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Segunda parte 9 страница

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"Pero nada de esto tiene importancia por ahora. Lo im­portante es que viste al aliado. ЎEsa es tu presa! Te dije que нbamos a cazar algo. Pensй que iba a ser un animal. Calculй que verнas el animal que debнamos cazar. Yo en mi caso vi un jabalн; mi cazador de espнritus es jabalн.

‑їQuiere usted decir que su cazador de espнritus estб hecho de jabalн?

‑ЎNo! Nada en la vida de un brujo estб hecho de nin­guna otra cosa. Si algo es algo, lo que sea, es la cosa mis­ma. Si conocieras jabalнs te darнas cuenta de que mi caza­dor de espнritus es eso.

‑їPor quй vinimos aquн a cazar?

‑El aliado sacу de su morral un cazador de espнritus y te lo enseсу. Necesitas tener uno si quieres llamarlo.

‑їQuй es un cazador de espнritus?

‑Es una fibra. Con ella puedo llamar a los aliados, o a mi propio aliado, o puedo llamar espнritus de ojos de agua, espнritus de rнos, espнritus de montaсas. El mнo es jabalн y grita como jabalн. Dos veces lo usй cerca de ti para llamar en tu ayuda al espнritu del ojo de agua. El espнritu vino a ti como el aliado vino hoy a ti. Pero no pudiste verlo, por­que no tenнas velocidad; asн y todo, aquel dнa que te llevй a la caсada y te puse en una piedra, supiste que el espнritu estaba casi sobre ti, sin necesidad de verlo. Esos espнritus son ayudantes. Son demasiado duros de manejar y medio peligrosos. Se necesita una voluntad impecable para tener­los a raya.

‑їQuй aspecto tienen?

‑Son distintos para cada quien, lo mismo que los alia­dos. Para ti, al parecer, un aliado tendrнa el aspecto de alguien que conociste o que siempre estarбs a punto de conocer; йsa es la inclinaciуn de tu naturaleza. Eres dado a misterios y secretos. Yo no soy como tъ, y para mн un aliado es algo muy preciso.

"Los espнritus de ojos de agua son propios de determi­nados sitios. El que llamй en tu ayuda es uno que yo conozco. Me ha ayudado muchas veces. Habita en aquella caсada. Cuando lo llamй en tu ayuda, no eras fuerte y el espн­ritu te dio duro. No era йsa su intenciуn ‑no tienen nin­guna‑ pero te quedaste allн tirado, muy dйbil, mбs dйbil de lo que yo suponнa. Mбs tarde, el espнritu casi te jalу a tu muerte; en el agua, en la zanja de riego, estabas fosfo­rescente. El espнritu te tomу por sorpresa y casi sucumbes. Cuando un espнritu hace eso, vuelve siempre en busca de su presa. Estoy seguro de que volverб por ti. Desgraciada­mente, necesitas el agua para hacerte sуlido de nuevo cuando usas el humito; eso te coloca en una desventaja terrible. Si no usas el agua, probablemente mueras, pero si la usas, el espнritu te llevarб.

‑їPuedo usar el agua de otro sitio?

‑No hay diferencia. El espнritu del ojo de agua de por mi casa puede seguirte a cualquier parte, a menos que ten­gas un cazador de espнritus. Por eso el aliado te lo enseсу. Te dijo que lo necesitas. Lo enredу en su mano izquierda y vino a ti despuйs de seсalar la caсada. Hoy quiso enseсarte de nuevo el cazador de espнritus, como la primera vez que lo encontraste. Fue muy sensato que te detuvieras; el alia­do iba demasiado rбpido para tu fuerza y una sacudida di­recta con йl te serнa muy daсina.

‑їCуmo puedo ahora obtener un cazador de espнritus?

‑Parece que el mismo aliado te lo va a dar.

‑їCуmo?

‑No sй. Tendrбs que ir a йl. Ya йl te dijo dуnde buscarlo.

‑їDуnde?

‑Allб arriba, en esos cerros donde viste el hoyo.

‑їDebo ir a buscar al aliado mismo?

‑No. Pero йl ya te da la bienvenida. El humito te abriу el camino hacia йl. Luego, mбs adelante, lo encontrarбs cara a cara, pero eso pasarб sуlo cuando lo conozcas muy bien.

