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Segunda parte 6 страница

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Entonces oн muy levemente la voz de don Juan que me hablaba.

‑Ahora debes mirarme ‑dijo, volviendo mi rostro ha­cia el suyo. Repitiу la frase tres o cuatro veces.

Al mirar, descubrн de inmediato el mismo efecto de resplandor que dos veces antes habнa percibido en su cara; era un movimiento hipnotizante, un cambio ondulatorio de luz dentro de бreas contenidas. No habнa lнmites precisos para esas бreas, y sin embargo la luz ondulante no se derra­maba: se movнa dentro de fronteras invisibles.

Paseй la vista sobre el objeto resplandeciente frente a mн, y en el acto empezу a perder su brillo y los rasgos familiares del rostro de don Juan surgieron, o mбs bien se superpusieron al resplandor falleciente. Luego debo haber fijado una vez mбs la mirada: las facciones de don Juan se desvanecieron y el brillo se intensificу. Yo habнa puesto mi atenciуn en una zona que debнa ser, el ojo izquierdo. Advertн que allн el movimiento del resplandor no estaba contenido. Percibн algo como explosiones de chispas. Las explosiones eran rнtmicas, y despedнan unas como partнculas de luz que volaban hacia mн con fuerza aparente y luego se retiraban como si fueran fibras de hule.

Don Juan debe haber hecho girar mi cabeza. De pronto me hallй mirando un campo de labranza.

‑Ahora mira al frente ‑oн decir a don Juan.

Frente a mн, a unos doscientos metros, habнa un cerro grande y largo; toda la cuesta estaba arada. Surcos horizon­tales corrнan paralelos desde la base hasta la cima del cerro. Notй que en el campo labrado habнa cantidad de piedras chicas y tres enormes peсascos que interrumpнan la rectitud de los surcos. Justamente delante de mн habнa unos arbustos que me impedнan observar los detalles de una barranca o caсada al pie del cerro. Desde donde me hallaba, la caсada parecнa un corte profundo, con vegetaciуn verde marcada­mente distinta del cerro yermo. El verdor parecнan ser бr­boles que crecнan en el fondo de la caсada. Sentн una brisa soplar en mis ojos. Tuve un sentimiento de paz y quietud profunda. No se escuchaban pбjaros ni insectos.

Don Juan volviу a hablarme. Me tomу un momento en­tender lo que decнa.

‑їVes un hombre en ese campo? ‑preguntaba repetidamente.

Quise decirle que no habнa nadie en el campo, pero no pude vocalizar las palabras. Desde atrбs, don Juan tomу mi cabeza entre sus manos ‑yo veнa sus dedos sobre mi ceсo y mis mejillas‑ y me hizo barrer todo el campo, moviйndome despacio la cabeza de derecha a izquierda y lue­go en direcciуn contraria.

‑Observa cada detalle. Tu vida puede depender de ello ‑lo oн decir una y otra vez.

Me hizo recorrer cuatro veces el horizonte visual de 180 grados frente a mi. En cierto momento, cuando habнa movi­do mi cabeza hacia la extrema izquierda, creн ver algo que se movнa en el campo. Tuve una breve percepciуn de movi­miento con el rabo del ojo derecho. Don Juan empezу a volver mi cabeza hacia la derecha y pude enfocar la mirada en el campo. Vi un hombre caminar a lo largo de los sur­cos. Era un hombre comъn vestido como campesino mexica­no; llevaba huaraches, pantalones gris claro, camisa beige de manga larga, sombrero de paja y un morral cafй claro col­gado del hombro derecho con una correa.

Don Juan notу, sin duda, que yo habнa visto al hombre. Me preguntу repetidamente si el hombre me miraba o si venнa en mi direcciуn. Quise decirle que el hombre se ale­jaba dбndome la espalda, pero sуlo pude pronunciar: "No." Don Juan dijo que si el hombre se volvнa y se acercaba, yo debнa gritar, y йl me harнa volver la cabeza para prote­germe.

