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ЇQuiйn podнa haberlo previsto?

I. Los heroнsmos nos rodean por todas partes | Pruebe fortuna con el profesor Challenger | Es un hombre totalmente insoportable | Es la cosa mбs grandiosa del mundo | Fui el mayal del Seсor | Maсana nos perderemos en lo desconocido | Por una vez fui el hйroe | Todo era espanto en el bosque | Una escena que no olvidarй jamбs | Йstas fueron las verdaderas conquistas |


 

Algo terrible nos ha ocurrido. їQuiйn podнa haberlo pre­visto? Yo no puedo prever ningъn fin a nuestras dificultades. Puede ser que estemos condenados a pasar toda nuestra vida en este lugar extraсo e inaccesible. Me hallo aъn tan confuso que apenas puedo pensar con claridad en los he­chos del presente o en las posibilidades del futuro. Lo uno se presenta a mis sentidos pasmados como algo tremendo, y lo otro, tan negro como la noche.

Jamбs se enfrentaron otros hombres con una situaciуn peor que йsta; tampoco servirнa de nada revelarle a usted nuestra posiciуn geogrбfica exacta y pedir a nuestros ami­gos que organicen una expediciуn de rescate. Aunque pu­dieran enviar una, ya se habrнa decidido nuestro destino, se­gъn todas las humanas probabilidades, mucho antes de que pudieran llegar a Sudamйrica.

En verdad, nos hallamos tan lejos de toda ayuda humana como si estuviйramos en la Luna. Si hemos de salir victorio­sos, serбn ъnicamente nuestras propias virtudes las que han de salvarnos. Tengo como compaсeros a tres hombres nota­bles, de gran vigor intelectual y de valor inquebrantable. Ahн se apoya nuestra ъnica esperanza. Sуlo cuando considero los rostros tranquilos de mis camaradas percibo alguna trй­mula luz a travйs de la oscuridad. Trato de aparecer exterior­mente tan despreocupado como ellos, pero en mi fuero in­terno estoy lleno de aprensiones.

Permнtame que le exponga a usted, con tantos detalles como pueda, la sucesiуn de acontecimientos que nos lleva­ron a esta catбstrofe.

Cuando finalicй mi carta anterior, consignaba que estбba­mos a siete millas de distancia de una enorme lнnea de riscos rojizos que, sin lugar a dudas, cercaban la meseta de la cual habнa hablado Challenger. A medida que nos aproximбba­mos me pareciу que su altura, en algunos lugares, era supe­rior a la que йste habнa calculado ––al menos unos mil pies en ciertos sectores––, y estaban curiosamente estriados, del modo caracterнsfico, segъn creo, de los levantamientos ba­sбlticos. Algo parecido puede verse en los Espolones de Sa­lisbury, en Edimburgo. La cima mostraba todos los signos de una vegetaciуn exuberante, con arbustos cerca de los bor­des y muchos бrboles altos mбs al fondo. No pudimos obser­var ningъn indicio de alguna clase de vida animal.

Esa noche armamos nuestro campamento junto a la base del farallуn rocoso, un lugar de lo mбs salvaje y desolado. Los riscos que se alzaban sobre nosotros no eran simple­mente verticales, sino que se curvaban hacia afuera en la cima de tal modo que descartaban un escalamiento. Cerca de nosotros se hallaba el alto y estrecho pinбculo de roca que creo haber mencionado anteriormente en esta narraciуn. Se parece a un ancho y rojo campanario de iglesia, y su cumbre se halla al mismo nivel que la meseta, aunque entre ambas se abre una enorme sima. En su cъspide crece un бrbol muy alto. Tanto el pinбculo como el farallуn eran comparativa­mente bajos: unos quinientos o seiscientos pies, segъn creo.

––En aquel sitio estaba posado el pterodбctilo ––dijo el pro­fesor Challenger apuntando hacia el бrbol––. Habнa escalado la roca hasta la mitad antes de hacer fuego sobre йl. Me incli­no a pensar que un buen montaсista como yo puede ascen­der por la roca hasta la cima, aunque no por eso estarнa mбs cerca de la meseta cuando llegase, como es natural.

Mientras Challenger hablaba de su pterodбctilo echй una mirada a Summerlee, y por primera vez me pareciу advertir en йl algunos signos de naciente arrepentimiento y creduli­dad. Ya no mostraba su rictus burlуn en los delgados labios: al contrario, aparecнa una gris y estirada expresiуn de asom­bro y excitaciуn. Challenger tambiйn lo habнa visto y gozaba de su primer regusto de victoria.

––Como es natural ––dijo con su pesado y demoledor acen­to de sarcasmo––, el profesor Summerlee deberб comprender que cuando yo hablo de un pterodбctilo quiero decir grulla: Ўsуlo que se trata de la clase de grullas que carece de plumas, tiene una piel coriбcea, alas membranosas y dientes en sus mandнbulas!

Dijo esto sonriendo sarcбsticamente; luego guiсу un ojo, hizo una reverencia a su colega y se alejу.

Por la maсana, tras un frugal desayuno de cafй y man­dioca ––debнamos economizar nuestras provisiones––, cele­bramos un consejo de guerra para discutir acerca del mejor mйtodo para ascender a la meseta que se levantaba ante no­sotros.

Challenger ocupу la presidencia con tanta solemnidad como si fuese el presidente del Tribunal de Justicia. Figъre­selo usted sentado sobre una roca, con su absurdo sombrero juvenil de paja echado hacia atrбs, con sus ojos arrogantes dominбndonos por debajo de sus pбrpados entrecerrados; su gran barba negra ondulaba a medida que definнa, con len­titud, nuestra situaciуn actual y nuestros movimientos futu­ros.

Mбs abajo, usted podrнa habernos visto a nosotros tres: yo mismo, quemado por el sol, joven y vigoroso despuйs de nuestro vagabundeo al aire libre; Summerlee, solemne pero sin perder su aire crнtico, detrбs de su eterna pipa; lord John, tan penetrante como el filo de una navaja de afeitar, apoyan­do su figura flexible y alerta sobre su rifle, y su mirada de бguila fija y anhelante sobre el orador. Detrбs de nosotros se agrupaban los dos morenos mestizos y el pequeсo corrillo de los indios, mientras al frente y por encima se empinaban aquellos inmensos y rojizos costillares rocosos que nos se­paraban de nuestro objetivo.

––No hace falta que explique ––dijo nuestro jefe–– que du­rante mi ъltima visita agotй todos los medios para escalar el farallуn, y no creo que ningъn otro pueda triunfar allн donde yo he fracasado, siendo como soy un aceptable montaсista. En esa oportunidad carecнa de los instrumentos propios de un escalador de rocas; pero he tenido la precauciуn de traer­los ahora. Con su ayuda sй positivamente que puedo trepar hasta la cumbre de este aislado peсasco; pero es tarea vana esa ascensiуn mientras no logremos superar el risco princi­pal que sobresale por encima. Durante mi visita anterior tuve que moverme deprisa porque se aproximaba la estaciуn de las lluvias y se me estaban agotando las provisiones. Estos factores limitaron mi tiempo y sуlo puedo afirmar que he inspeccionado unas seis millas del farallуn en direcciуn al este de donde estamos ahora sin encontrar ninguna posible senda hacia arriba. De acuerdo con eso, їquй podemos ha­cer ahora?