 

XVI

 

Llegamos al mismo valle al atardecer el 15 de diciembre de 1969. Mientras cruzбbamos los matorrales, don Juan men­cionу repetidas veces que las direcciones o puntos de orien­taciуn tenнan importancia crucial en la empresa que yo iba a emprender.

‑Debes determinar la direcciуn correcta apenas llegues a la punta de un cerro ‑dijo don Juan‑. Nomбs te veas en la punta, enfrenta esa direcciуn ‑seсalу el sureste‑. Esa es tu buena direcciуn y debes encararla siempre, sobre todo cuando andes en dificultades. Recuйrdalo.

Nos detuvimos al pie de los cerros donde yo habнa perci­bido el hoyo. Seсalу un sitio especнfico en el cual debнa sentarme; tomу asiento junto a mн y con voz pausada me dio detalladas instrucciones. Dijo que tan pronto como llegara yo a la cima del cerro, debнa extender el brazo de­recho frente a mн, con la palma de la mano hacia abajo y los dedos desplegados en abanico, excepto el pulgar, que debнa doblarse contra la palma. Luego tenнa que volver la cabeza al norte y plegar el brazo contra el pecho, con la mano apuntando tambiйn al norte; despuйs tenнa que bailar, poniendo el pie izquierdo atrбs del derecho, golpeando el suelo con la punta de los dedos izquierdos. Dijo que al sentir que un calor subнa por mi pierna, empezara a girar el brazo lentamente de norte a sur, y luego otra vez hacia el norte.

‑Donde sientas que se te entibia la palma de tu mano mientras mueves el brazo es el sitio en el que debes sentarte, y tambiйn la direcciуn en la que debes mirar ‑dijo‑. Si el sitio queda hacia el este, o si estб en esa direcciуn ‑se­сalу de nuevo el sureste‑, los resultados serбn excelentes. Si el sitio donde tu mano se calienta estб para el norte, te darбn una buena paliza, pero puedes volver la marea a tu favor. Si el sitio queda para el sur, tendrбs una pelea dura.

"Al principio necesitarбs pasar el brazo hasta cuatro ve­ces, pero conforme te vayas familiarizando con el movi­miento no necesitarбs mбs que una sola pasada para saber si tu mano se va a calentar o no.

"Una vez que localices un sitio donde tu mano es calien­te, siйntate allн; йse es tu primer punto. Si estбs mirando al sur o al norte, tienes que decidir si te sientes lo bastante fuerte para quedarte. Si tienes dudas, levбntate y vete. No hay necesidad de quedarte si no tienes confianza en ti mismo. Si decides seguir allн, limpia un lugar para hacer una hoguera como a metro y medio de tu primer punto. El fuego debe quedar en lнnea recta en la direcciуn que estбs mirando. El espacio donde enciendes la hoguera es tu se­gundo punto. Luego recoge todas las ramas que puedas entre los dos puntos y prende la hoguera. Siйntate en tu primer punto y mira el fuego. Tarde o temprano llegarб el espнritu y lo verбs.

"Si no se te calienta la mano para nada despuйs de cuatro movimientos, gira el brazo despacio de norte a sur, y luego da la vuelta y gнralo hacia el oeste. Si tu mano se calienta en cualquier sitio hacia el oeste, deja todo y echa a correr. Corre cuesta bajo hacia el terreno llano, y no voltees, oigas o sientas lo que sea detrбs de ti. Tan pronto como llegues al terreno llano, por mбs asustado que estйs, no sigas co­rriendo, tнrate al suelo, quнtate la chamarra, hazla bola con­tra tu ombligo y acurrъcate con las rodillas contra el estу­mago. Tambiйn debes cubrirte los ojos con las manos, y los brazos tienen que estar apretados contra los muslos. De­bes quedarte en esa posiciуn hasta que amanezca. Si sigues estos pasos sencillos, no sufrirбs el menor daсo.

"En caso de que no puedas llegar a tiempo al terreno llano, tнrate al suelo ahн donde estйs. Te va a ir pero muy mal. Te van a acosar, pero si conservas la calma y no te mueves ni miras, saldrбs sin un rasguсo.