No experimentй ningъn sentimiento de miedo o apren­siуn o participaciуn. Observaba frнamente la escena. El hom­bre se detuvo a medio campo. Quedу parado con el pie derecho en la saliente de un gran peсasco redondo, como si estuviera atando su huarache. Luego se enderezу, sacу de su morral un cordel y lo enredу en su mano izquierda. Me dio la espalda y, enfrentando la cima del cerro, se puso a escudriсar el бrea ante sus ojos. Supuse que lo hacнa por la forma en que movнa la cabeza, volviйndola despacio y de continuo a la derecha; lo vi de perfil, y luego empe­zу a volver todo su cuerpo hacia mн, hasta que estuvo mirбndome. Echу la cabeza bruscamente hacia atrбs, o la moviу de manera que supe, sin lugar a dudas, que me habнa visto. Extendiу al frente su brazo izquierdo, seсalando el suelo, y con el brazo en tal postura empezу a caminar hacia mн.

‑ЎAhн viene! ‑gritй sin ninguna dificultad.

Don Juan debe haber vuelto mi cabeza, porque despuйs estaba yo mirando el chaparral. Me dijo que no clavara la vista, sino mirara "a la ligera" las cosas, pasбndoles los ojos por encima. Dijo que iba a pararse a corta distancia, frente a mн, y luego a caminar en mi direcciуn, y que yo debнa observarlo hasta ver su resplandor.

Vi a don Juan retirarse unos veinte metros. Caminaba con increнble rapidez y agilidad, tanto que yo apenas podнa creer que fuera don Juan. Se volviу a encararme y me ordenу mirarlo.

Su rostro brillaba: parecнa una mancha de luz. La luz se derramaba por el pecho casi hasta la mitad del cuerpo. Era como si yo estuviera mirando una luz a travйs de pбr­pados entrecerrados. El resplandor parecнa expanderse y amainar. Don Juan debe haber empezado a caminar hacia mн, pues la luz se hizo mбs intensa y mejor discernible.

Me dijo algo. Pugnй por comprender y perdн mi visiуn del resplandor, y entonces vi a don Juan como lo veo todos los dнas; se hallaba a medio metro de distancia. Tomу asiento encarбndome.

Al concentrar mi atenciуn en su rostro empecй a percibir un vago resplandor. Luego fue como si delgados haces de luz se entrecruzaran. El rostro de don Juan se veнa como si alguien le echara el cardillo de espejos diminutos; con­forme la luz se intensificaba, la faz perdiу sus contornos y de nuevo era un objeto brillante amorfo. Percibн una vez mбs el efecto de explosiones pulsantes de luz enlanadas desde un espacio que debe haber sido su ojo izquierdo. No enfoquй allн mi atenciуn, sino que deliberadamente mirй una zona adyacente que supuse el ojo derecho. De inmedia­to captй la visiуn de un estanque de luz, claro y transpa­rente. Era una luz lнquida.

Notй que percibir era mбs que avistar: era sentir. El es­tanque de luz oscura y lнquida tenнa una profundidad extra­ordinaria. Era "amistoso", "bueno". La luz que emanaba de allн, en vez de estallar, giraba en lento remolino hacia adentro, creando reflejos exquisitos. El resplandor tenнa un modo tan bello y delicado de tocarme, de confortarme, que me daba sensaciуn de delicia.

Vi un anillo simйtrico de brillantes rayones de luz expan­dirse rнtmicamente sobre la planicie vertical del бrea res­plandeciente. El anillo creciу hasta cubrir casi toda la super­ficie y luego se contrajo a un punto de luz en medio del charco brillante. Vi el anillo expandirse y contraerse varias veces. Luego me echй atrбs cuidando de no perder la visiуn, y pude ver ambos ojos. Distinguн el ritmo de ambos tipos de explosiones luminosas. El ojo izquierdo despedнa rayos de luz que sobresalнan de la planicie vertical, mientras los del ojo derecho irradiaban sin proyectarse. El ritmo de ambos ojos alternaba: la luz del ojo izquierdo estallaba hacia afuera mientras los haces radiantes del ojo derecho se contraнan y giraban hacia adentro. Luego, la luz del ojo derecho se extendнa para cubrir toda la superficie resplan­deciente mientras la luz del ojo izquierdo se retraнa.

