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Nuestros ojos han visto grandes maravillas

Es un hombre totalmente insoportable | Es la cosa mбs grandiosa del mundo | Fui el mayal del Seсor | Maсana nos perderemos en lo desconocido | Los guardianes exteriores del nuevo mundo | ЇQuiйn podнa haberlo previsto? | Han ocurrido las cosas mбs extraordinarias | Por una vez fui el hйroe | Todo era espanto en el bosque | Una escena que no olvidarй jamбs |


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  1. ЇQuiйn podнa haberlo previsto?

 

Escribo esto dнa a dнa, pero confнo en que antes de termi­nar lo que corresponde a hoy, estarй en condiciones de afir­mar que la luz brilla, por fin, traspasando nuestras nubes. Seguimos retenidos aquн, sin tener medios definidos para organizar nuestro escape, y eso nos irrita amargamente. No obstante, puedo imaginar fбcilmente que puede llegar el dнa en que nos alegremos de haber quedado retenidos aquн con­tra nuestra voluntad, para ver algo mбs de las maravillas de este curioso lugar, y de los seres que lo habitan.

La victoria de los indios y la aniquilaciуn de los monos­hombres seсalу el giro decisivo de nuestra suerte. De allн en adelante, йramos verdaderamente los amos de la meseta, porque los indнgenas nos contemplaban con una mezcla de temor y gratitud, ya que por medio de nuestros extraсos po­deres los habнamos ayudado a destruir a sus enemigos here­ditarios. Quizб se habrнan alegrado, por su propio bien, de ver marcharse a unas gentes tan formidables e incomprensi­bles, pero por su parte no habнa surgido ninguna sugestiуn sobre el camino que deberнamos seguir para alcanzar las lla­nuras de abajo. Hasta donde pudimos interpretar sus seсa­les, hubo un tъnel por el cual era posible alcanzar el lugar, y cuya salida inferior habнamos visto desde abajo. Por allн, sin duda, tanto los monos––hombres como los indios habнan al­canzado la cima en йpocas diferentes, y Maple White y su compaсero tambiйn debieron utilizar el mismo camino. Pero el aсo anterior, sin embargo, habнa sobrevenido un te­rrible terremoto, desplomбndose la parte superior del tъnel hasta desaparecer por completo. Ahora, los indios sуlo mo­vнan la cabeza y se encogнan de hombros cuando nosotros tratбbamos de explicarles por seсas nuestro deseo de des­cender. Esto puede significar que no pueden ayudarnos, pero tambiйn que no quieren hacerlo.

Al final de la victoriosa campaсa, los supervivientes de la tribu de los monos fueron conducidos a travйs de la meseta (sus gemidos eran horribles) e instalados cerca de las cuevas de los indios, donde serнan, de allн en adelante, una raza ser­vil vigilada por sus amos. Fue una versiуn ruda, tosca y pri­mitiva del йxodo de los judнos en Babilonia o de los israelitas en Egipto. Por la noche podнamos escuchar entre los бrboles su aullido prolongado y desgarrador, como si algъn primiti­vo Ezequiel se lamentase por la grandeza caнda y recordara las pasadas glorias de la Ciudad de los Monos. Desde enton­ces sуlo fueron acopladores de leсa y transportadores de agua.

Volvimos con nuestros aliados cruzando la meseta dos dнas despuйs de la batalla e instalamos nuestro campamento a los pies de sus riscos. Ellos hubiesen querido que compar­tiйramos sus cuevas, pero lord John no quiso consentirlo por nada del mundo, considerando que de ese modo nos po­nнamos en sus manos si tenнan intenciуn de traicionarnos. Por lo tanto preservamos nuestra independencia, y si bien mantenнamos con ellos las mбs amistosas relaciones, tenнa­mos siempre listas nuestras armas para cualquier emergen­cia. Asimismo continuбbamos visitando asiduamente las cuevas, que eran lugares notabilнsimos, aunque nunca pudi­mos determinar si eran obras del hombre o de la Naturaleza. Todas ellas estaban en un solo estrato, horadadas en una es­pecie de roca blanda que se extendнa entre el basalto volcбni­co que formaba los riscos rojizos de la parte superior y el duro granito de su base.

Sus bocas se hallaban a unos ochenta pies por encima del suelo, y se las alcanzaba por largas escaleras de piedra, tan estrechas y empinadas que ningъn animal de grandes di­mensiones podнa subir por ellas. En el interior, eran cбlidas y secas, y estaban recorridas por pasajes rectos de variada lon­gitud labrados en la ladera de la colina. Tenнan paredes lisas y grises, decoradas con muchas pinturas excelentes hechas con palos carbonizados y que representaban a diversos ani­males de la meseta. Si todas las cosas vivientes fueran barri­das de la comarca, el futuro explorador hallarнa en estas pa­redes una amplia evidencia de la extraсa fauna: dinosaurios, iguanodontes y peces lagartos, que habнan poblado la tierra en tiempos tan recientes.