––Al parecer sуlo hay un procedimiento razonable ––dijo el profesor Summerlee––. Puesto que usted ha explorado el este, nosotros deberнamos seguir la base del farallуn hacia el oes­te, para ver si hallamos un punto practicable para nuestra ascensiуn.

––Asн es ––dijo lord John––. La ventaja para nosotros es que esta meseta no es muy extensa, y que podremos ir rodeбndo­la hasta encontrar un camino fбcil para ascender; de lo con­trario volveremos al punto de partida.

––He explicado ya a nuestro joven amigo aquн presente ––dijo Challenger, que tenнa la costumbre de referirse a mн como si yo fuese un escolar de diez aсos–– que es prбctica­mente imposible que exista un camino fбcil en ningъn lugar, por la sencilla razуn de que si lo hubiese, la meseta no estarнa aislada y no se habrнan presentado las condiciones que han interferido de manera tan singular en las leyes generales de la supervivencia. No obstante, admito que muy bien pueden existir lugares que permitan a un escalador experto alcanzar la cima, pero que resulten impracticables para el descenso de un animal pesado y torpe. Es seguro que existe un punto por donde el ascenso es posible.

––їY cуmo lo sabe usted, seсor? ––preguntу Summerlee mordazmente.

––Porque mi predecesor, el americano Maple White, reali­zу efectivamente esa ascensiуn. їCуmo habrнa podido, de otro modo, ver al monstruo que dibujу en su libro de notas?

––Ahн razona usted adelantбndose a los hechos comproba­dos ––dijo el obstinado Summerlee––. Admito su meseta, por­que la he visto, pero hasta ahora no tengo ninguna certeza de que pueda albergar alguna forma de vida.

––Lo que usted admita o deje de admitir, seсor, es algo que realmente tiene una importancia inconmensurablemente pequeсa. Me alegra, por lo menos, que la meseta misma haya conseguido penetrar en su inteligencia ––dirigiу la mi­rada hacia aquйlla y entonces, ante nuestra sorpresa, saltу de su roca y agarrando a Summerlee por el cuello le hizo levan­tar la cara hacia arriba––. ЎVamos, seсor! ––gritу, ronco de ex­citaciуn––: їpuedo ayudarlo a que se dй cuenta de que la me­seta contiene alguna vida animal?

He dicho ya que una espesa franja de verde follaje sobre­salнa del borde del risco. De esta zona habнa asomado un ob­jeto negro y brillante. Al tiempo que se aproximaba lenta­mente y se inclinaba sobre el precipicio, vimos que era una enorme serpiente con una curiosa cabeza aplanada en forma de azada. Se balanceу y se estremeciу por encima de noso­tros durante un minuto, mientras el sol matinal brillaba en sus anillos bruсidos. Luego, se retirу lentamente hacia el in­terior y desapareciу.

Summerlee estaba tan interesado que no ofreciу la menor resistencia mientras Challenger le doblaba la cabeza hacia arriba. Por fin recobrу su dignidad y apartу a su colega.

––Me complacerнa, profesor Chafenger ––dijo––, que cuan­do se le ocurra hacerme alguna observaciуn no sienta la ne­cesidad de agarrarme por la barbilla. La apariciуn de una simple serpiente pitуn de las rocas no justifica que se tome semejantes libertades.

––Bueno, pero de todos modos resulta que hay vida animal en la meseta ––replicу triunfalmente su colega––. Y ahora, ha­biendo sido demostrada esta importante afirmaciуn de ma­nera tan clara que no la puede negar nadie, ya sea un obtuso o alguien predispuesto en contra, soy de la opiniуn de que lo mejor que podemos hacer es desmontar nuestro cam­pamento y caminar hacia el oeste hasta que hallemos algъn medio de ascender a la meseta.

Al pie del farallуn, el suelo era abrupto y rocoso, por lo cual la marcha fue lenta y dificultosa. Pero de pronto trope­zamos con algo que alentу nuestros corazones. Era el asiento de un antiguo campamento, con varias latas vacнas de carne en conserva de Chicago, una botella con la etiqueta de «brandy», un abrelatas roto y una cantidad de desperdicios propios de una expediciуn. Un periуdico arrugado y medio deshecho resultу ser el Chicago Democrat, aunque la fecha se habнa borrado.

––No hay nada mнo ––dijo Challenger––. Deben ser cosas de Maple White.

Lord John habнa estado contemplando con curiosidad un gran helecho arborescente que sombreaba el campamento. ––Oigan: miren esto ––dijo––. Creo que ha sido puesto como seсal.

Un pedazo de madera dura habнa sido clavada sobre el бr­bol, de tal modo que apuntara al oeste.

––Lo mбs seguro es que haya sido puesto como seсal indi­cadora ––dijo Challenger––. їQuй otra cosa podrнa ser? Nues­tro predecesor, al verse en una coyuntura peligrosa, dejу esta seсal para que cualquiera que viniese detrбs de йl pudie­ra saber el camino que habнa tomado. Quizб encontremos mбs adelante otras indicaciones cuando avancemos.

Las encontramos, verdaderamente, pero eran de la mбs inesperada y terrible naturaleza. Junto a la base misma del farallуn crecнa un gran macizo de altos bambъes, parecidos a los que habнamos atravesado durante el viaje. Muchos de sus tallos tenнan veinte pies de alto y sus puntas eran fuertes y afiladas, de modo que cuando estaban erguidas semejaban formidables lanzas. Cruzбbamos por el borde de aquel ma­cizo cuando mi atenciуn fue atraнda por el brillo de algo blanco. Introduje la cabeza por entre las caсas y me hallй contemplando un crбneo descarnado. Estaba allн todo el es­queleto, pero el crбneo se habнa desprendido y yacнa a algu­nos pies, mбs prуximo al claro.

Unos cuantos golpes de machete de nuestros indios despe­jaron el lugar y pudimos estudiar los detalles de esa vieja tra­gedia. Sуlo algunos jirones de ropa podнan distinguirse, pero quedaban los restos de las botas y dentro de ellas los pies hue­sudos, siendo evidente que se trataba de un europeo. Un reloj de oro marca Hudson, de Nueva York, y una cadena de la cual colgaba una estilogrбfica yacнan entre los huesos. Tambiйn habнa una pitillera de plata con las iniciales «J. C. de A. E. S.» grabadas en la tapa. El estado del metal parecнa demostrar que la tragedia habнa ocurrido en fecha no muylejana.

––їQuiйn puede ser? ––preguntу lord John––. ЎPobre diablo! Parecerнa que le hubiesen roto cada hueso de su cuerpo.

––Y las caсas de bambъ han crecido a travйs de sus costi­llas destrozadas ––dijo Summerlee––. Es una planta de creci­miento rбpido, pero resulta completamente inconcebible que este cuerpo haya estado aquн mientras las caсas crecнan hasta tener veinte pies de largo.