Don Juan debe haberme dado vuelta una vez mбs, pues de nuevo me hallй mirando el campo de labranza. Lo oн decirme que observara al hombre.

El hombre estaba de pie junto al peсasco, mirбndome. Yo no podнa discernir sus facciones: el sombrero le cubrнa la mayor parte de la cara. Tras un momento puso su morral bajo el brazo derecho y empezу a alejarse hacia mi dies­tra. Caminу casi hasta el final del бrea labrada, cambiу de direcciуn y dio unos pasos hacia la caсada. Entonces perdн control sobre mi enfoque y el hombre desapareciу junto con la escena total. La imagen de los arbustos del desierto se superpuso a ella.

No recuerdo cуmo volvн a casa de don Juan, ni lo que йl hizo para "regresarme". Al despertar, yacнa sobre mi petate en el cuarto de don Juan. El acudiу a mi lado y me ayudу a levantarme. Me sentнa mareado; tenнa el estуmago revuelto. En forma muy rбpida y eficiente, don Juan me arrastrу hasta los arbustos al lado de su casa. Vomitй y йl riу.

Luego me sentн mejor. Mirй mi reloj; eran las 11:00 p.m. Me dormн de nuevo y a la una de la tarde siguiente creн ser otra vez yo mismo.

Don Juan me preguntу repetidamente cуmo me sentнa. Yo tenнa la sensaciуn de hallarme distraнdo. No podнa con­centrarme realmente. Caminй un rato por la casa, bajo el escrutinio atento de don Juan. Me seguнa a todas partes. Sentн que no habнa nada que hacer y volvн a dormirme. Despertй al atardecer, muy mejorado. En torno mнo hallй muchas hojas aplastadas. De hecho, despertй bocabajo en­cima de un montуn de hojas. Su olor era muy fuerte. Recuerdo haber cobrado conciencia de aquel olor antes de despertar por entero.

Fui atrбs de la casa y hallй a don Juan sentado junto a la zanja de irrigaciуn. Al ver que me acercaba, hizo ges­tos frenйticos para detenerme y hacerme volver a la casa.

‑ЎCorre para adentro! ‑gritу.

Entrй corriendo en la casa y йl llegу un instante despuйs.

‑No me sigas nunca ‑dijo‑. Si quieres verme espйrame aquн.

Me disculpй. El me dijo que no me desperdiciara en dis­culpas tontas que no tenнan el poder de cancelar mis actos. Dijo que habнa tenido muchas dificultades para regresarme y que habнa estado intercediendo por mн ante el agua.

‑Ahora tenemos que correr el riesgo y lavarte en el agua ‑dijo.

Le asegurй que me sentнa muy bien. El se quedу largo rato mirбndome a los ojos.

‑Ven conmigo ‑dijo‑. Voy a meterte en el agua.

‑Estoy muy bien ‑dije‑. Mire, estoy tomando notas.

Me jalу de mi petate con fuerza considerable.

‑ЎNo te entregues! ‑dijo‑. Cuando menos lo pienses vas a quedarte dormido otra vez. A lo mejor esta vez ya no podrй despertarte.

Corrimos a la parte trasera de su casa. Antes de que llegбramos al agua me dijo, en un tono de lo mбs dramб­tico, que cerrara bien los ojos y no los abriera hasta que йl lo indicase. Me dijo que si miraba el agua, aun por un instante, podrнa morir. Me llevу de la mano y me echу de cabeza en el canal de riego.

Conservй los ojos cerrados mientras йl me sumergнa y me sacaba del agua; esto durу horas. Experimentй un cam­bio notable. Lo que habнa de mal en mi antes de entrar en el agua era tan sutil que no lo notй hasta comparar ese estado con el sentimiento de bienestar y claridad que tuve mientras don Juan me hizo permanecer en la zanja.