Desde que supimos que los enormes iguanodontes eran conducidos por sus propietarios como si fuesen rebaсos do­mesticados, y que eran sencillamente unos depуsitos ambu­lantes de carne, habнamos supuesto que el hombre, incluso con sus armas primitivas, habнa establecido su superioridad en la meseta. Pronto нbamos a descubrir que no era asн y que aъn se hallaba allн por mera tolerancia. Al tercer dнa de haber instalado nuestro campamento cerca de las cuevas de los in­dios ocurriу la tragedia. Aquel dнa Challenger y Summerlee habнan salido juntos en direcciуn al lago, donde algunos de los indнgenas, bajo su direcciуn, estaban dedicados a arpo­near ejemplares de los grandes lagartos. Lord John y yo ha­bнamos permanecido en nuestro campamento, en tanto una cantidad de indios esparcidos por la herbosa cuesta que se extendнa frente a las cuevas se dedicaban a diversos menes­teres. De improviso se oyу un agudo grito de alarma, con la palabra «Stoa» resonando en un centenar de voces. Hom­bres, mujeres y niсos corrieron desde todos lados buscando refugio, trepando como hormigas por las escaleras y entran­do en las cuevas en loca estampida.

Mirando hacia arriba vimos que agitaban los brazos des­de las rocas y nos hacнan seсas para que nos reuniйsemos con ellos en su refugio. Ambos habнamos empuсado nues­tros rifles de repeticiуn y salimos corriendo para ver quй cla­se de peligro podнa ser. Sъbitamente irrumpiу del cinturуn de бrboles cercano un grupo de quince o veinte indios que corrнa para salvar la vida. Pisбndoles los talones, aparecie­ron dos de aquellos espantables monstruos que habнan per­turbado nuestro campamento y me habнan perseguido du­rante mi excursiуn solitaria. Por su forma parecнan horribles sapos y se movнan en sucesivos saltos; pero sus medidas eran increнblemente voluminosas, mayores que las del elefante mбs enorme. Nunca los habнamos visto, salvo de noche, y en realidad eran animales nocturnos, excepto cuando eran molestados en sus guaridas, como habнa sucedido esta vez. Quedamos estupefactos al verlos, porque sus pieles man­chadas y verrugosas tenнan una iridiscencia curiosa, seme­jante a la de los peces, ylos rayos del sol se reflejaban en ellos con fluorescencias de arco iris en continua variaciуn cuan­do se movнan.

De todos modos, poco tiempo tuvimos para observarlos, porque en un instante alcanzaron a los fugitivos y consuma­ron entre ellos una horrible carnicerнa. Su mйtodo era caer por turno y con todo su peso sobre un indнgena tras otro, de­jбndolos aplastados y despedazados. Los acosados indios lanzaban alaridos de terror, pero aunque corrнan todo lo que podнan se hallaban indefensos ante la inexorable determina­ciуn y la horrible agilidad de aquellos seres monstruosos. Caнan uno tras otro, y no quedarнa mбs de media docena de supervivientes cuando mi compaсero y yo acudimos en su ayuda. Йsta de poco les sirviу, y sуlo condujo a que nos viй­ramos envueltos en el mismo peligro. Desde una distancia de un par de centenares de yardas vaciamos nuestros carga­dores, disparando una bala tras otra sobre las bestias, pero sin que les hiciera un efecto mayor que si los hubiйsemos apedreado con bolitas de papel. Su naturaleza de reptiles era de reacciones lentas, sin que las heridas pareciesen afectar­los; y como sus conexiones vitales no estaban comunicadas con un centro cerebral ъnico sino diseminadas a travйs de sus mйdulas espinales, no eran vulnerados por ninguna de las armas modernas. Lo mбs que pudimos hacer fue con­tener su avance distrayendo su atenciуn con el relampagueo y el estruendo de nuestros rifles y asн dar tiempo a los indн­genas y a nosotros mismos para llegar a las escaleras que nos llevaban a la salvaciуn. Pero donde las balas cуnicas explosi­vas del siglo xx no fueron de ninguna utilidad, triunfaron las flechas envenenadas de los indнgenas, impregnadas en el jugo del strophantus y maceradas luego en carroсa podrida. Estas flechas no eran de mucha utilidad para el cazador que atacaba a las bestias, porque su acciуn era lenta en aquella circulaciуn apбtica, y antes de que sus poderes se debilita­ran, ya habнan alcanzado y derribado a su asaltante. Pero ahora, mientras los dos monstruos nos daban caza al pie mismo de la escalera, una nube de flechas llegу silbando desde todas las aberturas del farallуn que nos dominaba. En un minuto quedaron como emplumados por las flechas, y sin embargo no daban seсales de dolor mientras seguнan tratando de morder y aferrar los peldaсos que los podнan conducir hacia sus vнctimas, con rabia impotente. Ascendн­an pesadamente unas pocas yardas y volvнan a deslizarse hasta el suelo. Pero por fin el veneno surtiу efecto. Uno de ellos lanzу un gemido profundo y sordo, dejando caer a tie­rra su enorme cabeza achatada. El otro daba saltos en cнrcu­los excйntricos, prorrumpiendo en gritos agudos y geme­bundos, para luego desplomarse entre retorcimientos de agonнa que duraron algunos minutos, antes de quedar tieso e inmуvil. Lanzando alaridos de triunfo, los indios bajaron atropelladamente de sus cuevas y bailaron una frenйtica danza de victoria en torno a los cadбveres; un jъbilo demen­cial los dominaba al ver que otros dos ejemplares de sus ene­migos mбs peligrosos habнan sido abatidos. Aquella noche despedazaron y trasladaron los cuerpos, no para comerlos ––el veneno estaba aъn activo–– sino para alejar la propaga­ciуn de alguna peste. Sin embargo, los grandes corazones de los reptiles, cada uno tan grande como un almohadуn, que­daron allн, latiendo con ritmo lento y regular, en suaves con­tracciones y dilataciones, conservando una horrible vida in­dependiente. Al tercer dнa sus ganglios dejaron de funcionar y aquellos espantosos mъsculos quedaron inmуviles.