––En cuanto a la identidad del hombre ––dijo el profesor Challenger––, no tengo dudas sobre ese punto. Cuando hice mi viaje rнo arriba antes de encontrarme con ustedes en la fazenda, iniciй pesquisas muy minuciosas acerca de Maple White. En Parб no sabнan nada. Afortunadamente, yo tenнa una clave muy concreta, que era el dibujo de su бlbum que lo mostraba almorzando con cierto eclesiбstico en Rosario. Pude hallar al sacerdote, y a pesar de que resultу ser un indi­viduo muy afecto a la discusiуn, que se molestу absurda­mente cuando yo le seсalй los efectos corrosivos que la cien­cia moderna debe ejercer sobre sus creencias, no es menos cierto que me dio algunas informaciones ъtiles. Maple Whi­te habнa pasado por Rosario hacнa cuatro aсos, o sea, dos aсos antes que yo viese su cadбver. No estaba solo, por en­tonces, sino que tenнa un amigo, un norteamericano llama­do James Colver, que se quedу en el barco y no se encontrу con ese sacerdote. Creo, por lo tanto, que no cabe duda de que estamos contemplando los restos de ese James Colver.

––Tampoco quedan muchas dudas de cуmo hallу la muer­te ––dijo lord John––. Cayу o fue empujado desde lo alto, y asн quedу empalado. їCуmo pudo de otro modo resultar con todos sus huesos rotos y atravesado por esas caсas cuyas puntas han crecido tan alto por encima de nuestras cabezas?

El silencio cayу sobre todos los que rodeбbamos aquellos restos destrozados al comprender la verdad que encerraban las palabras de lord Roxton. La cresta saliente del farallуn se proyectaba sobre el matorral de caсas. Sin duda habнa caнdo desde arriba. Pero, їse habнa caнdo? їHabнa sido un acciden­te? 0... Alrededor de la tierra desconocida comenzaban ya a formarse posibilidades ominosas y terribles.

Nos alejamos de allн en silencio y seguimos costeando la lнnea de los acantilados, que proseguнa tan idйntica y sin so­luciones de continuidad como algunos de esos monstruosos campos de hielo de la Antбrtida, que habнa visto descritos abarcando todo el horizonte y cayendo a plomo sobre los mбstiles del navнo explorador. En cinco millas no vimos ni una grieta, ni una abertura. Y de pronto percibimos algo que nos llenу de nuevas esperanzas. En un hueco de la roca pro­tegido de la lluvia habнa una flecha dibujada rъsticamente con tiza, que apuntaba hacia el oeste.

––Maple White otra vez ––dijo el profesor Challenger––. Te­nнa algъn presentimiento de que otros dignos pasos segui­rнan pronto a los suyos.

––Por lo visto llevaba tiza, їno es cierto?

––Una caja de tizas de colores figuraba entre los efectos que yo encontrй en su mochila. Recuerdo que la blanca estaba desgastada hasta que apenas quedaba un resto.

––Ciertamente йstas son pruebas de peso ––dijo Summer­lee––. Sуlo tenemos que seguir su guнa y avanzar hacia el oeste. Habrнamos recorrido otras cinco millas cuando de nuevo vimos una flecha blanca sobre las rocas. Se hallaba en un punto donde la superficie del farallуn se plegaba por prime­ra vez en una estrecha grieta. Dentro de esa hendidura otra seсal de guнa apuntaba hacia adelante pero con la punta algo inclinada hacia arriba, como si el sitio indicado estuviera por encima del nivel del suelo.

Era un lugar solemne, porque las murallas eran tan gigan­tescas y la hendidura de cielo azul tan estrecha y oscurecida por una doble franja de vegetaciуn que sуlo penetraba hasta el fondo una luz confusa y sombrнa. Hacнa muchas horas que no probбbamos bocado y estбbamos agotados por la jorna­da a travйs de suelos irregulares y pedregosos, pero nuestros nervios estaban demasiado tensos para que nos permitiйse­mos un alto. Ordenamos que se instalase el campamento, sin embargo, y dejando a los indios para que dispusieran esa ta­rea, nosotros cuatro, con los dos mestizos, proseguimos por la estrecha garganta.

Su boca no tenнa mбs de cuarenta pies de anchura, pero se iba cerrando rбpidamente hasta que concluнa en un бngulo agudo, demasiado recto y liso para ascenderlo. Ciertamente no era йse el sitio que nuestro predecesor habнa querido in­dicar. Desanduvimos nuestro camino ––la garganta entera no tenнa mбs de un cuarto de milla de profundidad–– y de im­proviso los veloces ojos de lord John se posaron sobre lo que estбbamos buscando. Muy alto por encima de nuestras ca­bezas, entre las oscuras sombras, se vislumbraba un cнrculo de tinieblas mбs profundas. Sуlo podнa tratarse de la abertu­ra de una cueva.

La base del farallуn estaba cubierta en ese lugar de piedras sueltas y por eso no fue difнcil trepar hasta allн. Cuando al­canzamos el lugar descartamos toda duda. No sуlo habнa una abertura en la roca, sino que uno de sus lados estaba marcado de nuevo con el signo de la flecha. Aquйl era el lu­gar y йse era el medio por el cual Maple White y su desventu­rado compaсero habнan realizado su ascenso.

Estбbamos demasiado excitados para retornar al campa­mento; debнamos iniciar nuestra primera exploraciуn en el acto. Lord John tenнa una linterna elйctrica en su mochila y ella nos servirнa para alumbrarnos. Avanzу, proyectando su pequeсo y claro cнrculo de luz amarilla por delante, mien­tras nosotros seguнamos sus huellas en fila india.

Era evidente que la cueva habнa sido perforada por las aguas, porque los costados eran lisos y el piso estaba cubier­to de cantos rodados. Sus dimensiones sуlo facilitaban el paso de un hombre agachado. Durante unas cincuenta yar­das corrнa en lнnea casi recta dentro de la roca, y luego ascen­dнa en бngulo de cuarenta y cinco grados. De improviso esa inclinaciуn se hizo mбs empinada aъn y tuvimos que trepar con manos y rodillas, por entre los pedruscos sueltos que resbalaban debajo de nosotros. De pronto brotу una excla­maciуn de lord Roxton:

––ЎEstб obstruida! ––dijo.

Arracimбndonos detrбs de йl, vimos en el amarillo cam­po de luz de su linterna una pared de rotas piedras basбlticas que se extendнa hasta la bуveda.

––ЎSe ha hundido el techo!

En vano arrancamos algunos de sus trozos. La ъnica con­secuencia fue que las piedras mayores se desprendieran amenazando con rodar por la pendiente y aplastarnos. Era evidente que el obstбculo era muy superior a cuantos esfuer­zos hiciйramos para removerlo. El camino que Maple White habнa seguido en su ascenso ya no era accesible.

Demasiado descorazonados para hablar, descendimos a tropezones por el oscuro tъnel y desanduvimos el camino hacia nuestro campamento.

Sin embargo ocurriу un incidente, antes de que abando­nбsemos la garganta, que tiene importancia, teniendo en cuenta lo que sucediу despuйs.