El agua se metiу en mi nariz y empecй a estornudar. Don Juan me sacу y me llevу, sin dejarme abrir los ojos, hasta la casa. Me hizo cambiarme de ropa y luego me guiу a su cuarto, me condujo a sentarme en mi petate, dispuso la direcciуn de mi cuerpo y me dijo que abriera los ojos. Los abrн, y lo que vi me hizo saltar hacia atrбs y agarrarme de su pierna. Experimentй un momento tremendamente con­fuso. Don Juan me golpeу con los nudillos en la parte mбs alta de la cabeza. Fue un golpe rбpido, no duro ni doloroso, sino mбs bien como un choque.

‑їQuй pasa contigo? їQuй viste? ‑preguntу.

Al abrir los ojos yo habнa visto la misma escena que ob­servй antes. Habнa visto al mismo hombre. Pero esta vez se hallaba casi tocбndome. Vi su rostro. Habнa en йl cierto aire de familiaridad. Casi supe quiйn era. La escena se des­vaneciу cuando don Juan me pegу en la cabeza.

Alcй los ojos a don Juan. Tenнa la mano lista para pegar­me de nuevo. Riendo, preguntу si querнa yo otro coscorrуn. Soltй su pierna y me relajй sobre mi petate. Me ordenу mirar directamente hacia adelante y por ningъn motivo vol­verme en direcciуn del agua atrбs de su casa.

Hasta entonces advertн que el cuarto estaba en tinieblas. Por un instante no estuve seguro de tener abiertos los ojos. Los toquй para asegurarme. Llamй a don Juan en voz alta y le dije que algo andaba mal con mis ojos; no podнa yo ver nada, cuando un momento antes lo habнa visto dispuesto a pegarme. Oн su risa a la derecha, sobre mi cabeza, y lue­go encendiу su linterna de petrуleo. Mis ojos se adaptaron a la luz en cuestiуn de segundos. Todo estaba como siem­pre: las paredes de ramas y argamasa y las raнces medici­nales secas, extraсamente contrahechas, que colgaban de ellas; el techo de paja; la linterna de petrуleo colgada de una viga. Yo habнa visto la habitaciуn cientos de veces, pero ahora sentн que habнa algo ъnico en ella y en mн mismo. Esta era la primera vez que yo no creнa en la "rea­lidad" definitiva de mi percepciуn. Habнa estado acercбn­dome con cautela hacia tal sentimiento, y acaso lo habнa intelectualizado en diversas ocasiones, pero jamбs me ha­bнa hallado al borde de la duda seria. Ahora, sin embargo, no creн que el cuarto fuera "real", y por un momento tuve la extraсa sensaciуn de que se trataba de una escena que desaparecerнa si don Juan me golpeaba la cabeza con los nudillos. Empecй a temblar sin tener frнo. Espasmos nervio­sos recorrнan mi espina. Sentнa la cabeza pesada, sobe todo en la zona directamente encima de la nuca.

Me quejй de no sentirme bien y dije a don Juan lo que habнa visto. El se riу de mн, diciendo que sucumbir al susto era una entrega miserable.

‑Estбs asustado sin tener miedo ‑dijo‑. Viste al alia­do que te miraba, gran cosa. Espera a tenerlo cara a cara antes de cagarte en los calzones.

Me indicу levantarme y caminar hacia mi coche sin vol­verme en direcciуn del agua, y esperarlo mientras traнa una soga y una pala. Me hizo manejar hasta un sitio donde habнamos hallado un tocуn de бrbol. Nos pusimos a cavar para sacarlo. Trabajй terriblemente duro horas enteras. No sacamos el tocуn, pero me sentн mucho mejor. Regresamos a la casa y comimos y las cosas eran de nuevo perfecta­mente "reales" y comunes.

‑їQuй me sucediу? ‑preguntй‑. їQuй hice ayer?

‑Me fumaste y luego fumaste un aliado ‑dijo йl.

‑їCуmo dijo?

Don Juan riу y dijo que al rato iba yo a exigirle contar todo desde el principio.