"Ahora, si tu mano no se calienta para nada cuando la muevas hacia el oeste, mira de nuevo al este y corre en esa direcciуn hasta que te quedes sin aliento. Pбrate allн y re­pite las mismas maniobras. Has de seguir corriendo hacia el este, repitiendo estos movimientos, hasta que se te caliente la mano."

Despuйs de darme estas instrucciones me hizo repetir­las hasta que las memoricй. Luego estuvimos largo rato sen­tados en silencio. Un par de veces intentй revivir la con­versaciуn, pero йl me obligу a callar con un gesto impera­tivo.

Oscurecнa cuando don Juan se puso en pie y, sin una pa­labra, empezу a trepar el cerro. Fui tras йl. En la cima, ejecutй todos los movimientos prescritos. Don Juan me ob­servaba atentamente a corta distancia. Actuй con mucho cuidado y con lentitud deliberada. Tratй de sentir algъn cambio perceptible de temperatura, pero no podнa descu­brir si la palma de mi mano se calentaba o no. Para enton­ces habнa oscurecido bastante, pero aъn pude correr hacia el este sin tropezar en los arbustos. Dejй de correr al ha­llarme sin aliento, lo cual sucediу no demasiado lejos de mi punto de partida. Me encontraba cansado y tenso en extremo. Me dolнan los antebrazos y las pantorrillas.

Repetн allн todos los movimientos marcados y obtuve los mismos resultados negativos. Corrн en lo oscuro dos veces mбs, y entonces, al girar el brazo por tercera vez, mi mano se calentу sobre un punto hacia el este. El cambio de temperatura fue tan definido que me sorprendiу. Me sentй a esperar a don Juan. Le dije que habнa percibido un cam­bio de temperatura en mi mano. Me indicу que procediera, y recogн todas las ramas secas que pude hallar y encendн un fuego. Йl se sentу a mi izquierda, a medio metro de dis­tancia.

El fuego trazaba extraсas siluetas danzantes. A ratos las llamas se hacнan iridiscentes; se volvнan azulosas y luego blanco brillante. Expliquй ese insуlito juego de colores asu­miendo que lo producнa alguna propiedad quнmica especн­fica de las varas y ramas secas que reunн. Otro aspecto muy poco usual del fuego eran las chispas: Las nuevas ramas que yo seguнa aсadiendo creaban chispas desmesuradas. Pensй que eran como pelotas de tenis que parecнan estallar en el aire.

Mirй el fuego fijamente, como creнa que don Juan me habнa recomendado, y me maree. El me dio su guaje de agua y me hizo seсa de beber. El agua me relajу y me pro­dujo una deliciosa sensaciуn de frescura.

Don Juan se inclinу para susurrarme al oнdo que no tenнa que clavar la vista en las llamas, que sуlo observara en la direcciуn del fuego. Tras casi una hora de observar, sentнa yo un gran frнo viscoso. En cierto momento en que estaba a punto de agacharme a recoger una vara, algo como un insecto o una mancha en mi retina pasу, cruzando de derecha a izquierda, entre mi persona y el fuego. Inmedia­tamente me retraje. Mirй a don Juan y йl me indicу, con un movimiento de barbilla, mirar de nuevo las llamas. Un mo­mento despuйs, la misma sombra cruzу en direcciуn opuesta.

Don Juan se puso en pie rбpidamente y empezу a apilar tierra suelta encima de las ramas ardientes hasta apagar por entero las llamas. Ejecutу la maniobra con velocidad increн­ble. Cuando me movн para ayudarlo, ya йl habнa acabado de extinguir el fuego. Pisoteу la tierra sobre los rescoldos y luego casi me arrastrу cuesta abajo y hacia la salida del valle. Caminaba muy aprisa, sin volver la cabeza, y no me permitiу hablar en absoluto.

Cuando llegamos a mi coche, horas despuйs, le preguntй quй era la cosa que vi. Sacudiу la cabeza imperativamente y viajamos en completo silencio.

Entrу directamente en su casa cuando llegamos a ella en las primeras horas del dнa, y nuevamente me callу cuan­do hice por hablar.

 

Don Juan estaba sentado afuera, detrбs de su casa. Parecнa haber aguardado mi despertar, pues al salir yo se puso a hablar. Dijo que la sombra de la noche pasada era un es­pнritu, una fuerza que pertenecнa al sitio particular donde yo la vi. Calificу de inъtil a ese ser especнfico.