Estбbamos juntos, formando un pequeсo grupo al pie de aquel abismo, unos cuarenta pies por debajo de la boca de la cueva, cuando una enorme roca rodу de pronto hacia abajo y pasу junto a nosotros lanzada con tremenda fuerza. Fue una escapada casi milagrosa para todos y cada uno de no­sotros. No podнamos ver de dуnde habнa venido la roca, pero nuestros criados mestizos, que todavнa estaban en la boca de la cueva, dijeron que habнa pasado ante ellos, y que posiblemente habнa caнdo desde la cumbre. Al mirar hacia arriba, no pudimos ver ningъn signo de movimiento entre la maraсa verde que coronaba la cima del risco. Sin embar­go, poca duda habнa de que la piedra estaba asestada contra nosotros. ЎPor lo tanto, el incidente apuntaba hacia la exis­tencia de seres humanos ––seres humanos malignos–– sobre la meseta!

Abandonamos rбpidamente la sima con nuestras mentes invadidas por estas nuevas perspectivas y su repercusiуn so­bre nuestros planes. La situaciуn era ya harto difнcil antes de lo sucedido; pero si a los obstбculos de la naturaleza se su­maba la deliberada oposiciуn del hombre, nuestro caso era verdaderamente desesperado. No obstante, al mirar hacia arriba y contemplar aquella hermosa faja de verdura a unos pocos cientos de pies sobre nuestras cabezas, ni uno solo de nosotros concibiу la idea de retornar a Londres hasta haber explorado sus profundidades.

Discutiendo nuestra situaciуn, decidimos que nuestra mejor conducta serнa continuar costeando la meseta con la esperanza de hallar algъn otro medio de alcanzar la cumbre. La lнnea de farallones, que habнa disminuido considerable­mente en altura, habнa empezado a torcerse desde el oeste hacia el norte, y si nosotros podнamos representarnos esto como el arco de un cнrculo, la circunferencia total no podнa ser muy grande. En el peor de los casos, entonces, podнamos estar de regreso en nuestro punto de partida dentro de unos pocos dнas.

Aquel dнa hicimos una marcha que totalizу unas veintidуs millas, sin ningъn cambio en nuestras perspectivas. Debo mencionar que nuestro aneroide indicaba que en nuestro continuo ascenso en pendiente, que seguнamos desde que abandonamos las canoas, habнamos llegado a una altura no inferior a los tres mil pies sobre el nivel del mar. Por eso se observa un considerable cambio en la temperatura y en la vegetaciуn. Nos hemos sacudido gran parte de la horrible familia de los insectos, que son la maldiciуn de los viajes por los trуpicos. Todavнa sobreviven algunas palmeras y muchos helechos arborescentes, pero los бrboles amazуnicos han quedado atrбs. Resultaba placentero ver el convуlvulo, la pa­sionaria y la begonia, flores todas que me traнan el recuerdo de la patria entre estas rocas inhуspitas. Habнa una begonia roja de un color exactamente igual al de la que habнa visto en un tiesto en la ventana de cierto chalй de Streatham... Pero me estoy dejando llevar por reminiscencias privadas.

Aquella noche ––hablo todavнa del primer dнa de nuestra circunnavegaciуn de la meseta–– nos esperaba una gran ex­periencia, una experiencia tal que eliminу para siempre cualquier duda que pudiйramos haber mantenido acerca de las maravillas que estaban tan cerca de nosotros.

Cuando usted lea esto, mi querido McArdle, se darб cuen­ta, posiblemente por vez primera, de que el periуdico no me ha enviado a una empresa quimйrica, y que serб un reportaje inconcebiblemente atractivo el que recibirб el mundo cuan­do el profesor nos dй permiso para hacer uso de sus datos. Yo no me atreverнa a publicar estos artнculos hasta que pueda llevar mis pruebas a Inglaterra, porque, en caso contrario, serнa saludado como el Mьnchhausen periodнstico de todos los tiempos. No dudo que usted sentirнa lo mismo y que no querrнa arriesgar todo el crйdito de la Gazette en esta aven­tura mientras no podamos hacer frente al coro de censura y escepticismo que estos artнculos deberбn forzosamente sus­citar. Por eso este extraordinario incidente, que servirнa para hacer un titular soberbio de nuestro viejo periуdico, deberб esperar su turno en el cajуn del editor.

Y, a pesar de todo, aquello fue como un relбmpago, y no hubo secuelas, salvo en nuestras propias convicciones.

Esto fue lo que ocurriу. Lord John habнa matado un agu­tн 21 ––que es un animal pequeсo, parecido al cerdo–– y, des­puйs de haber dado la mitad del mismo a los indios, estб­bamos cocinando la otra mitad sobre nuestro fuego. La tem­peratura es bastante frнa despuйs de oscurecer y todos nos habнamos agrupado cerca de la hoguera. La noche era sin luna, pero brillaban algunas estrellas y era posible ver en la llanura a corta distancia. De pronto, en medio de la oscuri­dad, en medio de la noche, algo se precipitу zumbando como un aeroplano. Todo nuestro grupo se vio por un ins­tante cubierto por un dosel de alas correosas, y yo tuve la vi­siуn momentбnea de un cuello largo, parecido al de una ser­piente, de unos ojos feroces, rojos y бridos, de un gran pico que se abrнa y cerraba con chasquidos y lleno, para gran sor­presa mнa, de dientes pequeсos y relucientes. Un instante despuйs habнa desaparecido... y tambiйn nuestra cena. Una inmensa sombra negra, de veinte pies de anchura, ascendнa en vuelo rasante. Las alas del monstruo borraron por un ins­tante las estrellas y enseguida desapareciу por encima de la cumbre del farallуn que se alzaba sobre nosotros. Todos nos quedamos sentados en asombrado silencio alrededor del fuego, como los hйroes de Virgilio cuando las Harpнas 22 des­cendieron sobre ellos. Summerlee fue el primero en hablar.

 

21. Conan Doyle escribe errуneamente «ajuti». El agutн es un pequeсo roedor sudamericano del tamaсo de un conejo.

22. Las Harpнas eran tres diosas de las tempestades en la mitologнa grie­ga: «eran monstruos con cara de vieja, orejas de oso, cuerpo de ave y pa­tas provistas de curvadas garras. Su especial placer lo constituнa el coger la carne de las mesas de los banquetes para alimentarse con ella o conta­minarla, esparciendo olores pъtridos y sembrando el hambre por do­quier» (F. Guirand, Mitologнa general).

 

––Profesor Challenger ––dijo con voz solemne y vibrante de emociуn––, le debo a usted disculpas. Seсor, estaba comple­tamente equivocado y le ruego que olvide lo pasado.

Lo dijo generosamente, y los dos hombres se estrecharon las manos por primera vez. Hemos ganado mucho con esta clara apariciуn de nuestro primer pterodбctilo. Acercar a dos hombres como aquйllos bien valнa el robo de una cena.