‑Me fumaste ‑repitiу‑. Me miraste a la cara, a los ojos. Viste las luces que marcan la cara de un hombre. Yo soy brujo: tъ viste eso en mis ojos. Pero no lo sabнas, porque йsta es la primera vez que lo haces. Los ojos de los hombres no son todos iguales. Pronto lo descubrirбs. Luego fumaste un aliado.

‑їDice usted el hombre en el campo?

‑No era hombre, era un aliado que te hacнa seсas.

‑їA dуnde fuimos? їDуnde estбbamos cuando vi a ese hombre, digo, a ese aliado?

Don Juan seсalу con la barbilla un бrea frente a su casa y dijo que me habнa llevado a lo alto de un cerrito. Dije que el paisaje que observй no tenнa nada en comъn con el desierto de chaparrales alrededor de su casa, y re­puso que el aliado que me habнa "hecho seсas" no era de los alrededores.

‑їDe dуnde es?

‑Te llevarй allн muy pronto.

‑їQuй significa mi visiуn?

‑Estabas aprendiendo a ver, eso era todo; pero ahora se te estбn cayendo los calzones porque te entregas; te has abandonado a tu susto. Capaz serнa bueno que describie­ras todo cuanto viste.

Cuando empecй a describir la apariencia que su propio rostro me habнa presentado, me detuvo y dijo que eso no tenнa ninguna importancia. Le dije que casi lo habнa visto como un "huevo luminoso". Respondiу que "casi" no era suficiente, y que ver me llevarнa mucho tiempo y esfuerzo.

Le interesaban la escena del campo labrado y todos los detalles que pudiera yo recordar del hombre.

‑Ese aliado te estaba haciendo seсas ‑dijo‑. Cuando vino hacia ti y yo te movн la cabeza, no fue porque te estuviera poniendo en peligro sino porque es mejor espe­rar. Tъ no tienes prisa. Un guerrero nunca estб ocioso ni tiene prisa. Encontrarse con un aliado sin estar preparado es como atacar a un leуn a pedos.

Me gustу la metбfora. Compartimos un delicioso momen­to de risa.

‑їQuй habrнa pasado si usted no me mueve la cabeza?

‑Habrнas tenido que moverla solo.

‑їY si no lo hacнa?

‑El aliado habrнa llegado hasta ti y te habrнa dado un buen susto. Si hubieras estado solo, habrнa podido matarte. No es aconsejable que estйs sуlo en las montaсas o en el desierto hasta que puedas defenderte. Un aliado podrнa agarrarte allн solo y hacerte picadillo.

‑їQuй significado tenнan sus acciones?

‑Al mirarte querнa decir que te da la bienvenida. Te enseсу que necesitas un cazador de espнritus y un morral, pero no de estos rumbos; su bolsa era de otra parte del paнs. Tienes en tu camino tres piedras de tropiezo que te detienen; eran las peсas. Y, definitivamente, vas a sacar tus mejores poderes de caсadas y barrancas; el aliado te seсalу la barranca. El resto de la escena era para ayudarte a localizar el sitio exacto donde encontrarlo. Ya sй dуnde estб ese sitio. Te llevarй allн muy pronto.

‑їQuiere usted decir que el paisaje que vi existe real­mente?

‑Por supuesto.

‑їDуnde?

‑No te lo puedo decir.

‑їCуmo hallarнa yo ese sitio?

‑Tampoco puedo decнrtelo, y no porque no quiera sino porque sencillamente no sй cуmo decнrtelo.

Quise saber el significado de haber visto la misma escena estando en la casa. Don Juan riу e imitу la forma en que me habнa asido a su pierna.

‑Era una reafirmaciуn de que el aliado te quiere ‑di­jo‑. Ese era su modo de hacernos saber sin lugar a dudas de que te daba la bienvenida.

‑їY el rostro que vi?

‑Su rostro te es familiar porque lo conoces. Lo has vis­to antes. Quizбs es el rostro de tu muerte. Te asustaste, pero eso fue descuido tuyo. El te esperaba, y cuando se mostrу sucumbiste al susto. Por suerte yo estaba allн para pegarte; si no, йl se habrнa vuelto en tu contra, y merecido lo tenнas. Para tener un aliado, hay que ser un guerrero sin mancha, o el aliado puede volverse contra uno y destruirlo.

