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Йstas fueron las verdaderas conquistas

Pruebe fortuna con el profesor Challenger | Es un hombre totalmente insoportable | Es la cosa mбs grandiosa del mundo | Fui el mayal del Seсor | Maсana nos perderemos en lo desconocido | Los guardianes exteriores del nuevo mundo | ЇQuiйn podнa haberlo previsto? | Han ocurrido las cosas mбs extraordinarias | Por una vez fui el hйroe | Todo era espanto en el bosque |


 

Habнamos imaginado que nuestros perseguidores, los monos––hombres, ignoraban por completo nuestro escon­drijo de la maleza, pero pronto salimos de nuestro error. No se oнa el menor ruido en los bosques..., no se movнa una sola hoja de los бrboles y todo era paz a nuestro alrededor... Pero nuestra experiencia anterior nos deberнa haber puesto sobre aviso para advertir con cuбnta astucia y paciencia estos se­res podнan vigilar y esperar hasta que llegaba su oportuni­dad. No sй quй destino me espera en la vida, pero estoy muy seguro de que nunca estarй tan cerca de la muerte como lo estuve aquella maсana. Pero voy a contбrselo en su debido orden.

Todos despertamos exhaustos, despuйs de las terribles emociones y la insuficiente comida del dнa anterior. Sum­merlee se hallaba todavнa tan dйbil que tenнa que esforzarse para tenerse de pie; pero el viejo estaba lleno de ese бspero coraje que nunca admite la derrota. Celebramos consejo y se acordу que esperarнamos calladamente durante una hora o dos en el lugar donde estбbamos, y que luego emprenderнa­mos el camino cruzando––la meseta y contorneando el lago central hasta llegar a las cuevas donde, segъn mis observaciones, vivнan los indios. Confiбbamos en el hecho de que podrнamos contar con las palabras favorables de los que ha­bнamos rescatado y que ello asegurarнa una cбlida acogida de parte de sus compaсeros. Luego, con nuestra misiуn cum­plida y en posesiуn de un conocimiento mбs completo de los secretos de la Tierra de Maple White, volcarнamos todos nuestros pensamientos en el problema vital de nuestro esca­pe y nuestro retorno. Hasta Challenger estaba dispuesto a admitir que para entonces habrнamos hecho todo aquello que nos habнamos propuesto al llegar y que nuestro primer deber, desde ese momento en adelante, era volver a la civili­zaciуn llevando los sorprendentes descubrimientos reali­zados.

Ahora podнamos observar con mбs comodidad a los in­dios que habнamos rescatado. Eran hombres pequeсos, ner­vudos, бgiles y bien conformados, de lacio cabello negro atado en manojo detrбs de la cabeza con una tira de cuero, siendo tambiйn de cuero sus taparrabos. Sus caras eran lam­piсas, bien formadas y cordiales. Los lуbulos de sus orejas, colgando ensangrentados y rasgados, demostraban que ha­bнan sido perforados para colocar adornos que sus captores habнan arrancado de un tirуn. Su conversaciуn, si bien in­comprensible para nosotros, era fluida entre ellos, y cuando seсalбndose unos a otros pronunciaban muchas veces la pa­labra «Accala», colegimos que йse era el nombre de su na­ciуn. A veces, con sus rostros convulsionados por el miedo y el odio, blandнan sus puсos cerrados hacia los bosques que nos rodeaban y gritaban: «ЎDoda, Doda!», que era segura­mente su denominaciуn de los enemigos.

––їQuй opina usted de ellos, Challenger? ––preguntу lord John––. Para mн hay algo que estб muy claro, y es que ese hombrecito con la parte delantera de su cabeza afeitada es uno de sus jefes.

Era patente que aquel hombre se mantenнa apartado de los demбs y que йstos nunca se atrevнan a dirigirse a йl sin dar muestras de profundo respeto. Parecнa el mбs joven de todos, y sin embargo su бnimo era tan altivo y orgulloso que en cierta ocasiуn que Challenger le puso su manaza sobre la cabeza saltу como un caballo espoleado y se apartу del pro­fesor con un rбpido relampagueo de sus ojos oscuros. Luego se llevу la mano al pecho y manteniйndose firme con gran dignidad pronunciу la palabra «Maretas» varias veces. El profesor, sin inmutarse, agarrу del hombro al indio que te­nнa mбs cerca y comenzу a dar una conferencia sobre йl, como si fuese un ejemplar conservado en su clase.

