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Fui el mayal del Seсor

I. Los heroнsmos nos rodean por todas partes | Pruebe fortuna con el profesor Challenger | Es un hombre totalmente insoportable | Los guardianes exteriores del nuevo mundo | ЇQuiйn podнa haberlo previsto? | Han ocurrido las cosas mбs extraordinarias | Por una vez fui el hйroe | Todo era espanto en el bosque | Una escena que no olvidarй jamбs | Йstas fueron las verdaderas conquistas |


 

Lord John Roxton y yo doblamos juntos por Vigo Street y cruzamos los oscuros y deslucidos portales del famoso nido de aristуcratas. Al final de un pasillo largo y parduz­co, mi nuevo conocido abriу una puerta y girу un conmu­tador elйctrico. Una cantidad de lбmparas que brillaban a travйs de pantallas coloreadas baсaron por entero el gran salуn, que se iluminу ante nosotros con un resplandor son­rosado. De pie en el umbral y paseando la mirada a mi alre­dedor, tuve una impresiуn general de extraordinaria co­modidad y elegancia, que se combinaba con una atmуsfera de masculina virilidad. Por todas partes se mezclaba el lujo de un hombre rico y de buen gusto con el despreocu­pado desaliсo del que vive soltero. Esparcidas por el suelo, habнa ricas pieles y extraсas esteras iridiscentes, halladas en algъn bazar oriental. En apretada profusiуn, pendнan de los muros cuadros y estampas que incluso mis ojos inex­pertos reconocнan como de gran precio y rareza. Bocetos de boxeadores, bailarinas de ballet y caballos de carreras alternaban con un sensual Fragonard, un marcial Girardet y un Turner de ensueсo. Pero entre todos estos variados adornos, estaban desperdigados los trofeos, que trajeron con gran fuerza a mi memoria el hecho de que lord John Roxton era uno de los mбs grandes y completos deportistas de su йpoca. Un remo de color azul oscuro cruzado con otro de color cereza sobre la repisa de la chimenea hablaba del antiguo remero de Oxford y Leander, en tanto los flore­tes y los guantes de boxeo que habнa encima y debajo eran las herramientas de un hombre que habнa ganado la supre­macнa en ambos deportes. Sobresaliendo como panoplias alrededor de la habitaciуn habнa una lнnea de esplйndidas cabezas, trofeos de caza mayor, las mejores de su clase halla­das en cada rincуn del mundo, con el raro rinoceronte blan­co del enclave de Lado, destacando sobre todos con su mo­rro altanero y colgante.

En el centro de la lujosa alfombra roja habнa una mesa Luis XV en negro y oro, una encantadora antigьedad, ahora profanada por sacrнlegas manchas de vasos y cicatrices de colillas de cigarro. Encima de la mesa habнa una bandeja de plata con utensilios para fumar y un bruсido estante de licores, del que mi silencioso huйsped, con ayuda de un sifуn que habнa al lado, procediу a llenar dos altos vasos. Despuйs de seсalarme un sillуn y de colocar mi bebida cerca del mis­mo, me alcanzу un habano largo y suave. Entonces se sentу frente a mн y me mirу larga y fijamente con sus extraсos ojos, brillantes e implacables; unos ojos de un frнo color azul claro, el color de un lago de glaciar.

A travйs de la fina niebla de humo de un cigarro, distinguн los detalles de una cara que ya me era familiar por haberla visto en muchas fotografнas: la nariz fuerte y corva; las meji­llas hundidas y marchitas; el pelo rojizo oscuro que raleaba en lo alto de la cabeza; los crespos y viriles mostachos; el pe­queсo y agresivo penacho de pelo sobre su barbilla promi­nente. Tenнa algo de Napoleуn III y tambiйn algo de Don Quijote; pero habнa ademбs ese algo que es la esencia del ca­ballero terrateniente inglйs, del agudo, alerta y franco aman­te de perros y caballos. El sol y el aire habнan dado a su piel el vivo color rojo de la arcilla de los tiestos. Sus cejas eran tupi­das y sobresalientes, lo cual daba a sus ojos naturalmente frнos una expresiуn mбs bien feroz, que se incrementaba con su entrecejo fuerte y fruncido. Era enjuto de cuerpo, pero de complexiуn sumamente vigorosa; en verdad, habнa demos­trado a menudo que habнa pocos hombres en Inglaterra ca­paces de soportar esfuerzos tan prolongados. Su estatura era poco mayor de seis pies, pero daba la impresiуn de ser mбs bajo debido a la peculiar curvatura de sus hombros. Tal era el famoso lord John Roxton como lo veнa sentado frente a mн, mordiendo con fuerza su cigarro y observбndome fijamen­te, en medio de un largo y embarazoso silencio.