Don Juan me disuadiу de volver a Los Бngeles la maсa­na siguiente. Al parecer, pensaba que aъn no me habнa recuperado por completo. Insistiу en que me sentara en su cuarto, mirando al sureste, con el fin de preservar mi fuer­za. Se sentу a mi izquierda, me entregу mi cuaderno y dijo que esta vez yo lo tenнa agarrado: no sуlo debнa quedarse conmigo, sino tambiйn hablar conmigo.

‑Tengo que llevarte otra vez al agua al anochecer -di­jo‑. Todavнa no estбs macizo y no deberнas quedarte solo hoy. Te harй compaснa toda la maсana; en la tarde estarбs mejor.

Su preocupaciуn me puso muy aprensivo.

‑їQuй anda mal conmigo? ‑preguntй.

‑Topaste un aliado.

‑їQuй quiere usted decir con eso?

‑No debemos hablar hoy de aliados. Hablemos de cual­quier otra cosa.

Yo no tenнa en realidad ningъn deseo de hablar. Habнa empezado a sentirme ansioso e inquieto. A don Juan, al parecer, la situaciуn le resultaba totalmente ridнcula; riу hasta que se le saltaron las lбgrimas.

‑No me salgas con que, ahora que deberнas hablar, no vas a hallar nada que decir ‑dijo, sus ojos brillando con malicia. Su humor era muy reconfortante.

Un solo tema me interesaba en ese momento: el aliado. Quй familiar su rostro; no era como si yo lo conociese o lo hubiera visto antes. Era otra cosa. Cada vez que empezaba a pensar en ese rostro, mi mente experimentaba un bom­bardeo de pensamientos ajenos, como si alguna parte de mн mismo conociera el secreto pero no permitiese que el resto de mн se le acercara. La sensaciуn de que el rostro del aliado era familiar resultaba tan extraсa que me ha­bнa forzado a un estado de melancolнa mуrbida. Don Juan habнa dicho que podнa ser el rostro de mi muerte. Creo que esa frase me tenнa sujeto. Querнa desesperadamente preguntar acerca de ella y sentнa con claridad que don Juan estaba conteniйndome. Llenй los pulmones un par de veces y acabй preguntando.

‑їQuй es la muerte, don Juan?

‑No sй ‑dijo йl, sonriendo.

‑Quiero decir, їcуmo describirнa usted la muerte? Quie­ro sus opiniones. Creo que todo el mundo tiene opiniones definidas acerca de la muerte.

‑No sй de quй estбs hablando.

Yo tenнa el Libro tibetano de los muertos en la cajuela de mi coche. Se me ocurriу usarlo como tema de conver­saciуn, ya que trataba de la muerte. Dije que iba a leйrselo e hice por levantarme. Don Juan me indicу permanecer sentado y fue йl por el libro.

‑La maсana es mala hora para los brujos ‑dijo para explicar el que yo debiera estarme quieto‑. Estбs dema­siado dйbil para salir de mi cuarto. Aquн adentro estбs protegido. Si ahora te echaras a andar, lo mбs probable es que hallaras un desastre terrible. Un aliado podrнa matarte en el camino o en el matorral, y luego, cuando encon­traran tu cuerpo, dirнan que moriste misteriosamente o que tuviste un accidente.

Yo no estaba en posiciуn ni de humor para poner en duda sus decisiones, asн que me estuve quieto casi toda la maсana, leyйndole y explicбndole algunas partes del libro. Escuchу con atenciуn, sin interrumpirme para nada. Dos veces tuve que parar durante periodos cortos, mientras йl traнa agua y comida, pero apenas quedaba desocupado nue­vamente me urgнa a continuar la lectura. Parecнa muy interesado.

Cuando terminй, don Juan me mirу.

‑No entiendo por quй esa gente habla de la muerte como si la muerte fuera como la vida ‑dijo con suavidad.

‑A lo mejor asн lo entienden ellos. їPiensa usted que los tibetanos ven?