‑Sуlo existe allн ‑dijo‑. No tiene secretos de poder; por eso no tenнa caso quedarse. Sуlo habrнas visto una som­bra rбpida y pasajera yendo de un lado a otro toda la no­che. Pero hay otras clases de seres que pueden darte se­cretos de poder, si tienes la suerte de encontrarlos.

Desayunamos entonces y estuvimos un buen rato sin ha­blar. Despuйs de comer nos sentamos frente a la casa.

‑Hay tres clases de seres ‑dijo йl de pronto‑: los que no dan nada porque no tienen nada que dar, los que sуlo causan susto, y los que tienen regalos. El que viste anoche era de los silenciosos; no tiene nada que dar; es sуlo una sombra. Pero casi siempre hay otro tipo de ser asociado con el silencioso: un espнritu malvado cuya ъnica cualidad es causar miedo y que siempre ronda la morada de un silen­cioso. Por eso decidн que nos fuйramos cuanto antes. Ese espнritu fastidioso sigue a la gente hasta su casa y le hace la vida imposible. Conozco gente que a causa de ellos ha tenido que irse de su casa. Siempre hay quienes creen que pueden sacarle mucho a esa clase de ser, pero el simple hecho de que haya un espнritu por la casa no significa nada. Luego tratan de atraerlo, o lo siguen por la casa bajo la impresiуn de que puede revelarles secretos. Pero lo ъnico que sacan es una experiencia espantosa. Conozco unas per­sonas que se turnaban para vigilar a uno de esos seres mal­vados que los siguiу hasta su casa. Meses enteros vigilaron al espнritu; al final, otra gente tuvo que entrar a sacarlos de la casa; se habнan debilitado y estaban consumiйndose. Por esa razуn lo ъnico prudente que puede hacerse con esa clase de espнritus cargosos es olvidarlos y dejarlos en paz."

Le preguntй cуmo atraнa la gente a los espнritus. Dijo que primero se ponнan a pensar dуnde serнa mбs probable que el espнritu apareciera y luego colocaban armas en su camino, con la esperanza de que las tocase, pues era sabido que a los espнritus les gustan los atavнos de guerra. Don Juan dijo que cualquier clase de armamento, cualquier obje­to tocado por un espнritu se convertнa por derecho en objeto de poder. Sin embargo, se sabнa que el tipo avieso de ser nunca tocaba nada, sino sуlo producнa la ilusiуn auditiva de ruido.

Preguntй entonces a don Juan en quй forma tales espнri­tus causan miedo. Dijo que su manera mбs comъn de asus­tar a la gente era aparecer como una sombra oscura, con figura de hombre, que recorrнa la casa creando un estruen­do temible o bien sonido de voces, o como una sombra oscura que de repente se abalanzaba desde un rincуn os­curo.

Don Juan dijo que la tercera clase de espнritus era un verdadero aliado, un dador de secretos; ese tipo especial existнa en sitios solitarios y abandonados, sitios casi inacce­sibles. Dijo que quien deseara hallar a uno de estos seres debнa viajar lejos e ir solo. En un sitio distante y solitario, tenнa que dar solo todos los pasos necesarios. Tenнa que sentarse junto a su hoguera, e irse de inmediato si veнa la sombra. Pero debнa quedarse si encontraba otras condicio­nes, como un viento fuerte que matara su fuego y le impi­diera encenderlo nuevamente durante cuatro intentos; o si en un бrbol cercano se rompнa una rama. La rama tenнa que romperse en realidad, y habнa que cerciorarse de que no sуlo era el ruido de una rama rota.

Otras condiciones que debнan tenerse en cuenta eran pie­dras que rodaran, o guijarros arrojados al fuego, o cualquier ruido constante, y entonces habнa que caminar en la direc­ciуn en que ocurriera cualquiera de estos fenуmenos, hasta que el espнritu se revelara.

Un ser de йsos tenнa muchos modos de poner a prueba a un guerrero. Saltaba de pronto a su paso, bajo la aparien­cia mбs horrenda, o agarraba al hombre por la espalda y no lo soltaba y lo tenнa sujeto en el suelo durante horas. Tam­biйn podнa derribarle un бrbol encima. Don Juan dijo que йsas eran fuerzas verdaderamente peligrosas, y aunque in­capaces de matar a un hombre mano a mano, podнan ma­tarlo de susto, o dejarle caer objetos, o al aparecer de pronto para hacerlo tropezar, perder pie y rodar a un precipicio.