Mas si la vida prehistуrica existнa sobre la meseta, no era demasiado abundante, porque en los prуximos tres dнas no volvimos a vislumbrarla. Durante ese tiempo atravesamos una regiуn бrida y repugnante, en la que alternaban desier­tos pedregosos y ciйnagas desoladas, llenas de muchas espe­cies de aves silvestres. Estaba situada al norte y al oeste de los pedregosos farallones. Por aquel lado, la regiуn era real­mente inaccesible, y de no ser por un reborde de terreno en­durecido que corrнa por la base misma del precipicio, hu­biйsemos tenido que retroceder. Muchas veces tuvimos que avanzar metidos hasta la cintura en el limo y el lйgamo pe­gajoso de una antigua ciйnaga semitropical. Para agravar las cosas, aquel lugar parecнa el criadero favorito de la serpiente jaracaca, la mбs venenosa y agresiva de Amйrica del Sur. Una y otra vez, aquellos horribles animales nos acometнan entre retorcimientos y brincos por la superficie de aquel pъ­trido fangal, y sуlo podнamos sentirnos a salvo de ellos te­niendo nuestros fusiles siempre listos para disparar. Una depresiуn en forma de embudo que habнa en aquella ciйna­ga y cuyo lнvido color verde se debнa a algunos lнquenes que crecнan en ella quedarб siempre en mi mente como el re­cuerdo de una pesadilla. Parecнa que aquel lugar habнa sido un nido especial para aquellos bichos asquerosos; sus lade­ras parecнan pulular de ellas, todas retorciйndose en nuestra direcciуn, porque una caracterнstica de la serpiente jaracaca es que ataca siempre al hombre en cuanto le ve. Eran dema­siadas para que las matбsemos a tiros, de modo que pusi­mos pies en polvorosa y corrimos hasta quedar exhaustos. Recordarй siempre que cuando mirбbamos hacia atrбs po­dнamos ver las cabezas y cuellos de nuestras horribles per­seguidoras alzбndose y cayendo entre las caсas. En el mapa que estamos levantando se llamarб Ciйnaga de las Jaraca­cas.

Los farallones que se sucedнan por el lado mбs lejano ha­bнan perdido su color rojizo para adquirir un tinte castaсo achocolatado; la vegetaciуn era mбs raleada en la cima de los mismos y su altitud habнa descendido a trescientos o cuatro­cientos pies. Pero por ningъn lugar encontramos punto al­guno que permitiese escalarlos. En verdad, resultaban mбs impracticables que en el primer lugar que habнamos explo­rado. En la fotografнa que saquй del desierto pedregoso pue­de apreciarse su absoluto empinamiento.

––Pero, sin duda ––dije yo cuando discutнamos la situa­ciуn––, la lluvia debe labrarse un camino por algъn lado. Debe haber alguna clase de canales por donde salga el agua en las rocas.

––Nuestro joven amigo tiene intervalos de lucidez ––dijo el profesor Challenger dбndome palmaditas en el hombro. ––Por algъn lado tiene que pasar la lluvia ––insistн.

––Se aferra con firmeza a la realidad. El ъnico inconve­niente es que hemos probado en forma concluyente con nuestro examen ocular que no hay canales de agua bajo las rocas.

––їEntonces adуnde va? ––insistн.

––Creo que se puede asegurar imparcialmente que si el agua no corre hacia afuera es porque corre hacia adentro.

––Pues entonces debe haber un lago en el centro.

––Eso creo yo.

––Es mбs que probable que el lago sea un antiguo crбter ––dijo Summerlee––. La totalidad de la formaciуn es, por su­puesto, eminentemente volcбnica. Pero como quiera que sea, yo presumo que hallaremos que la superficie de la mese­ta forma un declive hacia el interior, con un considerable depуsito de agua en el centro, que debe de desaguar por al­gъn canal subterrбneo en los pantanos de la Ciйnaga de las Jaracacas.

––O quizб sea la evaporaciуn la que mantiene el equilibrio ––observу Challenger.

De inmediato, ambos sabios se extraviaron en una de sus habituales discusiones cientнficas, que para el profano eran tan comprensibles como el chino.

Al sexto dнa completamos nuestra circunvalaciуn de los farallones, encontrбndonos de vuelta en el lugar del primer campamento, junto al aislado pinбculo de piedra. Consti­tuнamos un grupo desconsolado, porque nuestra investiga­ciуn no podнa haber sido mбs minuciosa y era ya absoluta­mente seguro que no existнa ningъn punto por donde el hombre mбs activo pudiera tener la posibilidad de escalar el risco. El lugar que las marcas de tiza de Maple White habн­an seсalado como su propia vнa de acceso era ahora comple­tamente intransitable.

їQuй нbamos a hacer ahora? Nuestros depуsitos de provi­siones, secundados por nuestros fusiles, se mantenнan bien, pero llegarнa el dнa en que necesitarнan llenarse de nuevo. La estaciуn de las lluvias deberнa comenzar en un par de meses y entonces serнamos arrastrados de nuestro campamento por las aguas. La roca era mбs dura que el mбrmol, y ningъn intento de labrar un sendero hasta semejante altura era po­sible con el tiempo y los recursos de que disponнamos. No debe extraсar que esa noche intercambiбramos miradas lъ­gubres y fuйsemos a buscar nuestras mantas casi sin hablar. Recuerdo que cuando nos dispusimos a dormir, mi ъltima visiуn fue la de Challenger, puesto en cuclillas junto al fue­go, como una monstruosa rana––toro, con su enorme cabeza entre las manos, sumido aparentemente en los mбs profun­dos pensamientos y completamente absorto como para oнr las «buenas noches» que le deseй.

Pero el Challenger que nos saludу en la maсana siguiente era muy distinto: era un Challenger que resplandecнa de sa­tisfacciуn y autocomplacencia en toda su persona. Cuando nos reunimos para desayunar se nos presentу con un aire de desaprobaciуn y falsa modestia en sus ojos, como si dijese «yo sй que merezco todo lo que ustedes puedan decir, pero les suplico que no me hagan enrojecer de vergьenza diciйn­dolo». Su barba se erizaba exultante, su pecho se henchнa y tenнa metida su mano bajo la solapa de su chaqueta. Quizб йl se represente algunas veces asн en su fantasнa, adornando el pedestal vacante de Trafalgar Square y aumentando con uno mбs los horrores de las calles de Londres.

––ЎEureka! ––gritу, con sus dientes brillando a travйs de la barba––. Caballeros, felicнtenme y felicitйmonos todos. El problema estб resuelto.

––їHa descubierto un medio para subir?

––Me atrevo a pensarlo.

––їPor dуnde?

Por toda respuesta apuntу con la mano hacia el pinбculo parecido a un campanario que se elevaba a nuestra derecha. Nuestros rostros ––el mнo al menos–– se desanimaron al examinarlo. Nuestro compaсero nos daba la seguridad de que podнa escalarse. Pero un horrible abismo se abrнa entre aquйl y la meseta.

––Nunca podremos cruzarlo ––dije con voz entrecortada.

––Por lo menos podemos alcanzar todos la cima del pi­nбculo ––dijo йl––. Cuando estemos arriba, serй capaz de de­mostrarles que los recursos de una mente inventiva aъn no estбn exhaustos.