––El tipo de este pueblo ––dijo a su manera retumbante––, ya sea juzgado por su capacidad craneana, por su бngulo facial o por cualquier otra prueba, no puede ser considerado en un bajo nivel; por el contrario, debemos colocarlo a considera­ble altura en la escala, por encima de otras tribus sudameri­canas que podrнa mencionar. Ninguna hipуtesis puede ex­plicarnos la evoluciуn de una raza semejante en este lugar. Por ejemplo, es tan grande el abismo que separa estos mo­nos––hombres de los animales primitivos que han sobrevivi­do en esta meseta que es inadmisible pensar que pueden ha­berse desarrollado donde los hemos encontrado.

––Entonces, їde dуnde demonios cayeron? ––preguntу lord John.

––Йsa es una pregunta que sin duda serб vehementemente discutida en todas las sociedades cientнficas de Europa y Amйrica ––contestу el profesor––. Mi propia interpretaciуn del asunto, cualquiera sea su mйrito ––al decir estas palabras hinchу enormemente el pecho y mirу con insolencia a su alrededor––, es que la evoluciуn ha avanzado, bajo las pecu­liares condiciones de este paнs, hasta la etapa de los verte­brados, mientras sobreviven los tipos primitivos que viven en compaснa de los reciйn llegados. Por eso hallamos ani­males tan modernos como el tapir, un animal que tiene un бrbol genealуgico muy largo, con el gran ciervo y el oso hormiguero, en uniуn con las formas de reptiles del tipo jurбsico. Hasta ahн estб muy claro. Y ahora aparecen los monos––hombres y los indios. їQuй puede pensar una men­te cientнfica de su presencia? Yo sуlo puedo dar razуn de ello a travйs de una invasiуn desde el exterior. Es posible que existiera en Sudamйrica un mono antropoide, que en йpocas remotas haya encontrado el camino a este lugar y que haya desarrollado aquн un tipo de animales como los que hemos visto, algunos de los cuales ––aquн me mirу fi­jamente–– eran de un aspecto y una conformaciуn que, si hubieran estado acompaсados de la correspondiente inte­ligencia, hubieran dado prestigio, no tengo dudas, a cual­quier raza viviente. En cuanto a los indios, no me cabe duda de que son inmigrantes mбs recientes del mundo de abajo. Acosados por el hambre o por invasiones de con­quista, hallaron un camino para subir hasta aquн. Enfren­tados a unos seres feroces que nunca habнan visto antes, buscaron refugio en las cuevas que nuestro joven amigo ha descrito. Empero, deben haber tenido que luchar бspera­mente para sostenerse contra las bestias feroces y en espe­cial contra los monos––hombres, que los mirarнan como in­trusos y les harнan la guerra sin piedad, con una astucia de que carecen las bestias mбs grandes. De ahн que su nъmero parezca ser limitado. Bien, caballeros, їcreen que les he descifrado satisfactoriamente el enigma o hay algъn otro punto que desean que les aclare?

El profesor Summerlee estaba demasiado deprimido para argьir, pese a que sacudнa violentamente la cabeza como muestra de un desacuerdo general. Lord John sуlo se rascу las ralas guedejas de su cabello, seсalando que no podнa sos­tener una lucha porque no peleaba en el mismo peso o cate­gorнa. Por mi parte, desempeсй mi habitual rуle 28 de llevar las cosas a un nivel estrictamente prosaico y ъtil, seсalando que faltaba uno de los indios.

 

28. ‘Papel’, ‘funciуn’. En francйs en el original.

 

––Fue a recoger agua ––dijo lord Roxton––. Le proveнmos de una lata vacнa de carne y se fue.

––їAl viejo campamento? ––preguntй.

––No, al arroyo. Estб allн, entre los бrboles. No deben ser mбs de un par de centenares de yardas. Pero ese vagabundo se estб tomando su tiempo, por cierto.

––Irй a ver si lo encuentro ––dije.

Cogн mi rifle y me fui caminando despaciosamente en di­recciуn al arroyo dejando a mis amigos que se esforzasen en preparar el escaso desayuno. Opinarб usted que fue una im­prudencia abandonar el refugio de nuestro amigable bos­quecillo, aun para recorrer una distancia tan corta, pero debe recordar que estбbamos a muchas millas del Pueblo de los Monos, y por lo que sabнamos hasta entonces las bestias no habнan descubierto nuestro asilo. En todo caso, con un rifle en mis manos no les tenнa miedo. Aъn no sabнa a cuбnto llegaban su astucia y su vigor.