Me dijo que si alguna vez encontraba yo uno de esos seres bajo circunstancias inapropiadas, por ningъn motivo debнa tratar de luchar con йl, porque me matarнa. Me roba­rнa el alma. De modo que debнa tirarme al suelo y soportar hasta el amanecer.

‑Cuando un hombre estб frente al aliado, el dador de secretos, tiene que reunir todo su valor y agarrarlo antes de que el otro lo agarre a йl, o perseguirlo antes de que lo persiga. La persecuciуn ha de ser sin tregua, y luego viene la lucha. El hombre debe derribar por tierra al espнritu y tenerlo allн hasta que le dй poder.

Le preguntй si estas fuerzas tenнan sustancia, si era posi­ble tocarlas realmente. Dije que la sola idea de un "espнri­tu" me referнa a algo etйreo.

‑No los llames espнritus ‑respondiу‑. Llбmalos alia­dos; llбmalos fuerzas inexplicables.

Quedу un rato en silencio, luego se acostу de espaldas y reclinу la cabeza en los brazos cruzados. Insistн en saber si esos seres tenнan sustancia.

‑Claro que tienen sustancia ‑dijo tras otro momento de silencio‑. Cuando luchas con ellos son sуlidos, pero esa sensaciуn no dura mбs que un momento. Esos seres con­fнan en el miedo de uno; por eso, si el que lucha con al­guno de ellos es un guerrero, el ser pierde su tensiуn muy aprisa, mientras el hombre cobra mбs vigor. Uno puede, en verdad, absorber la tensiуn del espнritu.

‑їQuй clase de tensiуn es? ‑preguntй.

‑Poder. Cuando uno los toca, vibran como si estuvieran listos a rasgarlo a uno en pedazos. Pero es sуlo un alarde. La tensiуn termina cuando uno mantiene firme la mano.

‑їQuй pasa cuando pierden su tensiуn? їSe vuelven como aire?

‑No, sуlo se vuelven flбccidos. Todavнa siguen teniendo sustancia, pero no es como nada que uno haya tocado jamбs.

 

Mбs tarde, al anochecer, le dije que tal vez lo que vi la no­che anterior pudo ser sуlo una polilla. Riу y explicу con mucha paciencia que las polillas vuelan de un lado a otro solamente en torno de los focos de luz elйctrica, porque un foco no puede quemarles las alas. Un fuego, en cambio, las quemarнa la primera vez que se le acercaran. Tambiйn seсalу que la sombra cubrнa todo el fuego. Cuando mencio­nу eso, recordй que en verdad la sombra era extremada­mente grande y que durante un momento obstruyу la vista de la hoguera. Sin embargo, aquello sucediу tan rбpido que no lo enfaticй en mi primer recuento.

Luego don Juan seсalу que las chispas eran muy grandes y volaban hacia mi izquierda. Yo mismo habнa advertido eso. Dije que probablemente el viento soplaba en esa direc­ciуn. Don Juan repuso que no habнa ningъn viento. Eso era verdad. Al rememorar mi experiencia pude recordar que la noche estaba quieta.

Otra cosa que pasй por alto fue un resplandor verdoso en las llamas, que detectй cuando don Juan me hizo seсa de seguir mirando el fuego, despuйs de que la sombra cru­zу por vez primera mi campo de visiуn. Don Juan me lo recordу. Tambiйn objetу que dijera yo sombra. Dijo que era redonda y que mбs bien parecнa una burbuja.

 

Dos dнas despuйs, el 17 de diciembre de 1969, don Juan dijo en tono muy casual que yo conocнa todos los detalles y las tйcnicas necesarias para ir solo a los cerros y obtener un objeto de poder, el cazador de espнritus. Me instу a proceder por mн mismo y afirmу que su compaснa sуlo me servirнa de estorbo.

Estaba listo para irme cuando йl pareciу cambiar de idea.

‑No eres lo bastante fuerte ‑dijo‑. Irй contigo hasta el pie de los cerros.