Despuйs de desayunar desempaquetamos el bulto en que nuestro jefe habнa traнdo sus ъtiles de escalador. Del mismo, Challenger extrajo un rollo de cuerda de la mayor resisten­cia y ligereza, de ciento cincuenta pies de largo, hierros y ganchos de alpinista y otros artefactos. Lord John era un montaсista experimentado y Summerlee habнa cumplido en varias ocasiones escaladas rudas, de modo que yo era real­mente el ъnico novicio de la expediciуn en materia de alpi­nismo; pero mi fuerza y mi energнa podнan contrarrestar mi falta de experiencia.

En realidad, la empresa no era muy dura, a pesar de que hubo momentos en que se me erizaron los cabellos. La pri­mera mitad era completamente fбcil, pero de allн hacia arri­ba la pared se empinaba cada vez mбs hasta que, en los ъlti­mos cincuenta pies, tenнamos literalmente que adherirnos con los dedos de manos y pies a los estrechos rebordes y grietas de la roca. Y no'habrнa sido capaz de lograrlo, ni tam­poco Summerlee, si Challenger no hubiese ganado la cima (era extraordinario ver semejante actividad en un ser tan pesado) y fijado la cuerda alrededor del tronco del gran бr­bol que crecнa allн. Con este apoyo fuimos capaces de trepar rбpidamente por la pared mellada hasta que nos hallamos sobre la pequeсa plataforma herbosa, de alrededor de vein­ticinco pies de anchura, que formaba la cumbre.

La primera impresiуn que recibн una vez recobrado el aliento fue la del extraordinario panorama del paнs que ha­bнamos atravesado y que desde allн se divisaba. Toda la pla­nicie brasileсa parecнa yacer a nuestros pies, extendiйndose cada vez mбs lejos hasta terminar en una oscura neblina azul sobre la mбs remota lнnea del horizonte. En primer plano es­taba la extensa ladera sembrada de rocas y salpicada de he­lechos arborescentes; mбs allб, a media distancia, mirando por encima de la arqueada colina, podнa ver la masa amarilla y verde de bambъes que habнamos atravesado; y entonces, poco a poco, la vegetaciуn se acrecentaba hasta formar la enorme floresta que se extendнa hasta perderse de vista no menos de dos mil millas mбs allб.

Aъn estaba embebido en este maravilloso panorama cuando la pesada mano del profesor se apoyу sobre mi hom­bro.

––Por este lado, mi joven amigo ––dijo––; vestigia nulla re­trorsum. Nunca se vuelva a mirar atrбs, sino hacia nuestra gloriosa meta.

Al darme vuelta, observй que el nivel de la meseta era exactamente igual al de la plataforma en donde nos encon­trбbamos, y el verde margen de arbustos, con бrboles oca­sionales, parecнa tan cercano que resultaba difнcil dar­se cuenta de lo inaccesible que seguнa estando. A ojo de buen cubero, la sima parecнa tener cuarenta pies de ancho, pero tal como estaban las cosas, era lo mismo que si tuvie­ra cuarenta millas. Pasй un brazo alrededor del tronco del бrbol y me asomй al abismo. Muy lejos, allб abajo, estaban las pequeсas figuras oscuras de nuestros servidores, que miraban hacia arriba en nuestra direcciуn. La pared era totalmente vertical, exactamente igual que la que tenнa en­frente.

––Es verdaderamente curioso ––se oyу decir a la voz chi­rriante del profesor Summerlee.

Me volvн, hallando que el profesor estaba examinando con gran atenciуn el бrbol en que yo me apoyaba. Aquella lisa corteza y aquellas hojas pequeсas con nervaduras pare­cieron familiares a mis ojos.

––ЎVaya! ––exclamй––. ЎPero si es un haya!

––Exactamente ––dijo Summerlee––. Una compatriota fami­liar que hallamos en un paнs lejano.

––No sуlo una compaсera y compatriota, mi estimado se­сor ––dijo Challenger––, sino tambiйn, si me permite ampliar su comparaciуn, un aliado de valor inestimable. Esta haya va a ser nuestra salvadora.

––ЎPor Dios! ––exclamу lord John––. ЎUn puente!

––Exactamente, amigos mнos. ЎUn puente! No en vano em­pleй una hora la noche pasada enfocando mi inteligencia so­bre la situaciуn. Creo recordar que dije en cierta ocasiуn a nuestro joven amigo aquн presente que G. E. C. llega a su me­jor nivel cuando estб entre la espada y la pared. Deberбn ad­mitir que anoche todos estбbamos contra la pared. Pero cuando el intelecto y la voluntad van juntos, siempre se halla una salida. Era necesario hallar un puente levadizo que pu­diera tenderse sobre el abismo. ЎHelo aquн!

Ciertamente era una idea brillante. El бrbol tenнa sus bue­nos sesenta pies de altura y, si caнa en el lugar apropiado, cru­zarнa fбcilmente el abismo. Challenger se habнa colgado al hombro el hacha del campamento cuando ascendiу a la roca. Ahora me la alcanzу.

––Nuestro joven amigo tiene mъsculo y nervio ––dijo––. Creo que serб el mбs ъtil para esta tarea. Debo rogarle, sin embargo, que tenga la bondad de abstenerse de pensar por sн mismo y que haga exactamente lo que le digan.

Bajo su direcciуn, hice algunas incisiones en los costados del бrbol para asegurar que caerнa en la direcciуn deseada. No fue cosa difнcil, porque ya tenнa una fuerte inclinaciуn natural hacia la meseta. Por ъltimo, me puse a trabajar en se­rio sobre el tronco, turnбndome de tanto en tanto con lord John. En poco mбs de una hora de trabajo se produjo al fin un fuerte crujido, el бrbol se inclinу hacia adelante y luego se desplomу con estruendo, sepultando sus ramas entre los ar­bustos del otro lado.

El tronco cortado rodу hasta el borde mismo de nuestra plataforma y durante un terrible segundo todos pensamos que iba a caer al vacнo. Pero se equilibrу a unas pocas pulga­das del borde y quedу asн formando nuestro puente hacia lo desconocido.

Todos nosotros, sin decir una palabra, estrechamos la mano del profesor Challenger, que a su vez se quitaba el sombrero y se inclinaba profundamente ante cada uno de nosotros.

––Reclamo el honor ––dijo–– de ser el primero en cruzar has­ta la tierra desconocida... un digno tema, sin duda, para una futura pintura histуrica.

Ya estaba cerca del puente cuando lord John apoyу su mano en la chaqueta del profesor.

––Mi querido camarada, yo no puedo permitir eso. ––їCуmo que no puede permitirlo, seсor? ––La cabeza se alzу hacia atrбs y la barba se proyectу hacia adelante. ––Cuando se trata de asuntos cientнficos, como usted sabe, yo le sigo como jefe porque es su campo, es usted un hombre de ciencia. Pero a usted le toca seguirme a mн cuando se tra­ta de asuntos que entran en mi ramo.

––їSu ramo, seсor?