Algъn dнa, cuando disponga de un escritorio mejor que una lata de conservas y de instrumentos mбs ъtiles que un trozo de lбpiz gastado y un ъltimo y estropeado cuaderno, escribirй un relato mбs amplio sobre los indios accala: nues­tra vida entre ellos y las fugaces visiones que tuvimos acerca de las extraсas condiciones de la pasmosa Tierra de Maple White. La memoria, por lo menos, nunca me fallarб, porque mientras me quede un aliento de vida, cada hora y cada ac­ciуn de esta йpoca permanecerб grabada tan firme y clara como los primeros acontecimientos extraсos de nuestra ni­сez. Ninguna impresiуn nueva puede borrar a las que han quedado tan profundamente impresas. Cuando llegue el momento describirй aquella pasmosa noche de luna sobre el gran lago, cuando un joven ictiosaurio ––una extraсa cria­tura, mitad foca, mitad pez, con ojos cubiertos de hueso a ambos lados del hocico y un tercer ojo fijado arriba de su ca­beza–– quedу atrapado en una red de los indios y estuvo a punto de volcar nuestra canoa antes de que pudiйsemos ha­cerla encallar en la costa. Fue la misma noche en que una verde serpiente de agua atacу desde un caсaveral y se llevу preso entre sus anillos al timonel de la canoa de Challenger. Hablarй tambiйn del ser nocturno, grande y blanco ––hasta hoy no sй si era un reptil o una fiera–– que vivнa en una ciйna­ga detestable al este del lago y que se deslizaba en la oscuri­dad con una tenue luminosidad fosforescente. Aquello ate­rrorizaba de tal manera a los indios que no querнan acercar­se al lugar y, a pesar de que emprendimos dos expediciones y lo vimos en ambas, no pudimos abrirnos camino entre los profundos marjales en que vivнa. Sуlo puedo decir que era mбs grande que una vaca y que exhalaba un extraснsimo olor a almizcle. Me referirй tambiйn al enorme pбjaro que dio caza a Challenger cierto dнa, hasta que йste tuvo que bus­car el refugio de las rocas... Era un gran pбjaro corredor, mu­cho mбs alto que un avestruz, con cuello parecido al de un buitre y una cabeza de aspecto cruel, que lo asemejaba a una muerte ambulante. Al trepar Challenger para salvarse, un picotazo de aquel pico curvado y feroz le arrancу el tacуn de la bota como si hubiese sido cortado con un cincel. En esta ocasiуn, al menos, prevalecieron las armas modernas y el corpulento animal (doce pies de cabeza a las patas) ––y que se llamaba phororachus, segъn nuestro jadeante pero alboroza­do profesor–– cayу ante el rifle de lord John entre un revuelo de plumas agitadas y pataleos, con dos implacables ojos amarillos echando fuego en el medio de todo eso. Espero vi­vir para ver aquel crбneo chato y depravado en su corres­pondiente nicho entre los trofeos del Albany. Y por fin darй algunas informaciones, sin duda, sobre el toxodуn, el gigan­tesco cochinillo de indias, de diez pies de largo y dientes sa­lientes en forma de cincel, al que matamos cuando estaba bebiendo junto al lago, en una maсana gris.

De todas estas cosas escribirй algъn dнa con mayor exten­siуn, y entre aquellos dнas agitados, tratarй de esbozar con ternura los intervalos de paz: aquellos atardeceres veranie­gos tan bellos, con el profundo cielo azul sobre nuestras ca­bezas mientras permanecнamos tendidos en buena cama­raderнa entre las altas hierbas del linde del bosque y nos sorprendнamos ante las extraсas aves que pasaban ante no­sotros o los rarнsimos animales desconocidos que salнan rep­tando de sus madrigueras para observarnos, mientras las ramas de los arbustos se doblaban bajo el peso de frutos de­liciosos, que pendнan sobre nuestras cabezas. A nuestros pies, bellas y extraсas flores parecнan espiarnos por entre las hierbas. O recordarй aquellas largas noches de luna que pasamos sobre la centelleante superficie del gran lago, ob­servando con asombro y pavor los enormes cнrculos que on­dulaban ante la sъbita zambullida de algъn fantбstico mons­truo. O el resplandor verdoso, allб en el fondo de las aguas profundas, de algъn ser desconocido que salнa de los confi­nes de la oscuridad. Tales son las escenas que mi mente y mi pluma tratarбn en todos sus detalles cuando llegue el dнa.