Alcanzaba a oнr el murmullo de nuestro arroyo en algъn lugar por delante de mн, pero entre йl y yo habнa una maraсa de бrboles y maleza. Cruzaba entonces por esta parte, que quedaba fuera de la vista de mis compaсeros, cuando deba­jo de uno de los бrboles divisй una cosa cobriza acurrucada entre los arbustos. Al aproximarme quedй espantado al ver que era el cuerpo muerto del indio desaparecido. Yacнa sobre un costado, con sus miembros estirados hacia arriba y su ca­beza retorcida en un бngulo completamente forzado, hasta dar la impresiуn de que estaba mirando en lнnea recta por encima del hombro. Lancй un grito para avisar a mis amigos de que algo malo ocurrнa y corrн hasta que me inclinй sobre el cuerpo. Seguramente mi бngel guardiбn estaba en ese ins­tante muy cerca de mн, porque ya fuese a causa de algъn te­mor instintivo o porque hubo un apagado roce de hojas, lan­cй una mirada hacia arriba. De entre el espeso follaje verde que colgaba a poca altura sobre mi cabeza dos brazos largos y musculosos, cubiertos de vello rojizo, descendнan lentamente. Un instante mбs y aquellas grandes manos cautelosas me habrнan rodeado el cuello. Di un salto hacia atrбs, pero a pesar de mi rapidez aquellas manos fueron aъn mбs rбpidas. A causa de mi sъbito brinco, erraron el apretуn fatal, pero una de ellas me agarrу por la nuca y la otra por mi cara. Le­vantй las manos para proteger mi garganta y un momento despuйs la enorme zarpa se deslizу por mi rostro y se cerrу por encima de ellas. Me alzaron del suelo fбcilmente y sentн una presiуn intolerable que forzaba mi cabeza mбs y mбs ha­cia atrбs, hasta que el dolor sobre mi columna cervical fue mayor del que podнa soportar. Comencй a perder el sentido, pero aъn trataba de separar la mano de mi barbilla forzбn­dola hacia afuera. Al mirar hacia arriba vi una cara horren­da, con unos frнos e inexorables ojos de color celeste que se fijaban en los mнos. Habнa algo de hipnуtico en estos ojos te­rribles. Ya no podнa luchar por mбs tiempo. Cuando la bestia sintiу que se debilitaba mi resistencia a su apretуn, dos blan­cos caninos brillaron por un instante a cada lado de su boca soez y aumentу aъn mбs la presiуn de su garra sobre mi bar­billa, mientras continuaba empujбndola arriba y hacia atrбs. Una niebla tenue y opalescente se formу ante mis ojos y re­sonaban en mis oнdos pequeсas campanillas de plata. Muy lejos y apagado llegу a mis oнdos el estampido de un rifle y sentн dйbilmente el golpe que recibн al caer a tierra, donde quedй sin sentido ni movimiento.

Cuando despertй, me hallй tendido de espaldas sobre la hierba en nuestro cubil entre la espesura. Alguien habнa traн­do agua del arroyo y lord John me rociaba la cabeza con ella, mientras Challenger y Summerlee me sostenнan erguido, con la ansiedad pintada en sus rostros. Por un instante vis­lumbrй un temple humano detrбs de sus mбscaras cientнfi­cas. Era en verdad el golpe, mбs que cualquier herida, lo que me tenнa postrado; y en media hora, a pesar de la cabeza do­lorida y el cuello envarado, me habнa incorporado y me sen­tнa dispuesto a todo.

––ЎDe buena se ha escapado usted, compaсerito––camara­da! ––dijo lord John––. Cuando oн su grito y corrн hacia allн, vi su cabeza doblada casi en dos y sus calzas pataleando en el aire, y pensй que ya йramos uno menos. Con la prisa errй el tiro, pero la bestia lo soltу igualmente y huyу como un re­lбmpago. ЎPor Dios! Me gustarнa tener cincuenta hombres armados con rifles. Echarнa a toda esa pandilla infernal has­ta dejar a este paнs un poco mбs limpio de lo que lo hemos encontrado.

Ahora resultaba evidente que los monos––hombres habнan hallado, la manera de ubicarnos y nos vigilaban por todas partes. No tenнamos mucho que temer de ellos durante el dнa, pero eran muy capaces de caer sobre nosotros durante la noche. Por eso, cuanto antes nos alejбsemos de su vecin­dad, era mejor. Por tres lados nos rodeaba una selva tupida y de allн podнa venirnos una emboscada. Pero sobre el cuarto lado ––el que descendнa en pendiente hacia el lago–– sуlo se extendнa un monte bajo, con бrboles dispersos y algunos cla­ros poco frecuentes. Era, de hecho, el camino que yo mismo habнa seguido en mi viaje solitario y nos conducнa directa­mente a las cuevas de los indios. Por toda clase de razones, aquйl debнa ser nuestro camino.