––Todos tenemos nuestra profesiуn y la mнa es la milicia. De acuerdo con lo que pienso, estamos invadiendo un nuevo paнs que lo mismo puede estar atestado de enemigos como no estarlo. El embarcarse ciegamente en йl, por falta de un poco de sentido comъn y paciencia, no entra en mi concep­ciуn del mando.

Era tan razonable esta amonestaciуn que no podнa ser de­satendida. Challenger moviу la cabeza y se encogiу de hom­bros.

––їY bien, seсor, quй propone usted?

––Por todo lo que sabemos, puede haber una tribu de ca­nнbales esperбndonos para almorzar entre esos arbustos ––dijo lord John mirando al otro lado del puente––. Es mejor aprender a ser cuerdos antes de meterse en un caldero de agua hirviente; de modo que nos contentaremos con espe­rar que no habrб problemas aguardбndonos, pero al mismo tiempo obraremos como si los hubiese. Malone yyo bajare­mos otra vez y traeremos los cuatro rifles. Haremos subir tambiйn a Gуmez y al otro mestizo. Luego podrб pasar un hombre mientras el resto lo cubre con los rifles, hasta que compruebe que todos los demбs pueden cruzar con seguri­dad.

Challenger se sentу en el tronco cortado y gruсу de impa­ciencia; pero Summerlee y yo estuvimos de acuerdo en que lord John fuera nuestro jefe cuando se trataba de cuestiones prбcticas.

El escalamiento era mбs sencillo ahora que la cuerda pen­dнa en el tramo mбs difнcil de la ascensiуn. En menos de una hora subimos los rifles y la escopeta. Tambiйn ascendieron los dos mestizos, y bajo las уrdenes de lord John habнan aca­rreado un fardo de provisiones, para el caso de que nuestra exploraciуn fuese prolongada. Cada uno de nosotros lleva­ba bandoleras de cartuchos.

––Adelante, Challenger, si insiste usted realmente en ser el primero en pasar.

––Le quedo muy agradecido por su amable autorizaciуn ––dijo el iracundo profesor; por cierto, nunca hubo hombre tan refractario a toda forma de autoridad como йl––. Ya que usted es tan bondadoso como para permitнrmelo, cierta­mente cargarй sobre mi persona la misiуn de actuar como explorador en esta ocasiуn.

Sentado a horcajadas en el tronco, con las piernas colgan­do sobre el abismo y el hacha sujeta a la espalda, Challenger se deslizу con pequeсos enviones, apoyбndose en las ma­nos, llegando enseguida al otro lado. Trepу hasta arriba y agitу sus brazos en el aire.

––ЎAl fin! ––gritу––, Ўal fin!

Yo lo observaba ansiosamente, con la vaga sensaciуn ex­pectante de que algo terrible podrнa lanzarse sobre йl desde la verde cortina de vegetaciуn que se alzaba detrбs de йl. Pero todo estaba en calma, salvo que un extraсo pбjaro mul­ticolor alzу el vuelo bajo sus pies y desapareciу entre los бr­boles.

Summerlee fue el segundo. Semejante energнa en tensiуn, encerrada en un armazуn tan frбgil, siempre resultaba ma­ravillosa. Insistiу en llevar dos rifles colgados de sus espal­das, para que de ese modo ambos profesores estuvieran ar­mados una vez que йl hubiese pasado. Enseguida pasй yo, tratando de no mirar hacia abajo, a la sima horrorosa que es­taba trasponiendo. Summerlee me extendiу la culata de su rifle y un instante despuйs pude agarrarle de la mano. En cuanto a lord John, cruzу caminando, Ўcaminando y sin apoyo! Debe tener nervios de acero.

Y ya estбbamos allн los cuatro, en el paнs de los sueсos, en el mundo perdido de Maple White. A todos nos pareciу que era el momento de nuestro supremo triunfo. їQuiйn iba a sospechar que era el preludio de nuestro supremo desastre? Permнtame describirle en pocas palabra el golpe demoledor que cayу sobre nosotros.

Nos habнamos alejado del borde y penetrado unas cin­cuenta yardas en el espeso matorral cuando llegу a nuestros oнdos el espantoso crujido de algo que se desgarraba. Como impulsados por un mismo movimiento, todos desanduvi­mos a la carrera el camino que habнamos seguido. ЎEl puente habнa desaparecido!

Cuando me asomй a mirar por el borde vi muy lejos allб abajo, al pie del farallуn, una masa revuelta de ramas y del tronco hecha astillas. Era nuestra haya. їHabнa cedido el borde de la plataforma dejбndola caer? Por un instante, йsa fue la explicaciуn que se nos ocurriу a todos. Pero un mo­mento mбs tarde fue asomando lentamente del lado externo del pinбculo rocoso una cara morena, la cara del mestizo Gуmez. Sн, era Gуmez, pero no ya el Gуmez de sonrisa for­mal y expresiуn de mбscara. Era una cara de ojos relampagueantes y facciones distorsionadas, una cara convulsa de odio y con la alegrнa demencial que revelaba una venganza satisfecha.

––ЎLord Roxton! ––gritу––. ЎLord John Roxton!

––Bien ––dijo nuestro compaсero––. Aquн estoy.

––ЎSн, ahн estб usted y ahн se quedarб, perro inglйs! He espe­rado, he esperado mucho, pero al fin llegу mi ocasiуn. Subir les ha resultado difнcil, pero mбs difнcil les resultarб bajar. ЎMalditos idiotas, estбis atrapados, todos, todos!

Estбbamos demasiado asombrados para hablar. Sуlo po­dнamos permanecer inmуviles, con la mirada fija y llena de asombro. Una gran rama rota, que yacнa sobre la hierba, mostraba de dуnde habнa sacado la palanca que habнa usado para volcar nuestro puente. La cara habнa desaparecido, pero volviу a emerger, aъn mбs frenйtica que antes.

––Ya estuvimos a punto de mataros con una piedra desde la cueva ––gritу––, pero esto es mejor. Es mбs lento y terrible. Vuestros huesos se blanquearбn ahн arriba y nadie sabrб dуnde yacen para venir a enterrarlos. Y cuando estй agoni­zando, acuйrdese de Lуpez, a quien matу usted en el rнo Pu­tumayo hace cinco aсos. Yo soy hermano suyo y morirй feliz ahora, porque su memoria ha sido vengada.

Sacudiу una mano furiosa hacia nosotros y luego todo quedу en silencio.

Si el mestizo hubiese consumado simplemente su vengan­za, para huir enseguida, quizб todo le hubiese salido bien. Fue ese impulso estъpido e irresistible del temperamento la­tino para actuar dramбticamente lo que provocу su propia ruina. Roxton, el hombre que habнa conquistado el nombre de mayal del Seсor en tres paнses, no era alguien a quien se podнa insultar impunemente. El mestizo estaba descendien­do por el lado exterior del pinбculo; pero antes de que pudie­se llegar al suelo lord John habнa corrido por el borde de la meseta hasta alcanzar un punto desde donde podнa ver a su hombre. Sуlo hubo un disparo de su rifle, y, aunque no veнa­mos nada, pudimos escuchar el alarido y luego el distante golpe sordo de un cuerpo al caer. Roxton volviу a donde es­tбbamos nosotros y su rostro parecнa de granito.