––Bueno ––dijo por ъltimo––, la suerte estб echada, mi jo­ven–– compaсerito––camarada. (Pronunciу esta curiosa frase como si fuese una sola palabra: «jovencompaсeritocamara­da».) Sн, usted y yo hemos dado el salto. Supongo que cuan­do entrу usted en aquel salуn no se le habнa pasado por la ca­beza una cosa semejante... їeh?

––Ni por asomo.

––Tampoco a mн. Ni idea de ello. Y aquн estamos, metidos hasta el cuello en la sopera. Para esto, hace sуlo tres semanas que he regresado de Uganda, arrendado un sitio en Escocia, firmado el contrato y todo lo demбs. En buena me he meti­do, їeh? їY a usted que impresiуn le causa?

––Bueno, todo encaja perfectamente en la lнnea central de mi oficio. Soy periodista en la Gazette.

––Cierto, ya lo dijo cuando se metiу en el baile. A propуsi­to, tengo un pequeсo trabajo para usted, si quiere ayudar­me.

––Con mucho gusto.

––їNo le importa correr un riesgo?

––їCuбl es?

––Bueno, se trata de Ballinger.. Йl es el riesgo. Habrб oнdo hablar de йl, їno?

––No.

––Pero, compaсerito, їdуnde ha vivido usted? Sir John Ba­llinger es el mejor jinete del norte del paнs. Yo, cuando estoy en mi mejor forma, podrнa competir con йl en terreno llano, pero con vallas йl es mi maestro. Y bien: es un secreto a vo­ces que cuando no estб entrenбndose bebe fuerte... O como йl dice, mantiene un promedio. El delirio le empezу el mar­tes pasado y desde entonces ha estado enloquecido como un demonio. Su habitaciуn estб encima de йsta. Los mйdicos di­cen que el querido viejo estб acabado a menos que se le pue­da hacer tragar algъn alimento, pero como estб acostado en la cama con un revуlver encima de la colcha y ha jurado que le meterб seis balas, de parte a parte, a cualquiera que se le acerque, hubo un conato de huelga entre su servidumbre. Es duro de pelar este Jack, y ademбs tiene una punterнa mortal. Pero no se puede dejar que el ganador de un Gran Premio Nacional muera de ese modo, їno?

––їY quй se propone hacer usted? ––le preguntй.

––Bueno, pensй que usted y yo podrнamos abalanzarnos sobre йl. Quizб estй adormecido, y en el peor de los casos sуlo podrнa dejar inutilizado a uno de nosotros, mientras el otro lo cogerнa. Si logramos envolverle los brazos con la fun­da de su almohada, llamarнamos por telйfono para que tra­jesen una bomba estomacal; y entonces darнamos al querido viejo la cena de su vida.

El asunto que surgнa asн, inopinadamente, en medio de un dнa de trabajo, resultaba bastante arriesgado. No creo ser un hombre particularmente valiente. Tengo una imagina­ciуn irlandesa, que me pinta lo desconocido y desacostum­brado con colores mбs terribles de los que realmente po­seen. Por otro lado, crecн en medio del horror a la cobardнa y aterrorizado ante la posibilidad de sufrir tal estigma. Me atrevo a decir que, como el huno de los libros de historia, se­rнa capaz de arrojarme a un precipicio si se ponнa en duda mi valor; pero serнan entonces el orgullo y el miedo, mбs bien que el coraje, los inspiradores de mi acciуn. Por eso, y aunque cada nervio de mi cuerpo se me crispaba ante la figura de aquel hombre enloquecido por el whisky que yo me re­presentaba en la habitaciуn superior, alcancй a responder, con la voz mбs despreocupada que pude emitir, que estaba dispuesto a ello. Al hacer lord Roxton otra advertencia sobre el peligro, sуlo consiguiу irritarme.