 

Cuando estuvimos en el vallecito donde vi al aliado, exa­minу desde cierta distancia la formaciуn topogrбfica que yo habнa llamado un hoyo en los cerros, y dijo que tenнamos que ir todavнa mбs al sur, a las montaсas distantes. La mo­rada del aliado se hallaba en el punto mбs lejano que po­dнamos ver por el hoyo.

Mirй la configuraciуn y sуlo pude discernir la masa anu­losa de las montaсas. Sin embargo, йl me guiу en una di­recciуn hacia el sureste, y tras horas de camino llegamos a un punto que йl considerу "bastante adentrado" en la mo­rada del aliado.

Caнa la tarde cuando nos detuvimos. Tomamos asiento en unas rocas. Yo estaba cansado y hambriento; en todo el dнa sуlo habнa tomado agua y algunas tortillas. Don Juan se puso de pronto en pie, mirу el cielo y me dijo en tono conminante que echara a andar en la direcciуn que era mejor para mн, cerciorбndome de recordar el sitio donde estбbamos en este momento, para volver allн cuando acabara. Dijo en tono tranquilizador que me esperarнa asн tardase yo toda la eternidad.

Preguntй con aprensiуn si creнa que el asunto de obtener un cazador de espнritus tomarнa mucho tiempo.

‑Quiйn sabe ‑repuso, con una sonrisa misteriosa.

Me alejй hacia el sureste, volviйndome un par de veces para mirar a don Juan. El caminaba muy despacio en direc­ciуn opuesta. Trepй hasta la cima de un cerro grande y mirй de nuevo a don Juan; se hallaba por lo menos a dos­cientos metros. No volteу a mirarme. Corrн cuesta abajo me­tiйndome en una pequeсa depresiуn, como un cuenco entre los cerros, y de pronto me hallй solo. Me sentй un momento y empecй a preguntarme que cosa hacнa allн. Me sentн ri­dнculo buscando un cazador de espнritus. Corrн de nuevo a la cumbre del cerro para tener una mejor visiуn de don Juan, pero no pude verlo en ninguna parte. Corrн cuesta abajo en la direcciуn en que lo vi por ъltima vez. Querнa suspender todo el asunto y regresar a casa. Me sentнa en­teramente estъpido y fatigado.

‑ЎDon Juan! ‑gritй una y otra vez.

No estaba en ningъn sitio a la vista. Corriendo, escalй otro empinado cerro; tampoco desde allн pude verlo. Corrн un buen trecho buscбndolo, pero habнa desaparecido. Des­anduve mi camino y volvн al lugar donde nos separamos. Tuve la absurda certeza de que iba a encontrarlo allн sen­tado, riendo de mis inconsistencias.

‑їEn quй demonios me he metido? -dije en voz alta.

Supe entonces que no habнa manera de parar lo que es­taba haciendo allн, fuera lo que fuese. Realmente no sabнa cуmo regresar a mi coche. Don Juan habнa cambiado de direcciуn varias veces, y la orientaciуn general de los cua­tro puntos cardinales no era suficiente. Temн perderme en las montaсas. Me sentй, y por primera vez en mi vida tuve el extraсo sentimiento de que en realidad nunca habнa manera de regresar a un punto original de partida. Don Juan decнa que yo siempre insistнa en empezar en un pun­to que llamaba el principio, cuando de hecho el principio no existнa. Y allн entre esas montaсas sentн comprender lo que querнa decir. Era como si el punto de partida hubiese sido siempre yo mismo; como si don Juan nunca hubiera esta­do realmente allн; y cuando lo busquй se hizo lo que en ver­dad era: una imagen fugaz desvaneciйndose tras una colina.

Oн el suave crujir de las hojas y una fragancia extraсa me envolviу. Sentнa el viento como presiуn en los oнdos, como un zumbido cauto. El sol estaba a punto de alcanzar unas nubes compactas sobre el horizonte, que parecнan una banda naranja esmaltada, cuando desapareciу tras una pe­sada cortina de nubes mбs bajas; apareciу de nuevo un momento despuйs, como una bola escarlata flotando en la niebla. Pareciу luchar un rato por llegar a un trozo de cielo azul, pero era como si las nubes no le dieran tiempo al sol, y luego la banda naranja y la oscura silueta de las montaсas parecieron devorarlo.