––He sido un ciego y un tonto ––dijo amargamente––. Ha sido mi estupidez la que ha puesto a ustedes en esta dificul­tad. Deberнa haber recordado que estos hombres tienen una memoria que no falla cuando se trata de una deuda de san­gre familiar. Debн mantenerme en guardia con mбs cuidado.

––їY quй hay del otro? Hicieron falta dos para arrastrar ese бrbol por encima del borde.

––Pude haberlo matado, pero le dejй ir. Puede ser que no haya tomado parte en esto. Quizб hubiese hecho mejor en matarlo, porque es posible que haya echado una mano, como dicen ustedes.

Ahora que tenнamos la clave de su acciуn, cada uno de no­sotros hizo memoria y pudo recordar algъn acto siniestro de parte del mestizo: su constante deseo de conocer nuestros planes, su detenciуn junto a nuestra tienda cuando estaba escuchando subrepticiamente lo que hablбbamos; las furti­vas miradas de odio que habнamos sorprendido de tanto en tanto. Todavнa estбbamos discutiendo el asunto, procuran­do ajustar nuestras mentes a las nuevas circunstancias, cuando una singular escena que se estaba produciendo allб abajo, en la llanura, atrajo nuestra atenciуn.

Un hombre de blancas vestiduras, que no podнa ser otro que el mestizo superviviente, corrнa como si la muerte pisara sus talones. Detrбs de йl, a unas pocas yardas de distancia, saltaba la enorme figura de йbano de Zambo, nuestro leal negro. Mientras estбbamos mirando, dio un gran salto sobre la espalda del fugitivo y le echу los brazos al cuello. Rodaron juntos por el suelo. Un instante despuйs Zambo se levantу, mirу al hombre postrado en tierra y agitando gozosamente las manos hacia nosotros echу a correr en nuestra direcciуn. La figura blanca quedу inmуvil en medio de la gran plani­cie.

Los dos traidores habнan sido destruidos..., pero el daсo que habнan ocasionado les sobrevivнa. No podнamos regre­sar al pinбculo por ningъn medio. Habнamos sido habitan­tes del mundo; ahora йramos habitantes de la meseta. Am­bas cosas estaban separadas y aparte. Allн estaba la llanura que conducнa al lugar donde estaban las canoas. Mбs allб, detrбs del horizonte brumoso y violeta, estaba el rнo que conducнa de regreso a la civilizaciуn. Pero faltaba el eslabуn entre ambos mundos. Ningъn ingenio humano podнa suge­rir los medios de tender un puente sobre el abismo que abrнa sus fauces entre nosotros y nuestras vidas pasadas. Un solo instante habнa alterado todas las condiciones de nuestra existencia.

En un momento como aquйl, pude comprender la fibra que templaba el carбcter de mis tres compaсeros. Estaban se­rios, es verdad, y pensativos, pero con una indomable sereni­dad. Por el momento no podнamos hacer nada, salvo sentar­nos entre los arbustos pacientemente y esperar la llegada de Zambo. Su honesta cara negra apareciу al fin sobre las rocas y su hercъlea figura emergiу en la cima del pinбculo.

––їQuй hago ahora? ––gritу––. Ustedes decirme y yo lo hago.

Era una pregunta mбs fбcil de hacer que de contestar. Sуlo una cosa estaba clara. Йl era nuestro ъnico vнnculo seguro con el mundo exterior. Por ningъn motivo debнa abando­narnos.

––ЎNo, no! ––gritу––. Yo no los abandono. Pase lo que pase, siempre me encuentran aquн. Pero no capaz de hacer quedar los indios. Ya dicen demasiado que Curupuri vive en este lu­gar, y que ellos se van a casa. Entonces, si ustedes los dejan, no sй si poder hacerlos quedar.

––Hбgalos esperar hasta maсana, Zambo ––gritй; asн podrй enviar una carta con ellos.

––ЎMuy bien, seсу! Yo prometo que ellos esperar hasta ma­сana ––dijo el negro––. їPero quй puedo hacer por ustedes ahora?

Habнa muchas cosas que podнa hacer y el fiel compaсero las hizo admirablemente. Ante todo, siguiendo nuestras instrucciones, desatу la cuerda que habнamos fijado al to­cуn del бrbol y nos lanzу un extremo a travйs del precipicio. No era mбs gruesa que las que se usan para tender ropa, pero poseнa gran resistencia, y aunque no podнamos hacer un puente con ella, podнa sernos de inestimable utilidad si tenнamos que efectuar algъn escalamiento. Luego sujetу el fardo de vнveres que habнamos subido al extremo de la cuer­da que habнa conservado y asн pudimos tirar del mismo has­ta alcanzarlo. Con esto tenнamos medios de vida para una semana por lo menos, aun si no encontrбbamos otra cosa. Por ъltimo, Zambo descendiу otra vez y acarreу en su as­censo otros dos bultos con artнculos diversos: una caja de municiones y otras muchas cosas, todo lo cual pudimos cruzar arrojбndole la cuerda e izбndola otra vez. Era ya de noche cuando Zambo descendiу por ъltima vez, asegurбn­donos una vez mбs que retendrнa a los indios hasta la maсa­na siguiente.

Y asн fue como pasй casi la totalidad de aquella nuestra primera noche sobre la meseta poniendo por escrito nues­tras experiencias a la luz de una linterna de una sola bujнa.

Cenamos y acampamos al borde mismo del farallуn, apa­gando nuestra sed con dos botellas de Apollinaris que habнa en una de las cajas. Para nosotros es vital encontrar agua, pero creo que hasta el mismo lord John hallу que ya tenнa­mos suficientes aventuras para un dнa, y ninguno de noso­tros cayу en la tentaciуn de hacer una primera arremetida por lo desconocido. Nos abstuvimos de encender fuego o de hacer cualquier ruido innecesario.

Maсana (o mбs bien hoy, porque ya estб amaneciendo mientras escribo) nos aventuraremos por primera vez en esta extraсa tierra. No sй cuбndo podrй escribir otra vez, o si tendrй la ocasiуn de hacerlo nunca. Entretanto, puedo ver que los indios estбn aъn en su lugar y estoy seguro de que el fiel Zambo se presentarб aquн para recoger mi carta. Sуlo confнo en que llegarб a su destinatario.

P.D.: Cuanto mбs pienso en ello, mбs desesperada se me fi­gura nuestra situaciуn. No veo que haya esperanzas de re­greso. Si hubiera un бrbol alto cerca del borde de la meseta, podrнamos tender a travйs del precipicio un puente de retor­no, pero no hay ninguno a menos de cincuenta yardas. Uniendo todas nuestras fuerzas, no serнamos capaces de arrastrar un tronco que pudiera servir para nuestro objeti­vo. La cuerda, naturalmente, es demasiado corta para que podamos descender por ella. Nuestra situaciуn es desespe­rada... Ўdesesperada!


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