Pero, me preguntarб usted, їpor quй todas esas experien­cias y por quй esa demora cuando usted y sus camaradas de­berнan estar ocupados dнa y noche haciendo proyectos para hallar los medios que les permitiesen retornar al mundo ex­terior? Mi respuesta es que todos nosotros trabajбbamos con ese fin, pero que nuestra labor habнa sido en vano. Muy pronto descubrimos un hecho: los indios no harнan nada para ayudarnos. En cualquier otro sentido eran nuestros amigos ––casi podrнamos decir nuestros esclavos devotos––, pero cuando se les sugerнa que podнan ayudarnos a trans­portar una tablazуn que nos sirviera de puente para cruzar el abismo, o cuando deseбbamos pedirles tiras de cuero o lianas para tejer cuerdas que nos pudieran servir, chocбba­mos con un amable pero invencible rechazo. Sonreнan, pes­taсeaban, sacudнan sus cabezas, y nada mбs. Hasta el viejo jefe oponнa idйntica negativa, y sуlo Maretas, el joven al que habнamos salvado, nos miraba con ansiedad y trataba de ex­plicarnos mediante gestos cuбnto le afligнa ver que nuestros deseos eran frustrados. Desde su completo triunfo sobre los monos––hombres, nos contemplaban como a seres sobrehu­manos, que llevaban la victoria en los tubos de armas desco­nocidas, y creнan que mientras permaneciйsemos con ellos los acompaсarнa la buena suerte. Nos ofrecieron a cada uno de nosotros una mujercita cobriza como esposa y una cueva propia, siempre que olvidбsemos a nuestro pueblo y nos quedбramos a vivir para siempre en la meseta. Siempre se habнan mostrado amables, por mбs opuestos que fueran a nuestros deseos, pero comprendimos con claridad que de­berнamos mantener en secreto nuestros planes de descenso, porque tenнamos razones para temer que al fin ellos trata­rнan de retenernos por la fuerza.

A pesar del peligro de los dinosaurios (que no es grande salvo durante la noche, porque corno he dicho antes son de hбbitos nocturnos), he vuelto dos veces durante las ъltimas tres semanas a nuestro antiguo campamento, con el propу­sito de ver a nuestro negro, que sigue montando guardia al pie del farallуn. Mis ojos escrutaron con ansiedad la gran llanura, con la esperanza de divisar a lo lejos la ayuda que habнamos solicitado. Pero los extensos llanos sembrados de cactos se dilataban en la lejanнa vacнos y desnudos, tras la distante lнnea de los caсaverales de bambъes.

––Vendrбn pronto, ahora, Massa Malone. Antes de que pase otra semana el indio vendrб y traerб cuerda y los hare­mos bajar.

Йstas eran las animadas exclamaciones de nuestro exce­lente Zambo.

Tuve una extraсa experiencia al volver de esta segunda vi­sita, en la que me vi envuelto como consecuencia de haber pasado una noche lejos de mis compaсeros. Regresaba por la bien conocida senda y habнa alcanzado un lugar que dista­ba alrededor de una milla de la ciйnaga de los pterodбctilos, cuando vi que se me acercaba un extraordinario objeto. Era un hombre que caminaba dentro de una armazуn hecha de bambъes doblados de manera que lo encerraban por todas partes en una jaula en forma de campana. Al acercarme mi asombro fue aъn mayor al ver que era lord John Roxton. Cuando me vio se deslizу fuera de su curiosa capa protecto­ra y vino hacia mн riйndose, si bien me pareciу advertir cier­ta confusiуn en su actitud.

––Bueno, compaсerito, їquiйn iba a pensar que lo iba a en­contrar por estas alturas? ––dijo.

––їQuй demonios estб haciendo? ––preguntй.

––Visitando a mis amigos, los pterodбctilos ––dijo.

––їY para quй?

––Son unas bestias muy interesantes, їno cree? Pero muy poco sociables. Tienen modales muy rudos y desagradables con los extraсos, como recordarб. Por eso aparejй esta ar­mazуn que les impide ser demasiado importunos en sus atenciones.

––Pero, їquй busca usted en la ciйnaga?

Me mirу con ojos muy escuadriсadores y pude leer en su rostro cierta vacilaciуn.

––їNo piensa usted que hay otras personas, ademбs de los profesores, que quieren saber cosas? ––dijo por ъltimo––. Yo estoy estudiando a estas preciosidades. Esto debe ser sufi­ciente para usted.

––No quise ofenderle ––dije.

Recobrу su buen humor y se riу.

––Yo tampoco, compaсerito. Voy a capturar un polluelo de estos endemoniados pajarracos para dбrselo a Challenger. Йse es uno de mis empeсos. No, no quiero que me acompa­сe. Yo estoy a salvo en esta jaula, pero usted no tiene protec­ciуn. Hasta luego. Estarй de regreso en el campamento al caer la noche.

Se alejу y le vi seguir su paseo por el bosque metido en su extraordinaria jaula.