––ЎVamos ya! ––dije––. Con hablar no se consigue nada.

Me levantй de mi sillуn y йl del suyo. Entonces, con una ri­sita confidencial me dio dos o tres golpecitos en el pecho y por ъltimo me hizo sentar otra vez en mi sillуn.

––Muy bien, muchachito, camarada... Usted servirб ––dijo. Alcй la mirada sorprendido.

––Ya me ocupй esta maсana de Jack Ballinger. Me hizo un agujero en el vuelo de mi quimono, bendito sea el temblor de su vieja mano, pero le pusimos una camisa de fuerza y de aquн a una semana estarб perfectamente. Bueno, compaсe­rito, espero que no le habrб importado... їEh? Mire usted, entre nosotros, y en confianza, creo que este negocio de Su­damйrica puede ser sumamente peligroso, y si debo llevar un camarada quiero que sea un hombre de quien pueda fiar­me. Por eso le puse una prueba y me apresuro a decir que ha salido de ella muy bien. Piense que todo lo tendremos que hacer usted y yo, porque ese viejo Summerlee necesitarб una niсera desde el principio. A propуsito, їes usted por casua­lidad el Malone que jugarб por Irlanda en la copa de rugby?

––Quizб como reserva.

––Me parecнa que su cara me era conocida. Vaya, si yo esta­ba allн cuando usted marcу aquel try contra el Richmond... y aquйlla fue la mejor carrera en zigzag que vi en toda la tem­porada. Nunca me pierdo un partido de rugby, si puedo, porque es el mбs varonil de los deportes que practicamos. Bien, no le pedн que viniese aquн para hablar de deportes. Te­nemos que organizar nuestro asunto. Aquн, en la primera pбgina del Times, estбn las salidas de los barcos. El miйrco­les de la prуxima semana sale un buque de la compaснa

Booth con destino a Parб, y si el profesor y usted pueden dis­poner sus cosas, creo que podrнamos tomarlo... їEh? Muy bien, lo arreglarй con йl. їY quй hay de su equipo?

––Mi periуdico se ocuparб de ello.

––їSabe disparar?

––Mбs o menos como el tйrmino medio de los soldados de la Territorial.

––ЎSanto Dios! їTan mal como eso? Es lo ъltimo que uste­des, muchachitos––camaradas, se acuerdan de aprender. Son todos como abejas sin aguijуn, cuando se trata de defender la colmena. Alguno de estos dнas van a hacer un mal papel, si alguien se mete por aquн a hurtadillas para llevarse la miel. Pero es que en Sudamйrica usted necesitarб apuntar dere­cho, porque a menos que nuestro amigo el profesor sea un loco o un embustero, veremos algunas cosas extraсas antes de regresar. їQuй fusil tiene usted?

Cruzу el salуn hasta un aparador de roble y cuando lo abriу de par en par pude vislumbrar centelleantes filas de ca­сones de escopeta, alineadas como tubos de уrgano.

––A ver quй tengo disponible para usted en mi propia co­lecciуn ––dijo.

Fue sacando, uno tras otro, cantidades de hermosos rifles, abriйndolos y cerrбndolos con un chasquido y un sonido metбlico. Luego volvнa a colocarlos en sus bastidores acari­ciбndolos tan tiernamente como una madre a sus hijos.

––Йste es un Bland 577 express ––dijo––. Con йl cacй a ese fu­lano grandote ––echу una mirada al rinoceronte blanco––. Diez yardas mбs y hubiese sido йl quien me agregase a su co­lecciуn.