Sentimos un gran pesar y era el de abandonar nuestro an­tiguo campamento. No sуlo a causa de los pertrechos que allн quedaban, sino, en mayor medida, porque perdнamos contacto con Zambo, que era nuestro vнnculo con el mundo exterior. De todos modos, poseнamos una amplia provisiуn de cartuchos y todas nuestras armas de fuego, de modo que por un tiempo al menos podнamos defendernos. Ademбs, confiбbamos en que tendrнamos una oportunidad de retor­nar y de restablecer las comunicaciones con nuestro negro. Йste habнa prometido firmemente que permanecerнa donde estaba, y no tenнamos dudas de que harнa fe de sus palabras.

Iniciamos nuestra jornada a primera hora de la tarde. El joven jefe caminaba a la cabeza como nuestro guнa, pero se negу con indignaciуn a cargar con ningъn bulto. Tras йl marchaban los dos indios supervivientes, con nuestras esca­sas posesiones sobre sus espaldas. Los cuatro hombres blan­cos marchбbamos a retaguardia, con los rifles cargados y prontos. En cuanto partimos, estallу en los espesos bosques silenciosos que dejбbamos atrбs un sъbito y fuerte ulular de los monos––hombres, que lo mismo podнa ser vнtores de triunfo ante nuestra partida que una burla de desprecio al contemplar nuestra huida. Mirando hacia atrбs, sуlo vimos la densa cortina de los бrboles, pero aquel prolongado alari­do nos testimoniaba que entre ellos nos acechaba una gran cantidad de enemigos. Sin embargo no hubo seсales de per­secuciуn y pronto nos adentramos en parajes mбs despeja­dos y fuera de su poder.

Mientras iba caminando, el ъltimo de los cuatro, no pude menos de sonreнrme ante el aspecto de los tres compaсe­ros que me precedнan. їEra йste el sibarнtico lord John Rox­ton que habнa estado sentado en el Albany entre los tapices persas y sus cuadros, en la sonrosada radiaciуn de sus luces coloreadas? їY era йste el imponente profesor que se espon­jaba orgulloso detrбs de su gran escritorio, en su macizo des­pacho de Enmore Park? Y, por ъltimo, їpodнa ser йsta la figu­ra austera y pulcra que se levantу ante la asamblea del Instituto Zoolуgico? Ni siquiera tres vagabundos hallados en los pбramos de Surrey podrнan haber presentado un aspecto mбs mнsero y mugriento. Es cierto que sуlo habнamos pasa­do poco mбs de una semana en la meseta, pero toda nuestra ropa de recambio habнa quedado en nuestro campamento de la base, y esa ъnica semana habнa sido muy rigurosa para to­dos nosotros, aunque algo menos para mн, que no habнa te­nido que soportar el manoseo de los monos––hombres. Mis tres compaсeros habнan perdido sus sombreros y ahora lle­vaban paсuelos sujetos alrededor de la cabeza; sus ropas les colgaban en jirones y era difнcil reconocer sus rostros sucios y sin afeitar. Tanto Summerlee como Challenger cojeaban al caminar pesadamente, mientras yo arrastraba mis pies, aъn debilitado por el golpe recibido en la maсana, y mi cuello es­taba tan duro como una tabla como consecuencia del apre­tуn asesino que habнa sufrido. Йramos verdaderamente una cuadrilla lamentable y no me sorprendiу ver que nuestros indios volviesen de vez en cuando la cabeza para mirarnos con sorpresa yhorror impresos en sus rostros.

A ъltima hora de la tarde llegamos a orillas del lago. Al sa­lir de entre los arbustos y contemplar ante la vista el espejo de agua que se desplegaba ante nosotros, nuestros amigos indнgenas lanzaron un agudo grito de alegrнa y seсalaron ansiosamente hacia un punto situado frente a ellos. Sin duda era un panorama maravilloso el que se extendнa ante noso­tros. Deslizбndose velozmente sobre la cristalina superficie, una gran flotilla de canoas venнa en lнnea recta hacia la playa en que nos hallбbamos. Cuando las divisamos por primera vez estaban a algunas millas de distancia, pero se lanzaron hacia adelante con gran rapidez y pronto estuvieron tan cer­ca que los remeros pudieron distinguir nuestras personas. Instantбneamente estallу en sus bocas un atronador grito de deleite, y vimos cуmo se alzaban de sus asientos, agitando sus remos y sus lanzas en el aire con enloquecido entusias­mo. Enseguida se doblaron una vez mбs sobre sus remos y con su esfuerzo hicieron volar sus embarcaciones hasta cru­zar el espacio de agua que nos separaba y las embarrancaron en el talud arenoso de la playa. Enseguida se precipitaron hacia nosotros y se prosternaron con fuertes gritos de bien­venida ante el joven jefe. Por fin uno de ellos, un hombre an­ciano que llevaba un collar, un brazalete de grandes y lustro­sas cuentas de vidrio y la piel de algъn hermoso animal, moteada y de color ambarino, colgada sobre los hombros, se adelantу corriendo y abrazу con gran ternura al joven que habнamos salvado. Luego nos mirу y le hizo algunas pregun­tas, tras lo cual se aproximу con mucha dignidad y nos abra­zу tambiйn, uno por uno. Despuйs, a una orden de su parte, toda la tribu se prosternу en el suelo para rendirnos home­naje. Yo, personalmente, sentн timidez e incomodidad ante aquella obsequiosa adoraciуn, y leн los mismos sentimientos en los rostros de lord John y Summerlee, en tanto Challen­ger se expandнa como una flor al sol.