Si la conducta de lord John era extraсa en ese momento, todavнa mбs lo era la de Challenger. Debo seсalar que ejer­cнa, al parecer, una extraordinaria fascinaciуn sobre las mu­jeres indias y por eso iba siempre provisto de una ancha rama de palmera desplegada, con la cual las espantaba como si fueran moscas cuando sus atenciones se volvнan demasia­do apremiantes. Verlo pasearse como un sultбn de уpera cу­mica, con aquella insignia de autoridad en la mano, sus ne­gras barbas erizadas ante йl, las puntas de sus pies apoyбn­dose a cada paso, llevando detrбs un cortejo de muchachas indias asombradas (con su atavнo sumario de breves tapa­rrabos de tejido de corteza), era uno de los espectбculos mбs grotescos que llevarй en mi memoria al regresar. En cuanto a Summerlee, estaba absorto en la vida de los insectos y los pбjaros de la meseta, y dedicaba todo su tiempo (salvo la considerable porciуn que consagraba a insultar a Challenger porque no nos sacaba de nuestras dificultades) a disecar y montar sus ejemplares.

Challenger habнa tomado la costumbre de marcharse solo todas las maсanas, regresando de tiempo en tiempo con mi­radas de portentosa solemnidad, como quien carga sobre sus espaldas todo el peso de una gran empresa. Un dнa, con su rama de palmera en la mano, y su sйquito de fieles adora­doras detrбs de йl, nos condujo a su oculto taller y nos revelу el secreto de sus planes.

El lugar era un pequeсo calvero en el centro de un bos­quecillo de palmeras. En йl habнa uno de esos gйiseres de ba­rro hirviente que ya he descrito. Alrededor de su borde ha­bнa esparcida una cantidad de tiras cortadas de la piel del iguanodonte, y una gran membrana aplastada que probу ser el estуmago, seco y raspado, de uno de los grandes peces––la­gartos del lago. Esta enorme bolsa habнa sido cosida en uno de sus extremos y sуlo un pequeсo orificio habнa quedado en el otro. En esta abertura habнan sido introducidas algu­nas caсas de bambъ y el otro extremу de estas caсas estaba en contacto con unas tuberнas cуnicas de arcilla que recolec­taban el gas que burbujeaba elevando el barro del gйiser. Muy pronto el flбccido уrgano comenzу a expandirse lenta­mente y mostrу tal tendencia a actuar con movimientos as­cendentes que Challenger tensу las cuerdas que lo sujetaban a los troncos de los бrboles circundantes. En media hora, se habнa formado un globo de gas de buen tamaсo y los tirones y tensiones ejercidos sobre las correas demostraban que era capaz de una notable capacidad ascensional. Challenger, como un padre orgulloso en presencia de su primogйnita, permanecнa sonriendo y mesando su barba en silencio, sa­tisfecho de sн mismo mientras contemplaba la creaciуn de su cerebro. Summerlee fue el primero que rompiу el silencio:

––No pretenderб que subamos a esa cosa, їverdad, Cha­llenger? ––dijo con tono бspero.

––Pretendo, mi querido Summerlee, hacerle una demos­traciуn tal de su potencia, que despuйs de verla usted querrб, estoy seguro, confiarse a йl sin ninguna vacilaciуn.

––Quнtese eso de la cabeza ahora mismo ––dijo Summerlee con decisiуn––. Por nada del mundo cometerнa semejante de­satino. Lord John, confio en que usted no apoyarб semejante locura.

––Pues yo dirнa que es algo endemoniadamente ingenioso ––dijo nuestro par 29–– y me gustarнa ver cуmo funciona.

29. Par del reino, tнtulo de nobleza britбnico.

––Pues entonces lo verб ––dijo Challenger––. Durante varios dнas he empeсado toda la fuerza de mi cerebro en el proble­ma de cуmo descender por estos acantilados. Ya nos hemos convencido de que no podemos descender por los farallo­nes y de que no hay tъnel. Tampoco podemos construir nin­guna clase de puente que nos permita volver al pinбcu­lo desde el cual cruzamos hasta aquн. їCуmo hallar, pues, otro medio que convenga a nuestros fines? Hace poco tiem­po seсalй a nuestro joven amigo aquн presente que el gйiser desprendнa hidrуgeno libre. A esto siguiу, naturalmente, la idea de un globo. Debo admitir que me desconcertу un poco la dificultad de encontrar un recipiente para encerrar el gas, pero la contemplaciуn de las inmensas entraсas de estos reptiles me suministrу la soluciуn del problema. ЎHe aquн el resultado!

Metiу una mano en la delantera de su raнda chaqueta y con la otra apuntу orgullosamente hacia el globo.

Ya aquel saco de gas se habнa inflado hasta llegar a una re­dondez muy considerable y tironeaba fuertemente de sus amarras.

––ЎLocura de verano! ––resoplу Summerlee.

A lord John le encantaba totalmente la idea.

––El viejo es inteligente, їno? ––me susurrу, y luego elevу la voz en direcciуn a Challenger––: їTendrб barquilla?

––La barquilla serб mi prуxima ocupaciуn. Ya he proyecta­do cуmo fabricarla y de quй modo irб sujeta. Mientras tanto me limitarй a mostrarles que mi aparato es muy capaz de so­portar el peso de cada uno de ustedes.

––De todos nosotros, supongo.

