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Capítulo 38

Capítulo 24 | Capítulo 25 | Capítulo 28 | Capítulo 29 | Capítulo 30 | Capítulo 31 | Capítulo 32 | Capítulo 33 | Capítulo 35 | Capítulo 36 |


Читайте также:
  1. Capítulo 1
  2. Capítulo 10
  3. Capítulo 11
  4. Capítulo 12
  5. Capítulo 13
  6. Capítulo 14
  7. Capítulo 15

 

La exposición póstuma de Mathieu Ardisson en el Ayuntamiento de París fue un éxito. Todas las mujeres parisinas desde principios de siglo bajo un maravilloso título: «La felicidad del blanco y negro».

Laurent y yo nos mudamos al ático de Pont Louis-Philippe, donde yo vivía demasiado sola. En un arranque de vitalidad trajo a todos sus amigos para improvisar la mudanza de sus cosas, que colocamos entre las mías. Tan mezcladas que desde aquel día empecé a disfrutar del caos y la despreocupación. París había sido una fiesta y empezaba a serlo otra vez; no eran los felices años veinte, pero para nosotros, sí. Convirtió el taller de su padre en un estudio de pintura para buscar su felicidad en lo que más le gustaba, pintar. Yo la encontré en la tienda de regalos. A muchos kilómetros de donde tía Brígida construyó una correcta infancia en la que nunca se pudo improvisar, correr, mancharse, cantar, reír a carcajadas, andar descalza, caminar desnuda... Reuní todos los trozos de tela que había ido guardando desde niña en aquella maleta, todos aquellos vestidos que llevé y que fingieron una especie de bienestar, para coser con ellos un edredón en el que abrigarnos del frío Laurent y yo. Un mapa de colores que hablaba de mí y de las cosas que hay que destrozar para volver a ser de una pieza.

París había despertado a la primavera con uno de esos días llenos de sol, como si hubiera luz por todos los rincones de la vieja ciudad. Anduvimos hasta el muelle de la isla, desde donde el Sena empieza a escaparse con fuerza hacia el mar entre las dos orillas. Preparé un tentempié para los dos y compramos una botella de vino tinto en uno de los puestos del camino para aprovechar el buen tiempo.

«Prométeme que nunca más te vas a ir sin avisar», le dije hundiendo mi cabeza en sus brazos. Sentí que había roto todos los maleficios de mi vida, que por fin se había ahogado en las profundidades del río todo lo que me sobraba, incluso más, que se había evaporado mi miedo a empezar de nuevo. Aligerada de peso familiar y aliviada de ansiedades, me hice pequeña y, como si volviera a esperar a que mi madre entrara en la habitación, me mordí el cuello de la blusa… «No tengas miedo», parecí escuchar su voz entre el rumor del agua.

—¿Tienes frío? —me preguntó Laurent apretándome.

—Dime que no te vas a morir otra vez —contesté sin sentido.

Esbozó una sonrisa y me besó.

En un arrebato de ternura escribió mi nombre y el suyo en el corcho de la botella y lo lanzó a lo lejos, al agua.

—Flotará —dijo volviendo el rostro hacia mí—. El amor de verdad siempre flota.

En ese momento en el que el Sena empezó a ponerse dorado y todos los colores de las fachadas de las dos orillas comenzaron a teñirse en un juego de espejos relucientes, me acordé del viejo pintor. Cogí mi móvil del bolso, marqué su teléfono y esperé a escuchar su voz. Después de varias llamadas me temí lo peor, el cielo estaba jugando con un montón de azules, rojos y dorados, una infinita mezcla de tonalidades que iban «más allá del azul». Como en la canción, las nubes forman también parte del paisaje.

Se activó el contestador, sonreí al saber que mi dibujo ya estaba acabado, que había empezado de nuevo una hoja en blanco, y sin dudar en ninguna de mis palabras dije, convencida como si volviera a estar otra vez en aquel mirador de cristales y pinturas al óleo: «Profesor, he encontrado el color».

Al levantarnos para volver a casa, mi vestido se quedó enganchado en una de las piedras del muelle, Laurent tiró de mí y la falda se desgarró. Junto a un pequeño clavo oxidado invisible entre el moho del pedernal se había quedado pinzado un trozo de tela del tamaño de aquellos que recortaba de niña para esconderlos en mi maleta. Me agaché para cogerlo y al soltarlo del suelo la brisa que viajaba corriente abajo se lo llevó volando como si fuera buscando a Alice…

 

Todos los lugares de esta novela existen, la tienda también. «Mi Amor» está situada en el número 10 de la rue Pont Louis-Philippe en París. La he visitado muchas veces y siento un cosquilleo al imaginar a Alice Humbert. No solo eso. Cuando acabé de escribir esta novela, también hice como Teresa: lanzar un corcho con tu nombre para que flote el amor…

 


Дата добавления: 2015-11-04; просмотров: 34 | Нарушение авторских прав


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Capítulo 37| ЧАСТЬ ПЕРВАЯ 4

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