 

De la cуnica bala su suerte dependнa:

asн justa ventaja el mбs dйbil tenнa.

 

Espero que conocerб a Gordon, porque йl es el poeta del caballo y del fusil y del hombre que a ambos maneja. Vamos a ver, aquн hay una herramienta ъtil... un 470, mira telescу­pica, doble expulsor, blanco seguro hasta trescientos cin­cuenta. Йste es el rifle que usй, hace tres aсos, contra los con­ductores de esclavos del Perъ. Fui el mayal del Seсor en aquellos parajes, se lo aseguro, aunque no lo encontrarб es­crito en ningъn Libro Azul. Hay ocasiones, compaсerito, en que cada uno de nosotros debe plantarse en defensa de los derechos humanos y la justicia, porque si no, nunca volverб a sentirse limpio. Por eso hice yo una pequeсa guerra por mi cuenta. La declarй yo, la sostuve yo y la terminй yo. Cada una de estas muescas recuerda a un asesino de esclavos que liqui­dй con este rifle. Una buena serie de ellas, їno? Esta grande es por Pedro Lуpez, el jefe de todos ellos, que matй en un re­manso del rнo Putumayo. Ah, aquн hay algo que le ven­drб bien ––tomу un hermoso rifle empavonado y plateado––. Estб bien guarnecido con caucho en la caja, muy bien cali­brado y con cinco cartuchos por cargador. Puede usted con­fiarle su vida ––me lo entregу y cerrу la puerta de su armario de roble––. A propуsito ––prosiguiу, volviendo a su sillуn––. їQuй sabe usted de este profesor Challenger?

––Nunca lo habнa visto hasta hoy.

––Bueno, ni yo tampoco. Es gracioso que ambos nos em­barquemos con уrdenes, bajo sobre sellado, impartidas por un hombre que no conocemos. Me pareciу un viejo pajarra­co arrogante. Parece que tampoco sus cofrades cientнficos estбn muy orgullosos de йl. їCуmo llegу usted a interesarse en este asunto?

Le relatй brevemente mis experiencias de aquella maсana y йl me escuchу atentamente. Luego extendiу un mapa de Sudamйrica ylo colocу sobre la mesa.

––Yo creo que cada palabra de cuanto le contу a usted es verdad ––dijo muy serio––, y piense que cuando hablo de este modo es porque tengo motivos para ello. Sudamйrica es un lugar que amo, y creo que toda ella, desde el Dariйn hasta Tierra del Fuego, es la porciуn mбs grande, rica y maravillo­sa de este planeta. La gente no la conoce todavнa, y no se da cuenta de lo que puede llegar a ser. Yo la he recorrido de punta a punta, arriba y abajo, y pasй dos estaciones secas en estos mismos lugares, como le contй cuando hablaba de la guerra que emprendн contra los tratantes de esclavos. Pues bien: cuando estaba por allб, escuchй algunas congojas de esa misma clase... tradiciones de los indios, quizб, pero que tenнan algo detrбs, sin duda. Cuanto mбs conozca de ese paнs, compaсerito, mбs comprenderб que todo es posible... todo. Hay algunas estrechas vнas de agua por las que viaja la gente; pero fuera de ellas todo es ignoto. Ya sea por aquн, en el Matto Grosso ––seсalу una parte del mapa con su cigarro––, o aquн arriba, en este rincуn donde tres paнses se tocan, nada podrнa sorprenderme. Tal como ese tнo dijo esta noche, hay cincuenta mil millas de rutas acuбticas que cruzan una selva cuya extensiуn es aproximadamente la misma de Europa en­tera. Podrнamos estar, usted y yo, separados por una distan­cia igual a la que hay entre Escocia y Constantinopla y sin embargo hallarnos en la misma gran selva brasileсa. En me­dio de ese laberinto, los hombres sуlo han abierto un sende­ro aquн y hecho un araсazo allн. Piense que el rнo crece o des­ciende por lo menos cuarenta pies, y que la mitad del paнs es un cenagal que nadie puede atravesar. їPor quй una comarca semejante no podrнa encerrar algo nuevo y maravilloso? їY por quй no habrнamos de ser nosotros los hombres que lo descubramos? Ademбs ––aсadiу con su rostro excйntrico y enjuto brillando de deleite––, cada milla de ese territorio ofrece una aventura al deportista. Soy como una vieja pelota de golf. Hace tiempo que me quitaron a golpes toda la pintu­ra blanca. La vida puede darme una tunda ya sin dejarme marcas. Pero un riesgo deportivo, compaсerito, eso sн es la sal de la vida. Es algo que hace que merezca la pena vivirla otra vez. Todos nos estamos volviendo demasiado blandos, embotados y confortables. A mн dйme las inmensidades de­siertas y los vastos espacios abiertos, con un fusil en el puсo y algo que merezca la pena descubrir. Yo he probado la gue­rra, las carreras de caballos con obstбculos y los aeroplanos; pero esta cacerнa de bestias que parecen una pesadilla de al­guien que ha cenado langosta, es para mн una sensaciуn en­teramente nueva.