––No; es parte de mi plan que cada uno descienda por tur­no como en un paracaнdas. El globo serб traнdo de regreso por medios que no tendrй dificultad en perfeccionar. Si pue­de soportar el peso de uno solo y hacerlo descender suave­mente, habrб dado de sн todo lo que se le requerнa. Ahora voy a demostrarles su capacidad para esos fines.

Sacу un trozo de basalto de considerable tamaсo, la­brado en el centro de tal manera que resultase fбcil atarle una cuerda. Esta cuerda era la que habнamos traнdo noso­tros a la meseta despuйs de usarla para escalar el pinбculo. Tenнa mбs de un centenar de pies de largo, y aunque era delgada poseнa mucha resistencia. Habнa preparado una especie de collar de cuero del que colgaban muchas tiras. Este collar fue colocado en la cъpula del balуn y las co­rreas colgantes se unieron por debajo, de modo que la presiуn de cualquier carga pudiera repartirse sobre una amplia superficie. Luego sujetу el trozo de basalto a las correas y dejу que la cuerda colgase de uno de sus extre­mos. El profesor la envolviу en su brazo dбndole tres vueltas.

––Ahora ––dijo Challenger con una sonrisa de placer anti­cipado––, demostrarй el poder de arrastre ascensional de mi globo.

Al decir esto, cortу con un cuchillo las varias amarras que lo sujetaban.

Nunca habнa estado nuestra expediciуn en peligro mбs inminente de una completa aniquilaciуn. La membrana in­flada se disparу hacia arriba con terrorнfica velocidad. Al instante Challenger perdiу pie y fue arrastrado por los aires. Yo tuve el tiempo justo para abrazarle por la cintura cuando ascendнa y tambiйn fui arrebatado por los aires. Lord John me cogiу por las piernas con la presiуn de la ballesta de una trampa de ratones, pero sentн que tambiйn йl perdнa contac­to con el suelo. Tuve por un momento la visiуn de cuatro aventureros flotando como una ristra de salchichas por en­cima de la tierra que habнan explorado. Afortunadamente, empero, habнa lнmites en la tensiуn que la cuerda podнa re­sistir, aunque no los habнa, en apariencia, para la fuerza as­censional de aquella infernal maquinaria. Hubo un fuerte chasquido y caнmos en montуn al suelo, con las espirales de la cuerda arrollбndose por encima de nosotros. Cuando fui­mos capaces de ponernos de pie, tambaleantes, vimos en el profundo cielo azul, muy lejos, una mancha oscura. Era la piedra basбltica, que se perdнa en el horizonte a gran veloci­dad.

––ЎEsplйndido! ––exclamу el impбvido Challenger, frotбn­dose el brazo lastimado––. La prueba ha resultado de lo mбs exhaustiva y satisfactoria. No podнa prever un йxito tan grande. Dentro de una semana, caballeros, les prometo que estarб preparado un segundo globo y podrбn hacer en йl, con seguridad y comodidades, la primera etapa de nuestro viaje de regreso a la patria.

Hasta aquн he escrito sobre todos los acontecimientos precedentes segъn el orden en que se sucedieron. Ahora es­toy redondeando mi narraciуn en el campamento primitivo, donde Zambo nos ha esperado tanto tiempo; todas nuestras dificultades y peligros han quedado atrбs, como un sueсo en la cima de estos vastos acantilados rojizos. Hemos descendi­do sin daсos, pero de la manera mбs inesperada; y todo va bien. En seis semanas o dos meses estaremos en Londres y es posible que esta carta no llegue a destino antes que nosotros mismos. Ya nuestros corazones anhelan y nuestros corazo­nes vuelan hacia la gran ciudad madre que encierra tanto de lo que amamos.

Fue precisamente la misma tarde de nuestra peligrosa aventura en el globo de fabricaciуn casera de Challenger cuando sobrevino el cambio en nuestra suerte. He dicho ya que la ъnica persona que habнa mostrado alguna seсal de simpatнa hacia nuestros intentos de salir de allн era el joven jefe que habнamos rescatado. Йl era el ъnico que no deseaba retenernos contra nuestra voluntad en una tierra extranjera. Nos lo habнa dado a entender claramente a travйs de su ex­presivo lenguaje de gestos. Aquella tarde, cuando ya habнa oscurecido, volviу a nuestro pequeсo campamento y me en­tregу (por alguna razуn siempre me habнa seсalado con sus atenciones, quizб porque era el ъnico de edad prуxima a la suya) un pequeсo rollo de corteza de бrbol. Luego, seсalan­do solemnemente hacia la hilera de cuevas que habнa sobre йl, se llevу el dedo a los labios, como signo de que se trataba de un secreto, y se marchу a hurtadillas con su gente.

Llevй el pedazo de corteza cerca de la luz de la hoguera y lo examinamos juntos. Tenнa alrededor de un pie cuadrado de superficie y en el lado interno habнa una cantidad de lн­neas curiosamente dispuestas, que aquн reproduzco:

 

 

Estaban nнtidamente dibujadas con carbуn sobre la su­perficie blanca y a primera vista me parecieron––una suerte de tosca partitura musical.

––Sea lo que sea, puedo jurar que es algo importante para nosotros ––dije––. Lo pude leer en su rostro cuando me lo dio.