Me acostй sobre la espalda. El mundo en mi derredor era tan quieto, tan sereno y al mismo tiempo tan ajeno, que me sentн avasallado. No querнa llorar, pero las lбgri­mas fluyeron sin impedimento.

Permanecн horas en esa postura. Levantarme era casi im­posible. Las rocas bajo mi cuerpo eran duras, y allн donde me acostй apenas habнa vegetaciуn, en contraste con los exuberantes arbustos verdes en todo el contorno. Desde donde me hallaba podнa ver una orla de бrboles altos en las colinas del este.

Finalmente oscureciу bastante. Me sentн mejor; de hecho, casi experimentaba contento. Para mн, la semioscuridad era mucho mбs sustento y refugio que la dura luz del dнa.

Me puse en pie, trepй a la cima de un cerro pequeсo y empecй a repetir los movimientos que don Juan me enseсу. Siete veces corrн hacia el este, y entonces notй un cambio de temperatura en la mano. Encendн el fuego e iniciй una guardia cuidadosa, como don Juan habнa recomendado, ob­servando cada detalle. Horas pasaron y comencй a sentir mucho frнo y cansancio. Habнa juntado una buena pila de ramas secas; alimentй el fuego y me acerquй mбs a йl. La vigilia era tan ardua e intensa que me agotу; empecй a ca­becear. En dos ocasiones me quedй dormido y despertй sуlo cuando mi cabeza cayу hacia un lado. Tenнa tanto sueсo que ya no podнa vigilar el fuego. Bebн un poco de agua y rociй otro poco en mi cara para mantenerme despierto. Sуlo por breves momentos lograba combatir la somnolen­cia. Sin saber cуmo, me habнa desanimado e irritado; me sentнa un perfecto estъpido por estar allн y eso me daba una sensaciуn irracional de frustraciуn y desaliento. Estaba fa­tigado, hambriento, con sueсo, y absurdamente molesto conmigo mismo. Terminй por abandonar la lucha por man­tenerme despierto. Aсadн un montуn de ramas secas a la hoguera y me acostй a dormir. La bъsqueda de un aliado y un cazador de espнritus era en ese momento una empresa de lo mбs ridнculo y extravagante. Tenнa tanto sueсo que ni siquiera podнa pensar ni hablar solo. Me quedй dormido.

Un fuerte crujido me despertу de pronto. Al parecer el ruido, fuera lo que fuera, habнa sido justamente encima de mi oнdo izquierdo, pues yo estaba echado sobre el cos­tado derecho. Me sentй, completamente despierto. Mi oнdo izquierdo zumbaba, ensordecido por la proximidad y la fuerza del sonido.

Debo haber dormido sуlo un corto rato, a juzgar por la cantidad de ramas secas que aъn ardнan en el fuego. No oн mбs sonidos, pero permanecн alerta y seguн alimentando las llamas.

Por mi mente cruzу la idea de que tal vez me habнa despertado un disparo; tal vez alguien andaba cerca obser­vбndome, disparando contra mн. La idea se hizo muy an­gustiosa y creу una avalancha de miedos racionales. Tuve la seguridad de que alguien era dueсo de esa tierra, y sien­do asн podнan tomarme por un ladrуn y matarme, o podrнan matarme para robarme, ignorando que yo no tenнa nada encima. Experimentй un instante de terrible preocupaciуn por mi seguridad. Sentнa la tensiуn en los hombros y en el cuello. Movн la cabeza hacia arriba y hacia abajo; los huesos del cuello crujieron. Seguнa mirando el fuego, pero no advertнa en йl nada fuera de lo comъn, ni oнa mбs ruidos.

Tras un rato me soseguй bastante y se me ocurriу que acaso don Juan estaba en el fondo de todo esto. Rбpidamen­te me convencн de que asн era. La idea me hizo reнr. Tuve otra avalancha de conclusiones racionales, felices esta vez. Pensй que don Juan sospechу que yo iba a cambiar de pa­recer con respecto a quedarme en las montaсas, o me vio correr tras йl y se escondiу en una cueva oculta o detrбs de un arbusto. Luego me siguiу y, al verme dormido, me despertу rompiendo una rama cerca de mi oнdo. Aсadн mбs ramas al fuego y empecй a mirar en torno, en forma casual y encubierta, para ver si podнa localizarlo, aun sabiendo que si andaba escondido por ahн no me serнa posible des­cubrirlo.