Chasqueу la lengua de gozo ante semejante perspectiva. Quizб me he extendido demasiado a propуsito de esta nueva relaciуn amistosa; pero йl ha de ser mi camarada du­rante muchos dнas, y por eso he tratado de describirlo tal como lo vi por primera vez, con su personalidad exquisita­mente arcaica y sus curiosos pequeсos trucos de lenguaje y pensamiento. Sуlo la necesidad de escribir el informe de la asamblea me arrancу al fin de su compaснa. Lo dejй sentado en medio de aquella iluminaciуn rosada, aceitando el cerro­jo de su rifle favorito, todavнa sonriendo para sus adentros al pensar en las aventuras que nos esperaban. Era muy eviden­te para mн que, si nos aguardaban peligros, no podrнa haber encontrado en toda Inglaterra una cabeza mбs serena y un espнritu mбs animoso que йl para compartirlos.

Aquella noche, cansado como estaba despuйs de los ex­traordinarios acontecimientos del dнa, me sentй frente a McArdle, el director de noticias, para explicarle toda la si­tuaciуn, que йl juzgу lo suficientemente importante como para comunicarla al dнa siguiente a sir George Beaumont, el director general. Quedу convenido que yo enviarнa crуnicas completas de mis aventuras en forma de cartas sucesivas di­rigidas a McArdle, y йstas serнan publicadas por la Gazette a medida que llegasen, o reservadas para su publicaciуn pos­terior, segъn los deseos del profesor Chafenger, puesto que no podнamos saber, aъn, las condiciones que йl asignarнa respecto a las instrucciones que deberнan guiarnos en el via­je a la tierra desconocida. En respuesta a una consulta tele­fуnica, no logramos nada mбs concreto que una maldiciуn contra la prensa, que concluyу con la observaciуn de que si le notificбbamos el nombre de nuestro buque, йl nos envia­rнa todas las instrucciones que creyese conveniente darnos en el momento de la partida. Una segunda pregunta de nuestra parte no obtuvo respuesta alguna, salvo un balido doloroso de su esposa, que querнa significar que su esposo estaba ya de un humor iracundo y que nos rogaba que no hi­ciйsemos nada para empeorarlo. Un tercer intento, ya pro­mediado el dнa, provocу un estruendo terrorнfico y el subsi­guiente mensaje de la central telefуnica, informando que el aparato del profesor Challenger habнa sido destrozado. Des­puйs de esto, abandonamos todo intento de comunicaciуn.