––A menos que tengamos que enfrentarnos a un bromista primitivo ––sugiriу Summerlee––, porque segъn creo la bro­ma fue uno de los mбs elementales factores del desarrollo del hombre.

––Sin duda es alguna clase de escritura ––dijo Challenger.

––Parece como un rompecabezas de esos concursos cuyo premio es una guinea ––comentу lord John, estirando el cue­llo para observarlo. De improviso alargу su mano y cogiу el rompecabezas––. ЎPor Dios! ––exclamу––. Creo que ya lo tengo. El muchacho lo habнa acertado desde el primer momento. ЎVean aquн! їCuбntas marcas hay en ese papel? Dieciocho. Y bien: si piensan en ello, verбn que hay dieciocho bocas de cueva en la ladera de la colina que estб sobre nosotros.

––Cuando me dio el papel seсalу las cuevas ––dije.

––Bien, esto lo aclara todo. Es un mapa de las cuevas, їeh? Dieciocho de ellas en una hilera, algunas cortas, otras pro­fundas, algunas bifurcadas, tal como las hemos visto. Es un mapa y aquн hay una cruz. їPara quй estб colocada? Lo estб para seсalar una cueva que es mucho mбs profunda que las otras.

––Una que atraviesa todo el risco ––exclamй.

––Creo que nuestro joven amigo ha descifrado el enigma ––dijo Challenger––. Si la cueva no atraviesa de parte a parte el risco, no comprendo por quй esta persona, que tiene toda clase de razones para desearnos el bien, va a llamarnos la atenciуn sobre ello. Pero si lo atraviesa y sale del otro lado por un punto situado a la misma altura, no tendremos que descender mбs que un centenar de pies.

––ЎUn centenar de pies! ––refunfuсу Summerlee.

––Bueno, nuestra cuerda todavнa tiene mбs de cien pies ––exclamу––. Sin duda podremos hacer el descenso.

––їY quй pasarб con los indios que estбn en la cueva? ––ob­jetу Summerlee.

––No hay indios en ninguna de las cuevas que hay por en­cima de nosotros ––dije––. Todas se utilizan como graneros y depуsitos. їPor quй no subimos ahora mismo y atisbamos el terreno?

Se halla en la meseta una madera seca y bituminosa ––una especie de araucaria, de acuerdo con nuestros botбnicos­que siempre usan los indios como antorcha. Cada uno de nosotros cogiу un manojo de йstas y subimos por la escalera cubierta de maleza hasta la cueva marcada en el dibujo. Estaba, tal como ya habнa dicho, completamente vacнa, si se exceptъa un gran nъmero de enormes murciйlagos, que ale­tearon en torno a nuestras cabezas a medida que nos aden­trбbamos en ella. Como no deseбbamos atraer la atenciуn de los indios acerca de nuestras acciones, anduvimos dando traspiйs en la oscuridad hasta que dejando atrбs varias cue­vas penetramos una considerable distancia en el interior de la caverna. Entonces, por fin, encendimos nuestras antor­chas. Era un tъnel hermoso y seco, con lisas paredes grises, cubiertas de sнmbolos indнgenas, el techo curvado con arcos sobre nuestras cabezas y una arena blanca que brillaba bajo nuestros pies. Nos precipitamos anhelantes por este tъnel hasta que, con un profundo gemido de amargo desencanto, nos vimos forzados a hacer un alto. Ante nosotros aparecнa un muro de roca pura, en la que no habнa ni una grieta por la que pudiera deslizarse un ratуn. Allн no habнa salida para nosotros.

Nos quedamos inmуviles, contemplando con amargura en el corazуn ese inesperado obstбculo. Йste no era el resul­tado de ningъn cataclismo, como en el caso del tъnel de as­censo. Aquello era, y habнa sido siempre, un cul de sac 30.

30. ‘Callejуn sin salida’. En francйs en el original.

 

––No importa, amigos mнos ––dijo el indomable Challen­ger––. Todavнa cuentan ustedes con mi firme promesa de otro globo.

Summerlee lanzу un quejido.

––їNo habremos seguido una cueva equivocada? ––sugerн.

––Es inъtil, compaсerito ––dijo lord John con el dedo apo­yado en nuestro mapa––. La diecisiete empezando por la de­recha y la segunda desde la izquierda. Йsta es la cueva, con toda seguridad.

Yo mirй la marca que seсalaba su dedo y lancй un grito de repentina alegrнa.

––ЎCreo que lo tengo! ЎSнganme, sнganme!

Retrocedнa a todo correr por el camino que habнamos se­guido, con la antorcha en la mano.

––Aquн ––dije, seсalando hacia unas cerillas que habнa en el suelo–– es donde encendimos las antorchas.

––Exacto.

––Bien, aquн estб marcada como una cueva con una bifur­caciуn. En la oscuridad hemos pasado la bifurcaciуn antes de que las antorchas estuvieran encendidas. Por la derecha, segъn vamos saliendo, encontraremos el brazo mбs largo.