––A pesar de que son tipos algo subdesarrollados ––dijo mientras se mesaba la barba y los recorrнa con la mirada––, su comportamiento podrнa servir de lecciуn a algunos de nues­tros europeos mбs adelantados. ЎEs curioso observar cuбn correctos son los instintos del hombre natural!

Era evidente que los indнgenas venнan por el sendero de la guerra, porque cada hombre transportaba su lanza ––que consistнa en una larga caсa de bambъ con la punta de hue­so––, su arco y sus flechas, ademбs de una especie de maza o hacha de combate hecha de piedra, que colgaba de su costa­do. Sus miradas sombrнas e iracundas se dirigнan hacia los bosques de donde nosotros habнamos llegado, y la frecuente repeticiуn de la palabra «Doda» indicaba con harta claridad que йsta era una partida de rescate que se habнa puesto en marcha para salvar o vengar al hijo del viejo jefe, porque eso es lo que nosotros colegнamos que debнa ser el joven. Toda la tribu procediу a celebrar un consejo, sentada en cuclillas formando un cнrculo, mientras nosotros, reclinados cerca de allн en una losa de basalto, observбbamos sus actuaciones. Hablaron dos o tres guerreros y por ъltimo nuestro joven amigo pronunciу una briosa arenga. Animada por tales ges­tos y ademanes tan elocuentes que pudimos entender su sentido tan claramente como si conociйsemos su lengua.

––їDe quй sirve que regresemos? ––decнa––. Antes o des­puйs habrб que hacerlo. Vuestros camaradas han sido ase­sinados. їQuй importa que yo haya regresado a salvo? A los otros se les ha dado muerte. No hay seguridad para ningu­no de nosotros. Ahora estamos reunidos y prontos ––apun­tу hacia nosotros––. Estos hombres extraсos son nuestros amigos. Son grandes luchadores y odian a los monos––hom­bres al igual que nosotros. Ellos manejan ––apuntу hacia el cielo–– el trueno y el rayo. їCuбndo volveremos a tener una oportunidad como йsta? Vamos adelante y muramos ahora o vivamos el futuro en seguridad. їCуmo podrнamos, de otro modo, volver junto a nuestras mujeres sin avergonzar­nos?

Los pequeсos guerreros bronceados estaban pendientes de las palabras del orador y cuando terminу prorrumpieron en un estruendoso aplauso, blandiendo sus toscas armas en el aire. El anciano jefe avanzу hacia nosotros y nos preguntу algo, al mismo tiempo que seсalaba hacia los bosques. Lord John le hizo seсas de que esperase una respuesta y se volviу hacia nosotros.

––Bueno, ustedes dirбn lo que piensan hacer ––dijo––; por mi parte tengo una cuenta que arreglar con ese pueblo de monos, y si йsta termina borrбndolos de la faz de la tierra, no creo que la tierra se moleste por ello. Pienso ir con nuestros compaсeros los hombrecitos bronceados y con eso quiero decir que estarй con ellos en toda la riсa. їQuй dice usted, compaсerito?

––Por supuesto, irй.

––їY usted, Challenger?

––Cooperarй, sin duda.

––їY usted, Summerlee?

––Me parece que nos estamos dejando llevar muy lejos del objetivo de esta expediciуn, lord John. Le aseguro que cuan­do dejй mi cбtedra de Londres no cruzaba por mi mente que lo hacнa con el propуsito de encabezar una incursiуn de sal­vajes contra una colonia de monos antropoides.

––A tan bajos menesteres llegamos a veces ––dijo lord John sonriendo––. Pero, ya que estamos metidos en ello, їcuбl es la decisiуn?

––Pienso que es un paso de lo mбs discutible ––dijo Sum­merlee, polйmico hasta el fin––, pero si ustedes van todos no veo cуmo quedarme atrбs.