Y ahora, pacientes lectores mнos, ya no puedo dirigirme a ustedes en forma directa. De ahora en adelante (si es que en realidad llega a ustedes una continuaciуn de este relato) ten­drб que ser ъnicamente a travйs del periуdico que represen­to. Entrego en manos del director del mismo este informe de los sucesos que han conducido a una de las mбs notables ex­pediciones de todos los tiempos, de modo que, si no vuelvo mбs a Inglaterra, quede algъn testimonio de lo acontecido. Escribo estas ъltimas lнneas en el salуn del transatlбntico Francisca, de la compaснa Booth, y el prбctico las llevarб al desembarcar a manos de McArdle. Dejadme esbozar, antes de cerrar mi libro de notas, un ъltimo cuadro: un cuadro que es el ъltimo recuerdo que llevo conmigo de la vieja patria. Es una maсana hъmeda brumosa de finales de primavera; cae una lluvia tenue y frнa. Por el muelle vienen caminando tres figuras envueltas en impermeables y se dirigen a la pa­sarela del gran paquebote, en el que ondea el bluepeter 12. Los precede un porteador que empuja una carretilla cargada de maletas, mantas de viaje y cajas de rifles. El profesor Sum­merlee, una larga y melancуlica figura, camina arrastrando los pies y lleva la cabeza inclinada, como quien estб ya pro­fundamente compadecido de sн mismo. Lord John Roxton camina aprisa y su rostro delgado y бvido asoma resplande­ciente entre su gorra de caza y su bufanda. Por mi parte, me siento feliz de que hayan quedado atrбs los bulliciosos dнas de preparativos y las angustias de los adioses; no dudo de que eso se advierte en mi talante. Sъbitamente, cuando estб­bamos a punto de subir al navнo, sentimos un grito a nuestra zaga. Es el profesor Challenger, que habнa prometido asistir a nuestra partida. Corre detrбs de nosotros, con la cara roja, resoplando, irascible.

 

12. Banderola azul con cuadro blanco que seсala la partida inmediata de un barco.

 

––No, gracias ––dice––; preferirнa no subir a bordo. Sуlo ten­go que decirles unas pocas palabras que muy bien pueden decirse aquн mismo donde estamos. Les ruego que no se fi­guren que estoy en deuda con ustedes de alguna forma por este viaje que van a emprender. Deseo que comprendan que para mн es un asunto completamente indiferente, y me niego a tomar en consideraciуn el mбs mнnimo vestigio de obliga­ciуn personal. La verdad es la verdad y nada de cuanto uste­des puedan informar puede afectarla en modo alguno, aun­que quizб excite las emociones y apacigьe la curiosidad de una cantidad de gente incapaz. En este sobre lacrado van mis instrucciones, que les servirбn de informaciуn y guнa. Lo abrirбn cuando lleguen a una ciudad situada junto al Amazonas y que se llama Manaos, pero no deben hacerlo hasta la fecha y hora escritas en el sobre. їEstб claro lo que quiero decir? Dejo enteramente confiado a su honor el es­tricto cumplimiento de mis condiciones. No, seсor Malone, no pongo restricciуn alguna a su correspondencia, puesto que el objeto de su viaje es la elucidaciуn de los hechos; pero le pido que no dй usted detalles acerca del punto exacto de destino y que no se publique nada hasta su regreso. Adiуs, seсor. Ha hecho usted algo para mitigar mis sentimientos hacia la repulsiva profesiуn a la cual por desgracia pertene­ce. Adiуs, lord John. Segъn creo la ciencia es un libro cerra­do para usted, pero podrб congratularse ante los campos de caza que le aguardan. Podrб, sin duda, describir en la revista Field cуmo pudo matar al dimorphodon volador. Y adiуs a usted tambiйn, profesor Summerlee. Si todavнa es capaz de adelantar por sн mismo, cosa que, francamente, dudo mucho, regresarб a Londres convertido en un hombre mбs sabio.

Con esto, girу sobre sus talones y un minuto despuйs pude ver, desde la cubierta, su figura rechoncha, de baja es­tatura, avanzando con su paso saltarнn camino del tren de regreso. Y bien: nos hallamos ya muy internados en el Canal. Suena por ъltima vez la campana para recoger el correo y despedimos al prбctico. Ya estamos en camino; el buque sur­ca la vieja ruta. Dios bendiga a los que dejamos atrбs y nos traiga de vuelta sanos y salvos.

 


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 48 | Нарушение авторских прав


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