Todo era completamente plбcido: los grillos, el viento que azotaba los бrboles en las laderas de los cerros a mi alrededor, el suave sonido crujiente de las varas al encen­derse. Volaban chispas, pero eran chispas ordinarias.

De pronto oн el fuerte ruido de una rama al partirse en dos. El sonido procedнa de mi izquierda. Contuve el aliento y escuchй con la mбxima concentraciуn. Un instante des­puйs oн que otra rama se quebraba a mi derecha.

Luego percibн el leve sonido lejano de mбs ramas rotas, Era como si alguien las pisara haciйndolas crujir. Los so­nidos eran ricos y plenos, con un matiz de lozanнa. Ade­mбs, parecнan irse acercando a mн. Tuve una reacciуn muy lenta; no sabнa si escuchar o levantarme. Deliberaba quй hacer cuando repentinamente el sonido de ramas rotas ocu­rriу en todo mi derredor. Me envolviу tan rбpido que ape­nas tuve tiempo de saltar a mis pies y pisotear el fuego.

Echй a correr cuesta abajo en la oscuridad. Mientras cru­zaba los arbustos me vino la idea de que no habнa tierra llana. Iba a la mitad del cerro cuando sentн algo detrбs, casi tocбndome. No era una rama; era algo que, sentн in­tuitivamente, me estaba dando alcance. Al darme cuenta de esto me helй. Me quitй la chaqueta, la enrollй contra mi estуmago, me acuclillй sobre las piernas y me cubrн los ojos con las manos, como don Juan habнa indicado. Mantuve esa posiciуn un corto rato antes de advertir que todo en torno mнo estaba en completo silencio. No habнa sonidos de ninguna clase. Me entrу una alarma extraordinaria. Los mъsculos de mi estуmago se contraнan y temblaban espas­mуdicamente. Entonces oн otro crujido. Parecнa venir de lejos, pero era en extremo claro y distinto. Se oyу de nuevo, mбs cerca. Hubo un intervalo de quietud y luego algo esta­llу por encima de mi cabeza. La brusquedad del ruido me hizo saltar involuntariamente, y casi rodй sobre el cos­tado. Era definitivamente el sonido de una rama quebrada en dos. El sonido fue tan cercano que oн el rumor de las hojas cuando la rama era partida.

Hubo a continuaciуn un diluvio de explosiones crujien­tes; en todo el derredor se quebraban ramas con gran fuer­za. Lo incongruente, en ese punto, era mi reacciуn a todo el fenуmeno; en vez de hallarme aterrado, reнa. Pensaba sinceramente haber dado con la causa de cuanto ocurrнa. Estaba convencido de que don Juan me engaсaba de nuevo. Una serie de conclusiones lуgicas cimentaron mi confianza; me sentн jubiloso. Sin duda podrнa atrapar a ese viejo zorro de don Juan en otra de sus tretas. Andaba cerca de mн rompiendo ramas y, sabiendo que yo no osarнa alzar la vis­ta, estaba a salvo y en libertad de hacer lo que quisiera. Calculй que debнa estar solo en las montaсas, pues yo habнa andado constantemente con йl durante dнas. No habнa tenido tiempo ni oportunidad de enrolar colaboradores. Si se ha­llaba oculto, como yo creнa, sуlo йl se ocultaba, y lуgica­mente no podrнa producir mбs que un nъmero limitado de ruidos. Como estaba solo, los ruidos tenнan que ocurrir en una secuencia lineal de tiempo; es decir, uno por uno, o cuando mucho dos o tres por vez. Ademбs, la variedad de sonidos debнa tambiйn estar limitada a la mecбnica de un solo individuo. Agazapado e inmуvil, me sentн absoluta­mente seguro de que toda la experiencia era un juego y de que la ъnica manera de permanecer por encima de йl era desalojar de ese nivel mis emociones. Positivamente lo disfrutaba. Me sorprendн riendo por lo bajo ante la idea de poder anticipar la siguiente tirada de mi oponente. Tra­tй de imaginar quй harнa yo en ese momento si fuera don Juan.


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 53 | Нарушение авторских прав


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