––Pues entonces, es cosa hecha ––dijo lord John, y volviйn­dose hacia el jefe asintiу con la cabeza, al tiempo que daba unas palmadas a su rifle. El viejo nos estrechу las manos, uno tras otro, mientras sus hombres nos aplaudнan mбs ca­lurosamente que nunca. Era demasiado tarde para avanzar esa noche, de modo que los indios instalaron un tosco vivac. Encendieron hogueras, que comenzaron a brillar y humear por todas partes. Algunos de ellos habнan desaparecido en­tre la jungla y regresaron luego conduciendo ante ellos un joven iguanodonte. Como los otros, tenнa una mancha de asfalto en el brazuelo, y sуlo cuando vimos que uno de los indнgenas se adelantaba con aire de propietario y daba su consentimiento para que la bestia fuera sacrificada, com­prendimos al fin que aquellos grandes animales eran tan de propiedad privada como un rebaсo de ganado vacuno, y que esos sнmbolos que nos habнan dejado tan perplejos no eran mбs que las marcas del propietario. Indefensos, torpes y vegetarianos, con miembros voluminosos y un cerebro minъsculo, podнan ser reunidos y arreados por un niсo. En pocos minutos la enorme bestia habнa sido despedazada y sus pedazos sobre una docena de fuegos de campamento, junto con un gran pez escamoso del gйnero ganoideo, que habнa sido alanceado en el lago.

Summerlee se habнa tendido en el suelo y dormнa sobre la arena, pero nosotros erramos por el borde del agua, tratan­do de aprender algo mбs de aquel extraсo paнs. Un par de veces descubrimos pozos de arcilla azul, iguales a los que ha­bнamos visto en la ciйnaga de los pterodбctilos. Eran anti­guas troneras volcбnicas y por alguna razуn suscitaban en lord John un enorme interйs. Por otra parte, Challenger vol­caba su atenciуn en un borboteante gйiser de barro que gor­goteaba y donde algъn extraсo gas desprendнa burbujas que estallaban en su superficie. Clavу allн una caсa hueca y lanzу gritos de placer, igual que un colegial, cuando al tocarla con una cerilla encendida fue capaz de provocar una viva explo­siуn y una llama azul en el extremo superior del tubo. Se sin­tiу aъn mбs complacido cuando al colocar invertida una es­pecie de bolsa de cuero en el extremo de la caсa y al llenarla de gas, fue capaz de hacerla remontar por los aires.

––Es un gas inflamable y mucho mбs ligero que el aire. Yo dirнa sin margen de duda que contiene una considerable proporciуn de hidrуgeno libre. Los recursos de G. E. C. no estбn exhaustos, mi joven amigo. Podrй demostrarle aъn de quй manera una gran inteligencia puede moldear la natura­leza para ponerla a su servicio.

Se le veнa envanecido por algъn propуsito secreto, pero no quiso decir nada mбs.

Nada de cuanto veнamos sobre la costa me parecнa tan maravilloso como la gran sбbana de agua que tenнamos ante nuestra vista. Nuestro nъmero y el ruido que producнa tanta gente habнan hecho huir a todos los seres vivientes del con­torno, salvo a unos pocos pterodбctilos que se remontaban en cнrculos a gran altura sobre nuestras cabezas en espera de carroсa, por lo que reinaba la quietud en torno al campa­mento. Todo era diferente, en cambio, sobre las aguas teсi­das de rosa del lago central. Йstas hervнan y palpitaban con una vida extraсa. Grandes lomos de color pizarra y altas ale­tas dorsales dentadas salнan disparados fuera del agua con un destello plateado y luego se zambullнan de nuevo en las profundidades. Los alejados bancos de arena aparecнan abi­garrados por raras y reptantes formas: tortugas enormes, extraсos saurios y un enorme ser aplanado que parecнa una estera negra de cuero grasiento que ondulaba flojamente avanzando hacia el lago. Aquн y allб se proyectaban fuera del agua las cabezas alargadas de las serpientes, que surcaban velozamente la superficie, levantando delante de ellas un pe­queсo collar de espuma y dejando atrбs una larga estela arremolinada, levantбndose y cayendo en grбciles ondula­ciones parecidas a las de un cisne a medida que avanzaban. Cuando uno de esos seres subiу serpenteando sobre uno de los bancos de arena, a pocos centenares de yardas de noso­tros, y expuso el cuerpo en forma de tonel y enormes aletas detrбs de su largo cuello, Challenger y Summerlee, que se habнan acercado, estallaron en un dъo de asombro y admi­raciуn

––ЎUn plesiosaurio! ЎUn plesiosaurio de agua dulce! ––gritу Summerlee––. ЎHe vivido para ver semejante espectбculo! ЎMi querido Challenger, somos los mбs benditos entre todos los zoуlogos desde el comienzo de los tiempos!

