

 

La Historia y sus protagonistas conducen en ocasiones a la desesperanza, como ocurre en el momento actual, pero nos brindan también encrucijadas apasionantes, en las que confluyen personajes enfrentados a situaciones endiabladas que les obligan a crecerse hasta convertirse en titanes. La que relata esta novela es una de ellas.

Aunque la Edad Media pasa por ser un período oscuro, sin más color que el de la sangre, lo cierto es que sus páginas están cuajadas de argumentos inspiradores. Y pocos resultan tan atractivos como los reunidos en este arranque del siglo XIII mediterráneo, que anunciaba un Renacimiento precoz segado de cuajo por la Peste Negra que sobrevino poco después. Un tiempo de efervescencia cultural y de enfrentamiento brutal entre poderes, en el que la erudición convivió con una crueldad despiadada. Días de ferocidad ilimitada y cortesía deslumbrante, que nadie representa tan fielmente como Federico de Hohenstaufen y Altavilla, rey de Sicilia y emperador romano-germánico, cuya vida he tratado de recrear con rigor, incluso ateniéndome en las anécdotas a lo que las crónicas cuentan de él. Únicamente me he permitido la licencia de llevarle a morir a su isla querida, en un castillo cercano a Catania, llamado de Paterno, que la tradición local reivindica como su última morada, pese a que la mayoría de los biógrafos sitúan este acontecimiento en una fortaleza de Apulia.

Pero no es Federico el único gigante que me ha fascinado hasta el punto de llevarme a devolverle a la vida. La mayoría de los actores de esta historia son seres reales, que nos dejaron su huella imborrable: Pedro II de Aragón, el «rey gentil», héroe de las Navas de Tolosa y víctima en Muret de un inquebrantable apego a la honra caballeresca; el papa Inocencio III, príncipe de los príncipes de la Iglesia; Simón de Monforte, exterminador de los cátaros, cuya auténtica y trágica epopeya rescato de las fábulas de ciencia ficción tejidas en torno a ellos por algunos escritores menos escrupulosos con la verdad; Balduino de Jerusalén, el leproso hijo de las cruzadas; Al Kamil; Saladino el Grande; Federico el Barbarroja; Constanza de Aragón; su madre, la influyente reina Sancha; Miguel Escoto; Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los Dominicos; Diego de Osma; Francesco di Bernardone, a quien recordamos como san Francisco de Asís..., y tantos otros hombres y mujeres contemporáneos, cuya mera mención nos lleva a evocar paisajes y sucesos fascinantes.

En cuanto a las referencias al Tarot, he procurado no desviarme demasiado de la guía que ofrecen Daniel Rodés y Encarna Sánchez en su Libro de Oro del Tarot de Marsella, aunque se trata de un recurso literario que no pretende en modo alguno reflejar en toda su profundidad los secretos de este antiguo saber.

Al igual que mis trabajos anteriores, no sólo he recorrido los lugares que describo para empaparme de su esencia, sino que me he documentado en fuentes de la época, como los Anales del Reino de Aragón, tanto como en trabajos de autores actuales (Michel Roquebert, Mariateresa Fumagalli Beonio, David Abulafia, Ernst Kantorowicz, Adela Rubio Calatayud, Steven Runciman, Andrés Jiménez Soler, Isabel Falcón Pérez, etcétera) a quienes debo el placer de haber transitado con comodidad por esos caminos tortuosos. Suyo es el mérito histórico. Los errores, sólo míos.


 

 

Agradecimientos

 

 

Gracias, una vez más, a mis editoras, Ymelda y Berenice, por su aliento y su consejo siempre acertado. A Daniel Rodés y Encarna Sánchez por rescatar del fondo del océano las preciosas figuras del Tarot de Marsella y desvelarme los misterios de su lenguaje en su Libro de Oro.

A José Luis Orós, por abrirme las puertas de Zaragoza y brindarme valiosa documentación sobre el Reino de Aragón.

A mi hermana Ana por proporcionarme la bibliografía italiana referida a Federico... y por muchas cosas más.

A mis hijos, Iggy y Leire, por inspirar e iluminar todos mis trabajos.

 


 


 

* * *

 

Imperator

Isabel San Sebastián

La Esfera de los Libros

Madrid 2010

ISBN: 9788497349895

13 - 05 - 2011

V.1 Monipenny – Joseiera

 


Дата добавления: 2015-11-04; просмотров: 26 | Нарушение авторских прав







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