‑Difнcilmente. Cuando uno aprende a ver, ni una sola de las cosas que conoce prevalece. Ni una sola. Si los tibetanos vieran, sabrнan de inmediato que ninguna cosa es ya la misma. Una vez que vemos, nada es conocido; nada permanece como solнamos conocerlo cuando no veнamos.

‑Quizб, don Juan, ver no sea lo mismo para todos.

‑Cierto. No es lo mismo. Pero eso no significa que pre­valezcan los significados de la vida. Cuando uno aprende a ver, ni una sola cosa es la misma.

‑Los tibetanos piensan, obviamente, que la muerte es como la vida. їCуmo piensa usted que sea la muerte? ‑preguntй.

‑Yo no pienso que la muerte sea como nada, y creo que los tibetanos han de estar hablando de otra cosa. En todo caso, no estбn hablando de la muerte.

‑їDe quй cree usted que estйn hablando?

‑A lo mejor tъ puedes decнrmelo. Tъ eres el que lee.

Tratй de decir algo mбs, pero йl empezу a reнr.

‑Acaso los tibetanos de veras ven ‑prosiguiу don Juan‑, en cuyo caso deben haberse dado cuenta de que lo que ven no tiene ningъn sentido y entonces escribieron esa porquerнa porque todo les da igual, en cuyo caso lo que escribieron no es porquerнa de ninguna clase.

‑En realidad no me importa lo que los tibetanos digan ‑le dije‑, pero sн me importa mucho lo que diga usted. Me gustarнa oнr quй piensa usted de la muerte.

Se me quedу viendo un instante y luego soltу una risita. Abriу los ojos y alzу las cejas en un gesto cуmico de sorpresa.

‑La muerte es un remolino ‑dijo‑. La muerte es el rostro del aliado; la muerte es una nube brillante en el hori­zonte; la muerte es el susurro de Mescalito en tus oнdos; la muerte es la boca desdentada del guardiбn; la muerte es Genaro sentado de cabeza; la muerte soy yo hablando; la muerte son tъ y tu cuaderno; la muerte no es nada. ЎNada! Estб aquн pero no estб aquн en todo caso.

Don Juan riу con gran deleite. Su risa era como una canciуn; tenнa una especie de ritmo de danza.

‑Mis palabras no tienen sentido, їeh? ‑dijo don Juan‑. No puedo decirte cуmo es la muerte. Pero quizб podrнa hablarte de tu propia muerte. No hay manera de saber cуmo serб de cierto, pero sн podrнa decirte cуmo sea tal vez.

En ese punto me asustй y repuse que yo sуlo querнa saber lo que la muerte parecнa ser para йl; recalquй que me interesaban sus opiniones sobre la muerte en un sentido general, pero no buscaba enterarme en detalle de la muerte personal de nadie, y menos de la mнa.

‑Yo nada mбs puedo hablar de la muerte en tйrminos personales ‑dijo йl‑. Tъ querнas que te hablara de la muerte. ЎMuy bien! Entonces no tengas miedo de oнr tu propia muerte.

Admitн que me hallaba demasiado nervioso para hablar de ella. Dije que deseaba hablar de la muerte en tйrminos generales, como йl mismo habнa hecho la vez que me contу que al momento de la muerte de su hijo Eulalio la vida y la muerte se mezclaron como una niebla de cristales.

‑Te dije que la vida de mi hijo se expandiу a la hora de su muerte personal ‑repuso‑. Yo no hablaba de la muerte en general, sino de la muerte de mi hijo. La muerte, sea lo que sea, hizo expandir su vida.

Yo querнa a toda costa sacar la conversaciуn del terreno de lo particular, y mencionй que habнa estado leyendo re­latos de gente que muriу varios minutos y fue revivida a travйs de tйcnicas mйdicas. En todos los casos que leн, las personas involucradas habнan declarado, al revivir, que no podнan recordar nada en absoluto; que la muerte era sim­plemente una sensaciуn de oscurecimiento.