Sуlo al caer la noche, y cuando las hogueras de nuestros salvajes aliados resplandecнan rojizas entre las sombras, pu­dimos arrancar a nuestros dos hombres de ciencia de las fas­cinaciones de aquel lago primitivo. Aъn en la oscuridad, cuando estбbamos tendidos en la arena, seguнamos oyendo, de tiempo en tiempo, los resoplidos y las zambullidas de las inmensas bestias que vivнan en las profundidades.

En el temprano amanecer, nuestro campamento se puso en movimiento y una hora mбs tarde avanzamos en nuestra memorable expediciуn. A menudo habнa pensado en mis sueсos que vivirнa para ser corresponsal de guerra. Pero ni en el mбs disparatado de ellos podrнa haber concebido la natu­raleza de la campaсa de la que me tocarнa en suerte informar. He aquн mi primer despacho desde un campo de batalla.

Nuestro nъmero habнa sido reforzado durante la noche por un nuevo contingente de indнgenas de las cuevas, y cuando comenzу nuestro avance deberнamos tener una fuerza de cuatrocientos o quinientos hombres. Se enviу por delante un abanico de exploradores y tras ellos toda la fuerza en una sуlida columna que avanzу por la larga pendiente del monte bajo, hasta que estuvimos cerca de la lнnea de la flo­resta. Aquн se desplegaron en una larga y dispersa lнnea de lanceros y de arqueros. Roxton y Summerlee tomaron posi­ciуn en el flanco derecho, mientras Challenger y yo ocupa­mos el izquierdo. Estбbamos acompaсando a la batalla a una hueste de la Edad de Piedra... nosotros, con la ъltima palabra en el arte de la fusilerнa que se expone en St. James Street y en el Strand.

No tuvimos que esperar largo tiempo a nuestro enemigo. Un clamor agudo y salvaje surgiу de las mбrgenes del bos­que y sъbitamente se lanzу fuera del mismo un cuerpo de monos––hombres armados de garrotes y piedras que avanzу hacia el centro de la lнnea de los indios. Era una maniobra valiente pero alocada, porque los grandes brutos de piernas torcidas caminaban lentamente, mientras sus oponentes eran бgiles como gatos. Era horrible ver a las fieras bestias de bocas espumajeantes y ojos feroces y fogosos abalanzбndose y tratando de hacer presa, pero errando siempre a sus elusi­vos enemigos, mientras las flechas se clavaban una tras otra en su piel. Un enorme fulano pasу a mi lado aullando de do­lor, con una docena de dardos atravesбndole el pecho y las costillas. Por compasiуn le metн una bala en el crбneo y cayу de bruces al suelo entre los aloes. Pero йste fue el ъnico dis­paro, porque el ataque habнa tenido lugar sobre el centro de la lнnea y los indios no habнan necesitado de nuestra ayuda para repelerlo. Creo que ninguno de los monos––hombres que habнan salido al descubierto pudo volver a refugiarse entre los бrboles.

Pero la cuestiуn se puso mбs mortнfera cuando llegamos al bosque. Durante una hora o mбs desde que entramos en йl, hubo una lucha desesperada en la cual, por un tiempo, apenas pudimos sostenernos. Saltando de entre los arbus­tos, los monos––hombres irrumpнan entre los indios, arma­dos con sus enormes garrotes. A menudo caнan tres o cuatro de йstos antes de que aquйllos pudieran ser atravesados a lanzadas. Uno de йstos hizo astillas el rifle de Summerlee y el prуximo le habrнa aplastado la cabeza si un indio no le hu­biese atravesado el corazуn a la bestia. Otros monos––hom­bres, desde los бrboles, nos lanzaban piedras y trozos de le­сos, descolgбndose a veces entre nuestras filas y peleando furiosamente hasta que eran derribados. En una ocasiуn nuestros aliados quedaron quebrantados ante la presiуn, y de no haber sido por la mortandad efectuada por nuestros rifles hubieran puesto pies en polvorosa. Pero fueron gallar­damente reagrupados por su viejo jefe y avanzaron con tal нmpetu que los monos––hombres comenzaron a retroceder a su vez. Summerlee estaba desarmado, pero yo vaciaba mi cargador con toda la rapidez de que era capaz y en el flanco opuesto oнamos el estampido continuo de los rifles de nues­tros compaсeros. Entonces, en un instante, sobrevino el pб­nico y el colapso.