Asн fue, tal como yo habнa dicho. No habнamos andado treinta yardas cuando apareciу en la pared un gran aguje­ro negro. Nos metimos por йl y descubrimos que nos ha­llбbamos en un pasillo mucho mбs amplio. Corrimos por йl con impaciencia, hasta perder el aliento, por un espacio de muchos centenares de yardas. Entonces, de pronto, di­visamos en medio de la negra oscuridad del arco que se abrнa ante nosotros un resplandor rojo oscuro. Nos que­damos mirando aquello, atуnitos. Un velo de fuego esta­ble y continuo parecнa atravesar el tъnel y cerrarnos el ca­mino. Nos apresuramos a correr hacia allн. No se oнa ruido ni se sentнa calor ni se veнa el menor movimiento en esa direcciуn, pero aquella gran cortina luminosa seguнa bri­llando ante nosotros, baсando de luz plateada toda la cueva y convirtiendo la arena en polvo de piedras precio­sas, hasta que al acercarnos mбs revelу que tenнa un borde circular.

––ЎPor Dios... es la luna! ––exclamу lord John––. ЎHemos sali­do al otro lado, muchachos, hemos salido al otro lado!

Era en verdad la luna llena, que brillaba fuertemente de­trбs de la abertura que se formaba en el acantilado.

Era una hendidura pequeсa, no mayor que una ventana, pero sufi­ciente para todos nuestros propуsitos. Cuando alargamos el cuello por ella pudimos observar que el descenso no era muy difнcil y que el nivel del suelo no estaba a mucha distan­cia por debajo de nosotros. No era de sorprender que desde abajo no hubiйramos podido distinguir el lugar, porque los riscos sobresalнan curvados sobre йl desde lo alto y una as­censiуn al sitio parecнa tan imposible que desalentaba cual­quier inspecciуn mбs minuciosa. Nos satisfizo observar que con ayuda de nuestra cuerda podrнamos llegar hasta abajo sin dificultades; luego regresamos gozosos a nuestro campa­mento, para hacer nuestros preparativos. La salida serнa la noche siguiente.

Tenнamos que hacerlo todo con rapidez y secreto, porque los indios eran capaces de impedir nuestra partida aun en este ъltimo momento. Dejarнamos allн nuestros pertrechos, con excepciуn de rifles y cartuchos. Pero Challenger tenнa algunos objetos pesados que deseaba ardientemente llevarse con йl y un bulto en particular, al cual no quiero referirme, que nos dio mбs trabajo que ningъn otro. El dнa pasу con lentitud, pero al caer la noche estбbamos preparados para la partida. Con gran trabajo subimos nuestras cosas por las es­caleras. Entonces, mirando hacia atrбs, examinamos larga­mente, por ъltima vez, aquella extraсa tierra que me temo serнa muy pronto vulgarizada, presa de cazadores y busca­dores de minas, pero que para nosotros todos era el paнs de los sueсos, de la fascinaciуn y la aventura novelesca. Un paнs donde nos habнamos arriesgado mucho, habнamos sufrido mucho y aprendido otro tanto... Nuestro paнs, como siempre lo llamaremos con afecto. A nuestra izquierda, las cuevas ve­cinas lanzaban sus joviales fuegos rojizos en la oscuridad. Desde la cuesta que bajaba a nuestros pies ascendнan las vo­ces de los indios que reнan y cantaban. Mбs lejos, se exten­dнan los profundos bosques, y en el centro, brillando vaga­mente entre las tinieblas, estaba el gran lago, madre de extraсos monstruos. Mientras estбbamos mirando, vibrу claramente en la oscuridad un grito agudo y despiadado, la llamada de algъn fantasmagуrico animal. Era la autйntica voz de la Tierra de Maple White dбndonos su adiуs. Nos di­mos la vuelta y nos zambullimos en la cueva que nos condu­cнa de regreso a casa.

Dos horas despuйs, nosotros, nuestros bultos y todo lo que poseнamos descansбbamos al pie del farallуn. Salvo con el equipaje de Challenger, nunca tuvimos ninguna dificul­tad. Dejamos todo en el lugar donde habнamos descendido y partimos de inmediato hacia el campamento de Zambo. Nos acercamos al mismo al amanecer y, para nuestra sorpresa, no hallamos una sola hoguera sino una docena de ellas, es­parcidas por la llanura. La partida de socorro habнa llegado. Eran veinte indios ribereсos, provistos de piquetas, cuerdas y todo lo que podнa ser ъtil para franquear el abismo. Final­mente, no tendremos ya dificultades para transportar nues­tros equipajes cuando comencemos maсana nuestro cami­no de regreso hacia el Amazonas.

Y asн, en una disposiciуn humilde y llena de gratitud, cie­rro este relato. Nuestros ojos han visto grandes maravillas y nuestras almas se han purificado con todo lo que hemos so­brellevado. Cada uno de nosotros, a su modo, es un hombre mejor y mбs profundo. Tal vez cuando lleguemos a Parб nos detengamos allн para reaprovisionarnos. Si hacemos eso, esta carta llegarб por correo antes que nosotros. Si no, arri­barб a Londres el mismo dнa de mi llegada. En cualquiera de los dos casos, mi querido McArdle, espero que muy pronto podrй estrecharle la mano.

 


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 74 | Нарушение авторских прав


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Йstas fueron las verdaderas conquistas| En manifestaciуn! ЎEn manifestaciуn!

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