‑Eso es perfectamente comprensible ‑dijo йl‑. La muerte tiene dos etapas. La primera es un oscurecimiento. Es una etapa sin sentido, muy semejante al primer efecto de Mescalito, cuando uno experimenta una ligereza que lo hace sentirse feliz, completo, y todo en el mundo estб en calma. Pero йse es sуlo un estado superficial; no tarda en desvanecerse y uno entra en un nuevo terreno, el terreno de la dureza y el poder. Esa segunda etapa es el verdadero encuentro con Mescalito. La muerte es muy parecida. La primera etapa es un oscurecimiento superficial. Pero la se­gunda es la verdadera etapa en que uno se encuentra con la muerte; un breve momento, despuйs de la primera oscu­ridad, hallamos que, de algъn modo, somos otra vez noso­tros mismos. Y entonces la muerte choca contra nosotros con su callada furia y su poder, hasta que disuelve nuestras vidas en la nada.

‑їCуmo puede usted tener la certeza de que estб hablan­do de la muerte?

‑Tengo mi aliado. El humito me ha enseсado con gran claridad mi muerte inconfundible. Por eso nada mбs pue­do hablar de la muerte personal.

Las palabras de don Juan me ocasionaron una profunda aprensiуn y una ambivalencia dramбtica. Tuve el presenti­miento de que iba a describirme los detalles exteriores y vulgares de mi muerte y a decir cуmo o cuбndo morirнa yo. La simple idea de saber eso me hacнa desesperar y a la vez picaba mi curiosidad. Desde luego, podrнa haberle pedi­do describir su propia muerte, pero sentн que tal peticiуn serнa bastante descortйs y la cancelй automбticamente.

Don Juan parecнa disfrutar mi conflicto. Su cuerpo se retorcнa de risa.

‑їQuieres saber cуmo podrнa ser tu muerte? ‑me pre­guntу con deleite infantil en el rostro.

Su malicioso placer en acosarme me daba бnimos. Casi mellaba mi aprensiуn.

‑Bueno, dнgame ‑dije, y mi voz se quebrу.

Don Juan tuvo una formidable explosiуn de risa. Aga­rrбndose el estуmago, rodу de lado y repitiу burlonamente: "Bueno, dнgame", con una quebradura en su voz. Luego se enderezу y tomу asiento, asumiendo una tiesura fingida, y con tono trйmulo dijo:

‑La segunda etapa de tu muerte muy bien podrнa ser como sigue.

Sus ojos me examinaron con curiosidad aparentemente genuina. Reн. Me daba cuenta de que sus bromas eran el ъnico recurso capaz de suavizar la idea de la propia muerte.

‑Tъ manejas mucho ‑siguiу diciendo‑, asн que tal vez te encuentres, en un momento dado, nuevamente al volante. Serб una sensaciуn muy rбpida que no te darб tiempo de pensar. De pronto, digamos, te encuentras mane­jando, como has hecho miles de veces. Pero antes de que puedas recapacitar, notas una formaciуn extraсa frente a tu parabrisas. Si miras mбs de cerca verбs que es una nube que parece un remolino brillante. Parece, digamos, una cara, allн en medio del cielo, frente a ti. Mientras la miras, la ves moverse hacia atrбs hasta que sуlo es un punto brillante en la distancia, y luego notas que empieza a moverse otra vez hacia ti; gana velocidad y, en un parpadeo, se estrella contra el parabrisas de tu coche. Eres fuerte; estoy seguro de que la muerte necesitarб un par de golpes para ganarte.

"Para entonces ya sabes dуnde estбs y quй te estб pasan­do; el rostro retrocede otra vez hasta una posiciуn en el horizonte, toma vuelo y choca contra ti. El rostro entra dentro de ti y entonces sabes: era el rostro del aliado, o era yo hablando, o tъ escribiendo. La muerte no era nada todo el tiempo. Nada. Era un puntito perdido en las hojas de tu cuaderno. Pero entra en ti con fuerza incontrolable y te expande; te aplana y te extiende por todo el cielo y la tierra y mбs allб. Y eres como una niebla de cristales dimi­nutos yйndose, yйndose.


Дата добавления: 2015-11-14; просмотров: 63 | Нарушение авторских прав


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