Gritando y aullando, las grandes bestias huyeron en todas direcciones a travйs de la maleza, mientras nuestros aliados, dando alaridos de salvaje placer, perseguнan velozmente a sus enemigos desbandados. Todas las contiendas de innu­merables generaciones, todos los odios y crueldades de su mezquina historia, todo un pasado de maltrato y persecu­ciуn, iban a purgarse aquel dнa. Al fin, el hombre iba a con­firmar su supremacнa y el hombre––bestia iba a hallar para siempre el lugar que le estaba asignado. En cualquier direc­ciуn que intentasen huir, los fugitivos eran demasiado len­tos para escapar de los бgiles indнgenas; en todos los rinco­nes de los enmaraсados bosques se oнan los alaridos de jъbilo, la vibraciуn de los arcos y el crujido de ramas seguido de un golpe sordo cuando los monos––hombres eran derriba­dos de sus escondrijos en los бrboles.

Yo iba siguiendo a los demбs cuando me encontrй con lord John y Summerlee, que habнan cruzado hacia nuestro lado para reunirse con nosotros.

––Esto se acabу ––dijo lord John––. Creo que podemos de­jarles a ellos la operaciуn de limpieza. Quizб cuanto menos veamos mejor dormiremos esta noche.

Los ojos de Challenger brillaban con la lujuria de la ma­tanza.

––Hemos tenido el privilegio ––exclamу pavoneбndose como un gallo de pelea–– de asistir a una de las tнpicas bata­llas decisivas de la historia... Las batallas que han decidido el destino del mundo. їQuй significa, amigos mнos, la conquis­ta de una naciуn por otra? Carece de sentido. El resultado es el mismo, cualquiera sea el triunfador. Pero aquellas feroces luchas, cuando en el amanecer de los tiempos los habitantes de las cavernas hacнan frente a la raza de los tigres, o cuando los elefantes hallaron por primera vez un amo, йsas fueron las verdaderas conquistas... las victorias que cuentan. En virtud de este extraсo giro del destino hemos visto y hemos ayudado a decidir una contienda semejante. Desde ahora, en esta meseta, el futuro pertenecerб siempre al hombre.

Hacнa falta una robusta fe en los fines para justificar me­dios tan trбgicos. A medida que avanzбbamos juntos por los bosques, encontrбbamos a los monos––hombres yaciendo en apretados montones, traspasados de flechas o lanzas. Aquн y allб, un pequeсo grupo de indios destrozados seсalaba el lu­gar en que un mono––hombre, al verse acorralado, habнa ven­dido cara su vida. Siempre por delante de nosotros seguнan oyйndose los alaridos y gruсidos que seсalaban la direcciуn del acoso. Los monos hombres habнan sido empujados hasta su ciudad, y allн habнan organizado su ъltima resistencia; pero nuevamente habнan sido quebrantados y nosotros lle­gamos a tiempo para ver la escena final, la mбs espantosa de todas. Unos ochenta o cien machos, los ъltimos supervi­vientes, habнan sido obligados a retroceder hasta el mismo pequeсo claro que conducнa al borde del farallуn, el escena­rio de nuestra propia hazaсa de dos dнas antes. Cuando no­sotros llegбbamos, los indios, formando un semicнrculo de lanceros, cargaban sobre ellos y en un minuto todo habнa concluido. Treinta o cuarenta murieron ahн mismo, donde estaban. Los otros, aullando y dando zarpazos, fueron arro­jados al precipicio, donde quedaron ensartados, como des­de antiguo sucedнa con sus prisioneros, en las agudas ca­сas de bambъ que se alzaban seiscientos pies mбs abajo. Ocurriу como Challenger habнa anticipado, y el reino del hombre quedу asegurado en la Tierra de Maple White. Los machos fueron exterminados, la Ciudad de los Monos des­truida, las hembras y sus crнas conducidas afuera para vivir en la esclavitud. Asн hallу su sangriento final una rivalidad que habнa durado incontables centurias.

Para nosotros, la victoria significу muchas ventajas. Una vez mбs pudimos volver a nuestro campamento y recoger nuestros pertrechos. Y otra vez pudimos comunicarnos con Zambo, que habнa quedado aterrorizado ante el espectбcu­lo, visto desde lejos, de una avalancha de monos que caнa desde el borde del farallуn.

––ЎVбyanse de allн, Massas, vбyanse de allн! ––gritaba, con los ojos que se le saltaban de las уrbitas––. El diablo se los lle­varб seguro si se quedan allн.

––ЎEs la voz del sentido comъn! ––dijo Summerlee con con­vicciуn––. Hemos tenido ya suficientes aventuras que en ab­soluto resultan convenientes para nuestra posiciуn ni para nuestras personas. Le tomo la palabra, Challenger. De aho­ra en adelante deberб consagrar su energнa a sacarnos de este horrible paнs y a llevarnos de nuevo a la civilizaciуn.

 


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 41 | Нарушение авторских прав


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Una escena que no olvidarй jamбs| Nuestros ojos han visto grandes maravillas

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